Plinio Corrêa de Oliveira

 

Comunismo y anticomunismo

en el umbral de

la última década de este milenio

 

 

 

 

11 de febrero de 1990 (*)

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I. Descontento, incendio que disgrega al mundo soviético 

 Las reformas  perestroikianas en la Rusia soviética, los movimientos políticos centrífugos que hace días casi llevaron a la guerra civil en Azerbaiján y a sus enclaves armenios, agitan también a Lituania, Letonia y Estonia, en las orillas del Báltico, como, más al sur, a Polonia, Alemania Oriental y aun a Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria y Yugoslavia. Aumentadas con la espectacular caída del muro de Berlín y de la cortina de hierro, esas conmociones constituyen, en su conjunto, un movimiento ciclópeo como no se vió mayor desde las dos conflagraciones mundiales o, tal vez, desde las guerras de Napoleón.

Toda esta modificación contemporánea del mapa europeo se reviste, aquí y allá, de circunstancias y significados diversos. Pero por encima de todos éstos hay un significado genérico, que los engloba y penetra a todos como un gran impulso común: es el Descontento. 

* Descontento con  D  mayúscula

 Escribimos esta última palabra con “D” mayúscula, porque es un descontento hacia el cual convergen todos los descontentos regionales y nacionales, los económicos y culturales, por muchas y muchas décadas acumulados en el mundo soviético, bajo la forma de una apatía indolente y trágica, de quien no concuerda con nada, pero que está impedido físicamente de hablar, de moverse, de levantarse, en suma, de exteriorizar un desacuerdo eficaz.

 Era el descontento total pero, por así decir, mudo y paralítico, de cada individuo en su casa, en su tugurio o en su choza, donde la familia tantas veces ya no existe, habiendo sido substituído frecuentemente el matrimonio por el concubinato. 

 Descontento porque los hijos fueron substraídos más de una vez del  “hogar”  y entregados compulsivamente al Estado, recibiendo sólo de éste la educación global. Descontento en los lugares de trabajo, en donde la pereza, la inacción y el tedio invadieron gran parte del horario, y donde los salarios mediocres alcanzan apenas para la compra de productos y artículos insuficientes y de mala calidad, frutos típicos de la industria estatizada en virtud del régimen del capitalismo de Estado. A lo largo de las colas formadas frente a los establecimientos comerciales, en cuyas estanterías casi vacías se deja ver desvergonzadamente la miseria, lo que se comenta con susurros es la completa carencia cualitativa y cuantitativa de todo. 

Descontento, principalmente porque en todas partes hay casos en que el culto religioso está prohibido, las iglesias fueron cerradas y en las escuelas la prédica religiosa es coartada e impera la enseñanza compulsiva del materialismo, del ateísmo, en una palabra, de la irreligión comunista.

El conjunto de estos males causa más lástima que la mera consideración de cada uno en particular. En suma, si contra tal o cual aspecto de la realidad soviética se manifiestan quejas, los hechos más recientes hacen evidente que contra el conjunto de esa realidad se propaga un incendio de verdadero furor. Furor que, por el propio hecho de afectar al conjunto, alcanza al régimen e inflama todas las capacidades de indignación de la persona humana: un descontento global contra el régimen comunista, contra el capitalismo de Estado, contra el ateísmo despótico y policíaco, contra todo lo que, en fin, resulta de la ideología marxista y de su respectiva aplicación a todos los países ahora en convulsión.

Es el caso, pues, de hablar de Descontento. Probablemente el más amplio y total descontento que la Historia haya conocido. 

* Medrosas y malhumoradas concesiones de Moscú

 Se ve claramente que es para evitar la transformación general de esos descontentos en revoluciones y guerras civiles, que Moscú viene haciendo aquí y allá miedosas y malhumoradas concesiones.

 Pero, a la luz de los hechos, el alcance de tales concesiones es de lo más dudoso, pues aún cuando sean aptas para calmar un poco los ánimos, les es inherente dar a los Descontentos una redoblada conciencia de su fuerza, así como de la debilidad del adversario moscovita, el cual hasta ayer les parecía omnipotente. De donde se sigue que los apaciguamientos bien pueden estar siendo aprovechados por los Descontentos para la aglutinación de crecientes masas de adeptos y para la preparación de éstas para grandes movimientos reivindicatorios que estallen, quizás mañana mismo, aún más reivindicatorios y apremiantes que ayer.

 Así, paso a paso, podrá desarrollarse el característico proceso de ascensión de los movimientos insurrecionales que caminan hacia el éxito, el cual progresa al mismo tiempo que la decadencia de los  establishments de los gobiernos obsoletos y putrefactos. 

* El mayor clamor de indignación de la Historia

 Si se desarrollaren de ese modo los acontecimientos en el mundo soviético, sin encontrar en su curso obstáculos de mayor monta, el observador político no precisa ser muy penetrante para percibir el punto terminal al que se llegará. O sea, al derrumbe del poder soviético en todo el inmenso imperio hasta hace poco cercado por la cortina de  hierro y a la exhalación, desde el fondo de las ruinas que así se amontonaren, de un solo, de un inmenso, de un atronador clamor de indignación de los pueblos esclavizados y oprimidos.

 

II. Interpelación a los responsables directos por tan inmensa desgracia: los supremos dirigentes de la Rusia soviética y de las naciones cautivas 

 Ese clamor se dirigirá, ante todo, contra los responsables directos por tanto dolor acumulado a lo largo de tanto tiempo, en tan inmensas vastedades, sobre una tan impresionante masa de víctimas.

 Y, a menos que la lógica haya desertado totalmente de los acontecimientos humanos (deserción trágica, que la Historia ha registrado, más de una vez, en las épocas de completa decadencia como la de este fin de siglo y de milenio), las víctimas de tantas calamidades unirán su gemido para exigir del mundo, en relación a los responsables, un gran acto de justicia.

Tales responsables fueron, por excelencia, los dirigentes máximos del Partido Comunista ruso que, en la escala de poderes de la Rusia soviética, siempre ejercieron la más alta autoridad, superando incluso a la del gobierno comunista. Y  pari passu , los jefes de los PCs y de los gobiernos de las naciones cautivas.

Ellos no podían ignorar la desgracia y la miseria sin nombre en que la doctrina y el régimen comunistas estaban hundiendo a las masas. Y, sin embargo, no titubearon en difundir esa doctrina e imponer ese sistema.

 

III. Interpelación a los ingenuos, a los blandos, a los colaboracionistas, voluntarios o no, del comunismo en Occidente 

 Pero – siempre conjeturando en la senda de la lógica – no es sólo contra ellos que tantos hombres, familias, etnias y naciones pedirán justicia. 

* Historiadores optimistas y superficiales amortiguaron la reacción de los pueblos libres contra las tramas del comunismo internacional

 En un segundo movimiento, se dirigirán a los numerosos historiadores occidentales que, durante ese largo período de dominación soviética, narraron de modo optimista y superficial lo que pasó en el mundo comunista, y les preguntarán por qué, en sus obras de síntesis, leídas y festejadas por ciertos mass media en el mundo entero, se contentaron en decir tan poco sobre desgracias tan inmensas. Lo que tuvo por efecto amortiguar la justa y necesaria reacción de los pueblos libres contra la infiltración y las tramas del comunismo internacional. 

* Los hombres públicos de Occidente poco hicieron para libertar a las víctimas de la esclavitud soviética

 Y, por fin, los mismos Descontentos se volverán hacia los hombres públicos de los países ricos de Occidente y les preguntarán por qué hicieron tan poco para libertar de la noche espesa y sin fin de la esclavitud soviética a ese número incontable de víctimas.

Bien sabemos que, en esa hora, tales hombres públicos,  siempre sonrientes, bien dormidos, bien lavados y bien nutridos, les responderán jovialmente:  “¡Pero cómo! ¡A nosotros, precisamente a nosotros que enviamos a vuestros gobiernos tanto dinero, que les otorgamos tantos créditos, que aceptamos como buenas tantas mercaderías averiadas suministradas por vuestras pésimas fábricas, y todo eso para atenuar un poco vuestra hambre, precisamente a nosotros... es a quienes dirigís esta censura insensata!”  Y agregarán:  “Id a la ONU; id a la UNESCO y a tantas otras instituciones celosas de los derechos humanos, y ved cuántas proclamaciones sonoras y finamente cuidadas desde el punto de vista literario distribuimos en todo Occidente, protestando contra la situación en que os hallábais... ¿Nada de eso os bastó?”

Si esos amables potentados de Occidente imaginan estancar así las objeciones de que irremediablemente serán objeto, se engañan. 

* Las subvenciones de Occidente prolongaron la acción de los verdugos

  La realidad no es tan simple en su configuración concreta y palpable, ni tan fácil de ser entendida y descrita, como ellos aparentemente imaginan. Las masas fermentadas por el Descontento forzosamente les responderán: “Imaginad a millares, a millones de individuos, sujetos simultáneamente a tormentos, en salas tan amplias como países. Este era el cuadro del mundo detrás de la cortina de hierro. Las subvenciones enviadas por Occidente fueron entregadas, la mayor parte de las veces, no directamente a las pobres víctimas de los suplicios sino a los verdugos, a quienes incumbía gobernar en salas de torturas de dimensiones nacionales. O sea, a los gobiernos que, bajo la feroz dirección de Moscú, mantenían en el yugo de la servidumbre a las naciones  “soberanas”  y  “aliadas”  de detrás de la cortina de hierro, como Polonia, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría y tantas otras, y aún a las Repúblicas Socialistas Soviéticas  “unidas”  a Moscú y otras ciscunscripciones territoriales más clara y oficialmente dependientes de los déspotas del Kremlin. Esos gobiernos-verdugos eran los que recibían, casi siempre, las donaciones de Occidente”.

Es a esta altura que aparecen las dudas que los Descontentos no dejarán de agitar. Y, a esas dudas, no será nada fácil dar respuesta.

En efecto, no se puede negar que algo de esos recursos recibidos por los gobiernos títeres de allende la cortina de hierro terminaron llegando a las respectivas víctimas, aliviándoles un tanto el infortunio o incluso evitando que algunas muriesen de hambre. Sin embargo, de las propias filas de los Descontentos, aún antes de la actual convulsión, surgieron al respecto embarazosas objeciones.

Así – ya ponderaban los más sufridos e indignados – en la medida en que Occidente daba a los verdugos recursos que disminuyesen las carencias de las víctimas, les proporcionaban medios para atenuar la indignación general y prolongar de ese modo la vigencia de la dominación de los mismos verdugos.

 En este caso, ¿no habría sido más útil a los pueblos subyugados que Occidente no les enviase esos recursos, de suerte que el día de la explosión del Descontento llegase pronto y con él la liberación final y completa de esos desdichados? 

* Cooperadores suicidas en la difusión del comunismo

  Confesamos que, a nosotros, de la TFP, la pregunta nos deja perplejos... tanto más que nunca oímos decir que la concesión de tales recursos fuese condicionada, por parte de los benefactores occidentales, al derecho de ejercer severa vigilancia para impedir que dichos recursos fuesen utilizados para la compra o la fabricación de armamentos y municiones que mantuviesen bajo yugo a los pueblos cautivos. O que, en el caso de una guerra contra Occidente, fuesen utilizados contra las mismas naciones occidentales donantes.

Consideremos las cosas a fondo. Si Moscú dispuso de oro para minar, con sus redes de propagandistas y de conspiradores, todas las naciones de la Tierra, ¿no será verdad que, en los faraónicos gastos realizados para tal fin, entraron partes considerables de las cantidades suministradas, a este o a aquel título, por los donantes occidentales?

En este último caso, además de benefactores de las víctimas del comunismo, ¿no habrán sido cómplices involuntarios – concedámoslo – de los verdugos y, al mismo tiempo, cooperadores suicidas de un ataque contra el propio Occidente, así como socios en la difusión del error comunista en todas las naciones? 

* La cruzada que no existió

 No sabemos si esas naciones cautivas llegarán algún día a ser realmente libres, antes de que sobrevengan las catástrofes punitivas y saneadoras previstas por Nuestra Señora en las apariciones de Fátima (cfr. Antonio Augusto Borelli Machado:   Las apariciones y el mensaje de Fátima conforme los manuscritos de la Hermana Lucía , Vera Cruz,  San Pablo, 26ª ed., 1989, pp. 44-46).

Lo que  sabemos es que, cuando algún día esas naciones fueren libres, el Descontento cobrará estrictas cuentas, por todo eso, a los  “benefactores”  de las naciones cautivas. Y éstos serán obligados, para salvar su renombre, a revolver muchos archivos y a sacar del polvo muchas cuentas... si es que no preferirán trancar todo esto y hacer que una vez más baje el silencio sobre tales cuestiones.

En verdad, las bellas declaraciones de ONUs, UNESCOs y congéneres, las dejaron indiferentes, como dejarían indiferentes a las víctimas las sonrisas educadas, de saludo y solidaridad, de quienes asisten de brazos cruzados a los tormentos que ellas estuviesen sufriendo.

 “Nosotros  necesitábamos  de  una  cruzada  que nos libertase – exclamarán – y nos enviásteis tan sólo un poco de pan que nos ayudase a ir aguantando por tiempo indefinido nuestro cautiverio. ¿Ignorábais por ventura que, para el cautivo, la gran solución no es apenas el pan, sino y sobre todo, la libertad?”

Tal vez haya argumentos válidos para oponer a esas quejas de los cautivos. Convengamos, sin embargo, que no será fácil encontrarlos. 

* Una victoria de los  “duros”  sólo agravaría la exasperación y los lamentos

 La prensa de todo el mundo occidental no ha dejado de notar que la victoria de ese gigantesco Descontento aún no es indiscutible. Pues nadie puede garantizar que el aplastamiento de la rebelión, realizado con tanto éxito y rapidez en la Plaza de la Paz Celestial (!) en Pekín, y repetido en estos últimos días, con éxito al menos aparente, en la ciudad de Baku, capital de Azerbaiján, no pueda reeditarse aún varias veces en otros focos de Descontento. Admitamos, por fin, que esos sucesivos aplastamientos lleguen a imponer al Descontento una caricaturesca máscara de paz. De la paz cadavérica de los que ya no poseen vida.

Tal desenlace produciría, por cierto, efectos globales múltiples, la mayor parte de los cuales no son previsibles en este momento. Sin embargo, desde el punto de vista del Descontento, sólo agravaría la exasperación y los lamentos, principalmente en lo tocante a Occidente. Pues, en el fondo de sus calabozos, los Descontentos agregarían algunas imprecaciones a la ya vasta lista de las que hasta aquí acumularon contra nosotros, de Occidente.

Alegarán forzosamente contra Occidente: “Hasta 1989-1990, aún no habíamos llenado los aires del mundo entero con nuestros clamores. En 1989-1990, tuvimos ocasión de hacerlo. Desde entonces, entre vosotros y nosotros no restó ni el más tenue velo que sirviese de mampara; vísteis todo, oísteis todo y, no obstante, a lo que de insuficiente hacíais en nuestro favor, poco agregásteis”.

Una vez más, nos será difícil y embarazoso responder.

 

IV. Interpelación a los dirigentes de los diversos partidos comunistas diseminados por el mundo

  Con todo, no nos hagamos ilusiones pensando que, en  materia de increpaciones y de pedidos de cuentas, sólo se puede encarar como posible la polémica trabada, por un lado, entre las víctimas que claman a través de las hendiduras del inmenso calabozo soviético que por todas partes se va agrientando, y por el otro, sus verdugos; o, entonces, entre esas mismas víctimas y los sonrientes y parcos benefactores que, en favor de ellas, se manifestasen de vez en cuando en Occidente, a lo largo de las nuevas etapas de servidumbre que sólo Dios sabe cuando van a terminar. Todo eso depende de cómo transcurra un futuro para nosotros todavía enigmático.

En efecto, hay que encarar también como plausible otra polémica. Es la de los pueblos de los países de Occidente contra los líderes de los diversos partidos comunistas que el desprestigio de la pretendida modernidad ideológica y tecnológica del comunismo, sumado a veces a la fuerza persuasiva del oro y a la eficacia de las tácticas de propaganda comunistas, instaló amplia y confortablemente en todas las naciones no comunistas del globo. 

* ¿No vieron nada?

 Durante décadas consecutivas, los líderes comunistas de los diversos países mantuvieron constante y multiforme contacto con Moscú y allí fueron, más de una vez, recibidos normalmente como camaradas y amigos. 

* ¿No contaron nada?

 Y cuando regresaban a sus países siempre tomaban contacto inmediato con los respectivos PCs, donde todos les preguntaban ansiosamente qué habían visto y oído en esa verdadera Meca del comunismo internacional que es Moscú. 

* ¿No habían indagado nada?

 Ahora bien, a juzgar por lo que transparecía al gran público de los relatos de esos visitantes, se diría que en ningún momento habían tratado de tomar conocimiento directo de las condiciones en que vivían los rusos y otros pueblos subyugados. No habían visto las colas interminables que, durante las frías madrugadas, se formaban a las puertas de carnicerías, panaderías y farmacias, a la espera de la mercadería cualitativa y cuantitativamente miserable, cuya adquisición disputaban como si fuese una limosna. No habían notado los andrajos en las espaldas de los pobres. No habían advertido la total falta de libertad que afligía a todos los ciudadanos. No se habían impresionado con el lúgubre y general silencio de la población, recelosa hasta de hablar, pues temía la brutalidad de las sospechas policíacas.

 ¿No habían preguntado esos partidarios del comunismo en las diversas naciones del mundo libre, a los dueños del poder soviético, por qué tanta vigilancia policial si de hecho el régimen era popular? Y si no lo era, ¿cuál sería la razón de la impopularidad de un régimen que gastaba inmensas sumas en propaganda, para persuadir a los occidentales de que los rusos habían encontrado por fin la perfecta justicia social, en el paraíso de una abundancia de recursos capaz de satisfacer a todos? 

* Si conocían el trágico fracaso del comunismo, ¿por qué lo querían para sus patrias?

  Si los jefes comunistas en el mundo libre sabían que el fruto del comunismo era lo que ahora todos ven, ¿por qué conspiraban para introducir ese régimen de miseria, esclavitud y vergüenza en sus  propios países? ¿Por qué no economizaban ni dinero ni esfuerzos con el fin de atraer, para la ardua faena de la implantación del comunismo, a las élites de todos los sectores de la población, comenzando por la élite espiritual que es el clero, siguiendo por las élites sociales de la alta y mediana burguesía, las élites culturales de las universidades y de los medios de comunicación social, las élites de la vida pública, ya civil, ya militar, además de los sindicatos y organizaciones gremiales de todo orden, para alcanzar por fin la juventud y hasta la propia infancia en los cursos de primer grado? 

¿Los cegó la pasión ideológica hasta el punto de no percibir que la doctrina y el régimen que predicaban para sus respectivas patrias no podrían dejar de producir en ellas frutos de miseria y de desgracia iguales a los producidos en las inmensidades del mundo soviético, desde las márgenes berlinesas del Spree, por ejemplo, hasta Vladivostok?

* Cuando una gran voz dijo la verdad: sorpresa

 No obstante todo esto, de la negra desdicha en que se hallaban y se hallan los pueblos cautivos, la opinión pública occidental se formaba una idea tan vaga que, cuando en 1984 un varón de relevante intrepidez apostólica tuvo el valor de dar, en algunas fuertes palabras, un cuadro sumario, en Occidente las cosas corrieron como si una bomba hubiese hecho oír su estampido en el mundo entero.

¿Quién fue ese varón? Un teólogo de renombre mundial, una figura de la vida de la Iglesia, en síntesis, el Cardenal alemán Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

¿Y qué dijo? He aquí sus palabras:

 “Millones de nuestros contemporáneos aspiran legítimamente a recuperar las libertades fundamentales de las que han sido privados por regímenes totalitarios y ateos, que tomaron el poder por caminos revolucionarios y violentos, precisamente en nombre de la liberación del pueblo. No se puede ignorar esta vergüenza de nuestro tiempo: pretendiendo aportar la libertad se mantiene a naciones enteras en condiciones de esclavitud indignas del hombre” (Instrucción sobre algunos aspectos de la ‘Teología de la Liberación' , Congregación para la Doctrina de la Fe, 6 de agosto de 1984, Nº XI, 10). Esclavitud obviamente relacionada con la miseria general (Cfr.  Vittorio Messori a colloquio con il cardinale Joseph Ratzinger  Rapporto sulla fede , Edizioni Paoline, Milano, 1985, p.201).

Dijo todo esto, y sólo esto, y la opinión pública occidental se estremeció. Años después, la gigantesca crisis en que se encuentra el mundo soviético vino a probar que el Purpurado no sólo tenía razón; más aún, que sus valientes palabras no habían sido sino un cuadro sumario de todo el horror de la realidad. 

* La gran interpelación que vendrá

  Por el momento, lo que va sucediendo en el mundo soviético atrae de tal modo la atención general que no hay aquí espacio para reflexiones, análisis e interpelaciones más profundas.

Pero para todo eso, llegará oportunamente el día. Y, en ese día, la opinión pública preguntará más incisivamente a los jefes de los partidos comunistas, en todo Occidente, por qué continuaron comunistas a pesar de saber a qué miseria el comunismo había arrastrado a las naciones subyugadas por Moscú. Les exigirá que expliquen por qué, conociendo la situación miserable de Rusia y de las naciones cautivas, consintieron en dirigir un partido político que no tenía otro objetivo sino arrastrar a esa situación de penuria, esclavitud y vergüenza a los propios países del mundo libre en que habían nacido. Por qué, en fin, habían querido con tanto ahinco ese resultado tenebroso, que no vacilaron en ocultar a sus propios secuaces la verdad que a algunos   por lo menos  habría hecho desertar, horrorizados, de las filas rojas.

Esta actitud de los líderes comunistas de las diversas naciones libres, conjurados con Moscú para arruinar cada uno a su respectiva patria, ha de ser considerada por la posteridad como uno de los grandes enigmas de la Historia.

Desde ahora ese enigma comienza a aguijonear la curiosidad de los que tienen la suficiente agudeza de vistas para percibir el problema y detenerse interrogativamente en él. 

* El apresurado blanqueo de la fachada de los PCs no garantiza que los comunistas estén efectivamente cambiando de doctrina

 El cuadro, ya viejo de siete décadas, que tantos líderes de los diversos partidos comunistas diseminados por el mundo no quisieron o no pudieron ver –  y que ahora dejan tan crudamente patente los dramáticos acontecimientos que van agitando al mundo soviético ese cuadro, decimos, comienza a proyectar en estos días un visible malestar en los PCs de varios países. El propio rótulo  “PC”, del cual tanto se ufanaban, les va pareciendo, en el terreno psicológico, inhábil y, en el terreno táctico, vejatorio.

Por esto, varios de ellos tienden ahora a rotularse socialistas. Sin embargo, ese cambio no es sólo de rótulo – dicen – mas pretende ser también de contenido.

Tales cambios nos sugieren de inmediato algunas reflexiones:

1. Lo que los PCs hagan en el futuro no puede servir, por si solo, para justificar lo que hicieron o dejaron de hacer hasta ahora. Por ejemplo, su cambio de título de ningún modo explica por qué, hasta el momento, apoyaron todo lo que se hacía en el mundo soviético, ni tampoco el completo silencio de los PCs del mundo libre sobre la terrible miseria reinante en Rusia y en las naciones cautivas. Así, las preguntas e interpelaciones que arriba enunciamos continúan de pie.

2. Los cambios en curso sólo podrán ser tomados en serio si los PCs anunciaran claramente:

a. lo que hayan cambiado en sus doctrinas filosóficas, socio-económicas, etc.;

b. por qué procedieron a tal cambio y que relación tiene éste con la perestroika.

3. Además, es preciso que los PCs aclaren en concreto:

a. cómo enuncian, hoy en día, sus posiciones frente a la libertad de la Iglesia Católica y,  mutatis mutandis , de las demás religiones;

b. de qué modo han pasado a concebir la libertad de los partidos políticos, así como de las diferentes corrientes filosóficas, políticas, culturales, etc., que está contenida en los derechos asegurados a la persona humana en el Decálogo;

c. si cambiaron – y en qué – sus doctrinas y sus proyectos legislativos, en lo que atañe a las instituciones de la familia, de la propiedad y de la libre iniciativa;

d. y, por fin, si consideran su  new look dotado de razonable estabilidad o como una mera etapa de un proceso evolutivo que tiende a otras posiciones;

e. en este último caso, ¿cuáles son esas posiciones?

 Sin estas aclaraciones, el apresurado blanqueo de la fachada de los PCs con colores socialistas no da la menor garantía de que los comunistas cambiaron efectivamente de doctrina.

 

V. ¿Por qué combatían implacablemente a los anticomunistas, que erguían barreras contra la penetración de la desgracia soviética en sus países?

 Sin embargo, había algo aún más grave. ¿Por qué esos líderes comunistas diseminados por el mundo sumaron, a la engañosa patraña del silencio organizado sobre el  paraíso  soviético, la detracción sistemática e infatigable, durante siete largas décadas, contra todos los que – individuos, grupos o corrientes – se empeñaban dedicadamente en evitar a sus patrias la desdicha soviética, abriendo los ojos de la opinión pública a esa realidad? 

* Las redes internas al servicio del adversario moscovita

 En esa difamación, de torrencialidad y continuidad diluvianas, los PCs tuvieron la agilidad de montar a su servicio redes enteras de auxiliares que, instalados en categorías sociales libres de sospecha de favorecer al comunismo, tenían sin embargo en sus filas un considerable número de  inocentes útiles , de diestros ejecutores de la táctica de  ceder para no perder , etc. Todo concebido y resuelto en cada país con los matices peculiares a las circunstancias locales. 

* Inocentes útiles: clérigos, burgueses y políticos que no atacaban al comunismo, pero mantenían un incesante diluvio de difamaciones contra las organizaciones anticomunistas

 Los inocentes útiles eran adiestrados para borrar la noción de la  nocividad del comunismo y de su importancia como peligro próximo para cada país.  Inocente útil era de preferencia un   clérigo de apariencia conservadora, un tranquilo y despreocupado  burgués, un  político que se diría absorbido enteramente en los tejemanejes a-ideológicos de la politiquería. Y así sucesivamente. Ninguno de ellos veía, en los  mass media , ni siquiera lo poco que éstos venían difundiendo sobre las llagas internas del régimen comunista; ni percibía el avance de la ofensiva roja en la vida interna del país; no temía para el día de mañana un golpe comunista y, menos aún, una victoria comunista; vivían tranquilos y esparcían a su alrededor la despreocupación.

Todo esto implicaba que se crease en torno del anticomunismo un clima de prevención y desdén, simétrico y opuesto al clima de simpatía y confianza que su propia inocencia, tan raramente sincera, constituyó en beneficio del comunismo.

 El comunismo jamás se abstuvo de aprovechar también la colaboración de los estultos, de quienes la Escritura dice “infinitus est numerus”  (Eccles. 1,15) en el común de la humanidad y  “quorum parvus est numerus”  en las filas rojas.

Nótese bien que, en la mayoría de los casos, los inocentes útiles no tomaban la iniciativa de hablar contra las personalidades o grupos anticomunistas, porque preferían ignorarlos sistemáticamente.

Sin embargo, cuando en algún círculo, alguien atribuía a este o aquel personaje o grupo anticomunista un hecho que los desluciese, el inocente útil era el que más apresuradamente creía en el hecho, más se indignaba con él, más frecuentemente tenía algún pormenor (verosímil o inverosímil) para  “confirmarlo”.

Por el contrario, si alguien, en el mismo círculo, contase algo que desprestigiara a un personaje o grupo comunista, el inocente útil, munido de las dudas sistemáticas de un método de análisis benévolo, inmediatamente aducía circunstancias atenuantes en favor de la inocencia del incriminado, se desolaba con el riesgo de que investigaciones policiales desproporcionadas conmoviesen la tranquilidad de las familias de las personas en cuestión, etc., etc. En todo ello podría haber cierta dosis de equidad y de sentido común, pero, sobre todo, de bellaca y bien disfrazada parcialidad en favor del comunista. Lo anterior se hace evidente tomando en consideración que el inocente útil tenía todos estos ademanes azucarados sólo en favor de personajes y grupos de izquierda, y absolutamente nunca en favor de personajes de derecha.

En toda esta conducta, el habilidoso inocente útil jamás tenía una palabra en pro del comunismo, lo cual era indispensable para su acción. Si elogiase en algo al comunismo despertaría sospechas, dejaría de parecer inocente y, en consecuencia, de ser útil. 

* Tarea de otros inocentes útiles

 Otros inocentes útiles desarrollaban un trabajo táctico peculiar.

Como los anteriores, jamás deberían decir una palabra explícita en favor del comunismo. Su tarea esencial consistía en atizar el izquierdismo de todos los que aún no fuesen comunistas, llevándolos, en consecuencia, a colaborar, aunque sólo en parte, con el PC respectivo. Por ejemplo, en un círculo de hacendados un tanto indolentemente contrarios a la Reforma Agraria, este tipo de inocente útil debía tan sólo lamentar la improductividad de ciertos latifundios e inducir a una actuación antilatifundista a quienes con él concordasen. Por tanto, a una acción agror-reformista que realizara, por lo menos en parte, el plan de Reforma Agraria integral, que es la meta perseguida por el comunismo.

De este modo, los comunistas y los inocentes útiles pasarían a actuar en un frente único en pro de una Reforma Agraria moderada.

Esta era sólo la primera etapa.

Así, en ese grupo “moderado”, el mismo inocente útil inicial atizaría a algunos en favor de un fraccionamiento confiscatorio también de propiedades de tamaño mediano y no sólo del latifundio. Era una invitación implícita para que, obtenido este otro resultado, todos los izquierdistas tomasen el mismo rumbo que él, en un frente único, hacia la nueva etapa, esto es, la reforma confiscatoria de todas las propiedades rurales, grandes y pequeñas.

Quedaba así alcanzada la meta agror-reformista última del comunismo. 

* Otros cooperadores del comunismo

 Y así sucesivamente se podría hablar de los que aplican la táctica del  ceder para no perder, etc., etc., pero esto no haría sino alargar excesivamente el presente trabajo.

Para tener un cuadro general del avance del comunismo en un país, es preciso tener en vista, por lo menos, lo que aquí acaba de ser descrito.

Lo siniestro de este cuadro está, sin duda y principalmente, en el propio carácter siniestro del destino comunista preparado para el país en foco. 

* La tentativa de demolición por la calumnia: la inocuidad de los estruendos publicitarios contra la TFP brasileña

 Pero lo siniestro consiste también en la refinada injusticia con que, al servicio del avance del enemigo, se procura cubrir de calumnias murmuradas y de origen anónimo y así arrastrar por las aguas sucias de la difamación, a aquellos que tenían y tienen la  culpa inexpiable  de defender al país contra los que le quieren imponer el terrible destino bajo el cual se retuerce, clama y se rebela un número creciente de naciones o etnias cautivas.

Y, a veces, esas embestidas, insufladas y apoyadas por el comunismo, cuando no suscitadas directa o indirectamente por él, no se han restringido a calumnias murmuradas, sino que han crecido hasta tomar las proporciones de verdaderos estruendos publicitarios promovidos con gran despliegue contra la TFP brasileña en los últimos 24 años. Son en total doce estruendos, cada uno de los cuales se levanta como un tifón devastador, al cual parece que la TFP no resistirá.

Este tifón encuentra desde el comienzo el apoyo de todos los clanes de inocentes útiles diseminados por el País, con sus diversificados e infatigables equipos de detractores especialmente habituados a actuar en el recinto de las familias, de las sacristías, de los clubes y de los grupos profesionales.

Mientras todo murmura, todo hierve, todo grita, la TFP prepara tranquilamente su réplica. Y cuando ésta al fin sale a la luz, siempre serena, cortés, pero implacablemente lógica, la argumentacion de nuestra entidad va haciendo callar al adversario. Este casi nunca contesta la réplica y se va recogiendo a su madriguera. Lo mismo hacen sus  partidarios de todo estilo y género. Gradualmente, todo el mundo va  olvidando  todo: el enemigo se bate en retirada sin que, en la generalidad de los casos, la TFP haya perdido un solo socio, cooperador o corresponsal, un solo benefactor, amigo o simpatizante.

Y si bien esos  estruendos  procuran, en la medida de lo posible, expandirse por toda la  Tierra, nada ha impedido que la gran familia de las TFPs cohermanas y autónomas – en el mundo de hoy, el mayor conjunto de organizaciones declaradamente anticomunistas inspiradas en el Magisterio tradicional de la Iglesia – continúe creciendo. Y de tal modo que actualmente existen TFPs en todos los continentes.

* * *

 Entre tanto, llegaron los días de Gorbachov, los cuales van conduciendo a lo que se ve. Y ahora la verdad de los hechos en la Rusia soviética y en el inmenso conjunto de naciones subyugadas está patente a los ojos de todos.

Las TFPs tienen el derecho de consignar públicamente estas reflexiones y de interpelar especialmente a sus opositores más directos, los líderes comunistas de Occidente.

 

VI. La Gran Cruz: lucha con los hermanos en la Fe

 Sin embargo, por más que se alarguen estas reflexiones, por fuerza de la complejidad del tema sobre el cual versan, no podrían omitir un punto capital.

Es el prolongado desentendimiento – a tantos y tantos títulos doloroso – con gran número de hermanos en la Fe. 

* De Pío IX a Juan Pablo II

 Ya en los sufridos y gloriosos días del pontificado de Pío IX (1846-1878), el conjunto de los documentos pontificios deja ver la oposición radical e insuperable entre la doctrina  tradicional de la Iglesia, por un lado, y los devaneos sentimentaloides del comunismo utópico, por otro, así como el asalto rencoroso y pedante del comunismo científico o marxista.

Esta incompatibilidad no hizo sino ahondarse en el transcurso de los pontificados posteriores como lo demuestra, por ejemplo, la afirmación lapidaria de Pío XI, contenida en la Encíclica  Quadragesimo Anno, de 1931: “El socialismo (...) se funda sobre una doctrina de la sociedad humana propia suya, opuesta al verdadero cristianismo. Socialismo religioso, socialismo cristiano, implican términos contradictorios: nadie puede ser a la vez buen  católico y verdadero socialista”  (Doctrina Pontificia, Documentos Sociales , Ed. BAC, Madrid, 1964, p.681).

Y más señaladamente aún, el famoso decreto de 1949 de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, promulgado por orden de Pío XII, que prohibe a todos los católicos colaborar con el comunismo y castiga hasta con la excomunión ciertas formas de colaboración.

Tales actos pontificios tenían por fin cohibir el trasbordo de católicos hacia las filas del comunismo, por una parte, y, por otra, la infiltración de los comunistas en los medios  católicos, bajo pretexto de una colaboración entre unos y otros para la solución de ciertos problemas socio-económicos.

Este punto era particularmente importante, pues extendiendo la mano a los católicos (“política de la mano tendida”) para esa falaz colaboración, los comunistas declarados y especialmente los inocentes útiles de todos los matices entraban en una convivencia familiar y asidua con los católicos, creando un clima propicio para seducir, hacia el pensamiento y la acción marxistas, a considerable número de hijos de la Iglesia. 

* La era de la Ostpolitik vaticana

 A través de toda la inmensa máquina de propaganda del comunismo internacional, desde el Kremlin hasta la más apagada célula comunista de aldea, comenzaron a registrarse, en el mundo entero, una serie de actitudes un tanto distensivas, ya en relación al conjunto de las naciones libres de Occidente, ya en relación a las diversas iglesias, y especialmente en relación a la Santa Iglesia Católica.

De ahí una nueva actitud de aquéllas y de ésta con relación al mundo de más allá de la cortina de hierro. Tal cambio ya se había vuelto visible en el pontificado del sucesor inmediato de Pío XII, el Papa Juan XXIII (1958-1963), y esa tendencia a la distensión se fue prolongado hasta nuestros días, para culminar con la reciente visita de Gorbachov a Juan Pablo II.

En 1969, con la inauguración de la  Ostpolitik del Canciller teutónico Willy Brandt, ese vocablo alemán entró en boga en los medios de comunicación social. Y, así, acabó aplicándose también a la política distensionista del Vaticano. Sin embargo, en realidad, esta última precedió cronológicamente al distensionismo de Bonn.

Evidentemente, de Pío XII a Juan Pablo II, hubo una inmensa modificación en la línea diplomática del Vaticano en relación al mundo comunista. Esta materia envuelve, sin duda, aspectos doctrinales que dependen del Magisterio Supremo del Romano Pontífice. Pero, esencialmente, la materia es diplomática y, en sus aspectos estrictamente tales, puede ser objeto de apreciaciones diversas por parte de los fieles.

Así, no tenemos duda en afirmar que las ventajas obtenidas por la causa comunista con la  Ostpolitik vaticana no sólo fueron grandes, sino literalmente incalculables. Ejemplo de ello es lo ocurrido en el Concilio Vaticano II (1962-1965).

De hecho, fue en la atmósfera de la incipiente  Ostpolitik vaticana que fueron invitados representantes de la Iglesia greco-cismática (“Ortodoxa”) rusa para acompañar, en calidad de observadores oficiales, las sesiones de aquel Concilio. ¿Ventajas de la Santa Iglesia en esto? – Según lo que hasta el momento se sabe, ínfimas, esqueléticas. ¿Desventajas? Mencionemos sólo una.

Bajo la presidencia de Juan XXIII, y después de Pablo VI, se reunió el Concilio Ecuménico más numeroso de la Historia de la Iglesia. Estaba resuelto que en él irían a ser tratados todos los más importantes asuntos de actualidad, referentes a la causa católica. Entre ellos no podría dejar de figurar –  ¡absolutamente no podría! – la actitud de la Iglesia frente a su mayor adversario en aquellos días. Adversario tan completamente opuesto a su doctrina, tan poderoso, tan brutal, tan astuto como otro igual la Iglesia no había encontrado en su Historia ya entonces casi bimilenaria. Tratar de los problemas contemporáneos de la religión sin tratar del comunismo, sería algo tan fallo como reunir hoy en día un congreso mundial de médicos para estudiar las principales enfermedades de la época y omitir del programa toda referencia al SIDA...

Esto fue, pues, lo que la  Ostpolitik vaticana aceptó a pedido del Kremlin. Este declaró que si en las sesiones del Concilio se debatiese el problema comunista, los observadores eclesiásticos de la iglesia greco-cismática rusa se retirarían definitivamente de la magna asamblea. Estrepitosa ruptura de relaciones que hacía estremecer de compasión a muchas almas sensibles, pues todo lleva a temer, a partir de  ahí, un recrudecimiento de las bárbaras persecuciones religiosas del otro lado de la cortina de hierro. ¡Y, para evitar esta posible ruptura, el Concilio no trató del SIDA comunista!

La mano tendida era cubierta por un guante: el guante aterciopelado de la cordialidad. Pero, por dentro del guante, la mano era de hierro. Lo sentían las más altas autoridades de la Iglesia, lo que no impidió que prosiguiesen con la  Ostpolitik . Esto fue llevando a creciente número de católicos a tomar en relación al comunismo una actitud interior equivalente a una verdadera “caída de barreras ideológicas”. Y en el terreno de la acción concreta, a colaborar cada vez más con las izquierdas en la ofensiva contra el capitalismo privado y en favor del capitalismo de Estado, con la ilusión de que el primero era opuesto a la “opción preferencial por los pobres”, mientras que el segundo tenía varias afinidades (o incluso más que esto) con la opción tan preconizada por el actual Pontífice. ¡Oh, qué cruel desmentido les infligió el capitalismo de Estado! 

* La TFP en la tormenta

 Todo ese sucederse de hechos verdaderamente dramáticos no podía dejar de sobresaltar a fondo (si no fuese la confianza en la Santísima Virgen, sería mejor decir “angustiar de modo atroz”) a los componentes de la TFP brasileña. Por eso, ya en la contaminada y sombría  “madrugada”  de esa crisis, el puñado de católicos del cual nacería en el futuro nuestra entidad dio la voz de alerta (Cfr. Plinio Corrêa de Oliveira,  Em Defesa da Ação Católica, San Pablo, 1943, con prefacio del Cardenal Bento Aloisi Masela, entonces Nuncio Apostólico en Brasil. La obra fue objeto de una expresiva carta de alabanza, escrita en nombre del Papa Pío XII, por el Substituto de la Secretaría de Estado de la Santa Sede, Mons. J.B. Montini, más tarde Pablo VI).

 Incontinenti, comenzó un diluvio de contraataques, que tuvo como resultado que gran número de medios católicos – semilleros de los futuros comunistas de las agitaciones de los años 1963-1964 – se cerrasen a nuestra acción. ¡Así, ecuménicos con todo y con todos, y en especial con los izquierdistas, los católicos de izquierda se manifestaban desde entonces inquisitoriales con nosotros!

 Trabóse de este modo la parte más dolorosa de nuestra lucha. Esta lucha, antiguamente la habíamos emprendido contra el lobo devorador. Ahora, por nuestra propia fidelidad a la Iglesia nos llevaba a entablarla contra ovejas del mismo rebaño. Y, ¡oh dolor de los dolores! hasta con pastores de este o de aquel rebaño bendito de Nuestro Señor Jesucristo.

Toda esa lucha, tan larga y que gotea lágrimas, sudor y sangre de las decepciones, las TFPs la narraron en tres libros, dos de ellos recientes (Medio Siglo de epopeya anticomunista , 1980;  Um homem, uma obra, uma gesta , 1989;  Tradición, Familia, Propiedad – Un ideal, un lema, una gesta: La Cruzada del siglo XX , 1990). Ellos están al alcance de cualquiera que se interese por las TFPs. No es necesario resumirlos aquí.

Dígase simplemente que, con el apoyo de las valientes TFPs entonces existentes respectivamente en Argentina, Bolivia, Canadá, Colombia, Chile, Ecuador, España, Estados Unidos, Uruguay y Venezuela, fue lanzado en 1974 el documento titulado “La política de distensión del Vaticano con los gobiernos comunistas – Para la TFP: ¿cesar la lucha o resistir?”, dirigido al Papa Pablo VI, en el que todas las entidades hermanas y autónomas se declaraban con nosotros en estado de respetuosa resistencia a la  Ostpolitik vaticana.

El espíritu que nos llevó a ello  y que también anima a las TFPs y Bureaux de representación hoy constituídos en  22 países – se puede resumir en este apóstrofe de la misma declaración:  “En este acto filial, decimos al Pastor de los Pastores: Nuestra alma es Vuestra, nuestra vida es Vuestra. Mandadnos lo que quisiéreis. Sólo no nos mandéis que crucemos los brazos ante el lobo rojo que embiste. A esto, nuestra conciencia se opone”. 

* ¿Interpelación?  No: llamado fraterno

 A vosotros, dilectos hermanos en la Fe, cuya vigilancia la falacia comunista extravió o está extraviando, no haremos ni una sola interpelación. De nuestro corazón siempre sereno parte, rumbo a vosotros, un llamado embebido de ardoroso afecto  in Christo Domino : frente al terrible cuadro que en estos días se esboza ante vuestros ojos, reconoced, por lo menos hoy, que fuísteis engañados. Quemad lo que ayudábais a vencer. Y combatid al lado de aquellos a quienes aún hoy ayudáis a  “quemar”.

Sinceramente, categóricamente, sin ambigüedades tendenciosas, pero con la franqueza tan enormemente respetable  que es inherente a la contrición humilde, volved vuestras espaldas a los que cruelmente os han engañado. Y poned en nosotros vuestra mirada, serena y fraterna, de hermanos en la Fe.

Este es el llamado que os hacemos hoy. Expresa nuestras disposiciones de siempre, las de ayer como las de mañana.

En las palabras finales de este documento, nuestra voz se carga de emoción, la veneración nos embarga, nuestros ojos filiales y reverentes se levantan ahora hacia Vosotros, ¡oh pastores venerables que disentísteis de nosotros! ¿Dónde encontrar las palabras de afecto y de respeto apropiadas para depositar en vuestras manos – en vuestros corazones – en un momento como éste?

Mejores no podríamos encontrarlas sino,  mutatis mutandis, en las propias palabras que, en 1974, dirigimos al hoy fallecido Pablo VI.

Las pronunciamos arrodillados, pidiendo vuestras bendiciones y vuestras oraciones.

Hemos dicho.

* * *

 Las diversas interpelaciones enunciadas en los items 2 a 5 y el llamado a los católicos de izquierda (item 6), los hace la TFP por su cuenta y riesgo en el presente documento, publicado con la aprobación unánime de los miembros de su Consejo Nacional.

Como es obvio, asiste a cualquiera de los interpelados – o a aquellos a quienes se dirige el llamado – el derecho de responder.

Y, por el obvio motivo de la proximidad, tal respuesta constituye no sólo un derecho sino un deber para los líderes comunistas de Occidente y los de la izquierda católica.

A ellos, pues, nuestra pregunta final: ¿os callaréis o hablaréis?.

La palabra está con vosotros. 

 San Pablo, 11 de febrero de 1990,

 Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes


(*) “En febrero de 1990, ante la espectacular caída del muro de Berlín y del Telón de Acero, y tras las convulsiones políticas que se sucedían en los diferentes países del bloque comunista, redacté el manifiesto titulado Comunismo y anticomunismo en el umbral de la última década de este milenio, en el cual analizo el Descontento (con D mayúscula) que corroía aquellas naciones y que en seguida tendría como resultado el desmembramiento del imperio soviético. El manifiesto fue publicado por las diversas TFPs” (cfr. Autorretrato filosófico, diciembre de 1994).


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