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Antecedentes HISTORICOS

 

Parte II

Del Alzamiento al triunfo del PSOE

·     A cincuenta años del Alzamiento, los derrotados de entonces gobiernan hoy a España, favorecidos por el sincretismo ecuménico imperante. ¿Cómo se dio esa enorme mutación histórica?

·      Los socialistas en el Poder están realizando una "revolución asombrosa"... que parece no asombrar a nadie. ¿Cuál es la explicación del enigma?


Capítulo 5

 

España en el quirófano

El juego de las impresiones, situaciones y maniobras que la llevaron hasta la mesa de operaciones

 

La España del principio de contradicción adormecido, la España ecumenizada, la España cansada de afirmar y de querer definidamente, que se alza de hombros ante todas las cosas y dice “tal vez”, era el terreno propicio para la rápida ascensión del socialismo al Poder. Así se explica que la ideología derrotada en 1939 surgiera como fuerza política hegemónica cincuenta años después... El PSOE supo remozarse y entrar como jugador en el ludus ecumenista de la nueva España. Dio así apariencias de credibilidad al sueño disolvente de una era idílica de concordia ideológico-política, transformándose en su más directo beneficiario.

Sin embargo, el hecho de que el PSOE (versión 1976), parezca completamente integrado en el clima de ecumenismo descrito en las páginas precedentes, no significa que haya abandonado las metas revolucionarias históricas del socialismo y tampoco que haya moderado la radicalidad de las mismas.

 

I — La revolución asombrosa

 

Al contrario, con la rosa en la mano y la sonrisa en los labios, los socialistas se han propuesto transformar a España desde sus cimientos. Lo dijo el vicepresidente del Gobierno e ideólogo del PSOE, Alfonso Guerra, al hacer a “Diario 16” el balance de la obra de su partido: “En España hemos hecho una revolución silenciosa. (...) Hemos hecho una revolución absolutamente tremenda. No nos hemos dado cuenta, casi, que es mejor todavía. Hay una revolución cultural en este país verdaderamente asombrosa”. Remachando finalmente: “Revoluciones que son mucho más calladas que las revoluciones políticas se están dando en España.” [1] Por si fuera poco, el mismo Guerra vociferó en un mitin del partido en 1986 que, si volvía a ganar el PSOE, “a España no la va a conocer ni la madre que la parió” [2]. A su vez el presidente de la Junta de Andalucía, Rodríguez de la Borbolla, se expresó de manera no menos vulgar: “Vamos a dar la vuelta al país como si fuese un calcetín.” [3] Más cauteloso —como está en su papel— pero enunciando el mismo propósito, el propio Felipe González ha repetido en todos los tonos: “necesito veinticinco años para hacer el cambio” [4].

Se trata, pues, de una enorme transformación que nos anuncian los dirigentes socialistas instalados en los más altos puestos del Gobierno. Si esto es así, debería haber habido gestos, episodios, leyes y decretos, en fin, hechos que golpeasen brutalmente todo y a todos. ¿Cómo explicar entonces que tal revolución no esté despertando una de las mayores controversias de nuestra Historia? En efecto, lo menos que puede esperarse de una revolución asombrosa es... que cause asombro, diría Perogrullo. No obstante, acabamos de verlo, el propio Alfonso Guerra se jacta de que su tremenda revolución es silenciosa...

¿Han conseguido los socialistas españoles encontrar en materia política la cuadratura del círculo? ¿O las frases de los señores González, Guerra y Borbolla no pasan de fanfarronadas?

Ni una cosa ni la otra. Los hechos concretos, abrumadores, muestran que los dirigentes socialistas no están mintiendo. La parte III de este libro recoge y documenta abundantemente las manifestaciones de esta revolución, efectivamente asombrosa.

¿Dónde está la solución de esto que parece un enigma?

Es que el estilo de la neorrevolución socialista —las imágenes que proyecta, las impresiones que produce, las situaciones que crea, las maniobras que utiliza para avanzar, el terreno preferencial en que se desarrolla— se adecúa, como el guante a la mano, al estado de espíritu de un país cuya capacidad de afirmar y de negar, de querer y rechazar ya se encontraba narcotizada.

De todos modos, un cuidado especial se imponía a los socialistas para llevar adelante su revolución de nuevo estilo: mantener a cualquier precio las apariencias de una continuidad institucional, no volver insoportable la vida individual de los españoles, ni despertar en su espíritu los viejos clichés del socialismo colectivista y dictatorial derrotado en el 39. Por eso, Txiki Benegas, secretario de organización y tercer hombre del PSOE, pudo afirmar: “Hemos hecho una revolución tranquila.” [5]

¿Están teniendo éxito los socialistas en esta difícil y delicada empresa? Parece que sí. Y más allá de toda expectativa. Veamos.

 

II — Una impresión que resiste a todas las evidencias: en la España de hoy no pasa nada

 

Antiguamente, el español medio, en su madurez, quería ser considerado como un hombre grave, reflexivo o al menos pensativo y capaz de imponer respeto o, a veces, temor reverencial. Hoy, en cambio, ya no se quiere imponer respeto porque se prefiere aparecer como bromista, informal, en suma, como una persona simplemente simpática.

En consonancia con este adiós a la seriedad, hay un no sé qué que se respira por todas partes en los ambientes de la España actual, que difunde una alegre y despreocupada sensación de seguridad y optimismo, cualesquiera sean los avatares políticos. Nadie lo dice abiertamente, mucho menos la televisión o los periódicos. Sin embargo, la mayoría de los españoles cree intuirlo en la observación directa de los hechos.

Parece que los fantasmas del pasado aún cercano se han vuelto juguetones. Se hacen chistes a propósito de todo, incluso de lo más sagrado. Las cuestiones más espinosas y los conflictos más graves parecen diluirse sin consecuencias. A tal punto que alguien llegó a preguntar desconcertado: “¿qué tiene que pasar para que pase algo?”.

 

1- Los hombres públicos de la generación del Rey dan el tono

Cuando el 20 de diciembre de 1973 una mina etarra hizo volar trágicamente el coche del almirante Carrero Blanco, pareció a muchos que junto con él se iba por los aires un tipo característico de hombre público, que representaba de algún modo la supervivencia de la España del Alzamiento.

Una nueva generación de hombres públicos, la que se ha dado en llamar la generación del Rey, entraría enseguida en escena. Despreocupados, ligeros porque no cargan el peso de ideas muy profundas, son hombres que parecen tener empeño en no salir de lo común. Dan la impresión de tener certeza, más o menos consciente, de que no encontrarán dificultades mayores ni auténticas luchas en su camino. Su fisonomía jovial, algo imponderable en su modo de ser, la manera pragmática y muchas veces burlona o displicente con la que abordan los asuntos más complejos de la vida pública, todo en ellos, en fin, encarna y difunde esa sensación de optimismo que impregna la vida española de hoy. Parecen decirnos: imitad nuestro estilo, es como un talismán que os simplificará los problemas y os atraerá el éxito y la felicidad. De cualquier modo, oyendo relatar sus dichos y hechos, o simplemente viéndolos, el hombre común cree que puede continuar tranquilo, cuidando solamente de sus intereses individuales: con estos hombres públicos que hoy mandan en España nada grave o peligroso puede suceder, aun cuando la noria de los acontecimientos políticos haga pensar lo contrario...

La impresión profundamente distensiva y optimista producida por los actuales hombres públicos tiene el efecto de desmentir, en el plano vivencial, la idea de que está en curso una tremenda revolución. Con tan “buenos chicos” en el Poder, ¿cómo puede pensarse una cosa así?

Pelo largo a la moda, mechón caído, sonrisa tolerante en los labios, Felipe González aparece frecuentemente junto a su esposa o a sus hijos, como cualquier padre de familia. En la prensa se discute su crucero por el Mediterráneo en el yate de Franco. Su imagen no es la que habitualmente se tiene del jefe de una gigantesca revolución...

Arriba: Felipe González con Santiago Carrillo y Adolfo Suárez. Al lado: con su familia. Debajo: en el yate Azor.

Las aristas de la realidad desaparecen, las contradicciones se diluyen. España ve subir al Poder un deportivo y joven Rey, revestido de pompas muy discretas — apenas un residuo de las de sus antecesores y casi democráticas — que preside alegre y confiante la modernización del país. No escoge un sesudo y experimentado político de vieja escuela para presidente del Gobierno, sino a un hombre de su generación, el moderado y centrista Adolfo Suárez. Bajo el mágico influjo de las nuevas personalidades, hasta los lobos pasan a decirse amigos de los corderos, y el que fue ministro del Movimiento conducirá a un Carrillo que sonríe dulcemente a las recepciones del Palacio de Oriente...

A la derecha se organiza, como fuerza numéricamente más significativa, Alianza Popular, del ex ministro de Franco, Manuel Fraga Iribarne. Hábil político, de inteligencia brillante, comunicativo, aunque dicen que un poco irascible, no pertenece a la nueva generación de hombres públicos. Sin embargo, como político hábil, supo poner su personalidad y sus predicados a tono con el día de hoy, destacándose por los dichos jocosos y por acomodaciones políticas e ideológicas que le homogenizan con el nuevo ambiente. Las izquierdas califican su posición de derecha civilizada. Pero sectores dirigentes de AP acabaron por considerarle insuficientemente aggiornato, sustituyéndole en la dirección del partido por el joven senador Antonio Hernández Mancha. El nuevo dirigente no se ha mostrado hasta ahora adepto de ideas precisas y claras, pese a su aspecto de universitario aplicado. Inquieto, despeinado, frecuentemente sin chaqueta ni corbata, siempre riendo, y usando con frecuencia la jerga, para él todas las cuestiones son sencillas... los ritmos del rock invaden los mítines de AP y su electorado tradicional, decepcionado, comienza a alejarse del partido*.

 

* La desconcertante imagen que proyectó Hernández Mancha al llegar a la dirección de Alianza Popular no dejó de ser glosada por diversos comentaristas políticos. Pilar Urbano, por ejemplo, en un artículo titulado ¿Se ha vuelto loca la derecha?, además de destacar la jerga con que el senador esmalta sus declaraciones, comenta sus referencias “al brutal imperialismo norteamericano”, su elogio al anarco sindicalismo español por “el mérito de haber aplicado las teorías de Bakunin”, junto con sus defensas del liberalismo económico tales como: “aquí, libertad de mercado; a pagar impuesto todo dios y a cotizar en términos de igualdad. Y el más profesional que sobreviva, y el que no, macho, que se hunda”. Se extraña igualmente la periodista de las teorías del nuevo líder de AP sobre “la expropiación de las grandes fincas de Andalucía”, y también por creer que “como político en temas que rozan la moral: siempre un paso detrás del obispo más izquierdista” (“Ya”, 4-2-1987; ver también Rueda de prensa in “Diario 16”, 22-2-1987, Un líder volátil in “El País”, 9-2-1987).

En las últimas elecciones municipales AP, bajo la dirección del nuevo líder, perdió cerca de un millón de votos en relación a las municipales de 1983 (lo cual representa un 6 por 100 del total del electorado). Algunos partidos regionalistas que adoptaron una posición más seria y conservadora, como el PAR en Aragón, UPN en Navarra, Unión Valenciana y AIC de Canarias, subieron acentuadamente,

¿Reconocerá el senador andaluz, con su experiencia al frente del partido, que el camino escogido favorece la confusión de ideas y la apatía pública, sin galvanizar al electorado natural de AP, ni atraerle nuevas simpatías? Deseamos sinceramente que lo consiga, pues podrá así contribuir decisivamente a otorgar autenticidad y consistencia a nuestra vida política y a revertir el actual curso de los acontecimientos.

 

Sin embargo, la nueva estrella que apareció durante la transición fue, evidentemente, Felipe González: pelo largo a la moda, mechón caído, sonrisa tolerante en los labios y los aires ejecutivos de un joven pueblerino que hace carrera en la ciudad. Líder de un decidido equipo de amigos irreverentes como él, asciende rápidamente en el viejo PSOE, exorcizándolo de sus sañudos demonios marxistas-leninistas y transformándolo en una organización aparentemente maleable, que ostenta moderación.

Desde su subida al Poder, los medios informativos lo muestran frecuentemente junto a su esposa, entretenido con sus hijos como un padre de familia cualquiera, saliendo de vacaciones al campo o a la playa. Se discute en la prensa intensamente con pormenores, su crucero por el Mediterráneo en el yate que había sido de Franco. Su imagen, desde luego no es la que normalmente se tiene del jefe de una gigantesca revolución socialista. *

Hasta el viejo profesor, Tierno Galván. Siempre elegantemente vestido y sin perder su talante volteriano, encontró, al final de su vida, medios para incorporarse al ambiente renovado uniéndose al convoy de Felipe y sus amigos, lanzando, bajo apariencias festivas, las Semanas del Erotismo mostrando que sabía usar la jerga roquera. [6]

 

* En 1974 un nuevo equipo dirigente, encabezado por Felipe González y Alfonso Guerra, reemplazó a Rodolfo Llopis y a los líderes de la vieja guardia del PSOE. Pero fue sólo en diciembre de 1976, en el XXVII Congreso del PSOE, cuando esta nueva línea recibió el espaldarazo de los más destacados líderes del socialismo internacional, Willy Brandt, Mitterrand, Pietro Nenni, Olof Palme, etc.

En las elecciones generales de 1977 el PSOE, en franco proceso de remodelación de su imagen, consiguió 118 escaños en el Congreso, apareciendo como una alternativa viable de la izquierda al Poder.

Pero fue sobre todo a partir de 1979 que Felipe González y los nuevos dirigentes del PSOE terminaron de retocar la nueva imagen del partido. El ala histórica insistía en mantener la rigidez de los dogmas marxistas. González tuvo, entonces, un gesto decisivo: renunció teatralmente a la Secretaría General del PSOE, creando una expectativa dentro del partido recogida sensacionalmente por los medios informativos, incluso los conservadores. Meses más tarde volvía en triunfo, reelegido por el Congreso Extraordinario del partido en septiembre del mismo año (85,9 por 100 de votos a favor y 6,9 por 100 en contra).

En la Resolución Política de este congreso se proclama victoriosa la tesis desdogmatizadora de Felipe González: “El PSOE asume el marxismo como un instrumento teórico, crítico y no dogmático para el análisis y la transformación de la realidad social, recogiendo las distintas aportaciones, marxistas y no marxistas que han contribuido a hacer del socialismo la gran alternativa emancipadora de nuestro tiempo y respetando plenamente las creencias personales”. (PSOE, Resolución Política del Congreso Extraordinario, p. 2). Pocos dieron atención al párrafo donde se afirmaba que el Programa Máximo, o sea, las metas estratégicas históricas establecidas en la Declaración de Principios de 1879, permanecía como la meta suprema del PSOE.

En las elecciones generales de 1979 del PSOE consiguió algunos escaños más…

El XXIX Congreso del partido, en octubre de 1981, se encargó de acentuar todavía un poco más esta imagen de moderación gradualista. En sus Resoluciones abundan eslóganes para consumo del público: “Un ámbito más libre para la vida privada”; “El proyecto socialista será realidad con apoyo de la gran mayoría o no será”; “Articular y expresar una mayoría (…) integrada por una pluralidad de clases y capas sociales”; “Consideramos el mercado como un instrumento para el funcionamiento del sistema económico” (PSOE, Resoluciones — 29 Congreso, pp. 5 y 7 ).

El 28 de octubre de 1982 el PSOE consiguió llegar al Poder.

 

Ni siquiera figuras representativas del Episcopado quedaron inmunes a la transformación psicológica de los hombres públicos. Ciertos prelados comenzaron a adoptar modales y vocabulario desacralizados*, disimulando lo más posible su autoridad y prefiriendo un lenguaje de medios tonos, más secular y en ocasiones chistoso. No serían ellos, pues, los que habrían de rasgar el sutil tejido del consenso temperamental.

 

*”Cambio 16”, por ejemplo, divulgó una entrevista con monseñor Buxarrais, obispo de Málaga, en la que, hablando con una periodista, usó expresiones que la decencia impide transcribir (“Cambio 16”, 26-8-1985).

 

Así, cuando los periodistas preguntaron a monseñor Elías Yanes, presidente de la Comisión Episcopal de enseñanza, su opinión sobre “el vicepresidente Guerra como interlocutor de la Conferencia Episcopal”, en medio de las tensiones Iglesia-Estado provocadas por la LODE, la ley del aborto, y la llamada “guerra de los catecismos”, no hizo comentarios doctrinales sobre los problemas en debate, sino que puso el acento en que Guerra “es una persona muy cordial, muy respetuosos con los demás”, “creo que hace una gran esfuerzo de diálogo y actúa honestamente”. Diciendo aún que “tiene una gran capacidad para buscar soluciones” y que “es un interlocutor de nuestro agrado”. Por si fuera poco, agregó que “la llamada guerra de los catecismos no ha sido más que un problema de subalternos” [7].

Poco después, hablando sobre las relaciones Iglesia-Estado, monseñor Díaz Merchán, entonces presidente de la Conferencia Episcopal, comentó sobre Felipe González: “Me parece que es una persona muy dialogante, cordial, franca y abierta”. “Se mueve no sólo por los intereses legítimos de su partido —dijo— sino también de un bien más alto” que el prelado identifica con el bien de la nación. “A mí me causa buena impresión, es un hombre de gran voluntad”, concluyó [8].

Con tan buenos chicos en el Poder, ¿podrá ocurrir algo grave en España?

La influencia de la imagen sobre una opinión pública cada vez menos raciocinante y más sujeta a las impresiones forma parte del nuevo mensaje político que se abre paso en la vida pública no sólo española, sino del mundo. La fisonomía psicológica del político es más apreciada que su programa, el cual se conoce de modo vago o implícito de acuerdo al partido a que pertenezca, partido a su vez de contornos difusos. El problema que se coloca en primer plano es el de saber con qué imagen y estilo de personalidad el líder va a ejecutar el programa de su partido. Este, a su vez, va perdiendo importancia. No se ha dicho en vano que estamos en la civilización de la imagen, cuya realidad fue constatada por Pablo VI.

Por lo demás, se está reeditando en España, con algún atraso y con menos fuerza expresiva, el figurín de político inaugurado por John Kennedy. Este era un líder que parecía gozar de una juventud perpetua.

Se diría que, así como los Estados Unidos salieron con un Kennedy de la guerra fría hacia la coexistencia pacifica, la España del consenso ecumenista necesitó varios pequeños Kennedys en los diferentes puntos del horizonte político, a falta de un líder capaz de representar por sí solo la nueva era del diálogo relativista.

 

2- Los funcionarios socialistas que tienen contacto directo con el público adoptan también el “new look”

Esta tranquilizadora impresión, producida por el estilo de los hombres públicos —con Felipe González y los suyos a la cabeza— se repite al tomar contacto con los escalones secundarios de la administración pública, donde el PSOE ha tenido en general el cuidado de colocar afiliados y simpatizantes que reflejen el new look socialista.

Todo ello tiene el efecto de desmentir en el plano de las vivencias la idea de que está en curso una revolución socialista capaz de “dar la vuelta al país como si fuese un calcetín”.

 

3- El fantasma de la guerra y el ecumenismo falsean el debate ideológico quitándole contenido

Quien preste atención al debate político e ideológico español y a los acontecimientos que de él resultan, tiene la misma sensación tranquilizadora que le dan los hombres públicos.

De hecho, a todo lo anterior se agrega que en los medios religiosos, políticos y culturales se ha cultivado de tal modo el fantasma de una nueva guerra, que los que intervienen en nuestra vida pública —incluidas la mayor parte de las autoridades eclesiásticas— lo hacen tratando de quitar en todos los asuntos todo matiz que produzca discrepancias, vaciando de calor y contenido el debate ideológico nacional*.

 

* El historiador Berberí Southworth, que acompañó de cerca el acontecer español de las últimas décadas, llegó a comentar: “He oído rumores de un acuerdo tácito entre varios grupos políticos en España para olvidar la guerra civil en interés de la paz civil (...) En una democracia no se puede olvidar la historia del propio país (...) No creo que la deformación o la ocultación de la verdadera historia de un país puede ayudar al desarrollo de una democracia” (“El País”, 1-7-1986).

El ex presidente del Congreso de los Diputados, el socialista Gregorio Peces-Barba, reconoció de algún modo el clima artificial en que se desarrolla nuestra vida política, cuando declaró al periodista italiano Sandro Viola que “la más agitada de nuestras sesiones parece la más tranquila de Montecitorio [parlamento italiano]. El propio Viola constata que “un temor subterráneo de estar próximos al enésimo trágico enfrentamiento se ha hecho estado de espíritu permanente de la clase política y del español medio. De aquí la observancia rigurosísima de las reglas del juego, la cautela, el achatamiento de las posiciones y del lenguaje” (“La Repubblica”, 1-5-1985).

 

En el público se consolida de este modo la idea de que los socialistas ya no son tan socialistas y no llevarán ninguno de sus proyectos controvertidos hasta las últimas consecuencias. Tampoco la derecha parece ser derecha y no se opondrá a la labor del PSOE de un modo realmente serio. En definitiva, nada parece tener trascendencia*.

 

* Sobre la dilución de las diferencias ideológicas entre socialistas y opositores, ver lo ya referido en el ítem 1, 3 del capítulo 2.

Ya hemos trascrito en una nota del ítem II, 1 de este mismo capítulo, unas declaraciones del actual presidente de Alianza Popular en este sentido. También su anterior presidente, Manuel Fraga Iribarne, declarará que “la derecha, tanto en Francia como en España, no desea la desaparición del voto socialista o su transformación en un sector residual” (“ABC”, 18-3-1985).

Por su parle, el entonces vicepresidente de AP, Alfonso Osorio, afirmó: “¿Felipe? (...) El mejor heredero de Franco. Frío, realista, pragmático” (“La Repubblica”, 1-5-1985).

A su vez, las Nuevas Generaciones de Alianza Popular (organización juvenil del partido) sostienen posiciones muy próximas a las socialistas. En el congreso realizado en Sevilla, en febrero de 1985, declararon, por ejemplo, que aceptan todos los sistemas anticonceptivos y que son respetuosos con la homosexualidad (“El País”, 4-2-1985). En el IV Congreso realizado poco después en Madrid, la organización juvenil de AP afirmó que “las relaciones prematrimoniales se inscriben dentro de la libertad sexual” y que no rechaza “formas de convivencia distintas del matrimonio”. Apoyó asimismo el divorcio y los anticonceptivos no abortivos (“Ya”, 20-4-1985).

En septiembre de 1987, el nuevo presidente de Nuevas Generaciones de AP, Rafael Hernando Fraile, declaró a “Diario 16” que “(...) El consumo [de drogas] es cuestión de cada persona”, se manifestó “plenamente partidario de los anticonceptivos”, “de la objeción de conciencia” y afirmó que el divorcio “queda a la conciencia de cada individuo” (19-9-1987).

Cabe hacer notar que esta evolución dentro de los sectores dirigentes conservadores que organizaron y dan impulso al mayor partido de la oposición, no parece haber dado lugar a resistencias de una eventual ala dura, como ocurre en el PSOE donde hay sectores que aún reclaman la manutención de la fisonomía definida del socialismo.

¿Hasta qué punto quienes poseen influencia en los varios niveles del partido tienen plena conciencia de dicha evolución y la aceptan efectivamente? No poseemos datos suficientes para responderlo.

 

Pero más allá del pánico a los enfrentamientos, erigidos en mal supremo, se nota, aun cuando no se sepa explicarlo o definirlo, que un fondo doctrinal nuevo resta importancia a lo que antes parecían diferencias de principio irreconciliables: es la ideología ecuménica descrita en los capítulos anteriores que, como la carcoma, ha corroído por dentro las piezas del ajedrez ideológico español.

Así pues, cuando en el verano de 1984 —en un Madrid semivacío y somnoliento— el fallecido alcalde Tierno Galván inauguraba con pompa oficial y dinero público la I Semana del Erotismo, lo hizo de modo tan sonriente y natural, que los madrileños ni se inmutaron y no se dieron cuenta del alcance corrosivo que el hecho tuvo. Tanto más cuanto que los líderes civiles y religiosos no se levantaron en defensa de los principios inmutables de la moral católica ni de la cristiana dignidad de la familia española, ultrajada por el evento.

¿Se ha vuelto afable e inocua la inmoralidad? ¿Ha cambiado la moral católica? ¿Han cambiado sus tutores naturales? La mayoría se encoge de hombros y opta por no pensar y la España del tal vez gana terreno en los espíritus. La vida pública va perdiendo a los ojos del hombre común la lógica y la seriedad; los acontecimientos más graves no tienen aparentemente ninguna consecuencia.

Cosa análoga podría decirse de temas tan polémicos como el aborto, la LODE, la Ley Orgánica del Poder Judicial, la Reforma Agraria, la despenalización del consumo de la droga y tantos otros.

Cuando alguno de estos temas se vuelve candente y tiende a establecerse un debate más animado, el observador común tiene la sensación de estar más bien asistiendo a un ballet ecuménico que a un enfrentamiento ideológico serio*. Ahora bien, esto vicia en su raíz el funcionamiento de una democracia que quiera ser coherente con sus propios principios.

 

* Se han publicado diversas obras que afirman la existencia de contactos discretos, anteriores a 1982, entre dirigentes del PSOE y personalidades religiosas, políticas, militares y empresariales que tuvieron por objeto llegar a entendimientos para limitar los contornos de las eventuales divergencias, en el caso de que los socialistas llegaran al poder.

En una de ellas, escrita por Fernando Bárdela, se lee: “Durante el 76 y el 77, [Luis] Solana fue un verdadero hombre de aparato y estuvo siendo utilizado por Felipe González a la hora de tender puentes con los banqueros. Cuando éstos estuvieron perfectamente lanzados, Felipe tomó el asunto en sus manos. (...) Solana sería también un puntal de primera línea en el establecimiento de contactos con los militares. Y el partido también aprovechó las estrechas amistades de Solana con coroneles y comandantes, amistades hechas en los tiempos en que Solana era directivo bancario y los encontraba en cenas, cocktails y veladas de amigos. Solana empieza a contactar con mucha de esa gente que con el tiempo, sin hacerse socialistas, se van acostumbrando a la idea de que el PSOE pueda llegar a gobernar sin que pase nada” (Fernando BARCIELA, La otra historia del PSOE, pp. 181-182).

La segunda obra, del conocido periodista Abel Hernández, relata no sólo los contactos que prepararon el terreno para el futuro gobierno socialista en los medios empresariales y militares, sino especialmente los entendimientos habidos entre los dirigentes del PSOE y altas personalidades eclesiásticas. “Era preciso ir eliminando los recelos y el miedo al cambio”, dice Hernández. “Se trataba de iniciar con discreción un diálogo, además de con los banqueros y altos empresarios, con los militares, del que se encargaron preferentemente Enrique Mágica y Luis Solana, y con la Iglesia, papel encomendado a Gregorio Peces-Barba, Javier Solana y Luis Gómez Llórente. El propio Felipe González participaría activamente en este diálogo, especialmente con el mundo financiero” (Abel HERNÁNDEZ, Crónica de la Cruz y de la Rosa (Los socialistas y la Iglesia, hoy), p. 26).

 

En efecto, al estar el debate de ideas en España profundamente falseado, deja de cumplir su función primordial que es — en una democracia representativa — la de proporcionar al pueblo soberano los elementos informativos claros y objetivos que le permitan optar lúcidamente entre las diversas corrientes que actúan en la vida pública. Mientras tanto, se compromete la propia autenticidad de las actuales instituciones políticas. La mayoría de los españoles, desinformados, influidos por las impresiones y situaciones aquí descritas, termina por desinteresarse de los vaivenes de la política y se abandona a la suave y lisonjera sensación de que “en España no pasa nada”. Es agradable — dirán — dejar atrás el peso de las definiciones categóricas, las visiones de grandeza y el heroísmo. Lo es también saber que España ya no es “diferente” y que ha sido aceptada al fin por el establishment internacional, como un país moderno que echó por tierra los tabúes medievales. Una nación gobernada por hombres ágiles, ejecutivos, al día, que parecen burlarse de todo y hasta de sí mismos y de las altas funciones que ejercen, porque no cargan sombrías preocupaciones ni altos ideales.

Puestas así las cosas, muchos españoles, no diremos tradicionalistas pero sí conservadores, se dejan llevar por este tipo de impresiones y situaciones a transformarse en base de sustentación del Gobierno de Felipe González: “Yo en muchas cosas no estoy de acuerdo con los socialistas —pensarán — pero tienen imagen, son realistas y no llevan las cosas a lo trágico. Tienen entrada en los medios europeos, y hasta Reagan se entiende bien con ellos. Mejor tolerarles e incluso votarles, no sea que si sube la derecha... o la extrema izquierda pasa a controlar el Gobierno, este ballet ecuménico deje de ser alegre, las posiciones se endurezcan y recomiencen las luchas ideológicas”.

 

4- Al día con la moderna Europa

En cambio ahora, la Europa moderna que nos abre las puertas y nos invita a entrar, parece decirnos en un lenguaje sin palabras:

“Tú, España, la prima vieja, la prima pobre, la prima fea puesta de lado: tú, España, eres ahora la joven que entras festiva, rica y renovada en la familia de las naciones europeas; sólo quiero de ti que entiendas — como se entienden las cosas en la vida — que no has de volver atrás, que debes modernizarte como yo.

“Continuaré llenándote de turistas. Pero quiero que las glorias y bellezas de tu pasado vayan siendo relegadas a los museos. Como en la antigua San Petersburgo... allá los comunistas organizaron cuidadosamente museos estupendos para exhibir los esplendores del tiempo del zarismo. Conserva tú también, si quieres, el Escorial. Visitaré el panteón de los Reyes, la gruta de Covadonga, tus santuarios con sus Vírgenes y sus Cristos trágicos, como a tí te gustan; examinaré las ruinas de tus castillos, en fin, lo que quieras, con tal de que todo ello represente para ti un pasado en el que no pienses más.

“Tu Rey también será bien recibido en todos los ambientes, lo verás con frecuencia en contacto con las dinastías más modernas, alegre y cómodamente integrado en este mundo sin barreras ideológicas que mira hacia el futuro.”

Sí, pero cuando el proceso de rejuvenecimiento esté completo, España será en relación a sus grandezas pasadas lo que la Grecia actual es frente a la antigua: conservó sólo una cierta continuidad étnica y lingüística. Sin embargo, la gloria pasada ya no es ni ideal, ni modelo, ni fuente de inspiración para el pueblo que allí vive. La antigua Grecia no es para la actual ni siquiera una tradición viva. La verdadera identidad histórica se rompió, son en realidad naciones distintas; la Grecia de hoy se ha transformado ante todo en un punto de atracción para el turismo hedonista contemporáneo.

 

III — La realidad: una psicocirugía tranquila y a la vez monstruosa

 

Este conjunto de factores, del cual nadie habla claramente pero que todo el mundo percibe, juega un papel de tal manera decisivo en el comportamiento de la opinión pública, que los socialistas han podido aventurarse por caminos revolucionarios de una radicalidad insospechada. Son caminos que parecen estudiados con todo cuidado, no sólo para no alterar este estado de espíritu — que suma una apatía paralizante a una despreocupación optimista — sino también para consolidarlo cada vez más.

Una impresión que resiste a todas las evidencias: “en España no pasa nada”…

La vida pública va perdiendo a los ojos del hombre común la lógica y la seriedad. En la vida cotidiana los episodios más graves se desarrollan a la vista de todos, aparentemente sin ninguna consecuencia. La mayoría de las personas desinformadas e influidas por impresiones tranquilizantes se desinteresan de los vaivenes de la política y se abandona a la suave y lisonjera sensación de que “en España no pasa nada”.

Sin embargo los socialistas están llevando a cabo, con “tranquilidad” y sin traumas, la transformación más gigantesca que España haya sufrido en toda su Historia.

Esta es la sensación que se tiene, por ejemplo, paseando en verano por las calles de Madrid: en España no pasa nada. Sin embargo, ¡cuánta preocupación se esconde por detrás de innumerables fisonomías!

La apatía que aqueja a la opinión pública llegó, cuando el PSOE subió al Poder en 1982, a un punto tal que enormes cambios revolucionarios podían ser realizados en España sin despertar las oposiciones que eran de esperar.

Los socialistas, adaptados al new look ecuménico, habían contribuido poderosamente a desmantelar las defensas psicológicas de los sectores centristas y hasta de los conservadores, aumentando así el clima relativista en que parece disolverse la vida ideológica de la nación. Y al llegar al Gobierno recibieron todo el fruto político de ese adormecimiento. Podían arremeter contra la mentalidad tradicional de España, podían iniciar la demolición de sus instituciones sociales y políticas, sin que el dinamismo del principio de contradicción, tan vivaz en nuestro pueblo, determinase interrogaciones, interpelaciones, discusiones y finalmente una oposición seria y eficaz.

Sin embargo, si deseaba obtener éxito y no correr riesgos, si tenía en vista transformar a España desde los cimientos, sólo podría realizar los cambios manteniendo anestesiada a la opinión pública e incluso inyectándole nuevas dosis de apatía.

Es cierto que la somnolencia general afecta al propio socialismo, que deja caer en la apatía a sus bases más afirmativas para seguir caminando sin mucho ruido; con lo cual pierde, evidentemente, la fuerza de impacto y su capacidad de doblegar drásticamente las eventuales oposiciones que se levanten.

Son los costos del camino escogido, no exento de peligros futuros para los designios socialistas. Pero esta vía facilita a los mentores del cambio revolucionario el hacer su obra demoledora sin provocar reacciones de monta, manteniendo a su vez el control dentro del propio socialismo, donde la minoría apegada al radicalismo revolucionario clásico queda aislada y neutralizada en un partido ahora ecumenizado. A este aspecto del cambio socialista y a sus debilidades nos referiremos más adelante.

Para la manutención y profundización de ese estado a la vez apático y optimista de la nación son necesarios, entre otros, algunos cuidados básicos que pasaremos a describir.

 

1-  Mantener y perfeccionar la imagen moderada y ecuménica del líder

En primer lugar, los mentores del PSOE deben mantener vivo el carisma de Felipe González. Para esto sirven tanto detalles aparentemente insignificantes, como el usar chaqueta y corbata y cuidar un poco mejor su presentación o dejarse criticar públicamente por los ideólogos extremistas del partido, todo lo cual acaba reforzando a los ojos del público su imagen moderada. De este modo su presencia parece cada vez más necesaria (“no sea que si no lo apoyamos suban los extremistas...”). El propio presidente del Gobierno, medio en serio medio en broma, al clausurar la campaña electoral socialista en Cataluña dijo: “Que se callen los señores de la derecha, no sea que les eche a Alfonso Guerra.” [9]

Por poco que se piense sobre el tema se comprende la necesidad de todos estos cuidados. Al fin y al cabo el socialismo avanza en base a la apatía de una opinión pública complacida con la imagen distensiva de los líderes de este ludus político ecumenista... Ahora bien, ¿qué quedará del respaldo popular al proceso de demolición en el momento que esa imagen y todo el conjunto de la vida pública que gira a su alrededor se desasten? ¿Cómo mantener la fascinación de una realidad efímera y sutil con una imagen que se dirige a la sensibilidad más que a la razón? Son problemas inevitables que pueden presentarse a los dirigentes socialistas antes de lo previsto*.

 

* En declaraciones a la revista socialista “Leviatán “, Felipe González se manifiesta consciente de los cuidados político-publicitarios que condicionarán su comportamiento a medida que se sucedan las campañas electorales. Cuando se “entra dentro de una dinámica distinta (...) de la utilización de los medios de comunicación de masas, uno realmente siente un cierto complejo de caballo de carreras, al que se está preparando para que llegue el primero a la meta, y le están preparando otros, y le están dando la fórmula que él no conoce”. Concluye González: “Lo cierto es que el componente de espontaneidad de la última campaña se va a ver reducido en las próximas. Habrá muchas más dosis de preparación, de reflexión de equipo, que te darán las cosas probablemente más preparadas” (“Leviatán”, tercer trimestre de 1978, pp. 10-11).

El líder socialista parece no ignorar que la primera impresión favorable que su estilo produjo tiende a desgastarse y que se hace necesaria una preparación especial para alimentar el consenso en torno suyo. Hoy, pasados casi diez años, ¿no amenazará el desgaste a la neorrevolución callada y tranquila? Si los españoles comenzaran a reflexionar sobre esa imagen carismática y optimista, si midieran sus consecuencias y la enjuiciaran, ¿qué sucederá? Son cuestiones que no pueden dejar de plantearse.

 

Claro está que el avance de las transformaciones revolucionarias no se hace sólo por medio de los sortilegios irradiados de la imagen del líder y por el clima temperamental creado por la convergencia ecumenista. Otra serie de cuidados tácticos en la realización de los cambios socialistas refuerzan la anestesia de la opinión pública y desconciertan o aíslan a eventuales opositores más categóricos.

 

2- No avanzar en el terreno que los españoles temían

Cuando comenzó la transición, muchos temían que una coalición socialo-comunista llegase al Poder y que, empezando por transformar radicalmente el régimen socioeconómico basado en la propiedad privada, terminara implantando la clásica dictadura totalitaria con todas sus secuelas de persecución y miseria.

Sube el PSOE al Poder y anuncia, para alivio general, que la modificación del régimen capitalista se haría lenta y gradualmente. Destacados dirigentes del Gobierno y del partido criticaron y siguen criticando el fracaso del capitalismo de Estado impuesto en los países de la órbita soviética. Es cierto que el control estatalizante de la economía no ha dejado de ejercerse en ciertos campos, pero de un modo que no resulta muy perceptible para el español de a pie y que no asusta a las élites socioeconómicas. De cualquier modo, no acarrea por el momento una transformación drástica del sistema de propiedad privada.

También los dirigentes del PSOE se apresuraron en declarar que no era viable el establecimiento de la dictadura del proletariado. Así, las apariencias formales de la estructura política del Estado tampoco han sido dramáticamente destruidas por la administración socialista y su mayoría en las Cortes (el famoso rodillo parlamentario). Están siendo desarticuladas por dentro en su contenido, es verdad, pero calladamente y sin traumas, como veremos más adelante.

 

3- Iniciar la demolición en un campo nuevo y propicio

Pero la revolución vino. Lo que ocurre es que inició su arremetida en un campo inesperado donde el público, aun el conservador, no siente el deseo ni la necesidad de defenderse: el de la mentalidad, las costumbres, la cultura, los valores tradicionales, etc.

El hombre común, absorbido por la búsqueda de sus ventajas personales y por el deseo de pasarlo bien, es realmente poco proclive a romper lanzas en defensa de la moralidad — que muchas veces parece pesarle — y de la civilización cristiana y la gloria de Dios que se le figuran realidades cada vez más platónicas y distantes. No piensa en lo que una vez el Divino Maestro advirtió: “Porque quien se avergonzare de mi y de mi doctrina, el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga en su gloria, en la del Padre y de los santos ángeles” (Lc. 9, 26).

Conscientes de esto, los ideólogos del PSOE se lanzaron al asalto de la España tradicional por una vía nueva y tan sutil que han tenido que explicarla a las desconcertadas bases del partido. Es la revolución cultural, la asombrosa, la tremenda revolución de Alfonso Guerra. Pero incluso aquí, ¡cuantas cautelas, cuántos cuidados en sus asombrosas osadías!

Vista en su conjunto, por quien haya conseguido encontrar el hilo de los acontecimientos, la demolición de la España tradicional y católica llevada a cabo por los socialistas es minuciosamente intransigente y no perdona nada. Para el público los cambios y las reformas se presentan desconexos y confusos, sin dar la idea de un plan, ni de un proceso. Pasan los días, derrumban una cornisa del edificio, enlucen un tabique; más adelante cambian una ventana y se derrumba una pared mientras pintan otra. Después traen unos muebles nuevos y se llevan algunas obras de arte. Cuando alguien se alarma, los demoledores sonríen y explican que sólo están queriendo modernizar la casa.

Así por ejemplo, ¿qué nexo puede encontrar el hombre de la calle entre un programa de TVE en el que aparece una cruz teniendo en lugar del rostro del Divino Redentor una cabeza de cerdo y el turbulento proceso autonómico; las reformas agrarias, el aborto, la ley de educación laica y autogestionaria, la eliminación de las fórmulas tradicionales de cortesía en los escritos oficiales, la reconversión industrial, la despenalización del consumo de la droga, la reforma del Poder Judicial, el establecimiento de centros nudistas en las ciudades y las labores del Instituto de la Mujer?

No obstante, frente a este despreocupado caos conducido por los dirigentes socialistas, podríamos decir como el personaje de Shakespeare, que “aunque sea una locura, no le falta lógica”. Hay un plan, evaluaciones estratégicas y metas definidas: se trata de operar la más gigantesca transformación que España haya sufrido en toda su Historia. En suma, una revolución global.

 

4- En el ambiente aséptico y templado de un quirófano

Pero esta revolución no se hace con la subida violenta del proletariado al Poder, ni llenando cárceles o campos de concentración, ni con paredones... por ahora. Se lleva a cabo mediante una metodología más sutil, que se sitúa en el campo de lo que los especialistas llaman guerra psicológica revolucionaria, es decir, el conjunto de técnicas psicopolíticas utilizadas por el comunismo especialmente después de la II Guerra Mundial, para quitar a sus adversarios la voluntad de resistir, y en el cual el propio poderío bélico es usado también como arma psicológica*.

 

* Desde hace algunas décadas destacados analistas militares occidentales verificaron que, en su lucha por la hegemonía mundial el comunismo no usaba sólo la persuasión doctrinal, la guerra clásica y la violencia subversiva. Al lado de estos métodos de expansión, un estudio atento reveló el empleo creciente de artificios psico-políticos complejos y sutiles que constituían mucho más que una mera acción auxiliar de la lucha armada. Se trataba de una estrategia global de gran alcance, que ponía los métodos psico-políticos en igualdad con los recursos clásicos y tendiendo a dar preferencia a los primeros. Dicha estrategia tiene como objetivo básico mucho más la conquista de las mentes que la ocupación militar de los territorios. A este fenómeno se refiere el especialista francés Roger Mucchieli en su conocido ensayo La subversión: “Su concepción clásica hacía de la subversión y de la guerra psicológica una máquina de guerra entre otras, durante el tiempo de las hostilidades y ella se detenía terminadas éstas”. Esa correlación se transformó y “la guerra psicológica — dice Mucchieli — hace estallar la distinción clásica entre guerra y paz. Es una guerra no convencional, extraña a las normas de derecho internacional y de las leyes conocidas de guerra; es una guerra total que desconcierta a los juristas y que persigue sus objetivos al abrigo de los códigos” (pp. 26-27).

Por su parte, el especialista Maurice Megret, también francés, en su ensayo La guerra psicológica, afirma que “de Clausewitz a Lenin, la evolución de las técnicas y el progreso de las ciencias psicológicas conspiraron para conferir a la guerra psicológica los poderes casi mágicos de un 'arte de la subversión'” (p. 21).

Terence H. Qualter, de la Universidad de Waterloo (lowa), Estados Unidos, observa: “Originariamente, la guerra psicológica era planeada como preliminar de la acción militar con el objetivo de desmoralizar a los soldados enemigos antes de que el ataque fuese lanzado, o como auxiliar de la acción militar, acelerando la victoria y reduciendo su coste. Hoy ella se tornó un sustituto de la acción militar. (...) Una derrota en la Guerra fría podría ser tan real y tan definitiva cuanto una derrota militar, y ciertamente sería seguida de una denota militar” (Propaganda and Psychological Warfare, pp. XII-XIII).

El profesor Plinio Corrêa de Oliveira apunta, a su vez, la globalidad y profundidad que alcanza esta nueva forma de lucha: “La guerra psicológica tiene como objetivo toda la psiquis del hombre, esto es, 'trabajarlo' en las varias potencias de su alma y en todas las fibras de su mentalidad” (Revolución y Contra-Revolución, p. 145).

 

Bien analizadas las técnicas de que se vale la revolución sui generis del PSOE, ésta debe ser vista como una forma especial de guerra psicológica revolucionaria o, para denominarla con más propiedad, como una cirugía psicológica revolucionaria.

Nuestro pueblo está siendo familiarizado con la blasfemia, con la corrupción más aberrante, con el ultraje a las mayores glorias de España. Pero todo ello no es promovido en nombre del ateísmo marxista militante, sino de la modernización socialista; como signo de apertura y diálogo; como señal de convivencia ecuménica y liberadora. Las posiciones más irreconciliables se diluyen ahora al soplo del ecumenismo relativista.

Así, por ejemplo, se verá al alcalde socialista de Madrid (Juan Barranco, arriba) jurando el cargo ante un crucifijo o presidiendo con galas y circunspección las tradicionales procesiones de San Isidro (Tierno Galván, al lado). Poco después, estará inaugurando las infames Semanas del Erotismo...

¿Qué caracteriza a esta forma de guerra revolucionaria que llamamos psicocirugía? En ambas la violencia moral puede estar presente. Pero mientras la guerra psicológica revolucionaria ha supuesto hasta ahora un cierto embate psico-ideológico, una guerra residual de ideas, en la que se trata de doblegar resistencias significativas de los sectores agredidos, en la psicocirugia el paciente — mejor diríamos la víctima — fue llevado a un estado de inercias, de parálisis que le impide ofrecer resistencia, porque ha sido de algún modo persuadido de que la operación, aunque desagradable, le va a resultar beneficiosa.

Por otro lado, la drástica violencia del bisturí revolucionario se ejerce en un ambiente político aséptico y templado, como el de un quirófano...

Sí, es eso. España se encuentra anestesiada en la mesa de operaciones y en ella se realiza con rapidez, precisión y sin crispaciones la más tranquila y monstruosa de las cirugías. Se realiza al mismo tiempo una operación en su cerebro — su mentalidad — y una correlativa cirugía plástica en su fisonomía — sus instituciones políticas y socioeconómicas — de modo que no la pueda reconocer ni su propia madre.

¿Cómo acepta España que esto suceda? ¿En qué consiste la operación psicoquirúrgica complementada con una alteración de su fisonomía?

En síntesis, se trata de una prolongada acción de propaganda revolucionaria, seguida o acompañada de sucesivos decretos, leyes y actitudes que, en una España ecumenizada intenta:

a) En primer lugar, explotar y agravar el desgaste de la vinculación de nuestro pueblo a su pasado de Fe, heroísmo, grandeza y gloria; desgaste que se fue produciendo en las décadas posteriores a la guerra, como fue descrito en los capítulos precedentes.

b) En segundo lugar, crear y estimular una amnesia sobre
lo que hay de bueno, verdadero y bello en los recuerdos de ese pasado.

c) En tercer lugar, hacer creer artificialmente que hay un consenso mayoritario que lleva a los españoles a evolucionar alegremente hacia lo contrario de ese pasado. Por faltarle sentido crítico suficiente para enjuiciar y rechazar, la víctima acabará por consentir despreocupadamente en ese rumbo que le parece una exigencia de la modernización y que hubiera rehusado si no fuera por todos esos artificios.

Es decir, se apagan en la mente de incontables españoles las perspectivas, las tradiciones y los hábitos de pensamiento y de conducta, que ya estaban dispuestos a abandonar, y se los sustituye por una visión de la realidad hacia la cual comenzaban a tender. Si ellos no tuvieran estas dos tendencias — la de abandonar parcialmente lo antiguo y la de adoptar confusamente lo nuevo — no podrían ser víctimas de esta operación que cambia su mentalidad y prepara la transformación de las estructuras políticas y socioeconómicas. Debido al sopor en que se encuentran las víctimas, estos cambios van mucho más allá de lo que tolerarían en condiciones normales*.

 

*No confunda el lector esta psicocirugía con aquello que cierta propaganda llama lavado de cerebro. Según este concepto, desprovisto de contenido científico, sería posible retirar, durablemente, las convicciones de la mente de una persona y sustituirlas por otras distintas o contrarias sin su consentimiento. Psiquiatras, psicólogos y sociólogos de fama mundial consideran que tal sustitución no es posible y que el lavado de cerebro no pasa de un eslogan publicitario que ningún científico serio toma en consideración.

Entre estos científicos podemos citar al Dr. Saúl V. Levine, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Toronto; Trudy Solomon, psicóloga social de la National Science Foundation; Lawrence B. Hinkle y Harold Wolff, consultores del Departamento de Defensa del Gobierno de los Estados Unidos; Dr. Edgar Schein, psiquiatra; Albert D. Biderman, científico social y consultor de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos; Dr. Thomas Szasz, del Upstate Medical Center de la Universidad de Nueva York, psiquiatra mundialmente conocido como líder de una corriente dentro de la psiquiatría; Dr. James A. C. Brown, psiquiatra británico, ex director del Instituto de Psiquiatría Social de Londres y muchos otros. Quien quiera tener una idea más completa sobre el tema, puede consultar el documentado estudio de la Sociedad Norteamericana de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, Lavado de cerebro — Un mito al servicio de la nueva inquisición terapéutica, traducido al español y editado por la Sociedad Colombiana de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad. La hipótesis de esa sustitución de convicciones sin consentimiento de la víctima es, por lo demás, contraria a la doctrina católica sobre el libre albedrío. Como afirma el P. Victorino Rodríguez O.P., “la existencia de la libertad de ejercicio y de especificación en el hombre, que supone inmunidad tanto del determinismo exterior como del interior, aun después del pecado original, es revelada por Dios y solemnemente definida por la Iglesia” (Sobre la libertad religiosa, p. 231). En el proceso de transformación de mentalidades y de instituciones descrito en este libro se supone que las personas víctimas del proceso tienen de antemano unas inclinaciones en el mismo sentido del cambio revolucionario que se intenta. Tales inclinaciones, explotadas por los técnicos de la psicocirugía, conducen a las víctimas — con su sentido crítico gravemente disminuido — a consentir en una transformación a la vez mental e institucional que lleva a la nación hacia una meta final cuyo verdadero alcance no vislumbran. Este punto es particularmente importante, pues indica que el proceso no es irreversible y que, tanto las personas alarmadas con el actual curso de los acontecimientos en España como las que se dejaron envolver en él, pueden utilizar su capacidad de análisis y su libertad para enjuiciar, discutir y oponerse a la neorrevolución, dentro del orden y la legalidad.

 

Se pretende extirpar de la mente de los españoles, de la sociedad y de todas las instituciones el sello del principio de contradicción. Como ya se dijo, es por este principio de la razón natural que llamamos al pan, pan y al vino, vino. Fue por la vitalidad de este principio iluminado por la Fe, que afirmamos a lo largo de nuestra Historia, incluso con nuestra propia sangre, la relación entrañable entre hispanidad y catolicidad. Por él sabíamos con meridiana claridad que el bien debe ser hecho y el mal evitado, y siempre combatido.

Hoy se nos está acostumbrando a aceptar, como un invitado más a la fiesta del ecumenismo, la violación omnímoda de las leyes naturales y divinas. Pretenden familiarizarnos con el desmantelamiento gradual e indoloro del orden jurídico y social, con la blasfemia, con la corrupción más degradante, con el ultraje a las mayores glorias de nuestra Historia.

Pero todo ello no está siendo impulsado en nombre del ateísmo marxista, sino en el de la modernización socialista de España, como signo de apertura y de diálogo, como señal de convivencia ecuménica liberadora de todos los antagonismos, que ya no serían antagónicos. Dios y el demonio deberían ser así aceptados como socios de un nuevo mundo en el que las barreras entre el bien y el mal habrían dejado de existir.

No estamos, por tanto, en presencia de un grupo de politicastros que subieron al Poder ávidos de ventajas personales. Los habrá, como en todas partes, pero no son los que marcan los rumbos del PSOE. Tenemos ante nosotros una organización ideológica que, a manera de una secta — con una peculiar visión filosófica del universo, del hombre y de la cultura — opera la zonas más profundas de la mentalidad de cada uno de los españoles — de su mentalidad, lector — para anular en ella todas las certezas y convicciones; para apagar los sonidos, las luces y los colores de la España católica tradicional, que aún palpitan en nuestras almas.

En la medida en que los españoles despierten, se manifiesten y se afirmen, el equipo de psicocirujanos retrocederá; pero en la medida en que dejemos que nos domine la modorra — provocada por el juego de las falsas impresiones ecuménicas con que pretenden narcotizarnos — ellos avanzarán. Avanzarán sí, hasta volvernos completamente connaturales con toda forma de mal, de vulgaridad y de error.

El pregonado pragmatismo socialista de hoy no es, pues, más que una flexibilidad táctica*. El socialismo, en realidad, continúa coherente con la definición que a comienzos de siglo Lenin daba de la moralidad: “Es moralidad lo que sirve para destruir la antigua sociedad explotadora...” [10]

 

* Alfonso Guerra parece tener esto claro cuando afirma “que el pragmatismo o el sentido de la realidad no son ajenos, sino esenciales a la utopía socialista” (Alfonso Guerra, La mayoría social progresista, in “El País”, 20-6-1986).


NOTAS

[1]  “Diario 16”, 5-7-1985

[2] “ABC”, 2-6-1986

[3] “ABC”, Sevilla, 2-6-1986

[4] Declaraciones a “Cambio 16”, 29-10-1984; “Ya”, 30-8-1986

[5] “El Alcázar' 1.7-5-1986.

[6] “ABC”, 29-1-1984

[7] “Heraldo de Aragón', 25-10-1983.

[8] “Heraldo de Aragón', 14-2-1984.

[9] Declaraciones de 27-4-1984 in “Comentário Sociológico” enero-junio 1985, p. 499

[10] V. I. LENIN, Obras completas, t. 41, p. 311 apud Vladimir Mironov, Ernesto Che Guevara, hombre-revolución in “América Latina”, n° 3 marzo de 1986, p. 44.