Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Demagogia y distinción en

la vida política del Occidente

 

"Catolicismo" Nº 50 - Febrero de 1955

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El Senado romano marcó tan profundamente la imaginación de todos los pueblos que, hasta hoy, cuando se quiere dar a una asamblea un título que transmita su gravedad, su alta sabiduría, su fuerza, su nobleza, se la llama Senado. Los Papas dan a veces al Sacro Colegio el nombre de Senado de la Iglesia. En muchos países, la Cámara Alta se llama Senado. Y los constituyentes americanos, para mostrar en qué nivel esperaban situar a la más ilustre de las dos Casas del Congreso, le dieron el nombre de Senado.

¿Qué dirían George Washington y sus contemporáneos si vieran a este senador, su compatriota, colocado en un lugar destacado en una reunión de su partido, para llamar la atención? ¿Verían en él la realización de la gravedad y la nobleza de costumbres de la antigua Roma?

¿Es ésta la actitud que corresponde a la elevación de un cargo público que confiere una alta participación en el poder civil, que como sabemos es de origen divino?

Pero, se dirá, Estados Unidos es un país nuevo, y allí las cosas no pueden ser de otra manera.

Mero engaño. Antes de todo, porque este mal tiene una raíz universal, y no sólo americana. Es la vulgarización de los hombres, de las ideas, de las cosas, por la acción del sufragio universal. Obligado a cortejar a las masas para dirigirlas, el político se ve tentado a convertirse en su esclavo. De ahí que se vulgarice para complacerlas. En nuestro país, en la Capital Bandeirante (N.R.: São Paulo), durante una campaña electoral, un candidato a diputado hizo desfilar por los barrios populares un camello con carteles con su nombre: es el proceso de publicidad de los circos y los payasos. Pero si se trata de ganar llamando la atención de las masas a toda costa, ¿no son estos los procesos más directos?

Es cierto que el pueblo estadounidense es joven, y el nuestro también. Pero este no es el problema. Los hombres públicos que teníamos cuando éramos más nuevos no eran así.

Y todavía tenemos figuras públicas que no son así. Tomemos un ejemplo entre los norteamericanos. Es el Sr. Dean Acheson, Secretario de Estado en el gobierno del Sr. Truman. No pretendemos aquí analizar su acción política. Considerémosle sólo como un caballero. Qué contraste dignificante con ese pobre senador.

Lo tenemos aquí en cuatro actitudes diferentes: pensativo, analizando un problema — riendo, en un momento de relajación — escuchando atentamente un discurso — estructurando algún plan de acción. A no considerar sino el caballero, qué inteligencia, qué fuerza, qué calma, qué distinción. Es un hombre de salón del que un americano de élite puede tener orgullo.

Pero puestos los dos hombres —el senador y el Sr. Acheson— ante el público de una convención política, en Estados Unidos como en cualquier otro país, ¿quién es más probable que adquiera la popularidad demagógica y vulgar que hoy parece el mejor medio de conducir a la victoria?

Insistimos: La causa de esta vulgarización de tantos ambientes, de tantas costumbres, y poco a poco de la civilización misma, está en buena parte en el culto al número, expresado en el sufragio universal meramente cuantitativo contra el que tan bien hablaba el Santo Padre Pío XII [1].


 NOTAS

[1] El Prof. Plinio se refiere a la alocución del Santo Padre Pío XII a los líderes del “Movimiento Universal por una Confederación Mundial” de 6 de abril de 1951. Esta alocución fue comentada por el Prof. Plinio en dos artículos del periódico "Catolicismo", donde profundizó la cuestión a que se refiere aquí, o sea, el factor numérico sobreponiéndose al cualitativo en la sociedad. Pueden ser leídos en los enlaces abajo trascritos:

"Catolicismo" Nº 8, Agosto de 1951 - EL CULTO CIEGO DEL NÚMERO EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA

"Catolicismo" Nº 9, Septiembre de 1951 - EL MECANICISMO REVOLUCIONARIO Y EL CULTO AL NÚMERO