Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Rectitud Natural Gentílica y

Desvarío de Apóstatas

 

"Catolicismo" Nº 63 - Marzo de 1956

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Durante ocho siglos, la Cruz y el Islam se enzarzaron en una lucha a muerte en España, que sólo terminó cuando las tropas de los Reyes Católicos tomaron Granada y expulsaron al último régulo musulmán de la península.

Las razones de esta mortal oposición eran múltiples. En el plano religioso, se explicaba por una diferencia irreconciliable de doctrinas, por el violento contraste entre la moral del Evangelio y la depravación mahometana, por el doble propósito de los seguidores de Mafoma, de impedir la predicación del cristianismo en las tierras que dominaban y de someter por la fuerza a las naciones católicas, extinguiendo en ellas nuestra santa Religión.

La larga epopeya de la Reconquista cristiana se inspiró en una fe ardiente y una intransigencia sublime. Pero esta intransigencia no excluía una actitud de discernimiento inteligente con respecto a los valores de la civilización árabe. Por ello, al tiempo que exterminaban el mahometanismo, los vencedores conservaron numerosos monumentos erigidos por los vencidos, consagrando incluso varias mezquitas al culto del Dios Verdadero.

¿Sincretismo religioso? ¿Quién podría acusar a los héroes de la Reconquista de este repulsivo error?

El motivo es otro. El mahometanismo, como tantas otras religiones falsas, nunca produjo en sus fieles una influencia tan profunda que extinguiera en ellos todo amor a la verdad, todo sentido moral y, en consecuencia, toda inspiración artística. Por el contrario, estos valores, alimentados por una rectitud natural que en buena parte persistía en sobrevivir, y por preciosas tradiciones culturales, continuaron desarrollándose, dando lugar a culturas y sistemas artísticos admirables en muchos aspectos. Los conquistadores del Islam —movidos por el espíritu de la Iglesia, que no desprecia ni rechaza lo que el hombre produzca de recto y bueno—, movilizando prudentemente contra los remanecientes de Mafoma la vigilancia de la Inquisición, conservaron con amor las maravillas del arte árabe y las consagraron legítimamente al culto divino.

Una expresión flagrante de ello es el aspecto interior de la Mezquita de Córdoba, hoy Catedral católica. Los numerosos arcos, ingeniosamente superpuestos unos sobre otros, dan al escenario una dignidad, una ligereza y un encanto innegables. El espíritu se siente naturalmente inclinado a abandonar la tierra y a elevarse a cogitaciones nobles y serenas. Está claro que esta obra no puede haber nada del espíritu de fe que hace de la Sainte Chapelle de París, o la de Asís, como que antecámaras del cielo. Carece de lo sobrenatural en todos los sentidos. Pero nadie podría decir que en esta atmósfera naturalmente armoniosa y digna no podrían desarrollarse convenientemente las pompas sagradas de nuestra liturgia.

¿Podría decirse lo mismo de cualquiera de estos tres edificios [mostrados arriba]? ¿Para qué sirven? ¿Gimnasio? ¿Un cine? ¿Un club? ¿Teatros? ¿Depósito de mercancías? ¿Fábrica? Poco elegantes, pesadas, de formas brutalmente simples, tienen algo de lúgubre, de proletario (en el peor sentido del término), de vulgar. Parece que en su interior un misterio inmanente actúa a la manera de la ley de la gravedad, y que sus paredes, sus techos, tienden a hundirse en el suelo. Un movimiento bastante opuesto, por tanto, a aquel por el que las almas tienden a elevarse hacia el Cielo. ¡Cuánto difiere esto de la noble ligereza, ya no diríamos de una torre gótica, sino de un minarete árabe!

Ahora bien, se trata de tres iglesias ultramodernas, una protestante, otra judía y otra finalmente católica, de una universidad estadounidense [Brandeis University, Waltham, Massachusetts]. En ninguna de ellas hay rastro de las respectivas tradiciones o espíritu. Colocadas así, lado a lado, dan la impresión de tres especies igualmente legítimas de un mismo género, el género religión. En ellas el mismo espíritu les ha dado la misma fisonomía.

Uno tiene la impresión de que tienen una sola alma, de que la fuerza que las hinca al suelo es el misterio inmanente, siniestro y frío que les da el aire de tres gotas de un mismo líquido, tres cajas llenas de la misma sustancia, tres fábricas que producen el mismo artículo.

Es, a nuestro juicio, el alma misma del neopaganismo contemporáneo, el tinte madre de todo lo peor del paganismo antiguo, que corroe mucho más eficazmente que este todas las manifestaciones culturales en las que anida, y lo reduce todo a una uniformidad desoladora.

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