Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

¿Todo lo moderno es malo?

 

"Catolicismo" Nº 80 - Agosto de 1957

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¿Entonces, todo lo moderno es malo? Esta es la pregunta que puede hacerse algún lector de esta sección que carezca de elevación y fuerza de espíritu para vivir en oposición habitual a las opiniones y costumbres de nuestros contemporáneos. Si respondiéremos afirmativamente, habremos caído en el absurdo total, y este lector de alma pequeña se sentirá interiormente desobligado —¡y con qué alivio!— de acompañarnos. Si respondiéremos negativamente, al menos podrá decir que ante el mundo actual no somos intolerantes, que el periódico de su elección no tiene ese negro defecto de la intolerancia, respecto al cual es tan intolerante el espíritu de este siglo, que se jacta, además, de tolerar todas las formas de error y de vicio.

Si por moderno entendemos hodierno, es decir, nacido hoy, o que vive en nuestros días, no podemos decir que todo lo moderno es malo. En este sentido, la Santa Iglesia, que existe desde hace veinte siglos, o la monarquía inglesa con sus ritos medievales, son modernas.

¿Cómo podríamos apedrear todo, absolutamente todo lo que es de origen reciente, sin suicidarnos al mismo tiempo? Porque nuestro periódico nació ayer, y la animada y cada vez más extensa legión de lectores que lo aplauden y lo difunden por todo el país es de hoy. 

Pero si por “moderno” entendemos lo que lleva el sello del espíritu igualitario, sensual y naturalista, entonces realmente todo lo que es moderno es malo. ¿Y podría no serlo?

Que no todo lo hodierno nos parece malo lo ejemplifican, en lo que a arte se refiere, las figuras de la “Orchestre doré” del conocidísimo y actualísimo pintor Raoul Dufy.

Sin duda, nada en ellos copia el gusto o la técnica de otras épocas. Si hay algo que no se puede decir de ellos es que son anacrónicos. No obstante, los publicamos con mucho gusto. Son figuras que expresan, con brío y gracia, actitudes y estados de ánimo de una realidad palpitante. El esfuerzo apasionado del timbalero, el flautista aplicado, el trompetista que interpreta su papel de forma un tanto distraída y descuidada, el arpista, profundamente reflexivo, el pianista que lucha con una interpretación extremadamente difícil simbolizada por la inmensidad del piano, todo vive, todo se mueve, todo vibra, y especialmente gravita la luz de la sonrisa ingeniosa y divertida de Dufy.

La gracia, la vida, la ligereza de la obra no provienen del hecho de que esta se realice en nuestros días. Provienen de las cualidades del artista, de su noción exacta de lo que es el arte.

Y, como transición al siguiente comentario, destaquemos esta frase de Dufy: “La originalidad es una monstruosidad” [1]. Una frase exageradamente genérica, por supuesto, pero que, aplicada a la mala originalidad, es completamente cierta.

No aplaudimos todo lo que pintó Dufy. Aplaudimos su talento, y reconocemos con gusto que, al evitar esta falsa originalidad, tuvo la suerte de no llegar a lo monstruoso. Esa monstruosidad que hoy en día tiene tantos adeptos.

Tampoco la monstruosidad de esta “Figura” de Picasso proviene del simple hecho de ser hodierna. Porque si fuera así, todo el mundo lo sentiría o lo pintaría de esta manera. Esta monstruosidad proviene, eso sí, de un conjunto de concepciones, tendencias y sentimientos cada vez más dominantes en nuestros días. Por ejemplo, la búsqueda del original, y precisamente del original monstruoso.

¿Por qué comentar esta aberración? Y si esto es ser moderno, ¿cómo lo puede ser un ente equilibrado?

En una reciente carta al director de la revista “Time”, publicada en su número del pasado 17 de junio, un lector, el Sr. Gerald H. Whippie, cita las siguientes palabras de Picasso: “Sólo soy un entertainer. (expresión inglesa intraducible, que designa a los que tienen por trabajo distraer al público). Soy famoso. Soy rico. Pero cuando me encuentro frente a mí mismo no tengo el valor de considerarme un artista en el gran y antiguo sentido de la palabra”.

No nos hemos preocupado de comprobar la exactitud del texto. ¿Por qué, si está claro que Picasso, a solas consigo mismo, no puede pensar de otra manera?


[1] "Raoul Dufy" - ed. "L'Amour de l'Art", p. 48

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