A D V E R T E N C I A
Este texto es trascripción y adaptación de cinta magnetofónica con conferencias del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigidas a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.
Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959
Fra Angelico – La Dormición y Asunción de la Virgen – detalle – Isabella Stewart Gardner Museum
“Santo del día” – 13 de agosto de 1966
Hoy, día 13, conmemoramos la fiesta de San Máximo, abad y confesor, que insigne por la doctrina católica y el celo por la verdad, luchó valientemente contra los monotelitas, y por eso el emperador herético Constancio mandó cortarle las manos y la lengua. Del martirologio. Hoy es también la fiesta de Santa Radegunda, reina y princesa de Turingia, esposa de Clotario, rey de Francia, siglo VI.
También está la fiesta de los Beatos Mártires de Otranto [N.C.: canonizados en el día 12 de mayo de 2013], que se celebrará mañana: se trata de un grupo de católicos entre los que se encontraba un fraile dominico, que fueron asesinados en la ciudad de Otranto, luchando gloriosamente contra los sarracenos.
Y mientras conmemoramos estas glorias más antiguas, menos antiguas, de la Iglesia Católica, tenemos ante nosotros la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, que se celebrará el día 15. Tenemos, pues, toda una perspectiva llena de luces de distintos colores: el color del martirio, el color de la lucha despiadada, el color de la fidelidad en todas ellas, y todas ellas como luces que están en el camino hacia la gran fiesta de Nuestra Señora, que es la luz más grande de todas y que es el triunfo de Nuestra Señora.
Cuando los antiguos hablaban de la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, se referían a ella como la fiesta de Nuestra Señora de la Gloria. Y esa es exactamente la razón por la que la hermosa iglesia de Río de Janeiro, en el “Outeiro da Glória” [Cerro de la Gloria], está dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. Porque comprendieron bien que la Asunción de Nuestra Señora no era sólo el hecho físico de que Ella dejara esta tierra, habiendo resucitado como resucitó Su Divino Hijo, o mejor dicho, en virtud de que Su Divino Hijo la resucitó, no era sólo el hecho físico de que Ella dejara esta tierra resucitada y se fuese al cielo, sino que era su glorificación.
Es Ella quien, después de haber pasado por esta tierra, humildemente, desconocida, sólo teniendo un papel más relevante después de la muerte de Nuestro Señor como Reina y Madre de la Iglesia Católica, es Ella quien, después de haber pasado por toda clase de sufrimientos, angustias, laceraciones, humillaciones, es glorificada por Nuestro Señor a los ojos de los propios hombres, por medio de su Asunción. Es decir, por medio de un privilegio único en la historia del mundo, por el que una simple criatura es elevada al cielo por manos de los ángeles, por el poder de los ángeles, y es llevada al cielo material. Pero desde el cielo material, por supuesto, fue conducida de modo misterioso a los lugares físicos e inmateriales donde está el Paraíso celestial y donde en este momento goza de modo indecible de la visión beatífica de Dios, Nuestro Señor.
Esta glorificación a manos de los ángeles fue naturalmente acompañada —y hay tradiciones, revelaciones y manifestaciones de todo tipo al respecto—, por expresiones de gloria indecibles. Ella, que es una simple criatura, y una criatura humana, de una categoría, por su naturaleza, muy inferior a la de los ángeles…. Imaginen Uds. que hubo una vez una santa que vio a su propio ángel de la guarda, y tuvo la impresión de que estaba viendo a Dios, tan deslumbrante era su ángel de la guarda, y el ángel de la guarda es uno de los ángeles de rango más bajo del cielo.
Ella fue llevada al cielo por los más altos querubines y serafines. Fue, pues, servida por las más altas criaturas de Dios con un respeto, con una veneración tales de quien casi no se sentía digno ni siquiera de presentarle sus oraciones y sus homenajes. Luego, después de haberse despedido de todos los suyos, en un momento dado en que se encontraba en un éxtasis elevadísimo, se levanta del suelo, y en un momento dado comienza la manifestación de los ángeles. Nadie sabe en qué momento… porque si es verdad que el día de Pascua toda la naturaleza se alegró, si es verdad que en la Ascensión toda la naturaleza se alegró, es evidente que también debía alegrarse de un modo espléndido en la Asunción de Nuestra Señora.
Y ¡qué colorido tomaron los cielos! Las estrellas ¡de que modo pudieron brillar! Aunque el cielo seguía visible, ¡cómo el sol, que en Fátima saltaba y cambiaba de color, como el sol apareció! Qué cantos de ángeles, qué perfumes, qué armonías, qué consuelos interiores en el alma sintieron todos, nadie lo sabe, pero debieron ser verdaderas cosas inefables. El hecho concreto, el hecho positivo, es que la Virgen dejó traslucir en aquella hora toda su gloria interior. Ella, que poseía un alma santísima, una dignidad, una majestad y, al mismo tiempo, una afabilidad inefable, Ella, naturalmente, lo dejó traslucir en aquel momento, de una manera extraordinaria, así como la grandeza de Nuestro Señor se manifestó en el monte Tabor, así también toda su santidad se manifestó en su mirada, se manifestó en su fisonomía, se manifestó en todo su cuerpo.
Naturalmente, debió derramar chispas de luz, debió apagar por completo el cielo, pero debió de brotar de ella en aquel momento un derroche de enorme ternura; como todas las madres que se despiden de sus hijos, debió de brotar en aquel momento un derroche de misericordia y de suprema bondad, con la seguridad para todos de que nunca estaría más presente en la tierra de que en el momento en que dejó a los hombres y comenzó su gran misión desde las alturas del cielo.
Santa Teresita del Niño Jesús decía que quería pasar su cielo haciendo el bien en la tierra. Y si esto dijo Santa Teresita, ¡cuánto más habrá dicho Nuestra Señora! Y desde entonces, la gloria de Nuestra Señora de lo alto del cielo no se ha ocultado: al contrario, se ha manifestado cada vez más. Se manifestó con la construcción de un número enorme de iglesias. Como observa con razón San Luis María Grignion de Montfort, no hay iglesia en la tierra —salvo las iglesias que ya casi no son iglesias— donde no haya al menos un altar dedicado a Nuestra Señora. No hay un alma que se haya salvado sin haber sido devotada a Nuestra Señora. No hay gracia que los hombres hayan recibido que no haya sido también una gracia obtenida por Nuestra Señora.
Es decir, su gloria crecerá hasta el fin de los siglos y hasta que llegue el día del Juicio Final. En ese día del Juicio todos serán juzgados. Ella también será juzgada. Pero como Ella no está sujeta a ninguna deuda y no tiene ninguna falta, sólo habrá una glorificación suprema de Ella en el Día del Juicio. Y si hay que contar las virtudes de todas las criaturas, así como los defectos, ¿cuál será el canto de alabanza de Nuestro Señor Jesucristo, del Divino Espíritu Santo, del Padre Eterno a Ella en el Día del Juicio? Es algo que ni siquiera se puede decir. Esta glorificación de Nuestra Señora al final de la historia hará la alegría del Juicio Final. Cuando ya no haya más historias, cuando la vida de la humanidad haya cesado y el final de todos los acontecimientos de este tipo haya llegado a su fin, entonces Ella recibirá una glorificación verdaderamente insondable.
Entre estas manifestaciones de la gloria de Nuestra Señora, podemos —y ya ven Uds. qué alto es nuestro apostolado— situar legítima y verdaderamente el desfile que tuvo lugar ayer en el “Viaducto de Chá”, en la “plaza Ramos de Azevedo”, en la “plaza del Patriarca” [locales céntricos de la ciudad de São Paulo]. Y después nuestra presencia en el “Monumento del Ipiranga”. Podemos incluir eso legítimamente, porque fue por una gracia de Nuestra Señora que lo hicimos [1].
Desfile en el “Viaduto do Chá” (São Paulo) para celebrar el éxito de la campaña de recogida de firmas contra el divorcio
Pues, sin Su pedido [de gracias], sin obtener gracias de su parte, sin esa comunicación misteriosa que Ella tiene, esa participación que todos los que son esclavos [2] de Ella tienen en Ella, sin eso no hubiéramos tenido la idea, el amor, el coraje, la compostura, la afirmatividad, ni la fe que nos llevó a realizar esa marcha, ¡que fue un verdadero desafío al paganismo de la ciudad de São Paulo! Y como este paganismo no es más que una expresión del neopaganismo del mundo entero, fue un verdadero desafío al neopaganismo del mundo entero. La Virgen nos concedió la gracia de desfilar con nuestros estandartes; nos concedió la gracia de una compostura, de una solemnidad, de una seriedad que quedó retratada en las noticias de los periódicos de ayer. Casi todas dadas con mala voluntad.
Una u otra buscando colocar detalles para hacernos antipáticos. Una cosa que nadie osó fue la risa. Durante toda la procesión no vi ninguna risa. Si las hubo, se perdieron en el silencio general y, en las crónicas de los periódicos, no hubo sarcasmos. Dichos amargos, sí. Y eso ¿por qué? Por la imposibilidad de negar lo que era grandioso y serio.
Uds. dirán: pero es tan poco. Ud. acaba de hablar de santos, de mártires de Otranto, de una princesa que se hizo reina en medio de la barbarie y que convirtió a su pueblo; de un mártir que se dejó matar por los monotelitas. Después Ud. ha hablado de la gloria de Nuestra Señora. ¿Qué es, en comparación con todo esto, un pequeño desfile en el “Viaducto do Chá”, que tuvo su corolario glorioso, pero también pequeño en las conmemoraciones celebradas en otras ciudades de Brasil: Belo Horizonte, Río de Janeiro, Curitiba, como acabamos de oír, y también en otros lugares?
Digo que la grandeza estuvo en gran parte, y tal vez en parte muy acentuada, en la pequeñez de que tan pocos hubieran osado tanto contra tantos. Que lo hayamos hecho y que se hayan visto obligados a recibirlo con respeto, ésa es precisamente una de nuestras grandezas. La Virgen se deleita en las manifestaciones de su gloria. Se complace en hacer que su gloria se manifieste en aquellos que no son muy numerosos, pero que confían en Ella por encima de todo; aquellos que valen por su unión interior con Ella. No eran muchos los presentes en su Asunción. Pero el hecho arraigó de tal modo en la memoria de los hombres que, casi veinte siglos después, el dogma de su Asunción sigue proclamándose, y seguirá proclamándose hasta el fin del mundo. Éramos pocos, pero había algo de la gloria de la Asunción en el resplandor de nuestros estandartes y en los colores festivos de la tarde de ayer.
Mañana volveremos e iremos al [monumento del] Ipiranga, el monumento nacional que señala la proclamación de la independencia de Brasil. Volveremos allí, nos dirigiremos a Nuestra Señora, firmaremos y suscribiremos una súplica, para que el divorcio no entre nunca en Brasil. Pero, en realidad, la fiesta de mañana tiene un significado más profundo. Es necesario volver a las fuentes de la nacionalidad; es necesario volver al acontecimiento que representa el nacimiento de la nacionalidad, como quien vuelve a los orígenes mismos del país y que, al celebrar allí esa manifestación, quiere afirmar su intención de continuidad en relación con lo que está ocurriendo en el país.
Es decir, somos una continuidad de lo que fue bueno en el pasado, una continuidad que quiere continuar y que obstinadamente seguirá adelante y que con la gracia de Nuestra Señora vencerá; una continuidad que seguirá hasta el fin del mundo afirmando la fidelidad de Brasil a Nuestra Señora y el deber que sentimos de coordinar todos los recursos nacionales para obtener la victoria de la Contrarrevolución a nivel mundial.
Es en estas condiciones, por lo tanto, que viviremos mañana el día de la vigilia de Nuestra Señora. Es con la gloria de Nuestra Señora en nuestras almas, es con la gloria de Nuestra Señora en nuestros corazones que desfilaremos cerca de ese monumento para afirmar que ya, en esta medianoche del reino del demonio, han comenzado a aparecer los primeros signos, los primeros destellos del Reino de María [3]. Y que algo irreversible está aquí: la promesa de Fátima: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
NOTAS
[1] “Campaña contra el divorcio” — En 1966 la TFP desarrolló su primera gran campaña en defensa de la familia amenazada por el divorcio, recogiendo firmas para un Llamamiento a los altos poderes civiles y eclesiásticos de la Nación a favor de la familia brasileña, amenazada por el proyecto de Código Civil que entonces se discutía en el Congreso Nacional.
En 50 días, 1.042.359 brasileños habían firmado el Llamamiento, en 142 ciudades. Fue, en aquel momento, la mayor petición de nuestra historia. El 12 de agosto, viernes, una marcha de doscientos miembros y militantes tuvo lugar en el centro de la ciudad [de São Paulo], enarbolando 27 banderas de la entidad. Encabezada por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira y los demás miembros del Consejo Nacional, la procesión, formada en filas de cinco, partió a las 16 horas de la escalinata del Teatro Municipal, siguiendo por el Viaducto do Chá hasta la Plaza del Patriarca.
El 14 de agosto, la Sociedad celebró la victoria con un largo desfile de coches y autobuses hasta el histórico Monumento a la Independencia, también conocido como Monumento de Ipiranga, barrio de São Paulo, donde el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira y otros miembros del Consejo Nacional firmaron una oración a Nuestra Señora Aparecida, poniendo a sus pies el éxito de la campaña, y rogando que el divorcio nunca se implantase en nuestro país. Para más información ver: A TFP celebra o Milhão de assinaturas contra o divórcio (en português).
[2] El Prof. Plinio se refiere a la “esclavitud de amor” a María como propugnado por San Luis María Grignion de Montfort: “San Luis Grignion propone que el fiel se consagre libremente como “esclavo de amor” a la Santísima Virgen, dándole su cuerpo y su alma, sus bienes interiores y exteriores, y hasta incluso el valor de sus buenas obras pasadas, presentes y futuras, para que Nuestra Señora disponga de ellas, para mayor gloria de Dios, en el tiempo y en la eternidad (cf. “Consagración de sí mismo a Jesucristo, la Sabiduría Encarnada, por las manos de María”). La Santísima Virgen, como Madre excelsa, obtiene a cambio, para sus “esclavos de amor”, las gracias de Dios que eleven sus inteligencias hasta la comprensión lucidísima de los más altos temas de la Fe, que den a sus voluntades una fuerza angélica para subir libremente hasta esos ideales, y para vencer todos los obstáculos interiores y exteriores que a ellos indebidamente se opongan” [para más detalle ver: Obedecer para ser libre].
[3] “Reino de Maria” — San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), en su Tratado sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen, predice la instauración en la tierra de una era “en la que las almas respirarán a María como el cuerpo respira el aire”, y en la que innumerables personas “se convertirán en copias vivientes de María” (Cap. VI, art. V). A esta época la llama el Reino de María. Esta profecía está orgánicamente relacionada con la de Nuestra Señora de Fátima. Después de predecir diversas calamidades para el mundo, dijo: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará “.
Para más información ver el libro: O cruzado do século XX – Plinio Corrêa de Oliveira, de Roberto de Mattei:
Capítulo VII – RUMO AO REINO DE MARIA – 5. O Reino de Maria na perspectiva montfortina (en português).