Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

POPULARIDAD DE HOY

Y DE OTRORA

"Catolicismo" Nº 04 - Abril de 1951

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El contraste entre la indumentaria, la actitud y el porte de estos dos hombres —un rey de Francia antes de la Revolución y un presidente de los Estados Unidos en el siglo XX— es tan inmenso que hace imposible cualquier comparación. Y, en efecto, no pretendemos establecer aquí un paralelismo entre un hombre y otro, lo que carecería de todo interés para esta sección, que no estudia a los hombres personalmente considerados, sino sólo a las sociedades humanas, costumbres, ambientes y civilizaciones.

Para definir con precisión el punto de vista en el que nos situamos en este comentario —ya que se trata más de un comentario que de una comparación— debemos recordar en primer lugar un principio de carácter genérico. Todo grupo humano produce, por un proceso de lenta elaboración psicológica, y casi se podría decir de destilación, ciertos tipos que encarnan especialmente las cualidades y características del grupo. Así, hay boxeadores con los más variados rasgos fisonómicos, pero hay un tipo ideal clásico de boxeador, al que algunos se asemejan más y otros menos, pero que, en cierto modo, cada uno realiza en sí mismo. Lo mismo podría decirse de los locutores de radio.

Naturalmente, existe la mayor variedad fisionómica e incluso técnica entre ellos. La forma de dirigirse al público, la manera de presentar el tema, el timbre y la inflexión de su voz varían casi hasta el infinito. Sin embargo, considerado el tema en tesis, lo mismo podría decirse de todas las profesiones, desde las más elevadas hasta las más modestas, desde las más antiguas hasta las más modernas. Ahora bien, todo grupo humano siente una inclinación especial hacia los tipos que lo expresan característicamente. Es un reflejo muy explicable del amor que el grupo tiene por sus ideales, su mentalidad y su propia forma de ser. De ahí la popularidad, no sólo de ciertos hombres, sino de ciertos tipos literarios que nunca tuvieron existencia real, e incluso de ciertas figuras de caricatura y "charge" [N.C.: retrato, narración, dibujo, etc., conteniendo exageraciones], como Juca Pato [N.C.: personaje caricatural de la prensa de São Paulo en los años 20/30], que representaba al pequeño burgués sensible, fino observador y al mismo tiempo algo ingenuo, y Jeca Tatu [ídem], la caracterización pintoresca, aunque muy exagerada, del caipira [N.C.: apodo del habitante, un poco tosco, del mundo rural de antaño] brasileño.

Sintiendo al vivo la fuerza de la popularidad resultante de este principio genérico, los reyes y jefes de Estado han tratado en todo momento de encarnar en si mismos el alma nacional. Este propósito puede haber sido sólo instintivo en algunos, más claro en otros, totalmente explícito e intencional en unos pocos, pero de una u otra manera —genéricamente consideradas las cosas— todos los jefes de Estado, en todos los tiempos, han buscado rodearse de exterioridades cercana o remotamente tendientes a reflejar un determinado ideal social colectivo, constituyéndose así en el blanco del aprecio y la simpatía general.

El primer cliché es un cuadro oficial de grande circunstancia, pintado por Rigaud [N.C.: Hyacinthe Rigaud : Portrait de Louis XV, 1727-1729, Versailles, musée national du château], y que representa a Luis XV vestido con todas las insignias reales. Que el pintor fuera Rigaud, y el modelo Luis XV, poco importa para nuestro estudio, pues este traje y estas insignias se pierden, por así decirlo, en la noche de los tiempos, habiendo servido también a los antepasados del Rey. Lo importante es que se trata de un cuadro oficial, en el que la actitud, el porte, la expresión, la vestimenta del modelo y, por tanto, en cierta medida, la propia técnica del pintor, obedecen a cánones ya establecidos como capaces de causar una impresión favorable y "generar popularidad".

Una atmósfera de majestuosidad impregna el cuadro, acentuada por el gran manto violeta forrado de armiño, bordado con flores de lis de oro, y el esplendor de las insignias reales. Defensor de la Iglesia, primer caballero de su Reino, reuniendo exponencialmente en su persona toda la distinción y el refinamiento de una nobleza que a su vez es el exponente de la propia nación, un Rey de Francia encarnaba así todos los ideales de una sociedad en la que la Fe, la tradición, la destilación de los valores a través de un proceso formativo de base familiar llevado a cabo durante siglos por familias de élite, eran los elementos más esenciales de las Instituciones, generalmente aceptados y apreciados por la psicología colectiva. Cuanto más alto, más poderoso, más exquisito sea el Rey, más ufano y dignificado el pueblo.

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Precisamente en la época de Luis XV, esta mentalidad comenzó a cambiar, socavando la sociedad y preparando la Revolución Francesa de la que surgió el mundo contemporáneo.

Esencialmente igualitaria, la Revolución Francesa cambió los criterios de popularidad. Los grupos humanos ya no se sentían encarnados y representados por sus figuras exponenciales, ya que la figura exponencial es el producto de una selección y toda selección es antiigualitaria. La popularidad dejó de converger en los hombres excepcionales, superiores, para concentrarse en los hombres modelo, en los hombres masa. De ahí que los cuadros oficiales que representan a los jefes de Estado en chaqué y con todas sus condecoraciones hayan perdido casi toda capacidad de generar popularidad. Para ser popular, el jefe de Estado no debe demostrar que es más que los demás. Al contrario, debe demostrar que no es más que nadie, que es como todos los demás. Por eso los cuadros oficiales se quedaron en las paredes de los grandes salones nobiliarios que viven vacíos y cerrados, excepto en los raros días de gala. Y los jefes de Estado comenzaron a hacerse ver por el público, sobre todo en periódicos y revistas, fotografiados en las actitudes ordinarias de la vida cotidiana. Tratan de hacer olvidar al público que son Jefes de Estado, para aparecer como simples burgueses en la época de la burguesía... Ahí tenemos al presidente Truman, en una foto a toda página en una revista americana, tocando burguesamente su piano. Hay que destacar que esto no puede considerarse típicamente norteamericano. Estos vientos soplan en todo el mundo, y en la propia Europa no son raros los presidentes e incluso los reyes que obedecen a la misma influencia. Insistimos: no estamos comentando aquí sobre un hombre, y mucho menos sobre un país, sino sobre una ideología y una época.

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Así soplan los vientos. ¿Y para dónde están soplando? ¿Llegará el día en que los jefes de Estado tengan miedo de presentarse como burgueses y prefieran la chaqueta proletaria de Stalin? ¿Y en que los diplomáticos adoptarán los modales "fuertes" de Ana Pauker?

 

[Traducción realizada con la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator]