Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Mano y contramano en materia

de sentimentalismo

 

"Catolicismo" N.º 169 - Enero de 1965

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Al ver las fotos de esta página, algunos se preguntarán: ¿“Catolicismo” se posiciona aquí, por los negros o por los blancos?

Respondemos que, desde un punto de vista racista, ni para uno ni para otro. Es ridículo, sobre todo en este siglo en el que negros y blancos han cometido crueldades tan terribles, preguntarse si éstas son atribuibles a factores inherentes a una raza, y de los que la otra estaría exenta.

Dejemos, pues, de lado cualquier “arrière-pensée” racista para tratar más seriamente las masacres cometidas en el Congo de Leopoldville por los rebeldes de Christophe Gbenye y Gaston Soumialot.

Y, como exige la objetividad, antes de emitir un juicio, recordemos brevemente los hechos.

Cerca de Bukavu, capital de la provincia congoleña del mismo nombre, los rebeldes presentan armas —arcos y lanzas— al líder lumumbista Gaston Soumialot (derecha). Un sentimentalismo humanitario insensato y vacío ha favorecido en el antiguo Congo Belga el renacimiento de una barbarie que adopta los más variados aspectos: desde los sombreros de caricatura de estos guerrilleros, hasta las peores crueldades y el canibalismo ritual. ¿Quién se beneficia de esto, si no el comunismo?

 

La prensa diaria ha informado, en particular, de dos grandes asesinatos. Uno de ellos ocurrió en la plaza Lumumba de Stanleyville. Allí se tomó un gran número de rehenes europeos —incluyendo mujeres y niños— y se dispararon ráfagas de ametralladora sobre ellos. Hubo muchos muertos y heridos. La matanza sólo cesó cuando los paracaidistas belgas entraron en la plaza.

Los habitantes de la ciudad de Boende informaron de que 4.000 trabajadores agrícolas congoleños habían sido masacrados allí.

Los asesinatos a golpes, la decapitación, el vertido de gasolina en la boca de las víctimas para luego quemarlas, la combustión total y otros métodos similares llenan las noticias de horror.

Palizas, violaciones de mujeres, actos de salvajismo y canibalismo con significado religioso y ritual (como desmembrar y destripar a las víctimas, comer sus corazones o utilizarlos como fetiches), nada de eso faltó en la interminable cadena de monstruosidades que los periódicos relataron en los macabros días de la gran hecatombe congoleña.

¿Las fuentes de estas horribles narraciones? Los refugiados que llegaron a Bélgica, los reporteros de las grandes agencias telegráficas.

¿Son sospechosos como blancos? Luego tenemos el informe oficial hecho público por Moses Tshombe, que es negro.

Un hombre negro cruelmente mutilado por los guerrilleros es llevado por su esposa y paracaidistas belgas a un puesto médico en las afueras de Stanleyville.

 

Se sospecha que Tshombe es un opositor al lumumbismo? Tenemos entonces los relatos precisos e insospechados de Sacerdotes y Religiosas que ejercieron desinteresadamente sus actividades en el Congo, y que cuentan las atrocidades de las que fueron testigos, que sufrieron y en resultado de las cuales vieron morir a otros Sacerdotes y Religiosas. Tampoco faltan los relatos horribles de monjas violadas...

Hay más en el orden de las pruebas. Es una evidencia negativa, pero abrumadora. Si, absurdamente, todas estas acusaciones no fueran más que una inmensa calumnia, las naciones de África —que se han mostrado hostiles en tan gran número a la intervención belga-norteamericana— podrían haber solicitado inmediatamente una gran investigación de la Santa Sede o de la ONU para averiguar los hechos. Pero no pidieron nada de eso...

¿Cómo se puede explicar que estas escenas hayan llegado a tal extremo en el Congo ex-belga?

Un tonto y vacío sentimentalismo humanitario, muy extendido en ciertos ambientes occidentales, es la explicación. Desde el inicio del movimiento de emancipación africano, este sentimentalismo, tomando como argumento los innegables abusos del colonialismo, se ha transformado en odio a Occidente y en xenofobia exacerbada.

A la causa de la emancipación africana, defendible en sí misma, se unió así un elemento extrínseco que pretendía explotarla al máximo, y que acaba de mostrar sus efectos más extremos y característicos en el Congo.

El rasgo característico de este sentimentalismo es que es altamente discriminatorio. Para el nativo, siempre considerado bueno, sólo hay ternura. Para el colono blanco, siempre considerado malo, sólo hay dureza. Tan cierto en África como en cualquier otra parte de la tierra.

Con el vestido ensangrentado, un ojo hinchado, esta niña de Stanleyville se sostiene, todavía aterrorizada, de la mano de un paracaidista.

Que este romanticismo insensato existiera antes de las trucidaciones es en sí mismo censurable. Pero que se haya manifestado en un sentido y no en otro, incluso después de las masacres, ¿cómo se explica?

Cualquier bonzo, por ejemplo, que se queme criminalmente en Vietnam, despierta mucha más compasión en ciertos sectores que la matanza de misioneros que se ha producido ahora en el Congo. ¿Cuál es la causa de que en materia de sentimentalismo haya mano para el bonzo, y contra mano para los misioneros católicos?

Cualquier exceso racista en Estados Unidos suscita el llanto universal, a veces merecido, a veces exagerado. ¿Cómo se explica que no se haya escuchado un llanto indeciblemente mayor sobre el Congo?

Si un gobierno anticomunista hubiera empleado, en la represión de un levantamiento rojo, métodos muy comparables a los de los lumumbistas congoleños, ¡qué clamor de protesta! Y ahora, ¿por qué tanto silencio en ciertos sectores?

Demagogia sentimental izquierdista, que haces la peor de las discriminaciones, es decir, en materia de justicia y de bondad, ¿qué eres con tus aires blandengues, sino un dispositivo de guerra psicológica, al servicio de Moscú y de Pekín? 

Lástima por los torturadores congoleños... ¿hay un engaño mayor que esta lástima? ¿Es compadecerse de ellos, haber permitido las condiciones en las que pudieron llevar a cabo los actos que tuvieron el infortunio de cometer?

 

Por supuesto, estos comentarios no constituyen una aprobación del mal que, al par del bien, hizo el colonialismo en el Congo Belga. Tampoco son una expresión del deseo de que este colonialismo continúe indefinidamente.

Son una protesta contra el hecho de que se haya llevado a cabo con este espíritu la lucha a favor de una causa, simpática en sí misma, como es la independencia de las naciones africanas.

Son, sobre todo, una protesta contra el sentimentalismo hueco sistemáticamente explotado en los países de Occidente por el comunismo, como uno de los mejores artificios para someter a su dominio toda la tierra.