Parte III

 

 

Capítulo 4

En el contexto del ENEC,

optar por la reconciliación y la "encarnación" significa aceptar el régimen socioeconómico comunista y colaborar con él

 

 

 

 

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Junto con las exhortaciones al “diálogo”, los llamados a la “reconciliación” y a la “encarnación” impregnan los documentos emanados del ENEC. En la práctica, esos tres conceptos —entendidos según la filosofía colaboracionista con el comunismo que inspira aquellos textos— se interrelacionan estrechamente. Por ejemplo, el “Documento final” hace referencia a un indispensable “temperamento dialogal”,1 que obviamente abre camino para el “diálogo reconciliador”.2 Y éste, a su vez, no puede sino preparar el terreno para la “reconciliación". "Diálogo” y “reconciliación” que favorecerán a su vez la "encarnación” de los católicos en la sociedad marxista-leninista. Es lo que, en líneas generales, se verá a continuación.

 

La reconciliación, según el ENEC, presupone un sorprendente mea culpa de la Iglesia, que la llevaría a abdicar de su misión

En uno de los múltiples párrafos dedicados a la reconciliación, el “Documento final” deja entrever que el primer paso debería ser un mea culpa de la Iglesia frente al comunismo: “En el cumplimiento de su misión reconciliadora entre todos los que compartimos la condición humana, la Iglesia Católica comienza por reconocer su cuota de responsabilidad con relación a las tensiones y divisiones de variado género que pesan sobre nuestro pueblo. Agradece a Dios el don de la unidad interna y le pide perdón por todo lo que en nuestra historia pasada y en nuestra vida actual no haya contribuido a la solidaridad entre los distintos grupos humanos que componen nuestro pueblo”.3

Si se destacase del documento este párrafo, y le fuera preguntado a cualquier lector a qué “pueblo” se hace allí referencia, difícilmente discerniría que se trata de una nación —y, especialmente, de una Iglesia— que han sido diezmados implacablemente por uno de los regímenes marxistas-leninistas más crueles de la Historia contemporánea.4 El texto adolece, pues, de una fundamental omisión. En efecto, es difícil entender por qué la Iglesia cubana se inculpa por las “tensiones y divisiones” existentes en un país comunista, y por no haber promovido suficientemente la “solidaridad” entre los diversos sectores de un cuerpo social del que los marxistas forman parte.

Se diría que la “unidad interna” es un bien supremo al que todo debería subordinarse, y las “tensiones y divisiones” serían siempre un mal. Ahora bien, esto no corresponde ni a la realidad, ni a los datos de la Revelación. Hay divisiones y tensiones saludables, y hasta necesarias; son las que resultan en última instancia de la división irreconciliable establecida por el propio Dios entre las razas espirituales de la Virgen, y de Satanás (Gén. 3,15). Por ello, el verdadero católico debe ser como Nuestro Señor Jesucristo, una “señal de contradicción” (San Lucas, 2, 34), un divisor de aguas que separa a unos y otros. La unidad entre ambos, sólo puede darse a partir de la conversión de estos últimos.

Por lo demás, las “tensiones y divisiones” existentes en Cuba no fueron causadas por la Iglesia y sí por el comunismo, que desde hace 30 años ejerce violencia moral y física sobre el pueblo para imponerle una ideología antinatural, diametralmente contraria a las raíces predominantemente católicas del país. Esas divisiones son, ante todo, las que resultan de la oposición entre el ateísmo oficial y la Religión, entre el sistema comunista y los valores de la civilización cristiana. Al lado de éstas, otras eventuales divisiones son irrelevantes.

So pretexto de evitar las primeras, el Episcopado cubano no podía, ni puede, aceptar una coexistencia, o un mínimo de libertad, que tenga como contrapartida silenciar los errores del comunismo, creando en el pueblo la impresión de que la Iglesia no lo condena.5 Ese silencio implicaría presentar una imagen desfigurada del propio Dios. La reconciliación propugnada por el ENEC, rechazando el anticomunismo, parece presuponer, entonces, una abdicación doctrinal inaceptable.

En otro plano, el “Documento final” se apresura a reconocer su “cuota” de responsabilidad ante el drama en que el comunismo internacional sumergió a Cuba. Pero esa “cuota” no se refiere precisamente a la imprevisión que llevó a tantos eclesiásticos a favorecer decisivamente la ascensión de Castro al poder, y a consolidar su frágil situación inicial, con las trágicas consecuencias que de allí se derivaron. No. La “cuota” de responsabilidad se restringe tan sólo a lo que en el pasado, y en el presente, haya sido causa de “tensiones” y “divisiones”; lo que implícitamente sugiere que la Iglesia nunca debería haber puesto obstáculos al régimen comunista, para evitar esas “tensiones”...

¿Cómo no podría dejar de agradar al dictador este “mea culpa" episcopal, él, que enrostró a un grupo de Obispos norteamericanos visitantes que “ninguna institución fue tan dogmática, a lo largo de la Historia, como la Iglesia Católica”?6 Frente a actitudes como estas, se comprende que el dictador se jactara ante un admirado Fray Betto de que “con la Iglesia Católica tuvimos dificultades hace años, que fueron superadas” y que “todos aquellos problemas que en un momento existieron, desaparecieron”.7

 

Según el ENEC, la reconciliación pide un juicio previo sobre la honestidad del “otro”...

En coherencia con lo anterior, el “Documento final" señala que la reconciliación “exige un esfuerzo de comprensión de las distintas posturas, una valoración objetiva de las mismas, un discernimiento claro y respetuoso de los elementos comunes y de las diferencias y conflictos, y una búsqueda de la posible concertación de objetivos compartidos desde la propia identidad”. El texto agrega que esto supone “una voluntad de diálogo” y que es necesario “un juicio previo acerca de la honestidad en la actitud del «otro»”.8

Si lo del “juicio previo” pretende ser un contrafuerte en el texto episcopal —algo que está lejos de quedar claro— estaríamos en la presencia de una de las tantas salvedades insertadas en el “Documento final”, que acaban no siendo tales.

Pues dado el contexto colaboracionista del “Documento final”, y de tantas declaraciones eclesiásticas favorables al diálogo comuno-católico, es de preguntarse más bien si los redactores del mismo no estarán saliendo al paso aquí de quien fundadamente desconfiase de la contraparte comunista. De hecho, el “juicio previo” sobre el “otro" —que en este caso son los comunistas— parece suponer que ellos puedan ser “honestos” en el diálogo con la Iglesia y que la doctrina que los inspira y guía en todas sus acciones —el comunismo— no sea “intrínsecamente perversa”, como afirmara el Papa Pío XI (Encíclica “Divini Redemptoris”). Además, la “honestidad” de los comunistas en su diálogo con la Iglesia requeriría, de parte de ellos, que tuviesen rectitud de intenciones. Pero por lo que ya ha sido visto a lo largo de estas páginas, aquello que los comunistas cubanos desean no es sino aumentar su poder sobre el pueblo de la isla, sirviéndose para ello del propio Episcopado.

 

Un ejemplo característico de “juicio previo” eclesiástico favorable al comunismo

Un ejemplo de "juicio previo” favorable al comunismo lo dio el portavoz del ENEC, y Director del Secretariado de la Conferencia Episcopal, cuando declaró: “Si no creyéramos que los marxistas cubanos trabajan por los mismos objetivos que Pablo VI llamó la Civilización de la Verdad y del Amor, no podría haber diálogo franco y constructivo, ni colaboración...”9 Aquí, el “juicio previo”, según el eclesiástico cubano, parece ser que el comunismo no sólo es bien intencionado, sino que además busca sinceramente la Verdad y la caridad.

¿Es verosímil atribuir a los comunistas esa identidad de objetivos con la Iglesia en materia de civilización? La premisa implícita en la declaración del portavoz del ENEC parece ser que el comunismo dejó de ser “intrínsecamente perverso”; porque en ningún momento él levanta cualquier duda acerca de las intenciones del régimen en el “diálogo franco” —según sus propias palabras— con la Iglesia, y gratuitamente presupone su buena fe.

 

El fundamento de una verdadera reconciliación

Hay en el lenguaje de Monseñor de Céspedes un desconcertante exceso de candura. La reconciliación con los personeros de una ideología anticristiana como lo es el comunismo sólo puede fundarse, de parte de los católicos, en una verificación esencial: que los comunistas abdiquen de su error, y se conviertan a la Verdad cristiana. Lo que no se base en esa conversión previa, podrá ser fraude o confusión, pero nunca “reconciliación” verdadera.

Es más. Los católicos que a duras penas sobreviven en un país comunista, son como las “ovejas en medio de lobos”, a las que Nuestro Señor manda ser “sencillas como palomas” pero al mismo tiempo “astutas como serpientes” (cfr. San Mateo, 10, 16). Sin esa virtud tan alta y tan evangélica como lo es la astucia, los católicos corren el riesgo de transformarse en “palomas imbéciles y sin inteligencia” a que alude el profeta Oseas (Oseas, 7, II). Así pertrechados, estarán en condiciones de discernir cuándo en la otra parte existe una real abertura de alma que camina hacia una conversión, requisito previo para una futura reconciliación.

En todo caso, delante de actitudes de personeros comunistas cubanos, con apariencias conciliadoras, sería útil tanto al portavoz del ENEC cuanto a otros prelados cubanos meditar sobre la siguiente sentencia contenida en el Libro de los Proverbios: “Por sus labios se da a conocer el enemigo, cuando en su corazón está maquinando engaños. Cuando él te hable en un tono humilde, no te fíes en él, porque tiene siete malicias en su corazón” (26, 24-25).

 

Sintomáticas declaraciones del Jefe de la Oficina para los Asuntos Religiosos del PCC

Es difícil no recordar la advertencia de los Proverbios sobre labios del enemigo “maquinando engaños”, cuando se lee la siguiente declaración del Jefe de la Oficina para los Asuntos Religiosos del PC cubano, a la revista católica italiana “Famiglia Cristiana”: “Hemos tenido problemas en el pasado, cuando la Iglesia se mostró hostil a la Revolución del pueblo cubano. Las cosas han ido cambiando, y saludamos con placer la voluntad de reconciliación que también los cristianos van madurando. Nosotros, al igual que la Iglesia, no deseamos un diálogo meramente diplomático, comercial: te doy esto, si me das aquello. Deseamos un diálogo sincero, que favorezca un clima de recíproca comprensión, para crear juntos una sociedad justa y humana, como ha dicho el Cardenal Pironio”.10

¿Por qué Carneado saluda ahora con tanto placer la ‘‘voluntad de reconciliación” que preside ese diálogo calificado como “sincero”? ¿No será porque la Iglesia cubana ya no es más vista como adversaria de la Revolución?

 

“Encarnación”, otra de las claves que refleja

el espíritu colaboracionista del ENEC

En el discurso inaugural del ENEC, pronunciado “en nombre de los Obispos cubanos” por Monseñor Adolfo Rodríguez, entonces Presidente de la Conferencia Episcopal, el prelado describe lo que denomina “las claves del ENEC”. Junto a expresiones como “diálogo”, “mano extendida”, “puertas abiertas", y tantas otras características de esta nueva era en que la Jerarquía católica cubana ya no se opone a la Revolución, aparece una palabra bastante usual en la terminología teológica contemporánea, con un significado impreciso dentro de las corrientes progresistas: “encarnación”.

Monseñor Rodríguez se refiere a “una Iglesia que quiere ser encarnada, porque si no lo fuera, entonces sí sería 'opio del pueblo’ y dejaría de ser la Iglesia”.11 Y agrega que “nuestros cristianos" “optaron por la encarnación, cuando se decía que la religión no puede formar ciudadanos buenos, porque su carácter sobrenatural los hace sospechosos en asuntos de carácter natural”.12

De sus palabras se desprende que en Cuba la Iglesia no será “opio del pueblo” —término acuñado por Marx para ridiculizar el consuelo que dan en la tierra las promesas de vida eterna— en la medida en que forme “ciudadanos buenos”... O sea, súbditos leales al régimen comunista.13

Entre otros pasajes en que el “Documento final” alude más detenidamente al tema de la “encarnación”, se encuentra el ítem “Presupuestos de la Misión: conversión y encarnación”14. También lo hace en los ítems “Iglesia encarnada” y “Fomentar una espiritualidad de encarnación".15

El texto del ENEC —en el que rarísimas veces se incluye una citación pontificia pre-conciliar— hace referencia al documento de Puebla el cual fundamentaría teológicamente la “encarnación” a partir del principio dado por San Ireneo: “Lo que no es asumido no es redimido”.16 El ENEC recuerda que en Puebla se consideró que ese principio “permanece válido en el orden pastoral” (Puebla, 400).

Intentando avanzar lo más posible en un terreno sumamente resbaladizo, y al mismo tiempo tratando de encontrar puntos de apoyo firmes bajo sus pies, el texto entra nuevamente en el campo de las salvedades... que terminan no siendo tales. Así, destaca que “dificultades del discernimiento” pueden inducir a la Iglesia o a un “ilusorio desentendimiento de esa compleja realidad” cubana, o a “una aceptación acrítica” de la misma. Pero acto seguido ya comienza a diluir la salvedad, al afirmar que “históricamente, en estos veinticinco años”, “más frecuentemente se ha dado el primer caso” —desentendimiento— “que el segundo”. O sea, en los primeros años del régimen, los católicos no habrían entendido que tenían que “encarnarse", plegándose a la Revolución. Ese “desentendimiento” habría comenzado a ser corregido sólo 10 años después, en 1969: “El magisterio de nuestros Obispos (sobre todo a partir de los comunicados de abril y septiembre de 1969) y grupos muy significativos de sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos, han sido los que han dado a nuestra Iglesia en Cuba una tónica encarnacionista (...)”.17

¿En qué consiste, concretamente, esa “tónica encarnacionista” que los Obispos asumieron a partir de 1969? Al respecto, interesa mencionar el testimonio de un personero del régimen, el Dr. Raúl Gómez Treto, antiguo líder católico que adhiriera a la Revolución desde la primera hora, y se mantuviera firme secuaz del régimen durante los más cruentos momentos de la persecución anticatólica. El personero sostiene que con esos comunicados, la Jerarquía cubana habría emprendido un viraje doctrina] de 180 grados; y agrega que “el comunicado de los Obispos del año 1968”, aunque redactado en “un tono todavía abstracto”, ya puede considerarse como “la antípoda de las cartas anteriores sobre el comunismo”. “Fue en el año siguiente, 1969, continúa Gómez Treto, cuando sale otro comunicado importante del Episcopado católico cubano sobre ateísmo y fe, convocando a los católicos a integrarse a las tareas populares orientadas por el gobierno revolucionario (...)”. El rumbo hacia las “antípodas” doctrinales se habría definido, pues, en este segundo comunicado episcopal. Al respecto, este “laico comprometido” agrega: “Desde 1968 se inicia una nueva etapa, que yo no me atrevo a decir que sea de reconciliación, pero sí por lo menos de diálogo (...)”.18 Es asi cómo la contraparte revoludonaria, citando documentos del Episcopado, interpreta la “tónica encarnacionista” impulsada por éste a partir de 1969.

Volviendo al texto del ENEC en cuestión, preocupa que éste, después de citar breves fragmentos de alocuciones de Paulo VI y Juan Pablo II dirigidas a los Obispos,19 afirme, sin que conste ninguna posterior rectificadón, que “la palabra de estos dos Papas no puede menos que alentar la conversión y la encarnación evangelizadora de nuestra Iglesia local (...)”20. Nótese que el término “conversión” aparece en el contexto del documento asociado a una incorporadón al régimen comunista. Es difícil imaginar inversión semántica mayor. Aquello que equivale a una virtual transgresión de la doctrina tradicional de la Iglesia, ¿puede ser llamado “conversión”?

 

Revista comunista constata: Iglesia rabana renueva su forma de ver y vivir

Ante este panorama, no extraña que la periodista Ana María Ruiz, de la revista castrista “Prisma Latinoamericano”,21 afirme con satisfacción que la Iglesia cubana “está inmersa en un proceso de renovación de su estilo de trabajo y su manera de ver y vivir el presente, dirigido a insertarse en la sociedad cubana actual, la única socialista en el hemisferio occidental”.

 

Un ejemplo práctico de “encarnación”: Rector y alumnos de Seminario de La Habana elogian convivencia juvenil comuno-católica

No faltan motivos a la reportera comunista para estar satisfecha. En declaraciones a la agencia castrista Prensa Latina, reproducidas por el diario “La Hora", órgano del Partido Comunista uruguayo,22 el propio Rector del Seminario cubano San Carlos y San Ambrosio, de La Habana, R.P. José Félix Pérez, declaró lisa y llanamente que entre marxistas y cristianos “es posible no sólo la coexistencia pacífica, sino también la colaboración". El cable agrega que el religioso participó durante un mes, junto a seminaristas, en labores agrícolas, “compartiendo el trabajo y la vida” en un campamento “con un grupo de miembros” de la propia Unión de Jóvenes Comunistas. Como se ve, la “tónica encarnacionista” que propugna el Episcopado cubano lleva a formas de colaboración pioneras en América Latina —y plagadas de riesgos para la Fé— con el comunismo .23

Otros profesores del seminario, los sacerdotes Salvador Riverón y Bruno Roccaro —este último con importantes roles en la preparación y ejecución del ENEC24— calificaron las relaciones entre los seminaristas católicos y los militantes comunistas "de muy francas y cordiales”.

El Rector del Seminario recordó que esta "experiencia” comenzó en 1969, por iniciativa de un grupo de seminaristas, que quisieron expresar "con algo concreto y visible, nuestra voluntad de acercamiento a la realidad nacional”.

* * *

El "Documento final” cita en abono de su pregonado estilo de "encarnación” un pasaje de la Epístola de San Pablo a los Filipenses, donde el Apóstol de los Gentiles, al referirse a Nuestro Señor Jesucristo, dice "que no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que, asumiendo nuestra propia naturaleza, se hizo hombre para compartir con el hombre toda su realidad, menos el pecado” (Flp. 2, 6-7). El Padre Pérez —si bien en sus declaraciones no hace mención a dicha frase— al alegrarse de ver a sus seminaristas “compartiendo el trabajo y la vida” con militantes comunistas, da un ejemplo palpable de cómo en el seno de la Iglesia cubana se interpreta con increíble elasticidad lo que sea o no "el pecado” para el católico inmerso en la “realidad” socialista. En efecto, el P. Perez parece presuponer que el marco socio-político cubano esté libre de pecado, cuando la verdad es exactamente lo opuesto: el sistema castrista es intrínsecamente pecaminoso, pues se asienta en una ideología anticristiana, y en la práctica viola todos los Mandamientos de la Ley de Dios.25 

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Algo que hubiéramos ardientemente deseado constatar

Es preciso consignar que a lo largo de todos estos años, diversos Obispos y sacerdotes cubanos han concedido numerosas declaraciones de prensa a publicaciones de países libres, sea desde la propia isla, sea en el exterior —tal como consta en estas páginas— a donde varios de ellos han viajado repetidas veces.

Así, sobre todo en el mundo libre, esos eclesiásticos han tenido la posibilidad de exponer sus puntos de vista respecto de diversos temas, incluyendo el de las relaciones Iglesia-régimen comunista. Causa pesar tener que registrar que —en la medida en que nos consta— dichos eclesiásticos no se hayan valido de ese precioso recurso para neutralizar las ventajas publicitarias que el dictador ha obtenido externa e internamente con su política de "mano extendida”.

Los dividendos del viejo dictador con esa "aproximación” han sido tales, que constituyen en sí una razón de mucho peso, se diría que ineludible, para que los ilustres eclesiásticos concernidos no hubiesen negligenciado una sola ocasión de manera a contrarrestar el "show” de la "política religiosa” castrista.

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Notas:

1) “ENEC”, “Documento final”,     N° 306, p.95.

2) N° 293, p. 91.

3) “ENEC”, “Documento final”,     N°291, p. 90.

4) cfr. Parte I.

5) cfr. Plinio Corrêa de Oliveira, “Acuerdo con los regímenes comunistas: para la Iglesia, ¿esperanza o auto-demolición?”, Capítulo VI.

6) “Fidel y la Religión”, “La visita de los Obispos norteamericanos”, p. 232.

7) “Fidel y la Religión”, “Los cristianos y el Partido Comunista”, p. 221.

8) “Documento final”, N° 292, p. 90.

9) “Cuba Internacional”, N° 200, julio de 1986, p. 37.

10) N° 13, marzo de 1986.

11) “ENEC”, p. 9.

12) “ENEC”, p. 10.

13) Como ya fue mencionado, pocos meses antes de pronunciado el importante discurso episcopal, Fidel Castro había dicho: “En mi opinión, la religión, desde el punto de vista político, por sí misma no es un opio o un remedio milagroso. Puede ser un opio o un maravilloso remedio en la medida en que se utilice o se aplique para defender a los opresores y explotadores, o a los oprimidos y explotados, en dependencia de la forma en que se aborden los problemas políticos, sociales o materiales del ser humano (...)”. (“Fidel y la Religión”, “¿Es la religión el opio del pueblo?”, p. 301). Es decir, la religión dejará de ser “opio” en Cuba, si engendra revolucionarios: los “ciudadanos buenos” y “encarnados” que Monseñor Rodríguez también quiere...

14) “ENEC”, “Documento final", Segunda Parte, “Fundamentos bíblicos, teológicos y magisteriales”, pp. 100-102.

15) “ENEC”, “Documento final”, Cuarta Parte, “Lineamientos fundamentales para una Pastoral de conjunto de nuestra Iglesia”, pp. 214 y 217 respectivamente.

16) N° 333, p. 100.

17) “ENEC”, “Documento final”, N° 339, p. 101.

18) “Fe cristiana y revolución sandinista en Nicaragua”, conferencia “La experiencia de los cristianos en el proceso revolucionario de Cuba”, Instituto Histórico Centroamericano, Managua, 1979, p. 204.

19) N°s. 340 y 341, pp. 101 y 102.

20) N° 342, p. 102.

21) N° 173, enero de 1987.

22) “Sacerdote cubano relata experiencia laboral: marxistas y cristianos”, 2-7-86.

23) En este caso concreto, a pesar de la gravedad de los hechos narrados, no consta que el R.P. Pérez haya sido destituido de su alta función de formador de esos futuros sacerdotes cubanos, tan brutalmente “encarnados” en la realidad marxista cubana. Ni pueden tenerse ilusiones de que el Episcopado lo haya hecho. Hasta el 27 de noviembre de 1987, al menos, permanecía en funciones, según el Informe de la Conferencia Episcopal Cubana, en su LXV Asamblea Plenaria (Ítem 9, p. 3).

24) “ENEC”, pp. 18 y 19.

25) Cabe resaltar que en la misma Epístola a los Filipenses se encuentran, muy cerca, consejos del Apóstol que tanto deberían hacer meditar al Rector y profesores del Seminario San Carlos y San Ambrosio. En efecto, San Pablo los aconseja a luchar “unánimes por la fe del Evangelio”, sin tener “en nada” "miedo de los adversarios”; en relación a los cuales “lo que para ellos es señal de perdición”, es para los cristianos señal “de salvación” (Flp. 1, 27- 28). Y también los llama a ser “irreprensibles y sinceros hijos de Dios” “en medio de una nación depravada y corrupta”, brillando “como astros del mundo, conservando la palabra de vida” (Flp. 2,14-16). Conceptos tan lejos, al parecer, de los afanes “encarnacionistas” a ultranza de los citados sacerdotes.

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