Parte III

 

 

Capítulo 2

 

 

 

 

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Capítulo 2 - Para cerrar una brecha que tanto perjudicaba a la Revolución castrista, figuras eclesiásticas facilitan pasaje de la coexistencia a la colaboración con el régimen comunista

En 1962, época de persecución anticatólica, el Nuncio Apostólico, Monseñor Centoz, es llamado a Roma. Según comenta “La Documentation Catholique Internationale”,1 el prelado había sido “ultrapasado por los acontecimientos". El funcionario vaticano de mayor rango que permanece en la Nunciatura es Monseñor Cesare Zacchi, quien recién en 1967 será nombrado Encargado de Negocios.

Juan Rosales, miembro del CC del Partido Comunista argentino, y especialista en asuntos religiosos latinoamericanos, califica a Monseñor Zacchi como “un Nuncio sensible y amistoso, que tras viajar por el pais reconoce las transformaciones profundas encaradas y alienta a los cristianos a colaborar con el nuevo poder”.2 Fidel Castro no le escatima elogios, al decir que “tuvimos aquí un Nuncio muy inteligente, muy capaz, que es Monseñor Zacchi, un gran Nuncio, una persona con mucha capacidad constructiva, muy inteligente, gran don de gente, que vio la inconveniencia de estos conflictos entre la Iglesia y la Revolución”.3 Castro dice que gracias a la actitud del prelado, se habría conseguido pasar a una situación de “coexistencia entre la Revolución y la Iglesia”.4

De hecho, ya en 1966, Monseñor Zacchi declaraba a la revista mejicana “Sucesos”: “Las relaciones existentes entre el Gobierno y la Iglesia son muy cordiales”. No se comprende cómo esas relaciones pudieran ser así calificadas, cuando tantos laicos católicos habían muerto en el paredón hasta ese entonces, y miles de ellos eran encarcelados y torturados en las mazmorras del régimen. Por ejemplo, el conocido sacerdote cubano desterrado, R.P. Enrique T. Rueda5 —quien estuvo preso en las cárceles castristas— estima en varios miles el número de jóvenes fusilados.6

No obstante, Monseñor Zacchi agregaba en la entrevista a “Sucesos": “¿Por qué no ha de ser revolucionario un católico? Si una muchacha —y esto ocurre a menudo— me pregunta si puede ingresar en las milicias, yo le aconsejaría que sí, porque el católico debe tratar de ser el ejemplo donde se encuentre, y debe también ser el primero en los llamados del gobierno que tienden al bienestar del pueblo (!)”.7 El ejemplo no podía ser menos feliz. ¿Cómo puede pensarse que una joven conseguirá mantener la integridad de su Fé católica, y su virtud, entregada a un ambiente de la más baja promiscuidad como el de las “milicias” castristas?

Aún más grave es la presunción de que los llamados de un gobierno comunista puedan genuinamente tender “al bienestar del pueblo”.

Pero todo esto poco importaba. Con el estímulo dado por el representante de la Santa Sede a los católicos para “ser revolucionarios”, Monseñor Zacchi se adelantaba en veinte años a Fidel Castro, y a Fray Betto, que llegaron a usar similar formulación.8 Era así el propio Encargado de la Nunciatura quien intentaba cerrar una brecha —una profunda llaga en el costado de la Iglesia, se diría mejor— diluyendo la oposición católica al comunismo y legitimando al régimen, para desconcierto de los católicos cubanos, que vivían los más amargos trances de su Historia.  

Monseñor Fernando Prego, Obispo de Cienfuegos y Santa Clara, intenta justificar esta nueva actitud eclesiástica, y explicar el rechazo de los fíeles hacia ella, invocando una “evolución” que habría ocurrido a partir del Concilio Vaticano II, incomprendida por la masa de los fíeles. Al mismo tiempo, alude a la adhesión del sacerdote Guillermo Sardiñas a la Revolución, y reconoce que esa actitud produjo entre los católicos fuerte indignación: “Sí, así es, y debió haber sufrido, el pobre, con esto”. Como si la víctima hubiese sido dicho sacerdote cómplice del régimen, y no los católicos oprimidos por éste... “Entonces —continúa Monseñor Prego— eran cosas que no se podían compaginar. Desde el punto de vista eclesiástico, hay que tener en cuenta que fue la época pre-conciliar, es decir, antes del Concilio (sic). La evolución de la Iglesia empieza a partir del Concilio, que a su vez coincide prácticamente con la Revolución Cubana, de manera que las cosas empiezan a verse desde otro punto de vista, lo mismo de adentro para afuera, que a la inversa”.9 De lo cual podría deducirse que los católicos fueron víctimas del comunismo, no por fidelidad a la Iglesia, sino porque estaban atrasados en la “evolución” y no comprendieron que ésta imponía “otro punto de vista”...

Poco más adelante, el prelado vuelve a insistir en la coincidencia cronológica Revolución cubana-Concilio Vaticano II:

“Justamente, el Concilio fue un abrir de puertas y ventanas que estaban cerradas. Al abrir puertas y ventanas entra la luz, entra el aire, entra la claridad, hay otra óptica, otra forma de reaccionar, y ya te digo, esto prácticamente coincidió con la Revolución Cubana.

“Es decir, en lo nacional y en lo social, nos vimos con un nuevo impulso dado por la Revolución y en lo eclesiástico hay también un nuevo impulso, no sólo por la Revolución, o sea, por las circunstancias de vivir aquí, sino por un cambio interno debido al Concilio, donde hay un nuevo enfoque de las cosas, una evolución del pensamiento y aceptación incluso de cosas que antes, yo diría que eran inaceptables en todos los sentidos”.10

Esta última frase es de la mayor importancia, pues el Obispo de Cienfuegos admite que en Cuba hubo una abdicación de posiciones doctrinales fundamentales por parte de la Iglesia, frente a ideologías otrora “inaceptables en todos los sentidos”. Se estaría, pues, de atenernos a las declaraciones de Monseñor Prego, en presencia de una verdadera migración doctrinal de la Iglesia.11 Y parece claro que la nueva actitud de “aceptación” de lo que antes se consideraba totalmente inaceptable se aplica específicamente a la propia Revolución, pues el Obispo de Cienfuegos alude a dos “impulsos” nuevos, coincidentes: el eclesiástico y el revolucionario; llegando a sugerir que serían también convergentes.

 

“Documento final” del ENEC interpreta y continúa la política nefasta del Nuncio Monseñor Zacchi

Esos hechos ocurridos hace ya un cuarto de siglo son corroborados por el “Documento final” del ENEC, al afirmar que “con el Concilio Vaticano II y la renovación por él generada, comienza una nueva etapa en la vida eclesial”, y “con Medellín y Puebla se va imponiendo una revisión más profunda”. Ello habría determinado que tanto los Pastores, cuanto los “laicos comprometidos” cubanos se sientieran llamados “a encarnar una actitud de reconciliación y diálogo a nivel nacional”.12 En seguida, el documento explicita el sentido de esa “reconciliación”: “Después de las primeras confrontaciones (años 60 y 61) y, gracias a diversos factores y en particular al papel reconciliador desempeñado por la Nunciatura Apostólica y por los Obispos, ha habido una lenta y progresiva distensión en las relaciones Iglesia-Estado. La Iglesia pasó desde una aceptación de la realidad del carácter socialista de la Revolución, sin antagonizar el proyecto socialista como tal, hasta la coincidencia en los objetivos fundamentales en el campo de la promoción social: salud pública, enseñanza y trabajo al alcance de todos, satisfacción de las necesidades básicas, etc.”13

Nótese cómo la “reconciliación” promovida conjuntamente por la Nunciatura y el Episcopado significó en la práctica un avance que, en sus últimas consecuencias lógicas, puede llegar a la virtual identificación ideológica con el régimen: primero, se dejó de considerar antagónico con la doctrina de la Iglesia al “proyecto socialista como tal”; y en una segunda etapa, se pasó a una coincidencia en “objetivos fundamentales” de la “promoción social” comunista, dejando abierto el camino para otras “coincidencias” todavía más osadas.14

La política iniciada por Monseñor Zacchi encuentra así, en los mentores del ENEC, fieles intérpretes y continuadores, que van llevando sus directrices, etapa tras etapa, rumbo a sus últimas consecuencias. Y que de ese modo preparan el terreno para la identificación final católico-marxista postulada por el castrismo y ciertos “teólogos de la liberación”, como se mostrará en próximos Capítulos.

Sobre la “coincidencia” del Episcopado con el régimen comunista en torno de la “promoción social” —en los ámbitos educacional, de la salud y del trabajo— mucho podría comentarse. El castrismo utiliza esa “promoción social” como instrumento de control sobre la población, y de persecución indirecta a los católicos. La Constitución cubana —que los Obispos llamaron a acatar— en su artículo 38 deja claro que el Estado "fundamenta su política educacional y cultural” en la concepción “establecida y desarrollada por el marxismo-leninismo”, y promueve “la formación comunista de las nuevas generaciones”.15 En cuanto a la salud pública, a pesar de la enorme propaganda sobre las “realizaciones" del régimen en este campo, los hechos prueban que el sufrido pueblo cubano recibe, en el mejor de los casos, un “tratamiento médico mediocre”.16 En este sentido, en febrero de 1989 fue denunciada ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, reunida en Ginebra, “la baja calidad de ese servicio para el pueblo, en contraste con el que recibe la élite gobernante, con la cual no se escatiman recursos”.17

Por otro lado, los médicos cubanos son mitad facultativos, mitad comisarios políticos del Partido. La medicina en Cuba, en efecto, es un instrumento de control psicopolitico, lo cual es incluso reconocido en documentos oficiales. El folleto “Principios de la Etica Médica”, impreso por el Comité Central del Partido Comunista de Cuba, señala taxativamente que la piedra angular de la actividad del médico cubano está constituida por “los principios éticos de la moral comunista”, quedando en un segundo plano el aspecto médico propiamente tal, como denuncia el Dr. Alberto Fibla, quien pasó 26 años en el presidio político en Cuba.18

Un texto oficial de estudio de la especialidad de Medicina General Integral, en el ítem “El problema de las actitudes en la psicología social”, suministra al médico cubano instrumental analítico “que le viabilizará poder influir” en los pacientes para “formar la situación psicológica capaz de lograr cambios de las actitudes no deseables”, “no tan sólo en el ámbito de la salud, sino en el social, consecuente con los principios de la moral socialista”.19 No es difícil imaginar cuáles sean esas “actitudes no deseables” según la “moral” del régimen.20 Pero los Obispos cubanos parecen hacer vista gorda de todo lo anterior, manifestando “coincidencia” con el castrismo en las metas de una “salud pública” y una “educación” subordinadas a la ideología marxista.

 

El “Documento final” trata de justificarse con una salvedad que no es tal...

En el párrafo siguiente, el “Documento” justifica su aproximación con el régimen alegando supuestas ventajas que la Iglesia estaría obteniendo con ello: “Por su parte, el Gobierno Revolucionario da signos de reconocer el valor y vigencia de la Iglesia. La persistencia del hecho religioso en Cuba, y su importancia en América Latina y en el ámbito mundial son evidentes. Pasos dados recientemente ofrecen la esperanza de un diálogo constructivo entre ambas partes, que podría tener profundas repercusiones en las relaciones mutuas”.21

Al respecto, es preciso hacer dos puntualizaciones. En primer lugar —como se ha visto en la Parte II— el “reconocimiento” del comunismo cubano en relación al “valor y vigencia de la Iglesia”, no pasa de una táctica para instrumentalizar a ésta, utilizando como quinta columna a la “izquierda católica”. Segundo, sobre la alusión a “pasos dados” rumbo a un “diálogo constructivo”, ya se probó cómo a lo largo de esa marcha el Episcopado cubano fue abdicando cada vez más de posiciones doctrinales fundamentales, al tiempo que Castro nada cedía en sus metas marxistas-leninistas.

 

Sorprendente “mea culpa” episcopal encuentra delante de sí la arrogancia del dictador

En numerosas páginas del libro “Encuentro Nacional Eclesial Cubano-Documento final e Instrucción Pastoral de los Obispos de Cuba”, y en diversas declaraciones episcopales, se encuentran claras alusiones a “errores” cometidos por la Iglesia cubana al oponerse al régimen, con lo que indirectamente se acaba justificando la política de persecución religiosa del dictador. Más aún, el texto final del ENEC llega a querer suavizar a posteriori “declaraciones pastorales” de los primeros momentos de la persecución, tratando de deslindarlas de cualquier “acto de contrarrevolución” o de la utilización de esas denuncias, “dentro y fuera de Cuba”, “con fines políticos”. Los Obispos llaman también a “repensar y asumir nuestro pasado”, y “reconocer nuestros errores”.22 Lo que sugiere que las actitudes anticomunistas del Episcopado habrían sido erradas o, al menos, contraproducentes.

No podian faltar declaraciones en este sentido del locuaz Director del Secretariado de la Conferencia Episcopal Cubana (CEC), y portavoz de las posiciones más "avanzadas” dentro del Episcopado cubano, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes. En declaraciones a la revista “30 Giorni” —que lo califica como el "hábil portavoz del ENEC”— manifiesta que "en los años sesenta hubo errores de una parte y de otra, pero ahora es necesario tener el coraje de cerrar aquellas páginas y de abrir un libro nuevo, con las páginas en blanco, sin ingenuidad, pero con disponibilidad”.23 O sea, se proclama que debe hacerse borrón y cuenta nueva, apagando de la Historia un pasado de persecución comunista y de resistencia católica, y mostrando al mismo tiempo "disponibilidad” en relación al régimen. El mismo Monseñor que proclamó una supuesta coincidencia de objetivos entre católicos y marxistas cubanos, para construir una "Civilización del Amor”,24 llama a arrancar del Libro de la Vida las gloriosas páginas del martirologio católico cubano.

Ceder, ceder ante el dictador, sin contrariarlo, con la "esperanza de un diálogo constructivo entre ambas partes”,25 parece ser, en síntesis, una de las grandes líneas maestras del "Documento final” del ENEC, aquí reflejada en las palabras de su portavoz.

Ese infeliz mea culpa episcopal no puede dejar de excitar la arrogancia anticatólica del dictador. En "Fidel y la Religión”, narrando a Fray Betto sus conversaciones con los Obispos norteamericanos que lo visitaran a comienzos de 1985, Castro dice haber apostrofado a los prelados en estos términos: "Nosotros a veces (sic) hemos sido dogmáticos, pero ustedes también son dogmáticos y a veces han sido más dogmáticos que nosotros; ninguna institución fue tan dogmática, a lo largo de la Historia”, "ninguna institución había sido más rígida e inflexible, a lo largo de la Historia, que la Iglesia Católica”.26

Lo que para la Iglesia es una gloria —su santa intransigencia frente al error y al mal— parece a Castro un motivo de oprobio. Nótese cómo el comandante-tirano aprovecha cualquier flanco abierto por sus interlocutores eclesiásticos, para avanzar con increpaciones que muestran cuál es el fondo de su pensamiento: una Iglesia aceptable, para el régimen, debe ser una Iglesia que abdique de sus dogmas; con lo cual, pasaría a ser otra religión... Los mentores del ENEC parecen no ver cuál sea la consecuencia necesaria del "diálogo constructivo” que tanto los entusiasma.

Notas:

1) N° 1921, 6-7-86, p. 658.

2) "Cristo y/o Marx—Los comunistas y la religión”, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1985, p. 91.

3) “Fidel y la Religión”, “La Iglesia y los procesos revolucionarios”, p. 202.

4) “Fidel y la Religión”, “Las relaciones Iglesia- Estado”, p. 251.

5) “The Wanderer”, 20-4-89.

6) El ya citado libro “Testimonio de un sacerdote sobre la Pasión de Cristo en Cuba" es una excelente fuente para conocer detalles de la persecución religiosa desatada en la época.

7) “Sucesos", Méjico, 17-9-66, en Yolanda Portuondo, “Guillermo Sardiñas, el sacerdote comandante", pp. 221 y sgs.

8) Castro, al hablar de la alianza cristiano-marxista, subrayará en “Fidel y la Religión” que “lo importante es que en ambos casos se trate de sinceros revolucionarios" (“¿Es la religión el opio del pueblo?", p. 301). Fray Betto, por su parte, declarará a la revista cubana “Prisma Latinoamericano" (N° 60, 1985): “Ahora, hay una determinada manera de asumir el mensaje de Jesús, que es absolutamente compatible con una determinada manera de asumir la propuesta del marxismo-leninismo: ser revolucionario. Ese es el punto de contacto".

9) Yolanda Portuondo, "Guillermo Sardiñas: el sacerdote comandante", Editorial Cultura Popular, La Habana, 1987, pp. 208-209.

10) Yolanda Portuondo, “Guillermo Sardiñas, el sacerdote comandante", pp. 210-211.

11) Dadas las graves consecuencias que se desprenden de las afirmaciones de Monseñor Prego, es del caso transcribir otros párrafos en esa dirección, contenidos en la propia página 211 del citado libro:

“A la luz de las conclusiones del Concilio emanan toda una serie de concepciones nuevas; bueno, concepciones nuevas no, sino concepciones que cambian de color y de forma de expresión. Y una de las cosas que más yo diría que sufre esta mutación, es el concepto de la misión de la Iglesia en el mundo, de la relación de la Iglesia con el mundo, de la forma de actuar la Iglesia en el mundo cambia (sic).

“Como consecuencia de las conclusiones del Concilio, entonces se ve que lo que hizo Sardiñas no era una cosa mal hecha, sino una cosa que después vino la Iglesia a decir, a admitir". Ese sacerdote colaboracionista habría sido, pues, un pionero, un precursor.

12) “ENEC”, N°s 59-60, p. 42.

13) “ENEC", N° 60, p. 42.

14) Es preciso recordar aquí el Decreto de la Sagrada Congregación del Santo Oficio del 1-7-49, publicado por orden de Pío XII, que prohibe a los católicos bajo pena de excomunión cualquier colaboración con el comunismo. En uno de sus considerandos, el Decreto señala: “Aunque los dirigentes del comunismo declaren a veces, con palabras, que no combaten a la Religión, sin embargo, de hecho, con la teoría y en la acción, se muestran hostiles a Dios, a la Religión verdadera y a la Iglesia de Cristo" (Acción Católica Española, "Colección de Encíclicas y Documentos Pontificios", Madrid, 1955, pp. 806 y 807).

15) Artículo 38, incisos a y c; "Gaceta Oficial de la República de Cuba", 24-2-76. Véase también, a este respecto, el artículo "Afirma el Ministro de Educación de Cuba roja que él maestro es activista del Partido Comunista", "Diario Las Américas", 11-12-88. En la oportunidad, el Ministro de Educación aclaró que "el maestro es forjador de las ideas más avanzadas de la revolución y un activista del Partido Comunista en cualquier lugar en que se encuentre".

16) Esa expresión es del intelectual cubano exiliado Carlos Alberto Montaner, en "Toward a Consistent U.S.- Cuban Policy", "Cuban Communism", Transaction Books, New Brunswick, 1987, p. 330.

17) Ariel Remos, "Informa Jesús Permuy en Ginebra sobre la violación institucional de los derechos humanos en Cuba roja", "Diario Las Américas", 17-2-89.

18) "La ética de la medicina en Cuba", "La Voz Libre", Los Angeles, 2-9-88.

19) "Medicina General Integral", tomo I, pp. 18-191, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1987. Sobre los métodos grupales de control de actitudes y del comportamiento social, en los que se combinan elementos de psiquiatría, sociología y ciencia política, ver Parte 1, Cap. 3.

20) Para ello, puede recordarse la definición que Lenín daba sobre moralidad revolucionaria: "Decimos: es moralidad lo que sirve para destruir la antigua sociedad explotadora y para agrupar a todos los trabajadores alrededor del proletariado creador de la nueva sociedad comunista" (V.l. Lenín, "Obras Completas", t. 41, r, 317; en "América Latina", N° 4, 1989).

21) "ENEC", N° 61, p. 42.

22) "ENEC", "Iglesia y Revolución”, N°s 57 y 62, pp. 41-42.

23) "30 Giorni”, marzo de 1986, p. 29.

24) "Cuba Internacional", N° 200, julio de 1986, p. 37, citación ya comentada en la Parte II, Capítulo 4.

25) "ENEC”, N° 61, p. 42.

26) "La visita de los Obispos norteamericanos”, p. 232.

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