
Monasterio de Santo Domingo de Silos
- Burgos
- España
La
sangre
derramada
no
solo
nos
habla
de
enfermedades,
nos
habla
de
la
lucha
y
del
crimen.
Es
imposible,
por
ejemplo,
hablar
de
sangre
derramada
sin
pensar
en
la
sangre
de
Abel,
vertida
por
Caín
y
que,
según
las
Escrituras,
subía
a
Dios
clamando
venganza.
La
idea
de
la
sangre
derramada,
de
esa
sangre
que
es
parte
del
organismo
y
que
le
fue
arrancada,
en
una
especie
de
dilaceración
profunda
del
ser;
esa
sangre
derramada
nos
da
la
idea
algo
injusto,
algo
violento,
algo
inicuo,
que
es
una
profunda
perturbación
del
orden
y
que
clama
a
Dios
por
el
restablecimiento
del
orden.
La
sangre
de
Nuestro
Señor
Cuando
pensamos
en
la
Sangre
infinitamente
Preciosa
de
Nuestro
Señor
Jesucristo,
esa
Sangre
generada
en
el
seno
de
Nuestra
Señora,
esta
Sangre
que
sale
de
ese
Cuerpo,
de
donde
nunca
debería
haber
salido;
esta
Sangre
que,
como
todo
en
el
Cuerpo
de
Cristo,
está
en
unión
hipostática
con
Él y
que
sale
de
Su
sagrado
organismo.
Esa
Sangre,
que
es
la
sangre
de
David,
que
es
la
sangre
de
María,
que
es
la
Sangre
del
Dios-Hombre
y
que,
a
través
de
una
serie
de
actos
de
violencia
deicidas
inexpresables,
por
la
flagelación,
por
la
coronación
de
espinas,
por
la
cruz
cargada,
por
los
tormentos
de
toda
especie.
Peor
que
eso,
por
el
tormento
del
alma
cuando
Nuestro
Señor
comenzó
a
sufrir
en
la
agonía,
y
esa
sangre
fluyó
de
todo
su
Cuerpo.
Vigilad
y
orad
Esa
Sangre,
que
se
derrama
por
el
suelo,
es
una
tal
manifestación
de
hasta
dónde
puede
ir
la
maldad
humana,
es
una
manifestación
del
misterio
de
iniquidad,
es
una
manifestación
de
cuánto
tolera
Dios.
Este
es
un
memorial
para
comprender
la
naturaleza
humana
decaída
‒especialmente
cuando
es
dirigida
por
el
pecado
y
dirigida
por
el
demonio‒
que
va
hasta
el
final
y no
retrocede
ante
nada.
Siendo
así,
todas
las
desconfianzas
son
necesarias
frente
al
mal.
Esto
está
exactamente
en
el
precepto:
“Vigilad
y
orad”.
Es
necesario
tener
desconfianza,
porque
el
mal
es
capaz
de
todo,
es
capaz
de
las
peores
infamias
y
todo
se
puede
esperar
de
él
y,
contra
él,
se
puede
usar
todas
las
violencias
preventivas
que
se
puedan
emplear
de
acuerdo
con
la
Ley
de
Dios
y de
los
hombres.
Todo
lo
que
sea
dormir
frente
a
él,
todo
lo
que
sea
un
optimismo
tonto,
todo
lo
que
deja
para
más
adelante
su
combate,
todo
esto
es
un
verdadero
crimen,
porque
hasta
allá
el
mal
fue
capaz
de
llegar
y,
por
lo
tanto,
fue
capaz
de
todo.
Esta
consideración
es
muy
desagradable
para
nuestra
índole
complaciente,
endulzada,
amiga
de
pactar,
enemiga
de
las
divisiones.
Pero
debemos
meditar,
ante
la
Preciosa
Sangre,
hasta
dónde
llega
la
Revolución.
La
Revolución
no
retrocede
ante
nada.
Y es
bastante
evidente
que
ya
fue
una
manifestación
de
la
Revolución
‒la
peor
de
ellas‒
la
que
se
volvió
contra
el
Dios-Hombre.
Una
misericordia
infinita
Esta
sangre
derramada
nos
muestra
la
misericordia
de
Dios,
que
quiso
que
esta
sangre
se
derramara
y se
derramara
en
una
abundancia
inaudita.
Toda
la
sangre
que
estaba
en
el
Cuerpo
de
Nuestro
Señor
Jesucristo
se
vertió
para
mostrar
que
esa
sangre
se
dio
y se
dio
sin
reservar
una
sola
gota,
por
completo,
por
el
inmenso
deseo
de
Nuestro
Señor
de
salvarnos.
Una
gota
de
su
sangre
habría
sido
suficiente,
pero
derramó
toda
Su
sangre.
Incluso
la
que
restaba,
se
vertió
junto
con
agua
cuando
la
lanza
de
Longinos
traspasó
su
costado.
El
no
quiso
que
quedara
nada,
para
redimirnos.
Esta
abundancia
de
sangre,
esta
abundancia
de
sufrimiento,
esta
completa
entrega
de
sí
mismo,
recuerda
una
palabra
de
Nuestro
Señor:
“No
hay
amor
más
grande
que
dar
la
vida
por
los
amigos”
(Jn
15,13).
La
Preciosa
Sangre
ante
nosotros
afirma:
nadie
puede
ser
más
amigo
de
cada
uno
de
nosotros
que
el
que
da
su
vida
por
nosotros.
Pero
Él,
no
solo
dio
Su
vida,
sino
que
también
quiso
sufrir
la
muerte
por
los
golpes,
por
la
angustia,
por
cada
gota
de
sangre
que
salió
de
su
cuerpo
sagrado.
En
ese
sentido,
cada
gota
de
sangre
que
cae
es
como
una
pequeña
muerte,
porque
es
una
gota
de
vida
que
se
desvanece.
Quiso
pasar
por
todas
esas
muertes
para
mostrar
hasta
que
punto
infinito
nos
tenía
amistad.
 |
Relicario que contiene las especies sagradas del milagro eucarístico de Lanciano [2]. En la ampolla inferior, la Preciosa Sangre de Nuestro Señor coagulada |
La
raíz
de
la
confianza
De
esto
nace
la
confianza
en
Su
misericordia.
Si
tanto
quiso
salvarnos,
debemos
comprender
que
cubriéndonos
con
Su
Sangre
y
presentándonos
al
Padre
Eterno
podemos
pedir
perdón
por
nosotros,
debemos
tener
la
confianza
de
que
podemos
pedir
este
perdón.
Pero,
por
otro
lado,
muestra
el
horror
del
destino
eterno
del
condenado.
Para
evitarnos
este
destino
eterno,
Nuestro
Señor
llegó
a
este
punto.
Vean
cuán
grave
es
el
mal
del
que
Él
quería
liberarnos.
Así,
podemos
medir
la
profundidad
del
Infierno
al
considerar
una
gota
de
la
Sangre
de
Nuestro
Señor
Jesucristo.
No
es
posible
hablar
de
este
asunto
sin
recordar
las
lágrimas
de
María,
vertidas
junto
a la
Sangre
de
Cristo.
Nuestro
Señor
no
quiso
que
Nuestra
Señora
derramara
una
gota
de
Su
sangre.
Y
habiendo
permitido
que
se
hiciera
todo
contra
Él,
no
permitió
que
los
poderes
del
mal
tocaran
siquiera
con
la
punta
de
un
dedo
a Su
Madre
Inmaculada.
Por
lo
tanto,
Ella
no
sufrió
un
tormento
físico,
y de
su
sangre
nada
vino
para
la
humanidad,
ni
tendría
la
fuerza
redentora
de
la
Sangre
Infinitamente
Preciosa
de
Cristo.
Solo
sería
una
especie
de
complemento.
Pero
Nuestra
Señora
derramó
una
forma
de
sangre:
fueron
Sus
lágrimas.
Se
puede
decir
que
las
lágrimas
son
la
sangre
del
alma
y
que
Ella
sufrió
todo
el
dolor
de
la
muerte
de
su
Hijo.
Por
eso,
es
imposible
pensar
en
la
Sangre
de
Cristo
sin
pensar,
al
mismo
tiempo,
en
las
lágrimas
de
María
que
fue
el
primer
tributo
de
la
Cristiandad
para
completar
Su
Pasión:
el
sufrimiento
de
los
fieles,
para
que
numerosas
almas
se
salvaran.
La
Sangre
de
Cristo
y la
Eucaristía
Finalmente,
es
necesario
pensar
en
la
Sagrada
Eucaristía.
Esta
sangre
de
Cristo
fue
derramada
por
las
calles,
por
las
plazas,
en
el
Pretorio
de
Pilatos,
en
la
cima
del
Calvario,
y
ella
está
entera
en
la
Sagrada
Eucaristía.
Y
cuántos
de
nosotros
tal
vez
hayamos
recibido
ayer,
hoy,
mañana,
en
no
sé
cuántos
días,
la
Sangre
de
Cristo.
Entonces,
cuando
recibimos
el
Cuerpo
y la
Sangre,
el
Alma
y la
Divinidad
de
Nuestro
Señor
Jesucristo,
debemos
recordar
esto.
Esta
Preciosa
Sangre,
derramada
por
nosotros,
es
recibida
por
nosotros.
Él
está
dentro
de
nosotros
pero
no
para
reclamar
castigo,
sino
para
clamar
misericordia
por
nosotros.
Entonces,
recibamos
la
Eucaristía
con
gran
confianza,
con
mucha
alegría,
porque
recibimos
la
Sangre
de
Cristo
que
asciende
al
Cielo
y
clama
intercediendo
por
nosotros.
NOTAS
[1]
Excerpta de conferencia del Prof. Plinio Corrêa de
Oliveira a socios y cooperadores de la TFP a 01
de julio de 1967.
Traducción y adaptación por "Acción Familia".
Sin revisión del autor.
[2]
La antigua Anxanum
conserva
desde
hace
más
de
doce
siglos
el
primero
y
más
grande
Milagro
Eucarístico.
Tal
Prodigio
tuvo
lugar
en
el
siglo VII
en
la
pequeña
Iglesia
de
S. Legonziano.
Un
monje
dudó
de
la
Presencia
Real
de
Jesús
en
la
Eucaristía.
Hecha
la
consagración,
la
hostia
se
transformó
en
Carne
viva
así
como
el
vino
en
Sangre
viva,
coagulándose
en
cinco
glóbulos
irregulares
de
distinta
forma
y tamaño.
La
Hostia-Carne
es
ligeramente
parda
y
adquiere
un
tinte
rosado
si
se
ilumina
por
el
lado
posterior.
La
Sangre
coagulada
tiene
un
color
de
tierra
que
tiende
al
amarillo
ocre.
La
Carne,
desde
1713,
se
conserva
en
un
artístico
Ostensorio
de
plata.
La
Sangre
está
contenida
en
una
rica
y
antigua
ampolla
de
cristal
de
Roca.
Los
Frailes
Menores
Conventuales
tienen
bajo
su
custodia
el
Santuario
desde
1252.
En
1258
los
Franciscanos
construyeron
el
templo
actual
que
en
1700,
fue
transformado
del
estilo
románico-gótico
al
barroco.
https://es.wikipedia.org/wiki/Milagro_de_Lanciano
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