“Santo del Día” – 11 de agosto de 1966 (con adaptación de extractos de conferencia de 12 de agosto de 1970)
A D V E R T E N C I A
El presente texto es una adaptación de la transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a los socios y colaboradores de la TFP, manteniendo, por lo tanto, el estilo verbal, y no ha sido revisado por el autor.
«Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, sin embargo, por lapsus, algo en él no se ajustara a esa enseñanza, desde ya y categóricamente lo rechaza».
Las palabras “Revolución y Contra-Revolución” se emplean aquí en el sentido que les da el profesor Plinio Corrêa de Oliveira en su libro Revolución y Contra-Revolución, cuya primera edición se publicó en el n.º 100 de “Catolicismo”, en abril de 1959.
Mañana, 12 de agosto, nuestro desfile [Marcha en el ‘Viaduto do Chá’ para conmemorar el millón de firmas recogidas contra el divorcio] se llevará a cabo bajo el patrocinio de una gran contemplativa. Y esto es muy bonito: que algo tan activo se realice bajo el signo de una contemplación tan intensa. Mañana es la fiesta de Santa Clara.
«Santa Clara era de familia noble y fundó, junto con San Francisco de Asís, la Orden [femenina de los franciscanos].
«Puso en fuga a los sarracenos que sitiaban su monasterio avanzando hacia ellos con el Santo Ciborio en la mano, siglo XIII».
Estamos en la novena de Nuestra Señora de la Asunción.

Es hermosa esta escena de los sarracenos que avanzaban furiosos y Santa Clara que va hacia ellos con el Santísimo Sacramento. Y ante esta virgen con el Santísimo Sacramento en la mano, todo se detiene y todo retrocede.
[L’Année Liturgique lo narra así: «Cuando los sarracenos sitiaron Asís, quisieron invadir el monasterio: Clara, que estaba enferma, se hizo llevar hasta la entrada, y con ella el vaso en que se guardaba el Santísimo Sacramento. ‘Señor, no entreguéis a las fieras las almas que os alaban; conservad a vuestras siervas, a quienes habéis redimido con vuestra preciosa sangre’. Esta fue su oración, y se oyó una voz que decía: «Te guardaré siempre». Sin embargo, algunos de los sarracenos habían huido; los otros, ya subidos a la muralla, fueron cegados y arrojados al suelo».]
De tal manera es cierto que los medios materiales para derrotar a los enemigos de la Iglesia están a menudo dentro del orden de la Providencia y que hay que buscarlos, que cuando faltan, no debemos pensar que por eso falta la Providencia. Al contrario, Ella se prepara para darnos sus mayores y mejores gracias, para que comprendamos bien cómo los medios [materiales] son secundarios.
[12.08.70] […] Santa Clara, movida por una inspiración del Espíritu Santo, caminó hacia los sarracenos con solo el copón en la mano. Y esta virgen débil e indefensa consiguió con ello ahuyentar a los sarracenos.
El contraste no podría ser más bello, más impresionante. Ellos armados; ella completamente desarmada; ellos incrédulos, ella portando el Sacramento de la Fe; ellos guerreros feroces, ella una virgen, acostumbrada a la vida del claustro.
¿Cuál es el principio que extraemos de ello? Es el principio enseñado por Santa Teresa del Niño Jesús: «Para el amor, nada es imposible». Es decir, para quien ama verdaderamente a Dios, para quien ama la causa católica, absolutamente nada es imposible. Emprendemos las cosas más inverosímiles, esperamos las cosas más improbables, con amor, [y] Nuestra Señora acaba recompensándonos y haciendo que eso se cumpla.
Es decir, en términos un poco diferentes, se produce un milagro. Dios ama a los que aman; y cuando tenemos entusiasmo, cuando sentimos pasión por una causa, eso es amor. Cuando sentimos pasión por una causa, las cosas más imposibles se hacen realidad.
Un alma que realmente realiza un acto de generosidad interior renunciando [al mundo en favor de] su santificación puede, probablemente, hacer mucho más bien a la causa católica que todo el desfile de mañana. Y fíjense que si ese desfile [En el ‘Viaduto do Chá’, para conmemorar el millón de firmas contra el divorcio] sale bien, Nuestra Señora espera un gran provecho. Ahí ven ustedes cuál es el valor de [inaudible] y de la vida interior.
La ficha que tengo aquí, tomada de Dom Guéranger, L’Anne Liturgique, habla de la conversión de Santa Clara.
«Solo habían pasado cuatro años cuando se cumpliría esta profecía del santo».
Era San Francisco de Asís.
«Cuando Francisco predicaba en Asís, en la iglesia de San Jorge, una joven de familia noble había decidido ir con su madre y su hermana a escuchar una de sus instrucciones. Clara escuchó esta palabra llena de amor ardiente, contempló el rostro transfigurado de San Francisco y, desde ese momento, eligió a San Francisco como guía de su alma.
«Confío su propósito a una tía y con ella se dirigió a Santa María de los Ángeles. ¿Quién podría decir lo que pasó por el alma del padre Seráfico en esta primera entrevista con la que debía ser su ayudante en la obra que el Cielo le había confiado?».
De hecho, Santa Clara fue fundadora de la Segunda Orden, como se dice en la biografía, es decir, de la Orden de las Monjas Franciscanas que hoy, gracias a ella, se llaman Clarisas.
«San Francisco reveló a Clara las bellezas del Esposo Celestial, la excelencia de la virginidad. Luego la entretuvo con todo lo que más apreciaba en su corazón: el poder y los encantos de la pobreza y la necesidad de la penitencia. Clara escuchó sorprendida y embelesada. Escuchó y atendió al llamado divino en su corazón.
«En poco tiempo, su decisión estaba tomada: rompería todos los lazos que la unían a la tierra y se consagraría a Dios».
Ahora, después de la conversión viene la consagración
«La noche del Domingo de Ramos del año 1212, abandonó sigilosamente la casa paterna y, en compañía de algunas amigas íntimas, tomó el camino de Santa María de los Ángeles. Francisco y sus hermanos salieron a su encuentro con antorchas en la mano y las introdujeron en el santuario de María.
«Allí, en medio de la noche, tuvo lugar la escena de los desposorios espirituales de Santa Clara. Francisco le preguntó qué quería y ella respondió: «El Dios del Pesebre y del Calvario. No quiero otro tesoro ni otra herencia». Mientras Francisco le cortaba el cabello, ella depositó todo lo que tenía de precioso, sus joyas, sus adornos, y recibió el hábito tosco, la cuerda, un velo grueso y se consagró a Dios para siempre».
* Al comparar la belleza de la conversión y consagración de Santa Clara con la crisis actual de la Iglesia, se ve la magnitud de la caída
Aquí podemos ver la belleza de la escena. En la pequeña ciudad de Asís, un cortejo de jóvenes huye del imperio de las familias que querían evitar estos sacrificios. Camina lentamente por las sinuosas calles de Asís para no llamar la atención de nadie.
Poco después salen de la ciudad y, en el campo, en el espacio que separa la ciudad de Asís del pequeño convento de Santa María de los Ángeles, se encuentran con otra comitiva. Y esta comitiva es aún más celestial que la suya. Era San Francisco de Asís, que era otro Cristo en la Tierra, que incluso tenía un parecido físico con Nuestro Señor Jesucristo y que tenía las llagas de Nuestro Señor Jesucristo en las manos. San Francisco de Asís con algunos de los santos que le ayudaron a fundar la obra franciscana, caminando con antorchas en la mano para recibir a estas vírgenes.

Las dos comitivas se unen y se dirigen juntas a la iglesia de Nuestra Señora. Y allí, en el silencio de la noche, con la iglesia probablemente cerrada, en un pequeño círculo formado probablemente por esas pocas personas, Santa Clara renuncia a todo, San Francisco le corta el cabello y ella da el gran paso definitivo del que nacerá la Orden de las Franciscanas, a la que pertenecerían tantas santas y que dio y sigue dando gloria a Dios de tantas formas y maneras. Esto equivale a un verdadero ACC [N.d.C.: referencia a la sección «Ambientes, Costumbres y Civilizaciones» del entonces periódico «Catolicismo», donde el Prof. Plinio los comentaba, mostrando los aspectos de la Civilización Cristiana en yuxtaposición con la civilización moderna].
Es necesario que sepamos medir la verdadera gloria de las cosas santas y católicas, hasta dónde llega. Y luego sepamos confrontarla con la profunda herida que tenemos ante nosotros, para comprender en qué [situación] nos encontramos.
* Si nos es indiferente el terrible espectáculo de la crisis en la Iglesia, entonces cabe preguntarse dónde ha quedado nuestra fe.
Piensen bien en el esplendor de esta escena e imaginen ahora un Karmann Ghia o cualquier cochecito, con un sacerdote sin sotana que va a dar un paseo con tres o cuatro monjas vestidas de domingo para ir a la playa a bañarse en el mar. Y comprenderán la magnitud de la caída, la magnitud del desastre, la magnitud de la transformación, y comprenderán entonces bien cómo valdría la pena haber nacido solo para este hecho: en esta noche y en este momento, verificar y tomar nota de esta transformación, sentir el alma desgarrada por el dolor a causa de esta transformación, sentir el alma hervir de indignación a causa de esta transformación, y tomar la decisión de consagrar toda su vida a luchar contra esto.
Consagración paralela a la consagración. Santa Clara lo dejó todo para entrar en el convento. Estamos viendo la casa de Dios destrozada. Estamos viendo la dignidad de los ministros del altar arrastrada por el barro y, por encima de eso, estamos viendo caer los velos de las religiosas, estamos viendo derrumbarse el estado religioso, estamos viendo a los «yeyé» profanando nuestras iglesias.
Si este espectáculo nos es indiferente, si después de esto seguimos dando más importancia a la vida cotidiana —es más importante para nosotros tener un automóvil, conseguir ropa, conseguir un empleo, conseguir unos cómodos muelles para la cama, progresar en la profesión respectiva, ser no sé qué— que, a la lucha contra esto, entonces cabe preguntarse dónde ha quedado nuestra fe.
¿En qué creemos? ¿Qué nos tomamos en serio? Solo cuando un católico carece por completo de seriedad es capaz, en una época como esta, de poner las cosas de su vida particular en un plano paralelo, o como paralelo, con respecto a este gran dolor de la Iglesia Católica, a esta gran agonía de la Iglesia Católica, que repite la agonía de Nuestro Señor Jesucristo, que está crucificada y no muere porque no puede morir, porque de lo contrario ya habría muerto.
* «Nunca Nuestra Señora quiso deber tanto a tan pocos, Ella que es la Reina del Cielo y de la Tierra».
Entonces, en este día de Santa Clara, a este desfile de mañana debemos dar este sentido: vamos a desfilar ante la ciudad de São Paulo, vamos a desfilar ante esta ciudad para afirmar nuestra fe en los principios que sostenemos.
Es mucho más que la cuestión del divorcio lo que vamos a simbolizar ante los ojos de San Pablo. Vamos a simbolizar nuestra afirmación de que queremos ser verdaderamente católicos ultramontanos, y el espectáculo que se llevará a cabo mañana es un espectáculo de ultramontanismo.
Y que no sea solo un espectáculo, que sea un propósito ante Dios, ante Nuestra Señora, ante los Ángeles, ante los Santos, ante todos los miembros que estén allí del Movimiento, la afirmación del propósito de vivir fundamentalmente para esto. Para esto y para nada más que esto. Si alguien, después de haber hecho este propósito seriamente, cayera muerto, habría ganado su vida y habría valido la pena haber nacido para esto.
[12.08.70] Es decir, en términos un poco diferentes [del milagro de Santa Clara con los sarracenos], se produce un milagro. Dios ama a los que aman; y cuando uno tiene entusiasmo, tiene pasión por una causa, eso es amor. Cuando uno tiene pasión por una causa, se realizan las cosas más imposibles.
En un punto mucho menor, pero no sin cierta analogía con esto, está nuestra marcha contra el divorcio en 1965. La persona que anotó aquí esta frase no se atrevió a poner lo siguiente: se realizó una gran marcha contra el divorcio. En lugar de grande, prefirió usar la palabra grandiosa. Y creo que la sutileza es muy buena. Porque lo grandioso de esa marcha era que no era grande. Era solo un número muy reducido de socios y militantes de la TFP que decidieron hacer la marcha enfrentándose a la opinión pública de una ciudad que no era divorcista, pero que imaginaba que lo era.
Es decir, una marcha antidivorcista en una ciudad que apenas estaba tomando conciencia, que apenas se estaba dando cuenta de la revelación de que no era divorcista, que no creía del todo en ello. Esa fue la grandeza de esta marcha.
Nos atrevimos, siendo tan pocos, a hacer valer el factor moral. A hacer valer la convicción, la categoría, la fe, y a hacer esta marcha seguros de que nadie se reiría de nuestro pequeño número. Y, de hecho, a nadie se le ocurrió reírse de nuestro pequeño número.
Es como si una multitud hubiera desfilado. En una ciudad como todas las grandes ciudades modernas, idólatras de la masa, del número, de la materia, de las concesiones de la carne, una marcha con poca gente desfila con toda convicción, rodeada de todo respeto. No hay ningún periódico que ridiculice esto. No hay ningún periódico que comente que el número es pequeño.
Solo tenemos, como fondo, la fe y lo que la fe nos había enseñado. Porque era el espíritu de la fe el que nos había enseñado a ver esto: que la ciudad de São Paulo, que todo Brasil, tenía una gran mayoría de antidivorcistas. Esto es grandioso.
Cuanto más, probablemente, teniendo una larga vida por delante para luchar, que, por ser contra el peor enemigo, por ser en la peor de las épocas, con menos gente, es precisamente por eso la mejor y la mayor de las luchas. Porque es por la mejor causa, en las mayores dificultades, en la mayor dificultad para encontrar los medios, etc.
Y por eso, mucho más que los que volaron sobre Londres, Nuestra Señora podrá decir de nosotros en el Juicio Final lo que Churchill dijo de los que volaron sobre Londres: «Nunca tantos debieron tanto a tan pocos». Pero es mucho más que tantos, no es una cuestión de número. Podríamos decir que Nuestra Señora, que es la Reina del Cielo y de la Tierra, nunca quiso deber tanto a tan pocos.
Pidamos, pues, a Nuestra Señora que, con motivo de este desfile, llene nuestras almas de estas resoluciones, de estas consideraciones y de este espíritu. Y que esto sea una ocasión para que renovemos interiormente nuestra consagración a Nuestra Señora con un acto de piedad muy meditado, muy bueno, antes del desfile de mañana o en cualquier momento, yendo a un altar de Nuestra Señora o ante una imagen de Nuestra Señora en las sedes del Grupo, renovando la Consagración para dar todo su sentido al desfile que mañana debemos hacer.
Con estas palabras, vamos a terminar.
* Resumen esquemático de la materia (Generado por IA)
El profesor Plinio Corrêa de Oliveira conecta la figura de Santa Clara con la crisis actual de la Iglesia mediante un contraste entre la santidad, la entrega y el fervor espiritual de Santa Clara y la decadencia moral y espiritual que él percibe en la Iglesia contemporánea. A continuación, se detalla cómo establece esta relación en el texto proporcionado:
- *La santidad de Santa Clara como modelo de fe y consagración*:
Plinio resalta la vida de Santa Clara, particularmente su conversión y consagración, como un ejemplo sublime de amor a Dios y dedicación a la causa católica. Describe la escena de su consagración en 1212, cuando abandona su vida mundana para seguir a Cristo bajo la guía de San Francisco de Asís, renunciando a todo por la pobreza, la virginidad y la penitencia. Este acto de entrega total, junto con el milagro de ahuyentar a los sarracenos con el Santísimo Sacramento, ilustra el poder de la fe y la confianza en la Providencia divina. Para Plinio, Santa Clara representa el ideal de la Civilización Cristiana, donde la vida interior y el sacrificio personal generan frutos espirituales y temporales.
- *Contraste con la crisis actual de la Iglesia*:
Plinio yuxtapone la belleza y el esplendor de la consagración de Santa Clara con lo que él describe como una profunda decadencia en la Iglesia moderna. Utiliza una imagen impactante: un sacerdote sin sotana y monjas vestidas de civil yendo a la playa, lo que simboliza la pérdida de la dignidad clerical y religiosa, así como la profanación de los valores sagrados. Para él, esta “caída” refleja una crisis de fe, donde los valores mundanos (como el confort, el progreso profesional o el hedonismo) han reemplazado el fervor espiritual y la lucha por la santidad. Plinio ve esta transformación como una “agonía” de la Iglesia, comparable a la crucifixión de Cristo, pero subraya que la Iglesia no puede morir debido a su naturaleza divina.
- *Llamado a la acción frente a la crisis*:
Plinio utiliza la figura de Santa Clara para inspirar una respuesta activa a esta crisis. Así como Santa Clara enfrentó a los sarracenos con el Santísimo Sacramento, los católicos deben combatir la decadencia actual con una fe ardiente y una dedicación total a la causa católica. Él relaciona esta lucha con la marcha contra el divorcio en São Paulo (1965), que, aunque pequeña en número, tuvo un impacto significativo por su convicción moral. Plinio enfatiza que, para quienes aman a Dios y a la Iglesia, “nada es imposible”, y los anima a renovar su consagración a Nuestra Señora y a luchar contra la secularización y la pérdida de valores católicos.
- *Importancia de la vida interior*:
Plinio destaca que la vida interior, como la de Santa Clara, es clave para superar la crisis. Sugiere que un acto de generosidad espiritual, como el de Santa Clara al renunciar al mundo, puede tener un impacto mayor que cualquier acción externa. Esto refuerza su mensaje de que la renovación de la Iglesia comienza con la santificación personal y el compromiso con los principios católicos ultramontanos.
En resumen, Plinio une a Santa Clara con la crisis actual de la Iglesia al presentarla como un faro de fe, sacrificio y victoria espiritual, en contraste con la degradación que observa en la Iglesia moderna. Su vida inspira a los católicos a responder a la crisis con una fe inquebrantable, una vida interior profunda y una lucha activa por restaurar los valores de la Civilización Cristiana.