Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Modestia y dignidad,

extravagancia y Revolución

 

"Catolicismo" Nº 90 - Junio de 1958

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Cuatro ingleses que evidentemente han superado la edad de sesenta años. La vejez se presenta en ellos, al menos desde cierto punto de vista, como un apogeo. Son hombres en cuyo espíritu están profundamente arraigadas ciertas formas de pensar, sentir y ser. Al mismo tiempo, están en posesión de una experiencia de vida, llena de lúcida y despretenciosa seguridad. Poseen esa forma especial de madurez y buen sentido que sólo se adquiere cuando se ha llevado una existencia larga, honorable y temperante. En sus cuerpos, ya cansados, pero que conservan gran parte de la equilibrada robustez de antaño, brilla una llama de vida que da sus más altos destellos antes de extinguirse en esta tierra. ¿Quiénes son estos hombres? ¿Pequeños burgueses sólidamente establecidos? ¿Dignos abogados, médicos o ingenieros provinciales? No. Simples obreros jubilados. Tal es el nivel de conciencia de su propio valor, de lucidez de espíritu, de fuerza de la personalidad, al que la tradición cristiana de Occidente ha elevado la parte de la clase obrera que ha seguido aceptando su benéfica influencia.

Porque es bueno ver que tales trabajadores no se formaron bajo la influencia de sindicatos ebrios de anarquía y revolución, sino en una tradición doméstica y civil remotamente heredada de los fecundos y gloriosos días en que Inglaterra aún no había apostatado...

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Junto a los herederos conscientes o inconscientes de la Tradición, el hijo del espíritu de la Revolución. Es un joven inglés recientemente elegido por los "Teddy Boys" de Londres como modelo de elegancia.

Al verlo, uno piensa instintivamente en el sabio discurso de Navidad de 1957 ("Catolicismo", nos 87 y 88), en el que el Santo Padre describe los rasgos psicológicos de los admiradores exclusivos de las perfecciones materiales de la técnica: fragilidad de alma, inestabilidad, superficialidad, tiranía de los caprichos.

En su porte, en la expresión de su fisonomía, hay algo de desafío, de amargura, de impulsividad irritable, casi diríamos infernada.

Al mismo tiempo, una preocupación mucho mayor por parecer que por ser. Un completo sometimiento a los apasionados prejuicios de un pequeño clan.

Si en el se buscan los valores que honran al hombre, como la capacidad de reflexionar con madurez, sopesando los pros y los contras, de controlar con el freno de una voluntad fuerte los impulsos y las pasiones, de desconfiar de las primeras impresiones y analizarlas con cautela, de esforzarse constantemente por conseguir objetivos difíciles, no se percibe nada.

Así, el burgués refinado, formado por el espíritu de la Revolución, es más pobre en bienes del alma que el simple obrero, hijo de la Tradición.

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Así Roma decayó, Bizancio decayó, y nuestra civilización está decayendo. El empobrecimiento de los valores morales, en una crisis cuya esencia es estrictamente religiosa.

Y nada podrá salvar al Occidente cristiano, esa porción de la humanidad amada por Dios entre todas, si no se entiende que, ante todo, los valores morales deben ser salvados mediante un auténtico retorno al espíritu y a la vida de la Iglesia.

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