Plinio Corrêa de Oliveira

Comentarios sobre la

Catedral de Notre Dame

"Santo del Día", 13 de octubre de 1967

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En el video, los comentarios del Prof Plinio a respecto de la Catedral de Notre Dame (en portugués)

No me puedo olvidar de uno de los viajes que hice a París. Llegué de noche. Cené e inmediatamente fui a ver la Catedral de Notre Dame.

Era una noche de verano, no una noche inusualmente bella, ordinaria, la Catedral estaba iluminada, y el coche en que yo iba pasaba de la rive gauche para la isla [de la Cité].

Veía la catedral un poco de lado, en un enfoque totalmente fortuito. Ella me pareció desde luego, en ese ángulo, tomado así —si el azar existiera, y en algún sentido existe—, al azar, miré y me pareció tan bella que me dieron ganas de decirle al coche ¡pare, que quiero quedarme aquí!

Sé que el resto es muy bonito, pero creo que pocos habrán mirado la Catedral desde este ángulo y se habrán detenido. Yo querría ser uno de los pocos, para alabar a Nuestra Señora desde este punto de vista, que quizás los demás no hayan alabado suficientemente. Al menos se dirá que una vez un peregrino que vino de lejos amó lo que muchos otros, por las prisas, o por no recibir una gracia especial en ese momento para ello, no llegaron a amar.

En todos los grandes monumentos de la cristiandad, después de admirar las maravillas, tengo la tendencia a admirar los detalles, en un acto de reparación, porque tal vez estos detalles no fueron amados como debían serlo. O sea, hacer al menos esto: amar lo que debería haber sido amado y ha sido olvidado. Es siempre nuestra vocación, llevar a todos las verdades olvidadas que los hombres dejan de lado.

La Catedral me encantó desde ese ángulo. A seguir retorné al hotel con el alma llena. Si en ese momento alguien me hubiese recordado las palabras de la Escritura"He aquí la Iglesia de una belleza perfecta, alegría del mundo entero", yo habría dicho: Oh, ¡qué bien expresado! Es bien lo que siento a respecto de la Catedral de Notre Dame.

*   *   *

Desde el fondo de nuestras almas, desde el fondo de nuestras inocencias, surge algo que es luz, superluz, pero al mismo tiempo penumbra u oscuridad, sin ser tinieblas. Y es la percepción de todas las catedrales góticas del mundo —las que se construyeron y las que no se construyeron—, dando una idea de conjunto de Dios que, sin embargo, es infinitamente más que eso. Entonces apercibimos el espíritu que inspiró todas estas catedrales y realmente más vivimos en el cielo que en la tierra.

Y de ahí nuestro deseo de otra vida, de encontrarnos con un Otro, con “O” mayúscula, tan interno en mí, que es más "yo" que yo mismo, pero tan superior a mí que no soy ni una mota de polvo comparado con él, se cumple y desde ahí comprendo, el Cielo debe ser así.

Nosotros amamos aún más al purísimo espíritu, eterno e invisible, que creó todo eso para decirnos:

"Hijo mío, Yo existo. Ámame y entiende, esto es semejante a Mi. Pero, sobre todo, por muy hermoso que esto sea, soy infinitamente diferente a eso. Por una forma de belleza tan quintaesenciada y superior que sólo cuando me veas te darás cuenta realmente de lo que soy. Ven, hijo mío, ven, te estoy esperando. Lucha un poco más porque me estoy preparando para mostrarte una belleza aún mayor en el cielo, en proporción a lo larga y dura que sea tu lucha. Espera; cuando estés preparado para ver lo que yo quería que vieras cuando te creé, te llamaré. Hijo mío, Yo soy tu catedral, la catedral demasiado grande, la catedral demasiado hermosa, la catedral que hizo florecer una sonrisa en los labios de la Virgen como jamás ninguna joya lo hizo, ninguna rosa y ni siquiera ninguna de las meras criaturas que Ella conoció”.

Esa Catedral es Nuestro Señor Jesucristo, es el Corazón de Jesús, que ha sacado armonías del Corazón de María como ninguna otra cosa lo ha hecho. Allí tú conocerás. El dijo de Si mismo: "seré Yo mismo tu recompensa demasiadamente grande".

 

La visión de la Catedral por la pluma de un famoso historiador

La bellísima página que seguidamente trascribimos —de Émile Mâle (*), historiador francés de gran envergadura, especializado en historia del arte— se presenta como un bálsamo para las heridas que en nuestras almas abrió esta época en la cual vivimos. Él nos habla de la catedral medieval, especialmente la del siglo XIII, apogeo del estilo ojival en Francia. Tenemos la impresión de estar leyendo un poema que hace volar nuestro espíritu lejos de las maldiciones de este siglo, poema que bien confirma los conceptos arriba trascritos del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira sobre el aspecto sobrenatural de "La Catedral".

Dispensamos las comillas, pues únicamente los subtítulos son nuestros.

*   *   *

En la catedral entera se siente la certeza y la fe; en ningún lugar de ella la duda. Esta impresión de serenidad, aún hoy la catedral nos la transmite, por poco que queramos prestar atención.

El Buen Dios de la catedral de Amiens

Olvidemos por un momento nuestras inquietudes, nuestros sistemas. Vamos a ella. De lejos, con sus naves, sus flechas y sus torres, ella nos parece un navío vigoroso, partiendo para un largo viaje. Toda la ciudad se puede embarcar sin temor en sus robustos flancos.

Jesucristo es el centro de la Historia

Aproximémonos. En el pórtico, encontramos enseguida a Jesucristo, como lo encuentra todo hombre que viene a este mundo. Él es la clave del enigma de la vida. En torno a Él está escrita una respuesta a todas nuestras cuestiones. Así nos enteramos cómo el mundo comenzó y cómo terminará; las estatuas, de las cuales cada una es símbolo de una edad del mundo, nos dan la medida de su duración. Todos los hombres cuya historia nos importa conocer, los tenemos ante nuestros ojos —son aquellos que en la Antigua o en la Nueva Ley fueron símbolos de Jesucristo— pues los hombres sólo existen en la medida en que participan de la naturaleza del Salvador. Los otros —reyes, conquistadores, filósofos— son apenas sombras vanas. Así el mundo y la historia del mundo se nos vuelven claros.

Pero nuestra propia historia está escrita al lado de la historia de este vasto universo. Ahí aprendemos que nuestra vida debe ser un combate: lucha contra la naturaleza en cada estación del año, lucha contra nosotros mismos a todo instante, eterna tensión psicológica. A aquellos que bien combatieron, los ángeles, de lo alto del cielo, les extienden coronas.

¿Hay lugar aquí para una duda, o para una mera inquietud de espíritu?

La atmósfera de la catedral purifica

 

Nave central de la catedral de d'Amiens

Penetremos en la catedral. La sublimidad de las grandes líneas verticales actúa ya desde el inicio sobre el alma. Es imposible entrar en la gran nave de Amiens sin sentirse purificado. Únicamente por su belleza, ella actúa como un sacramento. Allí también encontramos un espejo del mundo. Así como la planicie, como el bosque, ella tiene su atmósfera, su perfume, su luz, su claroscuro, sus sombras. [...] Pero es un mundo transfigurado, en el cual la luz es más brillante que la de la realidad, y en el cual las sombras son más misteriosas. Nos sentimos en el seno de la Jerusalén celestial, de la ciudad futura. Saboreamos la paz profunda; el ruido de la vida se quiebra en los muros del santuario y se vuelve un rumor lejano: he ahí el arca indestructible, contra la cual las tempestades no prevalecerán. Ningún lugar en el mundo puede comunicar a los hombres un sentimiento de seguridad más profundo.

Esto que nosotros sentimos aún hoy, ¡cuán más vivamente lo sintieron los hombres de la Edad Media! La catedral fue para ellos la revelación total. Palabra, música, drama vivo de los Misterios, drama inmóvil de las imágenes, todas las artes allí se armonizaban. Era algo más allá del arte, era la pura luz, antes que ella se hubiese diversificado en haces múltiples por el prisma. El hombre confinado en una clase social, en una profesión, disperso, abatido por el trabajo de todos los días y por la vida, en ella retomaba el sentimiento de la unidad de su naturaleza; ahí él encontraba el equilibrio y la armonía. La multitud, reunida para las grandes festividades, sentía que ella era la propia unidad viva; ella se hacía el cuerpo místico de Cristo, cuya alma se confundía con su alma. Los fieles eran la humanidad, la catedral era el mundo, el espíritu de Dios se posaba al mismo tiempo sobre el hombre y la creación. La palabra de San Pablo se hacía realidad: se vivía y se actuaba en Dios. He ahí lo que sentía confusamente el hombre de la Edad Media, en el bello día de Navidad o de Pascua, cuando los hombros se tocaban, cuando la ciudad entera colmaba la inmensa iglesia.

Detalles de la fachada de la catedral de Burgos - Galeria de los Reyes y Santa Maria la Mayor "Pulchra es et Decora"

Armonía entre las clases sociales

Símbolo de fe, la catedral fue también un símbolo de amor. Todos trabajaron por ella. El pueblo ofreció lo que tenía: sus brazos robustos. Jalaba las carretas, cargaba las piedras a las espaldas, poseía la buena voluntad del gigante San Cristóbal. El burgués dio su dinero, el barón su tierra, el artista su genio. Durante más de dos siglos, todas las fuerzas vivas de Francia colaboraron: de ahí viene la vida pujante que se irradia de aquellas obras. Hasta los muertos se asociaban a los vivos: la catedral era pavimentada con piedras sepulcrales; las generaciones antiguas, con las manos juntas sobre sus lápidas mortuorias, continuaban rezando en la vieja iglesia. En ella, el pasado y el presente se unían en un mismo sentimiento de amor. Ella era la conciencia de la ciudad. [...] En el siglo XIII, ricos y pobres tienen las mismas alegrías artísticas. No está de un lado el pueblo y de otro una clase de pretendidos eruditos. La iglesia es la casa de todos, el arte traduce el pensamiento de todos. [...] El arte del siglo XIII expresa plenamente una civilización, una edad de la Historia. La catedral puede sustituir a todos los libros.

Catedral de León - nave desde el crucero

Y no es solamente el genio de la Cristiandad, es el genio de Francia que aquí se revela. Sin duda, las ideas que tomaron cuerpo en las catedrales no nos pertenecen con exclusividad: ellas son el patrimonio común de la Europa católica. Pero aquí Francia se reconoce en su pasión por lo universal. [...]

¿Cuándo comprenderemos que, en el dominio del arte, Francia jamás hizo algo mayor?

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(*) Émile Mâle, L´Art religieux du XIIIe siècle en France, Le Libre de Poche, París, 1969, pp. 448 ss. (primera edición: 1898). Obra premiada por la Académie Française y por la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres.

(**) Traducción y adaptación de este texto por "Tesoros de la Fe"

 

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