Plinio Corrêa de Oliveira

Nobleza

y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana

 

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Editorial Femando III, el Santo

Lagasca, 127 - 1º dcha.

28006 — Madrid

Tel. y Fax: 562 67 45

Primera edición, julio de 1993.

Segunda edición, octubre de 1993

© Todos los derechos reservados.


NOTAS

Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor.

La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I.

El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la segunda edición impresa, octubre de 1993. Se agradece la indicación de errores de revisión. 


 
CONCLUSIÓN

En el clímax de la crisis religiosa, moral e ideológica del mundo actual: un momento propicio para la acción de la Nobleza y las élites tradicionales

 

A pesar de la estupenda vitalidad que los pueblos europeos han demostrado tener tras haber sido sacudidos en nuestro siglo por dos guerras mundiales, es necesario reconocer que la recuperación de los efectos producidos por la última exigió de ellos mucho tiempo y un oneroso esfuerzo.

A lo largo del periodo en que Pío XII pronunció sus quince alocuciones al Patriciado y a la Nobleza romana (de 1940 a 1958), se llevaba lentamente a cabo la reconstrucción económica de Europa, comenzada al final del conflicto, y de modo muy natural, el desvelo paterno del Pontífice le llevó a hacer múltiples referencias a esa situación crítica en aquellos sus memorables discursos.

En la década siguiente, sin embargo, el ritmo ascensional de la recuperación europea se acentuó sensiblemente. En ella se operaron los famosos “milagros económicos” denominados corrientemente milagro alemán, milagro italiano, etc. Esa sucesión de “milagros” habría de prolongarse, de modo que, por ejemplo, el reciente florecimiento económico de España y Portugal —hasta entonces naciones poco favorecidas en el Continente Europeo— aún puede ser incluido de algún modo en esa serie de “milagros”.

Con este impulso de prosperidad —cuyo auge Pío XII, fallecido en 1958, no llegó a ver, pero al cual entonaba en 1965 la constitución conciliar Gaudium et Spes un himno de salutación y júbilo— el cuadro general de Europa fue sensiblemente modificado.

La Historia dirá algún día con precisión cuál fue el papel de la Nobleza y de las demás élites tradicionales en este resurgimiento o, en otros términos, tal vez permita valorar la repercusión de las notables directrices de Pío XII en la conducta que estas clases hayan tenido a favor de la restauración económica de Europa.

Sin precipitarnos a enunciar aquí un juicio preciso sobre ello, nos parece que este papel fue considerable, aunque proporcionado en cada país a los medios de acción de la aristocracia y de las respectivas élites.

Lo cierto es que cuando en 1989 la Rusia soviética y los demás países del Este europeo comenzaron a dejar patente la trágica extensión del fracaso a que les había arrastrado la dictadura del proletariado y el capitalismo de Estado, las naciones europeas, los Estados Unidos y otros países movilizaron para ayudarles, con sorprendente rapidez, enormes sumas... cuya restitución —aunque sea sólo la de una considerable parte de las mismas— no se debe esperar que ocurra algún día. De este modo, las grandes naciones democráticas, en realidad orientadas y enriquecidas por la iniciativa privada, dejaban ver implícitamente a toda la humanidad el contraste para ellas triunfal entre el Oeste y el Este.

Cuánto se engañarían, sin embargo, quienes ante el cuadro aquí sumariamente bosquejado imaginasen que, por el propio efecto de la prosperidad readquirida, las diferentes crisis heredadas por las naciones del Oeste en las anteriores décadas de este siglo y agravadas más tarde por nuevos factores estaban resueltas.

Las fatuas tesis de que la prosperidad es siempre el principal sustentáculo del orden y del bienestar de los pueblos, y la pobreza la causa más importante de las diferentes crisis que atraviesan se desmiente fácilmente ante lo sucedido en la Europa de la posguerra.

En 1968, cuando el proceso de cicatrización y de reflorecimiento del Viejo Continente estaba ya muy avanzado, estalló la terrible crisis de la Sorbona. Revelaba ésta la presencia entre la juventud de una torrencial y disolvente influencia de ciertas filosofías que hasta entonces eran tenidas, en general, como manifestaciones de extravagancia de ciertos “elegantes” de los ambientes de la cultura y de la jet-set.

La extensión de las repercusiones del “fenómeno Sorbona” a la juventud vanguardista de Europa y del mundo, demostró la profundidad de la fisura así abierta. El deterioro general de las costumbres, ya deplorado por Pío XII, encontró precisamente en esa atmósfera de riqueza y extravagancia un ambiente tan propicio que la crisis moral y cultural de Occidente ha llegado a crear para el mundo libre una situación más grave que la de las crisis anteriores, mera o preponderantemente económicas; y esto hasta tal punto que el crecimiento de la prosperidad ha podido ser apuntado a justo título por observadores lúcidos y sobradamente documentados como un importante factor en el trágico agravamiento de la crisis moral. [1]

Esta situación se ha visto, a su vez, acentuada por la crisis de una gravedad estrictamente sin precedentes que atraviesa la Iglesia Católica, columna y fundamento de la moralidad y del buen orden en las sociedades. [2]

A estas perspectivas se han venido a sumar posteriormente dos importantes acontecimientos: la guerra del Golfo Pérsico y la victoriosa oposición de los pueblos bálticos —entre los que se destaca por su gloriosa resistencia el heroico pueblo lituano— a favor de su independencia. La importancia de este segundo acontecimiento no puede ser subestimada sin caer en un grave error, ya que puso en juego principios fundamentales de la moral y del orden internacionales, y despertó en la conciencia de los pueblos una justa y enfática conmoción, como bien lo demuestra la entusiasta recogida de firmas organizada por las Sociedades de defensa de la TFP en 26 países, que alcanzó la impresionante cifra de 5.212.580 adhesiones. [3]

*     *     *

En el momento en que este trabajo llega a su término, graves incógnitas rodean a la humanidad por todas partes. La situación mundial bosquejada por Pío XII ha sido alterada principalmente por el hecho de que los problemas económicos de Occidente se han visto atenuados en considerable medida por efecto de los referidos “milagros”; pero al mismo tiempo, dos grandes crisis se han venido acentuando continuamente desde entonces hasta ahora: la crisis interna de lo que otrora fue el imperio de más allá del Telón de Acero; y la crisis —también interna— de la Iglesia Católica; crisis dolorosa, esta última, que se relaciona con aquello que tienen de más esencial los problemas aquí tratados, pero sobre la cual nos abstenemos de extendernos, pues su gravedad y amplitud exigirían seguramente una obra aparte, de muchos volúmenes...

En cuanto a la primera, sus grandes rasgos son bien conocidos en el mundo entero. En el momento en que escribimos, las naciones que antes constituían la URSS se encuentran disgregadas; las fricciones entre ellas se van acentuando, agravadas notoriamente por el hecho de que algunas poseen los medios para desencadenar una guerra atómica.

No es improbable que, una vez desencadenada una situación bélica en el interior de la ex URSS, ésta venga a envolver a las más importantes naciones de Occidente, lo que, a su vez, podría acarrear consecuencias de envergadura apocalíptica. Una de ellas podría fácilmente ser la migración hacia Europa Central y Occidental de poblaciones enteras acosadas por el miedo a los riesgos de la guerra y por el hambre, tan urgente en la actualidad. Esta migración podría revestir, entonces, un carácter crítico imprevisiblemente grave.

¿Cuáles serían los efectos de ese éxodo sobre naciones como las del Mar Báltico, colocadas hasta hace poco bajo el yugo comunista? ¿Y sobre otras como Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria, de las cuales sería por lo menos muy arriesgado afirmar que ya han escapado totalmente del yugo comunista?

Para completar este cuadro sería necesario tomar en consideración la posible reacción del Magreb ante una Europa Occidental puesta ante problemas de tal magnitud; y tener también en cuenta las circunstancias específicas del África Septentrional y la profunda influencia ejercida allí por la inmensa oleada fundamentalista que recorre los pueblos del Islam, de los cuales el Magreb es parte integrante.

Así pues, ¿quién puede predecir con seguridad hasta donde todo este conjunto de tramas conducirá al mundo, y especialmente al mundo cristiano?

Hasta el momento, este último aún no está envuelto en el triple drama de las invasiones del Este —que se anuncian pacíficas—, de las probablemente menos pacíficas de más allá del Mediterráneo, y de una eventual conflagración mundial. No obstante, ya se vislumbra el funesto final del largo proceso revolucionario, cuya línea general se ha procurado resumir en el último capítulo de este trabajo.

Pese a haber encontrado en su camino innumerables obstáculos, tal ha sido —a partir de la confluencia histórica en la cual la Edad Media declina y muere, el Renacimiento surge en sus alegres triunfos iniciales, la revolución religiosa del protestantismo comienza a fomentar y preparar de lejos la Revolución Francesa, y muy de lejos la Rusa de 1917...— el carácter inflexible de la andadura victoriosa de dicho proceso, que se diría invencible la fuerza que lo ha movido y definitivos los resultados alcanzados por él.

“Definitivos” parecerán, efectivamente, esos resultados si no se hace un análisis atento de la índole de ese proceso.

A primera vista, parece eminentemente constructivo, pues levantó sucesivamente tres edificios: la pseudo-Reforma protestante, la república liberal-democrática y la república socialista soviética. Sin embargo, su verdadera índole es esencialmente destructiva: él es la destrucción; él derribó a la tambaleante Edad Media, al desvaído Antiguo Régimen, al apopléjico mundo burgués, frenético y perturbado; bajo su presión se encuentra en ruinas la ex URSS, siniestra, misteriosa, podrida como una fruta que ha caído hace tiempo del árbol.

Hinc et nunc, ¿no es verdad que son ruinas los mojones que señalan efectivamente la trayectoria de este proceso? Y, de la más reciente de esas ruinas, ¿qué está resultando para el Mundo sino la exhalación de una confusión general que promete a cada momento catástrofes inminentes, contradictorias entre sí, que se deshacen en el aire antes de precipitarse sobre los mortales y, al hacerlo, generan la perspectiva de nuevas catástrofes aún más inminentes, aún más contradictorias, las cuales quizá se desvanecerán, a su vez, para dar origen a nuevos monstruos, o quizá se convertirán en realidades atroces, como la migración de hordas enteras eslavas del Este hacia el Oeste, o la de hordas mahometanas avanzando desde el Sur hacia el Norte?

¿Quién lo sabe? ¿Quién sabe si esto ocurrirá? ¿Quién sabe si ocurrirá sólo (!) esto? ¿Si no habrá aún algo más y peor?

El cuadro es, sin duda, desalentador para todos los hombres que no tienen Fe; por el contrario, para quienes la tienen, desde el fondo de este horizonte suciamente confuso y torvo una voz, capaz de despertar la más alentadora confianza se hace oír: “Por fin, mi inmaculado Corazón triunfará”. [4]

¿Qué confianza podemos depositar en ella? Nuestra respuesta, dada por Ella misma, cabe en una sola frase: “Soy del Cielo” [5]

Hay, por tanto, razones para esperar. ¿Esperar qué? La ayuda de la Providencia para todo trabajo ejecutado con clarividencia, rigor y método para alejar del mundo las amenazas que, como otras tantas espadas de Damocles, cuelgan sobre los hombres.

Es necesario, pues, orar, confiar en la Providencia y actuar; y para que esta acción se desarrolle es de la mayor conveniencia recordar a la Nobleza y a las élites análogas la misión especial —y primada— que les corresponde en las actuales circunstancias.

Quiera la Virgen de Fátima, patrona singular de este agitado mundo contemporáneo, ayudar a la Nobleza y a las élites congéneres a tomar en la debida consideración las sabias enseñanzas que les dejó Pío XII. Estas les señalan una tarea que el Papa Benedicto XV calificó expresivamente como “sacerdocio” de la Nobleza. [6] Si se entregan por entero a ella, es seguro que quienes hoy las componen y, más tarde sus descendientes, quedarán algún día sorprendidos con la amplitud de los resultados que habrán obtenido para sus respectivos países, para todo el género humano, para la Santa Iglesia Católica, sobre todo.


NOTAS

[1] En el libro España: Anestesiada sin percibido, amordazada sin quererlo, extraviada sin saberlo —La obra del PSOE, publicado por la TFP española (Editorial Fernando III El Santo, Madrid, 1988, pp. 109-113) se describe el fenómeno tal y como ocurrió en España. Resúmenes de esta obra fueron editados en varios idiomas por las sociedades de defensa de la TFP de los cinco continentes (para consultarlos pinche aqui).

[3] Una delegación compuesta por once miembros de las diversas sociedades de defensa de la TFP y presidida por el Dr. Caio V. Xavier da Silveira, director del bureau-TFP de París, estuvo en Vilna, capital de Lituania, para entregar personalmente el día 4 de diciembre de 1990 al presidente Vytautas Landsbergis los microfilmes de esa monumental recogida de firmas. La delegación se dirigió a continuación a Moscú, donde entregó, el día 11 de diciembre, en la oficina de Mijail Gorbachov en el Kremlin, una carta en la que se afirmaba: “En nombre de más de cinco millones de firmantes, queremos pedirle formalmente que elimine todos los obstáculos que impiden que Lituania adquiera su total independencia; acción ante la cual la opinión pública mundial y la Historia se mostrarán reconocidas”.

[4] Palabras de Nuestra Señora en Fátima, durante la aparición del 13 de julio de 1917 (Memórias da Irmã Lúcia, Postulação, Fátima, 3ª ed., 1978, p. 150).

[5] Ibídem, p. 146.