Plinio Corrêa de Oliveira

 

EL MECANICISMO REVOLUCIONARIO

Y EL CULTO AL NÚMERO

 

"Catolicismo" Nº 9, Septiembre de 1951

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A D V E R T E N C I A

Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.


En el último número de "CATOLICISMO" (Agosto de 1951 - Nº 8), analizamos el discurso de Pío XII a los dirigentes del “Movimiento Universal por una Confederación Mundial”, que contiene importantes lecciones sobre la estructura del Estado y de la sociedad internacional en nuestros días.

Mostramos en este comentario que la Iglesia -según las enseñanzas de León XIII- no es incompatible con ninguna de las formas de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la democracia. Sin embargo, el concepto de democracia, nacido de la Revolución Francesa, y fundado en los cuatro grandes dogmas de la soberanía popular, de la infalibilidad popular, de la fidelidad absoluta al sufragio universal como expresión de la voluntad popular, y de la organización de la república democrática representativa universal, es incompatible con el pensamiento de la Iglesia.

Un gran equívoco

Cuando los demócratas a la manera de 1789 y los católicos hablan de “gobierno del pueblo”, normalmente hay dos conceptos erróneos graves entre ellos, uno sobre la palabra “gobierno” y el otro sobre la palabra “pueblo”. Es debido a estos equívocos que la colaboración entre ellos tiene apariencias de posibilidad. En cuanto a la palabra “gobierno”: para los católicos, todo el poder viene de Dios, se cierne sobre los súbditos y consiste en dirigir al pueblo; por el contrario, para los hombres de 1789 el poder viene del pueblo, los súbditos dictan su voluntad a los gobernantes, y gobernar no es dirigir la nación sino hacer la voluntad de las masas.

En cuanto a la palabra “pueblo”, para la Iglesia es la sociedad humana en la que cada hombre está dotado de convicciones y principios personales estables y lógicos, capaces de determinar de manera duradera todo un estilo de vida y de acción; una sociedad en la que los grupos sociales, definidos y constituidos, son ricos en vida: una sociedad en la que se admiten, reconocen y jerarquizan las clases sociales; una sociedad en la que hay élites de herencia, cultura, capacidad, amadas, admiradas, reconocidas y clases populares viviendo en la modesta pero profunda dignidad de su condición la vida laboriosa, tranquila y abundante, que cabe a los hijos de Dios. Por el contrario, para los hombres de 1789, el pueblo no es más que la “masa”, es decir, una multitud inorgánica de personas todas iguales, todas anónimas, todas estandarizadas, que viven de un pensamiento que no es individual sino colectivo, que no procede de las profundidades de la mente de cada uno, sino de los caprichos y pasiones de la demagogia. Para los hombres de 1789, “el gobierno del pueblo” es el gobierno de las masas. Para los católicos, es la participación, en los asuntos públicos, de una sociedad orientada por las élites.

Establecidas estas nociones generales, queremos subrayar la corrección de las observaciones del Santo Padre Pío XII sobre el sufragio universal, un mero recuento numérico de los votos, en el que las opiniones de los electores se toman en consideración sólo según su número, y que, por lo tanto, es mucho más apropiado para expresar la opinión de la masa, que el pensamiento del verdadero pueblo.

El problema en este punto es el siguiente: si, según la doctrina católica, el “gobierno del pueblo” no es en absoluto lo que entienden los hombres de 1789 (“entienden”, decimos, y no “entendían”, pues hoy en día hay más hombres de 1789 que en pleno terror, ya que el número de revolucionarios no ha hecho más que aumentar continuamente), ¿cómo existiría en el orden concreto de los acontecimientos lo que la Iglesia entiende por el legítimo “gobierno del pueblo”?

Vida orgánica y unitarismo mecánico

Volvamos al texto del discurso pontificio. Leyéndolo con atención, veremos que Pío XII establece una serie de antítesis:

a — el mundo debe “liberarse del engranaje de un unitarismo mecánico”, para llegar a una organización que “se armonice con todas las relaciones naturales, con el orden normal y orgánico que rige las relaciones particulares de los hombres y de los diferentes pueblos”;

b — este “unitarismo mecánico” existe actualmente “en el ámbito nacional y constitucional” en forma de un “culto ciego del valor numérico”. En otros términos, “el ciudadano es elector. Pero, como tal, es en realidad sólo una de las unidades cuyo total constituye una mayoría o una minoría que el simple desplazamiento de algunas voces, si no de una, es suficiente para revertir. Desde el punto de vista de los partidos políticos, el votante cuenta sólo por su poder electoral, por el concurso que su voto da”. Por el contrario, “su situación, su papel en la familia y en su profesión” también debería tenerse en cuenta, lo que los actuales sistemas de votación “no consideran” en absoluto;

c — Este “unitarismo mecánico” se manifiesta “en el campo económico y social” en el sentido de que “no existe una unidad orgánica natural entre los productores” y, por el contrario, “el utilitarismo cuantitativo, la mera consideración de la ganancia es la única norma que determina los lugares de producción y la distribución del trabajo, ya que es la clase que distribuye artificialmente a los hombres en la sociedad y ya no la cooperación en la comunidad profesional”;

d — “en el campo cultural y moral”, en lugar de reinar los “valores objetivos y sociales”, “la libertad individual, liberada de todas las ataduras, de todas las reglas, de todos los valores objetivos y sociales, no es en realidad más que una anarquía mortal, especialmente en la educación de la juventud”;

e — en el ámbito internacional, es necesario evitar que “los gérmenes mortales del unitarismo mecánico” penetren en la futura organización del mundo y, por el contrario, es necesario que esta organización “favorezca por todas partes la vida propia de una comunidad humana sana, una sociedad cuyos miembros contribuyan todos juntos por el bien de toda la humanidad”.

La libertad cristiana y el mecanicismo revolucionario

En estos contrastes, dos caminos están claramente delineados, uno a seguir y otro a evitar. Precisemos, por confrontación, ambas líneas, situando el pensamiento pontificio en el marco general de la doctrina tradicional.

— I —

Doctrina católica: Los hombres son naturalmente desiguales por su valor intelectual y moral, por su capacidad artística, por su constitución física, por las tradiciones de que viven, por la educación que han recibido, por todas las pequeñas particularidades individuales, del alma y del cuerpo, que resultan de lo que un ser tiene de más profundo y peculiar, y que caracterizan su personalidad. De este hecho natural proviene la estructura jerárquica de la sociedad.

Pensamiento Revolucionario: Niega la estructura jerárquica de la sociedad y, en consecuencia, no tiene en cuenta las desigualdades del alma y del cuerpo de los hombres, así como sus características individuales. El Estado no conoce hombres concretos, como lo son en la vida y en la realidad, sino hombres en tesis, hombres en lo abstracto, hombres apersonales y anónimos.

— II —

Doctrina católica: Según la lógica de los hechos, el orden natural de las cosas, expresado a través de las mil y mil desigualdades legítimas existentes entre los hombres, da lugar naturalmente a toda una serie de relaciones entre las personas, las familias, los grupos sociales, los grupos económicos o profesionales, las clases, que son producidas por la realidad misma y constituyen el juego fecundo de las fuerzas vivas de la sociedad.

Pensamiento Revolucionario: Todo esto no es conocido por el Estado, y es un asunto del mero campo de la actividad privada. La vida del Estado ignora todos estos hechos y no los tiene en cuenta.

— III —

Doctrina católica: La razón de ser del Estado consiste en mantener esta vida en consonancia con el Decálogo y el bien común; en favorecerla en todas sus formas; y, por lo tanto, en modelarse según lo necesario para que esta vida siga su curso, cada vez más rica en savia de la realidad natural. Prosperan así libremente las familias, los grupos sociales, las clases sociales, las organizaciones que promueven la vida cultural, la caridad, etc. No hay una ley estatal uniforme para todos. Cada cual se estructura según la costumbre, las necesidades diarias, las circunstancias históricas, etc. Estos organismos, que son casi infinitamente diversos entre sí en naciones muy vastas y pobladas, deben tener la oportunidad de intervenir en la vida pública, cada uno en la medida de su naturaleza, de su papel histórico, de la situación que ocupa en el conjunto de los demás organismos.

Pensamiento Revolucionario: El Estado no tiene en cuenta toda esta esfera de actividad, porque corre el riesgo de desnaturalizarlas al dejarse impregnar por ella. Este riesgo se hace más acuciante si se forman familias numerosas, instituciones grandes, clases sociales grandes que influyan en el Estado. Por lo tanto, el Estado, que en principio no debería saber de tales asuntos, interviene en ellos para reducir a su control las fuerzas sociales. Es el punto de transición del liberalismo al socialismo.

— IV —

Doctrina católica: El Estado no puede elegir arbitrariamente su forma de gobierno. Será monárquico, aristocrático o democrático en la medida en que el orden natural de las cosas se produzca por una lenta y gradual evolución histórica de cualquiera de estas formas.

Pensamiento Revolucionario: El Estado debe ser siempre democrático, y dirigir la vida social de tal manera que la constitución de las aristocracias sea imposible.

— V —

Una sociedad inorgánica se parecería a una máquina: todas sus partes serían movidas por la voluntad de un único agente externo y centralizado, por el movimiento que les llega del Estado, de la misma manera que arranca una máquina.

Doctrina Católica: La forma en que las familias, y otros grupos sociales intermedios, intervienen en la vida política se constituye poco a poco por la vida misma de los grupos y de la sociedad, más que por planes meramente teóricos y preestablecidos.

Pensamiento Revolucionario: La forma del Estado es el mecanismo elegido teóricamente por los pensadores de 1789. No es el resultado de la vida sino de un plan de gabinete. Todo este plan debe ser implementado por las distintas unidades sociales, ya que las piezas de un mecanismo desempeñan el papel preordenado de quienes las ordenaron. Se mueven, no por la vida que llevan dentro, sino por el movimiento que les llega del Estado.

*   *   *

Por ahí se entiende lo que el Sumo Pontífice llama “mecánico” y lo que él llama “vivo”. Queda por ver cuál es la relación entre estos conceptos y el culto al número, del que nos habla en su discurso.

El culto al número y el mecanicismo revolucionario

Número es una palabra que supone la noción de cantidad. Muy diferente de esto es la noción de calidad. El culto al número es el establecimiento de un orden de cosas en el que la cantidad es el criterio supremo. Por supuesto, ese orden de cosas es profundamente diferente de otro en el que se hace hincapié en el factor “calidad”. En la concepción revolucionaria, esencialmente igualitaria, el factor calidad está necesariamente perjudicado en favor de la cantidad. Porque si todos son iguales, deben tener la misma cultura, la misma educación, el mismo nivel de vida, la misma influencia, el mismo prestigio. Y esto lleva inevitablemente a la idea de dar más valor a la alfabetización que a la formación de élites; de hacer más abundante la producción en lugar de hacerla también mejor; de estandarizar y normalizar todo, según las conveniencias del tipo abstracto de hombre, a las que todos deben nivelarse, no permitiéndose quedar por debajo o más allá del modelo oficial.

Para un Estado mecánico, en el que toda la actividad se realiza exclusivamente bajo el impulso de leyes, ordenanzas, circulares ministeriales y reglamentos, para una sociedad compuesta por hombres anónimos e iguales perdidos en la masa, ¿qué es cada hombre sino un número? Y para cada unidad humana, ¿qué se necesita sino las unidades de cultura, alimentación y alojamiento necesarias para que prolonguen su existencia y multipliquen su descendencia?

Para un Estado mecánico, en el que toda la actividad se realiza exclusivamente bajo el impulso de leyes, ordenanzas, circulares ministeriales y reglamentos, para una sociedad compuesta por hombres anónimos e iguales perdidos en la masa, ¿qué es cada hombre sino un número? - [Planta textil en Moscú, 1954]

La cantidad es el ideal natural, el único objetivo alcanzable para el estado mecánico. El problema visto desde el punto de vista de la calidad es muy diverso, pues sólo puede nacer de la formación de las élites de la cuna y de la cultura, del perfeccionamiento de las potencialidades del alma que existen en tan desigual medida entre los hombres, y de la libre proyección de estas desigualdades en todo el cuerpo social, bien entendido en los límites en que lo permiten la justicia y la caridad enseñadas por la propia doctrina de la Iglesia.

Dejando las “rutas trilladas” ...

¿Cómo se constituiría el Estado, en las condiciones actuales de la sociedad, según los principios que se acaban de enunciar aquí? En otras palabras, si la humanidad contemporánea se liberara del chaleco de hierro de las leyes, ordenanzas, decretos y regulaciones de naturaleza socialista que de alguna manera obstaculizan su desarrollo natural, ¿hacia dónde nos dirigiríamos?

Esto equivale a preguntar qué trayectoria tomaría un pájaro en el aire si se liberara de la jaula. Es impredecible. Se podría decir simplemente que volaría. Pero nadie podría preestablecer punto por punto que movimientos haría, que cursos tomaría, en la libre expansión de su naturaleza viviente.

Consideremos una sociedad auténtica y profundamente católica, firmemente dispuesta a desarrollar su actividad con la más estricta observancia de los principios del Decálogo, y un Poder Público que considera su misión superior castigar el mal y estimular el bien —tomando las palabras “mal” y “bien” precisamente en el sentido en que la Iglesia las entiende— y preguntémonos cómo se estructuraría si se liberara del culto a los números, de la tiranía de los órganos mecánicos que distorsionan su marcha como lo harían los aparatos ortopédicos a los hombres con pies sanos. ¿Qué formas de gobierno, qué formas de organización social, cultural y económica asumirían esas sociedades?

Dice Pío XII en su discurso que “es efectivamente imposible resolver el problema de la organización política mundial sin consentir en apartarse a veces de las rutas trilladas, sin apelar a la experiencia de la Historia, a una sana filosofía social, e incluso a una cierta adivinación de la imaginación creadora”. Con el concurso de todos estos elementos, Historia, sana filosofía, adivinación de la imaginación creativa, el coraje decidido de abandonar las rutas trilladas del mecanicismo numérico de 1789, ¿es posible hacer suposiciones para el futuro? No hasta cierto punto; porque, como hemos dicho sobre el pájaro que se libera de la jaula, hay mucho imprevisible en el funcionamiento de los seres vivos. Pero, por otra parte, como la naturaleza humana y la Ley de Dios no cambian, ya que en el pasado tuvimos sociedades constituidas por el libre desarrollo de energías naturales legítimas, es posible prever algunas líneas generales para el futuro. Lo veremos en el próximo artículo.

 

Traducción realizada con la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator