Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

El paraíso humanitario precomunista

y sus ángeles turbulentos

 

"Catolicismo" N.º 173 - Mayo de 1965

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En el libro “Reforma Agrária - Questão de Consciência” (“Socialismo y Propiedad Rural“ en la edición española), se afirma con toda razón que el fermento ideológico más activo del comunismo en la sociedad contemporánea no consiste en la propaganda de la doctrina marxista, realizada por los diversos Partidos Comunistas. Esta doctrina puede seducir e incluso fanatizar a cierto tipo de personas, por lo que tiene de siniestramente prosaico y hasta de ruin, por la lógica inexorable con que sus depravados principios llegan a sus últimas consecuencias, y por su sueño de dominación mundial. Pero si el público en general supiera cuál es la doctrina comunista, sin duda la rechazaría. Será necesario que decayéremos aún más (lo que, por cierto, a la velocidad que van las cosas, puede que no lleve tanto tiempo...) para que el público en general, que todavía tiene algunos restos de fe, de alma y de corazón, se deje seducir por un sistema que reduce todo a la materia, que considera la economía como el único factor dominante de la vida, y que impone al hombre un trabajo continuo para conservar y prolongar una existencia que el materialismo vacía de todo sentido.

El absurdo como medio para expresar el inconformismo y el malestar total: un rostro humano, que tiene algo de equino, algo de masculino y algo de femenino. Es un “teddy-boy” (2) inglés.

La sociedad contemporánea se dirige, en efecto, hacia el comunismo, pero por una vía muy diferente, que no quiere reconocer que la lleva allí. Es la del utopismo humanitario, lacrimoso y un tanto abobado, del siglo XIX. Para este humanitarismo, el fin de la civilización consiste fundamentalmente en hacer al hombre enteramente feliz en este mundo, dándole todo lo que su naturaleza le pide y eliminando por completo de la existencia el dolor en todas sus formas: lucha, enfermedad, incertidumbre, etc. Esto se consigue atendiendo a todas las necesidades del cuerpo humano. La plena sensación de bienestar del cuerpo produce en el alma una impresión de quietud que es la gran condición fundamental para resolver todos los llamados problemas espirituales, mentales o morales. El medio de proporcionar al hombre esta situación paradisíaca es la ciencia. Es el conjunto de nociones y normas capaces de conducir a la humanidad en general, y a cada hombre en particular, a este fin bienaventurado. El humanitarismo utópico pretende ser esencialmente científico. Pero ocurre que la ciencia no está al alcance de todos, al menos por ahora. En consecuencia, por amor al propio hombre, es necesario que él sea conducido “bon gré, mal gré” por la ciencia. Y esto hace que el humanitarismo científico sea dictatorial. Dictatorial, sí, pero humanitariamente dictatorial. Nada de métodos que hagan correr la sangre o las lágrimas. La dictadura científica y humanitaria es indolora. Mediante el uso de la propaganda (monopolio de los medios publicitarios, eslóganes, silencios, sofocación de cualquier polémica seria y “acalorada”, sonrisas por doquier), hace que la aceptación como que plena de la ciencia sea como si fuera inevitable. No elimina la libertad de prensa, de expresión, de reunión. ¡Nunca! Pero crea, risueña, solerte, imperceptible, las condiciones para que todo lo que se imprima, diga o planifique en reuniones culturales, cívicas o de otro tipo, sea una exhalación de su “ciencia”. De este modo, el humanitarismo científico y dictatorial es necesariamente totalitario: o lo dirige todo, o fracasa. Su “paraíso” es como una armonía en la que una nota cacofónica pone en peligro todo. Totalitario, es también igualitario: si un hombre es infeliz, es para los demás una imagen del dolor; y como la felicidad no es completa donde existe la imagen del dolor, es necesario, en interés de todos, eliminar la infelicidad del infeliz. Esto se consigue si todos los que tienen algo superfluo dan ese superfluo a los que no tienen nada. Porque la felicidad consiste en tener, y no en ser. Y una distribución equitativa de los bienes dará a todos lo suficiente, y hará a todos felices.

¿Con qué derecho, dirán muchos, se puede llamar utópico a este paraíso? Pero ¿en muchas partes de los Estados Unidos no existe? ¿Y en Suecia? ¿Y no está en camino de convertirse en una realidad en todo el mundo? Desarrolladas son las naciones que se “paradisiaron”. Subdesarrolladas son las otras.

Destrozar a patadas, con ferocidad y sin razón: testimonio de una desventura enfurecida y bárbara.

No es nuestra intención discutir aquí si este “paraíso” se ha alcanzado plenamente o está en vías de alcanzarse aquí, allí o en cualquier otro lugar. Queremos demostrar que, en la medida en que existe, está siendo habitado por extraños “ángeles” que demuestran lo tóxico que es para la naturaleza humana.

¡Estos “ángeles” son los playboys, que están “floreciendo” en todas partes, en todos los ambientes sociales donde, en los más diversos países, se está constituyendo este “paraíso”!

Porque no hay nada más inhumano que el "paraíso" meramente naturalista, secular, azucarado, efervescente y monótono que el filantropismo científico, dictatorial, totalitario, igualitario... y por tanto fundamentalmente ultrasocialista, quiere imponer.

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Esto es lo que se observa aquí y allá con creciente claridad. La revista "Rassegna-medica e cultural", n. II - 1964 de su edición brasileña, enfocó de forma muy perspicaz este fenómeno en uno de sus aspectos: la incompatibilidad entre la Juventud y la vida uniforme y estandarizada, ahogante de las individualidades, de las grandes sociedades modernas.

El artículo comienza destacando la falta de lógica del "play-boy" o "teddy-boy": "Sus acciones, además, pierden inmediatamente las huellas de cualquier ser racional, porque tienen la característica de ser acciones sin propósito; al menos para nosotros, al menos aparentemente. Por lo tanto, el primer salto en la oscuridad, el primer daño (causado por los jóvenes en el engranaje social) es un daño lógico, al que nosotros, los "mayores", no estamos acostumbrados, pero al que hay que lanzarse, con la esperanza de encontrar el famoso "por qué".

“El salto lógico, pues, es la ausencia, en las diversas acciones delictivas, del vínculo causa-efecto; la ausencia, más bien frecuente, de un beneficio que justifique la rapiña o, en definitiva, de cualquier propósito bien definido en el gesto cometido contra la sociedad. Raskolnikoff de Dostojevski, con su crimen, quería afirmar la superioridad de su moral sobre la común; el teddy-boy, por el contrario, no quiere afirmar nada. Comete robos inútiles, actos de vandalismo sin sentido (simplemente porque siente, a su alrededor, de forma confusa, una realidad hostil).

“Los jóvenes que roban a una pobre anciana tiran después su bolso a un río. El crimen se comete de una manera, podemos decir, ejemplar: con una cuidadosa elección de la víctima indefensa y débil (el mismo ser que el joven debería aprender a respetar y defender) y con un desenlace absurdo. Todas las reglas se subvierten: el joven no respeta; al contrario, derriba a la anciana. En cuanto al propósito, no existe en absoluto".

El ansia de riesgo —que, afirmamos, proviene de la monotonía de una sociedad que pretende eliminar toda inseguridad— aparece bien caracterizado en otro tema. En Nueva York, Londres, São Paulo o París, el joven que quiere entrar en una pandilla de “play-boys” suele tener que “superar algunas pruebas, para demostrar que tiene “pecho” (N.R.: en el lenguaje coloquial de Brasil “tener pecho” significa tener valor, ánimo). “Pecho” no es valor; es, más bien, instinto suicida. En Nueva York, demuestras que tienes "pecho", por ejemplo, acercándote al guardia de la esquina y cogiendo su revólver. En Francia, uno muestra tener "pecho" pasando por la prueba del ascensor, es decir, poniéndose sobre el techo de la cabina del ascensor, dejándose llevar cada vez más alto hasta correr el riesgo de ser aplastado, cuando se pulsa el botón de parada (esto lo hacen los "veteranos" de la banda que están dentro del ascensor), pero sólo en el momento exacto, no antes. Si el chico tiene "pecho", si no es un "flojo", se le abren las puertas de oro del "clan": puertas del lugar donde es lícito hacer lo que otros llaman delito; donde el individuo se viste de una manera peculiar; donde, finalmente, se habla una jerga especial."

El papel del mastodontismo social en la asfixia de la individualidad está bien descrito en este tema: "La sociedad. Este gran mecanismo (el mismo que venimos llamando Organización Perfecta) no ha sido un enemigo mientras el hombre no imaginó y realizó su mastodóntico aparato. Las magníficas oleadas de progreso han hecho felices a los hombres de otras generaciones, que se sintieron protagonistas de grandes acontecimientos y recibieron su recompensa de miserias y dolores, que no podían faltar también en su tiempo. El hecho es que las ideas madre siempre dan un impulso compensador: esto ocurrió, por ejemplo, en la Edad Media, en el Renacimiento. Pero ahora, no hay (o no se ha descubierto) compensación que salve de la fricción con el Estado fuerte a la Sociedad organizada. Kafka recuerda así la enorme infelicidad de cuando era un "pequeño", frente a su grandísimo padre: "Como padre, fuiste muy fuerte para mí, tanto más cuanto que mis hermanos murieron siendo niños, las hermanas llegaron mucho más tarde, y tuve que soportar solo los primeros roces, para lo que yo era infinitamente más débil". Si se sustituyen los personajes, como sugerimos más arriba, se tendrá la medida de una angustia que aumenta inexorablemente: "Como Sociedad, fuiste demasiado fuerte para mí, y tuve que soportar solo los primeros roces". Esta es la afirmación que harían los jóvenes de nuestro tiempo, si fueran conscientes de ello: jóvenes a los que se les ofrece la posibilidad de convertirse en un engranaje. A tal oferta dicen, decididamente, que no".

Y más adelante: "Uno se pregunta por qué hoy dicen que no y por qué ayer no lo decían. Porque el Estado y la vida en Sociedad nunca han estado tan perfectamente organizados. Hoy, la sociedad posee máquinas formadoras (algunas incluso pasan por informadoras), con las que aprieta las conciencias, moldea las ideas (...). La sociedad es una máquina omnipotente de moler, nivelar, dar forma y pulir, que tiende a la formación de un hombre estándar. En otros tiempos, el individuo (...) se encontraba, en la adolescencia, en un mundo mucho menos organizado, menos poderoso, y su personalidad florecía más libremente y, por tanto, no planteaba la exigencia de sucesivos "no". No sólo eso, el adolescente se encontraba en un mundo que ofrecía, por su propia organización aún no completa, un terreno propicio para las vocaciones aventureras, tanto materiales como espirituales".

En resumen, cuando la impiedad nos promete algo, eso es precisamente lo que nos quitará.

La Revolución (1) nos ha prometido un paraíso utópico. ¿Qué podría ser más lógico que convertir este "paraíso" en un insoportable infierno?


NOTAS

(1) Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, de Prof. Plinio Correa de Oliveira, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

(2) "Teddy-boy" - En la definición antiséptica de Wikipedia: "Los Teddy Boys o Teds fueron una subcultura juvenil principalmente británica de mediados de la década de 1950 a mediados de la década de 1960 que se interesaba por el rock and roll y la música rhythm and blues, género de música que se originó en las comunidades afroamericanas en la década de 1940), y que vestía ropa inspirada en parte en los estilos que llevaban los dandis de la época eduardiana. La subcultura de los Teddy Boys, un fenómeno principalmente británico, comenzó entre los adolescentes de Londres a principios de la década de 1950 y se extendió rápidamente por todo el Reino Unido". O sea, precursores de los play-boys, punks, etc.

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