Parte II

 

 

Capítulo 5

1987

Desde la capital del exilio se eleva respetuosa súplica al

Padre Común de la Cristiandad

 

 

 

 

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1987:

Editado en Roma “Documento Final” del ENEC

Presumiblemente a comienzos de año, la Tipografía Don Bosco, de Roma, edita en forma de libro el Documento Final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano y la Instrucción Pastoral de los Obispos, que le siguió.1

En la presentación de la obra, los Obispos manifiestan su “reconocimiento” a la Santa Sede y a los organismos católicos que “brindaron los medios para hacer efectivo este proyecto”, y a la Tipografía Don Bosco, por su “disponibilidad”. Acto seguido, agradecen “también a las autoridades civiles cubanas las facilidades brindadas para realizarla”.2 ¿Cuáles habrán sido esas “facilidades” brindadas por el gobierno comunista, que los Obispos públicamente agradecen? Se estaría inclinado a pensar que se trata de garantías del régimen para permitir el ingreso y posterior difusión de los libros en Cuba, si bien que no se descarten “recursos materiales imprescindibles” como los ofrecidos por Castro para la realización del propio ENEC.3 En todo caso, como se ha visto, las ventajas que el gobierno comunista obtuvo de la realización del ENEC fueron tantas y tales, que los agradecimientos, en rigor, deberían ser a la inversa.

 

Febrero de 1987:

En La Habana, se anuncia encuentro de “teólogos de la liberación”

El diario brasileño "Folha de S. Paulo”4 anuncia la realización en la capital de Cuba, en mayo de 1987, de un Encuentro de teólogos "liberacionistas” latinoamericanos. Son esperados nada menos que cerca de cuatrocientos asistentes, en su mayoría sacerdotes y teólogos católicos, junto a algunos representantes de sectas protestantes.

Según informa el matutino brasileño, las invitaciones corren por cuenta de Fidel Castro. De Brasil se esperan, entre otros, al infaltable Fray Betto —a esta altura viejo amigo y confidente del dictador— y al sacerdote Ricardo Resende, coordinador de la “Pastoral de la Tierra” de la Amazonia, conocido también por sus actitudes pro- revolucionarias.

 

Febrero de 1987:

Arzobispo “colaboracionista” de La Habana reconoce,

a un año del ENEC,

que nada fundamental cambió para los católicos en Cuba

La ya citada revista francesa “Chrétiens de l’Est”,5 basándose principalmente en declaraciones del Arzobispo de La Habana, Monseñor Jaime Lucas Ortega y Alamino, hace una constatación especialmente dura y amarga para aquellos que, so pretexto de obtener mejoras para la situación de los católicos cubanos, propiciaron una política de fundamentales concesiones al régimen castrista por parte de la Iglesia:

“Nada ha cambiado entre la Iglesia y el Estado. Después del Encuentro de la Iglesia cubana, en 1986 (ENEC) y de la publicación con gran despliegue de publicidad del libro «Fidel y la Religión», era de esperar una modificación de la situación de la Iglesia, en el sentido de una mayor libertad. Si algunas medidas individuales han sido tomadas, nada ha cambiado en lo fundamental”.

La publicación cita a continuación palabras pronunciadas, “muy prudentemente, por lo demás”, por el Arzobispo de La Habana, una de las figuras propulsoras de la colaboración con el régimen comunista, en homilía coincidente con el primer aniversario del ENEC: “Las relaciones Iglesia-Estado en Cuba atraviesan actualmente un período crucial que refleja algunas frustraciones y, tal vez, una cierta impaciencia. (...) La cuestión fundamental que se coloca un año después de ese Encuentro, es la de saber si los católicos cubanos ocupan su lugar en la sociedad, sin privilegios, pero también sin discriminaciones”.

El tono de las palabras del Arzobispo —que no podía ser más cauto y suave delante de la constatación de ese verdadero malogro pastoral y político— es ejemplo vivo de la suerte corrida por quienes, en la Historia contemporánea, han seguido a ultranza frente al comunismo la política de “ceder para no perder”.6 Sólo que aquí no están en juego cargos públicos, posiciones políticas, patrimonios materiales, o hasta una soberanía territorial, sino algo insondablemente más valioso, a los ojos de Dios: es la sobrevivencia espiritual de incontables católicos cubanos, lo que Monseñor Ortega ha comprometido.

Constatando lentitudes y trabas en la contraparte comunista —a la que alude inequívocamente en su homilía— para otorgar a los católicos “un lugar en la sociedad” revolucionaria, el Arzobispo lejos está de reconocer el doble error que se encuentra en la raíz de sus confesadas “frustraciones”. Primero, el supuesto de que sería legítimo colaborar con el régimen comunista; y segundo, que la camarilla dominante de La Habana actuaría de buena fe con los católicos.

Si el Arzobispo reconociese públicamente haberse dejado llevar por estos errores funestos, ese gesto podría redundar en una revitalización de la catolicidad cubana, inclusive con efectos considerables en todo el Continente americano. Pues asestaría un golpe al corazón de la convergencia comuno-católica no sólo en Cuba —donde ella está más delineada, bajo ciertos aspectos— sino en toda América Latina.

Por el contrario, Monseñor Ortega prefiere mostrarse conciliador ante las displicencias humillantes del tirano. En declaraciones publicadas sobre el mismo asunto por el semanario oficioso de la Arquidiócesis paulista, “O Sao Paulo”,7 el prelado afirma que “el proceso de abertura y diálogo franco (?) en las relaciones entre la Iglesia Católica y el gobierno cubano no está dando pasos tan rápidos como era en un comienzo”. Si el régimen es “franco” en su abertura a los católicos, no debería ser responsabilizado por las dificultades de ese proceso. Pero ¿a quién responsabilizar, entonces? ¿Tal vez a los católicos que en la isla-presidio resisten a la presión para que converjan con el comunismo?

Monseñor Ortega y Alamino agrega contemporizadoramente que el diálogo Iglesia-Gobierno “continúa avanzando” pese a todo; en su opinión, se trata de un “proceso de aproximación” «lento», pero «firme», en el cual “puede haber situaciones como la necesidad de una comprensión mayor entre las partes, que demanden pasos menos veloces que aquellos que fueron previstos originariamente”. Nótese que no se levanta ninguna objeción de fondo a dicha aproximación. Por tanto, las dificultades a que él hace referencia aquí, surgidas en el proceso, no serían doctrinales.

 

Pocos meses antes del ENEC,

Fidel había juzgado prematura la militancia de católicos

en el Partido Comunista, por incomprensiones de bases comunistas

Como se mostrará en su oportunidad (Parte III, Capítulo 5), ni siquiera el propio ingreso de los católicos a las filas del Partido Comunista de Cuba (PCC) estaba descartado.

Para hacer posible este osado objetivo revolucionario, Fidel Castro reconoce que primero se debería preparar cuidadosamente el terreno en ambos campos, el católico y el comunista. En sus conversaciones con Fray Betto, en mayo de 1985, el dominicano brasileño pregunta a Castro si el Tercer Congreso del Partido Comunista —que precedió en pocos días al ENEC— abriría las puertas oficialmente para los católicos. A lo que Fidel responde que “francamente”, “no están dadas las condiciones en nuestro país para eso”, en “una fecha tan cercana como febrero”. ¿Cuáles son esas “condiciones” que falta crear? El tirano recuerda al impaciente Fray Betto que entre ellos ya han “conversado mucho sobre estos temas”. Pero que para hacer posible ese ingreso de católicos al PC, antes, “hace falta que la militancia del Partido tenga la explicación y tenga la comprensión”. Y concluye: “Creo que Vds. pueden ayudar mucho a esto. Tú puedes ayudar a esto con las conferencias que estás dando; muchos sacerdotes progresistas de nuestro hemisferio pueden ayudar a esto, la parte de la Iglesia que se ha unido a los pobres en América Latina” puede colaborar con el “ejemplo” revolucionario, para “que las iglesias cubanas trabajen también en ese sentido”.8

El dictador es insaciable. Quiere, casi que exige públicamente, que la “izquierda católica” dé nuevos pasos hacia el comunismo. No bastan las concesiones realizadas. Ni siquiera, como es el caso de Fray Betto, las metas compartidas. El tirano, y la secta comunista a la que él sirve, piden nuevos abismos. Y los abismos, tal como advierte la Sagrada Escritura, podrán sucederse, porque “Abyssus abyssum invocat” (Salmos, 41, 8).

En 1987, casi dos años después de sus conversaciones-monólogo con Fray Betto, el episodio narrado sirve para explicar los “pasos menos veloces” rumbo a la convergencia comuno-católica en Cuba, con la consecuente impaciencia del Arzobispo de La Habana.

 

Mayo de 1987:

Se realiza en La Habana anunciado Congreso de “teólogos de la liberación”

Entre el 25 y el 30 de mayo se desarrolla en La Habana el congreso “liberacionista” patrocinado por el régimen castrísta, que agencias internacionales anunciaran en febrero. Si la denominación del Congreso es expresiva —“III Congreso Continental del Movimiento Cristiano por la Paz, la Independencia y el Progreso de los Pueblos”— mucho más lo es el tema central: “La relación entre la Teología de la Liberación y la lucha por la paz, exigencia el Evangelio”.

El periodista Ariel Remos, del “Diario Las Américas”, destaca la presencia de varias “vedettes” publicitarias del comuno-progresismo, entre los cuales el “Obispo rojo” de Cuernavaca, Monseñor Sergio Mendez Arceo, los hermanos Cardenal, ambos sacerdotes y dirigentes sandinistas de Nicaragua, y Hugo Assman, “teólogo de la liberación” brasileño.9

La “izquierda católica” paga así un nuevo tributo al tirano, al tiempo que, como el propio Fidel lo señalara, acelera con su incomprensible disponibilidad el momento en que los católicos “de avanzada” podrán, con apoyo episcopal, integrar las filas del Partido Comunista...

 

Mayo de 1987:

Esfuerzos para divulgar en el exilio contenido del ENEC y su política convergencial con el castrismo

Aún cuando la nueva “política religiosa” del castro-comunismo llegase a arrastrar detrás de sí a una mayoría importante de Obispos, sacerdotes y laicos dentro de la isla, si bien constituiría un triunfo importante, estaría a considerable distancia de conseguir una victoria total para sus designios.

En efecto, para alcanzar tal victoria —eliminando riesgos de incómodas denuncias— le sería indispensable enganchar en el tren convergencial los vagones representados por la masa de cubanos en el exilio. Mayoritariamente anticomunista, integrado por cerca de un millón de cubanos, el exilio tiene como capital indiscutida a Miami. Para sólo hablar de los Estados Unidos, existen también colectividades cubanas en grandes ciudades como Nueva York (y las de la orilla derecha del río Hudson en Nueva Jersey), Los Angeles y Chicago. A esto se agrega que numerosos elementos de origen cubano han conseguido por sus méritos ocupar posiciones importantes en diversos planos de la vida política, económica y artística de la gran Nación del norte, lo que sin duda les da un papel de preeminencia —si no numérica, por cierto de influencia y gravitación— dentro de la gran masa hispano-norteamericana.

A todo esto, Castro, como hábil político que es, lo sabe y lo teme. Por lo tanto, pocos objetivos podría acariciar con mayor ansia que introducir, en el seno del exilio cubano-americano, un caballo de Troya que pudiese, si no destruirlo, al menos dividirlo. La etapa principal, la más difícil para el tirano, sería conquistar una cabeza de puente en ese conglomerado que durante tres décadas le ha sido unánimemente hostil. La posibilidad de hacerlo le vendría de modo inesperado y gratuito —si bien no exenta de contratiempos, como se verá— desde sectores católicos del propio exilio cubano. Y será la “política religiosa” de Fidel la cuña utilizada para escindir a los exiliados.

Para los días 22 y 23 de mayo se anuncia la realización, en la Universidad de Harvard, del seminario “La Religión y la Iglesia Católica en Cuba contemporánea”. Entre sus disertantes se encuentran figuras ligadas al Centro Católico Hispano del Nordeste —entidad auspiciada por los Obispos católicos de los Estados Unidos— como Monseñor Otto García, Canciller de la Diócesis de Brooklyn, y el fallecido Monseñor Raúl del Valle, entonces Canciller de la Arquidiócesis de Nueva York, ambos de origen cubano. La entidad patrocinadora es el Instituto de Estudios Cubanos (IEC), dirigido por la Dra. María Cristina Herrera. En la circular-invitación, firmada por el Profesor José Prince, hay un párrafo que da la clave de lo que será el encuentro: “Pienso que los delegados del ENEC (...) y muchos otros, incluyendo los Obispos en Cuba, van a sentirse acompañados en sus esfuerzos (...)”. Se trata, pues, de dar a conocer el ENEC —sobre el cual se desarrolló casi todo el programa— y conseguirle adeptos en el exilio. En la invitación no consta limitación alguna para la asistencia al evento.

Sin embargo, los organizadores acaban poniendo trabas que impiden la asistencia al seminario de un grupo de católicos cubanos de Massachusets, conocidos por su frontal oposición al castrismo. El caso salta así a la prensa, por la pluma del periodista Ariel Remos, del “Diario Las Américas”, quien estampa un artículo titulado “Discriminan a católicos cubanos en el seminario en Harvard”,10 del cual se ha tomado la información precedente.

Quedaba en evidencia que los organizadores preferían evitar asistentes incómodos, que pudiesen alarmar con sus preguntas y objeciones a aquellos participantes menos prevenidos. Ante tan singular censura, la “Comunidad Católica Cubana en el Exilio”, de Massachusets, emite una declaración pública en la que decide revelar “lo que significa para un católico vivir bajo el comunismo”, y denunciar que después de “muchos años de silencio respecto al sistemático exterminio de la Fé católica en Cuba”, observan hoy “intentos de restarle importancia al problema, y confundir así al resto de nuestros hermanos latinoamericanos y al resto del mundo acerca de la enorme represión religiosa en Cuba”. En referencia directa al ENEC, la declaración sostiene que ni dicho Encuentro, ni la Carta Pastoral que le siguió, discutieron abiertamente la represión religiosa en Cuba, o el infamante tratamiento dado a los prisioneros políticos, incluyendo los diez años de calvario en las mazmorras castristas sufridos por el Padre Loredo, entre otros abusos.

No se piense, sin embargo, que los propagandistas de las tesis convergenciales del Episcopado cubano entre elementos del exilio habrán quedado desalentados con esa oposición inesperada. Nada más lejos de la realidad. Con una sagacidad digna de mejor causa optaron por continuar trabajando intensamente en los bastidores, y dejar pasar el tiempo. Con las aguas aplacadas, podrían volver sin mayores riesgos a la carga. Y así lo harán, como se verá, prácticamente un año más tarde, a fines de abril de 1988.

 

Agosto-Septiembre de 1987:

Exiliados piden una palabra del Santo Padre para hacer caer la tiranía castrista

Una nueva visita de Juan Pablo II a los Estados Unidos se aproxima. Esta vez, el Pontífice hará una escala en Miami, la capital del exilio cubano.

Para esa oportunidad, la entidad “Cubanos Desterrados” promueve una “Respetuosa y filial súplica de los refugiados de Miami al Padre Común de la Cristiandad”, a ser firmada por representantes de los más amplios sectores del exilio. El texto, en sus aspectos medulares, afirma:

“Santo Padre, nuestras almas gimen al ver la triste situación en que se encuentra, en Cuba, la Santa Iglesia Católica. A pesar de las versiones de que el régimen comunista habría cesado la persecución religiosa —versiones engañosas que la dictadura castrista está interesada en difundir— la Religión Católica continúa muy oprimida en nuestra patria, pues no goza sino de una pequeña fracción —por lo demás, precaria— de los derechos que a Ella en justicia le pertenecen, como verdadera Iglesia de Dios.

“En todos los países que habéis honrado con Vuestra presencia, Vuestra palabra, Santo Padre, se ha caracterizado por ser una palabra de especial solicitud en favor de los oprimidos.

“Alentados por esa solicitud paternal, los abajo firmantes pedimos a Vuestra Santidad que haga oír su voz, por encima de las escasas 160 millas que nos separan del territorio cubano, para pedir la liberación inmediata de todos los presos políticos. (...)

“Pedimos también la intercesión de Vuestra Santidad para hacer cesar la injusticia que sufrimos los exiliados cubanos por no poder regresar a nuestra patria. Para ello no basta la supresión de los actuales impedimentos políticos o aduaneros, sino que es necesario una garantía, asumida a nivel internacional, de que en el futuro dispondremos de las libertades a las que el pueblo cubano siempre aspiró, es decir, una libertad ejemplar como la que gozamos actualmente en la acogedora nación norteamericana. (...)

“Confiamos en que una palabra de Vuestra Santidad contribuirá substancialmente para tornar inexplicable y hacer caer como que por sí misma la tiranía y la opresión. Entonces, se abrirán las Iglesias y las cárceles y se derribarán las barreras para que el pueblo de Cuba, finalmente libre, pueda decidir por sí mismo sus propios destinos”.

El 7 de agosto, el texto íntegro de la carta es publicado por el “Diario Las Américas” de Miami, y propalado por las radios locales, llamando a la población a enviar sus firmas de respaldo a la iniciativa.11

En pocas semanas, los organizadores reciben 75.852 adhesiones, destacándose las de dos Obispos, 36 sacerdotes, autoridades civiles, figuras relevantes de la vida política y cultural del exilio, y numerosos ex-presos políticos.

En septiembre, días antes de la llegada del Pontífice, un artístico pergamino conteniendo el texto de la súplica, junto con las listas de adherentes, fue confiado al Obispo auxiliar de Miami, Monseñor Agustín Román, quien posteriormente lo dejaría en manos del Pontífice. En el momento de la entrega del pergamino y las firmas a Monseñor Román, el Sr. Sergio F. de Paz, director de “Cubanos Desterrados” —entidad coordinadora de la filial súplica— expresó ante las cámaras de televisión: “Los cubanos de Miami, representando a todos los cubanos del exilio en el mundo entero, queremos erguir nuestra voz hasta el Sucesor de Pedro para pedir, en favor de Cuba, el gesto de afecto y la palabra paternal que nos consuelen en medio del presente abandono.

“Un gesto y una palabra que, al mismo tiempo, signifiquen a los ojos de las tres Américas un llamado: «¡Oh americanos que os sentís agredidos! Es en Cuba que se encuentra la cabeza de la serpiente revolucionaria que os agride. Libertad a Cuba de esa cabeza y habréis ejercido una acción libertadora de la acción de la serpiente en las tres Américas».

“Lo que la prudencia nos llevó a omitir en el pergamino, para no crear embarazos al Santo Padre, los católicos de Miami lo confían a las manos sagradas de un Obispo cubano. Y lo dicen en estas simples palabras de saludo. Ellos confían a su Pastor la misión de decir al Papa: «Santo Padre, Vos empuñáis el estandarte de la liberación en el mundo entero. Aprovechad esta ocasión privilegiada para librar de su condición de isla-prisión a la nación cubana, que fuera otrora la perla de las Antillas y que hoy se ve sumergida en las tinieblas, en el lodo y en la sangre»”.

Notas:

1) Dicho libro, que ha sido citado con frecuencia en estas páginas como fuente documental, se titula “Encuentro Nacional Eclesial Cubano-Documento Final e Instrucción Pastoral de los Obispos de Cuba”. En el presente estudio se viene utilizando una “reimpresión” (1a reedición, Antiguos Miembros de las Juventudes de Acción Católica Cubana, San Juan, P.R., impreso en la República Dominicana, Editora Amigo del Hogar, 1988) que es “copia exacta” de la 1ª edición preparada por la Tipografía Don Bosco, de Roma, según informan los editores.

Dado que la “Razón” de la 1ª edición, firmada por los Obispos cubanos, está fechada el 8 de septiembre de 1986, y figura allí que el libro fue publicado en Roma en 1987, puede suponerse que esto haya ocurrido en los primeros meses de ese año.

2) “Encuentro Nacional Eclesial Cubano”, p. VII.

3) “Cuba Internacional”, N° 200, 7-86, p. 37.

4) 23-2-87.

5) N° 57, 1er tr. de 1988, Suplemento N° 15.

6) Esta fórmula resume la actitud de aquellos espíritus entreguistas movidos por la ilusión de que pueden aplacar a la extrema izquierda, concediéndole aquello que ésta les exige de inmediato. Esos espíritus no se dan cuenta que en la inmensa mayoría de los casos —si no en la totalidad de ellos— dichas concesiones acaban alimentando en el adversario la oprobiosa convicción del propio poder. Y así lo predisponen a hacer —casi siempre con éxito— nuevas exigencias.

De hecho, ante los revolucionarios se impone no ceder una migaja, para no perder el pan entero.

Dado que se acaba de trasponer el bicentenario de la Revolución Francesa, es el caso recordar que la política de “ceder para no perder” ante los “moderados” girondinos, fue invariablemente adoptada por Luis XVI. Con ella, el monarca facilitó que todo el poder acabase pasando a las manos de los republicanos moderados de la Gironda. Y éstos, a su vez, practicaron la misma estrategia concesiva en relación a los revolucionarios extremistas de la Montaña. El punto final de todas esas concesiones —inspiradas por tan nefasta política— fue que tanto el Rey cuanto numerosos girondinos, acabaron siendo llevados a la guillotina por los jacobinos de la corriente montañesa.

7) Semanario perteneciente a la Arquidiócesis de São Paulo, edición del 12 al 19-6-87.

8) “Fidel y la Religión”, “Los cristianos y el Partido Comunista”, pp. 221 y 225.

9) “Diario Las Américas”, 29-5-87.

10) “Diario Las Américas”, 29-5-87.

11) La súplica a S.S. fue publicada en numerosos periódicos y revistas locales, entre los cuales “The Miami News” (5-9-87), “El Expreso” (5-9-87), “The Miami Herald” (6-9-87) y su edición en español “El Miami Herald” (9-9-87), revista “Ideal”, edición especial (9-87). Las repercusiones radiales y televisivas en Miami fueron incontables, destacándose varías entrevistas a los organizadores de la carta al Pontífice.

Agencias internacionales difundieron noticias sobre el petitorio, que fueron publicadas en varios diarios de Occidente. Por ejemplo, “El Eco Católico”, Costa Rica (30-8-87), “La República”, Costa Rica (27-8-87), “La Segunda”, Santiago de Chile (31-8-87), “Las Ultimas Noticias”, Santiago de Chile (1-9-87) y “Clarín”, Buenos Aires (10-9-87).

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