Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Damas y caballeros de 1900,

deportistas de 1954

 

"Catolicismo" N.º 43 - Julio de 1954

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Gracias de antaño: bajo los frondosos árboles de un parque parisino, cinco elegantes damas de principios del siglo XX se entretienen. La levedad, el aparato, la albura de los trajes dan al grupo un aspecto de distinción, de juventud y de espirituosa alegría. Las modas de esa época pueden ser apreciadas de forma diversa por los estetas. Sin embargo, es cierto que en este caso concreto encontraron una realización notablemente feliz. Desde el punto de vista psicológico, la ropa de nuestra primera fotografía expresa con gran propiedad lo que la mentalidad de la época exigía de una dama: gracia femenina, recato, espíritu, refinada finura. Recato, además, ya perjudicado por un cierto “picante” que se acentuará y del que nacerán las aberraciones posteriores.

Con el paso del tiempo las circunstancias fueron cambiando, el ideal de la dama delicada, femenina, grácil y fina fue pasando por metamorfosis. Y acabó dando en el tipo de mujer eficiente, ingeniosa, de pelo cortado, gafas de sol, pantalones de hombre, camisa de hombre, zapatos de hombre, actitud de hombre y… no pocas veces pretensiones de hombre, de 1954, de que el segundo cliché es un ejemplo.

El hombre, a su vez, se ha transformado. El viento impetuoso de la modernización ha llevado su sombrero de copa o de fieltro, ha barrido los mechones de su otrora opulento bigote con sus puntas estilo “Kaiser”, ha suavizado su camisa almidonada, ha cortado sus pantalones de la rodilla para abajo y lo ha transformado, convirtiendo a la persona barnizada y seria de 1900 en el niño grande de 1954, de 30, 50 o 60 años, propenso a ejercer todas las habilidades de la adolescencia: llevar una maleta, sacar un coche de un barrizal, talar un árbol o, más modestamente, conducir un burro.

Esta inmensa transformación de la vestimenta y del tipo humano supone, por supuesto, una modificación no menor del estilo de vida, y del contenido más íntimo del alma humana. Y aquí radica principalmente su importancia. ¿Qué pensar de ello?

¿No ve el malhumorado redactor de esta sección que esto era inevitable, que la técnica impone hoy en día una vida más austera, más sencilla y más dura, y que, en consecuencia, no se puede culpar a las personas que se adaptan resueltamente a las nuevas condiciones?

Una objeción aparentemente incontestable, pero superficial y frívola en realidad. Porque decir que algo es inevitable no es agotar el tema. Habría que preguntarse si esta transformación —inevitable, por hipótesis— fue para bien o para mal. Si la inmolación de las exigencias más fundamentales del gusto, la dilución de tantas características del sexo, la metamorfosis de las mujeres en crías deformes, y de los hombres en críos bulliciosos, es un bien o un mal. Porque si es un bien, se puede aplaudir. Pero si es un mal cumple protestar, investigar las causas, eliminarlas, y hasta que se consiga hay que mitigar los efectos desastrosos por todos los medios. “Inevitable” … ¡una palabra favorita de los débiles, imprecisa y de aplicación confusa! En determinadas condiciones, ciertas consecuencias serán quizás más o menos inevitables. Pero ¿son estas condiciones en sí mismas inevitables? Y entonces, en tesis, podría ser inevitable alguna transformación en el traje, y no la capitulación mental del hombre ante los amezquinamientos que esta modificación podría provocar. Por último, inevitable no es sinónimo de irremediable. Si consideramos que una determinada transformación es mala, ¿no podríamos al menos estudiar la posibilidad de paliar sus efectos? Por el contrario, considerando como inevitables todos los fenómenos que gravitan en torno a esta inmensa transformación del estilo de vida, ¿no se practica una verdadera capitulación?

Pero, dirá alguien, la comparación es torpe. El matrimonio de este siglo está de excursión por el campo, sin pretensiones sociales. Por el contrario, las damas de 1900 están en un lugar de reunión social. De ahí, y sólo de ahí, la diferencia en las dos fotografías.

Un simple error. Nadie ignora que las actitudes deportivas, los modales deportivos, el ambiente deportivo, las ropas deportivas están invadiendo toda la vida. Y que hay una tendencia creciente a llevar ropa deportiva en circunstancias o entornos que tienen una relación muy lejana con el deporte. Esto indica claramente que, más día menos día, estos serán los trajes habituales. Es contra este espíritu de convertir la vida en un picnic que debemos protestar, en nombre del sentido común, del criterio y del amor a las justas proporciones.

Por supuesto que el ejercicio físico practicado dentro de los límites adecuados no tiene nada de malo. Por el contrario, merece elogios. Pero ver sólo el ejercicio físico en el deporte contemporáneo, sin tener en cuenta toda la atmósfera psicológica que tan a menudo lo rodea, es simplificar las cosas. Este ambiente, que trae consigo la sobrevaloración del cuerpo, de la fuerza, de la salud, el culto a la comodidad, la manía de reducir todo a lo más fácil, a lo más práctico, a lo más elemental, la antipatía hacia el refinamiento, la distinción, las formas, los estilos y los protocolos, una cierta juventud postiza al reír, al caminar, al gesticular, al hablar e incluso al mirar, resulta de toda una falsa doctrina sobre el deporte. Y es posible, incluso necesario, combatir esta falsa doctrina sin con eso negar la licitud y utilidad del ejercicio físico templado, compuesto y discreto, igualmente capaz de desarrollar el cuerpo y proteger los verdaderos valores del alma.

Quien quiera medir cuánta aberración hay en esta invasión del espíritu “deportivo” en la vida actual, debe considerar lo siguiente. Si estas señoras de 1900 quisieran hacer un picnic con estos trajes, ¿quién no pensaría que son pedantes? ¿Querer hacer vida de salón en traje deportivo no es también un disparate? Y de los dos disparates, el de la pedantería y el de la rusticidad, ¿cuál es más dañino para la cultura? Ciertamente, la invasión del salón por el ambiente de los picnics y de los estadios.

Muchas de las elegantes de principios de siglo son hoy las abuelas de cierto estilo moderno, bulliciosas, maquilladas, transformadas en crías tardías.

Si en 1900 les hubieran dicho que al final de su vida estarían así, ¡cómo habrían llorado! ¿Cómo explicar entonces la naturalidad con la que se dejaron metamorfosear en lo contrario de lo que eran? Falta de principios, oportunismo, esclavitud a la moda. He aquí el conjunto de defectos que han provocado esta inmensa transformación.