Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Dos estilos de fiesta,

dos concepciones del universo

 

"Catolicismo" Nº 83 - Noviembre de 1957

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Aspecto interno de un templo católico donde se celebra una ceremonia litúrgica. El altar y el presbiterio están iluminados. El Pontífice, en el trono, está rodeado de sus acólitos. En el ábside, del que se puede ver una parte, se comprimen los fieles. Los grandes festones, que penden del techo y se sujetan a las columnas, acentúan el ambiente festivo. El ambiente es de pompa y alegría, como suele ser en las solemnidades de la Iglesia. No hay nada, absolutamente nada en él que pueda parecer revolucionario, totalitario o proletarizador.

Sin embargo, la fiesta que se celebra es una fiesta del trabajo. Si observamos bien, encontraremos que las guirnaldas están hechas de cestas, las cestas decoran el púlpito y cubren la misma Cruz a cuyos pies se realiza el Sacrificio.

Es que la región —Thiérache, en el Aisne (Francia)—, es especializada en la fabricación de cestas. Y como esta es la fiesta de los cesteros, han adornado todo el edificio sagrado con el fruto de su trabajo.

El significado de esta decoración es profundísimo. Nos muestra que la Iglesia considera el trabajo, incluso el manual, con afecto maternal y que esta Madre amorosa se alegra de adornarse con las ofrendas de sus hijos.

Pero, en sentido contrario, vemos ahí que, para convivir amorosamente con el mundo de la industria y del trabajo, la Santa Iglesia no necesita adoptar los aires de fábrica o estilos de sindicato. Sin dejar de ser auténticamente Ella misma, en su pompa, en su majestad, la Esposa de Cristo puede reunir en torno a Sí a los hijos de todas las clases, como una Reina llena de bondad. Y así, bajo su influencia, las fiestas del trabajo adquieren un aire de nobleza y dignidad que expresa bien la alta estima en que Ella las tiene.

Con un paso ritmado y rápido, rostros sombríos, gesto mecánico y estandarizado, los abanderados avanzan. En ellos el odio se trasluce en todos los sentidos. Sus pies parecen pisar a los enemigos, sus ojos parecen mirar fijamente a los enemigos, sus corazones parecen estar llenos de enemistades, sus enormes estandartes ondean pesados y siniestros, al soplo de un viento totalmente impregnado de amenazas, rencores y trágicos designios.

Se trata de un desfile de trabajadores en la fiesta del deporte en Moscú. El trabajo manual se presenta allí como un vencedor que expande todos sus odios comprimidos de siglos, y está a punto de destruir todo lo que no sea músculo, masa, máquina, materia. Materialismo agudo, en definitiva, una forma extrema de igualitarismo, que reduce todo al nivel de lo más bajo en la escala de la creación, es decir, la materia.

Dos estilos de celebración, dos concepciones del trabajo, dos visiones del universo.

En una, se expresa el amor por todos los valores sobrenaturales, espirituales y materiales de la creación, desde los más elevados hasta los más modestos, en la coexistencia jerárquica y armoniosa deseada por Dios. En la otra, el conflicto infernal e inexorable entre todo lo elevado, que conducirá “fatalmente” al triunfo final de la Revolución, y al sombrío reinado de la materia sobre el mundo.

Una es la fiesta del trabajo tal y como la entienden los hijos de la luz. Y la otra es la fiesta del trabajo tal y como la entienden los hijos de las tinieblas.

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