Parte II

 

 

Capítulo 6

1988

La publicidad sobre viajes eclesiásticos a la isla-prisión causa perplejidad en católicos anticomunistas del exilio y del mundo entero

 

 

 

 

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Abril de 1988:

Cardenal O’Connor visita Cuba

En los primeros meses de 1988, con la visita a la isla-prisión del Arzobispo de Nueva York, Cardenal John O’Connor, cobra nuevo impulso la sucesión de viajes de importantes figuras eclesiásticas de proyección internacional. A la alta investidura del visitante, se suma el hecho de ser considerado, dentro del Episcopado norteamericano, como una de las figuras conservadoras de mayor prestigio. El periódico “El Nuevo Herald”, de Miami,1 comenta que el Cardenal “es el prelado católico estadounidense de más jerarquía en visitar a Cuba desde que Castro tomó el poder” en 1959.

El diario cubano “Granma”, órgano oficial del PCC,2 al comunicar la visita a Cuba del Arzobispo, informa que ésta responde a “una invitación de la Conferencia Episcopal Cubana para participar en el bicentenario del Presbítero cubano Félix Varela”.

En el aeropuerto de La Habana aguardaba a Monseñor O’Connor —junto al Presidente de la Conferencia Episcopal y Arzobispo de La Habana, Monseñor Jaime Ortega, y al Pro-Nuncio Apostólico, Monseñor Giulio Einaudi— el Jefe de la Oficina para los Asuntos Religiosos dependiente del Comité Central del PCC, Felipe Carneado.3 El Partido Comunista daba así un carácter oficial a la recepción al Cardenal.

Monseñor O’Connor cumplió un programa elaborado por la Conferencia Episcopal Cubana. Durante un sermón en la Catedral de Santiago de Cuba, el ilustre Purpurado manifestó: “Espero que (la visita) sirva para estrechar los lazos que unen a nuestras iglesias, y para establecer nuevos puentes de amistad y comprensión entre nuestros pueblos.” En la homilía Monseñor O’Connor desarrolló esa idea destacando que “por nuestra parte estamos en disposición de colaborar con la Conferencia Episcopal Cubana en todo lo posible”, incluyendo “la promoción de la paz” y “la mutua comprensión entre nuestros pueblos”.4

En esta ocasión el Arzobispo manifestó que su visita tenía “un carácter religioso y pastoral”, insistiendo en torno del llamado a la “amistad” y “mutua comprensión” entre cubanos y norteamericanos. Nada más loable que esa aspiración, de acuerdo con el significado corriente que se le otorga en los países libres. Pero en Cuba el concepto de “pueblo” tiene una peculiar interpretación: de acuerdo al artículo 5 de la propia Constitución, el Partido Comunista se arroga la facultad exclusiva de representar a la población, al tiempo que la “dirige”, la “organiza” y la “orienta”.5 Obviamente se excluye de antemano que sea éste el pensamiento del Purpurado, pero su simpático llamado a la paz entre ambos pueblos podrá tener sin duda del lado comunista esa interpretación tergiversada.6

En la Catedral de La Habana, el Cardenal O’Connor volvió a realzar la idea de establecer “puentes”, tomando como modelo la figura del Padre Varela, de cuyo nacimiento se estaba recordando el bicentenario. Y agregó que “la Iglesia no busca privilegios, sólo desea un espacio de libertad para cumplir su misión”,7 con lo cual parecía hacerse eco de las reivindicaciones minimalistas pronunciadas un año antes, desde ese mismo púlpito, por el Arzobispo de La Habana.

 

Castro aprovecha para atenuar su ostracismo

Monseñor O’Connor mantuvo una entrevista de casi tres horas con Fidel Castro, a quien también expuso su teoría del “puente”, esto es, “la idea de la Iglesia como un puente que podrá contribuir a la unidad de los pueblos de Cuba y los Estados Unidos para su mutuo beneficio”.8 El semanario “Catholic New York”,9 al narrar el encuentro del Cardenal con Castro, le atribuye haber declarado que “la idea de «puente de paz» pareció impresionarle favorablemente”. El Purpurado habría manifestado a Castro “que él tiene la tremenda oportunidad de usar a la Iglesia en el correcto sentido de la palabra”, y que esta utilización es un "enorme recurso que tiene, con un potencial tremendo”.

El dictador, en su afán de ser admitido en la comunidad occidental, no habrá dejado de percibir que esa propuesta le sería útil, incluso con vistas a un eventual ablandamiento del bloqueo norteamericano al régimen de la isla. En este sentido, el diario "El Nuevo Heraldo” de Miami,10 al resumir el noticiario de agencias intemacionales desde La Habana, afirma que "en varias intervenciones, Monseñor O’Connor ofreció al gobierno cubano la colaboración de la Iglesia para mejorar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba”. La misma noticia informa que Castro, por su parte, dejó abierta la posibilidad de que "un representante de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos viajase a La Habaña como enlace”, lo cual muestra cuánto interesa al dictador el “puente” aludido por el Cardenal.

Por fin, citando fuentes eclesiásticas y diplomáticas el diario consigna que "la gradual apertura de Castro hacia la Iglesia Católica” obedece a "un deseo de lograr mayor aceptación en América Latina, continente profundamente católico”. El tirano, por tanto, espera aprovechar las visitas eclesiásticas en curso para salir del ostracismo y expandir su influencia en las Américas.

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Según el "Catholic New York”, el Cardenal describió así su encuentro con Castro: "Tengo la impresión de un hombre que cree profundamente en lo que hace. Nunca encontré alguien que cree tan intensamente en aquello que está haciendo, y en sí mismo. (...) El es un hombre fascinante para conversar, pero no sé si pensará lo mismo sobre mí”.11 Dichas palabras causan perplejidad, pues creer intensamente en algo —aún cuando sea en la incredulidad, o en una idea errada— constituiría entonces, en sí misma, una cualidad digna de elogio.

“El Nuevo Herald”12 informa que Monseñor O’Connor, refiriéndose a Castro, habría afirmado que "nunca había escuchado a nadie elogiar tanto al Papa”. Esas loas serían de buena fe, pues Monseñor dijo no creer que Castro estuviera "tratando de ilusionarlo o engañarlo”, y le pareció que mantuvo con él una conversación «honesta».13 Es de recelar que tales informaciones de prensa hayan causado desconcierto en uno u otro punto del país. En las páginas anteriores se han dado pruebas fehacientes de las reales intenciones de Fidel Castro hacia los católicos cubanos y latinoamericanos. Fue en base a las propias palabras del dictador que se ha mostrado su intención de utilizar a los católicos en beneficio de la Revolución.

Incluso los elogios de Castro al Pontífice parecen estar condicionados a las conveniencias estratégicas del tirano. Ellos se han transformado en franco desagrado cuando estas conveniencias no han sido satisfechas. Por ejemplo, en “Fidel y la Religión” Castro censura al Papa por no haber visitado Cuba a su regreso de la Conferencia de Puebla, en 1979:14 “Francamente, digo que no nos agradó que el Papa, en aquella ocasión, no hiciera una modesta escala en nuestro país”. Una escala rápida, sin duda prestigiosa y poco comprometedora para el dictador... Así, no extraña que la sinceridad y consistencia de los elogios del tirano al Pontífice sean tenidas por muchos como dudosas.

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Las expresiones atribuidas por diversas publicaciones al ilustre Purpurado, aquí consignadas, no han obstado a la admiración creciente que su figura viene despertando en los Estados Unidos, debido a su altiva posición antiaborto. El contexto coloquial en que ellas parecen haber sido emitidas, hace probable la hipótesis de un lapsus de transcripción periodística. Y el eminentísimo Cardenal, por razones que digan respecto al bienestar espiritual —y, quizás, temporal— de los católicos de la isla, haya juzgado inconveniente efectuar cualquier rectificación.

 

Abril de 1988:

En Nueva York, otro encuentro de católicos cubanos en el exilio, para divulgar el ENEC

En los días 29 y 30 de abril se desarrolló en Nueva York el Seminario “Los católicos cubanos: del ENEC al presente”, organizado por el Centro Católico Hispano del Nordeste, entidad auspiciada por la Conferencia de Obispos de los Estados Unidos.

El tema del Seminario era coincidente con el realizado en Boston, en mayo del año anterior, y que fuera objeto de severas críticas de la “Comunidad Católica en el Exilio” de Massachussets. Varios de sus participantes también habían concurrido al anterior Seminario; comenzando por el autor de las invitaciones para ambos eventos, el Profesor José Prince,15 quien esta vez aparecía como “asesor” del Centro Católico Hispano del Nordeste.

Tal vez para evitar críticas como las anteriormente hechas por el grupo de católicos anticomunistas de Boston, respecto de la selección arbitraria de los asistentes, el Profesor Prince aclaraba que el domingo 1° de mayo habría una conferencia “abierta a todas las personas interesadas”. No así las reuniones del Seminario, a las que sólo se podría asistir “por invitación personal”; con lo cual, hubo un número limitado de participantes, en torno de 50.

Entre los invitados que efectivamente asistieron, se destacan las figuras de dos Obispos cubanos del exilio, Monseñor Eduardo Boza Masvidal y Monseñor Enrique San Pedro, S.I. El Cardenal O’Connor, recién llegado de Cuba, hizo una visita breve al Seminario.

Junto con la inscripción, cada participante recibió “una copia del libro que contiene la versión oficial del documento del ENEC, para su lectura previa al evento”.

Ya en la propia invitación, se anunciaba que entre los objetivos del Seminario —además del estudio del “Documento final” del ENEC— estaba el de colaborar para poner en marcha “un proceso dinámico de información y reflexión sobre la realidad eclesial en Cuba”, del cual participase “la comunidad cubana católica fuera de la Isla”.16

En realidad, por detrás de esas expresiones un tanto eufemísticas, transparecía el propósito de varios expositores de respaldar plenamente la orientación colaboracionista con el régimen de Castro, propiciada por el Episcopado cubano. Y de comunicar —entre elementos escogidos del laicado católico del exilio— ese mismo espíritu, ayudando a disolver las barreras psicológicas de horror en relación al régimen castrista, que permanecen erguidas en la gran mayoría de los cubanos que huyeron de la isla.17

Otro de los “objetivos” manifestados, era el de “intentar obtener un consenso mínimo” en torno del tema de la Iglesia en Cuba, y “elaborar un mínimo común de unidad como católicos cubanos”. El lenguaje es prudente, pero no por ello deja de preocupar. Porque, en el fondo, está implícita la idea de que si no se logra una plena aceptación del ENEC por parte de la totalidad de los asistentes, al menos se espera que los más irreductibles anticomunistas cedan un tanto en sus posiciones, quedando psicológicamente preparados para ulteriores concesiones.

 

Nazario Vivero: Dios se serviría de comunistas cubanos para “actualizar” valores cristianos...

El Sr. Nazario Vivero —“experto cubano en asuntos religiosos”,18 asesor de la Conferencia Episcopal Venezolana para temas teológicos y culturales,19 y figura de indiscutible influencia en ciertos medios católicos del exilio— fue uno de los expositores principales del Seminario.

En una de sus conferencias,20 fue preguntado sobre los singulares “aportes” positivos que, según el “Documento final” del ENEC, “la sociedad socialista” habría hecho “a la vivencia de la fe” de los católicos cubanos.21 En su respuesta, Vivero llegó a insinuar que Dios se serviría de cierta “prédica” (!) de marxistas cubanos para actualizar de manera “novedosa” (?), y hacer explícitos, ciertos principios cristianos en la isla.22

 

Militancia en el Partido Comunista puede ser “vocación” para un católico, según Vivero

A continuación, Vivero incursionó en otro tema no menos comprometedor: el de la militancia de católicos en el Partido Comunista. A este propósito, manifestó que era preciso “partir de un planteo que puede ser y debe ser liberador”, y que “hay hoy, de facto, en el mundo, cristianos, sacerdotes —que no han sido excomulgados— que pertenecen, están inscriptos, en distintos Partidos Comunistas”. Y agregó textualmente: “Yo no creo que el problema se plantee a nivel de poder. Es decir, que hubiera una legislación expresa de la Iglesia que hace contradictoria la inscripción y la pertenencia al Partido”.

Las afirmaciones precedentes son graves, pues cuesta creer que Vivero, que durante sus conferencias hace alarde de cierta erudición, desconozca el decreto de la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio —hoy Congregación para la Doctrina de la Fé— en el cual, por mandato y con la autoridad de S.S. Pío XII, se prohibe categóricamente que los católicos den su nombre a un Partido Comunista; y se advierte que, quienes lo hagan, no pueden recibir los Sacramentos.23

Pero Vivero no se detiene allí. Echando mano de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola para invocar “situaciones de excepción”, y hasta ‘‘vocaciones extraordinarias” en la vida del laicado católico, concluye que habrá casos en que “tiene que darse la posibilidad” de la militancia católica en el Partido Comunista. Más aún. Ello, siempre según Vivero, “tal vez no sólo le esté permitido, sino tal vez le estaría moralmente casi impuesto”, so pena de producirse “tal vez (sic) una mutilación de su vocación humana, y eventualmente hasta cristiana”.

Es con singulares raciocinios como éstos, tan frontalmente contrarios al Magisterio tradicional de la Iglesia sobre el comunismo, que se prepara a los católicos del exilio para aceptar la posición capitulacionista del “Documento final” del ENEC ante el régimen castrista.

Respecto de la militancia de los católicos cubanos en el Partido Comunista, pleiteada por diversos eclesiásticos de la isla, y de apreciaciones coincidentes hechas por representantes comunistas, véase la Parte III, Capítulo 5.

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Concluido el Seminario, el comité organizador dió a conocer un Mensaje en el que se afirmaba, entre otros conceptos, que “los que están dentro de Cuba y los que estamos fuera formamos parte del mismo pueblo”, “y todos los católicos somos una sola Iglesia”.24

Analizada en abstracto, la primera aseveración no podría merecer cualquier reparo. Pero aplicada a Cuba, nación que ha sido desangrada y triturada durante las últimas tres décadas por un régimen comunista, significaría colocar en un mismo saco por un lado al tirano y sus secuaces apátrídas, y por otro, a aquellos que dentro de la isla son sus víctimas y a quienes emprendieron el camino del exilio para escapar de sus garras. Algo que en sana conciencia no se puede aceptar, pues sería confundir el trigo con la cizaña.

Por otro lado, sobre la afirmación de que “todos los católicos somos una sola Iglesia”, no hay duda. Pero en el contexto del comunicado, ella resulta ambigua y poco vigilante. Pues hoy en día, están en la Iglesia tanto quienes son fieles a la enseñanza tradicional de los Papas respecto al comunismo, como muchos de aquellos que prefieren entrar por los caminos de una colaboración suicida con éste.

Y, como se ha visto, la influencia del izquierdismo católico en la Iglesia cubana está lejos de ser pequeña.

La frase siguiente, dentro del mismo párrafo, merece también una particular atención. Al referirse específicamente a la actitud que los católicos del exilio deberían adoptar, el comunicado sostiene: “Debemos fortalecer la comunicación y la solidaridad entre nosotros y la comunión con esa Iglesia que ha renovado con la Reflexión Eclesial Cubana (REC) y el ENEC su compromiso evangelizador y misionero aún en el marco de una sociedad marxista-leninista”. Aquí se explicita mucho más el sentido de algunos conceptos anteriores. Esta vez, la “solidaridad” y “comunión” no incluiría aquí a los católicos que se oponen a la política de colaboración con el régimen; sólo valdría para el sector imbuido del espíritu del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, que significó una ¡migración doctrinal tal vez inédita en la Historia de la Iglesia latinoamericana. Por tanto, se trata de una “comunión” selectiva, ligada a un criterio fundamental: se acepta la colaboración de los católicos de la isla con el castro-comunismo.

 

Junio de 1988:

En Orlando, nuevo simposio aborda tema de la Iglesia en Cuba

A fines de junio, el Instituto de Estudios Cubanos (IEC) organiza en Orlando, Florida, un simposio sobre Cuba, en el que varios panelistas abordaron el tema de la Iglesia en la isla.

El IEC había sido el organizador del Encuentro realizado en la Universidad de Harvard, en mayo de 1987, donde fueron estudiados y se dio respaldo a los documentos emanados del 1er Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC). Su directora, la Dra. María Cristina Herrera, también participó activamente en el Seminario organizado por el Centro Católico Hispano del Nordeste, realizado al año siguiente en Nueva York, a que se hizo referencia en su oportunidad.

Dos activos participantes del Seminario en Nueva York, Manuel Fernández y Nazario Vivero, también hicieron importantes declaraciones durante el foro en Orlando, Florida.

Según “La Voz Católica”, semanario de la Arquidiócesis de Miami,25 para Fernández, ex-dirigente católico y autor de varios libros sobre la Iglesia cubana, “con la celebración del ENEC los católicos cubanos han reclamado su derecho a ocupar un lugar en la construcción de la «nueva cultura» que surge en Cuba y con valentía han ofrecido opciones de humanización a la sociedad socialista en la que se saben encarnados”. Y, citando palabras del ENEC, agrega que la Iglesia tiene la doble tarea de “conservar, purificar y desarrollar las huellas del Evangelio en nuestra cultura tradicional (...) y asumir la nueva realidad cultural, sin perder la propia identidad”.

De las palabras de Fernández no puede deducirse otra cosa sino que el ENEC acepta las reglas de juego de la sociedad marxista-leninista cubana, pidiendo tan sólo “un lugar” para ayudar a la “construcción”... de la “nueva cultura” socialista. Lo que difícilmente puede verse como algo diferente de una capitulación. No es un llamado a oponer los valores cristianos a los del sistema, sino propiamente a integrarse en esa sociedad, intrínsecamente anticristiana. ¿Con cuántos riesgos gravísimos para la Fé? ¿Cómo se podrá conseguir “no perder la propia identidad”, en un ambiente militantemente opuesto a ella? Ano ser que se trate de una “fe” y una “identidad” inspiradas por quienes en Latinoamérica predican la “teología de la liberación” y, en la isla-presidio, la “teología de la reconciliación”.

Debe notarse cuánto esta fórmula coincide con aquella conclusión de Fidel Castro —manifestada a Fray Betto— de que la mejor fórmula para acabar con los reductos católicos de oposición al régimen era precisamente “insertar” a la Iglesia en la “construcción de la sociedad socialista”.26 Por una infeliz coincidencia, Fernández hasta llega a utilizar similar formulación que la del dictador...

Sobre su referencia a las “opciones de humanización” del sistema marxista-leninista, se impondrían muchas delicadas preguntas. Entre otras, ¿cree Fernández que sea posible en la isla la existencia de un “socialismo humano”? ¿Cuáles serían sus características? ¿Qué modificaciones debería presentar el régimen marxista-leninista cubano para que Fernández pasara a considerarlo como “humano”? ¿Qué pruebas, elementos de juicio o datos concretos posee el ex-dirigente católico para pensar que Castro —quien en discurso conmemorando 30 años de Revolución enunciara el lema “marxismo-leninismo o muerte”, en julio de 1989 reiterara su intención de no permitir cualquier liberalización,27 y en 1990 anunciara que el régimen no daría “un paso atrás, ni para tomar impulso”28— pudiera permitir esa tal “humanización”?

Preguntas que se tornan más apremiantes cuando se lee que Fernández, a su paso por Miami después de participar en el simposio de Orlando, declaró: “La Iglesia en Cuba no aspira a acabar con el régimen. Sólo aspira a estar en medio del pueblo y tratar de ser Cristo en medio de su gente”.29

Vivero, por su parte, lanzó la interpretación de que con el ENEC, realizado en La Habana en 1986, se “inauguró el período postmarxista en Cuba”.30 “La Voz Católica” comenta que “para Vivero, hablar de una etapa postmarxista para Cuba, exige clarificar que no se trata de una etapa temporal en la que «un poder que desaparece y otro que se instala», sino de un «desbloqueo de la situación de privilegio en la que sólo hay una interpretación de la historia y de la cultura»”. Y agrega que el texto emanado del ENEC es “el único documento que circula normalmente por la isla”, ofreciendo “la lógica cristiana propuesta por la Iglesia, de acercamiento al pueblo, de reconciliación”.

El término “post-marxismo” no debe llamar a engaño. En ningún caso significa una superación del marxismo, sino una adaptación de las estrategias revolucionarias a nuevas situaciones psicológicas y políticas del mundo contemporáneo. Diversos teóricos europeos de inspiración marxista sostienen que se estaría ante un proceso que conduce a la muerte de todas las ideologías. Estos teóricos proclaman el fracaso de las ideologías llamadas dogmáticas, y sostienen que la dictadura del proletariado ya no es posible, pues el propio proletariado como fuerza revolucionaria perdió importancia. Los “dogmas” y previsiones de Marx, por útiles que hayan sido para el avance revolucionario en su época, han sido desmentidos hoy por la realidad. A partir de esa constatación es que surgen las corrientes “post-marxistas” y “neosocialistas”, de un comunismo metamorfoseado que da mayor importancia al carácter cultural, psicológico y tendencial de la Revolución, que a sus aspectos doctrinales e institucionales.31

Ello sirve para comprender las posiciones de Vivero y Fernández. No se postula acabar con el régimen comunista, por la vía de un aumento de influencia de la Iglesia, rumbo a un sistema inspirado en el orden natural y la doctrina social católica. Meramente se pide el “lugar” que, según ellos, cabría a los católicos en el propio sistema comunista. Lo cual está dentro de la “lógica” del ENEC, de “acercamiento” y “reconciliación” con la sociedad socialista cubana.

 

No es que Marx se haya contradicho en sus afirmaciones sobre la Iglesia: ¡son miembros de Ella los que han mudado de actitud en relación al comunismo!

Para que el régimen comunista pueda utilizar con provecho ese eventual contexto “postmarxista”, será preciso que la Iglesia Católica no pida para sí la autonomía y privilegios a que Ella tiene pleno derecho en virtud de ser la única y verdadera Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo. Pero si sus representantes aceptan para la Iglesia ese papel secundario, ¿no la estarán condenando a una forma de agonía más sutil y, por tanto, más efectiva, que la proveniente de la persecución abierta y declarada?

Fidel Castro, en sus conversaciones con Fray Betto, corrobora esta interpretación, al explicar que en la medida en que el acercamiento católico-comunista se acentúe, la famosa frase de Marx “La religión es el opio del pueblo” —contenida en su “Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel’’— dejaría de tener validez, pues en ese caso la religión pasaría a ser un “maravilloso remedio”...

El tirano, en efecto, explica que “durante siglos la Iglesia y la religión se habían utilizado como instrumento de dominación, de explotación y de opresión”. Ello habría determinado el surgimiento de “tendencias” con “críticas duras, justificadas, a la Iglesia, incluso a la propia religión’’, incluyendo frases como la ya citada de Marx. Pero Castro alega que “en ningún sentido esta frase tiene, ni puede tener, el carácter de un dogma o de una verdad absoluta”. Porque, según él, la religión, “desde el punto de vista político, por sí misma no es un opio o un remedio milagroso”. “Puede ser un opio o un maravilloso remedio en la medida en que se utilice o se aplique para defender a los opresores y explotadores, o a los oprimidos y explotados”, explica.

Castro concluye: “Desde un punto de vista estrictamente político —y creo que conozco algo de política— pienso incluso que se puede ser marxista sin dejar de ser cristiano y trabajar unido con el comunista marxista para transformar el mundo. Lo importante es que en ambos casos se trate de sinceros revolucionarios”.32

 

Cuba “postmarxista”: un estilo de comunismo que admite la colaboración de los cristianos... en la construcción del socialismo

Como se acaba de ver en el párrafo anterior, Fidel ha abierto, imprudentemente, su juego. Y deja claro que el principio orientador de su “política religiosa” contiene un objetivo definido: hacer de la Iglesia una compañera de ruta del comunismo. Por tanto, los participantes del foro del IEC en Orlando, al sugerir que los católicos se “encarnen” en el régimen, acaban haciendo el juego de Castro.

 

Julio de 1988:

Una afligida carta de Valladares

El “Diario Las Américas” publica en la íntegra el texto de una carta enviada por el poeta y escritor cubano Armando Valladares —quien estuviera preso por más de dos décadas en las mazmorras castristas— al Cardenal Arzobispo de Nueva York. En sus párrafos medulares, Valladares afirma:

“Cada vez que el dictador cubano Fidel Castro, por denuncias y presiones internacionales, que no por razones humanitarias, es obligado a liberar a prisioneros políticos y lo hace en algunas ocasiones a través de la Conferencia Católica de EEUU, recibe felicitaciones y hasta elogios como los que usted le ha dedicado a este verdugo ateo en su última visita a Cuba.

“Ustedes lo aplauden y felicitan públicamente cuando abre las garras para libertar a algunas de sus víctimas y contribuyen así a presentarlo como un gobernante generoso y humanitario. Sin embargo, jamás la alta jerarquía católica norteamericana ha levantado su voz para denunciar cuando arresta a los cubanos por miles, los tortura y los asesina y viola los derechos humanos de manera sistemática”.

 

Agosto de 1988:

Episcopado cubano realiza visita “ad limina” a Juan Pablo II

En la mañana del 26 de agosto, Juan Pablo II recibe al Episcopado cubano en pleno, que realiza la visita canónica “ad limina Apostolorum”. En la oportunidad, el Pontífice pronuncia un largo discurso, estampado el mismo día con destaque en “L’Osservatore Romano”.33

El discurso pontificio adquiere una trágica relevancia, porque su contenido representa una aprobación —implícita, pero inequívoca— a cuanto la Jerarquía cubana ha hecho en los últimos años. En dicho texto, se hace abstracción de la orientación lamentable seguida por el Episcopado en relación al régimen, consignada en la cronología de la Parte II de este libro.

No es el momento de rememorar esos hechos, ya registrados en las páginas precedentes, los cuales vienen produciendo tanto dolor y desconcierto en incontables fíeles católicos cubanos. Importa resaltar aquí el hilo conductor que recorre y da coherencia a todos ellos; a saber, un proceso pionero de convergencia católico-comunista en el continente americano, que, como ha sido probado, trasciende el plano exclusivamente diplomático.

Llama la atención, al leer la extensa alocución papal, el silencio absoluto sobre los errores de la ideología comunista, así como la ausencia de cualquier referencia indeleble a que se trata de un país cuyo gobierno viene aplicando férreamente, desde hace tres décadas, la doctrina marxista-leninista. El silencio señalado se hace notar sobre todo en el plano sociopolítico y económico. Véanse a continuación algunos aspectos del discurso papal.

El Pontífice destaca que “son ciertamente complejas las circunstancias” en que los Obispos “desarrollan el ministerio episcopal”, y agrega: “Es de alabar su actitud al trabajar con sereno optimismo, ciñéndose a la realidad que tienen por delante y esforzándose en ir superando las dificultades que puedan encontrar”.

Cabe preguntarse qué país del mundo no atraviesa hoy por circunstancias “complejas”. Pero tratándose de la tiranía castrista, que durante 30 años ha yugulado la vida de la Iglesia y la sociedad, esas circunstancias son particularmente dramáticas, y no sólo “complejas”.

Sobre el elogio al trabajo que realizan los Obispos, parece importante focalizar la expresión “ciñéndose a la realidad que tienen por delante”. Ya fue vista la posición deplorable de los Obispos cubanos ante la realidad de su país. ¿Cómo no recelar que los católicos de la isla entiendan esas palabras del Pontífice como un estímulo a atenerse al marco de la realidad socialista, aceptándola como un hecho consumado, sin intentar alterarla fundamentalmente?34 Los “esfuerzos” a que el Pontífice convoca, no serían para modificar esa realidad opresiva e intrínsecamente injusta —como la califica la doctrina tradicional de la Iglesia— sino apenas para “superar” vagas “dificultades” eventuales “que puedan encontrar': en ningún caso, ellas constituirían obstáculos o barreras.

Continúa el Pontífice: “En todo es aconsejable, siempre que sea posible, continuar el camino del diálogo. He ahí un campo donde la Iglesia en Cuba, fiel a su ministerio de reconciliación, debe seguir estando presente, tal como ha sido desde hace mucho tiempo su preocupación y constante empeño”.

Ello significa, no hay cómo negarlo, un “placet” a la línea que, “desde hace mucho tiempo”, el Episcopado viene siguiendo en relación al gobierno comunista. “Diálogo” que ha contado con el asesoramiento de Fray Betto, uno de los más publicitados portavoces de la “izquierda católica” internacional. Como se mostró en su oportunidad, el Director del Secretariado de la Conferencia Episcopal Cubana y Vicario General de la Arquidiócesis de La Habana, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, había calificado como “coincidencias providenciales” una serie de hitos en el acercamiento Iglesia-Gobierno, que no eran sino etapas altamente beneficiosas para el dictador en su estrategia de utilizar a los católicos como instrumentos de la Revolución. Por lo que es de temer que dichas palabras del Pontífice sean usadas para debilitar la resistencia anticomunista de los fieles católicos cubanos.

A continuación, Juan Pablo II habla de la libertad a que la Iglesia tiene derecho: “Hay que reconocer que cuando la Iglesia ha gozado de libertad, su acción evangelizadora ha sido beneficiosa para los pueblos en los que ha arraigado”. Pero el Pontífice ha dado su aval a la acción del Episcopado cubano que, por ejemplo, en 1976 llamó a adherir a la nueva Constitución comunista, en la cual la “libertad” concedida a los creyentes está condicionada a que éstos no se opongan a la “construcción” del comunismo y el socialismo.

 

Juan Pablo II elogia el ENEC

Sin pretender comentar aquí toda la alocución papal, parece de importancia transcribir trozos en que Juan Pablo II aprueba sin restricciones el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), que promovió oficialmente la inserción y “encarnación” de la Iglesia cubana en la sociedad marxista-leninista.35

“Las reflexiones que expongo en este encuentro han nacido de la consideración de los planes pastorales que Ustedes llevan a cabo. Ante todo, quiero referirme al Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), que tuvo lugar en febrero de 1986, fruto maduro de la Reflexión Eclesial Cubana (...). Este acontecimiento eclesial ha significado ciertamente un paso importante en la vida cristiana de esa Nación, a la vez que constituye el sendero que esa Iglesia local se propone recorrer hacia el año 2000”.

Nótese la fuerza de la metáfora: el censurable ENEC es el “sendero” que la Iglesia cubana ha de transitar rumbo al tercer milenio de la era cristiana.

Las referencias al ENEC continúan, por ejemplo, cuando se señala que el evento eclesial auspició “un diálogo respetuoso con la cultura y las realidades sociales”. El “diálogo respetuoso” aquí no puede sino referirse al contexto marxista-leninista, que marca la tónica de la “cultura” y las “realidades” actuales de Cuba.

Esas alusiones papales también mencionan, repetidas veces, el concepto de “encarnación” de los católicos, obviamente en la sociedad socialista vigente. Así, al hablar de lo que significa “evangelizar hoy” en Cuba, el Pontífice manifiesta que “hay que entenderlo como un volver a anunciar y proclamar el mensaje de Jesús de Nazaret, encarnándolo en la realidad actual”. Llama la atención, en esta última frase, la expresión “volver a anunciar” el Evangelio. En la etapa abierta por el ENEC, con aprobación papal, en esa nueva “evangelización” y en ese nuevo estilo “encarnado”, no se ve qué papel estará reservado a la enseñanza perenne del Magisterio sobre la propiedad privada, la libre iniciativa y el principio de subsidiariedad, tan diametralmente opuestos a la concepción estatista del socialismo cubano.

En otro plano, debe notarse que no existe en la alocución la menor referencia a las formas de persecución religiosa que sufren los católicos cubanos.36

Por fin, las alusiones del Pontífice a síntomas de “crisis moral” en la isla-cárcel —tanto en el seno de la familia cuanto en la juventud— podrían ser aplicadas, indistintamente, a cualquier país occidental. En ningún momento se alude al hecho de que esa crisis es provocada por un régimen de “violencia institucional” —según la consagrada expresión del distinguido jurista cubano en el exilio, Dr. Claudio Benedí— que niega frontalmente todos los Mandamientos de la Ley de Dios; y que, por tanto, la crisis moral es inherente al propio sistema, debiendo ser vista como una consecuencia inexorable de sus principios ideológicos.

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Los autores del presente libro hubieran preferido no tener la obligación moral de publicar y comentar aquí las afirmaciones de S.S. Juan Pablo II arriba consigna- das. Sin embargo, todas las declaraciones pontificias tienen, intrínsecamente, gran importancia. Y no se podrían omitir esas palabras del actual Pontífice, en el cuadro general que con ahínco han trazado, sin faltar con la verdad. Pues de lo contrario, se daría al lector la impresión de que esos textos no existen, falseando de esa manera, evidentemente, la realidad.

Lo anterior es tanto más imperativo, cuanto que los referidos textos se revisten de primordial importancia e innegable trascendencia en el conjunto de la temática aquí abordada. Por la misma razón, publicar esas declaraciones sin por lo menos mencionar la apreciación que de ellas hacen los redactores de este trabajo, significaría también, de algún modo, faltar con la verdad.

Desolados por tener que adoptar esa actitud, los autores resaltan que lo hacen sin perjuicio de la filial veneración que, en cualquier situación, todo verdadero fiel debe tributar al Pontífice Romano.

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A partir de esta visita “ad limina” de los Obispos, y de la alocución papal a ellos dirigida, los acontecimientos se precipitarían en los meses siguientes, imprimiendo al proceso de acercamiento Vaticano-Cuba un dinamismo casi vertiginoso.

 

Octubre de 1988:

Arzobispo de La Habana reclama posibilidad de ingreso de católicos al PCC

El Arzobispo de La Habana, Monseñor Jaime Lucas Ortega y Alamino, manifestó al enviado del diario “El País”, de Madrid,37 su aspiración a que los católicos pudiesen ingresar al Partido Comunista de Cuba, como “un principio de derecho”.

El periodista de “El País” explicó que se trata, según el prelado, de “conseguir espacios” para desarrollar el trabajo de los católicos. Y que “uno de estos espacios es el de la admisión de cristianos en el partido comunista”.38

Monseñor Ortega manifestó textualmente: “No es que la Iglesia postule que haya un cierto número de católicos en el partido. Se trata de un principio de derecho; en un país de partido único, si hay en ese partido la exclusión de los creyentes por el hecho de ser creyentes, se les está vedando la gestión política principal”.39

En sus graves declaraciones, el prelado parece hacer caso omiso de la incompatibilidad fundamental entre la doctrina tradicional de la Iglesia y la ideología marxista, así como de los decretos del Santo Oficio del 1º. de julio de 1949 y del 4 de abril de 1959 condenando la militancia católica en los Partidos Comunistas. Esta temática será comentada en la Parte III, Capítulo 5, por lo que no es del caso extendernos aquí al respecto. Para medir desde ya las consecuencias que esas aspiraciones del Arzobispo podrán traer para los católicos cubanos, baste recordar que el artículo 5 de la Constitución cubana señala que el Partido Comunista de Cuba es la “vanguardia organizada marxista-leninista de la clase obrera”, que “organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”.40 Es el ingreso a un Partido con tales objetivos, que el Arzobispo reclama como “un principio de derecho”.

Por esos mismos días, José Felipe Carneado, director de la Oficina de Asuntos Religiosos del PCC, declaró que “es posible conciliar la fe religiosa y la militancia política comunista”, y que la prohibición para el ingreso de cristianos al PCC es mucho más “un problema coyuntural histórico, que una cuestión de principios”.41

 

Noviembre de 1988:

alto prelado vaticano visita la isla-prisión, y Ministro cubano es recibido por Juan Pablo II

La agencia noticiosa “Adista”, de Roma,42 anuncia: “Gran movimiento entre Cuba y el Vaticano”. Después de afirmar que “ya se venían intensificando las relaciones entre el gobierno y la Iglesia Católica, cubana y no cubana”, enumera una serie de acontecimientos en esa dirección, concordantes con los presentados en la cronología de esta Parte II. E informa de dos nuevos “acontecimientos significativos”:

“La participación, por invitación del gobierno cubano, de Monseñor Fiorenzo Angelini, Pro-Presidente de la Pontificia Comisión Pastoral de los Operadores Sanitarios, en el II Seminario Internacional sobre Atención Primaria en la Salud, desarrollado en La Habana” y, casi simultáneamente, “la audiencia concedida por Juan Pablo II al Ministro de Salud Pública cubano, Julio Teja, el 10 de noviembre”, quien había viajado a Roma para participar en la “Tercera Conferencia sobre la Longevidad y el Nivel de Vida”.

”Estos hechos, destacaba “Adista”, sumados a la comentada visita de un Cardenal de la Curia en los próximos días, hacen pensar que Cuba y la Santa Sede estén trabajando seriamente en torno de un posible viaje del Papa a la isla de Castro”.

A su regreso a Roma, Monseñor Angelini concederá una entrevista a la Radio Vaticano (25-11-88), en la que destacará las repercusiones “extremadamente positivas” habidas en la isla a propósito de la audiencia papal al Ministro cubano.43 En la entrevista no faltarán amabilidades y hasta elogios para con el dictador, como ya a esta altura se ha vuelto habitual en prelados visitantes: “Puedo decir que me siento, por el resultado obtenido, realmente feliz con este encuentro, no sólo por haber conocido un hombre que tiene una importancia histórica, especialmente en la vida de los países de América Latina, sino también por su pasión —porque así la definen— su pasión por la política sanitaria de su país”. Monseñor Angelini, elogios aparte, parece desconocer que los supuestos logros de Castro en materia de salud no pasan de un “bluff” (Parte I, Capítulo 1), y que los médicos en Cuba son utilizados como instrumento del Partido Comunista para controlar psico-ideológicamente a la población (Parte III, Capítulo 2).

 

Noviembre de 1988:

Monseñor de Céspedes manifiesta impaciencia ante “monolitismo” gubernamental, que retarda proceso de convergencia

En Homilía pronunciada en la Catedral de La Habana, durante Misa solemne presidida por el Arzobispo habanero y Presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Jaime Ortega —en presencia del Encargado interino de la Nunciatura, Monseñor Christophe Pierre, y de Monseñor Angelini— el Director del Secretariado de la Conferencia Episcopal, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, manifestó conceptos de relevancia para el futuro del acercamiento Iglesia-Gobierno comunista.

Según informó un cable de la Agencia France Presse, el prelado criticó el “monolitismo socio-político” existente en la isla, que es sólo “aparente” y “no logra disimular tensiones, pluralismos actuales y potenciales”, así como “frustraciones” que existen en Cuba.44 Monseñor de Céspedes agregó que “cuando la persona humana en virtud de una ideología o de un materialismo pragmático pretende construir la convivencia prescindiendo de Dios, acaba casi siempre por prescindir del hombre y de sus exigencias fundamentales”.

Después de dar otras pinceladas sobre lo que calificó de “compleja problemática”, señaló que ésta “no se resuelve ignorándola, ni con la repetición de slogans, ni con las frases retóricas o la proposición de metas que algo significaron hace 20 años pero dicen poco a las nuevas generaciones y no mucho más a los que las aceptaron como válidas” en aquel entonces.

En una primera lectura, el lector podría ser llevado a pensar que se está frente a una crítica dirigida al propio corazón del régimen comunista. Sin embargo, bien analizada, y teniendo en cuenta los anteriores gestos y declaraciones de buena voluntad del eclesiástico habanero en relación al régimen, la interpretación parece ser otra.

En efecto, no es la esencia del régimen, sino sus manifestaciones de “monolitismo”, las que estarían en la raíz de “tensiones” y “frustraciones” existentes. Si se lee esta Homilía a la luz de los consejos de Fray Betto al dictador para integrar a los cristianos en la Revolución; del llamado del Episcopado a aceptar las reglas de juego aparentemente pluralistas en relación a los creyentes, contenidas en la Constitución cubana y en el III Congreso del PCC; de los propósitos “encarnacionistas” manifestados en el “documento de trabajo” del ENEC, y ratificados en el “Documento final”; de la interpretación dada al Encuentro Eclesial por destacados comentaristas, reclamando “un lugar” para “humanizar” un régimen al que “no (se) aspira a acabar”; del deseo del Arzobispo de La Habana para que los católicos puedan ingresar al Partido Comunista; y de tantos otros hechos analizados en páginas anteriores, parece desprenderse que el objetivo de la Homilía de Monseñor de Céspedes era remover obstáculos y trabas a la integración de los católicos en el proceso revolucionario. Integración ésta que daría una renovada vitalidad a los alicaídos “ideales” del régimen, otorgándoles incluso un aspecto por así decir “perestroikano”.

 

Contramarchas prueban falta de solidez y durabilidad del “proceso” en que están embarcando a los católicos cubanos

El propio Castro, como también fue comentado en su oportunidad, había insinuado en “Fidel y la Religión” las dificultades con ciertas bases recalcitrantes del Partido, que no habían adquirido todavía la flexibilidad necesaria para percibir las ventajas que la Revolución obtendría de una alianza estratégica cristiano-marxista.

Sin negar que existan entre las bases comunistas esas incomprensiones en relación a la estrategia del régimen hacia los católicos, tampoco se puede descartar la hipótesis de que el dictador utilice ese pretexto para exigir de la “izquierda católica” cubana más y más concesiones.

Pero por encima de esto, lo que interesa plantear aquí es que, así como periódicamente se han percibido trabas y dificultades en el proceso de convergencia, ¿quién puede garantizar que, cualquiera sea su causa, no se produzcan otras similares en el futuro, y que éstas resurjan con particular intensidad cuando el “proceso” esté concluido, y los católicos colaboracionistas hayan cedido por entero, sin posibilidad de volver atrás?45

Entonces, ese mínimo de “libertad” que ellos reivindican, sin cualquier privilegio ante el régimen comunista, ¿qué garantías de durabilidad puede tener, a la vista de las reales intenciones del dictador? ¿Cuál es la consistencia de ese punto terminal hacia el cual el Episcopado cubano está encaminando a los fieles de la isla?

 

Diciembre de 1988:

Intelectual jesuita francés

elogia a Obispos cubanos y critica al exilio,

después de visita de tres meses a Cuba

La influyente revista jesuita italiana “La Civiltà Cattolica”46 publica un largo artículo sobre la situación de la Iglesia en Cuba, bajo la pluma del P. Pierre de Cha- rentenay S.J., editor-jefe de la revista francesa “Cahiers”, perteneciente a la Compañía de Jesús. La extensa nota recoge impresiones de viaje del P. de Charentenay después de pasar tres meses en Cuba. Numerosas publicaciones occidentales estamparon referencias, extractos, y hasta el texto completo, en varias entregas, como fue el caso de “El Universal” de Caracas.47

Una versión resumida publicada por el “National Catholic Register”, de los Estados Unidos,48 recoge aspectos de lo que parece ser la sustancia del artículo: la tentativa de justificar ante la opinión pública la continuación del proceso de acercamiento Vaticano-Cuba. Bajo el título “Jesuita afirma: la vida de la Iglesia en Cuba está mejorando”, se expresa entre otros conceptos:

“Los Obispos cubanos, con el apoyo papal, lentamente han ido mejorando la vida de la Iglesia a través de una política de conciliación y diálogo con el gobierno (...).

“El artículo criticó a los cubanos exiliados que propugnan una mayor confrontación en relación al régimen comunista de Fidel Castro. (...)

“Los artículos y editoriales especializados de la revista frecuentemente reflejan puntos de vista del Vaticano”.

 

Diciembre de 1988:

En La Habana, durante seminario de teólogos “liberacionistas”,

Jefe del Bureau de Asuntos Religiosos del PCC afirma que relaciones Iglesia-Estado están llegando a la madurez

El 19 de diciembre, días antes de la llegada a Cuba del Cardenal Roger Etchegaray, y un mes después de la comentada homilía de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes en la Catedral de La Habana, se realiza en la isla un nuevo seminario de teólogos “liberacionistas” católicos y protestantes provenientes de los Estados Unidos, Bolivia, Canadá, Méjico, Nicaragua y Costa Rica.

Durante una de las jornadas, hace uso de la palabra el Jefe de la Oficina para los Asuntos Religiosos del Comité Central del PCC, Felipe Carneado.

Según versión proporcionada por la agencia de noticias italiana “Adista”,49 Carneado “afirmó que su gobierno no pretende modificar la actual política de acercamiento con la Iglesia, y que contribuirá con «nuevos aportes» a la consolidación del diálogo, aún en eventuales momentos de coyuntura desfavorable”.

El dirigente comunista parece responder de esta forma a la Homilía del Director del Secretariado del Episcopado cubano, pronunciada días antes, quejándose sobre el “monolitismo” que dificulta la integración revolucionaria de los católicos colaboracionistas.

Es claro que para incentivar “nuevos aportes” del régimen, se precisarán mayores concesiones de la contraparte católica, como ya lo había insinuado Fidel.50 “Adista” agrega que “según Carneado, las relaciones entre la Iglesia y el Estado han superado «la infancia y la adolescencia», llegando a la etapa de la «madurez»”.

El camino parecía quedar allanado para que nuevos e importantes acontecimientos consolidasen esa lamentable “madurez”. Dichos acontecimientos no tardarán en sobrevenir.

 

Diciembre de 1988:

Cardenal Etchegaray llega a La Habana, portador de carta de Juan Pablo II al tirano

El día 23, en la misma semana del discurso tranquilizador del Dr. Carneado, llega a La Habana el Cardenal Roger Etchegaray, Presidente de la Pontificia Comisión Justicia y Paz. Según “L’Osservatore Romano”, su visita responde a una invitación del Arzobispo de La Habana y Presidente de la Conferencia Episcopal Cubana, Monseñor Jaime Lucas Ortega y Alamino.51

La agencia “Adista”,52 por su parte, comenta que la estadía del Cardenal se prolongará por diez días. E informa que “el Cardenal es portador de una carta del Papa a Fidel Castro, de la cual no se conoce su contenido”.

Según Dermi Azevedo, especialista en asuntos religiosos del diario “Folha de S. Paulo”,53 en la carta el Pontífice propondría la “profundización” de las relaciones entre la Iglesia y el gobierno comunista cubano, dejando claro su interés en visitar el país.54

Azevedo, quien no da la fuente de su información, aclara que el mensaje papal no fue publicado hasta ahora. Pero deja implícitamente sobreentendido que su texto, o informaciones fidedignas sobre el mismo, filtraron de fuentes seguras.

“El acontecimiento, según la agencia «Adista», se encuadra en el marco de la profundización de relaciones entre el Estado cubano, de un lado, y la Iglesia (cubana) y la Santa Sede, de otro”

“Adista” informa también que el Cardenal Etchegaray “es particularmente cercano al Papa”, lo que torna más significativa la visita del Purpurado, en el contexto del acercamiento Iglesia-gobierno comunista.

 

Enero de 1989:

“Iglesia del Silencio” es cosa del pasado, y tiempos están maduros para una visita de Juan Pablo II, dice el Cardenal Etchegaray a Radio Vaticano

El Cardenal Etchegaray se había entrevistado con Fidel Castro el 29 de diciembre. “Adista” se hizo eco de la versión de que en ese encuentro se hubiese hablado sobre la “probable visita de Juan Pablo II a Cuba”.55

El día 11, luego de su regreso de la isla-prisión, el Cardenal concedió una entrevista a Radio Vaticano sobre su viaje.56 En ella, si bien reconoció que la Iglesia cubana “ha sufrido mucho”, “vive aún en condiciones difíciles”, y “ha experimentado la triste sensación de pertenecer a la Iglesia del Silencio”, concluyó de modo sorprendente diciendo que hablaba “del pasado”. Porque hoy, “sin cualquier espíritu de revancha, la Iglesia se hace cada vez más visible y presente en la nueva realidad cubana”.

Hablando en el lenguaje del ENEC, al cual el prelado atribuyó “particular significado en la realidad eclesial cubana”, manifestó que la Iglesia “no quiere ser objeto de ningún tipo de privilegio, pero tampoco de ninguna discriminación”.

 

Según Monseñor Etchegaray, todos, hasta el tirano,

esperan a Juan Pablo II

En declaraciones reproducidas por el diario “Ya” de Madrid,57 el Cardenal manifestó que en Cuba a Juan Pablo II “le esperan todos. Me lo decían continuamente que venga. El pueblo, los Obispos, los mismos dirigentes políticos desean la visita del Papa. Ahora ya, incluso, no ponen condiciones, como antes”.

Estas palabras dan razón al comentario del ex-preso político cubano Armando Valladares, proferidas casi tres años antes, cuando comenzaba a especularse sobre el viaje del Pontífice a la isla-prisión: “Castro sueña con un viaje del Papa a Cuba. Él tiene necesidad de ello para mejorar su imagen. ¿Se imagina una foto, reproducida en todos los diarios del mundo, en que aparezcan Castro y el Papa codo a codo?”58

El sueño de Fidel parece, con la visita de Monseñor Etchegaray, más próximo a hacerse realidad. Al efectuar el balance de su estancia en Cuba, publicado por “Ya”, el Cardenal manifestó su esperanza de que ella haya podido “servir para crear un clima más favorable” al viaje del Pontífice, si bien que no fuera tarea suya “negociar los detalles concretos y las fechas” del mismo.

Como muestra de la “nueva realidad” que vió en Cuba, el Purpurado narró que la emisora castrista Radio Rebelde le pidió unas declaraciones, “cosa que no se había producido nunca hasta entonces” con un dignatario de la Iglesia. No es difícil medir la sorpresa y el desconcierto de los incontables católicos que en la isla se oponen al régimen y a la política del Episcopado en relación a él, al oir la voz conciliadora del Pastor venido de Roma, difundida por la radio comunista.

 

Castro estaría encantado de hablar con el Papa

Paralelamente a las declaraciones del Cardenal Etchegaray, la agencia de noticias castrista Prensa Latina difundía al mundo palabras del propio Fidel declarando “que por parte del Gobierno cubano no hay ningún obstáculo, y que la visita del Papa sólo depende de su decisión”. “Por mi parte, concluyó el tirano, será un placer conversar con él de importantes cuestiones que interesan al mundo de hoy”.59

Al parecer, Castro no tiene el menor recelo de que la eventual visita pontificia redunde en una condenación de la tiranía comunista cubana.

 

Monseñor Etchegaray: “alegría poco común” al encontrarse con el dictador

El periódico católico parisiense “La Croix” (60) consigna que “sin entrar en pormenores, Monseñor Etchegaray comentó que había «sentido una gran alegría, poco común», durante su encuentro con Fidel Castro: «Una entrevista muy cordial, de hombre a hombre, sin rodeos. Nosotros compartimos la misma pasión por el hombre, por su dignidad, por su libertad»(!), agregó el Purpurado”.

No es la “gran alegría” del Cardenal al encontrarse con un tirano cuyas manos están teñidas de sangre de mártires católicos, aquello que más sorprende; no es que comparta con el opresor de Cuba “una misma pasión por el hombre” y su “libertad” lo que particularmente causa extrañeza; ni son sus elogios al dictador —¡cuántos dignatarios de la Iglesia no se los han tributado, desde que comenzó la nueva “política religiosa” de Castro!— lo que causa mayor perplejidad. Aquello que más contrasta con el pasado es el silencio que, desde el venerable Solio de San Pedro, ha acompañado hasta ahora esta publicidad eclesiástica de alto nivel, eufóricamente otorgada al jefe comunista cubano. Publicidad que vuelve más densa la hábil atmósfera de confusión que —con ventaja para la acción expansionista del comunismo cubano— va impregnando, a partir de la situación de la Iglesia en ese país, a América Latina y el mundo.

Notas:

1) 23-4-88.

2) 20-4-88.

3) “Granma”; 20-4-88.

4) Texto de la Homilía distribuido a los periodistas.

5) “Constitución de la República de Cuba”, artículo 5, “Gaceta Oficial”, La Habana, 24-2-76.

6) Como ya se ha mostrado, cuando en 1985 se produjo la visita a La Habana de una comitiva de Obispos norteamericanos, la finalidad alegada de dicha visita también fue pastoral. Pero eso no impidió que las autoridades comunistas viesen en el acontecimiento un óptimo medio de abrir una brecha en el cerco político y económico norteamericano sobre el régimen castrista. En la ocasión, durante una recepción en la propia Nunciatura, el Vicepresidente de Cuba se había manifestado “muy contento con esta visita” pues consideraba que “el acercamiento entre ambas Iglesias no puede sino favorecer la distensión y la aproximación entre nuestros dos países” (“L’Humanité", 29-1-85), lo cual obviamente redundaba en un acercamiento entre ambos gobiernos.

Si bien Monseñor O’Connor y sus asesores puedan no haber considerado ese alcance táctico, los comunistas lo sabrían medir con claridad, incluida la repercusión de su viaje en la balanza de la política internacional.

7) Texto de la homilía distribuido a los periodistas.

8) “Catholic New York”, N° 31, 4-88.

9) 28-4-88.

10) 23-4-88.

11) “Catholic New York”, 28-4-88, p. 8.

12) 23-4-89.

13) “Catholic New York”, 28-4-88, p. 8.

14) “Fidel y la Religión”, “La visita del Papa”, p. 287.

15) El intelectual cubano en el exilio Reinaldo Arenas califica al Prof. Prince como un “católico socialista” (“Diario Las Américas”, 17-10-89).

16) Texto de la Invitación, 19-1-88.

17) En una segunda etapa, ya contando con grupos de laicos convenientemente “concientizados” y cohesos —entre las diversas comunidades cubanas a lo largo de los Estados Unidos— se podrá abandonar el ámbito restricto de los cenáculos, para afirmar públicamente la adhesión a la política “colaboracionista” del Episcopado cubano. Si esto se llega a dar —y preferimos apartar de nosotros esa posibilidad con horror— significaría que el espíritu anticomunista del exilio cubano estaría herido de muerte, por obra de “Caballos de Troya” introducidos en el mismo.

18) “El Nuevo Herald”, 26-6-88.

19) “La Voz Católica”, 1-7-88.

20) Los autores del presente libro tuvieron acceso a numerosas cintas magnetofónicas con grabaciones de conferencias y debates efectuadas durante este seminario organizado por el Centro Católico Hispano del Nordeste. Dichas grabaciones fueron realizadas de modo ostensivo por diversos participantes al mismo. Ese material posee tanto interés documental, y confirma tantas de nuestras aprensiones, que por sí sería suficiente para merecer un estudio aparte; cosa que podrá hacerse, eventualmente, en un futuro.

Excepcionalmente, se cree oportuno destacar aquí algunos trozos de una conferenda del Sr. Vivero —quien, dígase de pasada, manifestó un indiscutible ascendiente intelectual sobre muchos partidpantes del seminario— en el sentido de justificar y aceptar la actual política colaboradonista del Episcopado de la isla en reladón al régimen castrista.

21) “ENEC”, N°s 427 a 432.

22) Al respecto, sus palabras textuales, no exentas de ambigüedad y confusión, fueron las siguientes: “Ahora, ¿por qué no aceptar en la convivencia y en la práctica cotidiana de esa sodedad, (que) en virtud de cierta prédica marxista hay recuerdo de ciertos valores que o no estaban presentes, sin más, explícitos en la sociedad cubana, o son un patrimonio cristiano que habíamos olvidado? ¿Y que Dios se sirve, por medio de otros, para hacerlos lo más presentes o actualizados de manera novedosa? ¿Por qué yo no voy a reconocer eso?”

23) AAS, vol. XLI, p. 334.

24) “Mensaje del Seminario: los católicos cubanos y el Encuentro Nadonal Eclesial Cubano (ENEC)”, Comité Organizador integrado por los Monseñores Raúl del Valle, Otto García y Octavio Cisneros, junto al Profesor José Prince, el Sr. Serafín Vilariño y la Sra. Hilda López; Nueva York, 1-5-88.

25) 1-7-88.

26) “Prisma Latinoamericano”, N° 160, 1985.

27) “Jornal do Brasil”, 28-7-89.

28) “La Vanguardia”, Barcelona, 22-2-90.

29) “La Voz Católica”, 1-7-88.

30) “El Nuevo Herald”, 26-6-88.

31) Una explicación en profundidad del significado y alcance de las corrientes postmarxistas se encuentra en el libro “España: anestesiada sin percibirlo, amordazada sin quererlo, extraviada sin saberlo. La obra del PSOE”, Editorial Femando III El Santo, Madrid, 2a edición, 1988.

32) “Fidel y la Religión”, “¿La religión es el opio del pueblo?”, pp. 300-301.

33) 26-8-88. El título dado al discurso por el órgano oficioso del Vaticano, edición italiana, es expresivo: “La Iglesia que celebra y proclama su fe, signo de comunión encarnada en la realidad cubana”.

34) En la Parte I se mostró el daño producido en las almas de incontables católicos por un régimen que aplicó a ultranza la doctrina marxista leninista, al campo socio-político-económico.

35) En esta Parte II ya se ha hecho referencia a dicho evento. En la Parte III se dedicarán varios Capítulos a analizar las líneas doctrinales del “Documento final” del ENEC, promulgado por los Obispos cubanos.

36) En la Parte I se ha expuesto un panorama objetivo sobre la dramática situación de persecución político-psicológico-religiosa en que viven los católicos cubanos que, en lo sustancial, no ha cambiado desde hace tres décadas.

37) 10-10-88.

38) La noticia recuerda que hasta el presente, el PCC exige la renuncia del candidato a militante a sus convicciones religiosas. Pero que Castro habría admitido “hace tres años” la posibilidad de una reforma de ese principio. El periodista de “El País” no especifica cuáles sean esas declaraciones del dictador. En todo caso, en los Capítulos 3 y 4 de esta Parte II se ha mostrado el carácter fraudulento tanto de la colaboración ofrecida por Fidel a los católicos, en 1985 (“Fidel y la Religión”), cuanto de las proposiciones en ese sentido del 3er Congreso del PCC, efectuado en febrero de 1986.

39) En agosto de 1988, estando aún en Roma —a donde concurrió con el resto de los Arzobispos y Obispos de la isla para efectuar la visita ad limina— había declarado a Radio Vaticano que en Cuba existían “posibilidades más claras” para los cristianos, incluyendo la de “servir a la sociedad con todos los derechos y deberes de un ciudadano” (“Ya”, Madrid, 7-9-88). Si bien la versión recogida por “Ya” no especifícase dentro de esas “posibilidades” la del ingreso al PCC, no es de descartar, a la vista de sus posteriores declaraciones a “El País”, que el Arzobispo la tuviese en mente cuando pronunció esas palabras.

40) “Gaceta Oficial de la República de Cuba”, 24-2-76.

41) “Folha de S. Paulo”, 11-10-88.

42) 15 al 17-12-88.

43) No consta en el texto de “Adista” si el prelado se refería a repercusiones en general, en la isla, o en círculos específicos. Pero no se descarta que esas repercusiones “extremamente positivas” hayan sido abundantes en medios ligados al régimen, dados los dividendos propagandísticos que la noticia proporcionaría a Castro dentro y fuera de la isla.

44) “El Universo”, Guayaquil, 16-11-88.

45) En efecto, a esa altura del proceso, tantos de esos católicos convergencialistas podrán estar enteramente familiarizados con los comunistas, por causa de un entrelazamiento de intereses cotidianos y de amistades personales. Y, debido a ello, habrán perdido la conciencia de todo el abismo que separa en el plano doctrinal a la Religión católica del comunismo. Así, en esta marcha atrás en el proceso de convergencia que los marxistas efectuasen, no sería de extrañar que muchos católicos quedasen del lado de aquellos. Lo que significaría de inmediato un dividendo apredable para el comunismo, fruto de esa específica política de fraude en relación a la Iglesia.

46) 17-12-88.

47) 19, 20 y 21-2-89.

48) 17-12-88.

49) 9 al 11-1-89.

50) cfr. “Fidel y la Religión”, p. 225, trecho comentado en la Parte II, Capítulo 5.

51) 16-2-89, p.6.

52) 9 al 11-1-89.

53) 2-2-89.

54) El propio título de la noticia por él firmada, categóricamente titulado “Juan Pablo II escribe a Fidel y formaliza interés en visitar Cuba”, habla en ese sentido.

55) 9 al 11-1-89.

56) “Adista”, Roma, 23 al 25-1-89.

57) 21-1-89.

58) “La Croix”, París, 12-4-86.

59) “Ya”, Madrid, 21-1-89.

60) 3-1-89.

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