Refutación de la TFP

a una

Embestida Frustrada

 

Tres Cartas

 

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Esclarecimiento inicial

La presente obra, compuesta de dos volúmenes, fué redactada por una comisión de socios de la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Família y Propriedad - TFP, y editada en Junio de 1984, como refutación a tres cartas, profundamente calumniosas, del Sr. Orlando Fedeli en las que consumaba su ruptura con la Sociedad.

Este trabajo, de circulación inicialmente restrita por tratarse de asunto interno de la Sociedad, fué dado a público cuando las calúmnias del Sr. O.F. obtuvieron eco en la gran prensa, mayormente la de izquierdas, que movió contra la Sociedad un verdadero estruendo publicitário (detalles pueden ser vistos aquí, en portugués).

La presente traducción al español solo compreende la primer parte del Volúmen I, "Tres Cartas", en la que se analisa y refuta lo principal de las calumnias del Sr. OF. Esta refutación fué analisada y aprovada por el célebre Pe. Victorino Rodriguez, O.P.

Las demás partes aún no se han traducido, pero pueden ser leídas, en portugués, aquí.

 


Refutación de la TFP a una Embestida Frustrada

Volumen I

Tres Cartas

Refutación por

Átila Sinke Guiramães

Parecer del

Rvdo. P. Victorino Rodríguez, O.P.

Profesor de Teología y Prior del Convento de Santo Domingo el Real (Madrid)

 

Índice

 

Parecer del Rvdo. P. Victorino Rodríguez, O.P.

Preámbulo

Consideraciones preliminares

1. Si hay libertad de ánimo en las acusaciones del Sr. F.

A. Si el estado temperamental del Sr. F. le permitió libertad de ánimo

B. Si hubo ausencia de amor propio

C. Si el ansia de honores se manifestó dentro de los justos límites

D. Si hay exención de presunción

E. Primera conclusión

2. Si hay idoneidad intelectual en las acusaciones del Sr. F.

A. Fundamento de las acusaciones.

B. De la coherencia de los razonamientos

Antecedentes

Consecuente

Análisis del razonamiento

C. Segunda conclusión

3. Si hay coherencia en la posición católica del Sr. F.

A. Del respeto debido a los grandes varones católicos

B. Del respeto al nombre de Dios

C. Tercera conclusión

 

Capítulo I El asunto Ana Catalina Emmerick dentro del contexto de la TFP

1. Un tema colateral y pasajero comparado al amplio y delimitado campo de acción de la TFP

2. Entera conformidad de lo ocurrido en la TFP con las costumbres generalizadas en los medios católicos de Brasil

3. Inocuidad de los errores de Ana Catalina Emmerick en un ambiente penetrado de fidelidad al magisterio inmutable de la Iglesia

4. Los estudios del Sr. F. — Postura de la Santa Sede a respecto de los escritos en cuestión — Declaración del Dr. Plinio

5. Tema obsoleto transformado en instrumento de ataque

 

Capítulo II Inerrancia e infalibilidad: un juego de palabras en la catilinaria del Sr. F.

1. El concepto de inerrancia, en la visión deformada del Sr. F.

2. El ansia del Sr. F. por condenar a Ana Catalina Emmerick

3. El problema interior del Sr. F. a propósito de Ana Catalina Emmerick y de la noción de inerrancia

4. Inerrancia y profetismo, a propósito de Ana Catalina Emmerick

5. Una perorata fatua y completamente destituida de fundamento

 

Capítulo III Rica diversificación en el uso de la palabra infalibilidad –– Los varios conceptos de inerrancia

1. Uso corriente del vocablo “infalibilidad”

2. El concepto de “infalibilidad” en el lenguaje científico, filosófico y teológico

1ª aplicación: La infalibilidad de la conciencia intelectiva humana

2ª aplicación: La infalibilidad de los sentidos humanos

3ª aplicación: Infalibilidad del hombre acerca de los primeros principios

4ª aplicación: La infalibilidad proveniente del recto uso de las facultades naturales

5ª aplicación: La infalibilidad de las leyes científicas y humanas

6ª aplicación: La infalibilidad de la oración

7ª aplicación: La infalibilidad de la virtud de la obediencia

8ª aplicación: La infalibilidad del hombre sabio

9ª aplicación: Infalibilidad del carisma de la Sabiduría y del discernimiento de los espíritus. Sabiduría y prudencia

— Santo Tomás: “La prudencia es la sabiduría en el hombre”

10ª aplicación: Inerrancia o infalibilidad de la Sagrada Escritura

11ª aplicación: Infalibilidad del Papa y de la Iglesia

12ª aplicación: La infalibilidad divina

3. Infalibilidad absoluta, relativa y participada

 

Capítulo IV Contornos auténticos de la noción de inerrancia vigente en la TFP

1. Como nació en la TFP la noción de inerrancia

2. Por qué la noción de inerrancia no fue abordada directamente en la respuesta al “Rapport” francés

3. Conformidad de la noción de inerrancia con la Doctrina Católica

4. La doctrina de la inerrancia en la práctica de la TFP

5. El clima de confianza y respeto que cerca la doctrina de la inerrancia, en la práctica de la TFP

6. Conformidad de esa confianza filial con las enseñanzas de la Iglesia

7. Conclusión de este Capítulo

 

Capítulo V Pretendido “destronamiento” de Nuestra Señora en la TFP

1. En qué sentidos se podría tomar la palabra “destronamiento” de Nuestra Señora

2. Devociones personales de los socios y cooperadores de la TFP a Nuestra Señora

3. Devociones de la TFP, en cuanto entidad, a Nuestra Señora

4. Otras devociones a Nuestra Señora en la TFP

5. Si hubo destronamiento “físico” de Nuestra Señora en la TFP

6. Otra pretendida manifestación de “destronamiento”, ¡agravada por el pecado de simulación!

7. Conclusión de este Capitulo

 

Capítulo VI La doctrina de la Iglesia sobre el culto en general y culto de dulía en particular

1. Noción, especies y formas de culto

A. Noción de culto

B. Culto civil y culto religioso

C. Culto religioso natural y culto sobrenatural

D. Culto supremo y culto subordinado. Latría y dulía

E. Culto absoluto y culto relativo

F. Culto interno y culto externo

G. Culto público y culto privado

2. La doctrina de Santo Tomás sobre el culto de dulía

A. De la Justicia, y de las virtudes a ella anexas: la religión, la piedad y el respeto (observancia)

B. Del respeto (observancia), de la honra y del culto

C. De la dulía: honra, loor y gloria

D. Culto, devoción y religión

3. El lenguaje teológico hodierno relativo al culto de dulía

4. Aplicación de esta doctrina para el caso tratado

5. Actos exteriores de culto de dulía prestado a personas vivas

 

Capítulo VII De cual es el culto privativo de los Santos y Beatos, y de cual el permitido a los muertos no canonizados ni beatificados

1. Culto público y culto privado, en el Derecho Canónico

2. Especificaciones del culto privado

3. Culto público a los Santos y Beatos

4. Culto privado a los Siervos de Dios no canonizados ni beatificados

A. Licitud de este culto

B. Necesidad de ese culto

C. Procedimientos usuales para la beatificación

D. Actos de culto privado

E. Prácticas corrientes para honrar a los Siervos de Dios no canonizados ni beatificados

5. Algunos ejemplos concretos de culto a Siervos de Dios fallecidos en olor de santidad

 

Capítulo VIII De la perfecta legitimidad de la devoción a Dª Lucilia tal como se practica en la TFP

1. La absurda “Ave Lucilia”

2. La letanía a Dª Lucilia

3. “Memorare” a Dª Lucilia

4. Otras invocaciones a Dª Lucilia

5. La incensación de un cuadro de Dª Lucilia

6. Culto a Dª Lucilia: ¿prueba de heterodoxia?

7. Conclusión de este Capitulo

8. Un complemento necesario: no es impropio de un hijo alabar a sus padres

 

Capítulo IX De las pretendidas manifestaciones de culto ilícito al Dr. Plinio

1. El inexistente “altar-oratorio” de Jasna Gora

2. Oratorio en San Bento

3. Las canciones del Eremo de San Bento

4. La “letanía del Profeta” y la petición de intercesión a personas vivas

5. “Más de doscientos casos de culto”

 

Capítulo X De los múltiples y merecidos títulos del Dr. Plinio para la veneración y el respeto que le son tributados en la TFP

1. Del respeto debido a los superiores

2. Fundador, y Presidente del Consejo Nacional, de la TFP brasileña.

3. Líder católico

4. Guía espiritual

5. Maestro

6. Analista político

7. Escritor y periodista consagrado

8. Hombre de acción

9. Otros aspectos aquí omitidos por brevedad

10. A guisa de conclusión

 

Capítulo XI De las acusaciones sueltas

1. El peligro de la “sombra”

2. En la TFP se consideraría superflua y perjudicial la lectura de los periódicos

3. En la TFP sería necesario y suficiente apenas estudiar la vida y los ejemplos del Dr. Plinio

4. En la TFP se colocan “cosas por encima del Credo y del Evangelio”

5. “La gnóstica Montaña de los Profetas”

6. “Conclusiones descabelladas” a respecto del Doctor Plinio

7. “La judaica silla de Elías”

8. Las restricciones mentales

9. La práctica del “subrayado”

10. La finalidad “externa” de la TFP: combatir el comunismo

11. “Culto orquestado”

12. Conclusión de la Sección III

13. Conclusión final

 

Palabras finales

 



Parecer

 

He revisado atentamente la obra a la que se refiere el Acta Notarial número mil cuatrocientos tres de la Notaría de D. Guillermo Barquín Seguín, de esta capital, levantada el día veintidós de mayo del presente año y titulada “Embestida frustrada contra la TFP”, de la que es autora una Comisión de Estudios de la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP) – compuesta por los Sres. Antonio Augusto Borelli Machado, Atila Sinke Guimarães, Gustavo Antonio Solimeo y João Clá – en respuesta a tres cartas de D. Orlando Fedeli a D. Plinio Corrêa de Oliveira en las que pretendía inculpar a la referida Asociación de ciertas desviaciones de orden religioso. La obra está dividida en dos partes (I y II), la primera parte (I) contiene 288 páginas y la segunda (II), 547. Todas las páginas de la primera parte (I) están firmadas por mí y por el Sr. João S. C. Dias, representante de la TFP brasileña. De la segunda parte (II) solo han sido firmadas las dos primeras páginas, pues, las demás, son citas de libros ya publicados.

Respecto de esa obra dejo consignada la siguiente opinión:

La respuesta cumple, a mi parecer, plenamente su cometido: responde adecuadamente a las presuntas inculpaciones, con razonamiento transparente y eficaz, a base de unos presupuestos teológico-canónicos bien asumidos y de la reconstrucción de circunstancias subjetivas y objetivas que sirvieron de pretexto a las denuncias.

No he encontrado error teológico, moral o canónico, o desde cualquier otro punto de vista concerniente a las enseñanzas y a las prácticas de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Solamente he notado erratas de trascripción, alguna incorrección de vocabulario español o de redacción. Únicamente he sugerido dos o tres leves precisiones para mejorar ciertas frases que, además, se han tenido en cuenta en las copias definitivas que he firmado.

 

                                                                                            Madrid, 23 de mayo de 1984        

(f) Fr. Victorino Rodríguez Rodríguez, O.P.

                                                                                                     Profesor de Teología              

 



Tres Cartas

Preámbulo

 

São Paulo, 13 de mayo de 1984

Muy estimado señor doctor Plinio:

¡Salve Maria!

 

Tengo en manos las tres cartas (del 31 de mayo de 1983, de marzo de 1982 y del 14 de septiembre de 1981) del profesor don Orlando Fedeli a Vd., y una cuarta (también del 31 de mayo de 1983) por él escrita a D. Antonio Dumas, que constituyen los documentos de su ruptura con la TFP.

Quiera recibir mi desagravio por todo lo que ahí está dicho contra la verdad y contra su honorabilidad, bien como lo gravemente irrespetuoso a Dª Lucilia, por cuanto injustamente puestos en causa los homenajes que merecidamente le prestamos a ella.

Creo, doctor Plinio, que el conjunto del material no merece ser respondido por Vd., pues a ciertos ultrajes, provenientes de ciertas personas, no se responde.

Pensé que la manifestación que más podría satisfacerle sería un análisis sereno de las acusaciones contenidas en ese material, para mostrar cómo entonces la verdad sale cristalina, en medio de tanta detracción.

Acepte, pues, el análisis que sigue como una manifestación de desagravio a Vd., a la memoria de Dª Lucilia y a la verdad.

*   *   *

Como las tres cartas del Sr. O.F. le fueron entregadas juntas por don Valter de Oliveira, el 6 de junio p.p., y Vd. no las conocía antes, tienen el valor de una única toma de posición. Además, todas están actualizadas con un post-scriptum, cuya fecha coincide con la de la carta de ruptura (31 de mayo p.p.). Por ello tomaré todas las cartas como constituyendo un único todo, y así haré el análisis. Sin embargo, para efectos de referencia, las designaré abreviadamente según el año en que fueron escritas: Carta 81, Carta 82 y Carta 83, es decir, respectivamente las cartas del 14 de septiembre de 1981, marzo de 1982 y 31 de mayo de 1983.

Analizaré si existe libertad de ánimo en la formulación de las acusaciones; si hay idoneidad intelectual en la argumentación; si hay coherencia en la posición católica del acusador; y, por fin, entraré en el cerne de la cuestión, es decir, si hay verdad en las acusaciones. Entre éstas voy a separar tres grandes conjuntos que constituyen el núcleo central de la embestida que él le hace, y, por fin, analizaré algunas acusaciones sueltas.

Consideradas así esas varias partes de mi análisis, creo que las conclusiones podrán ser sacadas con honradez y justicia, como la Moral de la Santa Iglesia nos manda, y Vd. me enseñó.

*   *   *

Consideraciones preliminares

 

1. Si hay libertad de ánimo en las acusaciones del Sr. F.

 La libertad de ánimo de una persona, al abordar determinado asunto, se manifiesta en el control de su estado temperamental, en la ausencia de amor propio, en la ausencia de reivindicaciones personales fuera de propósito, bien como en la despretensión y humildad.

A. Si el estado temperamental del Sr. F. le permitió libertad de ánimo

Es de sentido común elemental que cualquier testigo, o cualquier acusador debe dominar adecuadamente su estado temperamental cuando depone o cuando acusa. Si tal no hiciere, la verdad objetiva fácilmente podrá ser turbada por el influjo de las pasiones, en la descripción y evaluación de los datos que deben contribuir para la formación del juicio.

 

a) Analizadas en su conjunto, las cartas del Sr. F. revelan, ya a primera vista, que quien las escribió se dejó llevar gradualmente por un creciente influjo de su estado temperamental. Por ejemplo:

- “Hace 15 días que me debato en una crisis inmensa” (Carta 81, p. 1);

- “Cuando supe eso me sentí al borde de la locura” (id., p. 4 — subrayado mío);

- “Pasé por gran perturbación” (id., p. 12);

- “Pasé noches sin dormir” (id., p. 13);

- “Me puse a estudiar los libros de Ana Catalina Emmerick y los descubrimientos y confirmaciones se sucedían a borbotones en cada página, asombrosamente” (id., p. 16 — subrayados míos);

- “Aquellos que blasonaban de tener el monopolio del buen espíritu... engulleron Ana Catalina Emmerick con todos sus horrores, con todas sus blasfemias. (...) Engulleron incluso el igualitarismo socialista de Ana Catalina Emmerick, hermano gemelo del preconizado por Mons. Casaldáliga” (id., p. 19).

 

b) Analizada en particular la última carta, del 31 de mayo de 1983, se nota que el texto pasa de la turbulencia temperamental a la petulancia y la insolencia. Por ejemplo:

 - “¿Cómo nos mandó Vd. ese documento vacío? ¿Cómo nos lo mandó Vd. sin una línea de explicación? ¿Por qué no nos llamó por teléfono para disculparse por su equívoco? ¿Cómo nos mandó Vd. ese cheque sin fondos doctrinal?” (p. 16 — subrayado mío).

- “Vd. defendió una tesis errónea, por medio de un sofisma, basándose en un documento vacío” (p. 16).

- “¿Pero en esto consiste el abrir las puertas sinceramente? ¿Es ésta nuestra famosa política de la verdad? ¿Así es como mostramos de par en par lo que pensamos?” (p. 19).

- “¿Y qué prueba mayor del obscurecimiento del oro, que tener que argumentar con el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira para demostrarle que es un error sustituir Nuestra Señora por cualquier santo que sea? (p. 26).

- “No venga a decirse que nosotros apostatamos o que somos traidores. No toleraremos esa postrera calumnia” (p. 26).

*   *   *

No es difícil, para quien lee las cartas, o simplemente estos ejemplos, llegar a la conclusión de que quien escribe en nada contuvo su estado temperamental, y, cediendo a la pasión, tuvo la vista turbada, lo que le impidió argumentar clara y lógicamente.

B. Si hubo ausencia de amor propio

Es comprensible, e incluso correcto, que un acusador haga todo lo posible para demostrar su acusación. Sin embargo, referencias a la situación personal, a los padecimientos propios, a las injusticias de que el acusador juzga ser objeto, tan insistentes como las que aparecen en las cartas del Sr. F., indican una sensibilidad hiperdolida, que de hecho puede afectar a la libertad de ánimo.

Cito algunos trechos en los que, mezclados con acusaciones gravísimas, se manifiestan los intereses arriba citados:

 

- “Permítame... tocar... en un punto delicado que me preocupa: ¿cómo será interpretado por los miembros del Grupo [1] mi ataque a los libros de Ana Catalina Emmerick? Me temo que muy mal” (Carta 82, p. 4).

- “Mis estudios no sólo parecían inútiles, sino incluso perjudiciales, pues era cada vez más incomprendido. Y mi aislamiento crecía, muy contra mi voluntad” (id., p. 17).

- “Se susurraba —como todavía se susurra— que no tengo y que no transmito su espíritu” (id., p. 18).

- “Sin embargo, parece que Nuestra Señora quiso mostrar algo que debe sorprender bastante a esos enjolras [2], y que, probablemente, va a desagradarles” (id., p. 19).

- “Aquél que es tenido como no teniendo su espíritu, fue quien tuvo sentido católico, vigilancia, lógica y coherencia para descubrir y denunciar la herejía camuflada en las páginas de Ana Catalina Emmerick” (id., p. 19).

- “Y fue tal el prejuicio contra mi persona, tanto se apegaron a la defensa de Ana Catalina Emmerick, que pasaron a hacer resistencia y a difundir mentiras sobre el informe que yo estaba elaborando” (id., p. 20).

- “Existe contra mí dentro del grupo (una campaña) que impide que se me dé la posición a que tengo derecho y que me es negada desde hace veinte años” (id., p. 24 — subrayado mío).

*   *   *

Se ve por esos ejemplos que su autor, al escribir, no fue insensible a los latigazos de su amor propio herido.

C. Si el ansia de honores se manifestó dentro de los justos límites

Escribe el Sr. F.:

- “En una de las últimas conversaciones él (Dr. Plinio Vidigal Xavier da Silveira) me preguntó que es lo que yo quería, al fin y al cabo, que el Grupo hiciese.

“Pensé en repetir el grito de Jarnac: Rendez-moi mon honneur. Mi honra de católico. Mi honra de miembro del Grupo. Mi honra de Profesor (subrayado del original) ante mis propios alumnos. Mi honra de ser su hijo, su discípulo” (Carta 82, p. 24).

Sin entrar en el cerne de su ansia de honra, de suyo legítima en cualquier hombre mas cuán sujeta a deformaciones a la vista de la flaqueza humana, analizo un hecho característico en que tal ansia se manifiesta. Es respecto a la reclamación que hace el Sr. F. en lo referente al título de profesor.

Para bien entender la reclamación, conviene presentar aquí una explicación sobre la situación a que se refiere.

El Sr. F. es profesor de enseñanza media, y tuvo por alumnos a un cierto número de actuales socios y cooperadores de la TFP. Fue mérito suyo el haberlos traído a la asociación. Durante algún tiempo, llevados por la admiración que le tenían, sus antiguos alumnos le llamaban simplemente “profesor”, sin añadir el nombre: “profesor Orlando” o “profesor Fedeli”. Con esto manifestaban que le consideraban, entre todos los profesores que habían tenido, el profesor por antonomasia. Era un pequeño homenaje que le prestaban, consignado en el lenguaje de todos los días.

En el año 1964 se produjo un distanciarse entre el Sr. F. y la casi totalidad de sus antiguos alumnos, ocasionado por desacuerdos que no es el caso de referir aquí. Esto llevó a sus antiguos alumnos a no tratarlo como “profesor”, sino como “profesor Fedeli”. Nunca jamás le fue negado el título de “profesor”. Únicamente dejaban ver, por esa pequeña mudanza en la designación, que ya no lo consideraban su maestro por antonomasia.

Esta modificación tenía, por cierto, su lugar en función de otra situación concreta: designar a alguien como profesor por antonomasia en un grupo en el que había también otros profesores, conllevaba cierta confusión que la convivencia cotidiana hacía desaconsejable.

Dentro de las costumbres brasileñas, muy poco atentas a esas fórmulas de cortesía y preeminencia, tal modificación era absolutamente irrelevante. Durante todos estos años, el Sr. F. no dejó de reclamar, a veces con acidez, siempre que algún ex-alumno —¡e incluso algunos que nunca lo fueron!— se dirigía a él llamándole “profesor Fedeli”. Así reivindicaba una condición de maestro —y no de simple profesor— que sus antiguos alumnos ya no le reconocían. Lo que hacía la convivencia bastante molesta.

Todo esto, en relación a lo cual el Sr. F. debería haberse mostrado superior, indica bien hasta qué punto es vivaz su deseo de honores y se deja fácilmente alcanzar por bagatelas.

¿Cómo no temer que esto haya afectado su estado de espíritu al apreciar y juzgar lo que sucede en la TFP, que en nada satisfacía esa ansía de honores?

D. Si hay exención de presunción

También la presunción, hija del amor propio, puede perturbar — y en el caso concreto perturbó — la clara exposición de las pruebas y de los argumentos, perjudicando así, gravemente, una de las cualidades esenciales de todo acusador.

 

a) Dice el autor de las cartas en marzo de 1982, en la p. 19, refiriéndose a sí mismo: “Aquél que pasó cerca de veinte años en un yermo de hielo e incluso... de calumnia, leyendo, estudiando, anotando, fue a él a quien Nuestra Señora permitió descubrir lo que hace ciento cincuenta años se ocultaba y que D. Guéranger y Mons. Delassus elogiaron” (subrayado mío).

El autor de las cartas se presume, por lo tanto, “descubridor” de los errores que constan en los escritos que llevan el nombre de Ana Catalina Emmerick.

Sin embargo, ya en 1901, el P. Georg Schober, consultor de la Sagrada Congregación de Ritos, emitió, por petición de esa Congregación, un juicio sobre los escritos, en el que se pronunció severamente contra los errores existentes en ellos. Y, a partir de entonces, los varios peritos consultados por la referida Congregación han señalado errores en las obras atribuidas a Ana Catalina Emmerick.

¿Cómo puede alguien pretender descubrir lo que hace 81 años está consignado en los archivos oficiales de la Santa Sede?

 

b) La presunción que proviene de la ignorancia revela, además del vicio de orgullo, la superficialidad de espíritu. Cuando alguien conoce lo infundado de su presunción le falta la buena fe.

En la carta de ruptura (31 de mayo de 1983), el Sr. F. declara, refiriéndose a los documentos de la Santa Sede concernientes a Ana Catalina Emmerick, de los cuales había oído decir que yo los poseía:

“Fuimos a Roma, con gran sacrificio, y trajimos de allí y de Dülmen documentos que decidían la cuestión definitivamente” (p. 8). Parece, por lo tanto, que el autor de la carta tuvo acceso al dossier del Postulador de la Orden Agustina, y al archivo de la Sagrada Congregación de Ritos. En este caso, ¿por qué omite en su carta, obviamente destinada a una eventual publicidad, que varios pareceres de consultores y relatores de la Sagrada Congregación de Ritos (actual Sagrada Congregación para las Causas de los Santos), mencionaron los errores que él pretende haber descubierto? Si esos errores ya estaban descubiertos hacía tantos años, en documentos que él conocía, ¿en qué consistió su descubrimiento?

Cabe preguntar por qué el Sr. F. se atribuye de modo tan ambiguo el vistoso calificativo de descubridor ¿Fue el primer ente humano que discernió los errores de Ana Catalina Emmerick? ¿O se presume “descubridor” en algún sentido que no explica? ¿Y por qué no explica, dejando cernirse en el aire la impresión de que es un “Colón” de esa inmensidad de errores?

 Me abstengo de responder a la pregunta, notando, sin embargo, que del papel de “Colón” se apropia de modo indebido. Y caso no haya sido esa su intención, la confusión en que deja sólo puede lisonjearle la vanidad.

 

c) A lo largo de las cartas, hay varios trechos en los que su autor, alegando estudios muy serios, se presenta implícitamente como árbitro de la ortodoxia. Y en consecuencia, se figura ser, de un modo tragicómico, como un gallo que hace levantar la verdad entre las tinieblas, como el sol en la madrugada.

“Je ne fais pas: ¡Cocorico! pour que l'écho

répète un peu moins fort au loin: ¡Cocorico!...

“Je pense à la lumière et non pas à la gloire...

et je chante clair a fin quil fasse clair” (Carta 82, p. 8).

d) El autor de las cartas presume, también, de estar dotado de cualidades certeras de teólogo, filósofo e historiador cuando enuncia su intención de demandar posteriormente un alineamiento de toda la TFP a sus convicciones personales sobre una serie de temas heterogéneos enunciados con una amplitud y vaguedad desconcertantes: “Permítame, sin embargo, añadir... que todavía otros puntos, juzgo yo, necesitan ser revistos, entre los que enumero nuestra posición ante Joseph de Maistre, Donoso Cortés, Rohrbacher, María de Ágreda, los Románticos alemanes y los ultramontanos del siglo pasado” (Carta 82, p. 11).

¿Qué ocurrió en la TFP sobre esos asuntos?

Los libros de esos autores — con excepción de los románticos alemanes, mucho menos conocidos fuera de su patria — circulaban ampliamente, hasta el momento de la crisis conciliar, en numerosos sectores católicos. Y no sólo entre la masa de los fieles, sino entre fieles de señalada piedad e incluso entre teólogos de valor, que les manifestaron no sólo su aprobación sino incluso su entusiasmo.

Dada la confianza reinante en la Iglesia, en el período pre-conciliar, con relación a los libros bien vistos en medios católicos calificados, éstos solían figurar en librerías católicas, así como en bibliotecas católicas de las mejores, sin ninguna censura conocida de autoridad eclesiástica alguna. Y así muchos de ellos fueron leídos también en la TFP, no sólo con ausencia de prejuicios, sino también con confianza.

Además, esos libros tenían esta característica que presentaban páginas excelentes, observaciones de hechos históricos verdaderas que otros autores, contrarios a la causa católica, no divulgaban o pasaban en silencio. Esto explica el verdadero entusiasmo que tales obras — muchas de las cuales, por cierto, de punta a punta irreprensibles — despertaban en lectores muy ortodoxos. Tal circunstancia creaba entre los fieles un presupuesto muy favorable a esos autores.

Sin embargo, nunca se entendió entre nosotros que tal presupuesto favorable resistiría a pruebas en sentido contrario. Y que, por tanto, una objeción fundada en razones adecuadas no tendría oportunidad ni vez para ser oída. Por el contrario, desde que estuviese bien fundada, que no trajese un resabio de crítica revolucionaria, sino tuviese la nota de una crítica contra-revolucionaria bien ilustrada, bien esclarecida, tendría inmediato derecho de ciudadanía.

Por lo tanto, si un estudio más cuidadoso revelaba la presencia de errores por parte de esos autores, era muy importante declararlos, porque, protegidos por el entusiasmo y por la confianza general, esos errores podían penetrar sin ser percibidos en los mejores ambientes. Pero de ahí a deducir que esa confianza y ese entusiasmo también existían con los errores, eso ya no es verdad. El error entraba de contrabando e inadvertido. Entrando podía crear raíces (no necesariamente). De todas formas, sería un absurdo pretender que la generalidad de las personas fueron infectadas por esos errores, y que el entusiasmo hacia las partes buenas es una prueba de adhesión a las partes malas.

El Sr. F. estaría, pues, en el caso de pedir que el producto de sus estudios fuese llevado al conocimiento de las personas leídas y cultas dentro de la TFP, con el tiempo y sosiego para que estudiasen y formulasen una opinión personal. Entrando su estudio en la discusión de las personas en condiciones de formar un juicio al respecto, podría llegarse a un consenso que llevase a la TFP a tomar una posición en relación con el tema, como concretamente sucedió en relación con las obras de Ana Catalina Emmerick, a cuyo respecto hablaré más abajo (cf. Sección II, Cap. I). Por lo tanto, no una actitud precipitada e inmediata — como manifiestamente quería el Sr. F. — sino una actitud ponderada, calma, con la complejidad que el asunto pide, con la tranquilidad suficiente para que se pronunciasen todos los que quisiesen.

Pidiendo con insistencia alborotada una “revisión” de “nuestra posición” en relación a esos varios temas, el Sr. F. pasa por encima de todas las conveniencias de la buena convivencia intelectual, y va enseguida dando por sentado que sus convicciones personales en esa materia se imponen de tal manera que deben ser acatadas sin demora. En lo que, una vez más, hay manifestación de presunción de su parte.

Por lo tanto, sin negar los errores que existan en algunos de los autores en cuestión, la notoria propensión del Sr. F. para ampliar y sobrecargar la nota más o menos indefinidamente en esas materias, le llevó a Vd., Dr. Plinio, y a todos los que con él trataban, a una actitud de circunspección y de cautela con relación a lo que él decía. Esa cautela, por cierto, no excluía una cierta receptividad notándose la procedencia de ciertos hechos que él alegaba.

Por otro lado, aunque el Sr. F. se presentase muy persuadido de su tesis sobre esa serie de temas, siempre se entendió que su estudio estaba in fieri, que la demostración estaba por ser acabada, y que habría tiempo para analizarla debidamente. La insistencia con que anunciaba esa persuasión íntima nos causaba, a todos, no un cerrarse absoluto — que nunca hubo — sino una cierta aprensión y reserva cuanto a los excesos que pudiese él introducir en su crítica a esos autores.

Esa reserva evidentemente era notada por el Sr. F., y mortificaba su amor propio. Pero ¿qué hacer? — De hecho, por nuestra parte había el temor de que él tratase del asunto sin las reglas de prudencia que un católico debe utilizar, específicamente en materias de esa naturaleza.

*   *   *

El análisis de las cartas, o incluso simplemente de los ejemplos citados, deja patente que, en la exposición de motivos, su autor cedió al vicio de la presunción, perjudicando así que la objetividad de la verdad apareciese ante sus ojos y, como consecuencia, en los documentos que escribió.

E. Primera conclusión

El Sr. F. al escribir sus cartas no tuvo libertad de ánimo, lo que vicia a sus acusaciones.

A pesar de esta conclusión, para bien de la verdad y del buen nombre suyo, Dr. Plinio, continuaré mi análisis.

2. Si hay idoneidad intelectual en las acusaciones del Sr. F.

La idoneidad intelectual de una acusación se basa en el valor de las pruebas y en la coherencia de los razonamientos. Analizaré uno y otro punto, respecto de las tres cartas del Sr. F.

A. Fundamento de las acusaciones

a) Conviene señalar que el autor de las cartas, en sus acusaciones, con mucha frecuencia se exime de alegar pruebas. Por ejemplo:

 - “No puedo admitir ciertas afirmaciones que me parecen ... irreconciliables con la doctrina católica y están siendo afirmadas y practicadas por un buen número de personas en el Grupo, hace ya algún tiempo, y que, poco a poco, fueron filtrando” (Carta 81, p. 2). No se da ninguna prueba.

- “Sabía de otros casos semejantes aquí en S. Paulo” (id., p. 3). No se dan pruebas.

- “En los años siguientes, por todas partes se multiplicaban las marcas de que las devociones extravagantes y absurdas continuaban haciendo cada vez más sombra a la verdadera devoción a Nuestra Señora” (Carta 83, p. 5). No se dan pruebas.

- “Bastante más de 200 casos formarían un dossier voluminoso y terrible... Más de doscientos hechos es mucho, Dr. Plinio. Aunque para la mitad de ellos se encuentren disculpas o explicaciones” (id., p. 24). Esa amenaza aérea también cae al vacío, por ausencia de pruebas.

 Los “200 casos” o “200 hechos” que alega, los alega con despreocupación e incluso con atrevimiento. Pero, en realidad, no indica de qué, esos “casos” o “hechos”, constituirían prueba.

Una acusación, para ser probada, es necesario que se fundamente en la ilegalidad del acto imputado a alguien. Pero, en segundo lugar, es preciso probar que ese acto imputado de hecho sucedió.

Los “200 casos” o “hechos” serían actos de culto a Dª Lucilia y a Vd., Dr. Plinio. El Sr. F. tiene una noción tan primaria de lo que es culto y, por otra parte, la juzga tan evidente, que en ningún momento se da el trabajo de analizar el concepto de culto y de demostrar, con base en el Derecho Canónico, que ese culto es ilícito. Vuela rápidamente sobre la realidad del hecho, exponiéndose al riesgo, en el que se precipita, de alegar como imputables acciones que no son ilegales. A la par que, a veces, alega acciones que efectivamente ni siquiera ocurrieron, como mostraré a lo largo de este estudio.

Tal sistema de “fundamentar” las acusaciones revela absoluta falta de idoneidad intelectual.

 b) Cuando cita testigos, el autor de las cartas frecuentemente sólo refiere quien dijo, y no quien oyó. Así, por ejemplo:

- “Cuando Vd. hablaba en el auditorio S. Miguel, en presencia del Padre Tam, ... que el fin de la TFP era buscar la glorificación de Nuestra Señora y de Nuestro Señor Jesucristo, un eremita [3] tiró de la capa a un cooperador y susurró: subraye eso. Subraye, es decir, interprete fielmente... se nos dirá que el tal eremita (Sr. Saad) es un enjolras” (Carta 83, p. 22-23). Sin entrar ahora en la exégesis de la expresión “subraye eso” (cf. Sección III, 9), hago notar que es mencionada la persona que habría dicho, pero no la que habría oído.

- “Pero no fue un enjolras quien dijo que el combate al comunismo es la razón de ser externa de la TFP. Quien dijo esa enormidad no fue un enjolras. Fue el Sr. D. Paulo Corrêa de Brito Filho, miembro del Consejo Nacional y encargado del Servicio de Prensa de la TFP” (Carta 83, p. 23). No es mencionado el testigo que la oyó (cf. Sección III, 10).

Por las mismas razones arriba citadas, hay inconsistencia intelectual en esos casos.

 c) Cuando el autor de las cartas revela los dos testigos, el que dijo y el que oyó, escamotea los documentos. Es expresivo el siguiente ejemplo, referido en dos cartas:

- “En estas dos últimas semanas, nuevas acusaciones llegaron a mi conocimiento: la del Sr. Ferrand de Almeida y la del Sr. D. Eliseu” (Carta 81, p. 1) [4].

- “En septiembre de 1981, el eremita camaldulense [5] Sr. D. Eliseu Garcia abrió el juego con el Sr. D. Aramis Fazzioli, y le enseñó una nueva sala en el sótano de Jasna Gora. (Carta 83, p. 5).

- “Le envío sólo la fotocopia de los informes que recibí” (Carta 81, p. 4). Ver el trecho siguiente.

- “Las fotocopias a que el texto alude son el informe de D. Aramis sobre el caso Eliseu y la carta de D. Wagner Zucchi sobre el caso Ferrand de Almeida. No los envío ahora. Los reservo” (id., p. 8, post-scriptum fechado el 31.5.83 — subrayados míos).

Es por lo menos extraordinario encontrar alguien que pretende probar algo mediante documentos, y ¡posterga arbitrariamente la presentación de los documentos! La pregunta, si hay idoneidad en tal caso, despierta la risa...

*   *   *

En lo tocante a la fundamentación de las acusaciones, las cartas del Sr. F. padecen, en su conjunto, de falta de idoneidad intelectual, es decir, el autor de las cartas no tiene seriedad, las acusaciones no están acompañadas de pruebas, y los hechos aludidos no tienen valor probatorio como exige el Derecho.

Mostraré, al tratar del cerne de la cuestión, que tampoco tienen fundamento real.

*   *   *

A lo aquí dicho sobre la carencia de pruebas se podría objetar que, tratándose de una carta de ruptura, el Sr. F. no estaba obligado a presentar pruebas. Le bastaba indicar las razones que le llevaban a la ruptura.

En realidad, por el lenguaje, por el tono literario de su carta, se ve claramente que estaba destinada a la publicación. Una persona que rompe con otra no toma las actitudes teatrales que abundan en esa carta. No era por lo tanto, una simple carta de ruptura. Si hasta el momento no la ha publicado en los periódicos, sin embargo la ha dado a conocer ampliamente a muchas personas como siendo una pieza que demostraría que él tiene razón.

En ese documento, que él ha utilizado como poseyendo un valor demostrativo, no presentó pruebas. Y así se presta a las censuras aquí hechas cuanto a la ausencia de pruebas.

B. De la coherencia de los razonamientos

Otro factor indispensable para que sea válida una acusación es que se base en un juego de razonamientos coherentes, que obedezcan a las reglas de la lógica. Y esas reglas, hijas del sentido común, mandan, cuando se aplica el método deductivo, que haya una premisa mayor — la regla general; una premisa menor — el caso particular; y la conclusión.

Cuando el método aplicado es el inductivo se va del hecho al principio. Es necesario, entonces, que haya adecuación entre los antecedentes — los datos de la cuestión — y el consecuente — la conclusión. Solamente razonamientos así proceden lógica e idóneamente.

Las tres grandes líneas del libelo acusatorio del Sr. F. están, esencialmente concebidas así: 

1ª) El Dr. Plinio leyó, y le gustaron, los libros de Ana Catalina Emmerick; ahora bien, esos libros son heréticos y gnósticos. Como el Dr. Plinio no percibió esos errores reveló una falta de acuidad para detectar la herejía que es decepcionante en una persona a la que se atribuye una inerrancia profética. Pues de una persona que tenga el carisma profético se espera que presente una doctrina límpida y demuestre una percepción aguda de dónde está la herejía. Luego, el Dr. Plinio no es inerrante, ni es “profeta”.

2ª) En la TFP se practica un culto a Dª Lucília que, en sí mismo, es ilegal, por no estar canonizada y ni siquiera beatificada. Además, ese culto se hipertrofió de tal manera que empujó a un lado la devoción a Nuestra Señora. Así, Nuestra Señora es, en la TFP, una Reina destronada. Todavía peor: se usa la devoción a Nuestra Señora como un biombo para encubrir la devoción a Dª Lucília. Ahora bien, colocar así a alguien, aunque fuese una persona canonizada (cuanto más no siéndolo...) por encima de Nuestra Señora, es ir contra la Fe, que coloca a la Madre de Dios en el ápice de todas las meras criaturas.

3ª) Inculcándose falsamente como “profeta”, el Dr. Plinio promovió un culto de dulía a sí mismo, el cual, a su vez, es ilícito e inadmisible, por estar él todavía vivo.

 En la punta de esas acusaciones se cierne una acusación mayor, que el Sr. F. no juzgó conveniente consignar en sus cartas, de que la TFP dejó de ser católica y se transformó en una secta.

El primer punto y el tercero, los analizaré cuando trate del cerne del asunto, pues el fallo del aserto está en el fundamento real de las premisas, y no en la coherencia del razonamiento, como es principalmente el caso del segundo punto. Por eso analizaré ahora éste.

Como el método aplicado es el inductivo, es decir, el autor de las cartas va de los hechos a los principios, se pregunta cuáles serían, en el razonamiento, los antecedentes y el consecuente que probarían el destronamiento de Nuestra Señora en la TFP.

Antecedentes:

1) -  El autor de las cartas supo de una alegada Ave María, adaptada a Dª Lucilia, en 1979 (Carta 83, p. 2-3);

2) -  algunos rezaron una letanía a Dª Lucilia (Carta 83, p. 3 a 5);

3) -  el autor de las cartas supo de un Memorare, adaptado a Dª Lucilia (Carta 83, p. 2);

4) -  en cierta sede de la TFP se rezó el Magníficat a Dª Lucilia, y no a Nuestra Señora (Carta 83, p. 21);

5) -  hubo una ceremonia en la que una fotografía de Dª Lucilia substituyó a una imagen de Nuestra Señora, y después regresó a su lugar inicial; en esa ceremonia se incensó la fotografía de Dª Lucilia (Carta 83, p. 19);

6) -  en otra ocasión, con aprobación del Dr. Plinio, un cuadro de Nuestra Señora substituyó un cuadro de Dª Lucilia, y después regresó a su lugar inicial (Carta 83, p. 18);

7) -  algunos socios o cooperadores de la TFP hablan de devoción a “Nuestra Señora de la Consolación”, refiriéndose a Dª Lucilia (Carta 83, p. 23);

8) -  se le da a Dª Lucilia, en la TFP, el título de “Madre y Señora nuestra”, por indicación del mismo Dr. Plinio, título que debería ser exclusivo de la Santísima Virgen (Carta 83, p. 27).

Consecuente:

Luego en la TFP se presta un culto ilícito de dulía a Dª Lucília, que se hipertrofió hasta el punto de destronar a Nuestra Señora.

Análisis del razonamiento:

Analizando, en el razonamiento del autor de las cartas (datum non concessum), el nexo entre los antecedentes y el consecuente, se ve que: 

1) -  los datos no son pruebas, sino meros y vagos indicios;

2) -  los datos tomados como antecedentes son poco numerosos para probar algo tan grave como la consecuencia que de ellos se saca;

3) -  no consta en los datos la extensión real del fenómeno alegado;

4) -  los datos no son adecuados, pues no prueban “destronamiento”;

5) -  las personas citadas por el acusador no son suficientemente representativas de la TFP;

6) -  a no ser para el 6º y 8º antecedente, el autor de las cartas no indica la aprobación de la Presidencia de la TFP a tales actitudes;

7) -  por fin, la objetividad de la narración y de la interpretación de los hechos es discutible, como más adelante se probará.

 Luego, no hay nexo lógico suficiente entre los datos que el autor de las cartas alega (los antecedentes) y la conclusión (el consecuente). Así, la conclusión es más extensa de lo que permiten los datos del problema, lo que es inconcebible. Es decir, el razonamiento es insuficiente; y, por lo tanto no tiene consecuencia.

Como se ve por este ejemplo, que abarca uno de los puntos más importantes, y dialécticamente uno de los puntos-clave de su acusación, el razonamiento del autor de las cartas no presenta consistencia interna, lo que revela falta de idoneidad intelectual.

C. Segunda conclusión

El Sr. F. no fue idóneo en la fundamentación de las acusaciones y no fue consistente en su exposición intelectual. Cualquiera de las dos características descalifica la deposición de un testigo, el trabajo de un acusador o de un juez.

No obstante esta conclusión, Dr. Plinio, para la exposición plena de la verdad y defensa de su buen nombre, continúo el análisis.

3. Si hay coherencia en la posición católica del Sr. F.

Como fue mostrado más arriba (cf. 1, D), y como está en todos los documentos que el Sr. F. le envió, él se arroga el papel de juez, en nombre del sentir católico y de los principios católicos, que él pretende poseer. Véase la coherencia de esa posición.

A. Del respeto debido a los grandes varones católicos

a) Es extraño el hecho de que el autor de las cartas se lance contra esa entidad genérica: “los Ultramontanos del siglo pasado”, que insinúa serían gnósticos (Carta 82, p. 11). Los “ultramontanos del siglo pasado”, ¿quiénes son? Hay católicos de todos los países que pueden ser comprendidos en esa designación. Sobre el movimiento católico ultramontano en el siglo XIX, escribió durante años en la revista de cultura “Catolicismo“, nuestro querido y añorado Prof. Fernando Furquím de Almeida. En sus escritos podemos leer sobre católicos franceses, italianos, ingleses, alemanes, españoles, irlandeses, etc., todos del siglo XIX y todos ultramontanos. Entonces, ¿son todos gnósticos?

Según lo que está insinuado en la carta, sí. ¿Entonces serían gnósticos el Cardenal Manning, uno de los protagonistas del Concilio Vaticano I, el Cardenal Wiseman, restaurador de la Jerarquía católica en Inglaterra, el P. Faber — traductor y comentador del Tratado de la Verdadera Devoción — todos participantes del movimiento ultramontano inglés del siglo XIX? ¿Sería gnóstico O’Connel, que tanto se destacó en defensa de los derechos de los católicos irlandeses? ¿Sería gnóstico el Cardenal Pie, líder del ultramontanismo en Francia, consultado por Pío IX para la elaboración del Syllabus y que desempeñó papel tan relevante en el Concilio Vaticano I? ¿Sería gnóstico Louis Veuillot, apoyado siempre por Pío IX (cf. Catolicismo”, n. 54) y que también contribuyó a la elaboración del Syllabus (cf. Catolicismo”, n. 52)? ¿Qué figura más expresiva de los ultramontanos del siglo XIX que Veuillot? ¿En ese caso, sería también gnóstico Pio IX, que tanto y tanto apoyó tal movimiento?

Pregunto, ¿dónde está el sentido común? ¿Cómo envolver así, en una afirmación global grandes nombres católicos e incluso Pío IX, bajo una insinuación y una acusación gravísimas? ¿Dónde está el espíritu católico del autor de las cartas? ¿Dónde el debido respeto por la reputación de la Iglesia?

b) D. Guéranger (1805-1875) y Mons. Henri Delassus (1836-1921) tampoco escapan de la misma sospecha de ser gnósticos (Carta 82, pp. 15 y 19 respectivamente). El primero, un grandísimo religioso, monje de San Benito, fundador de la famosa Abadía de Solesmes, que durante tanto tiempo trajo para los católicos los acordes sacros del canto gregoriano y la disciplina litúrgica, autor de la obra celebérrima: L'année liturgique; el segundo, un gran apologista, que defendió la Iglesia, con brillo y penetración, contra los ataques internos y externos, y cuyas principales obras son La Conjuration antichrétienne y L’Americanisme. Ambos han sido elogiados por críticos católicos de primera importancia, y, por lo tanto, tampoco pueden ser dados como suficientemente juzgados por una simple apreciación hecha a la carrera por el Sr. F. Lo que es una manifestación más de cómo quema las etapas e intenta imponer una opinión sin atender debidamente a la complejidad de todos esos problemas.

En el breve Dolendum profecto de 12 de marzo de 1870, Pío IX elogia a D. Guéranger por su defensa de la infalibilidad pontificia en el ensayo Défense de l'Église romaine contre les accusations du P. Graty (Paris, 1870).

Cuando el Cardenal Pitra, uno de los primeros discípulos de D. Guéranger, y que entonces era Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana, comunicó personalmente a Pío IX el fallecimiento del Abad de Solesmes, el Papa se conmovió profundamente y dijo que él había perdido un amigo dedicado, y la Iglesia un gran servidor (declaración del Cardenal Pitra — apud Dom Fernand Cabrol, Histoire du cardinal Pitra, Victor Retaux et Fils, Paris, 1893, p. 290).

Poco después de la muerte de D. Guéranger, Pío IX envió a todo el orbe católico el breve Ecclesiasticis viris de 29 de marzo de 1875, en donde afirma que el Abad de Solesmes “había empleado todos los años de su larga vida en defender valerosamente, con publicaciones de gran mérito, la doctrina de la Iglesia Católica y las prerrogativas del Romano Pontífice”.

Cuanto a Mons. Henri Delassus, en carta de 23 de octubre de 1910, el Cardenal Merry del Val comunica al autor de La conjuration antichrétienne las felicitaciones efusivas y los estímulos de San Pío X por ese “hermoso trabajo”, “obra importante y sugestiva”.

*   *   *

Es difícil evitar la conclusión, con base en lo indicado en las cartas, de que el Sr. F. no profesa el respeto que se debe a los grandes nombres católicos.

B. Del respeto al nombre de Dios

El autor de las cartas, en varias ocasiones, manifiesta apasionadamente las exigencias provenientes de sus convicciones personales:

 - “No me parece ... que sea dispensable una condenación solemne de Ana Catalina Emmerick por parte del Grupo” (Carta 82, p. 22).

- “Es necesario hacer esa revisión ... “ (ib.).

- “Es necesario hacer eso para el bien del Grupo, para la victoria de la CR [6], para el triunfo y gloria de la Fe Católica” (ib.).

- “No es comprensible que sólo algunos quieran eso” (ib.).

- “Es necesario que todo el Grupo tenga ese mismo deseo ardiente de que sea hecho un auto de fe de una obra herética” (ib.).

- “Es necesario que todos execremos las herejías de Ana Catalina Emmerick del fondo del corazón, sin lo cual no hay nada hecho” (id., p. 23).

- “¿Estaré equivocado en ese deseo? No creo. ¿Estaré queriendo imponer mi voluntad? ... condenar la herejía siempre fue una virtud de su alma” (ib.)

 El autor de las cartas, sin embargo, se siente en la necesidad de ser imparcial. E imbuido de esa necesidad exclama, teatralmente arrebatado: “¿Qué quiero yo que se haga? ... Quiero que se haga la voluntad de Dios. Fiat voluntas Dei” (Carta 82, p. 24-25). Y añade: “Y la voluntad de Dios, para mí, se expresa por lo que Vd. decida” (id., p. 25). Pero Vd. sólo puede decidir en el sentido de lo que él piensa y quiere, como quedó probado por los hechos que siguieron, pues Vd. no condenó las Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick en el momento preciso y en la forma precisa que él quería, y él vio en esto un motivo para romper con Vd. Del gesto teatral del autor de las cartas sobre la voluntad de Dios resulta, pues, que, para él, ésta sólo es expresada por su propio pensamiento, una vez que sólo acepta que Vd. le dé la razón.

A no ser que el Sr. F. imagine así un nexo especial entre la voluntad de Dios y la voluntad de él, sólo se comprende que invoque en este arrobo la voluntad de Dios como pretexto. Para no decir que es para hacer su voluntad, él se reporta a Dios.

A admitir esa hipótesis — más severa — sería el caso de preguntar: ¿al hacer tal afirmación, él toma a Dios realmente en serio? ¿Toma en serio el 2º Mandamiento?

C. Tercera conclusión

Todo cuanto aquí está señalado vicia gravemente el testimonio, la acusación y el juicio del Sr. F.

No obstante esta conclusión, para bien de la verdad y de su buen nombre, Dr. Plinio, continuaré mi análisis, entrando en el cerne de las acusaciones. Primero haré el estudio del núcleo central de las acusaciones y después de las acusaciones sueltas.

 

Capítulo I 

El asunto Ana Catalina Emmerick dentro del contexto de la TFP

 

Las Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick [7] circularon libremente en los ambientes de la TFP. Más aún, algunos trechos leídos por Vd. en las Visiones le sirvieron como tema para conferencias laudatorias; y sirvieron también para exposiciones mucho más numerosas y, exaltadamente elogiosas, del Sr. F. Puede preguntarse cómo se ha verificado esto en una asociación presidida y constituida por católicos practicantes, que ostentan con ufanía su militancia en las huestes de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. ¿No podría verse en ello, infundadamente, una contradicción entre la conducta de la entidad y la Doctrina Católica, sobre cuyas enseñanzas la TFP asegura fundamentar toda su acción doctrinal? El Sr. F. será ciertamente uno de los primeros en responder de forma negativa.

1. Un tema colateral y pasajero comparado al amplio y delimitado campo de acción de la TFP

Antes de todo, cabe no exagerar la importancia real que tuvo el asunto Ana Catalina Emmerick, durante la década del 60, período en el que estuvo en foco.

La TFP tiene por finalidad esencial combatir la revolución neopagana, naturalista, liberal e igualitaria que surgió y se expandió en Europa alrededor del siglo XV. Esa revolución ideológica y psicológica dio origen a una explosión religiosa en el siglo XVI: la pseudo-Reforma. Los principios de la pseudo-Reforma, transpuestos al orden temporal, generaron la Revolución Francesa en el ocaso del siglo XVIII. Desde la esfera política, se apoderaron de la esfera socio-económica, suscitando el dirigismo político, social y económico, que se haría integral con la doctrina de Marx a mediados del siglo XIX y con la implantación del régimen comunista, en Rusia, durante la segunda década del siglo XX.

Por desdoblamientos sucesivos —algunos obviamente lógicos y otros aparentemente contradictorios— en cierto sector del movimiento comunista internacional fueron diseminándose gérmenes de anarquismo especialmente vivos y contagiantes. De donde, por ejemplo, la expansión de escuelas filosóficas como las de Sartre y Marcuse, la revolución de la Sorbonne y tantas otras tendencias disgregadoras de la cultura y de la psicología del hombre contemporáneo. La más reciente ha sido la del socialismo autogestionario propugnado por varios partidos socialistas de Occidente, y marcadamente por el Partido Socialista Francés a lo largo de la campaña electoral que llevó a François Mitterrand a la presidencia de la república.

La TFP ve en esos largos ciclos de revoluciones, que se sucedieron como olas, dejando importantes vestigios en el mundo contemporáneo, una sola gran Revolución apuntada contra la civilización cristiana y, en último análisis, contra la Iglesia Católica [8].

Tiene la TFP su especial meta de acción dentro del plano temporal, la cual consiste en oponer barreras a la Revolución y crear condiciones favorables para la implantación de una nueva era de esplendor de la Cristiandad. Es lo que llama Contra-Revolución (cf. op. cit.). Ha sido esta la finalidad mediata o inmediata de todas las campañas realizadas por la entidad, a lo largo de cinco décadas de existencia [9], en nuestro país-continente. Como análogamente, en sus respectivos países, la de las otras TFPs co-hermanas y autónomas.

Para dar envergadura tan amplia cuanto posible a una tarea de tal manera ardua, y conquistar terrenos a la Revolución, la cual manipula todas o casi todas las palancas de dirección de la sociedad temporal, los socios y cooperadores de la TFP dedican a su noble ideal todo el tiempo disponible. Gran número lo hace a tiempo pleno.

Todo esto da a los de la TFP innumerables ocasiones de convivencia, para trabajo y, en alguna medida, para la oración, estudio y hasta para entretenimiento.

Y, durante esta variada convivencia, como es natural, las atenciones se vuelven con acentuada frecuencia hacia los temas que atañen a la Revolución y la Contra-Revolución. Y, como también es natural en una asociación donde todos son católicos practicantes y fervorosos, hacia temáticas específicamente religiosas. La alternancia entre esos temas y otros aún, se hace en la TFP con el grado de irregularidad normal en lo que es espontáneo. Se comprende así como, a varios títulos, constituya tema de conversación la crisis progresista que va medrando en la era post-conciliar. Así también otros asuntos, relacionados mas o menos próximamente, y en grados diferentes, con la Revolución en la esfera temporal.

Dentro de la convivencia en la TFP, la notoriedad de los autores y de los libros suele estar en proporción con su proximidad a la gran meta específica de la TFP, como se comprende fácilmente.

Todo esto ayuda a evaluar el papel episódico y transitorio que tuvo el asunto Ana Catalina Emmerick, dentro del vastísimo conjunto de temáticas objeto de continuo discurrir en la vida interna de la TFP.

La carta del Sr. F. presenta, sin embargo, el asunto Ana Catalina Emmerick destacado del contexto de la realidad, dando así la impresión, dicho sea de paso, bastante extravagante, de que el tema habría constituido (¡y aún constituiría!) materia central de las especulaciones y de la formación de los cooperadores de la TFP.

En concreto, al analizar el asunto tan detenidamente, no lo hago, Dr. Plinio, porque tenga una importancia proporcional desde el punto de vista de la historia del pensamiento y de la acción de la TFP. Lo hago, tan solamente porque el Sr. F. en las cartas, convierte el asunto en un “caballo de batalla”. Y el presente análisis es una refutación de esas cartas.

2. Entera conformidad de lo ocurrido en la TFP con las costumbres generalizadas en los medios católicos de Brasil

Así pues, cabe recordar que, como ya fue dicho, durante el tiempo en que el asunto pasó por el foco de las atenciones en la TFP, los ambientes católicos vivían en la tranquilidad confiante, inherente a lo que se acostumbra llamar Iglesia pre-conciliar. Como ya he referido (cf. Sección I, 1, D), un Imprimatur, en aquel entonces, concedía a cualquier obra una circulación libre y sin prevenciones, en las librerías católicas, bibliotecas de instituciones religiosas y entre la multitud de fieles. Súmese a esto que las querellas entre católicos, instigadas por modernistas y progresistas en otros continentes, en América del Sur eran poco conocidas por el gran público católico.

Fue así como el libro Visiones y Revelaciones Completas de Ana Catalina Emmerick (Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1952-1954, 4 vols.), en venta en Brasil circuló con cierta extensión en los medios católicos dentro de los cuales la TFP era una fracción actuante, hasta que la crisis conciliar viniese a poner “fuera de moda” esos asuntos.

Para la difusión de dicha obra, eran más que suficientes las aprobaciones eclesiásticas con que las Visiones venían cargadas y hasta sobrecargadas.

Concomitantemente, ni el entonces Obispo de Campos, Mons. Antonio de Castro Mayer, ni el entonces Arzobispo de Diamantina, Mons. Geraldo de Proença Sigaud, ni Fray Jerónimo Van Hinten O.C. (este último fallecido en 1972) — que estaban con frecuencia en nuestras sedes y conocían las discusiones amistosas, a la torneo de ideas, que se realizaban a propósito de los escritos de Ana Catalina Emmerick — juzgaron necesario tomar cualquier medida. Ni a nadie le pasó por la cabeza pedir a los Prelados o a Fray Jerónimo que se pronunciasen al respecto. Y Vd., Dr. Plinio, procedió en perfecta armonía con el ejemplo de estos eclesiásticos. El asunto era considerado materia libre en la TFP, hasta que algún día la Santa Iglesia se pronunciase sobre él.

Hicieron bien ambos obispos y Fray Jerónimo. Porque los opositores de Ana Catalina Emmerick dentro de la TFP, como también sus propagandistas, jamás habían leído íntegramente las 2.354 páginas, cuatro volúmenes formato 15 x 22 cms. en la edición argentina, de la caudalosa obra que, en aquella ocasión circuló en las filas de la TFP.

Y porque, consideradas las circunstancias tormentosas de nuestra época, desde el punto de vista del Derecho Natural, no se podía exigir a un católico que no leyese ni guardase ningún libro que tuviese algún error de cualquier índole que fuera. Esto por la simple razón que todo hombre dotado de un cierto desarrollo intelectual, acabaría encontrando varios errores en la inmensa mayoría de los ejemplares de la producción bibliográfica contemporánea corriente. El principio según el cual “un hombre sólo puede leer libros completamente despojados de errores” se hizo impracticable.

Dado lo cual, quedó a juicio del sentido común de los fieles el discernir y apartar de sí los libros erróneos, no explícitamente condenados por la Iglesia. Porque no era posible actuar de otra manera.

3. Inocuidad de los errores de Ana Catalina Emmerick en un ambiente penetrado de fidelidad al magisterio inmutable de la Iglesia

La prueba del acierto de su conducta, Dr. Plinio, es que esos errores no causaron daño alguno, como tampoco la menor crisis entre los miembros de la TFP. Entre nosotros no hubo adeptos de los errores de los libros de Ana Catalina Emmerick. Simplemente algunos se entusiasmaron por lo que encontraban de bueno en los trechos que habían leído. Y, al mismo tiempo, otros señalaron ciertos errores en la obra, los cuales generalmente se creían atribuibles al escritor romántico alemán Clemente Brentano, que fue el anotador de las visiones. En ningún momento hubo quien, reconociendo la existencia de las tesis incriminadas, se solidarizase con ellas. Ni siquiera los opositores creyeron que fuese el caso de organizar una exposición metódica de todas las tesis impugnables y de las razones argüibles en su contra. Por el contrario, todo transcurrió en el brouhaha de conversas caseras, animadas por el calor exuberante, al mismo tiempo polémico y amistoso, de la convivencia entre sudamericanos. Animación a la que contribuyó sobresalientemente, con su genio particular, el mismo Sr. F., en ese entonces entusiasmado defensor de Ana Catalina Emmerick, sin haber notado —ni aún él— los errores que la obra contenía.

Y, así como el asunto entró en foco así salió, sin que los errores de las Visiones, ni siquiera una sola vez hayan conseguido adherentes.

4. Los estudios del Sr. F. — Postura de la Santa Sede a respecto de los escritos en cuestión — Declaración del Dr. Plinio

Mientras sucedían los hechos hasta aquí relatados, el Sr. F. era mentor y reclutador dinámico de un destacado sector de jóvenes de la TFP, tarea a la cual se consagrara en días de brillo.

En virtud de descontentos, legítimamente surgidos entre ciertos jóvenes adherentes ante la actuación del Sr. F., se produjo una separación entre él y el sector joven, que le dejó bastante tiempo libre (cf. Sección I, 1, C). Tiempo éste que el Sr. F. aprovechó para estudios. Y, entre los temas por él abordados, figuró la lectura íntegra y el análisis de las Visiones y Revelaciones Completas de Ana Catalina Emmerick, bien como de la obra y de la personalidad de Clemente Brentano el cual constaba ser escritor de las revelaciones dictadas por la vidente. De este modo, el Sr. F. fue llevado a encontrar el hilo gnóstico de las Visiones y Revelaciones, así como del pensamiento de Brentano. Y, en consecuencia, a levantar un amplio cuadro de las proposiciones erróneas de la obra atribuida a la mística alemana.

Atendiendo entonces a una petición del Sr. F., Vd. realizó seis reuniones con él que duraron aproximadamente un total de 15 horas, en enero y febrero de 1983. El Dr. D. Plinio Vidigal Xavier da Silveira también participó.

Durante los encuentros, el Sr. F. dispuso de todo el tiempo que estimó necesario para explanar sus tesis. Y Vd., después de haber seguido con el indispensable espíritu de análisis las exposiciones del Sr. F., concluyó que efectivamente las Visiones y Revelaciones Completas contienen numerosos y graves errores de doctrina y hasta afirmaciones heréticas, como también abundantes afirmaciones equívocas o inmorales, todas relacionadas con la gnosis.

La existencia de esos errores en los escritos atribuidos a Ana Catalina Emmerick explica que la obra haya ofrecido dificultades durante el proceso de beatificación de la mística alemana. La posición de los órganos competentes de la Santa Sede, en lo tocante a los escritos, consiste en no tomarlos en cuenta en el proceso de canonización. Y esto por una razón preliminar, unánimemente aceptada por los peritos llamados a pronunciarse sobre los escritos. La razón es que, habiendo quedado claro que Clemente Brentano manipuló ampliamente las Visiones y Revelaciones, publicadas después de la muerte de Ana Catalina Emmerick, y habiendo sido probado también que ella no revisó lo que Brentano anotaba en su diario, el cual sirvió de base para tales publicaciones, se hace imposible distinguir, para un juicio sobre la ortodoxia de la Sierva de Dios, lo que fue dictado por ella de lo que fue interpolado por el escritor.

Por eso la Sagrada Congregación de los Ritos, en decreto de 1927, decidió, según los términos del Código de Derecho Canónico (Canon 2042 del Código de 1917) no considerar como siendo de la vidente los escritos de Brentano honrados con el nombre de la Sierva de Dios. Y la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, en su Decreto de Introducción de la causa de Ana Catalina Emmerick, fechado el 4 de mayo de 1981, adoptó análoga posición.

En consecuencia de sus encuentros con el Sr. F., aunque el asunto hubiese perdido su antigua actualidad entre nosotros, Vd., Dr. Plinio, el 24 de junio de 1983, ante el plenario de la TFP reunido en el Auditorio San Miguel informó de sus referidas conversaciones con el Sr. F., y de los resultados a que habían llegado. Y, repudiando categóricamente los errores encontrados en el libro Visiones y Revelaciones Completas, determinó que de todas las bibliotecas de la TFP fuesen retiradas todas las obras atribuidas a Ana Catalina Emmerick, en un plazo máximo de 5 días. Determinó también que a partir de aquel momento ni “Catolicismo” ni cualquier publicación de la TFP elogie o cite las obras impugnadas. Todo esto fue oído, acogido y ejecutado con plácida e imperturbada anuencia por todos los socios y cooperadores de la TFP.

5. Tema obsoleto transformado en instrumento de ataque

Mientras tanto, el Sr. F. proseguía sus estudios, y se abultaba paralelamente en su espíritu la inconformidad —patentizada por actitudes y síntomas manifiestos en muchas conversaciones— ante el éxito notorio que el sector de jóvenes de la TFP venía alcanzando cada vez mas, en otras manos. Y, de ahí, un deseo ardiente de obtener la destitución del nuevo dirigente de ese sector. Presumiblemente para readquirir el puesto que así quedase vacío. No encontrando en Vd. apoyo para tales designios, la amargura del Sr. F. se volvió también contra Vd., Dr. Plinio.

Los estudios del Sr. F., coincidiendo cronológicamente con el desarrollo de este proceso afectivo y temperamental de amarguramiento, se fundieron y confundieron en una sola resultante: utilizar los estudios para desprestigiarle a Vd. y obtener su destitución, como también la del sucesor de él en la dirección del sector de jóvenes.

Para este efecto, el Sr. F. lanzó la increpación ya referida en la Sección I, 2, B, de que Vd. no vio los errores de las Visiones y Revelaciones; y por lo tanto no es inerrante y no merece el concepto en que es tenido en la TFP.

La vacuidad e improcedencia de esta acusación salta a la vista ante los hechos descritos en este capítulo y ante las consideraciones que se expondrán en los capítulos subsiguientes.

Capítulo II 

Inerrancia e infalibilidad: un juego de palabras en la catilinaria del Sr. F.

 

En la embestida que contra Vd., Dr. Plinio, y contra la TFP hace, el Sr. F. se subleva ante el concepto de inerrancia, en cuanto referido a Vd. en el lenguaje corriente de la TFP. De ese concepto, presenta una versión deformada: “Tendría mucho gusto en explicarle — escribe al Sr. Dumas — todo lo que descubrí sobre Ana Catalina Emmerick — es mucho, realmente mucho. ... Pero será necesario que Vd. se despoje del dogma de la inerrancia profética para que Vd. pueda razonar lógicamente” (Carta de 31 de mayo de 1983, pp. 4 y 5 — subrayado del original).

 - Y sobre ese mismo asunto, afirma el Sr. F., en carta a Vd. dirigida: “(El Sr. Dumas) confirma que el II vol. de las Visiones de Ana Catalina Emmerick está encharcado de herejía, pero que no le parece probado que la globalidad de las visiones sea herética. Contradicción de clamar al cielo. Contradicción de él (del Sr. Dumas) para intentar salvar la inerrancia de Vd.” (Carta 83, p. 10 — subrayado del original).

 — Después: “Es la inerrancia, es su prestigio de profeta lo que dificulta la condenación de Ana Catalina Emmerick” (idem, p. 11).

 1. El concepto de inerrancia, en la visión deformada del Sr. F.

Como se puede ver por los ejemplos supra citados extraídos entre otros — de la Carta 83, pp. 10 y 11, el Sr. F. insinúa que Vd., Dr. Plinio, no condenaría Ana Catalina Emmerick por miedo de conmover, en la TFP, el concepto de su inerrancia. En la misma carta, de la página 13 a la 17, el Sr. F. retoma el asunto de la inerrancia. Su pensamiento, expresado en esos dos trechos de la Carta 83, es el siguiente:

– Habiéndole hecho, él a Vd., una serie de exposiciones sobre los errores existentes en las Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick, y habiendo Vd. afirmado que de esas exposiciones le quedaba la impresión más desagradable posible, ello precisaba “ser dicho al grupo cuanto antes. No se puede dejar para las calendas griegas. Tiene que ser enseguida” (Carta 83, p. 9 — subrayado del original). Esas palabras, el Sr. F. las presenta como “textuales de Vd.”. “Tomamos nota de sus palabras en cuanto llegamos en casa” — añade (id., ib.).

Y a continuación, enardecido e insolente, el autor de las cartas le interpela: “Ya se han completado tres meses de esa reunión y Ana Catalina Emmerick todavía no ha sido condenada. ¿Qué quiere decir tiene que ser enseguida? ¿Qué quiere decir para Vd. cuanto antes?” (id., ib.).

– Como él había levantado ese problema con Vd., por primera vez, en marzo de 1981, y después de un infructuoso debate con el Sr. Dumas sobre el asunto, Vd. le había recibido nuevamente sólo en enero de 1983, tras una serie de dilaciones, y después de recibirle, ya habían pasado tres meses sin ninguna medida suya en relación a Ana Catalina Emmerick, en esto había, para él, motivo suficiente para levantar una sospecha gravemente infamante:

“¿Por qué tanta tardanza? ¿Por qué tanto recalcitrar en la condenación de las Visiones gnósticas y cabalísticas de Ana Catalina Emmerick?

“Vd. mismo nos lo dijo: Vamos a poner las cosas claras y hacer la política de la verdad: el gran problema será explicar como yo no vi eso (los errores de Ana Catalina Emmerick) y como tú lo has visto. Fueron sus palabras” (id., p. 11) .

Por lo que su ya citada conclusión: “Es la inerrancia, es su prestigio de profeta lo que dificulta la condenación de Ana Catalina Emmerick” (id., p. 11).

– Totalmente tomado por ese asunto, vuelve al ataque: “Durante la primera reunión que tuvimos respecto de Ana Catalina Emmerick (11-1-83), Vd. mismo levantó la cuestión del profetismo e inerrancia. Alguien podría preguntar como queda la cuestión del profetismo (teniendo a la vista que Vd. había elogiado a Ana Catalina innumerables veces, y sin hacer restricciones)” (id., p. 13) — subrayado mío).

– En la primera reunión que tuvo con él sobre Ana Catalina Emmerick, Vd. le explicó que su carisma profético “no tiene relación con conocimientos históricos o teológicos”, sino “con hechos políticos y con sus previsiones. Tantos años de previsiones sin error no pueden explicarse por talento natural” (id., p. 13).

– El Sr. F. respondió que “no era ese el concepto que corría en el grupo sobre su infalibilidad” (id., p. 13).

– Vd. insistió que nunca había hablado de infalibilidad, y que él podía decir eso a los otros (id., p. 13).

– En la última reunión de la serie sobre Ana Catalina Emmerick, el Sr. F. volvió al tema, diciendo que el concepto de inerrancia encerraba un sofisma, puesto que de una persona que tiene gran sabiduría es de esperar que no cometa errores y no que sea inerrante (id., p. 14).

– Según el Sr. F., Vd. habría estado de acuerdo con su razonamiento, diciendo que “pensaba que la palabra inerrante fuese usada convencionalmente por los teólogos en el sentido de la certeza moral de que alguien no cometería errores”, y que Vd. la usaba “en ese sentido. Y no en el sentido etimológico” (id., p. 14).

– Según el Sr. F., Vd. le habría dicho que el único texto que daba base a la tesis de la inerrancia era un trecho de Cornelio a Lápide, que él le pidió se lo proporcionase (id., p. 14).

– En la ocasión el Sr. F. comentó “el mal que la tesis de la inerrancia causa en el grupo. Algunos afirman rotundamente su infalibilidad. Otros no dicen eso, pero en la práctica actúan como si Vd. fuese infalible. Nadie osa decir que Vd. haya cometido un error” (id., p. 14).

– Tras una serie de atrasos para proporcionar el texto de Cornelio a Lápide al Sr. F., quien los censura indignadamente, y a los que atribuye intenciones esquivas, registra:

“Al día siguiente llegaba a nuestras manos el famoso texto tan encallado de Cornelio a Lápide.

“¡Qué tremenda decepción! ¡Qué estrepitoso fiasco! Ya el título de los textos que Vd. nos mandó era muy sintomático: Sabiduría e infalibilidad. Textos completos.

Infalibilidad, y no inerrancia. Así se explica el origen de la tesis corriente en el grupo de su infalibilidad.

“Leímos con interés los tales textos completos. Leímos con especial atención el famoso texto de Cornelio a Lápide sobre el cual Vd. montó la tesis de su inerrancia, y nada, nada encontramos que diese alguna base al razonamiento sofístico que Vd. había usado para justificarla.

“¿Cómo nos mandó Vd. ese documento vacío? ¿Cómo nos lo mandó sin una línea de explicación? ¿Por qué no nos llamó por teléfono para pedir disculpas por su equivocación? ¿Cómo nos mandó ese cheque sin fondos doctrinal?” (id., p. 16).

– Y el Sr. F., después de mencionar una conversación de Vd., Dr. Plinio, con el Sr. V. O., en la que le había explicado que hubo un lapsus, pues el texto al que Vd. se había referido era de Santo Tomás y no de Cornelio a Lápide, concluye triunfante: “De manera que Vd. defendió una tesis errónea (la de su inerrancia) por medio de un sofisma (Vd. lo reconoció) basándose en un documento vacío (Vd. lo reconoció)” (id. p. 16).

Hasta aquí la versión de los hechos, según el Sr. F.

Antes de entrar en el cerne del asunto, conviene compulsar la verdad objetiva de los hechos tal como exactamente sucedieron, y no según la versión distorsionada del Sr. F.

2. El ansia del Sr. F. por condenar a Ana Catalina Emmerick

En primer lugar, y pese a la buena memoria del Sr. F. y al hecho de que haya tomado notas “apenas llegó a casa”, no es absolutamente verdad que Vd., Dr. Plinio, le haya dicho que comunicaría al plenario de la TFP el resultado de esas conversaciones sobre Ana Catalina Emmerick “cuanto antes”, y que esto “tenía que ser enseguida”. Por el contrario, Vd. le dijo que necesitaba pensar sobre cómo hacerlo, que tal vez promoviese antes una conversación de él (Sr. F.) con el Prof. Martini y con el Sr. Dumas (supuestos defensores de Ana Catalina Emmerick) y eventualmente conmigo, que había hecho algunos estudios sobre ello. A cuyo respecto el Sr. F. afirmó entonces categóricamente que lo que quería oír de Vd., para tranquilidad de su conciencia (del Sr. F.), era una palabra de condenación sobre Ana Catalina Emmerick, y que eso ya lo había oído, de manera que el modus faciendi lo dejaba enteramente en sus manos (de Vd., Dr. Plinio), así como el que esto fuese llevado a cabo cuando Vd. quisiese, “!de aquí a un año, dos años, diez años!”.

Vd. se limitó a aclarar que tampoco quería dejarlo para las “calendas griegas”.

Pero él, que se había declarado dispuesto a esperar “un año, dos años, diez años”, no tuvo paciencia para esperar tres meses, y abandonando toda esperanza de aclaración y de explicación, ¡rompió abruptamente con Vd.!

Ante esos hechos, suena como particularmente irrisoria su ya citada invectiva: “Se han completado tres meses después de esa reunión y Ana Catalina Emmerick todavía no ha sido condenada. ¿Qué quiere decir tiene que ser enseguida? ¿Qué quiere decir para Vd. cuanto antes?” (Carta 83, p. 9). Es decir, él tenía tanta ansia por condenar a Ana Catalina Emmerick, que lo que estaba en su subconsciente (“tiene que ser enseguida” y “cuanto antes”) ¡él se lo atribuye a Vd.! Como he señalado hace poco, de ningún modo Vd. dijo eso, como resulta del mismo contexto de la solución que le dejó entrever.

Aunque estos lapsus de memoria sean comprensibles, y de suyo no merecerían mayor atención, no he querido dejar de rectificarlos exactamente para mostrar como el Sr. F. compone su libelo con base en hechos falsos que germinaron en su incandescente espíritu.

3. El problema interior del Sr. F. a propósito de Ana Catalina Emmerick y de la noción de inerrancia

Más profunda e importante, porque no se trata de un simple lapsus de memoria, es la relación que el Sr. F. establece entre el caso de Ana Catalina Emmerick y la inerrancia. De creer en la exposición de los hechos que hace el Sr. F., Vd. mismo se habría quedado perplejo ante el problema y le habría dicho: “Vamos a poner las cosas claras y hacer la política de la verdad: el gran problema será explicar cómo yo no vi eso (los errores de Ana Catalina Emmerick) y cómo tú lo has visto” (Carta 83, p. ll).

Esto habría sucedido el día 22 de febrero de 1983, al final de una serie de reuniones entre Vd. y él, sobre Ana Catalina Emmerick.

En realidad, los hechos ocurrieron de manera muy diferente. El perplejo ante el problema no era Vd., sino él. Después de haberle Vd. dicho como no sólo no tenía el mínimo grado de afinidad con los errores que él acababa de indicar en las Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick, sino que, por el contrario, sentía la más completa repulsa por esos errores, y que, en esas condiciones, consideraba la obra enérgicamente condenable, el Sr. F. se mostró muy aliviado, explicando que esto resolvía un serio problema de conciencia que él tenía. Le explicó entonces, que había pasado noches sin dormir, que había sentido un terror enorme, que había pasado horas de angustia, que casi se había quedado loco (sic), porque no comprendía como Vd. podía haber elogiado una cosa que él acusaba de herética. Dicho sea de paso, este panorama de su crisis interior está ampliamente descrito en su carta de marzo de 1982 (pp. 12 a 14) y coincide con lo que expuso más ampliamente en la citada reunión de 22 de febrero de 1983.

Vd. le explicó entonces bondadosamente que eso le habría sido fácil de comprender, puesto que él mismo — el Sr. F. — había elogiado y hecho una divulgación de la obra de Ana Catalina Emmerick, mucho más abundante que la hecha por Vd. A lo que él dio su asentimiento con énfasis: “¡Sin comparación! ¡Sin comparación!”.

Y como él insistía en que, habiendo Vd. elogiado la obra, algunos veían una manifestación de mal espíritu de su parte (del Sr. F.) al denunciar ahora los errores de Catalina Emmerick, Vd., procurando dejar explícito el problema interior que él estaba presentando, dijo que no tenía ninguna noticia de que alguien hubiese levantado tal problema, pero que sería natural que lo levantasen: ¿”Cómo es que yo lo leí y no noté, y tu leíste y notaste?” Tal el contexto de la pregunta que Vd. hizo. E incluso añadió que no debíamos huir de ningún problema: “Debemos saltar con los dos pies dentro de cada problema. Esa es la política de la verdad”.

En ese contexto, Vd. pasó a explicarle paternalmente que la infalibilidad es un privilegio que pertenece únicamente a la Iglesia, y que abarca no sólo el derecho de decir que determinada sentencia es errónea, sino también que un determinado error está profesado en esta o aquella obra. Por el contrario, la inerrancia, como es entendida en la TFP, sólo es una certeza moral de que alguien — por una vocación especial o por un prolongado ejercicio de la virtud de la sabiduría de hecho no cometerá errores, en la indicación del rumbo a seguir.

Como se ve, el Sr. F. invierte los términos del diálogo, y lo que, en la conversación con Vd., el presentó enfáticamente como un problema de conciencia suyo (¡repitió tres o cuatro veces que sentía estar volviéndose loco! ...), ahora pasa a atribuírselo a Vd., diciendo que Vd. mismo se ponía ese problema: “Vd. mismo nos lo dijo: Vamos a dejar las cosas claras y hacer la política de la verdad: el gran problema será explicar cómo yo no vi eso y cómo tu lo has visto. Fueron sus palabras” (Carta 83, p. 11 — subrayado mío). En ningún momento habló Vd. de un “gran problema”, además problema de él y no de Vd., o de nadie en la TFP.

La buena memoria del Sr. F., una vez más, no le sirvió para relatar con objetividad la conversación que tuvieron. Y, significativamente, ese lapsus de memoria le llevó a presentarle a Vd. como acorralado dentro de un problema en el que, confesadamente, ¡quien se debatía era él!

Aunque secundario cuanto al objetivo de la presente refutación, es importante consignar aquí también esta distorsión, para mostrar la “técnica” con la que el Sr. F. procuró presentar una fisonomía desfavorable de Vd., en la insolente y ultrajante carta del 31 de mayo de 1983.

4. Inerrancia y profetismo, a propósito de Ana Catalina Emmerick

No escapa de idéntica censura el relato que hace del final de la primera reunión sobre la misma temática. Como Vd. veía que el Sr. F. sacaba conclusiones muy apresuradas de los textos de las Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick que iba leyendo, y así, iba Vd. reajustando lo que decía, se manifestó él perplejo ante esa su actitud (que, dicho sea de paso, es de elemental sabiduría). El alegó el derecho, que juzgaba tener, de ser creído, después de tantos años de estudio y de dedicación a Nuestra Señora, a la Iglesia y a Vd.

Vd. resolvió su perplejidad, mostrando que una cosa es creer en la honorabilidad, buena fe e incluso idoneidad intelectual de una persona, y otra cosa es aceptar las opiniones de esa persona sin presentar objeciones.

El Sr. F. explicó que era sólo para ganar tiempo por lo que estaba simplificando la presentación de sus pruebas, y que en el estudio de 700 páginas que había escrito estaban todos esos “conformes”, como Vd. podría verificar. Y se declaró tan convencido de la herejía de Ana Catalina Emmerick, que si Vd. no la condenase, él se retiraría de la TFP.

Como Vd. ya había sido avisado por D. Plinio V. Xavier da Silveira sobre los rumbos que el Sr. F. estaba imprimiendo a sus propias especulaciones, para ayudarle a resolver sus problemas declaró que no se sentía comprometido en nada con las Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick. Que de esa obra (cuatro volúmenes, con un total de 2.354 páginas) Vd. sólo había leído algunos trechos sueltos, que le gustaron, y que elogió. No siendo esta exigua lectura suficiente para descubrir la clave cabalístico-gnóstica de la obra, era posible que, en conversaciones con el Sr. F., y oyendo de él la lectura de nuevos textos, Vd. pudiese percibir algo que no había percibido en la primera lectura. En todo caso, lo que Vd. había elogiado en los textos de Ana Catalina Emmerick era bueno, es decir, Vd. sostuvo, a respecto de los trechos que había leído, una doctrina buena, y no una doctrina mala.

Naturalmente, podría entonces ponerse la pregunta: “¿Cómo Vd., con el carisma del profetismo, no notó eso?”. Y enseguida Vd. añadió que la respuesta era de lo más simple posible, pues, tal como estaba explicado en la Refutación al Rapport francés (cfr. Imbrolio-Détraction-Délire / Remarques sur un Rapport concernant les TFP, Tradition-Famille-Propriété, Asnières, Francia, 1980, vol. I, pp. 268-280), el carisma del profetismo, del modo que es entendido en la TFP, se manifestaba en la formulación de hipótesis adecuadas a propósito de los acontecimientos futuros, lo cual suponía un auxilio de la gracia. El mismo auxilio de la gracia se veía en la ortodoxia de la doctrina. Pero esto no se refiere a textos que Vd. no leyó, de un cierto autor, y menos aún cuando ese autor escribió con una clave oculta.

Una vez más, el Sr. F. piensa haberle acorralado, y describe así la conclusión de esa reunión: “Vd. mismo levantó la cuestión del profetismo e inerrancia. Alguien podría preguntar cómo queda la cuestión del profetismo (teniendo a la vista que Vd. había elogiado a Ana Catalina Emmerick innumerables veces, y sin hacer restricciones)” (Carta 83, p. 13 — subrayado mío).

Como he mostrado, el contexto de esa observación suya es otro, y únicamente tenía en vista resolver el problema que se había creado en la mente del Sr. F., pues a no ser para el Sr. F. y para el reducido grupo de personas sobre quienes influyó, nadie más ha manifestado en la TFP que esa temática le haya constituido problema. Problema, por cierto, que, si a alguien se le pusiese, se resolvería con la mayor facilidad.

Prueba cabal de que tal asunto no constituía problema para nadie en la TFP es que Vd., en reunión plenaria el día 24 de junio de 1983, en declaración formal, proscribió las obras de Ana Catalina Emmerick como lectura corriente de los socios y cooperadores de la entidad, y mandó retirarlas de nuestras bibliotecas, para ser guardadas en nuestro archivo. Y ello sin que crease perplejidad a nadie.

En su ansia de barajar los términos del problema, el Sr. F. no se azara por afirmar que los elogios por Vd. hechos a las obras de Ana Catalina Emmerick lo fueron sin restricciones, cuando es público y notorio en la TFP que siempre tuvo y comunicó a los otros la mayor reserva en relación a Clemente Brentano, que, según constó, había anotado esas revelaciones. Por el contrario, tenemos testimonios categóricos de que el Sr. F., él sí, cuando propugnaba acaloradamente Ana Catalina Emmerick, procuraba minimizar las reservas que pesaban sobre la obra. Pero ni por eso se sintió comprometido con los errores que después descubrió en las Visiones y Revelaciones. Y con razón, pues cuando defendía esa obra, no defendía los errores contenidos en ella, sino las cosas buenas que en ella veía. Observación esa que Vd. tuvo ocasión de hacerle en la conversación del 11 de enero, y a la que él dio su acuerdo enfáticamente.

5. Una perorata fatua y completamente destituida de fundamento

Falta decir una palabra sobre la perorata triunfante y ridículamente fatua del Sr. F.: “De manera que Vd. defendió una tesis errónea (la de su inerrancia), por medio de un sofisma (Vd. lo reconoció), basándose en un documento vacío (Vd. lo reconoció)” (Carta 83, p. 16). Pese a la seguridad con que es hecha esta triple afirmación, es enteramente falsa.

En seguida mostraré que la tesis de la inerrancia, como se entiende en la TFP, es absolutamente correcta.

Cuanto a que Vd. haya reconocido que la tesis de la inerrancia estaba basada en un sofisma, es enteramente falso. En primer lugar porque, en ningún momento, en las conversaciones con Vd., el Sr. F. utilizó nunca — él mismo — la palabra sofisma. Dijo, esto sí, que veía en la palabra inerrancia una imprecisión, que podría conducir (y él creía que concretamente esto sucedía en la TFP) a un mal entendimiento, en el sentido de que la persona a quien se atribuía la inerrancia nunca pudiese cometer ningún error. Así pues, él consideraba corriente en la TFP la idea de una inerrancia absoluta, atribuida a Vd., que excluía cualquier posibilidad de lapsus, y que equivalía, en la práctica, a la infalibilidad.

Le propuso él entonces, en la reunión de 22 de febrero de 1983, el siguiente razonamiento: supuesta una persona de gran sabiduría -según el trecho de Cornelio a Lápide que Vd. acababa de mencionar (en realidad el trecho es de Santo Tomás) — es de esperar que la persona no cometa errores, y no que sea inerrante. La confianza de que la persona no cometa errores no excluye la posibilidad de que cometa algún error, mientras que la fe en una inerrancia absoluta excluye la posibilidad de cualquier error. Por lo que le parecía que tal vez se debiese definir mejor la palabra inerrancia, o quizás utilizar otro término que expresase mejor esa esperanza o certeza moral de que no habrá errores en la conducta de la persona que posea sabiduría.

Vd. entonces estuvo de acuerdo en que, tomada la palabra inerrancia en ese sentido absoluto, significaría realmente que la persona “nunca cometerá error”. Pero que no era ese el sentido en que Vd. la tomaba.

De forma que de ninguna manera Vd. reconoció que hubiese incidido en un sofisma, palabra que, como ya he dicho, ¡ni siquiera él mismo utilizó!

Lapsus de memoria perfectamente comprensible en quien intenta anotar “apenas llega en casa”, ¡una conversación de dos horas y media! Pero que, en todo caso, debían llevar a una mayor cautela a quien pretende usar tales anotaciones para increpar a otro, aún más en los términos insolentes y fatuamente altivos con que el Sr. F. lo hizo, en relación a Vd.

Tampoco Vd. reconoció, en ningún momento, que hubiese elaborado la noción de inerrancia con base en un “documento vacío”. En primer lugar, como más abajo mostraré, la noción de inerrancia no fue construida en la TFP a partir de autores y documentos, por más respetables que fuesen, sino a partir de un hecho –el acierto de sus previsiones y de la conducta que Vd. imprime a las actividades de la TFP– hecho ese para el que entonces se buscó, en los buenos autores, una explicación y una palabra. Obviamente era más importante la explicación en términos de doctrina católica que la misma palabra, aunque de hecho encontramos tanto una cosa como la otra.

En la última conversación con el Sr. F., el 22 de febrero de 1983, Vd. citó de memoria un texto que daba la explicación del hecho, atribuyendo ese texto al gran jesuita Cornelio a Lápide (“tan recomendable por su piedad como por su ciencia profunda”, como decía de él San Luis Grignion de Montfort — cf. Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, n. 161). En realidad, el texto que Vd. trajo a colación era de Santo Tomás de Aquino, y se refería a la infalibilidad y rectitud con que la persona dotada de sabiduría juzga de todas las cosas que le son sometidas. Por lo tanto, el texto de Santo Tomás emplea una palabra con connotación todavía más fuerte que inerrancia, si bien que, como también mostraré, el lenguaje teológico utiliza ambas palabras con amplitud y liberalidad admirables, características del espíritu de la Iglesia. Es decir, a veces una por otra; otras veces estableciendo una distinción entre ambas. ¡Cómo todo esto está lejano de las camisas de fuerza que son la terminología y la dialéctica racionalista-positivista, de las que el Sr. F. tanto se ha imbuido, en la medida en que fue perdiendo el espíritu y la mentalidad de la TFP!

Que el Sr. F. no haya encontrado en el texto de Cornelio a Lápide, que por lapsus le fue enviado, ningún fundamento para la noción de inerrancia, no tiene mayor importancia, puesto que lo que venía al caso era el texto de Santo Tomás, que le fue enviado, junto con el del teólogo jesuita en la misma colección de textos, bajo el título genérico “Sabiduría e infalibilidad”. El texto que Vd. citó de memoria, en la conversación con el Sr. F., fue el texto de Santo Tomás, aunque atribuyéndolo, como ya dije, a Cornelio a Lápide. Lapsus, por lo tanto, de autor; lapsus incluso de palabra, pero no de doctrina.

El Sr. F. demostrando una pobreza dialéctica que da pena encontrar en un profesor de enseñanza media, ¡rasga las vestiduras porque el texto de Cornelio a Lápide nada dice sobre el asunto, y el texto de Santo Tomás habla de infalibilidad!

Como se verá a continuación, el texto de Santo Tomás da pie más que suficiente para la noción de inerrancia, tal como la entendemos en la TFP. Y el Sr. F. se muestra una vez más fatuamente insolente diciendo que se trataba de un ¡”cheque sin fondos doctrinal”!

Es una pena que se haya precipitado al hacer una afirmación tan sin base, antes de intentar “cobrar ese cheque” en el Banco de la Doctrina Católica. Tal cautela le habría evitado el sinsabor de ver también esa su acusación desmentida, como todas las otras que hemos considerado hasta aquí.

Es pues el momento oportuno de analizar los conceptos de inerrancia y de infalibilidad, que están en el origen de todas esas acusaciones.

Capítulo III 

Rica diversificación en el uso de la palabra infalibilidad –– Los varios conceptos de inerrancia

 

Al atacarle a Vd., Dr. Plinio, a propósito del uso de la palabra inerrancia, e identificándola con la palabra infalibilidad, el Sr. F. toma esos vocablos en un sentido estricto, y supone que sean utilizados en la TFP en tal sentido. Lo que es explicable, puesto que él parece ignorar otros sentidos que no sean el estricto.

Por eso atribuye a los socios y cooperadores de la TFP, y en último análisis a Vd., conclusiones que provienen de ese presupuesto erróneo.

Cumple, pues, orear el tema, mostrando la rica diversidad de sentidos de esas palabras.

1. Uso corriente del vocablo “infalibilidad”

En el portugués usual son frecuentes las siguientes utilizaciones del adjetivo infalible, o del adverbio derivado:

- Juan tiene una puntería infalible (certera);

- Esta medicina es infalible (no falla) para tal enfermedad;

- Yo estaré infaliblemente (sin falta) el miércoles en el lugar marcado;

- Del modo como Pedro gasta, infaliblemente (inevitablemente) perderá la fortuna;

- El Doctor Antonio siempre tiene un diagnóstico infalible (no se engaña), conviene visitarlo;

- Aquel matemático resuelve infaliblemente (con acierto) cualquier problema que se le presente.

Y por eso el Novo Dicionário da Língua Portuguesa de Aurélio Buarque de Hollanda Ferreira define infalível como: “1. que não falha; 2. que não pode deixar de ser, de acontecer; inevitável; 3. Que nunca se engana ou erra”.

Por lo tanto si, entre nosotros, alguien utilizase en el lenguaje corriente — lo que no sucede — la palabra infalível para expresar el acierto de sus previsiones políticas, Dr. Plinio, y de su manera de dirigir la TFP, estaría perfectamente dentro de los hábitos de nuestro idioma. El portugués — como todas las lenguas civilizadas que poseen la palabra — no supone ningún carácter absoluto, ligado al adjetivo infalible, como parece imaginar racionalísticamente el autor de las cartas. (N. del T. — El concepto abarcado por la palabra española “infalible” es casi idéntico al del vocablo portugués “infalível”. El Diccionario de Uso del Español de María Moliner, da la definición siguiente: “se aplica a la cosa o la persona que no puede fallar o no puede equivocarse: un remedio infalible”; e incluye como palabras casi equivalentes o cuyo significado abarca el de la palabra “infalible”: Indefectible, Seguro, Cierto; además de una lista de modismos o expresiones que, dependiendo de la frase, pueden sustituir a la palabra infalible como “siempre, más pronto o más tarde, seguramente, etc.” — Ed. Gredos, Madrid, 1982).

2. El concepto de “infalibilidad” en el lenguaje científico, filosófico y teológico

Si tan diversificado es el uso corriente, hecho análogo sucede en el lenguaje científico, filosófico y teológico, en donde el concepto de “infalibilidad” tiene muchas aplicaciones:

 

1ª aplicación: La infalibilidad de la conciencia intelectiva humana

Como es de común conocimiento, y admitido por la sana filosofía, todo acto intelectivo humano tiene una noticia de sí (llamada conciencia concomitante o virtual” que no puede ser falsa. Así se expresa el P. Salcedo S.J.: “Esta noticia o conciencia concomitante no puede ser falsa, porque el objeto conocido es el propio acto por el cual se conoce y por eso es imposible que la noticia sea disconforme con la cosa conocida, lo que se requiere para la falsedad” (Philosophia Scholasticae Summa, BAC, Madrid, 1957, tomo I, p. 249).

Lo mismo se da con la conciencia refleja, que es la intuición (o conocimiento de la cosa presente como presente), que el hombre tiene acerca del propio acto intelectivo versando sobre una cosa externa. Dice el mismo P. Salcedo: “No puede ser falsa: porque no lleva en consideración a no ser lo que la conciencia concomitante proporciona, si bien que de una manera más explícita y directa; ahora bien, la conciencia concomitante no puede ser falsa; luego tampoco la refleja (op. cit., pp. 249-250).

 

2ª aplicación: La infalibilidad de los sentidos humanos

Comentando Aristóteles, dice Santo Tomás: “El sensible propio es lo que de tal manera es aprehendido en un sentido que no puede ser aprehendido por otro, y acerca de lo cual el sentido no puede errar, como la vista es propiamente cognoscitiva del color, el oído del sonido y el gusto del sabor” (in De Anima, L.II, Lectio XIII, n. 384, Marietti, Roma, 1948, p. 100).

Así, cada uno de los sentidos no se engaña, cuando juzga sobre el sensible que le es propio, si bien se engaña si pretende juzgar del sensible común de todos los sentidos (el cual es quíntuple, según Aristóteles y Santo Tomás: “el movimiento, el reposo, el número, la figura y la grandeza”); o del sensible per accidens (como, por ejemplo, cuando digo que veo un dulce: dulce es sensible per accidens en relación a la vista, y sensible propio en relación al gusto, pero no es absolutamente sensible a todos los sentidos (cf. P. Ferdinando M. Palmes S.J., Philosophiae Scholasticae Summa, BAC, Madrid, 2ª  ed., 1959, tomo II, p. 530).

En filosofía se diserta ampliamente sobre este tema de la infalibilidad de los sentidos, lo que, evidentemente, no es el caso de que se trata aquí. Simplemente he mencionado lo suficiente para señalar los varios usos que puede tener el concepto de infalibilidad.

 

3ª aplicación: Infalibilidad del hombre acerca de los primeros principios

Tratando el dogma de la infalibilidad del Papa, y rebatiendo críticas del conocido gramático y pastor protestante, Eduardo Carlos Pereira, el P. Leonel Franca, S.J. escribe en su famosa obra A Igreja, a Reforma e a Civilização:

 “– Otra objeción fútil. La infalibilidad es la divinización del Papa. Divinización sacrílega del obispo de Roma, dice nuestro protestante, en la p. 371. Y en la p. 384: ¿Qué significa tal proclamación sino la apoteosis y la deificación del Papa? (Nota: Del mismo paralogismo ya se había servido Lutero para afirmar que el hombre no es libre. El libre arbitrio es nombre exclusivamente divino, que sólo a la majestad de Dios se puede atribuir. ... Aplicarlo a los hombres, sería divinizarlos: no hay sacrilegio mayor. Weimar, XVIII, 636. El sofisma es tara hereditaria en la familia protestante).

“El sr. C. Pereira antes de escribir (su) estudio dogmático-histórico visiblemente se olvidó de toda su teología. ¿Deificación por qué? ¿La infalibilidad es un atributo exclusivamente divino? Si, pero la infalibilidad absoluta, omnímoda, imparticipada. Así, también la inteligencia, la voluntad y la libertad son atributos exclusivamente divinos. ¿Dirá el Sr. C. Pereira que el hombre es dios, porque posee inteligencia, que es atributo divino? ¿Opondrá, tal vez, que la infalibilidad es incomunicable? ¿Quién lo ha dicho? En el orden natural, todos los hombres son infalibles acerca de los primeros principios. Nadie yerra de tal manera que diga que 1 + 1 = 3, o que el todo es menor que cada una de sus partes, que una cosa puede ser y no ser al mismo tiempo. Ahí está la infalibilidad natural, don común a todo el género humano. Así lo quiso Dios, a fin de que los primeros principios, cimiento y fundamento de todas las construcciones científicas, no vacilasen en la fluctuación de la duda. En el orden sobrenatural dispuso Cristo que el Pastor Supremo de su Iglesia no cometiese error al enseñarnos Su Fe y Su moral a fin de que no cayese en ruinas todo el edificio espiritual de nuestra salvación” (op. cit., Civilizaçäo Brazileira, Rio de Janeiro, 3ª ed., 1934, pp. 165-166 — el primer subrayado es original; el segundo es mío).

Al argumentar así contra el gramático protestante, el gran jesuita muestra como la palabra infalibilidad admite grados y aplicaciones diversas, y no hay por que tomarla en sentido absoluto, como es vicio protestante.

 

4ª aplicación: La infalibilidad proveniente del recto uso de las facultades naturales

Todavía existe en el hombre otra infalibilidad, proveniente del recto uso de las facultades naturales. Habla de ella el Cardenal Billot: “Por lo que queda claro cuánto esta infalibilidad (del Magisterio de la Iglesia) difiere de aquella otra que los filósofos dicen existir en las facultades naturales, cuando enseñan que son inmunes de cualquier error, supuestos dos órdenes de hechos: que se apliquen a su objeto propio y que lo hagan de modo conveniente” (De Ecclesia Christi, Aedes Universitatis Gregorianae, Roma, 1921, 4ª ed., tomo I, p. 366).

 

5ª aplicación: La infalibilidad de las leyes científicas y humanas

Una vez más se trata de una infalibilidad relativa y limitada a sus propios términos. A ese respecto, diserta con claridad el P. J. Hellin S.J., en la obra Philosophiae Scholasticae Summa, escrita por profesores de la Compañia de Jesús de las Facultades de Filosofía de España, de los que antes he citado al P. Salcedo y al P. Palmes:

 “Una cosa es la ley y otra cosa es la teoría o hipótesis científica. La ley es la inclinación esencial para operar siempre de modo uniforme y constante en las mismas circunstancias. Estas leyes son ciertísimas y no cambian con la variación de las teorías e hipótesis.

Así, la ley referente al ángulo de incidencia y reflexión de la luz, o a su ángulo de refracción, o las leyes de las combinaciones químicas permanecen siempre las mismas, aunque muden todas las hipótesis y teorías.

“La teoría, sin embargo, o hipótesis, es un cierto antecedente que se presume conjeturalmente como verdadero, y que se propone como causa o condición de los fenómenos. ...

“Si por esta teoría o hipótesis se explican suficientemente los hechos conocidos, y no hay ningún hecho opuesto a tal hipótesis, esta hipótesis goza de probabilidad; pero no goza de certeza, porque de acuerdo con las reglas de la lógica, de la verificación de lo condicionado no se sigue la verificación de la condición, pues lo condicionado puede verificarse también bajo otras condiciones.

“Pero si por esta teoría son explicados todos los hechos conocidos, y si, además, se prueba que sin esa teoría es enteramente imposible explicar tales hechos, entonces esta teoría o hipótesis pasa a ser verdadera tesis” (op. cit., BAC, Madrid, vol. II, 1959, p. 214 — los subrayados son del original; los destaques en negrita son míos).

 Como se ve, todo esto es muy matizado y, además, de conocimiento de las personas con buena formación secundaria.

La certeza, sin embargo, no es la misma cuando se trata de las leyes humanas, como juiciosamente comenta Santo Tomás: “Las leyes humanas no pueden gozar de la infalibilidad que tienen las conclusiones demostrativas de las ciencias. Pero no es necesario que toda medida (Santo Tomás habla de la ley, que tiene carácter de medida) sea completamente cierta e infalible, sino según lo que es posible en su género” (Suma Teológica, I-IIae., q. 91, a.3, ad 3 — subrayados míos).

Así, también las leyes humanas gozan de cierta infalibilidad, propia del género, y que no tiene nada de absoluto.

Una vez más, el asunto se desdobla ampliamente, y no es el caso de mencionar aquí otra cosa, sino que sólo la certeza metafísica, en el campo natural, es perfecta, y que las certezas que provienen de las leyes físicas y morales, son verdaderas certezas, si bien que imperfectas (cf. L. Salcedo, op. cit., p. 361 a 368).

*   *   *

Así analizado el concepto de infalibilidad en algunas de sus múltiples aplicaciones científicas y filosóficas, conviene pasar a sus aplicaciones en la teología.

 

6ª aplicación: La infalibilidad de la oración

Comienzo por la Teología de la perfección cristiana del P. Antonio Royo Marín O.P., quien establece la siguiente tesis: “La oración, revestida de las debidas condiciones, obtiene infaliblemente lo que pide en virtud de las promesas de Dios” (op. cit., BAC, Madrid, 1955, p. 183 ss.).

La promesa divina relativa a la oración — como recuerda el P. Royo Marín — está consignada insistentemente en la Sagrada Escritura (Mt. VII, § 7-8; Mt. XXI, 22; Jo. XIV, 13-14; Jo. XV, 7; Jo. XV, 16; Jo. XVI, 23-24 y I Jo. V, 14-15). El autor se pregunta a continuación: “¿cuáles son las condiciones que se requieren para que la oración alcance infaliblemente su objeto, cumpliéndose de hecho las divinas promesas?” (op. cit., p. 184 — subrayado mío).

Esas condiciones están lapidariamente expresadas por Santo Tomás: “Son cuatro las condiciones que, estando reunidas, alguien siempre consigue lo que pide: a saber, (1) que pida para sí mismo, (2) cosas necesarias para la salvación, (3) piadosamente y (4) con perseverancia” (II-II, 83, 15 ad. 2).

El P. Royo Marín desarrolla esas cuatro condiciones. A titulo de ilustración, destaco únicamente dos aspectos, reproduciendo sus palabras:

 “1ª condición: pro se petat (que pida para sí). — La razón es porque la concesión de una gracia divina exige siempre un sujeto dispuesto, y el prójimo puede no estarlo. ... No queremos decir con esto que la oración por los demás sea siempre ineficaz. Por el contrario, de hecho obtiene muchísimas veces lo que pide. Pero, no podemos tener seguridad infalible de ello por no constarnos con certeza las disposiciones de nuestro prójimo. Podemos pedir a Dios que le disponga por un efecto de su misericordia infinita; pero esto no lo ha prometido a nadie, y no podemos, por lo mismo, conseguirlo infaliblemente” (op. cit., p. 184 — subrayados del original).

Santo Tomás resume en una sola palabra varias condiciones que se requieren por parte de la persona que ora: “Pie” (es decir, piadosamente). Se entiende con ello que la persona rece (1) con humildad, (2) con firme confianza, (3) en nombre de Cristo y (4) con atención.

“Algunos autores — comenta el P. Royo Marín — encabezan estas condiciones subjetivas con la del estado de gracia, sin la cual — dicen — no se puede orar piadosamente. Pero se equivocan. Santo Tomás se planteó esa misma objeción y la resuelve magistralmente. He aquí sus palabras:

“El pecador no puede orar piadosamente en el sentido de que su oración esté informada por el hábito sobrenatural de ese nombre, del que carece en absoluto. Pero puede ser pía su oración en el sentido de que puede pedir algo perteneciente a la piedad; como el que no tiene el hábito de la justicia puede, sin embargo, querer alguna cosa justa. Y, aunque su oración no sea meritoria, puede, sin embargo, ser impetratoria, porque el mérito se apoya en la justicia, pero la impetración en la pura gracia o liberalidad (II-II, 83, 16 ad 2; cf. III. Supl. 72. 3 ad 4).

“De modo que, aunque indudablemente el estado de gracia sea convenientísimo para la eficacia infalible de la oración, no es absolutamente necesario. ... Lo que siempre es necesario es el previo empuje de la gracia actual, que puede darse y se da de hecho en los mismos pecadores” (op. cit., pp. 185-186 — subrayados del original; destaques en negrita míos).

Después de destacar el papel de la perseverancia en la oración, concluye el P. Royo Marin: “Estas son las condiciones para la eficacia infalible de la oración. De hecho, en la práctica obtenemos muchísimas cosas de Dios sin reunir todas estas condiciones, por un efecto sobreabundante de la misericordia divina. Pero, reuniendo esas condiciones, obtendríamos infaliblemente — por la promesa divina — incluso aquellas gracias que nadie absolutamente puede merecer” (op. cit., p. 186 — subrayados del original).

Como se ve, incluso la oración del hombre en estado de pecado mortal es infalible, cuando hecha en las condiciones requeridas.

 

7ª aplicación: La infalibilidad de la virtud de la obediencia

San Ignacio de Loyola habla de la virtud de la obediencia en carta al P. Manuel Godinho, fechada en Roma el 31 de enero de 1552. Dice: “Esta (virtud de la caridad) se digne Dios, Nuestro Criador y Señor, conservar y acrecentar continuamente en vuestra ánima y en las de todos, y con razón tendremos cualesquiera operación en que ella se ejercite a gloria divina por muy santas y convenientes a nosotros, y aquellas más en las que la regla infalible de la obediencia de nuestros superiores nos pusieren (Obras completas de San Ignacio de Loyola, BAC, Madrid, 1952, pp. 808-809).

Por lo tanto, el religioso que obedece a su superior sigue una “regla infalible”.

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Las dos últimas aplicaciones muestran con cuánta largueza, y al mismo tiempo con qué seguridad, la teología católica usa la palabra infalible, sin nada de esa camisa de fuerza que caracteriza el racionalismo cartesiano-positivista que todavía impregna tantos ambientes culturales contemporáneos (cediendo, por cierto, el paso rápidamente para los embrujos de la parapsicología).

Pero hay mucho más por decir, en materia de aplicaciones teológicas de la palabra infalible, y así entro más directamente en el tema que interesa específicamente al objeto de esta carta.

 

8ª aplicación: La infalibilidad del hombre sabio

La Sabiduría puede venirle al hombre de cuatro maneras distintas: en cuanto virtud natural adquirida, en cuanto virtud sobrenatural infusa, en cuanto don del Espíritu Santo y en cuanto carisma.

Al tratar del don de la Sabiduría, Santo Tomás habla primero de la sabiduría natural: se debe decir que, según el Filósofo en el principio del libro de la Metafísica, cabe al sabio considerar la causa altísima, por la cual juzga ciertísimamente respecto de las otras cosas y según la cual todas las cosas deben ser ordenadas” (II-II, 45, 1, resp.).

En cuanto virtud intelectual natural, la sabiduría puede existir en el hombre independientemente de la gracia santificante.

Cuando esta última entra en el alma con el bautismo, o a ella vuelve con el Sacramento de la Confesión, el alma es adornada con todas las virtudes sobrenaturales. Estas son definidas como cualidades que Dios infunde en el alma, por las cuales el hombre tiene propensión, facilidad y prontitud para conocer y operar el bien (cf. Cathecismo Maggiore promulgato da San Pio X, Edizioni Ares, Milano, 1979, p. 195).

Así, mientras que la virtud natural de la sabiduría es adquirida por el hombre con el correr del tiempo, él ya posee la virtud sobrenatural de la sabiduría desde el Bautismo. La pierde con el pecado y la recobra con la absolución, en el Sacramento de la Penitencia.

El don de la Sabiduría, lo recibe el hombre juntamente con los demás dones del Espíritu Santo, también con la gracia santificante que le es comunicada por el Bautismo.

El don del Espíritu Santo se distingue de la virtud sobrenatural entre otros puntos por el hecho de que ésta dispone al hombre para obrar el bien por sí mismo, mientras que el don del Espíritu Santo le dispone para dejarse guiar por Dios.

A cada una de estas modalidades de sabiduría corresponde un grado de infalibilidad proporcional.

Tratando de la relación de los dones con las bienaventuranzas Santo Tomás dice: “De modo semejante, también el don de la sabiduría, del que es propio juzgar, ya ordenando, ya aprobando, las cosas espirituales que el intelecto aprehende, juzgará y ordenará infaliblemente y rectamente respecto de todas las cosas que le son sometidas, sean aprehensiones, sean afectos, sean operaciones; y en esto aparecerá en el hombre una cierta semejanza de la Divinidad, por el hecho de que Dios tomó el nombre del proveer y del juzgar y según esta semejanza el hombre se mostrará manifiestamente hijo de Dios. Por lo que, en la séptima bienaventuranza, que se reduce a la sabiduría, está dicho: porque serán llamados hijos de Dios” (III Sent., d. XXXIV, q. 1, art. 4, n. 115 — subrayado del original; los destaques en negrita son míos).

Este es el trecho de Santo Tomas objeto de la controversia del Sr. F. y que le arrancó las impertinencias ya relatadas.

Por todo cuanto hasta aquí se ha dicho, y por lo que se dirá más abajo, no hay ninguna razón para tomar la palabra “infalibiliter”, que ahí aparece, en un sentido absoluto, exclusivo de Dios (como hacía, por ejemplo, el pastor protestante Eduardo Carlos Pereira, glosado convenientemente por el P. Leonel Franca).

El mismo Santo Tomás explica como en el operar del hombre sabio aparece “una cierta semejanza de la Divinidad”, puesto que Dios toma, su nombre justamente del hecho de proveer y juzgar —”a providendo et judicando nomen acceperit”— y que en eso se manifiesta la semejanza del hombre con Dios. De ahí la conclusión de toda la cita de Santo Tomás, por la cual al hombre sabio compete la séptima bienaventuranza: “Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.

En la Suma Teológica, Santo Tomás explana ese punto más detenidamente, y con la claridad deslumbrante de siempre:

“Se llaman pacíficos por ser forjadores de la paz, sea en sí mismos, sea en otros. Ambas cosas se realizan por la reconducción al orden debido, que es lo que constituye la paz: por cuanto la paz es la tranquilidad del orden, según dice San Agustín en el libro XIX de la Ciudad de Dios. Ordenar, sin embargo, pertenece a la Sabiduría, como se lee en el Filósofo, en el principio del libro de la Metafísica. Por eso, el ser pacífico se atribuye convenientemente a la sabiduría” (II-II, 45, 6, resp.). A continuación Santo Tomás explica que siendo Nuestro Señor Jesucristo la Sabiduría encarnada, los pacíficos, que reciben el don de la sabiduría, alcanzan con eso una cierta participación de semejanza con el Hijo de Dios, y por eso son llamados hijos de Dios” (id. ib.).

Nada en estos textos habla a favor de una infalibilidad absoluta, sino de una infalibilidad participada, que el hombre alcanza por el don de la sabiduría. Y exactamente de esa infalibilidad relativa y participada — y no de la infalibilidad absoluta — es de la que se habla en la TFP, cuando se toca el tema de la inerrancia, para lo que, por tanto, el texto de Santo Tomás da base más que suficiente. Por no haber entendido nada de eso, el Sr. F. habla, en términos de irrisión, de “cheque sin fondos doctrinal”, afirmación, esta sí, precipitada y sin fundamento.

 

9ª aplicación: Infalibilidad del carisma de la Sabiduría y del discernimiento de los espíritus. Sabiduría y prudencia.

Resta decir una palabra sobre el carisma de la Sabiduría, y sobre un tema relacionado que es el del discernimiento de los espíritus.

He mostrado la diferencia entre virtud sobrenatural infusa y don. Ambos se distinguen del carisma por el hecho de que son dados al hombre primordialmente con vistas a su propia santificación, mientras que el carisma es concedido para el bien de los otros, o para el bien común de la Iglesia. El don y la virtud sobrenatural están presentes en el alma con la gracia santificante; el carisma puede existir en algunos independientemente del estado de gracia. Es decir, incluso en el pecador puede haber carisma. El carisma, en sí mismo, no tiene relación directa y necesaria con el mérito de la persona.

De todo esto nos habla Santo Tomás con su sublime claridad y espíritu de síntesis: “Algunos son dotados del recto juicio en la contemplación de las cosas divinas, así como para la ordenación de las cosas humanas según las normas divinas, tanto cuanto les es necesario para la salvación. Y esto no falta a nadie que esté sin pecado mortal, existiendo la gracia gratum facientem (gracia santificante), porque si la naturaleza no falta en las cosas necesarias, mucho menos la gracia. Por eso se dice: La unción os enseñará respecto de todas las cosas (I Jo. II, 27).

“Otros, sin embargo, reciben el don de la sabiduría en más alto grado, ya sea en lo que se refiere a la contemplación de las cosas divinas, en cuanto conocen y pueden manifestar a los otros algunos de los más altos misterios, como también en lo que se refiere a la dirección de las cosas humanas según las normas divinas, en cuanto pueden ordenar según ellas no sólo a sí mismos, sino también a los otros. Pero este grado de sabiduría no es común a todos los que tienen la gracia gratum facientem (gracia santificante), sino que pertenece más a las gracias gratis datas (carismas), las cuales el Espíritu Santo distribuye como quiere, conforme está escrito en la I Epístola a los Corintios (XII, 8 ss.): A otro es dado por el Espíritu la palabra de sabiduría, etc.” ( II-II, 45, 5, resp.).

Es muy expresiva de la naturaleza del carisma la locución gracia gratis data con que Santo Tomás se refiere a éste.

Por lo tanto, como está dicho por Santo Tomás, a la sabiduría no sólo compete la manifestación de los más altos misterios, sino también la dirección de las cosas terrenas según las normas divinas. Es pues el momento de establecer la relación entre sabiduría y prudencia.

Santo Tomás: “La prudencia es la sabiduría en el hombre”

Así define H. D. Noble, en el Dictionnaire de Théologie Catholique, el operar de la prudencia: “La acción propia de la prudencia es dirigir hacia el ideal moral las acciones humanas, a través de las múltiples y variables circunstancias de la vida. ... Prever una acción que todavía no se ha realizado y ordenarla como debiendo realizarse, porque se juzga que ella está de acuerdo con la situación presente y con la oportunidad de las circunstancias actuales, esto es la prudencia. Evidentemente, eso exige previdencia: es necesario considerar y pesar anticipadamente las consecuencias, las ventajas o desventajas. Esta previsión es el instante importante de la prudencia, y la misma palabra prudencia significa etimológicamente: previdencia, providencia. Por eso la previdencia es esencial al acto prudencial principal: el precepto. A esta previsión perspicaz de la acción futura se ordenan todas las diligencias y todas las destrezas del espíritu práctico. ... La experiencia de la vida, la sagacidad, la docilidad, el sentido común cauteloso y la justeza del razonamiento sirven para prever bien, y bien juzgar con anticipación la acción tal cual será y deberá ser. Ser previdente es ser prudente (cf. II-II, 49, 6)” (vocablo Prudence, op. cit., Letouzey et Ané, Paris, tomo II, 1923, Cols. 1501-1502 — subrayado mío).

He querido citar este largo trecho porque facilita el establecimiento de las relaciones entre prudencia y sabiduría, por una parte, y por otra, porque pone los rieles para la explanación del concepto de inerrancia profética, tal como lo entendemos en la TFP, y está bien explicado en la refutación del tristemente nombrado Rapport francés (cf. Imbrolio-Détraction-Délire / Remarques sur un Rapport concernant les TFP, Tradition-Famille-Propriété, Asnières, Francia, 1980, vol. I, pp. 253 a 284 y pp. 309-310).

La prudencia es la sabiduría del hombre, según explica Santo Tomás: “La sabiduría considera la causa más alta absolutamente hablando. Por eso, la consideración de la causa más alta en cualquier género pertenece a la sabiduría en ese género. Ahora bien, en el género de las acciones humanas, la causa mas alta es el fin común a toda la vida humana. Y este es el fin para el cual tiende la prudencia. ... Por lo que es patente que la prudencia es la sabiduría en las cosas humanas: no la sabiduría absoluta, porque no versa sobre la causa más alta absolutamente hablando, sino sobre el bien humano y el hombre no es lo más excelente de todo cuanto existe. Y por eso con razón se dice que la prudencia es la sabiduría en el hombre, pero no la sabiduría absoluta” (II-II, 47, 2, ad 1).

Así establecida la relación en el hombre, entre sabiduría y prudencia, cabe decir algo sobre el discernimiento de los espíritus. Recurro una vez más al Dictionnaire de Théologie Catholique, vocablo Discernement des Esprits, de A. Chollet. Según él, cabe una distinción: “El discernimiento es un arte o un don: en el primer caso es adquirido por el propio trabajo del hombre, que se inspira en las reglas o en los consejos de la Sagrada Escritura o de la tradición; en el segundo caso es infundido por una gracia especial” (op. cit., Letouzey et Ané, Paris, 1920, tomo IV, 2ª parte, col. 1401).

El discernimiento infuso “es infalible, pero raro”, el discernimiento adquirido “está lejos de ser infalible y presenta grandes dificultades” (op. cit., col. 1401).

El don del discernimiento, “siendo un carisma, ordinariamente es reservado a los santos y excepcionalmente concedido a los pecadores” (op. cit., col. 1412).

“No hay duda de que, a lo largo de los siglos que transcurrieron desde que San Pablo nos reveló la existencia de este carisma, el don del discernimiento ha sido concedido a muchos santos. Unos, a ejemplo del Salvador que veía los pensamientos secretos de sus discípulos (Mt. IX, 47) o de los fariseos (Mt. VI, 8), sabían decir a sus interlocutores las ideas concebidas en sus espíritus, o los movimientos que agitaban sus corazones; otros descubrían a penitentes mudos faltas olvidadas o escondidas; otros tenían, bajo la forma de perfumes o de otro modo, la percepción del estado de gracia o de pecado en que se encontraban los hombres” (Op. cit., col. 1413).

“De acuerdo con lo que acaba de ser dicho se ve que el acto de discernimiento de los espíritus es doble: uno es raro, y pertenece menos a este don y más propiamente al don de profecía, que consiste en el conocimiento de los secretos del corazón (cf. Santo Tomás, I-II, 111, 4); el otro, más frecuente, y que es propiamente el discernimiento de los espíritus, consiste en — estando ya conocidos, normal o milagrosamente los secretos de los corazones — discernir, por un justo juicio, de qué principio, bueno o malo, proceden” (op. cit., col. 1413).

A este respecto, dice San Juan de la Cruz, en la Subida al Monte Carmelo: “Los que tienen el espíritu purgado con mucha facilidad naturalmente pueden conocer — y unos más que otros — lo que hay en el corazón o espíritu interior y las inclinaciones y talentos de las personas; y esto por indicios exteriores, aunque sean muy pequeños, como por palabras, movimientos y otras muestras. Porque, así como el demonio puede esto, porque es espíritu, así también lo puede el espiritual, según el dicho del Apóstol que dice: El espiritual todas las cosas juzga (I Cor. II, 15)” (op. cit., L. II, cap. XXVI, 14).

Sobre la infalibilidad del don de discernimiento, se expresa así A. Chollet, en el citado vocablo del Dictionnaire de Théologie Catholique: “Este instinto sobrenatural, basado sobre señales externas tan desproporcionadas naturalmente, es una especie de adivinación que no otorga ninguna infalibilidad formal. El don de discernimiento no goza de una tal infalibilidad, a no ser que se produzca por una revelación explícita de Dios manifestando al profeta, de manera precisa, los secretos de un alma. Se puede decir de este don lo que Santo Tomás enseña de la profecía: ésta, dice él, es perfecta, es decir, por revelación explícita, o imperfecta, es decir, por un instinto misteriosísimo. La primera trae consigo la certeza; la segunda tiene menos seguridad, no que pueda engañarse, sino que es tal que no sabe de modo evidente que viene de Dios (II-II, 171, 5)” (op. cit., cols. 1413-1414).

Y el mismo autor explica en qué consiste esa infalibilidad no formal: “Siempre que el don de discernimiento esclarece a un hombre, lo esclarece infaliblemente, y las cosas que él inspira son siempre materialmente verdaderas; pero falta la certeza o infalibilidad formal cuando aquel a quien Dios inspira y que así está necesariamente en la verdad, ignora que es inspirado por Dios y así duda subjetivamente de las cosas objetivamente ciertas (cf. Suárez, De Gratia, parte I, proleg. III, c. V, n. 43, Paris, 1857, tomo VII, p. 164; San Bernardo, Sermón XVII, super Cantic., P.L., tomo 183, col. 855)” (op. cit., col. 1414) .

Así, una vez más se puede hablar de la infalibilidad del carisma de la sabiduría y del discernimiento de los espíritus, sin necesidad de admitir una infalibilidad formal. Queda siempre el margen de posibilidad de tomar por carisma de discernimiento lo que no lo es realmente.

*   *   *

Continuaré mostrando el amplio campo de aplicaciones que encuentra la palabra infalibilidad en la teología católica.

 

10ª aplicación: Inerrancia o infalibilidad de la Sagrada Escritura

Dice el P. Miguel Nicolau en la Sacrae Theologiae Summa de los padres jesuitas profesores en las Facultades de Teología de España:

Tesis 8. Todas las sentencias de la Escritura son verdaderamente infalibles. Nociones: Infalibilidad significa no sólo ausencia de error, sino imposibilidad de error en el sujeto inteligente, o en sus dichos o escritos. Por eso, la infalibilidad de todas las sentencias de la Sagrada Escritura significa no sólo el hecho de su veracidad (inerrancia), sino la imposibilidad de cualquier error. La cuestión, por lo tanto, no es sólo de hecho, sino también de derecho” (op. cit., BAC, Madrid, 1958, vol. I, p. 1085).

En la misma obra de los teólogos jesuitas, el P. Joaquín Salaverri subraya la distinción entre inerrancia e infalibilidad: “a) Infalibilidad de hecho, o mera inerrancia, es el simple hecho de la inmunidad a los errores; b) Infalibilidad de derecho es la imposibilidad de errar” (op. cit., vol. I, p. 670).

Por otro lado, el P. Goupil, autor de Une Théologie en Français, en varios volúmenes, hablando del efecto de la inspiración de los Libros Sagrados, que es la “inerrancia”, dice: “Infaliblemente verdadero: no se trata únicamente de una inerrancia de hecho, sino de derecho” (op. cit., vol. II, La Regle de la Foi, Imprimerie-Librairie Goupil, Laval, Mayenne, 2ª ed., 1945, pp. 81-82 — subrayados del original).

Al utilizar por primera vez la palabra “inerrance” en francés, en su obra, editada en 1945, el P. Goupil remite a la siguiente nota al pie de página: “Si bien este término técnico no pertenece a la lengua francesa, expresa tan bien la idea de ausencia de error, de hecho y de derecho en los libros sagrados, ha entrado de tal manera en el uso de los exegetas y teólogos bíblicos, que seguramente nadie objetará que yo lo utilice” (op. cit., p. 14, nota 1 — el subrayado es mío).

Una vez más, Dr. Plinio, estamos ante una terminología teológica de admirable amplitud, pues mientras que dos autores (P. Nicolau y P. Salaverri) establecen una nítida distinción entre inerrancia (de hecho) e infalibilidad (de derecho), otro autor (P. Goupil) incluye en el concepto de inerrancia la ausencia de error tanto de hecho como de derecho... Es simplemente cuestión de no tropezar con las palabras, como decía San Hilario, citado por Santo Tomás: “Non sermona res, sed rei debet esse sermo subiectus” — “No es la cosa lo que debe estar sujeta a la palabra, sino la palabra a la cosa” (I-II, 96, 6, sed contra).

 

11ª aplicación: Infalibilidad del Papa y de la Iglesia

Los mismos conceptos de inerrancia de hecho e inerrancia de derecho, alternándose con la distinción, o con la identificación, de los términos inerrancia e infalibilidad, aparecen cuando los teólogos tratan de la infalibilidad de la Iglesia.

Así, dice el Dictionnaire de Théologie Catholique: “En cuanto al magisterio establecido por Jesucristo en su Iglesia, es manifiesto que la infalibilidad con que está divinamente provista no es una simple inerrancia de hecho, incluso perpetuamente realizada; es una inerrancia de derecho por cuya virtud, la autoridad docente en la Iglesia está preservada de todo error” (E. Dublanchy, vocablo Eglise, in Vacant-Mangenot, op. cit., Letouzey et Ané, Paris, 19 , vol., col. 2175 — subrayados míos). Hago notar que en el texto aparece dos veces la palabra “inerrance”, no usual en el francés corriente, pero de libre curso en el lenguaje teológico.

También el Cardenal Journet, tratando de la asistencia divina de que goza la Iglesia, explica que “es más que una simple inerrancia de hecho, representa una inerrancia de derecho porque la Iglesia puede, en todas las circunstancias, contar con el socorro especial de Dios” (LEglise du Verbe Incarné, Desclée de Brouwer, Paris, 1962, vol. I, p. 432). Y en este punto el Cardenal Journet remite en nota al Cardenal Billot, a quien cita traduciendo del latín al francés: “La infalibilidad se distingue de la simple inerrancia. Hay inerrancia cuando alguien está, de suyo, expuesto a error, pero de hecho, posee la verdad. Hay infalibilidad cuando una persona no se engaña ni se puede engañar. Sin embargo, la inerrancia de derecho, opuesta a la simple inerrancia de hecho, no se distinguiría de la infalibilidad” (L. Billot S.J., De Ecclesia Christi, Aedes Universitatis Gregorianae, Roma, 1921, tomo I, 4ª ed., p. 366 — los subrayados son del Cardenal Journet). En estos textos la palabra “inerrance” aparece siempre en francés.

Por fin, vuelvo una vez más a nuestro insigne P. Leonel Franca S.J.: “Después de determinar así cuidadosamente el órgano o sujeto de la infalibilidad, la definición conciliar, con igual perspicuidad, precisa su objeto. El privilegio de inerrancia comprende sólo las cuestiones relativas a la fe o a las costumbres: in doctrina de fides et de moribus definienda” (A Igreja, a Reforma e a Civilizaçäo, Civilizaçäo Brazileira, Rio de Janeiro, 1934, 3ª ed., p. 163 — subrayados del original; los destaques en negrita son míos).

Como se ve, el P. Leonel Franca toma el término infalibilidad, incluso de jure, como sinónimo de inerrancia. Insisto: lo único necesario es no tropezar con las palabras, y no confundir los conceptos, más importantes éstos que aquellas, como decía San Hilario.

 

12ª aplicación: La infalibilidad divina

Hic taceat omnis lingua: “Dios posee una ciencia infinita; Dios se conoce a Sí mismo de una manera infinitamente perfecta; Dios conoce todo lo que existió, existe o existirá, incluso el mal en el orden moral como en el orden físico, incluso los actos libres de las criaturas inteligentes” (A. Michel, vocablo Science de Dieu, in Vacant-Mangenot, Dictionnaire de Théologie Catholique, Letouzey et Ané, Paris, 1941, tomo XIV, col. 1600).

“La ciencia divina, siendo infinita, se extiende a todo: así, se llama omnisciencia” (id., col. 1598).

3. Infalibilidad absoluta, relativa y participada

Como queda claro por estos textos, la misma infalibilidad papal no se identifica con la infalibilidad absoluta de Dios. Es una infalibilidad absoluta pero participada. Absoluta en el sentido de que el Papa — en las condiciones necesarias para el ejercicio de la infalibilidad — por voluntad de Dios no puede caer en error. Ni siquiera puede el Papa, en tales circunstancias, rehusar la ayuda de Dios para no errar. Participada porque es una participación, comunicada al Jefe de la Iglesia, de la infalibilidad divina.

Por el contrario, la infalibilidad relativa y participada del hombre que tiene la virtud, el don o el carisma de la sabiduría, es tal que él puede rehusar o no ejercer esa virtud, don o carisma. El será infalible únicamente en los casos en que no rehúse la ayuda de Dios, o no carezca de ella.

Si ese hombre tiene un largo e ininterrupto hábito de corresponder a esos favores de Dios (comprobado incluso en circunstancias arduas, en que la fidelidad a esa ayuda le exige sacrificios heroicos), se puede tener la certeza moral de que tal hombre no cometerá errores. Aunque no la certeza absoluta.

De ahí, la legítima distinción que se puede establecer entre infalibilidad e inerrancia, reservando los términos respectivamente para una cosa y otra: la infalibilidad será, entonces, la imposibilidad de errar; la inerrancia, el firme y arraigado hábito de no errar (inerrancia habitual), lo que es diferente de la imposibilidad de cometer errores [10].

Un ejemplo ayudará a concretizar esa diferencia: si conozco una Hermana de Caridad, venerable por su edad y por sus virtudes, puedo preguntar: ¿es posible que, durante la noche, asesine un niño, lo ase y se lo coma?

“Imposible” — se dirá en el lenguaje común. Es decir, el hábito profundo de detestar un crimen como ese está tan arraigado en su espíritu, que puedo tener la certeza de que no lo hará. Sin embargo esa certeza no se equipara a la certeza inspirada por la infalibilidad absoluta de Dios o la participada del Papa.

Dice el proverbio portugués: “Imposible, sólo Dios errar”, o añado yo — “Imposible, sólo la Iglesia errar”. Esta imposibilidad es una verdadera infalibilidad en el sentido pleno de la palabra.

Diferente es el otro grado, de una Hermana de la Caridad a cuyo respecto estoy seguro de que no va a matar a un niño, asarlo y comerlo, porque, en tesis, en rigor de los rigores, puede suceder. El grado de firmeza de mi persuasión no es, en este caso, el mismo que cuando afirmo que la Iglesia no puede cometer error.

La distinción hecha más arriba entre infalibilidad e inerrancia tiene el mismo alcance.

La inerrancia puede ser objeto de nuestra confianza, en la medida en que hayamos llegado a la conclusión de que existe en una persona. Así, es legítimo que crea en determinada cosa por causa de la inerrancia de tal persona.

Sin embargo, en ese caso, conviene que pueda creer también por la verdad intrínseca de la cuestión, pues la inerrancia se confirma por la continua verificación del acierto de la persona en quien confío. Y lleva consigo, por lo tanto, conferir lo que dice o hace la persona inerrante, con aquello cuyo conocimiento está a mi alcance conocer con toda certeza.

Tal conferir, la persona inerrante debe verlo con todo agrado, hasta el punto de ayudar a quien lo hace. Y esto es tanto más verdadero cuanto que el Magisterio de la Iglesia, incluso cuando es ejercido con infalibilidad absoluta, da maternalmente las explicaciones racionales de por qué tal enseñanza es esa y no otra. Cuando el espíritu humano cree porque la Iglesia enseña, practica un acto de fe en el sentido propio de la palabra, por causa de la fe en la infalibilidad de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, el espíritu humano se siente maternalmente tratado, y tiene las condiciones para una redoblada certeza de que la Iglesia tiene razón en lo que enseña.

Entonces, la posición del católico es: cree porque la Iglesia enseñó, y creería aunque no entendiese la demostración racional de alguna verdad, porque la Iglesia es infalible. Pero sabe, también, que determinada enseñanza de la Iglesia se demuestra lógicamente de tal y tal modo, y eso le da mayor seguridad en la interpretación y en el conocimiento de lo que la Iglesia ha enseñado.

Lo cual no deja de tener alcance práctico en muchas circunstancias. Como “el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt. XXVI, 41), si el católico tuviera una noción general de las razones por las que la Iglesia enseña lo que enseña, en una hora de debilidad tiene un apoyo más para su Fe, la cual, por encima de todo, es importante que no vacile.

Todas estas consideraciones sirven para la distinción entre inerrancia e infalibilidad. Dada la vigilancia que el hombre debe tener consigo mismo para no caer en error y en pecado, debe armarse con todos los recursos para no vacilar en la Fe y en la Verdad. Así, debe encender, sobre lo que se le ofrece como objeto para su adhesión, todos los focos de que dispone: los focos de la Fe, en el caso de la Iglesia; los focos de la confianza, en el caso de una persona en quien reconoce la inerrancia; pero, además, los focos de la razón. En todo, respetada la jerarquía de los valores.

A continuación mostraré como se aplican esas nociones en la TFP.

Capítulo IV 

Contornos auténticos de la noción de inerrancia vigente en la TFP

 

Vista, pues, en tesis, la noción de inerrancia y como se puede legítimamente establecer una distinción en relación a la infalibilidad, es el momento de ver como esa noción le es aplicada a Vd., Dr. Plinio, en la TFP.

1. Como nació en la TFP la noción de inerrancia

Cualquier persona que tome un contacto apenas superficial con Vd., y aún más quien sigue sus artículos periodísticos, lee sus libros o manifiestos publicados por la prensa, asiste a sus conferencias o participa de las reuniones que preside, enseguida se queda impresionado por la exactitud de sus apreciaciones, por la agudeza de sus comentarios y por la amplitud y profundidad de los panoramas que Vd. suele tener en la mente.

Esto, que se verifica con un simple contacto o con la mera audición de una conferencia suya o, en fin, en la lectura de un documento de su pluma, evidentemente llama mucho más la atención de quienes tienen la ventura de convivir con Vd., y colaborar en su magnífica obra.

Ya desde los tiempos del “Legionario”, en la segunda mitad de la década de los 30, sus primeros compañeros de ideal se quedaban admirados con esas cualidades y, sobre todo, les entusiasmaba el acierto de las previsiones que Vd. hacía respecto de la guerra inminente y una vez desencadenada, sobre la sucesión de los acontecimientos. Ese acierto está consignado en las páginas del “Legionario”, semanario oficioso de la Archidiócesis de São Paulo, leído incluso por personas extrañas a los ambientes católicos, como fuente de orientación en medio de los tumultuosos acontecimientos de entonces. Es conocido el hecho de un periodista, muy discutido pero sin duda brillante, fundador y director de una gran cadena de diarios extendida por todo el Brasil, que habitualmente tenía el “Legionario” sobre su mesa de trabajo.

Además, fueron esas sus cualidades, Dr. Plinio, que le hicieron ser, desde el comienzo de su actuación, un líder católico con proyección en todo el Brasil y sobrepasando con mucho los entonces estrechos límites de los ambientes religiosos.

Es natural que, con las nuevas generaciones de discípulos que se congregaron a su alrededor, cada vez más numerosos, esa admiración y entusiasmo en nada disminuyesen y, por el contrario, aumentasen.

Así, a medida que crecía el caos contemporáneo, aumentaba el entusiasmo con que las generaciones más recientes notaban y señalaban esas cualidades suyas. En cierto momento, como era natural, se procuró una explicación, en términos de Doctrina Católica, para ese hecho tan notorio y digno de admiración, del acierto de sus previsiones y de su conducta, que está en la raíz de la proyección de la TFP, ahora ya no sólo en Brasil, sino en toda América Latina, en América del Norte, y alcanzando también Europa y África.

La palabra inerrancia surgió entonces con el deseo, tan entrañable para nuestra alma de católicos, de marcar desde luego, una esencial diferencia en relación al privilegio de la infalibilidad de que goza la Autoridad Pontificia. Así quedaba acuñado un sentido convencional para el vocablo inerrancia, que el uso de teólogos eminentes legitima, como mostré en el capítulo anterior.

El concepto de inerrancia, íntimamente relacionado con el profetismo, nació pues orgánicamente, y fue siendo explicitado a medida que las almas se abrían a esa realidad, o las necesidades de la controversia en torno a la TFP obligaban a una explicitación. Una de estas fue el tristemente nombrado Rapport francés, para cuya refutación fue preparado todo un capítulo sobre el asunto del profetismo en la Iglesia: profetismo oficial en cuanto residiendo en la Jerarquía, profetismo particular en cuanto don o carisma que el Espíritu Santo distribuye “como quiere” — “prout vult” — para el bien de toda la Iglesia (cf. Imbroglio-Détraction-Délire / Remarques sur un Rapport concernant les TFP, Tradition-Famille-Propriété, Asnières, Francia, 1980, vol. I, cap. VII, pp. 253 a 284).

2. Por qué la noción de inerrancia no fue abordada directamente en la respuesta al “Rapport” francés

No es el caso de reproducir ahora todo cuanto allí está convenientemente desarrollado. Baste observar que el autor anónimo del Rapport colocaba más en foco el asunto del profetismo, y en consecuencia era esto lo que convenía afrontar más directamente; como fue hecho.

De paso, el Rapport aludía a la noción de inerrancia, declarando ser usual en la TFP afirmar: “La TFP na jamais failli”. “Dr. Plinio ne peut pas se tromper” (p. 61). Para responder a esta acusación, la refutación publicada por la TFP francesa consagró las pp. 309-310 del primer volumen. Ahí está consignado que “las TFP se afirman, continuamente, y públicamente, como asociaciones civiles de inspiración cristiana, basadas en la enseñanza tradicional de la Iglesia. En sus reuniones y conferencias, así como en sus publicaciones, en todo momento son invocados los documentos pontificios tradicionales, como prueba decisiva de que las posiciones doctrinales de la TFP son correctas.

“Verdaderamente no se puede imaginar que más podrían hacer, las TFP y el Dr. Plinio personalmente, en esta materia.

“Ahora bien, quien para argumentar alega como decisiva la opinión de otro, se reconoce a sí mismo implícitamente como falible, y proclama la infalibilidad de ese otro.

“En términos concretos, la TFP brasileña y el Dr. Plinio afirman reiteradamente su propia falibilidad y proclaman la infalibilidad de la Santa Iglesia” (loc. cit.).

Y tras recordar que la TFP nunca publicó ningún documento que concerniese la doctrina de la Iglesia, sin la debida consulta a teólogos que la honraban con su amistad y la frecuencia a sus sedes, la refutación concluye: “¿Dónde pues, esa arrogante y absurda infalibilidad? — El Dr. Plinio nunca se ha pretendido teólogo. No se presenta más que como un fiel con firme sentido católico. Y uno de los elementos del sentido católico de un seglar consiste en prestar el acatamiento debido a la opinión de los teólogos, y en acoger no sólo con humilde consonancia, sino con avidez, lo que la Iglesia enseña” (ib.).

Como el Rapport francés utilizaba el verbo “faillir”, es comprensible que la impugnación de esa acusación falsa acabase en la negativa de la tal “arrogante y absurda infalibilidad”. El término inerrancia no fue, por lo tanto, objeto de consideración.

Siempre atrevido y poco versado en la terminología teológica, el Sr. F. se siente en el derecho de afirmar que “ya el Rapport Judas [11] levantaba la cuestión de la creencia de los miembros del grupo [12] en su infalibilidad. En el Imbroglio Vd. niega que sea infaillible. Sería difícil que negase que se considera inerrante porque el Imbroglio fue publicado en francés, idioma que no posee palabra equivalente a inerrancia” (Carta 83, p. 13).

Ya se ha visto como “inerrance” e “inerrant” tienen curso libre en el lenguaje teológico, en francés. Ahora bien, de acuerdo con las mejores teorías lingüísticas, el vocabulario de un idioma no está constituido únicamente por las palabras catalogadas en un diccionario — y menos aún por las palabras aceptadas oficialmente por la Academia de la Lengua — sino también por todas las palabras que componen la terminología especializada de determinado ramo de la ciencia, del arte, de una profesión, etc. Más aun, virtualmente también pertenecen al vocabulario de esa lengua las palabras que nunca han sido utilizadas por nadie, pero que, de acuerdo con las buenas reglas de formación de palabras de ese idioma, pueden llegar a ser usadas por alguien que lo hable, de manera que sea normalmente entendido por las otras personas que también hablan esa misma lengua (cf. Joseph Vendryes, Le langage, Albín Michel, Paris, 1968, pp. 210-211).

Por lo tanto, las palabras “inerrance”, “inerrant” deben ser tenidas como pertenecientes al vocabulario de la lengua francesa, pese a no ser de uso corriente, ya que los teólogos las utilizan [13]. Así, no es exacto decir que el francés es un “idioma que no posee palabra equivalente a inerrancia”. Con esa afirmación tan perentoria, el Sr. F. simplemente demuestra su ignorancia de la terminología teológica en la lengua francesa.

Esa ignorancia, de cualquier forma, no causa sorpresa, porque en realidad, nadie está obligado a conocer una terminología especializada, máxime en lengua extranjera. Lo que causa espanto es el desembarazo con que el acusador parte de esa ignorancia para arrojarle esa injuria más, y acusarle injustamente de ese nuevo procedimiento indigno.

En lo que se refiere a la refutación al Rapport francés, debemos observar que todo acusado tiene el derecho de restringir su defensa a los límites de la acusación. Por lo tanto, si el Rapport utilizó el verbo “faillir”, que conduce naturalmente a la idea de “infaillibilité”, esta acusación era lo que convenía enfrentar. Y así fue hecho. No había, por lo tanto, por qué tratar específicamente del concepto de inerrancia, tanto más cuanto que estaba siendo focalizado un tema mucho más alto — el profetismo — al que la refutación consagra nada menos que dos Capítulos: uno al asunto en cuanto tal, otro a las acusaciones con él relacionadas.

Así, la acusación del Sr. F., de que la refutación al Rapport francés esquivó hábilmente el asunto de la inerrancia, carece de fundamento, sea cuanto a la razón alegada (no existir la palabra “inerrance” en francés), sea cuanto al objetivo insinuado (huir de una cuestión embarazosa).

El asunto de la inerrancia no tiene nada de embarazoso para nosotros en la TFP, por basarse en un hecho notorio en los más variados ambientes de la entidad — e incluso fuera de ellos — para el cual, como he dicho, se buscó una explicación y una palabra, en términos de Doctrina Católica.

Entro en el meollo de la cuestión.

3. Conformidad de la noción de inerrancia con la Doctrina Católica

Extraeré primero algunos conceptos y aclaraciones de la refutación al Rapport Judas, que sirven de introducción al asunto:

La TFP realiza una reunión semanal — en la que participan cerca de doscientos socios y cooperadores de distintos niveles de responsabilidad y procedentes de las más variadas partes del País (así como visitantes calificados de otras TFP) — consagrada al análisis de los hechos de interés ocurridos durante la semana. Como casi todas las noticias utilizadas en la reunión consisten en recortes de periódico, tomó el nombre de Reunión de Recortes (cf. op. cit., pp. 268-269).

El método usado por Vd. en esa reunión siempre ha sido el mismo, a lo largo de estos 50 años. Y corresponde a la trilogía tomista: ver, juzgar y actuar.

a)     Ver la situación nacional e internacional contemporánea, con base en recortes y datos informativos ofrecidos por cuantos quieran presentarlos;

b)     Juzgar la situación, es decir analizarla a la luz de la Doctrina Católica, en sus respectivos elementos constitutivos, en sus antecedentes históricos, y en los desarrollos eventuales a que dé lugar. Es la previsión con vistas a la planificación de una eventual toma de actitud de la TFP ante la opinión pública;

c)     Actuar significa, en la Reunión de Recortes, trazar los planes, prever los medios de acción, y a veces distribuir las incumbencias (cf. op. cit., p. 272).

Las previsiones surgen, en las Reuniones de Recortes, como remotas hipótesis, de las que algunas van muriendo, y otras van enriqueciéndose y consolidándose con el curso de los acontecimientos, hasta el punto de dar origen, a veces, a una certeza moral: entonces está caracterizada la previsión.

Las colecciones del “Legionario” y de “Catolicismo”, así como sus artículos y entrevistas a la prensa diaria, Dr. Plinio, ahí están para demostrar cómo, a lo largo de esos 50 años, tales previsiones fueron confirmadas habitualmente por los hechos. A veces ruidosamente, y en desacuerdo con la expectativa de la opinión general (cf. op. cit., p. 273).

Ahora bien, la previsión, como mostré en el capítulo anterior (cf. 9ª aplicación del concepto de infalibilidad), es acto propio de la prudencia, la cual es, a su vez, la sabiduría en el hombre.

Nos pusimos así a preguntarnos en la TFP, si ese acierto notable de sus previsiones, que tiene como corolario el acierto extraordinario de la orientación que Vd. imprime a la TFP, no era el fruto opimo de la virtud y del don de la sabiduría que vemos brillar en Vd., quizás incluso el fruto de un carisma, puesto que el carisma es dado por el Espíritu Santo, no para el bien propio, sino para el bien de los otros, conforme expliqué. Entonces se trataría del carisma de la sabiduría, quizás también del carisma de profecía, de los que habla San Pablo (Rom. XXXII, 4 a 8; I Cor. XII, 1 a 11 y 28 a 30; Ef. IV, 7 a 13), y aumentados por el don de discernimiento de los espíritus. Evidentemente, la respuesta a esas preguntas nunca cerró esa cuestión en la TFP. Pero lo que importa, en el momento, no es demostrar que Vd. fue favorecido por tales carismas, sino analizar si esto está de acuerdo con la Doctrina Católica, y si es legítimo hablar de inerrancia, a partir de esta constatación.

Lo que ya se ha dicho en la 9ª aplicación del concepto de infalibilidad muestra la perfecta consonancia de esa hipótesis con la explanación de eminentes teólogos, de amplio prestigio en la Iglesia.

Debemos insistir sobre la infalibilidad relativa — a la que llamamos inerrancia — que proviene de la posesión de esos dones.

Sobre ello, se expresa así el Cardenal Journet en cuestión subordinada al subtítulo “El conocimiento profético no se extinguirá en la Iglesia”: “La Iglesia no conoce sólo el depósito revelado, también es iluminada sobre el estado del mundo y sobre el movimiento de los espíritus. Sus hijos más lúcidos participarán de esta milagrosa penetración suya. Ellos sabrán discernir, a la luz divina, los sentimientos profundos de su época, sabrán diagnosticar los verdaderos males y prescribir los verdaderos remedios. Mientras la masa parecerá alcanzada por la ceguera, mientras incluso los mejores dudarán o tantearán, ellos, con un instinto sobrenatural e infalible, irán directamente al blanco. El paso de los siglos manifestará cuan justa era su visión. San Atanasio o San Cirilo, San Agustín o San Benito, Gregorio VII, Francisco de Asís, Domingo, veían en una especie de relámpago profético la marcha de los tiempos y la orientación que era preciso dar a las almas. El autor de la Ciudad de Dios, el contemplativo que fundó, hace ochocientos años, la regla siempre viva de los cartujos, Santo Tomás, que dilucidó, tres siglos antes de la Reforma, las verdades que iban a ser más contestadas bajo el dintel de los nuevos tiempos, Juana de Arco, Teresa de Ávila, estos son los verdaderos profetas de la Iglesia. Eran al mismo tiempo santos, y es verdad que la profecía es distinta e incluso separable de la santidad. Pero cuando es auténtica, se encaja siempre en el surco de la revelación apostólica; y como el poder del maestro sustenta y guía el esfuerzo de los discípulos, las profecías auténticas son sustentadas y guiadas por la revelación de Cristo y de los apóstoles. En ninguna época — dice Santo Tomás — faltaron hombres dotados del espíritu de profecía, no ciertamente para traer alguna nueva doctrina de la fe, ad novam doctrinad fidei depromendam, sino para dirigir los actos humanos, ad humanorum actuum directionem (II-II, 174, 6 ad 3). Los profetas que se apartan de esta línea son falsos profetas” (LEglise du Verbe Incarné, Desclée de Brouwer, Paris, 1962, vol. I, 3ª ed., pp. 173 a 175 — subrayados del original; los destaques en negrita son míos).

Y en nota al pié, el Cardenal Journet, cita dos veces más a Santo Tomás: “Los antiguos profetas — dice Santo Tomás — eran enviados para establecer la fe y restaurar las costumbres. ... Hoy, la fe ya está fundada, porque las promesas fueron cumplidas por Cristo. Pero la profecía que tiene por fin restaurar las costumbres no cesa y ni cesará” (Comm. in Math. cap. XI). — Explica además, (Santo Tomás) que las profecías que nos revelaron el depósito de la Fe divina se diversifican a medida que se hacen más explícitas con el progreso del tiempo; pero las profecías que tienen por fin dirigir la conducta de los hombres deberán diversificarse según las circunstancias, porque el pueblo se disipa cuando cesa la profecía: Por eso, en cada época, los hombres fueron instruidos divinamente respecto de lo que convenía hacer, según exigía la salvación de los elegidos (II-II, 174, 6)” (op. cit., pp. 174-175 — subrayados del original).

Una vez más debemos observar, Dr. Plinio, que no está aquí en discusión si Vd. posee estos altísimos dones y esta privilegiada misión. Lo que debe ser señalado es la conformidad de esta concepción con la Doctrina Católica, abonada, como lo está, por el Cardenal Journet, con citas inequívocas de Santo Tomás.

Que los progresistas hayan querido servirse de la misma doctrina para construir las fantásticas y heréticas teorías de los “grupos proféticos”, no disminuye en nada el derecho de ciudadanía de esa doctrina en la teología católica [14].

¿Dónde entra la inerrancia? — Entra en ese “instinto sobrenatural e infalible” que va derecho al blanco, en esa “visión justa” que permite indicar a los hombres de nuestra época la “conducta” conveniente y correcta a ser seguida. Que esto es propio del hombre sabio, bien lo dice el trecho de Santo Tomás antes citado (III Sent., d. XXXIV, q. 1, art. 4, n. 115) que Vd., Dr. Plinio, envió al autor de las cartas y que éste, en la vulgaridad de su lenguaje, llamó “cheque sin fondos doctrinal”.

Como queda patente por todas las citas hechas, tal texto, visto en su verdadera y completa luz, tiene exactamente la interpretación que Vd. le daba. Es decir, la virtud y el don de la Sabiduría — es superfluo hablar de carisma — comunican al hombre la capacidad de juzgar y ordenar recta e infaliblemente a respecto de todas las cosas, lo que corresponde exactamente a la idea de inerrancia corriente en la TFP, tal como ha sido descrita en esta exposición.

Nos falta analizar si esa doctrina de la inerrancia no ha sufrido ninguna deformación con el transcurso del tiempo, como falsamente acusa el autor de las cartas.

4. La doctrina de la inerrancia en la práctica de la TFP

De que éste haya sido el concepto de inerrancia siempre vigente en la TFP da testimonio el mismo Sr. F., en su carta de marzo de 1982:

“Siempre le oímos declararnos con gran sinceridad y verdadera humildad, que sus tomas de posición y previsiones provenían de un análisis meticuloso y sapiencial de los hechos, que le permitían, por medio de razonamiento y de lógica, prever acontecimientos en la lucha R-CR en la Historia.

“Cuantas veces le hemos oído afirmar, al realizarse sus previsiones, que Vd. no usaba bola de cristal ni tenía visiones o revelaciones.

“Su carisma profético no era de naturaleza místico-visionaria. Exigía el examen lógico y sapiencial de los datos concretos.

“En consecuencia, Vd. siempre examinó cuidadosamente los periódicos. ... Y en estos cincuenta años de reuniones de recortes su carisma profético ha quedado bien patente. Y su método lógico bien comprobado” (Carta 82, pp. 4-5 — subrayados míos).

El Sr. F. todavía se extiende sobre el mismo asunto por varios párrafos, para mostrar cómo siempre se admitió en la TFP que Vd. no posee “una omnisciencia carismática que le dispensase de estudiar, de analizar y de tener informaciones concretas”, y que les correspondía a los socios y cooperadores de la TFP prestarle una valiosa colaboración, proporcionándole “datos concretos que le posibilitasen ver, juzgar y actuar proféticamente”. “No hay nada más claro” — concluyó el Sr. F. (p. 5).

Es superfluo señalar cuánto esta descripción concuerda con todo lo que ha sido dicho sobre el concepto de inerrancia profética corriente en la TFP.

Es verdad que, a partir de determinado momento, esas ideas claras, y que nada tienen que ver con algún misticismo visionario y fanático, comenzaron a barajarse en la mente del Sr. F., y él empezó a ver las cosas de otra manera:

“Sin embargo, en los últimos años, se ha venido desarrollando un modo de enfocar ese problema muy diferente.

“En concreto, se constata que algunos miembros del grupo consideran que todas las informaciones, hasta las de los periódicos, le son superfluas e incluso perjudiciales. No se dice que Vd. es omnisciente, pero, en la práctica, eso es lo que parece estar en el fondo de las cabezas. Prueba de ello es, que levantar el problema ya es difícil. Y si alguien afirmase que Vd., no siendo omnisciente, podría equivocarse, o siendo mal informado, podría engañarse, se produciría una protesta bastante ruidosa y bastante irritada” (Carta 82, pp. 5-6).

En la página siguiente, el Sr. F. acentúa que esa visión existe “especialmente en los estratos enjolricos del grupo” (Carta 82, p. 7).

Y tras describir la crisis por la que pasó, a propósito del concepto de inerrancia así entendido, y aplicado por él al caso de Ana Catalina Emmerick, habiéndole vuelto la luz en determinado momento, concluye: “Por lo tanto, la tesis del fondo de la cabeza de los enjolras era errónea” (Carta 82, p. 14).

Dejo a un lado la evolución espiritual del Sr. F., que le llevó a contestar la formación dada en la TFP a las generaciones más jóvenes. Analizo el hecho bruto que él presenta: en la TFP, especialmente en los estratos más jóvenes, Vd. sería considerado como omnisciente e incapaz de cualquier lapsus, “inerrante” en el sentido absoluto del término.

De que ésta no sea la doctrina enseñada en la TFP, y de que él nunca haya oído esto de Vd., el mismo Sr. F. da testimonio, como acabo de mostrar. Lo que interesa analizar es cómo esa doctrina es vivida en la práctica, especialmente en los estratos más jóvenes, para verificar si la doctrina correcta es mal interpretada o mal aplicada.

El Sr. F. no toma en consideración el fenómeno del respeto a la autoridad, y como a veces, se crean naturalmente ciertas situaciones que, analizadas de manera superficial, pueden llevar a conclusiones erróneas.

Es de común y banal observación que el desarrollo de un niño pasa por varias fases. Una de ellas es la de la confianza absoluta en los padres. Hasta una cierta edad, el padre y la madre representan para el niño los padrones de la verdad y la fuente inagotable del conocimiento humano. Con el transcurso del tiempo, sin traumas en los niños sanos y normales, y sin que sea necesario decirle al niño que el padre y la madre no son infalibles ni omniscientes, el niño va ajustando sus modos de ver la realidad, va tomando sus distancias y formando sus propios criterios de evaluación del mundo.

Esto que, de forma tan característica y evidente, sucede en el desarrollo infantil, se repite a su manera en las varias fases de la vida del hombre. Es la vida universitaria que se le presenta al adolescente, después la vida profesional, el mundo de los negocios, etc. En cada fase, el hombre va aprendiendo y adquiriendo experiencia. Y así el hombre madura con la edad, al mismo tiempo que declina su capacidad de emprender. De ahí la conocida antinomia: “si jeunesse savait; si vieillesse pouvait”. No se puede exigir de la juventud la ponderación y la experiencia características de la edad madura.

Esta constatación, verdadera en todas las épocas de la Historia de la Humanidad, adquiere especial relieve en las generaciones actuales, hijas de lo que se ha convenido en llamar “civilización de la imagen”. La inmadurez de los jóvenes hoy día ha llamado la atención de pedagogos, sociólogos, filósofos, teólogos, en fin de todos los que se ocupan con los problemas de la educación y formación de las nuevas generaciones.

Era natural que esos problemas tuviesen su reflejo en la vida interna de la TFP, con la entrada cada vez más numerosa, en sus filas, de elementos provenientes de esa generación. Y a los elementos de esa generación, con sus cualidades y sus defectos, es a quienes se atribuyó entre nosotros, la designación al mismo tiempo simpática y jocosa de “enjolras”.

Tras lo expuesto y considerado es perfectamente comprensible que “especialmente en los estratos enjolricos del grupo”, la idea de inerrancia no esté perfectamente formada y matizada.

¿El Sr. F., que montó un bien organizado y extraño sistema de investigación dentro de la TFP, habría coleccionado ejemplos de afirmaciones de “enjolras” que le atribuirían a Vd., Dr. Plinio, una tal infalibilidad, que roza en la inerrancia absoluta? Entonces sería necesario que el Sr. F. demostrase que esas afirmaciones no provienen:

a)     de una inmadurez propia de la edad:

b)     de la notoria dificultad de expresión de las generaciones actuales.

A esas condiciones habría que añadir una tercera: por la falta de precisión de la memoria del Sr. F., atrás comprobada, sería necesario que él demostrase, además, que las personas a quienes acusa, dijeron exactamente lo que él dijo que ellas habían dicho... Trabajo arduo, pero indispensable para quien, como él, se habituó a considerar a través de prismas deformantes lo que los otros dijeron, presentándolo, además, fuera del contexto...

De cualquier forma, no hay por qué negar que “especialmente en los estratos enjolricos del grupo” ni todo sea, en cada caso, expresado y entendido con la madurez de una persona enteramente formada. Lo que es inadmisible es querer extraer de ello una prueba de que la doctrina vigente en la TFP sobre la inerrancia conduce en la práctica a la admisión de una infalibilidad absoluta, que contraría la Doctrina de la Iglesia.

Como prueba, ese argumento es absolutamente insuficiente y falto de idoneidad.

*   *   *

El Sr. F. respondería que incluso personas mayores resbalan en idéntico error: “Algunos (no especifica quienes) afirman rotundamente su infalibilidad. Otros no dicen eso, pero actúan en la práctica como si Vd. fuese infalible. Nadie osa decir que Vd. erró.” (Carta 83, p. 14) — subrayado mío). Nadie, ahí, es enteramente excluyente, y por lo tanto alcanza también a los mayores.

Esta afirmación entra en colisión, sin embargo, con la práctica de todos los días. Para no hablar de sus trabajos escritos, que siempre somete a la revisión de varias personas en la TFP, con toda libertad de opinar, presentar sugestiones y señalar defectos — como es público y notorio en todos los ambientes de la entidad — sus despachos diarios con los encargados de los diferentes sectores se desarrollan en un clima de libertad de palabra, que su cortesía y amabilidad de gentleman hacen todavía más practicable. Así, quien quiera que sea se siente puesto por Vd. en entera comodidad para corregir algún dato en que Vd. se haya basado al hacer cualquier razonamiento o tomar alguna deliberación. Y si algún comentario no está de acuerdo con la realidad que la persona conoce como tal, con toda libertad le presenta a Vd. la observación competente.

Claro está, todo eso sucede en un clima de gran respeto, característico de todo el trato en la TFP. Ahora bien, si en determinadas circunstancias puede no ser amable decirle rotundamente a alguien que se equivocó, que cometió un “error”, menos lo será en relación a Vd. Una persona educada tendrá recurso para corregir el error, de Vd. o de otro, sin estar utilizando un lenguaje poco delicado.

Así, en la TFP, nadie juzgaría estar actuando bien, omitiendo el proporcionarle a Vd. la rectificación de algún hecho, máxime cuando notase que esa precisión es indispensable para el acierto de determinada deliberación o evaluación del hecho. Y es natural que esto se haga de manera conveniente: “est modus in rebus”.

Todos los que tienen el honor de participar de esas reuniones de deliberación son testigos de la entera veracidad de cuanto aquí está afirmado.

¿Dónde está la idea de inerrancia absoluta, “en la práctica”?

Además, la práctica de la vida cotidiana de la TFP excluye del modo más evidente la idea de que se le imagine a Vd., dotado de una inerrancia tal que sería poco cortés que alguien le diese alguna información.

Por el contrario, en esas múltiples reuniones que los encargados de los diferentes sectores realizan con Vd., la primera finalidad y más elemental, consiste en que los participantes de la reunión le informen de la marcha del sector del que son responsables, de las reacciones del público ante las actividades de la TFP, etc.

Además, recibe Vd. un buen número de relatos o cartas conteniendo repercusiones de la misma naturaleza, enviadas por socios o cooperadores en viajes por el Brasil y por el Extranjero. No es raro que Vd. dé a esos escritos tal valor que los lea y los elogie en Reuniones de Recortes.

Por fin, cualquier persona que trabaje para la TFP, por más novato que sea, no ignora que la TFP mantiene un servicio de recolección y selección de recortes de prensa, a cuyo estudio dedica Vd. tres horarios fijos en la semana, con la presencia de asesores especializados. Es pues inconcebible que el Sr. F. haya osado insinuar que en la TFP se le tenga a Vd. por un como que pretencioso adivino, cerrado a la realidad que le circunda.

*   *   *

Es verdad que ese clima de respeto imperante en la TFP, adquiere mayor solemnidad en las reuniones plenarias. Por el mismo orden natural de las cosas, nadie se levantará para corregir una pequeña imprecisión o añadir un pequeño detalle sin mayor importancia. Pero nadie dejará de proporcionar alguna información cuya omisión perjudique el desarrollo normal de la reunión. Y, cuando ello sucede — la constatación de un dato que le faltaba, o la rectificación de alguna afirmación suya — no escandaliza a nadie, ni siquiera “en los estratos enjolricos del grupo”. Prueba cabal, una vez más, de que no es la tesis de su inerrancia absoluta lo que está en “en el fondo de las cabezas” de las personas.

¿No sucederá que en ese ambiente de respeto y de solemnidad algunas personas se queden algo cohibidas? — Puede ser, pues personas tímidas existen en todas partes, y no hay ninguna razón para admitir que no existan en la TFP.

¿Y no se da también algún murmullo cuando alguien hace una intervención inoportuna? — Como en toda entidad grande, no hay por qué afirmar que todas las intervenciones en las reuniones de la TFP sean perfectas y oportunas. Puede suceder que, en cierto período, distinguiéndose alguien por la gaucherie o maladresse de sus intervenciones, se cree a su alrededor un clima de censura sorda, que puede llegar al rumor, en los casos más evidentes. La persona siente la censura sorda (o escucha el rumor), y si fuere humilde se corrige. Si no fuere humilde provoca un resentimiento, con todas las malas consecuencias espirituales que de él provienen. Todo esto es normal en la vida de cualquier institución en este valle de lágrimas, en que el pecado original es nuestro baldón. Del cual no está excluida la TFP.

Añadiré que por más gauche que sea una interrupción, Vd. siempre la acoge con toda cortesía, y le da respuesta detallada. Con libertad para que el objetante pueda levantar todavía nuevas objeciones. Mas, Vd. procura prestigiar al objetante gauche, dándole cierto respaldo contra el murmullo general que eventualmente se establezca.

Por lo tanto, no es veraz la argumentación que de ello se quiera sacar para decir que en la TFP se ha instalado una situación tal, que en cualquier reunión, es “mal visto” quien “osa” hacer alguna rectificación o simplemente pretende dar alguna contribución, lo que equivaldría, en la práctica, a entender el concepto de inerrancia en un sentido absoluto.

Así pues, el sr. F. no afianza sus afirmaciones en hechos consistentes, y avanza una vez más precipitadamente su tesis de que, en la TFP, Vd. es considerado omnisciente y absolutamente infalible.

Es verdad que el gran caballo de batalla del sr. F. contra la doctrina de la inerrancia no son las observaciones que acabo de analizar, sino el “caso” de Ana Catalina Emmerick, ya tratado. Y también este, como fue visto, no da ninguna base para tal afirmación.

Así, es forzoso concluir que el sr. F. embistió contra un molino de viento.

5. El clima de confianza y respeto que cerca la doctrina de la inerrancia, en la práctica de la TFP

A esta altura de la exposición, alguien podrá preguntar: “Concretamente, en que quedamos: ¡si hay posibilidad de errar, no hay inerrancia!” Es el razonamiento primario del Sr. F. como se ha visto.

Vuelvo a lo que ya he explicado: la inerrancia para nosotros, no es más que la expresión de la confianza o certeza moral de que Vd. no cometerá error en los asuntos relacionados con la lucha de la Revolución y Contra-Revolución, en la que le corresponde un papel tan relevante, que no podemos dejar de verlo como providencial. “Misión profética” — decimos nosotros — según el sentido que el Cardenal Journet admite, basado en Santo Tomás.

Esa confianza, como dije, se basa en el hecho de que en 50 años de cuidadoso análisis de la situación contemporánea, sus previsiones certeras han sido brillantemente confirmadas por los acontecimientos (de lo cual da testimonio el mismo sr. F. — Carta 82, pp. 4-5). Y esa inerrancia profética es lo que condujo a la TFP a un éxito asombroso, del que cada cual puede darse cuenta leyendo el libro Meio século de epopéia anticomunista (Editora Vera Cruz, Säo Paulo, 4ª ed., 1981, 472 pp.), donde esa grandiosa gesta es narrada y abundantemente documentada.

Quien considera, maravillado, esa epopeya, no puede dejar de convencerse de que el don de la Sabiduría y la virtud sobrenatural de la sabiduría, habitan inequívocamente en Vd., Dr. Plinio, y quizás incluso el carisma de igual nombre, conforme he explicado (cf. Cap. IV, 3), con vistas al bien de la Civilización Cristiana, que Vd. tomó a pecho defender y restaurar, según la magnífica directriz dada por San Pío X, y que fue el lema de su luminoso Pontificado: “Omnia instaurare in Christo”.

Todo eso caracteriza no una imposibilidad de jure y de facto de errar, sino una mera probabilidad de facto, una certeza moral de que, en el ámbito específico de la “misión profética”, Vd. no cometerá error. Tal misión, según creemos, le ha sido confiada por la Providencia. Por lo que juzgamos poder aplicarle el concepto de inerrancia definido por el Cardenal Billot, ya citado: “Hay inerrancia cuando alguien está, de suyo, expuesto al error, pero de hecho posee la verdad” (De Ecclesia Christi, Aedes Uníversitatis Gregorianae, Roma, 1921, tomo I, 4ª ed., p. 366).

La habitual posesión de la verdad incluye el hábito firmísimo de la sumisión al Magisterio de Iglesia.

Debemos sin embargo ponderar que esa inerrancia, incluso en las materias sobre las que incide — relativas a la lucha entre la Revolución y Contra-Revolución — no se manifiesta de una manera uniforme. Pues es propio del hombre sabio trazar directrices principalmente para lo que es más elevado y normalmente excede la capacidad de decisión del hombre mediano. La inerrancia es, por lo tanto, más abarcativa cuando se trata de una cuestión más elevada; se adelgaza proporcionalmente en la medida que entran en escena asuntos menos importantes. Sobre las cuestiones secundarias, que están al alcance del hombre común en sus soluciones, en el sabio, paradójicamente, hay más posibilidad de error que en las cuestiones altas. Así, en los asuntos menores, la inerrancia se manifiesta de manera más tenue y difusa.

No entro aquí en la distinción relativa al gran alcance que, circunstancialmente, aspectos pequeños de una cuestión importante pueden asumir. En este caso, el hombre sabio discernirá entonces la relevancia de estos aspectos pequeños, y con la atención proporcionalmente aguzada, encontrará correspondientemente soluciones de alcance importante.

Dejando de lado esa interesante cuestión, pregunto cómo debe portarse el hombre mediano, o menos sabio, que tiene la felicidad de ejercer su acción bajo la dirección de un varón de gran sabiduría. Él debe al hombre sabio una fidelidad prudencial, que le lleva a dar un asentimiento global a las directrices que de él reciba. No se trata, por lo tanto, de una fidelidad tributable a quien estuviese en la imposibilidad de jure y de facto de cometer error. Pues aunque sepa que el varón sabio está sujeto al error — máxime en las cosas de somera importancia — no le negará asentimiento inclusive en esos puntos secundarios. Cuando mucho, habiendo razones muy ponderables, suspenderá el juicio, a la espera de una aclaración ulterior, que el curso normal de las cosas suele traer. Tal es el procedimiento prudencial, y en cierto sentido ascético, del hombre de sabiduría mediana, puesto que conoce que si disiente hoy del varón sabio en un punto pequeño, influenciado, quizás, por prejuicios y pasiones, mañana será llevado a disentir temerariamente en puntos más importantes. Al fin todo el edificio de su confianza en el varón sabio, que él ha construido válidamente sobre cimientos sólidos, acabará por desplomarse. Proceder de diferente manera es evidente temeridad que, al final del camino, conduce a efectos más catastróficos que el eventual desacierto prove­niente de un pequeño lapsus en materia secundaria.

*   *   *

De ello nos da ejemplo magnífico la Iglesia en relación a la enseñanza de Santo Tomás de Aquino. En el Concilio de Trento, sus obras fueron solemnemente colocadas sobre el altar, al lado de las Sagradas Escrituras. Es imposible imaginar mayor honor para un Doctor de la Iglesia. No obstante, la doctrina de Santo Tomás no es infalible, y es leqítimo estar en desacuerdo con algún punto. Así, en 1854, la Iglesia definió el dogma de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, en desacuerdo con la sentencia de Santo Tomás quien, siglos antes, enseñara que Nuestra Señora había sido concebida con pecado original, del que habría sido purificada enseguida. Tal no impidió que León XIII proclamase a Santo Tomás el Doctor Común de toda la Iglesia, es decir, el gran Doctor que todos los teólogos y doctores deben adoptar como Maestro común. Esto naturalmente postula un asentimiento global y reverente de su doctrina, sin excluir que, por razones graves y justificadas, algún punto pueda ser objeto de alguna rectificación por los grandes teólogos, y sobre todo por el Magisterio infalible de la Iglesia.

*   *   *

Análogos principios rigen la conducta de los hombres en cualquier sociedad, por menor que sea. En todas ellas, el mismo orden natural establece siempre una autoridad, que normalmente debe ser seguida y obedecida, pues todo poder viene de Dios, Autor de la naturaleza. Sin obediencia a la autoridad, ninguna sociedad se mantiene.

¿Esto significa que toda autoridad es infalible? — Evidentemente no. Pero, en la medida en que los súbditos notan el acierto de las directrices de una determinada autoridad, se someten con más facilidad y presteza a las órdenes recibidas. Y así, según el caso, puede establecerse una tal confianza que, en situaciones particularmente complicadas, en que nadie ve claramente el rumbo que deba ser seguido, los inferiores confíen en la decisión del superior por la certeza que adquirieron de que habitualmente el indicará el rumbo certero.

Ese fenómeno natural, corriente en la vida de cualquier sociedad, pero enriquecido en la TFP por una confianza firmemente establecida por previsiones y directrices cuyo acierto ha sido constantemente comprobado a lo largo de medio siglo, es el que se verifica con nosotros en relación a Vd., Dr. Plinio. Tan prolongado y maravilloso acierto como el que tenemos ante nuestros ojos, nos lleva a tener la certeza moral de que los caminos que Vd. nos indica y por los que nos conduce son los caminos de Dios para nuestra época. Tal es la esencia del profetismo, tal el liderazgo providencial que distinguimos en Vd.

Y así quedan trazados los límites y los perímetros de la inerrancia profética, que no llevan consigo ninguna imposibilidad de lapsus fuera de ese campo específico, pero, por otra parte, nos inspiran una confianza sólida en la dirección que Vd. imprime a toda la actuación de la TFP.

*   *   *

¿Esto será siempre así? — Si Salomón, sobre quien se acumuló la Sabiduría de Dios, pudo prevaricar, lo mismo puede suceder con cualquier hombre no confirmado en gracia. Ya que Vd. no está confirmado en gracia está expuesto a las debilidades de todo mortal. Podrá, pues, dejar de tener el apoyo sobrenatural que la inerrancia supone. Como no se trata en su caso de una inerrancia de jure, existe la posibilidad de que Vd. venga a cometer errores. Pero, entonces, ello no sucederá sin síntomas evidentes, cuya percepción estará al alcance de cualquiera.

Nuestra confianza es, naturalmente, de que Vd. no prevaricará, y de que la gracia le asistirá hasta el cumplimiento final de su misión providencial. Esa es la voz de la gracia en nuestras almas, y por cuya razón nuestros corazones se elevan a Dios en continuas oraciones y acción de gracias.

6. Conformidad de esa confianza filial con las enseñanzas de la Iglesia

Este clima de confianza de que Vd. está cercado en la TFP, aliado al filial respeto que le rendimos, genera un ambiente de ausencia de críticas y murmuraciones, que el Sr. F., animado por el espíritu de rebeldía — en la que al fin concluyó — considera pusilanimidad, inducida por una noción equivocada de inerrancia. Ya he mostrado cómo, quien está equivocado es él.

Termino subrayando como ese clima de sumisión y confianza filiales están de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia sobre el respeto a los Superiores. A cuyo propósito, baste citar una carta del gran San Ignacio de Loyola: ­“Pues ni porque el Superior sea muy prudente, ni porque sea muy bueno, ni porque sea muy cualificado en cualesquiera otros dones de Dios nuestro Señor, sino porque tiene sus veces y autoridad debe ser obedecido, diciendo la eterna verdad: El que a vosotros oye, a Mí me oye; y el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia; ni, al contrario, por ser la persona menos prudente se le ha de dejar de obedecer en lo que es Superior, pues representa la persona del que es infalible sapiencia, que suplirá lo que falta a su ministro; ni por ser falto de bondad y otras buenas cualidades; pues expresamente Cristo nuestro Señor, habiendo dicho: En la cátedra de Moisés se sentaron y leyeron los Escribas y Fariseos, añade: Guardad pues y haced las cosas todas que os dijeren, pero no hagáis conforme a sus obras (Carta a los Padres y Hermanos de Portugal, fechada en Roma el 1 de febrero de 1553, Obras Completas de San Ignacio de Loyola, BAC, Madrid, 1952, p. 835).

Pero, se dirá, todo este texto se refiere apenas al ámbito de una orden religiosa, y a la obediencia del súbdito, monje o hermano a su superior. Engaño. San Ignacio extiende esos principios a toda relación humana, inclusive de orden meramente temporal, siempre que tal relación consista en la obediencia de alguien a otro constituido en dignidad y mando; ya sea en el orden político, ya en el orden social u otros. Dice él explícitamente: “Así que todos querría os ejercitaseis en reconocer en cualquiera Superior a Cristo nuestro Señor, y reverenciar y obedecer a su divina majestad en él con toda devoción; lo cual os parecerá menos nuevo, si miráis que San Pablo, aún a los Superiores temporales y étnicos, manda obedezcan como a Cristo, de quien toda ordenada potestad desciende, como escribe a los Efesios: Los que sois siervos, obedeced a vuestros amos y señores temporales con temor y temblor, y con sencillo corazón, como a Cristo; no sirviéndolos tan solamente en su presencia, como quien quiere complacer a hombres, sino como siervos de Cristo, que hacen en esto la voluntad de Dios con gana y voluntad buena, como quien sirve al Señor, y no a solo hombres” (Ef. VI, 5)” (op. cit., pp. 835-836).

Así, nada mas noble y santificante para un inferior que abstenerse de criticar al superior, procurando ver en él a Cristo Nuestro Señor. En esto sólo hay motivo de alabanza, según la Doctrina Católica, y no materia pasible de censura, como pretende el autor de las cartas, deseoso de insuflar en cuantos pueda el espíritu de rebeldía, como se veía claramente algún tiempo antes de su ruptura, y aún más después.

7. Conclusión de este Capítulo

Así, con base en el pensamiento de la Iglesia, expresado a lo largo de los siglos por tantas y tan autorizadas personalidades, generalmente acatadas en la Iglesia, se concluye que:

A)  Habría sido lícito utilizar la palabra infalibilidad para designar lo que en la TFP entendemos como inerrancia;

B)   Fue preferida la palabra inerrancia para mejor marcar la diferencia esencial con la infalibilidad de jure y de facto de que gozan el Papa y la Iglesia;

C)   En la TFP no se utilizó y no se utiliza la palabra inerrancia atribuyéndole un carácter absoluto;

D)   El respeto que, en la TFP, se le tributa a Vd. es expresión de alto espíritu católico, y no fruto de pusilanimidad proveniente de un concepto equivocado de inerrancia.

*   *   *

Analizaré a continuación la acusación de ilicitud del culto prestado a su persona, Dr. Plinio, en los ambientes de la TFP.

Capítulo V

Pretendido “destronamiento” de Nuestra Señora en la TFP

 

Otra acusación que el Sr. F. pinta con colores dramáticos es el pretendido “destronamiento” de Nuestra Señora, dentro de la TFP.

En el afán de probar algo de tanta gravedad, afirma que habría en la TFP un culto a Dª Lucilia y un culto a Vd. Para encubrirlos, la TFP usaría toda su tan evidente devoción a Nuestra Señora. En realidad ella sería, en la TFP, una Reina destronada.

Ya he tratado más arriba de la idoneidad intelectual de tal acusación (cf. Sección I).

Voy a analizar, a continuación, si hubo destronamiento de Nuestra Señora; cuál es el culto privativo de los Santos y Beatos y cuál el permitido a los otros difuntos; si hay culto a la Señora Dª Lucilia; si hay culto a Vd.

Obviamente se trata del punto extremo y más grave de su libelo. Por así decir, del ápice de su confuso montón de acusaciones.

En efecto, haber culto de dulía a Dª Lucilia y a Vd. —que el autor de las cartas imagina, aunque infundadamente como en los capítulos siguientes mostraré, opuesto a la doctrina y a las leyes de la Iglesia— ya sería, por eso mismo, muy grave. Pero tener la intención absurda de destronar a la Virgen Madre de Dios, negando la hiperdulía que sólo a Ella es debida, para substituirla por Dª Lucilia: eso sería el auge —mejor se diría el delirio— del mal, en esta materia.

En virtud del principio de que cuanto más grave es una acusación tanto más claras, sólidas e indiscutibles deben ser las pruebas en que se basa, ésta debería ser la parte más documentada y argumentada del libelo del Sr. F. La parte para la cual el espíritu de Justicia del lector tiene el derecho de exigir una demostración transparente, cristalina, irreprensiblemente convincente. Como en breve se verá, ésta es, quizás, la parte en que la inconsistencia de “pruebas” es más palpable.

1. En qué sentidos se podría tomar la palabra “destronamiento” de Nuestra Señora

A. En el Catecismo, como en cualquier otro libro católico que trate del asunto, se encuentran las razones por las cuales Nuestra Señora recibe de los fieles el culto de hiperdulía. María Santísima recibe este culto sobre todo por ser Madre de Nuestro Señor Jesucristo. Reconociéndola como Madre de Dios se le presta el culto de hiperdulía. ¿Qué significa, pues, “destronar” a Nuestra Señora? ¿Sería atribuir a alguna otra persona la prerrogativa de haber sido Madre de Dios? ¿Querrá decir el autor de las cartas que en la TFP se atribuye esa prerrogativa de Nuestra Señora a Dª Lucilia? Pasemos por encima de esta hipótesis, que sería irreverente siquiera mencionar, y que sólo registro por rigor de método, es decir, en busca de coherencia en el pensamiento del autor de las cartas.

 B. Si el “destronamiento” no concierne al aspecto capital de esa devoción, tal vez dijese respecto de sus aspectos accidentales. Por ejemplo, cuanto al esplendor, al aparato externo con que la TFP prestase el culto de dulía a alguien. Esplendor y aparato que serían, entonces, mayores que los usados por ella en el culto de hiperdulía a Nuestra Señora.

En otras palabras, estaría en causa, imaginemos, el culto a algún Santo, prestado en un lugar, de modo más espléndido que el culto en ese mismo lugar prestado a la excelsa Madre de Dios.

La Iglesia, entonces —en la imaginación del autor de las cartas— no permitiría que se tuviese otra devoción exterior que en alguna ocasión o circunstancia fuese superior en aparato a la prestada a la Madre de Dios. ¿Cómo explicar entonces la misma Basílica de San Pedro, la más magnífica de la Cristiandad, dedicada al Apóstol y no a la Virgen María? Y, en Roma, la Basílica de Santa María Maggiore no es la primera, sea del punto de vista de la importancia, sea del punto de vista del esplendor. ¿Cómo explicar, entonces, que Santa María Maggiore no sea la iglesia máxima de Roma?

¿Cómo explicar que San Juan Bosco, que tenía tanta devoción a Nuestra Señora Auxiliadora, fundó una Congregación con la cual quiso honrar más especialmente el nombre de San Francisco de Sales?

¿Todo esto significaría “destronar” a Nuestra Señora?

¿Cómo entonces explicar que en numerosísimas iglesias, la imagen expuesta más evidentemente, no sea la de Nuestra Señora, sino la de algún Santo?

La Iglesia tiene lugar para honrar a todos los Bienaventurados del Cielo, sin que, con eso, Nuestra Señora deje de ser Reina del Cielo y de la Tierra, y sin que el culto de hiperdulía que le es prestado en nada sea disminuido. La razón de ello también se encuentra en el Catecismo: como María Santísima es la Medianera Universal de las gracias, las oraciones que hacemos a un Santo o a un alma justa pasan necesariamente por Ella, y, por lo tanto, la petición a un Santo es una petición indirecta a Ella. Ella es glorificada en el culto a los Santos, a quienes también Ella, por su mediación, ayudó a santificarse; como una madre es glorificada en esta Tierra cuando se pide la intercesión de un hijo suyo (y Nuestra Señora es Madre de todos los Santos), para conseguir algo de ella.

El autor de las cartas parece imaginar una concurrencia interesada entre los diversos santos y almas justas, en busca del prestigio entre los hombres. Análogo error presuponen también los protestantes cuando sustentan que el culto a Nuestra Señora mengua el que se debe a Nuestro Señor. Es decir, que el destaque dado al medianero menos alto usurpa algo de lo que se debe al más alto. A esos, el P. Terrien S.J., renombrado mariólogo, podrá aquietar: “Juntad todos los homenajes de veneración, de admiración, de loor y de amor que merecen los amigos, los servidores y los elegidos de Dios, esto será mucho, sin duda, con todo aún no es el culto que de nosotros pide la Madre de Dios, la Hija de Dios, la Esposa de Dios. He ahí por qué este culto es el culto de hiperdulía” (La Mère de Dieu et la Mère des hommes, Lethielleux, Paris, 1943, 8ª ed., 2ª parte, vol. II, p. 179 — subrayado del original).

Claro está, pues, que el culto a otros Santos y almas justas, que no es dirigido inmediatamente a Nuestra Señora, no la destronan.

Veamos ahora si hay en la TFP destronamiento de Nuestra Señora.

2. Devociones personales de los socios y cooperadores de la TFP a Nuestra Señora

Empiezo por los actos de piedad practicados por los socios y cooperadores de la TFP con carácter personal:

1. Habitualmente los socios o cooperadores de la TFP se consagran solemnemente a Nuestra Señora como “esclavos de amor”, según el método de San Luis María Grignion de Montfort;

2. Es general la costumbre de renovar diariamente esa consagración a Nuestra Señora, según la fórmula de San Luis Grignion;

3. Muchos llevan la cadena de la esclavitud, como aconseja el mismo San Luis Grignion de Montfort;

4. Las oraciones de la mañana y de la noche las dirigen a Dios por medio de Nuestra Señora;

5. Al comienzo y al fin de las reuniones se rezan siempre las llamadas “oraciones del Grupo”, que incluyen 1 Salve, 4 Ave Marías, 7 jaculatorias a Nuestra Señora y el Memorare;

6. Al comienzo de los trabajos, en varios sectores de la TFP, se reza también el Concedednos, oración compuesta por Vd. en honor de María;

7. Todos los socios y cooperadores de la TFP rezan diariamente el Rosario completo, tan agradable a la Santísima Virgen, y lo llevan constantemente consigo, de día y de noche;

8. Después del Rosario, todos rezan la Letanía Lauretana. Vd. lo hace siempre terminada la acción de gracias, después de la comunión, en voz alta;

9. En la comunión —habitualmente diaria— todos piden la intercesión de Maria Santísima para bien recibir a Nuestro Señor;

10. Es práctica habitual la comunión reparadora de los primeros sábados, en desagravio al Inmaculado Corazón de Maria;

11. Además, muchos rezan diariamente varios rosarios de diversas jaculatorias a Nuestra Señora;

12. Al mediodía y a las 6 de la tarde se reza, invariablemente, en todas las sedes de la TFP, el Angelus;

13. Antes de cualquier viaje, o incluso traslado un poco mayor dentro de tan vasta ciudad como S. Paulo, se rezan las “oraciones del viaje” que incluyen, y principalmente, 3 Ave Marías;

14. La fórmula al saludarse socios y cooperadores de la TFP entre si es “Salve María”;

15. La insignia de los socios y cooperadores de la TFP brasileña es la que otrora fue de las Congregaciones Marianas, con la Cruz y el monograma de Maria;

16. Todos usan el Escapulario del Carmen, por el que nutren especial devoción;

17. Todos los que pudieron, ingresaron en Sodalicios Carmelitas, en homenaje a Nuestra Señora del Carmen;

18. Casi todos llevan al cuello la Medalla Milagrosa, y son ardientes propagadores de la misma medalla, dentro y fuera de los círculos de la TFP;

19. Casi todos tienen consigo en la cartera de documentos, una o más estampas de Nuestra Señora;

20. En nuestros Eremos se canta con frecuencia el Oficio Parvo de Nuestra Señora;

21. Todos rezan al menos una vez al día la Oración de la Restauración, compuesta por Vd. y dirigida a Nuestra Señora, en la cual es pedida la plenitud de la devoción a Ella.

3. Devociones de la TFP, en cuanto entidad, a Nuestra Señora

1. La misma entidad se consagró oficialmente a la Santísima Virgen por iniciativa suya, Dr. Plinio, el 13 de octubre de 1967;

2. En todas las sedes, en casi todas las salas, salones o simples cuartos, hay invariablemente una imagen o cuadro de Nuestra Señora;

3. Una imagen de Nuestra Señora ocupa siempre la presidencia de honor en todas las reuniones de la TFP;

4. Casi todas las Sedes de la TFP reciben por nombre alguna invocación de Nuestra Señora;

5. Todos los altares de las capillas existentes en las diversas sedes de la TFP son en homenaje a alguna invocación de Nuestra Señora, o tienen en el retablo su imagen;

6. En los dos estandartes más solemnes de la entidad figura debajo del blasón con el león rampante el lema Ipsa conteret, resumitivo del versículo del Génesis “Ipsa conteret caput tuum” (Gen. III, 15), aplicado por la Iglesia a Nuestra Señora;

7. Con el tiempo, se está generalizando el hábito de adquirir grandes imágenes de Nuestra Señora, para tenerlas en los jardines de varias sedes;

8. Siempre al llegar y al salir de alguna sede de la TFP, Vd. saluda a los presentes con la jaculatoria “Dignare me pugnare pro te, Virgo Sacrata”, a lo que todos responden: “Da mihi virtutem contra hostes tuos”;

9. En algunas ocasiones, al despedirse, Vd. añade: “Nos cum prole pia”, y todos responden: “Benedicat Virgo Maria”;

10. La TFP mantiene hace 14 años, en el oratorio que da a la calle Martim Francisco, una imagen de la Inmaculada Concepción. Ante ese oratorio, también hace 14 años, la TFP realiza vigilia nocturna con la recitación continua del Rosario, hecha por sus socios y cooperadores, que se relevan, cada hora, desde las 6 de la tarde hasta las 8 de la mañana siguiente, y eso todos los días del año;

11. La TFP mantiene igualmente oratorios que dan a la calle, en las sedes de Itaquera (SP), Rio de Janeiro, Belo Horizonte y Fortaleza, todos estos con una imagen de Nuestra Señora Aparecida, patrona del Brasil; y en Recife también uno dedicado a Nuestra Señora de los Placeres. Lo que todo esto significa de afirmación y propagación del culto a Nuestra Señora junto al público que pasa ante esos oratorios es incalculable;

12. La TFP promueve la venta, a través de campañas de calle en todo el Brasil, del libro As aparições e a Mensagem de Fátima conforme os manuscritos da Irmã Lúcia, escrito por un socio de la entidad, habiéndose agotado 17 ediciones, con un total de 420 mil ejemplares;

13. En las campañas públicas de la TFP han sido distribuidas cerca de 1 millón y 100 mil estampas de Nuestra Señora de Fátima;

14. La TFP distribuye también, entre los enfermos en los hospitales, rosarios y Medallas Milagrosas, además de estampas de Nuestra Señora;

15. La TFP promueve el rezo del rosario, varios días por semana, con grupos de simpatizantes en las ciudades o periferias urbanas.

4. Otras devociones a Nuestra Señora en la TFP

Además de las devociones

- al Sapiencial e Inmaculado Corazón de Maria,

- a Nuestra Señora de Fátima,

- a Nuestra Señora del Buen Consejo de Genazzano,

- a Nuestra Señora Aparecida, Patrona del Brasil,

- a Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América,

- a la “Madonna del Miracolo” (de la iglesia de Sant'Andrea delle Fratte, en Roma),

que siempre estuvieron arraigadas entre nosotros, en los últimos años —como resultado del contacto de la TFP brasileña con las TFP de otros países— tuvieron un florecimiento expresivo de devoción mariana entre nuestros socios y cooperadores también las siguientes devociones a la Santísima Virgen:

- a Nuestra Señora de Coromoto, de Venezuela,

- a Nuestra Señora de Las Lajas, de Colombia.

- a Nuestra Señora del Buen Suceso, de Ecuador,

- a Nuestra Señora de las Gracias (Rue du Bac, Paris), cuya imagen ha sido colocada en los jardines de las Sedes,

- a Nuestra Señora de las Lágrimas de Granada, de España,

- a Nuestra Señora de las Necesidades, de Portugal.

Paro aquí la lista, ni de lejos completa, de los actos de piedad y devoción que, del fondo del corazón, tributamos a Aquella a quien entregamos nuestras almas y nuestros cuerpos. ¡Y mucho más querríamos todavía hacer por Ella: “De Maria nunquam satis”!

Enfréntese ese mar de respeto y honores tributado a la Madre de Dios en la TFP, con la limitada cuota de homenajes que se le ofrece a Dª Lucilia, y se verá que, como de derecho, no hay término de comparación.

Tomadas las cosas en su conjunto he citado, como ejemplo, 48 géneros de devociones y acciones mariales distintas, corrientes entre nosotros, de la TFP. Considerando sólo las Ave Marias rezadas por los socios y cooperadores de la TFP brasileña, y calculando en por lo menos mil su número (sin contar, por lo tanto, el de nuestros corresponsales y simpatizantes), tendríamos como mínimo un total de 150 mil Ave Marías diarias.

Todo esto prueba, hasta la saciedad, la intensidad del culto de hiperdulía prestado a Nuestra Señora en la TFP.

¿Qué significará, para el autor de las cartas, esta frase ditirámbica?: “¿Cómo el Grupo, que siempre tuvo como piedra de apoyo y como punto de honra la devoción a Nuestra Señora, llegó a la mísera situación de negarle a Ella el lugar central? ¿Cómo se llegó al absurdo de substituir la devoción a Nuestra Señora por la devoción a otra persona, y persona no canonizada?” (Carta 83, p.1).

¿Será que el Sr. F. se olvidó de los 48 tipos de devociones mariales que he referido?

Solamente resta, para ser analizada, una acepción de la palabra destronamiento: el retirar Nuestra Señora de los tronos que Ella tiene en la TFP.

5. Si hubo destronamiento “físico” de Nuestra Señora en la TFP

A. El lugar de honor máximo, el “trono” principal que Nuestra Señora ocupa en la TFP es en el retablo de los altares de las capillas que habitualmente tenemos en nuestras sedes. Todos los altares suelen tener un retablo. Y en este hay siempre —con excepción de un único caso, en que el lugar de honor es ocupado por un Crucifijo— una imagen de Nuestra Señora que lo preside. Y nunca constó —ni el Sr. F. habla— de que alguna imagen de Nuestra Señora fuese retirada de esos “tronos” simbólicos que ocupa.

B. Además, Nuestra Señora ocupa lugares de honor en casi todos los salones de nuestras sedes, como ya he dicho. Pero tales lugares no pueden ser comparados a tronos, sino por una analogía muy remota. Incluso aquí nada ha sucedido que justifique la acusación de “destronamiento”.

C. Merece mención especial una imagen de Nuestra Señora de Fátima en el Eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia, que habitualmente queda al lado izquierdo del altar, colocada sobre el asiento de un sencillo sillón. A ella parece referirse el autor de las cartas, una vez que cita a otra persona (que, con él, se desligó de la TFP) que participó de dos o tres de las ceremonias allí realizadas, en un total de ocho o nueve, entre julio de 1980 y mayo de 1982. Dice al respecto el Sr. F.: “¿Qué diría él (P.Tam), .... si hubiese tenido la ocasión de presenciar la ceremonia de la meta ( ) en la Divina Providencia? .... ¿Cómo explicarle por qué en esa ceremonia, se quita la imagen de Nuestra Señora que hay al lado del altar, y es llevada para otro local, para ser posible colocar en su lugar un retrato de Dª Lucilia?” (Carta 83, p. 19).

Tal imagen fue un regalo suyo, Dr. Plinio, a aquella sede. Como ya había una imagen de Nuestra Señora de Paris en el retablo del altar, la nueva imagen fue colocada al lado izquierdo del altar, en un sillón de madera sin pretensiones y únicamente digno. Se trata de un sillón comercial de tipo común, con “estilo” vagamente español y sin ningún trabajo artístico apreciable.

El inmueble ocupado por el Eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia da lugar, en su división de espacios, a una ambivalencia de ambientes que es necesario aclarar para evitar enredos.

Ese Eremo, instalado en dos casas vecinas otrora residenciales, usa un antiguo comedor como capilla, y un antiguo living-room como comedor. Estos cuartos contiguos están separados uno del otro por una puerta corrediza de dos hojas que, abiertas, hace que los dos ambientes se unan y, cerradas, formen dos ambientes distintos. Así, es posible tomar los almuerzos en el ex-living sin falta de respeto para con la capilla contigua. Y, fuera de las horas de las comidas, unidos los dos ambientes —cuando las puertas corredizas se abren— es posible realizar actos religiosos diarios, por la mañana, antes de los trabajos, abarcando un número de personas que únicamente en la capilla no cabrían.

La capilla es exigua y para los actos de piedad de rutina se apartan las mesas que se encuentran en el comedor, se corren las puertas que la separan de la capilla, y así se tiene un recinto uno, más amplio, con espacio suficiente para los 55 miembros que suelen estar presentes.

El Eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia se dedica especialmente a la colecta de donativos. Para alcanzar esa finalidad, los recolectores piden la protección de Nuestra Señora, así como de Santa Teresita del Niño Jesús y de San Juan Bosco, patronos secundarios de ese sector de actividades en la TFP. Para conseguir el arduo total de la meta estipulada, ellos colocaban la relación de los resultados anhelados a los pies de la referida imagen de Nuestra Señora de Fátima. Más tarde, pasaron a pedir también la intercesión de Dª Lucilia.

Esto se hizo unas ocho o nueve veces durante el transcurso de un acto religioso de corta duración (cerca de 10 ó 15 minutos), que tomó el nombre de “ceremonia de la meta”. Sin conocimiento de Vd., Dr. Plinio, los promotores del acto resolvieron colocar la foto de un cuadro al óleo de Dª Lucilia en un armazón al lado del altar (un caballete de pizarra, de madera, revestido con un paño, o algunas veces una mesita de las utilizadas en el centro de un tresillo), en el local en donde normalmente está la imagen de Nuestra Señora de Fátima. Esta última fue, en dos de las ocho o nueve “ceremonias de la meta” realizadas, colocada en frente del altar, en lugar, por cierto, de mayor destaque que el que tenía habitualmente. En las seis o siete ocasiones de las demás ceremonias, la imagen de Nuestra Señora de Fátima fue colocada, solamente durante los quince minutos de duración de la solemnidad, encima de la chimenea del comedor, dignamente ornamentada.

Con las puertas de la capilla abiertas, como he dicho, el ambiente de ésta forma uno con el del comedor. También la disposición de los participantes, en filas desde el comedor hasta el altar, aseguraba la unidad de ambientes. Por lo tanto, la imagen no llegó a ser retirada del local de la ceremonia, y fue tan sólo colocada en el lugar más honorífico que hay en el comedor, provisionalmente unido a la capilla. Como la chimenea es alta y la imagen es grande, su presencia se hacía notar en toda la ceremonia, si bien que ésta estuviese vuelta en otra dirección, es decir, para el altar en cuyo retablo se encuentra la imagen de Nuestra Señora. Terminado el acto, el cuadro de Dª Lucilia volvía para su lugar habitual sobre la chimenea del comedor, y la imagen de Nuestra Señora regresaba a su lugar, también habitual, al lado del altar, y allí continuaba recibiendo el culto que siempre recibió.

Nótese, a ese propósito, que, por hábito, todos los miembros de ese Eremo, al salir y al llegar hacen una visita a la capilla y besan la imagen de Nuestra Señora. Tal hábito ya lo tenían antes de las “ceremonias de la meta”, no lo perdieron durante el periodo en que éstas se realizaron; y después de que tales ceremonias cayeron en desuso (nunca más se realizaron desde mayo de 1982), continúan los socios y cooperadores practicando el mismo acto de piedad hacia la imagen de Nuestra Señora de Fátima. Tal imagen ya tiene las manos gastadas, por la práctica de esa devoción.

Parecería que el Sr. F. tendría a la vista estas ceremonias cuando se refiere al “destronamiento”. Y esto sería, entonces, uno de los fundamentos para decir que, en la TFP, Nuestra Señora ha sido destronada y se ha entronizado en su lugar a Dª Lucilia.

A tal acusación respondo:

1º) Vd., Dr. Plinio, no sabía de tal ceremonia [15]. Ella no puede expresar el pensamiento sino de quienes de ella participaban, y por lo tanto no el de la TFP en cuanto tal;

2º) El local ocupado por la imagen de Nuestra Señora de Fátima varió durante las ceremonias, siendo algunas veces puesta en un lugar más central del que normalmente ocupa, y otras en un lugar menos central. La variación de lugares refleja una preocupación de buen orden en la ceremonia, y no la intención de “destronar” a Nuestra Señora;

3º) Como el mencionado armazón donde era colocado el cuadro de Dª Lucilia no era un trono, tampoco tiene sentido hablar de “entronización”;

4º) Usando la supuesta lógica del autor de las cartas, ¿por qué se habría de destronar a Nuestra Señora, para entronizarla quince minutos después y continuar dándole culto exactamente como antes? ¿Qué significarían seis o siete “destronamientos” seguidos de seis o siete “entronizaciones”? Como las ceremonias terminaron en mayo de 1982, a seguir esa lógica absurda, prevalecería el último acto, o sea la sexta o séptima “entronización” de la imagen de Nuestra Señora;

5º) si el autor de las cartas cree que hay “destronamiento” en el hecho de quitar la imagen de Nuestra Señora de Fátima del lugar que ocupa al lado del altar, ¿por qué no concluye que el cuadro de Dª Lucilia fue destronado al ser retirado de ese lugar para volver encima de la chimenea? ¿Y por qué no concluye que actualmente está destronado definitivamente, una vez que nunca más volvió al armazón al lado del altar? Admitiendo que este sea uno de los hechos que el Sr. F. toma como fundamento de su acusación, se ve que el autor de las cartas padece de falta de coherencia y falta de sentido común:

6º) Hay que notar una circunstancia que el autor de las cartas —cómodamente para él— omite. El lugar de mayor honor en la capilla no es el sillón al lado del altar sino en el retablo, del cual la imagen de Nuestra Señora de Paris nunca fue quitada, en ninguna circunstancia. Y ni siquiera lo alega el autor de las cartas. Luego no hubo “destronamiento”;

7º) Por eso concluyo que si fuese verdadero el “destronamiento” en el Eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia, sería impropia la generalización atribuyéndolo a toda la TFP; pero tal “destronamiento” no sólo es falso, sino sin sentido.

D. Analizada la Doctrina Católica sobre el culto de hiperdulía, las relaciones de los Santos y almas justas del Cielo con Nuestra Señora a través de la verdad de Fe de la Mediación Universal de María, analizadas también las devociones que existen en la TFP comparativamente con la veneración que se tiene a Dª Lucilia, y, por fin, estudiados los diversos tipos de “tronos” que Nuestra Señora tiene en la TFP, se concluye que en cualquiera de las acepciones en que pueda ser tomada la expresión “destronamiento de Nuestra Señora” tal hecho no sucede en la TFP, sino que por el contrario Nuestra Señora crece, más y más, en la devoción de sus socios y cooperadores.

6. Otra pretendida manifestación de “destronamiento”, ¡agravada por el pecado de simulación!

El autor de las cartas, en el exceso de deseo de detractar, imagina una novelesca “maniobra Tam”, de la que intenta sacar provecho contra Vd. y contra la TFP para una acusación de hipocresía y de simulación, además de ser otro hecho indicativo de “destronamiento” de Nuestra Señora.

Dice el Sr. F.:

“En los días en que él (P. Tam) estuvo aquí, en el Eremo de la Divina Providencia fue dada orden de quitar todas las fotografías de Dª Lucilia de las mesas de los eremitas, así como el cuadro de ella del lugar de honor, en la sala capitular de ese eremo, para que el cura no las viese. ....

“Peor que quitar las fotos de Dª Lucilia fue el hecho de substituirlas por imágenes o cuadros de Nuestra Señora. Entonces no hay duda de que el lugar de honor en el Eremo es normalmente ocupado por fotos de Dª Lucilia y no por imágenes o cuadros de Nuestra Señora. ....

“Para completar el mal, en cuanto el Cura salió, las imágenes y cuadros de Nuestra Señora fueron retirados del lugar de honra, y de nuevo, substituidos por las fotos de Dª Lucilia”.

“Es evidente, entonces, que sólo se honró a Nuestra Señora con el lugar principal de la sala capitular del eremo por causa del sacerdote y no por causa de Nuestra Señora” (Carta 83, pp. 18-19).

Este es, junto con la “ceremonia de la meta”, el otro de los dos hechos concretos señalados por el autor de las cartas, que imagina suficientes para demostrar la acusación gravísima de que “el lugar de honor en el eremo es normalmente ocupado .... no por imágenes o cuadros de Nuestra Señora” (Carta 83, p. 18).

Tal hecho revelaría, pues, según el Sr. F., un “destronamiento” de Nuestra Señora, agravado, en el caso, por un pecado de simulación y de hipocresía.

“¿Cómo no clasificar lo que fue hecho en el eremo de la Divina Providencia —la maniobra Tam— de simulación?

“Sin querer juzgar las intenciones y las conciencias, lo que hubo fue objetivamente una mentira, por gestos y actitudes, con el fin de engañar. Y objetivamente, simular para engañar, en ese caso, es pecado. ¿Qué pecado no será la simulación que se sirve de la misma imagen de la Madre de Dios? ¿Una simulación que utiliza el retrato de la Virgen Madre Reina del Cielo y de la Tierra para engañar a un sacerdote que nos visita, a fin de que él juzgue que, en el centro de todo, en nuestros eremos, está Nuestra Señora, no es hipocresía?” (Carta 83, p. 21).

Y más adelante: “No vengan a decirnos que exageramos, que ese caso de la maniobra Tam, en el eremo de la Divina Providencia, es un caso aislado y explicable por medida de prudencia. La virtud de la prudencia no se concilia con el pecado de simulación” (Carta 83, p.23)

Veamos cómo sucedió el hecho:

a) Vd., Dr. Plinio mandó, previamente a una visita del P. Tam, retirar la foto de Dª Lucilia del comedor del eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia;

b) Los ejecutores de la orden trasladaron entonces un cuadro de Nuestra Señora del Buen Consejo de Genazzano que se encuentra habitualmente en un lugar digno en el hall de entrada, y lo colocaron encima de la chimenea del comedor, substituyendo el cuadro de Dª Lucilia que normalmente está ahí, colgado en la pared.

c) Terminada la visita, todo volvió al antiguo orden.

La acusación de “destronamiento” que de ahí concluye el Sr. F. es confusa. Se presta a tres interpretaciones:

1º) el “destronamiento” consistiría en haber quitado el cuadro de Nuestra Señora de encima de la chimenea, después de haberlo puesto allí;

2º) el “destronamiento” consistiría en mantener habitualmente el cuadro de Nuestra Señora de Genazzano en lugar secundario en el hall de entrada;

3º) el “destronamiento”, por fin, podría consistir en mantener habitualmente el cuadro de Dª Lucilia encima de la chimenea, lo que sería inadecuado, por ser el “lugar de honra del eremo” (Carta 83, p.18).

Responderé a la acusación en cada una de esas posibles interpretaciones:

1ª interpretación. — Quitar el cuadro de Nuestra Señora de Genazzano de encima de la chimenea, después de allí haberlo colocado no caracteriza ningún “destronamiento”, pues no hay ninguna falta de respeto en hacer volver un cuadro de Nuestra Señora al lugar digno que ocupa desde hace cuatro años.

Además, antes de ser colocado en el hall, el cuadro de Nuestra Señora de Genazzano permaneció, durante algún tiempo, encima de la chimenea. Cuando estuvo la imagen Peregrina de Nuestra Señora de Fátima en el Eremo, fue colocada en ese lugar, encima de la chimenea. Cuando salió, quedó como recuerdo de su paso un simple terciopelo azul con una “M”, ocupando la parte superior de la chimenea. Entretanto, el cuadro de Nuestra Señora de Genazzano fue colocado en lugar digno, en el hall de entrada.

Considerando que Nuestra Señora estaba debidamente recordada y reverenciada en el Eremo, pues además de las dos imágenes de la capilla (Nuestra Señora de Paris, sobre el altar, y Nuestra Señora de Fátima, en el sillón al lado), hay tres cuadros más de Nuestra Señora en la planta baja de esa casa, los encargados de la decoración quitaron el terciopelo del comedor y colocaron en el lugar una foto de Dª Lucilia. Entonces, para cinco salas —capilla, comedor, hall, un despacho, un dormitorio— hay en ese Eremo siete imágenes o cuadros de Nuestra Señora y una foto de Dª Lucilia.

Descritas las cosas, queda así claro que tampoco hubo “destronamiento” cuanto al pasado, puesto que el cuadro de Dª Lucilia substituye un simple terciopelo y no un cuadro de Nuestra Señora.

Ahora, véase la lógica del autor de las cartas. Encima (Carta 83, p. 19), acusaba que hubo “destronamiento” en la ceremonia referida, porque la imagen de Nuestra Señora fue quitada del “trono” (el citado sillón) y habría sido colocada en lugar secundario encima de la chimenea. Aquí viene a decir que Nuestra Señora de Genazzano fue “destronada” porque no quedó encima de la chimenea. Si la parte superior de la chimenea es, para él, un “trono”, ¿por qué acusar de “destronamiento” el cambio del cuadro de Nuestra Señora de Genazzano?

Luego no hubo destronamiento al substituir, encima de la chimenea, el cuadro de Dª Lucilia por el de Nuestra Señora, durante un día; no lo hubo tampoco a lo largo de los años. Y si es ésta la interpretación válida para la acusación, revela en el acusador falta de coherencia interna, falta de sentido común y falta de objetividades.

2ª interpretación. — No hay nada de inadecuado en que un cuadro de Nuestra Señora esté colocado en un cuarto secundario, desde que Nuestra Señora ocupe el lugar de honor en la sede considerada como un todo, lo que efectivamente sucede en todas nuestras sedes, como ya ha sido dicho. En efecto, la capilla es el lugar de mayor dignidad en el Eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia, y en el retablo del respectivo altar está, allí si, la imagen de Nuestra Señora de París, como ya ha sido dicho y resaltado.

El que en el hall de entrada esté colocado un cuadro de Nuestra Señora del Buen Consejo de Genazzano, únicamente refleja un deseo loable de los encargados de la decoración de la sede por colocar cuadros de Nuestra Señora donde quiera que quepan digna y razonablemente.

Luego, no hay “destronamiento” en mantener el cuadro de Nuestra Señora de Genazzano en un lugar secundario, como el hall de entrada. Y de ser ésta la interpretación que está en la intención del acusador, padece de falta del sentido común más elemental.

3ª interpretación. — El “destronamiento” consistiría en mantener habitualmente el cuadro de Dª Lucilia encima de la chimenea, lo que sería inadecuado, por ser “el lugar de honor del éremo” (Carta 83, p. 18).

El lugar de honor máximo en el Eremo es reservado para el Santísimo Sacramento en el Sagrario del altar. A continuación, el lugar de mayor honor es el nicho del retablo del altar, en donde —como ya ha sido dicho— está entronizada una imagen de Nuestra Señora de París. La acusación, por lo tanto, de que la foto de Dª Lucilia ocupa “el lugar de honor en el éremo” no tiene ningún fundamento.

Para ver, sin embargo, cuán aturdido y confuso está el autor de las cartas en sus ansias de acusar, basta leer lo que él añade a continuación: “Para completar el mal, en cuanto el Sacerdote salió, las imágenes y cuadros de Nuestra Señora (nótese el plural) fueron retirados del lugar de honra (¡en singular¡), y de nuevo fueron substituidos por las fotos (en plural) de Dª Lucilia” (Carta 83, p.18 — las palabras entre paréntesis, intercaladas en el texto del Sr. F., son mías).

No se consigue entender: parece, por el texto, que varias “imágenes y cuadros de Nuestra Señora” habían sido colocados “en el lugar de honra” (en singular). Es absurdo imaginar que, al ser retirado el cuadro de Dª Lucilia, varias “imágenes y cuadros” hayan sido colocados en su lugar. Si la intención era escribir en plural “lugares de honra”, también sería completamente falso, pues el referido cuadro de Dª Lucilia es el único que ocupa lugar principal (por cierto único adecuado para tal) de esa sala del Eremo (comedor-sala de actos).

*   *   *

Resta ahora, Dr. Plinio, una vez que toda la casuística ya está analizada, responder a otra acusación, que constituiría un agravante para el asunto del “destronamiento”. Se trata de la acusación de “hipocresía” y de “simulación” (Carta 83, pp. 21 y 23), que hizo el autor de las cartas por el hecho de que Vd. mandó retirar la foto de Dª Lucilia, de encima de la chimenea. La “simulación” tendría por objetivo encubrir un culto secreto a Dª Lucilia, lo que nos convendría que el P. Tam no conociese.

En realidad, la foto de Dª Lucilia fue retirada por razón muy comprensible. El simpático visitante procedía de un ambiente donde hay personas bastante hostiles a la TFP. La propia posición de él acerca de nuestra entidad no nos era entonces suficientemente conocida. Ahora bien, como ya ha sido dicho, cuando todos los eremitas se reúnen en la exigua capilla, siendo grande su número, la solución normal consiste en abrir la ancha puerta de comunicación existente entre la dicha capilla y el comedor, en el que se instalan entonces las personas excedentes. — ¿Sería correcto conservar, en esa ocasión, la foto de Dª Lucilia colgada en la pared, ya que el comedor pasaba a funcionar, durante el Santo Sacrificio, como un anexo de la Capilla? El problema, de naturaleza canónica, nunca se le había ocurrido a nadie. En la inminencia de la visita del P. Tam, y ante la perspectiva de que celebrase allí una Misa, no había tiempo para hacer los estudios necesarios: Vd., Dr. Plinio, mandó entonces retirar la foto. Desde el punto de vista ornamental, quedaba un vacio en el local dejado por la foto del cuadro de Dª Lucilia, que fue ocupado por el cuadro de Nuestra Señora de Genazzano que se encuentra en el hall.

Terminada la visita, los dos cuadros fueron repuestos, cada uno en su respectivo lugar. Y el asunto de la presencia del cuadro de Dª Lucilia en el refectorio cuando hay ceremonia en la capilla, quedó en ser estudiado.

El Sr. F., siempre pronto para interpretar malévolamente todo cuanto sucede en la TFP, vio en eso un negro “pecado de simulación” y de “hipocresía”. Sin embargo, la explicación del hecho es muy simple, y es desconcertante ver al Sr. F. desencadenar tal tempestad en un vaso de agua.

Como enseña Santo Tomás, “la mentira se da cuando se expresa una cosa falsa, pero no cuando se calla algo verdadero, lo que alguna vez es lícito. Así también, la simulación existe cuando se manifiesta exteriormente algo contra lo que uno realmente es, pero no cuando se omite la exteriorización de algo existente” (II-II, 111, 1, ad 4). Ahora bien, la retirada del cuadro de Dª Lucilia del comedor en esa ocasión se debió, como se ha dicho, a un problema de naturaleza canónica que no sabíamos resolver, y no al deseo de ocultar al visitante una devoción que no tenemos ninguna razón para esconder.

Y así, es absolutamente falso y abusivamente injusto condenar como simulación lo que sucedió en el Eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia.

Además, en las varias sedes que visitó, el P. Tam pudo ver múltiples fotos de Dª Lucilia en los lugares que habitualmente ocupan. En el Eremo Praesto Sum, por ejemplo, donde estuvo por dos veces, conversó largamente en la sala principal del Eremo, en donde hay con bastante destaque una foto de Dª Lucilia . En esa misma sala, el P. Tam, hizo después una larga conferencia para los socios y cooperadores de la TFP allí reunidos. Y en ninguna de las dos ocasiones manifestó la menor extrañeza por la presencia de la foto. Ahora bien, si la acusación del Sr. F. fuese verdadera, habría sido necesario retirar todas las fotos de Dª Lucilia de todas las sedes, lo que no sucedió.

Luego no hubo simulación ni hipocresía, ni intento de encubrir algo secreto.

*   *   *

El Sr. F. alega todavía que, en el Eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia “fue dada orden de quitar todas las fotos de Dª Lucilia de las mesas de los eremitas” con motivo de la misma visita del P. Tam (Carta 83. D. 18).

Procediendo el P. Tam, como ha sido dicho, de un ambiente con muchas prevenciones contra la TFP, y donde ya circuló la falsa acusación de una devoción malsana a Dª Lucilia, no podríamos prever cual sería su reacción ante un hecho, sin embargo tan legítimo. ¿No le parecería desproporcionado que un cierto número de eremitas tuviesen en sus mesas de trabajo fotos de Dª Lucilia? [16]. Entonces sería necesario explicarle que la presencia de esas fotos representa su homenaje de gratitud a las numerosas gracias recibidas, por intercesión de Dª Lucilia, para obtener donativos, y quizás también gracias de orden personal. Todas estas explicaciones tienen un carácter inevitablemente opinativo, que no siempre impresionan al interlocutor de la misma manera que a la persona con certeza de haber sido favorecida por dicha gracia. Era, pues, explicable medida de prudencia evitar el problema, por cierto enteramente secundario en el conjunto de actividades de la TFP, y que, en el caso concreto, dice más respecto de la vida interior de cada uno. Y no es el inocuo vociferar del Sr. F. —rehusando a priori esa explicación (Carta 83, p. 23)— que le quita el carácter prudencial.

Que no se ocultó al P. Tam la devoción a Dª Lucilia existente en la TFP queda claro, como hace poco se ha dicho, por las visitas que hizo a todas las demás sedes de la TFP. Por cierto, que en el mismo Eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia pudo ver varias fotos de Dª Lucilia en los cuartos individuales (“celdas”) de los eremitas. Los informantes del Sr. F., siempre prontos para proporcionarle cualquier dato que sirviese para montar el cuadro negativo de la TFP que éste tenía en mente demostrar, omitieron sintomáticamente este hecho. ¡Es que entorpecería el puzzle del Sr. F.!

7. Conclusión de este Capitulo

Por todo cuanto ha sido expuesto, se concluye que no hay ningún tipo de “destronamiento” de Nuestra Señora en la TFP, sino que por el contrario, la devoción mariana medra entre nosotros. No hay secreto en la devoción a Dª Lucilia de los socios y cooperadores de la TFP, puesto que es, además, de conocimiento público y notorio.

Mostraré a continuación que esa devoción a Dª Lucilia está en perfecto acuerdo con las leyes y el espíritu de la Iglesia.

Capítulo VI

 

La doctrina de la Iglesia sobre el culto en general y culto de dulía en particular

 

Toda la construcción imaginativa, altamente difamatoria, armada por el Sr. F. a propósito del supuesto “destronamiento” de Nuestra Señora en “beneficio” de Dª Lucilia deja ver un presupuesto. Que el culto a Dª Lucilia, persona no canonizada, ni beatificada, y que ni siquiera tiene intento de proceso de canonización ante la Autoridad Eclesiástica competente, es contrario ipso facto a la doctrina y a las leyes de la Iglesia. De ahí —supone él— el haber querido ocultar al P. Tam la devoción a Dª Lucilia existente entre los socios y cooperadores de la TFP, lo que, como ya se ha dicho, no corresponde a la verdad.

El autor de las cartas parece imaginar que el culto sólo se presta a personas canonizadas o beatificadas. No es ésta la enseñanza de la Iglesia, y no hay nada establecido, en ese sentido, en el Código de Derecho Canónico.

También parece imaginar que toda manifestación de respeto y veneración a personas vivas infringe las disposiciones legales de la Iglesia que reculan el culto de dulía prestado a los Santos y Beatos.

Para aclarar convenientemente los dos asuntos conviene presentar aquí un resumen de lo que la Iglesia, por sus Pontífices, teólogos y doctores, enseña o estatuye al respecto.

Primero trataré de la Doctrina Católica in genere sobre el culto, y después de lo que disponen a ese respecto las leyes de la Iglesia.

El tema es ampliamente versado por los teólogos, moralistas y canonistas, que adoptan, en general, la misma terminología, aunque a veces con diferencias que en algo contrastan, pero en nada alteran la substancia de la doctrina.

Para facilitar la exposición, seguiré lo que sobre el asunto expone A. Chollet en el Dictionnaire de Théologie Catholique (vocablo Culte en général, Letouzey et Ané, Paris, 1923, tomo III, 3ª ed., cols. 2404-2427). Cuando sea oportuno insertaré citas de otros autores, para mejor aclarar los puntos tratados.

1. Noción, especies y formas de culto

A. Noción de culto

La palabra culto viene del verbo latino colo, colis, colere, colui, cultum, cuyos primeros significados son habitar, cultivar, cuidar de, proteger, querer bien a, agradar a, y, por extensión, honrar, rendir culto, venerar, respetar (A. Ernout et A. Meillet, Dictionnaire étymologique de la langue latine — Histoire des mots, Klincksieck, Paris, 1979, 4e. ed., p. 132). Esas acepciones conducen adecuadamente a la noción de culto:

“Unánimemente —se lee en el citado vocablo del Dictionnaire de Théologie Catholique— los teólogos, siguiendo a San Juan Damasceno (Orat, III, De imaginibus, n. 26, P.G. tomo 94, col. 1346,....), con Franzelin (De verbo incarnato, Roma, 1874, th. XLV, p. 456), definen el culto como un signo de sumisión en reconocimiento a la superioridad y excelencia de alguien — “nota submissionis ad agnitam excellentiam alterius” (loc. cit., col. 2404).

Esa definición encierra tres elementos esenciales:

a) un elemento objetivo: la superioridad y excelencia de alguien, que es honrado o recibe el culto de otro;

b) un elemento subjetivo: el reconocimiento, la sumisión voluntaria y la deferencia ante esa superioridad y excelencia;

c) un signo, interno o externo, de ese reconocimiento y de esa sumisión (cf. DTC, loc. cit., col. 2406).

Las distintas formas de los elementos objetivo y subjetivo, y sus combinaciones, bien como la naturaleza del signo, dan origen a las diversas especies y modalidades de culto.

B. Culto civil y culto religioso

a) Culto individual: “En efecto, un ser puede manifestar su excelencia y superioridad de diversas maneras y en diferentes esferas. Puede ser superior, eminente, por su valor personal. Es un genio cuya ciencia es inmensa, cuyas intuiciones son maravillosas, y que abre al conocimiento humano horizontes hasta entonces insospechados; es un héroe, cuyo carácter y energía se imponen a la admiración de todos y que por la perspicacia y el poder de su voluntad triunfó de dificultades inauditas; o, más simplemente, es un coloso, cuya constitución física y cuyos músculos de acero recuerdan los gigantes antiguos: valor intelectual, valor moral, fuerza física se imponen a los demás y dan origen a un sentimiento de admiración mezclado con deferencia y respeto, que es un culto. Estos héroes arrastran fácilmente tras de sí a los demás, y el vinculo que somete las multitudes a su ascendiente es un culto (culto individual)” (DTC, loc. cit., col. 2404).

b) Culto familiar: “Un hombre puede ser superior por la función que desempeña en la familia: es un padre; fundó un hogar, lo gobierna con la autoridad que le viene del contrato solemne hecho con su esposa ante Dios, o del hecho de la procreación de sus hijos. La mujer y los hijos reconocen su autoridad, le respetan, y le atestiguan sumisión o piedad filial. Es también un culto (culto familiar)” (DTC, loc. cit., col. 2404-2405).

c) Culto social: “Si un hombre tiene una misión social y ocupa en la nación un cargo que le hace jefe de sus conciudadanos, éstos reconocen en él la autoridad y el prestigio que la rodea, y manifiestan públicamente deferencia por su persona: ellos practican de ese modo actos de un culto real (culto social)” (DTC, loc. cit., col. 2405). A su vez, el culto social se diversifica en tantas formas cuantas son las asociaciones particulares que constituyen la sociedad nacional (cf. loc. cit., col. 2405). El culto de los alumnos a sus maestros, por ejemplo, se clasifica como un culto social.

Todas estas variedades de culto constituyen el culto civil, porque consideran en los hombres la excelencia natural por la cual ellos nos son superiores.

Pero “por encima del individuo, de la familia y de la patria, hay una sociedad que liga a los hombres con Dios, su Creador, su Rey y su Padre, y los hace miembros de una misma patria divina, de una misma familia religiosa. Esta sociedad tiene una Jerarquía propia —en cuyo ápice está Dios— y personalidades eminentes, cuya excelencia procede de Dios. Conocer y proclamar la excelencia de Dios y de los ministros que El constituyó para conducirnos hasta El, dar testimonio de respeto y sumisión a las personas sagradas o a las personas divinas es practicar el culto religioso” (DTC, loc. cit., col. 2405).

“Por lo tanto, el culto religioso es un reconocimiento de la perfección divina, de la eminente superioridad y excelencia de Dios sobre toda criatura. También se extiende al reconocimiento de las superioridades emanadas de Dios en la sociedad religiosa, sea natural (la sociedad humana), sea sobrenatural (la Iglesia), sea preternatural (la sociedad angélica)” (DTC, loc. cit., col. 2405).

Esta última consideración nos lleva a la distinción entre culto natural y culto sobrenatural.

C. Culto religioso natural y culto sobrenatural

“Supuesto que Dios no hubiese llamado al hombre al orden sobrenatural, deberíamos, no obstante, practicar la virtud de la religión, prestar al Creador un culto basado en el conocimiento natural del Señor .... : sería un culto natural, que las instituciones sociales habrían podido desarrollar y organizar. .... Pero Dios nos elevó al orden sobrenatural; Jesucristo vino a restaurar este orden perturbado por el pecado y estableció, entre Dios y el hombre, nuevas relaciones de supremacía divina y de dependencia humana. Estas relaciones exigen que las conozcamos y proclamemos por signos exteriores que constituyen un culto. Este es .... (el culto) sobrenatural” (DTC, loc. cit., col. 2410).

D. Culto supremo y culto subordinado. Latría y dulía

El culto debido a Dios es el culto supremo, llamado por los teólogos culto de latría:

“Dios quiso hacer participar de su incomunicable perfección a las criaturas; y en los hombres, en los héroes, en su virtud y santidad, brilla una centella de las perfecciones divinas y de la excelencia de su Creador. Podemos reverenciarlos en razón de esta vida divina que se desarrolla en ellos por sus virtudes y por la gracia de Dios. Este culto será dependiente del primero, en el cual se encuentra su razón de ser. Será un culto subordinado, llamado por los antiguos dulía (del griego douleia)” (DTC, loc. cit., col. 2407).

* Hiperdulía y protodulía

“Entre las almas santas, que participaron sobrenaturalmente de la perfección de Dios y de Jesucristo, una se distinguió de manera incomparable, alcanzando ápices de virtud a los que ninguna criatura, después de ella, podría pretender. Es María, cuya excelencia sublime e inimitable, aunque creada y finita, así es objeto, en razón de su supereminencia, de un culto especialmente distinto llamado hiperdulía” (DTC, loc. cit.. col. 2407).

Por razones análogas —eminente santidad y relación con Nuestro Señor Jesucristo y Maria Santísima— muchos teólogos modernos designan el culto especial a San José como protodulía (es decir, el primero entre los de dulía) (cf. Bonifacio Llamera O.P., Teología de San José, Madrid, 1953, pp. 330 a 338).

“Las expresiones dulía e hiperdulía se comprenden fácilmente. La palabra griega doúlos significa esclavo o servidor. Los santos son los servidores de Dios. Son santos en la medida en que fueron servidores de Dios, y son honrados, o al menos tienen derecho a las honras religiosas, en la medida en que son santos” (DTC, loc. cit., col. 2407).

Más adelante mostraré cuales son las honras reservados por las leyes de la Iglesia para los Siervos de Dios canonizados o beatificados. Es importante señalar aquí que ese culto religioso debe ser prestado también a los santos in via, es decir, a los que todavía están en esta tierra. Y la razón es simple: ya están participando, por su virtud y por la gracia, de la excelencia divina. Así se expresa el conocido teólogo y moralista P. Antonio Peinador C.M.F.:

“Sobre la dulía sobrenatural, debe ser notado que se atribuye a Dios de una manera eminente; a los celícolas (habitantes del Cielo), porque están en estado de santidad; y también a quienes, en la tierra, se distinguen por una preeminente santidad o gozan de una especial dignidad espiritual.

“1. A Dios, pues, se debe de un modo eminente, porque así como la piedad por excelencia se llama religión, por cuanto Dios es por excelencia Padre, así también la dulía por excelencia se llama latría, por cuanto Dios es excelentemente Señor (II-II, 103, 3, ad 1). Sin embargo, a Dios se debe, más propiamente la latría y no la dulía, porque .... (sigue la explicación de Santo Tomás de por qué la dulía es virtud especial distinta de la latría, cf. II-II, 103, 3, resp.).

“2. A los celícolas (habitantes del Cielo) también se les presta dulía, por cuanto tienen, por disposición divina, una verdadera razón de señorío sobre nosotros, y por eso debemos ser sus humildes servidores.

“3. También a quienes, en la tierra, gozan de una santidad actual, porque la santidad del camino es substancialmente idéntica a la santidad de la gloria. Por lo tanto, la excelencia por cuyo motivo los celícolas (habitantes del Cielo) son dignos del honor de que les estemos sujetos, también es participada por los santos de este mundo (cf. Cajetanum, in a. 4).

“4. En fin, se presta la dulía sobrenatural a todos aquellos que poseen alguna dignidad espiritual o sobrenatural, pues, por causa de esa dignidad, estamos constituidos en servidores suyos.

“5. Una dulía especial, que recibe el nombre de hiperdulía, se debe a la Santísima Virgen María, Madre de Dios” (Cursus Brevior Theologiae Moralis ex Divi Thomae principiis inconsussis, Coculsa, Madrid, 1956, tomo III, pp. 395-396).

Señalo que a las personas constituidas en la Iglesia en “alguna dignidad espiritual”, como el Sacerdote en relación al seglar, el Obispo en relación a los Sacerdotes, las Prioras en relación a sus Religiosas, y máxime el Papa en relación a todos los fieles, se les debe el culto religioso de dulía.

La misma doctrina es explanada por el P. Clemens Marc C.SS.R. —de la escuela de San Alfonso— en términos más concisos, aunque no menos claros: “El culto religioso se llama simplemente tal si se refiere a la excelencia espiritual de un hombre todavía peregrino en esta tierra, por ejemplo, de un Sacerdote, un Obispo, o también de alguien que demuestra una santidad singular. Pero se llama culto sagrado (en un sentido más estricto), si se refiere a la excelencia, sea divina, sea de los bienaventurados que están indisolublemente unidos a Dios” (Institutiones Morales Alphonsianae seu Doctoris Ecclesiae S. Alphonsi Maríae de Ligorio Doctrina Moralis ad usum scholarum accommodata, Della Pace, Roma, 1906, 13ª ed., tomo I, p. 355).

E. Culto absoluto y culto relativo

“La razón por la cual una persona o una cosa es objeto de culto puede serle intrínseca o extrínseca, anexa o separada. En el primer caso, el culto es absoluto; en el segundo relativo” (A. Chollet, DTC, loc. cit., col. 2409).

“El culto absoluto se dirige directamente a las personas, el culto relativo venera las imágenes o las reliquias, pero en razón de las personas con las que éstas se relacionan, y, en último análisis, el homenaje se dirige a esas personas. Adorar la imagen material sería idolatría, y explicarla los furores de los iconoclastas; pero los católicos, por poco instruidos que sean, saben que las imágenes y las reliquias tienen por fin aumentar su devoción hacia Dios y sus Santos” (E. Jombart, Dictionnaire de Droit Canonique, Letouzey et Ané, Paris, 1948, fasc. XXII, col. 862).

“Suprimid la unión substancial entre el objeto del culto y la persona cuya excelencia es razón del culto y tendréis un culto relativo, así llamado porque lo que hace venerar este objeto es su relación con una persona santa, venerable o adorable.

“La relación puede ser entre dos personas: por ejemplo cuando venero un embajador por causa del príncipe que lo envía; o entre una persona y una cosa: cuando venero la corona de espinas, porque ciñó la frente del Salvador.

“La relación puede basarse en un hecho pasado: por ejemplo, cuando venero la preciosa Sangre porque otrora manó del Cuerpo del Salvador; o sobre un hecho presente: cuando venero el retrato que representa al Soberano Pontífice actualmente reinante” (A. Chollet, DTC, loc. cit., col. 2409).

*   *   *

Algunos ejemplos mostrarán el alcance de esta distinción. Dice A. Chollet en el citado vocablo:

“El culto de Jesucristo dio lugar a cuestiones especiales muy agitadas en la Historia de la Iglesia. En efecto, Cristo es Dios y hombre, es una Persona divina, y posee en la unidad de la Persona dos naturalezas infinitamente distintas. ¿Qué culto se le puede prestar? ¿Con qué religión honrar su Humanidad? La respuesta variaba conforme se le concediese o rehusase la divinidad, o conforme el género de unión que se profesase entre Dios y el hombre, en El” (DTC, loc. cit., col. 2415).

“El Concilio de Efeso, definiendo la unidad personal de Cristo en la dualidad de naturalezas, anatematizó quien osase decir que se debe co-adorar, con-glorificar o co-nombrar Dios al hombre asumido y al Dios Verbo, como si fuese un otro en un otro. En efecto, la partícula con obliga a entender eso así. La Iglesia entiende por el prefijo con el significado de dos personas distintas unidas por un vínculo que deja subsistir la distinción de personas. Así, al mismo tiempo que la Iglesia confiesa que el Espíritu Santo es co-adorado con el Hijo y el Padre, porque hay distinción de personas honradas con el mismo culto, no quiere co-adorar el hombre y Dios en Cristo, porque hay unidad de Persona” (DTC. loc. cit.. col. 2416).

El II Concilio de Constantinopla, que fulminó el nestorianismo y el monofisismo prohibe, en el 12º anatema, “el culto relativo dado a la humanidad de Cristo, como si la venerásemos a manera de una imagen, no por su propia dignidad, sino por su relación extrínseca con el Verbo, Hijo de Dios. Se debe, pues, adorar a Cristo, Hombre-Dios, con un culto absoluto y directo” (DTC, loc. cit., col. 2417).

De donde la conclusión: “No hay, pues, dos adoraciones, sino un solo culto a Dios; y la humanidad de Cristo es una parte integrante del objeto de este culto. Como consecuencia, ella es honrada con un culto absoluto de latría, culto tributado también a cada una de sus partes vivas, consideradas distintamente, pero no separadamente, del ser total del Salvador” (DTC, loc. cit., col. 2418).

El P. Charles Sauvé S.S., en su libro Le culte du Sacré-Coeur, también aplica esas nociones: “El corazón de Jesús es el mismo Jesucristo adorado bajo el punto de vista del Corazón, del amor; como la preciosa sangre es Jesucristo entero adorado bajo el aspecto de la sangre derramada, del sacrificio; como el culto del cuerpo de Jesús es el culto de la persona de Jesucristo bajo el punto de vista del cuerpo inmolado por nosotros; como el culto de la cruz es, en el fondo, el culto de Jesucristo bajo el símbolo de su muerte. Tened siempre ante vosotros la persona de Jesucristo entera, y no una parte de su persona” (op. cit., J. de Gigord, Paris, 1906, tomo I, p. 24 — apud A. Chollet, DTC, loc. cit., col. 2406).

Sin embargo, en el último caso —el de la Santa Cruz— ya no se trata de un culto absoluto sino relativo, porque no existe una unión substancial de la Cruz con la persona de Jesucristo. La razón del culto de la Cruz es su relación (y no unión substancial) con la persona adorable de Jesucristo, lo que caracteriza un culto relativo de latría.

*   *   *

Las relaciones que fundamentan el culto relativo pueden ser muy variadas: “Toda relación real y decente puede dar base a un culto relativo” (A. Chollet, DTC, col. 2409).

“En general se trata de un vínculo vital, un vínculo de propiedad o un vínculo de significado. Vínculo vital, al presente roto, que otrora unía los miembros al cuerpo y a la persona de un santo, de la Bienaventurada Virgen María o de Nuestro Señor. Así son constituidas las reliquias propiamente dichas, a las que se tributa un culto por causa del vínculo real que las unía a una persona venerada o adorada. Vínculo de propiedad, resultante de que tal persona la produjo o poseyó, ocupó o habitó, utilizó o dirigió, e ipso facto, santificó o bendijo algún objeto, algún local, que así quedan transformados en reliquias impropiamente dichas [17]. Por fin, vínculo de significado, de simbolismo, por el que una imagen o un signo convencional representa ante nuestro espíritu o recuerda a nuestra memoria una persona divina, un ángel, un hombre, con derecho a nuestros sentimientos religiosos. Tales son los gestos o actos de culto exterior, las pinturas y esculturas, los grabados y cincelados, que no son propia ni impropiamente reliquias, y que no tienen con las personas que en ellos se venera más que una relación lógica de representación o de recuerdo” [18] . (A. Chollet, DTC, cols. 2409-2410).

Obviamente, hay una gradación en estas tres categorías de objetos religiosos: “Haber sido parte de un compuesto vital es ciertamente, a igual título, más honroso que haber sido poseído por él; y haber sido poseído es más honroso que simplemente haberlo simbolizado o simbolizarlo todavía. Una imagen de Jesucristo es más digna de religión que un retrato de un santo o de una santa; pero tal imagen es menos venerable que una túnica o un vestido del Divino Maestro; y estas ropas lo son todavía menos de lo que lo serían una parte de su sangre o de su carne adorable, si hubiese quedado prendida a la verdadera cruz. Esta misma es muchísimo más digna de veneración que una cruz bendita o una imagen milagrosa; pero lo es infinitamente menos que una hostia consagrada” (A. Chollet, DTC, loc. cit., col. 2410).

Evidentemente, también, “el culto relativo es inferior al culto absoluto, pues es menos honorífico ser venerado por una razón extrínseca que por un motivo personal; el culto relativo supone el culto absoluto y lo alcanza; no puedo venerar las reliquias de un santo por el que no tengo ningún culto; y la veneración de sus restos se traduce, por fin, en un homenaje tributado a su persona y a su alta virtud” (A. Chollet, DTC, col. 2410).

F. Culto interno y culto externo

“Si de las razones objetivas del culto pasamos a sus manifestaciones subjetivas, todavía lo veremos tomar varias formas y diversificarse. Distinguiremos, por ejemplo, el culto interno y el culto externo. El primero es el que sucede enteramente en el fondo del alma. Es un lenguaje por el que, dirigida por la voluntad y el corazón, la razón expresa a Dios la sumisión y la veneración del alma. Pero estos sentimientos íntimos pueden traducirse externamente por palabras, actos o señales sensibles, como la genuflexión, la inclinación de cabeza, las manos juntas, levantadas o extendidas (a la manera de los antiguos orantes), los ósculos, las prosternaciones del cuerpo.

“Estos signos se convierten entonces en un culto externo; si están organizados en un ceremonial completo y sagrado, fijado por la autoridad religiosa, constituyen la liturgia. Relaciones estrechas, análogas a las relaciones del alma y del cuerpo, vinculan entre si el culto interior y el exterior. Este procede de aquél, lo manifiesta, es su desembocadura y su complemento. La devoción interior del alma tiene una tendencia espontánea a manifestarse externamente por signos religiosos: con los que tiene una relación de causa y efecto. Pero esta acción causal da origen a una reacción que hace que las manifestaciones exteriores del culto religioso nutran y agudicen a éste, el cual se convierte, así, en cierta medida, dependiente y efecto de los ritos que produjo. Por lo que el culto interior si bien que, en rigor, pueda existir separadamente, normalmente se conjuga con el culto exterior. E, inversamente, éste, a menos de ser hipócrita, no puede existir sin aquél” (DTC. loc. cit. cols. 2410-2411).

Toda esta doctrina choca frontalmente con el protestantismo, que abomina el culto a los Santos, a las reliquias y a las imágenes: “Los reformadores (protestantes) han colmado de objeciones al culto católico tal como es practicado en la Iglesia Católica, considerando idolatría la devoción a los santos, a sus restos o a sus imágenes, así como los signos exteriores de un culto que ellos con satisfacción habrían encerrado en el interior del alma” (DTC, loc. cit., col. 2422).

G. Culto público y culto privado

“El culto externo se subdivide en culto privado y en culto público, conforme sea ejercido para traducir los sentimientos de un individuo o para manifestar la deferencia religiosa de una sociedad. Las sociedades, en efecto, se basan en la autoridad divina: todo poder viene de arriba, y el bien social no tiene valor ni fuerza si no es sancionado por Dios. En consecuencia, existe entre Dios y los grupos humanos una relación de dominación y de dependencia análoga a la que somete los individuos al Señor. Las sociedades tienen sus obligaciones religiosas y su culto propio. Este es ejercido por representantes que realizan ritos religiosos en nombre de sus hermanos. Tales ritos constituyen el culto público, por oposición al culto privado, que es ejercido por los individuos en su nombre propio y privado” (DTC, loc. cit., col. 2411).

Sin embargo hay que hacer una importante distinción: “No confundir culto público con culto ejercido en público: se puede realizar en público un acto de culto privado” (A. Chollet, DTC, col. 2411). Así, por ejemplo, “se pueden realizar en la intimidad actos de culto público, como el Breviario recitado por un Sacerdote en sus aposentos, en nombre de la sociedad cristiana, que es la Iglesia. El culto público recibe su valor de la misma sociedad en cuyo nombre actúa como mandatario; así, el Sacerdote culpable celebra válidamente (la Santa Misa) y recita eficazmente el Breviario, porque es la Iglesia quien celebra por su intermedio, y quien reza por su boca” (A. Chollet, DTC, col. 2411).

En el capitulo siguiente analizaré lo que las leyes de la Iglesia establecen con respecto al culto público y privado.

2. La doctrina de Santo Tomás sobre el culto de dulía

La misma fluctuación y elasticidad que hemos visto existen en el uso de las palabras inerrancia e infalibilidad (cf. Sección II, Cap. III), se verifica también en cuanto a los vocablos culto y dulía. Esta fluctuación es legítima y no tiene nada de incongruente; por el contrario, expresa la largueza y el modo oreado con que los teólogos tratan de la materia.

Claro está que los espíritus cartesianos de cualquier género y especie (protestantes, racionalistas, positivistas) ululan contra esa libertad verdaderamente católica. Les gustaría un lenguaje uniforme, unívoco, “matemático”, cuidadosamente esquilmado de cualquier uso analógico y que encasillase el pensamiento humano en una “camisa de fuerza”. Tal no es —a Dios gracias— el lenguaje de la Iglesia. Aunque tomando todo el cuidado para verificar, en cada caso, el sentido y el contexto en que está siendo utilizado un determinado vocablo, los teólogos, moralistas y canonistas se permiten variar la terminología, dentro de límites legítimos, manteniendo substancialmente la misma doctrina.

Naturalmente, para los espíritus protestantiformes, esa es una continua fuente de incomodidades y mal estar, de donde toman pie para arremeter injustamente contra los católicos que conforman su espíritu con el espíritu de la Iglesia, señalando esas pretendidas contradicciones, o incluso quiméricas violaciones del Derecho Canónico.

Conviene, por lo tanto, profundizar las nociones que acaban de ser expuestas, mostrando el fundamento que encuentran en la doctrina de Santo Tomás, confrontando a continuación esa doctrina con la enseñanza y la terminología de los teólogos hodiernos. Se verificará la perfecta armonía y continuidad existente en esas enseñanzas, pese a la ya referida fluctuación y elasticidad en el uso de las palabras.

A. De la Justicia, y de las virtudes a ella anexas: la religión, la piedad y el respeto (observancia)

“La Justicia, por naturaleza, consiste en dar a otro lo que le es debido, conforme a la igualdad”. Es la definición clásica de justicia que Santo Tomás recuerda al abordar la cuestión de las virtudes anexas a ella (II-II, 80, 1, resp.).

Ahora bien, el hombre no puede retribuir a Dios, en plano de igualdad, todo que lo que de El recibió, como dice el salmista: “Quid retribuam Domino pro omnibus quae retribuit mihi?” — “¿Qué retribuiré al Señor por todo lo que El me concedió?” (Ps. CXV, 3). Por eso, le ofrece, en retribución, respeto, homenaje y culto, lo que pertenece a la virtud de la religión. Es la primera virtud anexa a la justicia (cf. II-II, 80, 1, resp.).

En segundo lugar, los hijos no pueden retribuir a los padres, en estricta igualdad, todo cuanto les deben. Su retribución consiste en cumplir de buen grado su deber para con ellos, tributándoles, al mismo tiempo, un culto diligente. Es lo que compete a la piedad, la segunda virtud anexa a la justicia (cf.II-II, 80, 1. resp.).

Por fin, el hombre no puede dar a la virtud una recompensa que le sea enteramente congruente. Por eso, como dice Cicerón, citado por Santo Tomás, “los hombres eminentes por alguna dignidad son dignificados por un cierto culto y honra”. Es lo que compete a la virtud de la observancia, o del respeto (como adecuadamente traduce en portugués Alexandre Correia) (cf. II-II, 80, 1, resp.).

Así, a Dios se le da culto con la religión, a los padres con la piedad y a las personas eminentes con el respeto (u observancia), que son tres de las virtudes subordinadas a la justicia (cf. II-II, 102, 1, resp.).

B. Del respeto (observancia), de la honra y del culto

Santo Tomás se pregunta si el respeto (observancia) tiene por objeto dar culto y honrar a las personas constituidas en dignidad. Y responde:

“Pertenece a los constituidos en dignidad gobernar a sus súbditos. Ahora bien, gobernar es dirigir para el fin debido; así el navegante gobierna la nave dirigiéndola al puerto. Pero, todo motor tiene en cierto modo excelencia y poder sobre aquello que es movido. Luego, en quien está constituido en dignidad debemos distinguir, primero, la excelencia de su estado, que lleva consigo una cierta autoridad sobre sus súbditos; y segundo el ejercicio mismo del gobierno. Ahora bien, en razón de la excelencia, le es debida la honra, que es un cierto reconocer la excelencia de otro. Y en razón del ejercicio del gobierno le es debido el culto, que consiste en prestarle algún servicio, por cuanto que se obedecen sus órdenes, y pagarle como pudiere los beneficios recibidos” (II-II, 102, 2, resp.).

Así queda establecida la distinción entre honra y culto.

Ante la objeción de que el culto parece lo mismo que la honra, pues, como dice San Agustín, damos culto a las personas a quienes tributamos cierta honra, Santo Tomás aclara: “Se entiende por culto no sólo la honra, sino todos los actos que convenientemente nos ordenan hacia otro” (II-II. 102. 2. ad 1).

Y respondiendo a la objeción de que sólo debemos culto y honra a nuestros superiores, Santo Tomás replica: “Hay dos especies de deudas. Una legal, que la ley nos obliga a pagar. Y, así, debemos honra y culto a una persona constituida en dignidad, y a nuestros superiores. Otra es la deuda moral, exigida por una cierta honorabilidad. Y así debemos culto y honra a las personas constituidas en dignidad, aunque no les estemos sujetos” (II-II, 102, 2, ad 2).

 

Todas estas nociones ensanchan nuestra visión y nuestra perspectiva sobre el concepto de culto.

C. De la dulía: honra, loor y gloria

Según Santo Tomás, la dulía es una parte de la virtud de la observancia (respeto). Tiene por fin prestar honra y culto a los superiores. Al estudiarla, Santo Tomás tiene ocasión de profundizar el concepto de honra: “La honra trae consigo el atestiguarnos la excelencia de alguien; por eso, quien quiere ser honrado busca un testimonio de su excelencia, como está claro en el Filósofo. Ahora bien, el testimonio es dado en presencia de Dios o de los hombres. — En la presencia de Dios, que lee los corazones, basta el testimonio de la buena conciencia. Luego la honra tributada a Dios puede consistir en un solo movimiento del corazón, es decir, en meditar en la excelencia divina o en la de otro hombre, en presencia de Dios. — Pero, no podemos atestiguar nada en la presencia de los hombres sino mediante ciertos signos externos, o por actos, como las inclinaciones, las atenciones y otros semejantes; o también por medios exteriores, como el ofrecimiento de dádivas o de regalos o exponiendo su imagen a la veneración pública, o por modos semejantes. Y así, la honra consiste en signos exteriores y corpóreos” (II-II, 103, 1, resp.).

¿En que se distingue la honra, del loor y de la gloria? — Santo Tomás responde: “El loor se distingue de la honra, de dos modos. Primero, por consistir únicamente en signos verbales; mientras que la honra, en cualquier signo. Y, por ahí, el loor se incluye en la honra. — De otro modo, porque, tributando honra a alguien, absolutamente hablando, damos testimonio de la excelencia de su bondad; mientras que, por el loor, atestiguamos la bondad relativa al fin, así como alabamos a quien obra bien en vista de un fin. Además, honramos a los óptimos, que no se ordenan al fin, sino que ya lo poseen, como está claro en el Filósofo. — En cuanto a la gloria, es efecto de la honra y del loor; porque, atestiguando la bondad del prójimo, la hacemos preclara para el conocimiento de muchos. Lo que está comprendido en la misma denominación de gloria; pues gloria significa, por así decir, lo que es claro. Por eso, sobre un texto del Apóstol, dice la glosa de Agustín, que la gloria es el claro conocimiento de la virtud acompañado del loor” (II-II, 103, 1 ad 3).

Y después de mostrar que la dulía (debida al hombre) es una virtud diferente de la latría (debida a Dios), pues Dios tiene un dominio pleno y principal sobre todas las criaturas, mientras que el hombre apenas tiene una cierta semejanza de dominio divino, Santo Tomás se pregunta si la dulía tiene diversas especies o es una sola. Y responde: “La dulía puede ser tomada en doble sentido. — Primero, en sentido general, cuando es tributada reverencia a cualquier persona, en razón de una cierta excelencia. Y entonces incluye la piedad filial, el respeto y cualquier otra virtud que tenga por fin prestar reverencia a otro; y, así, es susceptible de especies diversas. — Segundo, en sentido estricto es aquella por la que el siervo tributa reverencia al Señor, pues la dulía se llama servidumbre, como se dice. Y, en este sentido, no se divide en especies diversas, sino que es una de las especies del respeto, según Cicerón; pues la razón por la que el siervo presta reverencia al señor no es la misma por la que el soldado la presta al general, el discípulo al maestro, y correlativamente” (II-II, 103, 4, resp.).

D. Culto, devoción y religión

Santo Tomás también se pregunta si la devoción es un acto de religión. Y según su método escolástico tan conocido, tras presentar los argumentos contrarios, da el argumento favorable: “Devoción viene del verbo latín “devovendo” (que significa consagrarse con voto). Ahora bien, el voto es un acto de religión. Luego, también lo es la devoción” (II-II, 82, 2, sed contra).

En el anterior articulo de la Suma Teológica, Santo Tomás define la devoción como “una voluntad pronta para entregarse a todo cuanto pertenece al servicio de Dios” (II-II, 82, 1, resp.). Ahora bien, “en la religión entra todo lo que concierne al culto o servicio divino. Por lo que se concluye que también le pertenece el tener la voluntad pronta para ejecutarlo, lo que es, precisamente, ser devoto. Y así queda claro que la devoción es acto de religión” (II-II, 82, 2, resp.).

Presenta especial interés la solución que Santo Tomás da a la siguiente dificultad: “Por la religión, el hombre se ordena solamente a Dios, como hemos dicho. Pero la devoción se refiere también a los hombres, pues se dice que alguno son devotos de ciertos santos, y también los súbditos se dicen devotos de sus señores. .... Luego la devoción no es acto exclusivo de la religión” (II-II, 82, 2, dif. 3).

La solución de Santo Tomás es la siguiente: “La devoción que se tiene a los santos, vivos o muertos, no termina en ellos, sino que llega hasta Dios, pues los veneramos como representantes de Dios. Cuanto a la devoción que los súbditos tienen por sus señores temporales, la razón es otra: es una devoción tan distinta de ésta como lo es el servicio de los señores temporales del servicio de Dios” (II-II, 82, 2, ad 3).

Por lo tanto, según Santo Tomás, la devoción que se tiene a los santos, vivos o muertos, es un acto de la virtud de religión, y se relaciona con el culto a Dios, en el cual termina.

3. El lenguaje teológico hodierno relativo al culto de dulía

Cabe preguntar si esa doctrina tan clara y magníficamente expuesta por Santo Tomás de Aquino —patrimonio de la Doctrina de la Iglesia— todavía es presentado, hoy en día, en los mismos términos; o si la Sagrada Teología incorporó y fijó posteriormente otra terminología respecto del asunto.

El culto de dulía es estudiado por los moralistas al tratar del cuarto precepto del Decálogo —”honrar padre y madre”— porque las virtudes de la piedad, de la observancia, de la obediencia (llamadas partes potenciales de la virtud de la justicia) incluyen casi todo lo que establece ese Mandamiento de la Ley de Dios (cf. Prummer-Munch, Manuale Theologiae Moralis secundum principia S. Thomae Aquinatis, Herder, Freiburg-Breisgau, 1940, 9ª ed., tomo II, p. 451).

A la pregunta formulada al principio de este apartado cabe responder que los tratadistas del siglo pasado y de la primera mitad de este siglo, correspondiente a la era pre-conciliar, continuaban siguiendo la misma doctrina y adoptando prácticamente la misma terminología de Santo Tomás, enriquecida, es verdad, por la doctrina de ese otro gran Doctor de la Iglesia y príncipe de los moralistas que fue San Alfonso María de Ligorio. Sin embargo conviene señalar las pequeñas variaciones de terminología.

A título de ejemplo, véase este texto del citado Manual de los Sacerdotes Dominicos Prummer y Munch:

“572. Definición. Observancia es la virtud por la cual se presta culto y honra a las personas constituidas en alguna dignidad. Así se expresa Santo Tomás (II-II, 102, 1), siguiendo a San Agustín (1. LXXXIII, q. 31) y Cicerón (De invent. Rhet. 1, II, cap. 53), que dicen: Observancia es la virtud por la cual los hombres excelentes en alguna dignidad son considerados dignos de algún culto y honra.

El nombre de observancia fue dado a esta virtud porque —parece— observar es mirar o notar algo atentamente. De donde, la veneración con la que damos culto a quienes gozan de alguna dignidad se llama observancia, porque a tales los observamos atentamente, cuando necesitan nuestro servicio (cf. Billuart, De virt. justitia annexis diss. I, a. 3). — Lo que la observancia considera sobre todo, en una persona excelente por alguna dignidad, es el gobierno. Así pues, como la piedad presta culto a los padres porque son autores de nuestra vida, del mismo modo la observancia honra a los superiores porque nos gobiernan. No obstante, como también advierte Santo Tomás (loc. cit., ad 2), por esta virtud no sólo damos culto a nuestros superiores, sino también a todos aquellos que están dotados de ciencia, de virtud y de otros predicados, de tal suerte que, aunque de hecho no nos gobiernen, sin embargo, si llegase la ocasión, serían aptos para gobernarnos. De aquí, también, aquella fórmula usada en las cartas: observantissimus tuus (respetuosamente), que es muy significativa y honorífica para con la persona que recibe la carta.

“573. Distinciones. Es costumbre distinguir una triple observancia, conforme la triple dignidad por la que es prestada la observancia: a) observancia civil, si la dignidad es civil, como los reyes, los maestros, patrones, etc.; b) observancia religiosa, si la dignidad es eclesiástica, como en el Papa, en el Obispo, en el Sacerdote, etc.; c) observancia sobrenatural, si la dignidad se basa en la virtud heroica de los santos. En este último sentido, la observancia acostumbra ser llamada dulía, en una acepción estricta. Pero, a veces, se toma dulía en una acepción más lata, para designar la honra prestada incluso a hombres todavía vivos” (op. cit., p. 454).

Como se ve, es esencialmente la doctrina de Santo Tomás, expuesta de modo resumido. No obstante, conviene notar como, manteniéndose substancialmente la misma, la terminología sufre una ligera modificación en algunos autores, en lo que dice al uso de la palabra dulía.

Así, en la Theologia Moralis de A. Lehmkuhl S.J. se lee: “Culto es la acción de prestar honra que se funda en la estima de otro, cuya manifestación es” (op. cit., Herder, Freiburg-Breisgau, 1888, 5ª ed., voz. I, p. 208). Y respecto de la observancia: “Sobre todo se distingue: 1. observancia política y religiosa; 2. la observancia religiosa es natural o sobrenatural. A esta última pertenece, además de la observancia para con los prelados eclesiásticos, la observancia para con los santos, a saber, la dulía y la hiperdulía, que es el culto a la Santísima Virgen María” (oc. cit.. n. 456).

En las ya citadas Institutiones Morales Alphonsianae, el P.Clemens Marc C.SS.R. así define el culto:

“Culto, en general, es honra prestada con sumisión. Y puesto que la honra es el signo de nuestra estima por la excelencia ajena, el culto también puede ser definido como: el testimonio de la excelencia ajena y de nuestra propia sumisión” (Polm. 2.2, n. 780-781).

“La honra se tributa no sólo a los superiores, sino también a los iguales, e incluso a los inferiores, según lo que dice el Apóstol: honore invicem praevenientes — honrándoos mutuamente con empeño (Rom. XII, 10). Y el mismo Dios tributa honra a sus Santos. — El culto, sin embargo, se tributa solamente a los superiores porque incluye la conveniente sumisión de sí a la ajena excelencia. Conveniente —decimos— para que no sea mayor que la debida, a fin de no haber pecado por exceso; ni menor, para no haber pecado por falta” (op. cit., Delia Pace. Roma. 1906, 13ª ed., tomo I, p. 355).

En otro trecho, este autor utiliza el término dulía en el sentido clásico de Santo Tomás (cf. op. cit., p. 256).

La Theologia Moralis de Aertnys-Damen C.SS.R. admite los dos sentidos, tendiendo, sin embargo, a restringir el uso para el culto de los Ángeles y Santos: se refiere a la “dulía, que tributa honra a la persona constituida en dignidad. En los teólogos designa principalmente el culto de los Angeles y Santos en el Cielo” (op. cit., Marietti, 1950, 16ª ed., tomo I, p. 241).

El manual Institutions Theologiae Moralis de Genicot-Salzmans S.J. va todavía más lejos, reservando el término para el culto de los que ya están en posesión de la gloria eterna:

“La adoración designa in genere cualquier acto por el cual reverenciamos a alguien en razón de su excelencia. La adoración, sin embargo, es distinta según la naturaleza que constituye su objeto formal, o el acto mediante el cual prestamos culto a aquella excelencia” (cf. canon 1255).

“Si el objeto formal es la excelencia de Dios, infinita e imparticipada, se tiene la adoración en sentido pleno y propio, que se identifica con el culto de latría. Pero si el objeto es una excelencia finita y participada, se tiene una adoración en sentido menos propio, la cual se puede prestar a las criaturas. Y en este último sentido se identifica con el culto de dulía. Este vocablo designa, en los teólogos antiguos (cf. Santo Tomás II-II, 103, 4), la reverencia tributada a cualquier hombre en razón de cualquier excelencia; hoy, sin embargo, se reserva para el culto que se debe prestar a aquellos que, por causa de la gloria eterna, tienen una unión máxima con Dios. Así también la palabra hiperdulía, que anteriormente (loc. cit.) designaba el culto prestado a todos los santos, ahora se reserva para designar la eminente excelencia de la Santísima Virgen María” (op.cit., Desclée de Brouwer, Bruges, 1951, 17ª ed., vol. I p. 203).

Ese texto da lugar a un comentario:

Cuanto a la hiperdulía, el haber sido fijado el uso exclusivo de la palabra para Nuestra Señora es un punto pacífico. Cuanto a la dulía, de todos los autores citados anteriormente, y otros que por brevedad omito, se deduce que el sentido del vocablo viene siendo menos firme, permaneciendo todavía ampliamente en uso la extensión dada a ese término por Santo Tomás. De cualquier manera, debemos consignar que el último autor citado ve las cosas de modo diferente, lo que tal vez indique una tendencia de ciertos teólogos modernos para reservar la expresión culto de dulía únicamente para el culto debido a los Siervos de Dios ya beatificados o canonizados. El uso de la palabra dulía en ese sentido, evidentemente no altera en nada la sentencia de los teólogos sobre la legitimidad del culto civil, bien como de las manifestaciones de veneración y respeto prestadas a personas vivas que se destaquen por su virtud sobrenatural, y que, también hoy, los citados teólogos continúan rotulando como culto de dulía.

La explanación del renombrado teólogo contemporáneo P. Royo Marín O.P. es más matizada y abarcativa: “Como indica su mismo nombre (del griego douleia = servidumbre), la dulía en sentido estricto consiste en el honor y reverencia que el siervo debe a su señor. En sentido más amplio, significa el honor que se debe a cualquier persona constituida en dignidad. Y en sentido recibido comúnmente por el uso de la Iglesia, significa el culto y veneración que se debe a los Santos que gozan ya en el cielo de la eterna bienaventuranza” (Teología Moral para Seglares, BAC, Madrid, 1957, tomo I, p. 650).

Así, aunque manteniendo los conceptos clásicos de dulía (en sentido estricto y en sentido lato), según la doctrina de Santo Tomás, el P. Royo Marín señala un uso corriente de la palabra dulía, que designa el culto prestado a los santos en posesión de la gloria eterna. Ese uso corriente se distinguiría, por lo tanto, del uso especializado de los teólogos, cuando transmiten la doctrina de Santo Tomás sobre el culto de dulía.

Por lo tanto, se ve cuán rico, variado y matizado es el vocabulario teológico. No hay ninguna razón para que alguien se aferre a un sentido único y exclusivo de un término cuyo significado todavía no ha sido definitivamente fijado por la teología. Además, las pequeñas o grandes variaciones de la terminología no causan embarazo a las personas cuidadosas y bien formadas, aunque irriten profundamente a los espíritus infectados por el virus racional-positivista. Para éstos, la única recomendación posible es realmente, que se curen de su enfermedad...

4. Aplicación de esta doctrina para el caso tratado

Pasando por encima de todos estos cuidados, el Sr. F. embiste contra Vd., Dr. Plinio, porque en la Refutación al Rapport francés está dicho que Vd. no “permitiría nunca jamás que se le prestase un culto de dulía que, en si, es inaceptable. Y que nunca jamás nada semejante sucedió en la TFP” (Carta 83, p. 12). Ahora bien, él constata manifestaciones de culto a Vd. y señala la pretendida contradicción: “Tenemos más de 100 casos relativos al culto que le es prestado. Nada semejante al culto que se practica en la TFP pasó nunca en la Historia de la Iglesia, suponemos (sic). Pues si hubiese pasado, ¿cómo podría Vd. mismo decir que es, en sí, inaceptable?” (Carta 83, p. 12).

El trecho impugnado de la Refutación de la TFP francesa, el mismo Sr. F. lo cita en francés (Carta 83, p. 2): “Cependant demander les prières de quelquun est une chose, linvoquer comme on invoque un Saint en est une autre bien différente. Ce serait un acte de culte, de dulie, que Dr. Plinio ne permettrait jamais quon lui rende et qui en soi est inacceptable. Jamais rien de semblable ne sest passé dans la TFP” Imbroglio-Détraction-Délire / Remarques sur un Rapport concernant les TFP, p. 321 — el destaque en negrita es mío).

Es fácil ver que, en ese trecho, los términos culto y dulía están usados exactamente en el sentido corriente, señalado por el P. Royo Marín, como referentes al “culto y veneración que se debe a los Santos que ya gozan en el cielo de la bienaventuranza eterna” (op. cit., p. 650). Y no en el sentido especializado, todavía ampliamente en uso por los moralistas.

Por lo tanto, no hay contradicción ninguna: las manifestaciones de respeto y veneración que se practican en relación a Vd., en la TFP —actos de culto de dulía en el sentido especializado de los teólogos, y en particular en el de Santo Tomás de Aquino— no llevan consigo la afirmación de que Vd. es un Santo declarado tal por la Iglesia; sino, simplemente, el reconocimiento de la excelencia de su virtud, que todos en la TFP tenemos en alta consideración, y que de ningún modo antecede al juicio de la Iglesia, lo cual, además, como es obvio, solamente se podrá dar después de su muerte.

Y cualquiera que sea el sentido dado a la palabra dulía, lo esencial es constatar que ningún moralista niega la legitimidad de tal reconocimiento de excelencia, con la variedad de modalidades que paso a describir.

5. Actos exteriores de culto de dulía prestado a personas vivas

Muchas de las formas de manifestar veneración no son, de suyo, indicativas de la especie de culto que quiere prestar quien las utiliza.

El P. Vermeerch S.J. lo expresa en forma concisa: “Exceptuado el sacrificio, que es propio del culto de latría y pertenece al culto público, los demás actos externos, conforme la intención de quien presta el culto y conforme las circunstancias, pueden manifestar latría o dulía: así, la genuflexión, el encender luminarias y también el ofrecimiento de incienso” (Theologiae Moralis Principia-Responsa-Consilia, Universidad Gregoriana, Roma, 1924, Año II, p. 133).

Expresiones casi idénticas se encuentran en el tratado de Genicot-Salzmans S.J.: “Entre los actos externos mediante los que manifestamos reverencia, la mayoría son de suyo indiferentes a la latría o a la dulía, conforme la intención interna de quien los acompaña. Sin embargo, el sacrificio, por lo menos por causa del significado que todos los pueblos le incorporaron en el sentido de reconocer el dominio supremo (de Dios), sólo puede ser usado para el culto de latría” (Institutiones Theologiae Moralis, Desclée de Brouwer, Bruges, 1951, 17ª ed., vol. I, p. 203).

Otros tratadistas explanan más extensamente del asunto. Así, en la Summa Theologiae Moralis de Noldin-Schmidt-Heinzel S.J. se lee:

“La adoración tomada en el sentido más lato es el acto por el que atestiguamos la excelencia de otro y nuestra sujeción. En este sentido lato adoración es lo mismo que culto. Y en este sentido se dice en la Sagrada Escritura que también los ángeles y los hombres, por ejemplo reyes, son adorados (cf. Gen. XVIII, 2; III Reyes I, 16; Act. X, 25). Tomada en sentido estricto, adoración es el acto externo de religión por el cual atestiguamos la suprema excelencia y el dominio de Dios y nuestra perfecta dependencia y sujeción a El. Tal adoración sólo conviene y es debida a Dios (Mt. II, 11).

a) La adoración comprende un doble acto, uno interno, tanto del intelecto como de la voluntad, a saber, el reconocimiento de la excelencia de otro y de la propia sujeción, y la intención de manifestar por algún signo la veneración y la sumisión exteriormente; y otro externo, es decir, el acto de humillación y de sujeción, por el que se manifiesta exteriormente el acto interno.

b) Los actos externos por los cuales se puede prestar adoración son: — el sacrificio; — la prosternación en tierra; — la inclinación de la cabeza y del tronco: — la genuflexión: — el ósculo dado a aquel que se adora, o a sus ropas; — el descubrir la cabeza, etc.

c) Todos estos actos externos de adoración (con excepción únicamente del sacrificio) son indiferentes, pueden prestarse tanto a Dios cuanto a las criaturas. Por lo tanto, en esos actos, la especie de culto que se presta a alguien depende y se califica no en función del acto externo, sino sólo del acto interno. Así pues, quien, por un acto externo, por ejemplo la prosternación, tiene intención de someterse a alguien tamquam Deo (como a Dios), hace un acto de latría; quien lo hace tamquam amico Dei (como a un amigo de Dios), hace un acto de dulía, el cual, en cuanto hecho a un hombre poderoso, manifiesta un acto de culto civil” (Felizian Rauch, Insbruck, 1963, 34ª ed., vol. II, p. 125).

También expone la misma doctrina el Manuale Theologiae Moralis secundum principia S. Thomae Aquinatis de Prummer-Munch O.P.:

“En un sentido genérico, la adoración es la honra prestada a otro por causa de su superior excelencia, en protesto de nuestra sumisión hacia él. Por lo tanto la adoración es menos extensa que la honra; pues se puede honrar a un igual o incluso a un inferior, pero no se adora más que a un superior.

“Como se puede distinguir una triple excelencia, a saber, la divina, la creada sobrenatural y la creada natural, de ahí también se distingue una triple adoración: la primera, que es la de la excelencia divina y que se llama latría; la segunda, que es la de la excelencia creada sobrenatural, que existe en los ángeles y santos, y que se llama dulía; la tercera, que es la de la excelencia creada natural, y que se llama culto civil. En la Sagrada Escritura, no raramente, se toma la palabra adoración en el segundo y tercer sentido. Por ejemplo, Abrahán adoró a los ángeles y a los hijos de Jet (Gen. XXIII, 7); Betsabé adoró al rey David (III, Reg. I, 16); Y habiendo entrado Pedro, Cornelio vino a su encuentro y prosternándose a sus pies lo adoró (Act. X, 25).

“De la adoración, que es la latría, es de la que sobre todo hablamos aquí. Esta adoración comprende dos actos: uno interno, a saber, del intelecto (que reconoce la excelencia divina y nuestra sujeción) y de la voluntad (que quiere prestar este reconocimiento y esta sujeción); otro externo, por el que se manifiesta de hecho este reconocimiento de la excelencia divina y de nuestra sujeción. El acto principal por el que externamente se adora a Dios es el sacrificio. Acto que, por lo demás, está reservado solamente para la adoración divina. Sin embargo, los demás actos externos, que se acostumbran utilizar en la adoración, por ejemplo la genuflexión, la inclinación, la prosternación, el ósculo, el descubrir la cabeza, etc., pueden ser usados no sólo para la adoración divina, sino también en la dulía y en el culto civil” (Herder, Freiburg-Breisgau, 1940, 9ª ed., tomo II, pp. 321-322).

Por cierto que tal doctrina no es más que la amplificación y especificación de la enseñanza de Santo Tomás, en la Suma Teológica:

“Debemos reverenciar a Dios por causa de su excelencia, que El comunica a ciertas creaturas, no en el mismo grado en que El la tiene, sino por participación. Y así, la veneración que tributamos a Dios y que constituye la latría, no es la misma con que veneramos a ciertas creaturas excelentes, y que constituye la dulía, de la que más adelante trataremos. Y como lo que hacemos exteriormente es signo de la reverencia interior, practicamos ciertos actos externos para reverenciar a criaturas excelentes, entre los cuales el más elevado es la adoración; pero hay uno que solo tributamos a Dios y es el sacrificio. Por eso dice San Agustín: Mucho de lo que es propio del culto divino fue transformado en honras humanas, sea por profunda bajeza, sea por perniciosa adulación. Sin embargo no dejan de ser hombres aquellos a quienes se tributan las honras, el respeto religioso e incluso la adoración. Mas ¿qué hombre nunca sacrificó sino a Aquel que sabe y cree que es Dios y lo tiene como tal? (De Civitate Dei, L. X, Cap. IV)” (II-II, 85, 1, ad 1).

Así, múltiples son los actos exteriores del culto de dulía que se pueden prestar a las personas vivas por causa de su excelencia (religiosa o civil).

Para los efectos del caso tratado en la presente carta, el problema, por lo tanto, se disloca: se trata de saber si los actos por los cuales le manifestamos honra y sumisión —una vez más: culto de dulía en el sentido de Santo Tomás de Aquino— son privativos según las leyes de la Iglesia de las personas canonizadas o beatificadas. Problema de naturaleza canónica, que conviene tratar ahora.

Su explanación viene a propósito para deshacer también todo el imbroglio que el Sr. F. tejió alrededor de nuestra devoción a Dª Lucilia, en la que ve manifestaciones de un culto ilícito y absurdo (Carta 83, pp. 20 y 26), “suficiente para destruir cualquier posibilidad de canonización de ella” (Carta 83, p. 26).

Las leyes de la Iglesia no dan ninguna base para esas afirmaciones apasionadas.

Capítulo VII

 

De cual es el culto privativo de los Santos y Beatos, y de cual el permitido a los muertos no canonizados ni beatificados

 

¿Qué dispone el Derecho Canónico sobre el culto?

El Código de 1917, también conocido como Código pio-benedictino (una vez que fue comenzado por San Pio X y llevado a término por Benedicto XV), estuvo en vigor hasta el día 27 de noviembre de 1983. Si bien hay una nueva legislación canónica promulgada por Juan Pablo II, la ley que tenía vigencia para los hechos sucedidos hasta la fecha de la última carta del Sr.. F. es la de 1917.

Por lo tanto, cumple hacer en este Código el estudio siguiente.

1. Culto público y culto privado, en el Derecho Canónico

El culto público siempre ha sido objeto de la especial vigilancia de la Iglesia. Está previsto por el Código de Derecho Canónico y ha sido reglamentado por actos de las Congregaciones Romanas.

Para el culto privado, por el contrario, no ha sido fijada ninguna reglamentación oficial, pero “a ese propósito no se debe inquietar sin motivo a los fieles” (P. Séjourné, vocablo Saints, Culte des, in Vacant-Mangenot, Dictionnaire de Théologie Catholique, Letouzey et Ané, Paris, 1939, tomo XIV, la. parte, col. 975).

El Código de Derecho Canónico define así el culto público:

“Canon 1256. — El culto se llama público si se tributa en nombre de la Iglesia por personas legítimamente constituidas al efecto y mediante actos que por institución de la Iglesia están reservados exclusivamente para honrar a Dios, a los Santos y a los Beatos; en caso contrario, se denomina culto privado”.

Discuten los canonistas sobre la interpretación de ese canon. Según algunos autores de peso, el canon requiere tres elementos para el culto público: a) que sea tributado en nombre de la Iglesia; b) por personas legítimamente constituidas para ello; c) mediante determinados actos, reservados por la Iglesia para honrar a Dios, a los Santos y a los Beatos. Si esas tres condiciones no se verifican, no existe culto público [19].

Otros canonistas, de no menor autoridad ven en el canon citado no tres condiciones necesarias para el culto público, sino dos formas de prestar culto público: a) cuando es tributado en nombre de la Iglesia por personas legítimamente diputadas para ello; b) cuando es tributado por quienquiera que sea, por medio de actos que están reservados por la Iglesia para el culto a Dios, a los Santos y a los Beatos [20].

Por lo tanto, según esa interpretación del Código, hay culto público cuando son practicados, incluso por seglares, actos reservados por la Iglesia para honrar a Dios, a los canonizados y a los beatificados [21].

Las dos interpretaciones del canon 1256 presentan un elemento común como necesario para que haya culto público: la práctica de actos reservados por la Iglesia para honrar a Dios, a los Santos y a los Beatos. Debemos, pues, verificar cuáles son esos actos y ver si los hechos acusados por el Sr. F. pueden ser englobados en ellos.

Continúo, pues, el análisis.

2. Especificaciones del culto privado

El culto privado no tiene definición positiva en el Código de Derecho Canónico, siéndolo apenas por oposición al culto público, como hemos visto (cf. canon 1256). De ahí concluyen los canonistas una definición, como, por ejemplo, la del P. S. Alonso Morán O.P.: “Es privado el culto ejercido, por ejemplo, por los fieles en nombre propio, practicando actos que por institución de la Iglesia no están reservados para el culto público, ya sean realizados en los lugares sagrados, sea fuera de ellos, con o sin asistencia del Clero” (Comentarios al Código de Derecho Canónico, BAC, Madrid, 1963, tomo II, n. 699).

El culto privado puede ser individual, como en el caso de una persona sola que recita el Rosario; o colectivo, cuando un grupo de personas reza en conjunto oraciones privadas, aunque sea en público, en un recinto sagrado, con la presencia de Sacerdotes.

Así, los fieles de una parroquia que se reúnen por la noche, bajo la dirección del Párroco, para los actos de devoción propios del culto al Sagrado Corazón de Jesús, en el mes de junio (Consagración, Acto de reparación, oraciones, letanía), practican un acto de culto privado colectivo. Incluso un grupo de Sacerdotes que, en un Retiro o en la vida conventual, recen el Rosario, en conjunto, en la Iglesia, practica un acto de culto privado, puesto que el Rosario es una devoción privada.

3. Culto público a los Santos y Beatos

El Código establece: “Canon 1277 — § 1. Sólo es lícito honrar con culto público a los Siervos de Dios que por la autoridad de la Iglesia han sido puestos en el catálogo de los Santos o de los Beatos”.

El culto público a los Santos consiste en los siguientes actos:

1. Dedicarles altares o iglesias:

2. Invocarlos en las oraciones públicas de la Iglesia;

3. Recitar el Oficio Divino y ofrecer el Santo Sacrificio en su honor, o conmemorarlos en los oficios divinos;

4. Consagrarles días de fiesta en su honor;

5. Pintar sus imágenes con aureola, en señal de su gloria;

6. Exponer a la veneración pública, en las iglesias, sus cuerpos o reliquias (cf. P. Séjourné, in DTC, loc. cit., col. 975).

El culto público prestado a los Santos y Beatos no es el mismo: “A los que han sido canónicamente inscritos en el catálogo de los Santos se les debe dar culto de dulía; a los Santos se les puede honrar en todas partes y con cualquier acto de dicho culto” (Canon 1277, § 2). Únicamente a los Santos se dirige el culto público completo, “praeceptivus, universalis et publicas” — “preceptivo, universal y público”, como se expresa Benedicto XIV (De servorum Dei Beatificatione, et Beatorum Canonizatione, 1, IV, tomo II, cap. XIX, n. 16 — apud P. Séjourné, in DTC, loc. cit., col. 976).

Para los Beatos, por el contrario, el culto no está preceptuado, sino únicamente permitido o tolerado: “a los Beatos sólo se les puede dar culto en los lugares y en la forma que el Romano Pontífice concediere” (Canon 1277, § 2).

Generalmente, cuando pertenecen a alguna familia religiosa, se autoriza la celebración de la Misa y la recitación del Oficio Divino en las iglesias del propio Instituto; también algunas veces en las Diócesis de nacimiento y de fallecimiento del Siervo de Dios.

Los actos con que se rinde culto a los Beatos “son determinados por la costumbre, si ésta es inmemorial (Decreto S.C. de Ritos del 24 de abril de 1914), o por el indulto pontificio que permitió el culto; no comporta erección de iglesia en su honor (canon 1168, § 3); e incluso en las iglesias u oratorios en que su oficio público es concedido, no se admite erigir altares bajo su advocación (canon 1201, § 4)” (P. Séjourné, in DTC, loc. cit., col. 976).

Sin embargo, se puede:

1. Colocar imágenes o reliquias de los Beatos sobre los altares, en las iglesias en que está autorizada la celebración de su Misa;

2. Pintar sus imágenes con resplandor (y no con aureola, privativa de los Santos Canonizados):

3. Exponer sus imágenes en las iglesias en que está permitido su Oficio y su Misa:

4. Aplicarles el título de Beatos, pero no el de Santos;

5. Escogerlos, con especial indulto de la Santa Sede, como Patrones de naciones, diócesis, provincias, familias religiosas y otros lugares y personas morales (canon 1278).

4. Culto privado a los Siervos de Dios no canonizados ni beatificados

A. Licitud de este culto

Conforme ha sido visto, según el Código de Derecho Canónico de 1917, sólo es licito prestar culto público a quienes han sido formalmente canonizados o beatificados por la Iglesia (canon 1277, § 1). Por esta razón, el Código exhorta a los Postuladores de las Causas de Beatificación la vigilancia para que, con motivo de la introducción de la Causa ante la Sagrada Congregación de Ritos —es decir, la aceptación oficial por la Santa Sede de proceder al examen de la vida y obras del Siervo de Dios, a fin de pronunciarse sobre la santidad o martirio (lo que se da después de concluidos favorablemente los procesos diocesanos preparatorios)— no sea tributada al Siervo de Dios ninguna honra que signifique culto público (canon 2084, § 2); y también advierte que la atribución del título de Venerable (después del reconocimiento de la heroicidad de las virtudes o del martirio, por decreto de la Sagrada Congregación, en nombre del Papa) “no faculta en manera alguna para tributarle culto público” (canon 2115 § 2) [22].

A los Venerables y demás Siervos de Dios no es lícito, por lo tanto, tributar culto público.

‑ ¿Es lícito tributarles culto privado?

Responde el teólogo benedictino belga D. Grégoire Manise: “Con carácter particular se puede invocar a los que murieron con fama de santidad o martirio, aunque no hayan sido canonizados ni beatificados; también se puede prestar culto privado a sus imágenes y reliquias” (vocablo Santos, in Diccionario de Teología Moral, dirigido por el Cardenal Francesco Roberti; Secretario de Redacción Mons. Pietro Palazzini, Editorial Litúrgica Española, Barcelona 1960, p.1138).

Más explícitas son las palabras del teólogo francés P. Séjourné en el ya citado vocablo Culte des Saints, en el Dictionnaire de Théologie Catholique: “Los canonistas estiman que es permitido prestar un culto privado a los Siervos de Dios que fueron martirizados o que murieron en olor de santidad y a quienes son atribuidos milagros. Para estos homenajes privados es necesario y suficiente tener una persuasión razonable de santidad” (loc. cit., col. 976).

También el P. Sabino Alonso Moran, O.P. afirma que se puede prestar culto privado a “todos aquellos de quienes consta con certeza moral que se hayan salvado” (op. cit., tomo II, n. 720).

No es otra la opinión del teólogo y canonista francés Raoul Naz: para él, pueden ser objeto de culto privadotodos aquellos que murieron en la paz de Dios” (Traité de Droit Canonique, Letouzey et Ané. Paris. 1948. tomo III. n. 107) [23].

Y con razón observa el P. Séjourné: “Ese culto privado es legítimo desde que se mantenga dentro de los límites del culto de dulía: absoluto si es dirigido a la persona del Siervo de Dios; relativo, si se refiere a sus reliquias o imágenes, siempre que sea conforme a la razón y a la prudencia, y que sea dirigido a personas que se puedan razonablemente considerar como predestinadas, evitando en eso toda superstición o escándalo” (DTC, loc. cit., col. 976) [24].

B. Necesidad de ese culto

El culto privado a los Siervos de Dios no canonizados ni beatificados no sólo es legitimo, según la opinión de los canonistas, sino que incluso constituye una práctica constante en la vida de la Iglesia, como es fácil constatar.

Aún más, es necesario e incluso indispensable para la vida de la Iglesia, una vez que a partir del culto privado a los Siervos de Dios es que comienzan y tienen prosecución los procesos de beatificación y canonización: la fama de santidad precede la investigación canónica sobre esa misma santidad.

En efecto, el primer paso para la introducción de una Causa de beatificación, como ya hemos dicho (cf. Sección II, Cap. I, 1), es el processus informativus de fama sanctitatis, virtutum et miraculorum. Ese proceso, instruido por el Obispo del lugar donde vivió o murió el Siervo de Dios, tiene por fin establecer oficialmente, por vía judicial, que la reputación de santidad de que goza la persona fallecida no es un vano rumor, fruto de entusiasmo indiscreto y pasajero, sino un sentimiento durable y fundado en sólidas y probadas razones. Y sólo después de discutir y aprobar la sentencia favorable del tribunal diocesano —que reconoce oficialmente que el Siervo de Dios goza de fama de santidad— la Iglesia, representada por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, condesciende a examinar, de modo oficial, las virtudes y los milagros atribuidos al fallecido [25].

Bien se ve que sin la existencia de un culto privado externo al Siervo de Dios sería muy difícil, si no imposible, establecer, por vía judicial, que la fama de santidad, virtudes y milagros existe, se mantiene y crece con el tiempo. Y durante todo el transcurso del proceso —por cierto, siempre largo y dispendioso— el concurso de los devotos del Siervo de Dios es indispensable.

En efecto, para la beatificación son exigidos, según el caso, dos, tres o incluso cuatro milagros atribuidos a su intercesión, canónicamente aprobados. Lo que supone, una vez más, la existencia de un culto privado externo al Siervo de Dios. O sea, sin el referido culto no habría posibilidad de iniciar y llevar adelante ningún proceso de beatificación, ni tampoco de canonización (pues ningún Siervo de Dios puede ser canonizado si no ha sido antes beatificado), por las vías ordinarias, de conformidad con las prácticas eclesiásticas y la legislación canónica hasta hace poco vigente (Código de 1917).

En el manual de Teología Moral de Genicot-Salzmans-Gorterbecke S.J. se lee esta observación de sentido común: “Sin embargo, no está prohibido el culto privado, o prestado en devoción privada, como en el caso de quien recita algunas oraciones en honra de algún Siervo de Dios, aunque otros oigan. En efecto, si tales cosas no fuesen lícitas, no podría constar la fama de santidad desde hace mucho tiempo, la cual justamente debe ser investigada antes de la beatificación” (Institutiones Theologiae Moralis, Desclée de Brouwer, Bruges, 1951, 17ª ed., vol. I, p. 204).

Tal culto, conviene insistir, no debe salir de los límites del culto privado, so pena de dificultar la beatificación del Siervo de Dios que se venera.

C. Procedimientos usuales para la beatificación

En la actualidad hay dos tipos de procedimientos para la beatificación:

a) vía ordinaria o proceso en ausencia de culto. Siendo prohibido venerar con culto público a las personas no canonizadas ni beatificadas, cabe a la Postulación de la Causa probar, inicialmente, que el Siervo de Dios no ha recibido culto público, o que el referido culto ha desaparecido completamente, en caso que se haya introducido abusivamente, no sólo antes de la apertura, sino durante la marcha del proceso.

b) vía extraordinaria, en caso de culto vetado. Se trata de obtener la aprobación positiva del Sumo Pontífice para la veneración pública de los Siervos de Dios que, por tolerancia, recibieron culto público después del pontificado de Alejandro III (s. XII) y de la constitución Caelestis Jerusalem de Urbano VIII (1634) (cf. T. Ortolan, vocablo Canonization, Dictionnaire de Théologie Catholique, Letouzey et Ané, Paris, 1923, 3ª tir., tomo II, 2ª parte, cols. 1625 a 1659) [26].

D. Actos de culto privado

Como hemos visto, el culto privado es definido por oposición al culto público. De modo análogo se definen los actos de culto privado: “Son actos de culto privado en general todos aquellos que, aunque contribuyan para honrar a alguien, sin embargo no han sido instituidos por la Iglesia para tributar culto a los Beatos y a los Santos” (P. Sabino Alonso Morán, op. cit., tomo II, n. 699).

Habiendo sido ya vistos cuales son los principales actos de culto público reservados para honrar a los Santos y a los Beatos, se puede llegar, por exclusión, a los actos de culto privado con los que se puede rendir culto a los Siervos de Dios no canonizados ni beatificados. Para mayor claridad, conviene presentar antes algunas prácticas que no son permitidas para honrar a los simples Siervos de Dios, por constituir, según el P. Sabino Alonso Morán, actos de culto público ilegal. Según ese autor:

1º) No es permitido:

a) Pintar imágenes de personas que todavía no han sido beatificadas, con aureola o resplandor, o de otra forma que excite a veneración y mueva a prestarles culto [27]; conservar las imágenes así pintadas, en cualquier lugar, público o privado; colocar imágenes de tales personas, aunque no tengan los mencionados adornos, en altares públicos o privados; colocarlas en iglesias y oratorios [28], incluso fuera de los altares y separadas de las imágenes de los Santos y Beatos. Únicamente se permite exponer tales imágenes, o hechos realizados por aquellas personas, en las paredes o vidrieras de las iglesias, con la condición de que no tengan la más leve señal de culto (cfr. Nota 27) ni conlleven algún testimonio de santidad, y, por otro lado, no haya en ellas nada profano o disconforme con las costumbres de la Iglesia, según declaró la Sagrada Congregación de Ritos el 14 de agosto de 1894.

b) Colocar en sus sepulcros imágenes de cera o de plata, cuadritos votivos y cierta clase de luminarias [29];

c) Exponer sus cadáveres o reliquias a la veneración publica en las iglesias;

d) Erigir altares en su honor y, en consecuencia, convertir en iglesias u oratorios la casa o aposento en que nacieron (o murieron).

e) Hacer conmemoraciones de ellos en el Oficio Divino; rezar el oficio propio o de común, o celebrar Misa en su honor; invocar su nombre en letanías rezadas en público” [30] (op. cit., tomo II, n. 699).

A esos actos mencionados por el P. S. Alonso Morán O.P., conviene añadir que tampoco es permitido transportar imágenes o reliquias de los Siervos de Dios (directas e indirectas) en procesión [31]. (cf. Raoul Naz, Traité de Droit Canonique, Letouzey et Ané, Paris, 1948, tomo IV, n. 810).

Es conveniente insistir: todas estas manifestaciones son ilegítimas por constituir actos de culto público, el cual sólo es lícito tributar a los Siervos de Dios que han sido, por la autoridad de la Iglesia, inscritos en el catálogo de los Santos o de los Beatos.

2º) Lo que es permitido:

Los actos con que es legítimo honrar a los simples Siervos de Dios así son enumerados por los comentaristas [32]:

a) Conservar las ropas (del fallecido);

b) adornar el cadáver:

c) aproximarse en grupos para besar los pies y las manos del difunta;

d) hacer el entierro con grande concurso de pueblo;

e) no guardar luto externo por muerte de consanguíneos;

f) colgar en las paredes de la iglesia, o exponer junto al catafalco pinturas con los hechos notables del fallecido, o incluso representarlo en vidrieras (fuera del altar, sin aureola, resplandor o cualquier otra insignia de santidad — Declaración de la Sagrada Congregación de Ritos, n. 3835 de 14 de agosto de 1894, confirmada por León XIII en 27 de agosto del mismo año);

g) sepultar el difunto en lugar honorífico y más santo, o en túmulo construido de forma peculiar o incluso adornado con flores;

h) hacer ayuno privado en la vigilia del aniversario (del fallecimiento), o abstenerse de trabajos serviles en el mismo día del aniversario:

i) transportar el cuerpo de un lugar a otro, de acuerdo con el Ordinario, de modo secreto y sin pompa;

j) componer letanías y recitarlas privadamente, con tal que no sean publicadas ni divulgadas [33].

Esta enumeración es sólo ejemplificativa; hay otras prácticas corrientes para honrar a los Siervos de Dios no canonizados ni beatificados, que serán analizadas a continuación.

E. Prácticas corrientes para honrar a los Siervos de Dios no canonizados ni beatificados

Además de las mencionadas, son corrientes las siguientes prácticas:

a) Invocar el nombre del Siervo de Dios en oraciones privadas, pidiéndole gracias y favores espirituales o materiales, hacerle promesas, bien como ofrecerle exvotos en cumplimiento de una promesa y en reconocimiento por la obtención de gracias y favores [34];

b) Tener consigo, exponer en lugar privado, venerar con actos de culto de dulía, interno y externo (besar, hacer reverencia o arrodillarse delante, etc.) representaciones del Siervo de Dios (pinturas, esculturas, medallas, fotografías, vidrieras, etc.), con las restricciones arriba señaladas: las representaciones no pueden tener aureola (atributo de los Santos), ni resplandor (atributo de los Beatos), y no pueden ser colocadas en altares públicos o privados;

c) Tener consigo, exponer en lugar privado, venerar —del mismo modo y en las mismas condiciones que en el ítem anterior (en lo que corresponda)— las reliquias del Siervo de Dios, sean directas (despojos, fragmentos corpóreos, cenizas, cabellos, uñas), sean indirectas (ropas, muebles, objetos de uso personal, utensilios, aposentos y otros objetos o lugares fabricados, poseídos u ocupados por el Siervo de Dios) [35];

d) Imprimir y divulgar estampas con el retrato del Siervo de Dios (sin aureola, ni resplandor), acompañadas o no de oraciones y datos biográficos, siempre que no tengan nada de opuesto al sentir y a los decretos de la Iglesia (cf. canon 1399, 12º) y hayan recibido aprobación eclesiástica (canon 1385 § 1, 3º);

e) Componer, rezar, imprimir y distribuir letanías y otras oraciones en su honor o para pedir gracias por la intercesión del Siervo de Dios; para ser impresas y divulgadas necesitan aprobación eclesiástica, como las estampas;

f) Distribuir reliquias directas o indirectas del Siervo de Dios (vide supra letra “c”);

g) Divulgar sus hechos y acciones, dichos y escritos; sus milagros, carismas, dones y virtudes; presentar al Siervo de Dios como modelo para los fieles en general o para los de un determinado estado; tanto por escrito, como oralmente (por ejemplo, discursos junto a su sepultura o en conmemoraciones de aniversarios del fallecido). Entendida siempre, naturalmente, la sumisión al juicio definitivo e infalible de la Santa Iglesia, en los términos de lo establecido por Urbano VIII sobre la materia [36];

h) Visitar la sepultura del Siervo de Dios —individualmente o en grupos— para pedir o agradecer gracias y favores;

i) Decorar la sepultura con flores y en ella encender velas o lamparillas, incluso perpetuas, pues éstas, en tal caso, expresan más la profesión de fe católica en la resurrección que un acto de culto (Declaración de la Sagrada Congregación de Ritos, del 30 de septiembre de 1922, citada por el P. S. Alonso Morán, Código de Derecho Canónico, BAC, Madrid, 1954, canon 1211);

j) Divulgar la devoción al Siervo de Dios, oralmente o por escrito, y exhortar a otros para que recurran a él en sus necesidades; publicar las gracias y favores recibidos por intercesión del Siervo de Dios [37];

k) Solicitar de la Autoridad Eclesiástica que dé comienzo a las diligencias necesarias para la beatificación del Siervo de Dios y llevar adelante la Causa, una vez aceptada su petición (canon 2003, § 1 y 2). Promover campañas para la beatificación del Siervo de Dios, tanto de oraciones, como de petición de limosnas, y otras.

5. Algunos ejemplos concretos de culto a Siervos de Dios fallecidos en olor de santidad

Para ilustrar lo que ha sido dicho, véanse los siguientes ejemplos:

 

Monumento-mausoleo a D. Vital en la Basílica de Nuestra Señora de la Peña de Recife - Brasil

A. Mons. Fray Vital María Gonçalves de Oliveira O.F.M. Cap. — Obispo de Olinda-Recife (Brasil)

Nacido en Pedras de Fogo (entonces Pernambuco, hoy Paraíba, en el nordeste brasileño) el 27 de noviembre de 1844 y fallecido en Paris el 4 de julio de 1878. El proceso diocesano para la beatificación del Siervo de Dios fue comenzado el 23 de enero de 1960, siendo constituida, el 7 de abril del mismo año, la Comisión histórica encargada de recoger los documentos para el proceso informativo de los escritos de Mons. Fray Vital.

* Sepultura — Sus restos mortales, trasladados a Recife (Brasil), fueron sepultados en la cripta de los Padres Capuchinos en la Basílica de Nuestra Señora de la Peña y en 1937 depositados en un monumento-mausoleo en el interior de la misma basílica, encimado por una estatua del Prelado. Su sepultura enseguida se convirtió en un centro de peregrinaciones.

* Reliquias y estampas — “El inmortal Pio IX lo consideraba santo; el Papa León XIII pidió una reliquia del gran Prelado” (Fray Felix de Olívola O.F.M. Cap., Um grande brasileiro: o Servo de Deus D. Frei Vital María Gonçalves de Oliveira, Bispo de Olinda, Imprensa Universitária, Recife, 1967, 4ª ed., p. 205 — edición patrocinada por la Vice-Postulación de la Causa de Beatificación).

La Vice-Postulación distribuye estampas con el retrato de Mons. Vital, acompañando una reliquia indirecta (fragmento de sus ropas), con la siguiente recomendación: “Guarde consigo una reliquia, o una estampa, o un recuerdo de Mons. Vital, y lea su vida. ¡Experimentará su protección!”. E incluso informa la estampa: “En el Museo Dom Vital, junto a la Basílica de la Peña, se conservan preciosas reliquias y abundante exposición que atestiguan sus virtudes y su heroísmo”.

* Divulgación de la vida del Siervo de Dios — La Vice-Postulación recomienda la lectura de la biografía de Mons. Vital y para eso divulga el libro de Fray Félix de Olívola, arriba citado. Además, editaba una revista “Dom Vital”, que publicaba artículos sobre la vida del Siervo de Dios, haciendo lo mismo por medio de estampas profusamente distribuidas.

* Divulgación de las virtudes del Siervo de Dios — Tanto el libro de Fray Félix, como la revista “Dom Vital”, como las estampas divulgadas por la Vice-Postulación, tienen la finalidad de dar a conocer las virtudes del Siervo de Dios, con vistas a su beatificación (cf. Fray Venancio Willeke O.F.M., in Um grande brasileiro..., p. 223 — Fray Venancio es miembro de la Comisión Histórica en el proceso informativo diocesano).

* Publicación de las gracias alcanzadas — “Gracias sin número vienen recibiendo sus devotos por su intercesión. .... notificando al P. Vice-Postulador las gracias recibidas. .... Las gracias de mayor importancia, juzgadas milagrosas, deben ser enviadas al Vice-Postulador debidamente autenticadas y documentadas, con firma reconocida, atestados médicos, declaración del Obispo, o del Párroco, o de alguna Autoridad, o de persona idónea, etc.”. Hasta hace pocos años la mencionada revista “Dom Vital” publicaba las gracias alcanzadas por intercesión del Siervo de Dios.

* “Oración a la Santísima Trinidad para la Beatificación del Siervo de Dios Dom Frei Vital Maria: I — ¡Oh! Eterno, Divino Padre, por los méritos de Vuestro Unigénito, os pido que glorifiquéis en esta tierra a Vuestro Siervo Mons. Fray Vital María, concediéndome la gracia que os imploro en mi presente necesidad. Padre nuestro. Ave María. Gloria. II — ¡oh! Eterno, Divino Hijo .... III — ¡oh! Eterno, Divino Espíritu Santo....”.

* Aprobación eclesiástica — El folleto trae la observación: “Con aprobación eclesiástica”. Y hace la siguiente advertencia: “No está permitido el culto público al Siervo de Dios. Pero es lícito el culto privado, particular o común”.

 

B. Padre Juan Bautista Reus S.J.

Padre Juan Bautista Reus S.J.

Nacido en Alemania el 10 de julio de 1868 y fallecido en San Leopoldo (Rio Grande do Sul — Brasil) el 21 de julio de 1947. El proceso diocesano preparatorio de beatificación fue comenzado en 1954.

Los siguientes datos han sido extraídos de un folleto publicado en 1954 por la Vice-Postulación de la Causa (Jesuitas riograndenses) y de otros divulgados posteriormente.

* Sepultura — “Su cuerpo descansa en el cementerio de los Jesuitas, en San Leopoldo. ... su sepultura se ha convertido en objetivo de continuas romerías”.

* Estampas y reliquias indirectas — En 1978 la Vice-Postulación había distribuido ya 4.500.000 estampas con el retrato del Siervo de Dios, su firma y una reliquia indirecta (hilos de las ropas) del mismo.

* Divulgación de la vida del Siervo de Dios — El folleto divulgado por la Vice-Postulación —cuya tirada en 1954 habla alcanzado 700 mil ejemplares en portugués y 100 mil en otros idiomas— trae una pequeña biografía del P. Reus. El mismo folleto ofrece a los “devotos del P. Reus” una Vida del P. Reus S.J. (tirada de 15 mil ejemplares) y una Biografía completa: Padre Juan Bautista Reus S.J., además de un libro escrito por el mismo Siervo de Dios: Rezad — Manual completo de oraciones e instrucciones religiosas.

* Divulgación de las virtudes del Siervo de Dios — “Se afilió a la Compañía de Jesús el 16/10/1894 movido por el deseo de hacerse santo. .... Siguiendo al Divino Maestro en la práctica de todas las virtudes .... recibió insignes gracias místicas. .... Siempre unido a Dios en sus trabajos y sufrimientos. .... su Autobiografía y su Diario, escritos por obediencia a orden superior, registran extraordinarias gracias místicas, numerosas visiones y éxtasis de cuya genuinidad juzgará la Autoridad de la Santa Iglesia. Ya en 1912 le fueron impresos los estigmas invisibles, muy dolorosos. El P. Reus no buscaba esas gracias, ni se juzgaba digno de ellas. Sin embargo, Correspondía a ellas con la máxima fidelidad. El 18/1/16 hizo el voto de escoger siempre lo más perfecto, lo que cumplió con celo heroico hasta la muerte. Vivía en unión sensible y continua con Dios, abrasado de intensísimo amor. .... Practicó durante decenios austera penitencia. Quería ser víctima de amor. Humilde, puro, mortificado y recogido, fue un modelo de vida interior. .... Recibió estupendas promesas de la liberalidad divina, siendo una de ellas la de que sería canonizado. .... El 10/6/47 celebra su última Misa. Sufre mucho de asma. Visitas y visiones celestiales lo confortan. El día 21/7/47, a las 16 horas, expira santamente” (trechos del folleto publicado por la Vice-Postulación de la Causa de Beatificación, en 1954).

* Publicación de gracias alcanzadas — “Más de 7.000 gracias publicadas atestiguan su poderosa intercesión ante el trono de Dios. .... se publican datos biográficos, escritos y gracias alcanzadas en la revista trimestral Noticias para nuestros Amigos y en los dos almanaques: Fahne y Anuario Inaciano: Em busca do Ideal! .... se pide el obsequio de comunicar gracias alcanzadas por intercesión del P. Reus al Vice-Postulador de la Causa de Beatificación” (folleto cit.).

* Devoción al Siervo de Dios — El folleto divulgado por la Vice-Postulación trae varias veces la expresión “devotos del P. Reus” y otras análogas.

* Novenas — Las estampas divulgadas por la Vice-Postulación traen una “Oración para Novena” en la que se pide “la gracia de imitarlo (al P. Reus) en la entrega total al Sagrado Corazón, en el amor a la cruz y al sacrificio, en la estima de la Santa Misa, en la intimidad com Jesús Sacramentado, en el celo por las vocaciones y en la devoción filial al Inmaculado Corazón de María, Medianera de todas las Gracias”. También se pide la glorificación del Siervo de Dios y la gracia que se desea.

* Aprobación eclesiástica — El folleto lleva el “Reimprimi potest” del Provincial de los PP. Jesuitas de Rio Grande do Sul y el “Reimprimatur” del Vicario General de Porto Alegre. Y presenta la siguiente nota: “Sometemos todas las publicaciones referentes al P. Reus, humildemente al decreto de Urbano VIII y a las determinaciones de la Autoridad Eclesiástica”.

Y, por fin, la necesaria advertencia: “¡Evítese cualquier apariencia de culto público!”. Por lo que se puede concluir que ninguna de las manifestaciones arriba mencionadas presenta —según la Vice-Postulación de la Causa del P. Reus— apariencia de culto público.

 

C. Padre Rodolfo Komorek, Salesiano

Nació en la Silesia austríaca (hoy Polonia), el día 11 de octubre de 1890 y falleció en San José de los Campos el 11 de diciembre de 1949. El proceso informativo diocesano sobre sus virtudes y el concepto de santidad fue iniciado en San José de los Campos (Diócesis de Taubaté — S. Paulo — Brasil) el 31 de enero de 1964.

Padre Rodolfo Komorek

El Secretariado Padre Rodolfo divulga estampas con su retrato y oración para pedir a Dios su glorificación, y también un librito con su biografía, en donde se lee: “A las 23,20 entregaba su hermosa alma a Dios. Era el día 11 de diciembre de 1949 Durante el día hubo un continuo afluir de fieles que venían a contemplar por última vez sus restos mortales y tocar en ellos respetuosamente medallas y rosarios. .... Y aún hoy, después de dieciséis años, su tumba en S. José de los Campos es visitada frecuentemente por fieles devotos que vienen a implorar de su santa alma gracias y favores, depositando sobre su sepultura velas y flores, como muestra de reconocimiento” (Traços biográficos do Servo de Deus Pe. Rodolfo Komorek, Artes Gráficas da Escola Salesiana São José, Campinas, Brasil, 1965, pp. 18-19).

Así, son numerosos los actos que las leyes de la Iglesia permiten para el culto privado a los Siervos de Dios fallecidos en olor de santidad, o simplemente cuya salvación se presume.

 

Capítulo VIII

De la perfecta legitimidad de la devoción a Dª Lucilia tal como se practica en la TFP

Una vez vista, en sus aspectos doctrinales y prácticos, la legitimidad del culto a personas fallecidas de las que se puede suponer, con certeza mortal, que se hayan salvado, es fácil mostrar que todo lo que ocurre en la TFP, relacionado con la devoción a Dª Lucilia, está en perfecta conformidad con la Doctrina y las Leyes de la Iglesia.

Así, paso al análisis, punto por punto, de las acusaciones del Sr. F. relativas al culto a Dª Lucilia.

1. La absurda “Ave Lucilia”

El autor de las cartas, retomando un antiguo ataque del Rapport francés de 1979 referido en “O Estado de S. Paulo” (periódico de esa ciudad brasileña) de agosto de ese año contra la TFP, intenta hacer revivir una falsedad ya públicamente desmentida: la existencia, en los círculos de la entidad, de una absurda “Ave Lucilia”, extravagante transposición del Ave María para Dª Lucilia.

Sea en la Réfutation al Rapport francés (pp. 298-299), sea en la carta a “O Estado de S. Paulo” (publicada por ese periódico el 22 de agosto de 1979), Vd. niega categóricamente la existencia, en la TFP, de la mencionada oración. Y, para dar fundamento a esa negativa, alega Vd. no sólo su experiencia personal, sino también los resultados de cuidadosa investigación que Vd. ordenó fuese llevada a cabo en la TFP. Y enseguida añade la salvedad de que, si hubiese existido, habría sido una iniciativa meramente personal, que Vd. desaprobaría inmediatamente, si la conociese.

El Sr. F. quiere señalar en esa salvedad, que aparece en el párrafo siguiente a la negativa categórica, un intento de encubrir la verdad. Y aduce hechos que, en realidad, explican la salvedad, pero que él, ciego por el deseo de detractar, entiende como desmentido de lo que Vd. afirmó.

Llega, además, a declarar formalmente que un testigo —anónimo, nótese— “bien al corriente de la cuestión”, “en tiempos del caso francés”, le había contado que “lo que está en la Réfutation no corresponde a la verdad” (Carta 83, p. 3).

Y, como gravísima conclusión de todo eso, además de la falsedad de las afirmaciones que Vd. hace (o, al menos, de quienes le habrían informado sobre ello), tal transposición del Ave María por el “Ave Lucilia” comprobaría la substitución de Nuestra Señora por Dª Lucilia en la TFP.

Pruebas para tamaña conclusión apenas serían:

1º) que el Príncipe D. Bertrand, distinguido socio de la TFP, le habría dado a entender, al Sr. F., claramente que el “Ave Lucilia de hecho existió, compuesta por “un jovenzuelo francés” (Carta 83, p. 3).

2º) que un “ex-eremita de Praesto Sum” habría afirmado que esa oración “corría entre los jóvenes aquí en S. Paulo” (id., ib.).

*   *   *

La ofensiva difamatoria que se desencadenó en Francia y en otros Círculos tradicionalistas europeos, a fines de junio de 1979, tuvo como punto de partida la distribución de un fascículo multicopiado con el titulo Tradition, Famille, Propriété Secte ou pas Secte? (al que he hecho referencia en esta carta simplemente como el “Rapport francés”). Ese escrito contenía las acusaciones más fantásticas contra la orientación dada por la TFP a la École Saint Benoît, un colegio situado en el interior de Francia, que funcionó bajo la inspiración de nuestra co-hermana francesa. Varios alumnos de ese colegio habían estado en Brasil en visita a la TFP brasileña y se mostraban dispuestos y animados a desarrollar análogo trabajo en pro de la civilización cristiana, en su patria, en el ámbito de actuación de la TFP francesa.

A partir de un grupo de profesores descontentos con la orientación de la TFP, se desencadenó en la École una crisis que envolvió a algunos padres de alumnos hostiles a la asociación, y que culminó con la disolución de ese establecimiento de enseñanza. Todo esto está suficientemente relatado en la respuesta que la TFP francesa ofreció al referido Rapport en febrero de 1980, en dos volúmenes multicopiados bajo el título Imbroglio, Détraction, Delire. - Remarques sur un Rapport concernant les TFP, y que hasta hoy no ha recibido ninguna refutación.

En ese contexto, tomó realce un pequeño hecho sucedido en la misma École Saint Benoît. Hacia noviembre de 1978, un joven de 16 años, alumno del referido Colegio, presentó a algunos de sus compañeros, como obra personal suya, una estrambótica “Ave Lucilia”. Pero al mismo tiempo que la presentaba como cosa propia, el joven parecía insinuar que estaba de acuerdo con los “mejores vientos” que soplaban en S. Paulo, en lo tocante a Dª Lucilia. Recibida con extrañeza por unos e ingenuidad por otros, fue rehusada por los primeros y aceptada bobamente por los segundos (unos cinco o seis según una versión; según otra versión maximalista, diez: el número exacto de esos jóvenes, tan explicablemente ingenuos, en razón de su edad, es imposible de determinar, por la dispersión que después se dio de los alumnos del Colegio. Inclusive el desafortunado autor de la estrambótica composición, quien enseguida se alejó completamente de la École y de la TFP).

Tal hecho, sucedido en la École Saint Benoît, reducido a un número insignificante de jóvenes, y restringido en el espacio y en el tiempo (cesó con la dispersión de los alumnos del Colegio, en los primeros días de abril de 1979) fue posteriormente explotado en el Rapport, y tuvo también eco en Brasil, con la presurosa publicidad dada al escrito francés por dos periódicos de centro-izquierda y dos revistas de izquierda.

Así, nada consistente y expresivo fue encontrado en la TFP francesa cuanto a la absurda “Ave Lucilia”. Apenas la mención de que la extravagancia provenía del mencionado joven francés, y que la práctica de esa oración, por los pocos que la utilizaron de modo esporádico y no habitual, había desaparecido completamente. Además, cumple señalar que los jóvenes que hicieron uso de la oración en ningún momento dejaron de rezar todos los días el Rosario completo a Nuestra Señora, como es costumbre entre socios y cooperadores de la TFP.

Eso, que se descubrió mediante cuidadosa investigación hecha a petición suya, entre los que quedaron de la École Saint Benoît, no fue dado al público porque Vd. quería resguardar al joven, posiblemente inocente, que lo hiciera por irreflexión o por extravagancia personal, explicable para su edad (16 años).

— ¿Convendría dar en público todas estas tan minuciosas explicaciones? — Juiciosamente Vd. juzgó que no era el caso. Pues iría atraer la atención de los lectores hacia bagatelas, con perjuicio de lo principal. — ¿Vd. no habría mentido omitiendo estas explicaciones? — Omitir no es mentir, como enseña Santo Tomás (cf. II-II, 111, 2 ad 4). El episodio, aislado y restringido, y que había cesado completamente hacia cinco meses, le daba autoridad para afirmar que no existía en la TFP.

Por cautela Vd., Dr. Plinio, ordenó una investigación análoga en la TFP brasileña, habiéndose concluido la total inexistencia de esa oración, en cualquier tiempo, en Brasil.

Así, está explicada la salvedad que Vd. puso, de la manera mas natural posible, como, por cierto, cualquier persona tan solo medianamente lúcida podría entender al leer la carta a “O Estado de S. Paulo”: “Si acaso algún hecho individual de esa naturaleza se produjo, por cierto, sin mi conocimiento, nada probaría. Pues ¿cuál es la entidad numerosa que acepta ser responsabilizada por singularidades practicadas, bajo responsabilidad individual, por éste o aquél de sus participantes o cooperadores?” (“O Estado de S. Paulo”, 22-8-1979).

*   *   *

Para llevar la claridad hasta el último extremo —siempre conveniente cuando se tienen ante si espíritus geométricos— recurro a una comparación, que despersonaliza el caso y facilita su comprensión, sin pasión:

En un colegio de prestigio de una ciudad, traficantes de drogas consiguen un punto de apoyo en un alumno, a partir del cual el estupefaciente alcanza a un núcleo reducido de jóvenes, inexpertos e ingenuos que no se dan cuenta de la maldad del uso de la droga. Y el hecho queda reducido a ese grupo, sin conocimiento de la Dirección y con el rechazo formal de algunos otros alumnos a quienes el primero ofrece la droga. Esta no se propaga en el colegio y el núcleo, en breve, se deshace espontáneamente. El Culpable pierde su punto de apoyo y desiste de su embestida. — Seis meses después, un periodista hostil a aquel establecimiento de enseñanza hace una denuncia pública de que “hay uso de drogas en el Colegio X”.

Sorprendido, el Director manda investigar lo sucedido, y acaba detectando el episodio de seis meses atrás. El Director emite entonces un comunicado de prensa: “Tras cuidadosa investigación, la Dirección del Colegio X niega categóricamente la circulación de estupefacientes en este establecimiento. Dada la extensión del mal en el mundo de hoy, siempre sería posible que tal sucediese. Pero esta Dirección asegura que al descubrimiento de cualquier foco, sucederá siempre su inmediata extirpación”.

¿Tal comunicado habría faltado a la verdad? El hecho de admitir que “hay uso de drogas en el Colegio X” equivaldría, en lenguaje corriente, a reconocer que el uso de drogas en tal colegio tiene un grado de frecuencia suficiente para que se pueda afirmar que constituye hábito notorio de, al menos, una ponderable minoría.

Sin embargo tal no se dio en ese colegio. El uso de droga sólo fue practicado por un núcleo muy reducido de alumnos. Y, por otra parte, no tuvo estabilidad: enseguida se deshizo el núcleo. El Director estaba, por lo tanto, en el derecho de decir que no había uso de drogas como un hecho social en el colegio. Era un hecho restringido y enteramente episódico.

¿Estaría obligado el Director a revelar el episodio sucedido y, consecuentemente, los nombres de los faltosos? — Ningún moralista consciente y prudente osaría recomendar que lo hiciese. Pues más perdería inmerecidamente la buena fama del colegio que beneficiaría con la revelación de la presumible trama de delincuentes de que fue víctima. Estos, por el contrario, para quienes la honra poco vale, probablemente se regocijarían con la publicidad alcanzada. Y tal vez incluso la tomasen como pie para una queja judicial por calumnia, exigiendo pruebas apodícticas, que el Director del colegio tendría seguramente dificultades en encontrar.

Así, la prudencia recomendaba cortar por la raíz a la provocación, limitándose a un desmentido categórico y a una salvedad prudencial.

Fue lo que Vd., Dr. Plinio, hizo en el caso concreto.

El recurso a este caso imaginado no lleva consigo, claro está, el equiparar a propagandistas de drogas, o a drogados, a los promotores del minúsculo caso francés en la École Saint Benoît, heterogéneo y efímero como una burbuja solitaria que se desprende inesperadamente de una masa líquida.

*   *   *

Releamos, ahora, lo que está en la Réfutation:

“Tras cuidadosa investigación entre los jóvenes de la TFP, el Dr. Plinio niega categóricamente la existencia de la extravagante Ave Lucilia, a que se refiere el Rapport.

“Ciertamente, si tal existiese, debería ser inmediatamente prohibida. Puesto lo cual, y dada la natural propensión de los jóvenes y de los adolescentes —tan especialmente en nuestros días— para actitudes autónomas y absolutamente extravagantes, no sería de tal forma espantoso que una oración de esas apareciese entre ellos. El hecho sólo podría causar alarma si la dirección de la TFP favoreciese tal oración. O si los jóvenes resistiesen a la prohibición por parte de la dirección, lo que de ninguna forma podría ser tolerado.

“El modelo de equilibrio se encuentra, como siempre, en la conducta de la Santa Iglesia. En casos como este, pone en acción toda su firmeza de principios, toda la vigilancia de su atención, interviene de manera inflexible y maternalmente serena, tanto para cohibir los abusos como para respetar el uso en lo que éste tiene de legítimo” (op. cit., pp. 298-299).

Así, no hay por qué imaginar mentira o complicidad en un hecho condenado públicamente por Vd., Dr. Plinio: analizado en la carta a “O Estado de S. Paulo” y en la Réfutation, el cual, además, fue cordialmente explicado al autor de las cartas por D. Bertrand. Y, por cierto, esto prueba que, internamente en la TFP, no se guardó secreto sobre ello.

Si después de todo el Sr. F. pretende que tal oración absurda todavía haya circulado en la TFP francesa o brasileña, se debe ver en esa nueva circulación no ya un absurdo o una extravagancia, sino una declarada traición de quien con esto quisiese únicamente dar pretextos a acusaciones contra Vd. como las que hace el Sr. F. ...

2. La letanía a Dª Lucilia

Circuló por algún tiempo, entre los cooperadores más jóvenes de la TFP, una letanía con invocaciones a Dª Lucilia. Fue compuesta por dos jóvenes del Eremo Praesto Sum (ambos, entonces, con 19 años) a fines de 1977.

En sí, es enteramente legítimo componer y rezar privadamente una letanía a los Siervos de Dios, no beatificados ni canonizados, de los que se espera recibir gracias, como se ha mostrado en el Capítulo VII. Por lo tanto, no cabe retomar aquí la cuestión de la legitimidad, según las Leyes y la Doctrina de la Iglesia, de componer una tal letanía y hacer su recitación privada.

Sin embargo, esa letanía fue formalmente prohibida, en los círculos de la TFP, el 25 de noviembre de 1979. Cabe, pues, preguntar por qué, siendo en si legítima, fue prohibida.

*   *   *

Antes de dar esas razones, conviene explicar la génesis, próxima y remota de la referida Letanía.

Empiezo por la génesis remota de la devoción a Dª Lucilia, y para ello pido permiso para transcribir sus propias palabras en la carta, fechada el 15 de agosto de 1979 (fiesta de la Asunción de Nuestra Señora), que Vd. envió a “O Estado de S. Paulo”, y que el voluminoso matutino publicó el día 22 de agosto del mismo año (fiesta del Inmaculado Corazón de María).

Vd escribió:

“Cierto número de personas pertenecientes a la TFP, o allegadas, visitan la sepultura de mi querida y saudosa Madre en el Cementerio de la Consolación, o la adornan con flores, y allí rezan en recogido silencio.

“Resulta eso de una secuencia de hechos fácilmente explicable.

“Hace más de cincuenta años me dedico a actividades en pro de la Iglesia o de la Civilización Cristiana. Como es notorio entre los que me han tratado, hasta el año 1967 constituyeron compartimentos totalmente estancos mi hogar, en donde vivía en la suave dignidad de la vida privada la tradicional dama paulista de quien me honro de haber nacido - y por otro lado mis valerosos compañeros de acción pública. A tal punto, que apenas una media docena frecuentaba mi casa, y para todos los demás mi madre era una desconocida, o casi tanto.

“En el año 1967 caí enfermo con serio riesgo de vida, y mi residencia se llenó naturalmente de amigos. Profundamente afligida, a todos recibía mi madre, ya entonces con la avanzada edad de 91 años. En ese difícil trance les dispensaba una acogida en que aparecía su afecto maternal, su resignación cristiana, su ilimitado buen corazón y la encantadora amabilidad de los antiguos tiempos de la S. Paulo de otrora. Para todos fue una sorpresa y, explicablemente, también un encanto de alma. Así duró esta convivencia por largos meses.

“No estaba yo enteramente restablecido todavía cuando Dios llamó a sí a mi madre. A partir de entonces, se les ocurrió a algunos de la TFP pedir su intercesión junto a Dios. Y se vieron atendidos. Nada más natural que llevasen flores a su sepultura como manifestación de respeto y gratitud. No menos normal que narrasen los hechos a sus amigos. E igualmente natural es también la consecuente y gradual ampliación del número de los que van a rezar junto a la tumba de la Consolación.

“¿Me competía a mi, como hijo, oponerme a esto, que lejos de ser ridículo o extravagante es —para los que tienen fe— profundamente respetable? ¿Sería benéfico que yo intentase de alguna forma privar de este apoyo moral a las personas atormentadas por las tribulaciones de una vida de lucha en plena borrasca del mundo contemporáneo?

“Ante tales hechos que presencié discretamente sin a pesar de todo impulsarlos, no me cabía sino callarme reverente, emocionado y agradecido.

“Insisto. En mi lugar, ¿qué hijo no procedería así?

“Todo esto, acabo de exponerlo desde el punto de vista del sentido común y del buen corazón. Elevando ahora las vistas, pasaré a hablar en términos de Fe y de doctrina católica.

“Pedir la intercesión de una persona que vivió y murió piadosamente no tiene el significado intrínseco y necesario de una proclamación de que fue santa de altar. La doctrina católica enseña ser legítimo que los fieles recurran a la intercesión de quienes los precedieron en la muerte cum signo fidei, especialmente cuando por su conducta o por sus palabras les dieron estímulos para la virtud y así los aproximaron de Dios. En tal principio genérico se fundan, por ejemplo, las tan conocidas peticiones a las almas del Purgatorio, cuando los fieles las sufragan.

“Es lo que, en anteriores ocasiones, se ha hecho de modo individual en la TFP, recurriendo de la misma manera a la intercesión de socios o cooperadores fallecidos por enfermedad o accidente, visitando sus sepulturas, etc. Y es lo que se hace, dentro y fuera de la TFP, junto a los restos mortales de personalidades que la Iglesia no ha canonizado, como el gran Obispo de Olinda y Recife, Mons. Vital, o el heroico Presidente de Ecuador, García Moreno, asesinado por odio a la Fe.

“Nada más ortodoxo”.

Hasta aquí su carta a “O Estado de S. Paulo”.

*   *   *

En el contexto que Vd. así describe, del surgimiento y propagación espontánea entre los socios y cooperadores de la TFP de la devoción a Dª Lucilia, en estos o aquellos ambientes de la asociación nacieron jaculatorias o pequeñas oraciones, para pedir su intercesión. Como más adelante mostraré, ni siempre esas fórmulas de invocación fueron felices o adecuadas, razón por la cual, en los casos pertinentes, Vd. las desaconsejó o prohibió.

A finales de 1977, como he dicho, sucedió que dos jóvenes de la TFP al recibir determinado favor, tras haber rezado a la piadosa alma de Dª Lucilia, procuraron agradecer componiendo una letanía en su honor.

Poco a poco, a partir del Eremo Praesto Sum, donde residían los dos jóvenes, la letanía se irradió a otros sectores de la TFP, hasta donde se extendían los contactos de ese Eremo. Todo sucedió sin conocimiento ni estímulo de ninguna persona con cargo de dirección en la TFP.

A finales de 1978 vivíamos días de mucha aprensión, ante un eventual ataque de malhechores contra las sedes de la TFP. Fui encargado por Vd. de la reordenación y guarda de todos los papeles, dentro de nuestras sedes, en tal emergencia. En esa ocasión, o un poco después, a principios de 1979 —en fecha que no recuerdo exactamente— encontré un papel con esa letanía, y vivamente contrariado con la impropiedad de varias expresiones, se la presenté. Vd. inmediatamente criticó las invocaciones más disparatadas, y determinó que yo retirase la letanía de circulación. Así, tomé las disposiciones adecuadas junto a los encargados de los varios grupos.

Al Sr. D. João Clá Dias,  la persona especialmente encargada del Eremo Praesto Sum, Vd. devolvió la letanía diciendo que, por ahora, para no confundir el entusiasmo de los fogosos pero irreflexivos jóvenes que la habían compuesto, cancelase las invocaciones más extravagantes, que el resto lo estudiaría después. La multitud de ocupaciones en que Vd. estaba le hizo olvidar el asunto.

En julio o agosto de 1979, los jóvenes de “Praesto Sum”, deseando conseguir un donativo de piedras para la pavimentación del camino interno de acceso a la sede del Eremo —que está situado en medio de un hermoso parque— decidieron hacer una novena, durante la cual rezaron la letanía para obtener, por intercesión de Dª Lucilia, ese favor. Las piedras fueron conseguidas, y la pavimentación fue terminada en noviembre de 1979, fecha que permite situar la referida novena algunos meses antes de eso, pues la entrega de las piedras sufrió cierto atraso y el trabajo se prolongó bastante.

Entretanto, a partir del 11 de agosto de 1979, se dio el “estruendo” publicitario promovido por periódicos y revistas brasileñas a propósito del Rapport francés. Uno de los mismos frecuentadores del “Praesto Sum”, trajo a colación la cuestión de la letanía, que podría dar margen a análogas malinterpretaciones, como el “Ave Lucilia” (ya comentada). Inmediatamente el Sr. João Clá Dias determinó que todos los que la tuviesen, se la entregasen.

Parece haber sido esa la ocasión en que el Sr. F. tuvo conocimiento de la letanía, y la incluyó, entre otras denuncias, en el informe que le presentó a mediados de septiembre de 1979. Analizado ese informe a principios de noviembre, Vd. comentó invocación por invocación, señalando las numerosas impropiedades de lenguaje y formulaciones inadecuadas —fruto de la falta de madurez de los jóvenes que la compusieron— y determinó que fuese formalmente prohibida en una reunión plenaria del Praesto Sum. Tal fue hecho el domingo 25 de noviembre de 1979, siendo entonces transmitida a todos los presentes la misma grabación sonora en que Vd. tejió esos comentarios a propósito de la letanía.

El día siguiente, 26 de noviembre, Vd. tuvo una reunión con el Sr. F. y cuatro de los cooperadores que él presentó como testigos de sus denuncias, y todos se declararon satisfechos con las medidas tomadas el día anterior, sobre la letanía. Esa reunión fue totalmente grabada con asentimiento de los distintos participantes. Sé que la TFP tiene en su poder una cinta-cassette con la reunión.

*   *   *

Descritos los hechos, resulta fácil deshacer el imbroglio armado por el Sr. F. alrededor de la letanía:

A. Episodio Microformas. - “Microformas”, empresa de microfilms del Sr. D. Fausto Borsato, socio de la TFP, clausuró sus actividades el 31 de mayo de 1979, pues su principal cliente, la “Construtora Adolpho Lindenberg”, dejó de interesarse por sus servicios a partir de esa fecha. Tres cooperadores, D. Ivan Carlos Ramires, D. Ricardo José Basso y D. Alexandre Velozo, recuerdan que una semana después de haber conseguido una copia de la letanía recibieron la orden de destruirla en el plazo de 24 horas. Como no atinaron con el alcance de la medida resolvieron dividirla en tres partes, de modo que cada uno memorizaría una parte, para después rezarla en conjunto.

Los tres jóvenes concuerdan en la afirmación de que no consiguieron memorizar la letanía en el plazo que les fue estipulado para destruir la oración, por lo que quedaron sin condiciones de rezarla después de eso.

Los dos primeros dejaron de trabajar en “Microformas” el mismo día 31 de mayo, el tercero bastante antes, el día 12 de abril, lo que permite situar la primera recogida de la letanía, llevada a cabo por mí en el primer trimestre de 1979, pues el primero de los referidos jóvenes recuerda que el hecho ocurrió “unos dos meses antes” del cierre de actividades de “Microformas”.

De todas formas, queda claro que tal hecho se dio antes de la prohibición formal y definitiva del 25 de noviembre de 1979 (pues en esa fecha “Microformas” ya no trabajaba), y no después, como parece afirmar el Sr. F. (Carta 83, p. 4).

B. Prohibido tener, pero no prohibido rezar. - El Sr. F. deduce que el Sr. João Clá Dias habría dado esa orden a partir del episodio de los tres jóvenes de “Microformas” que acaba de ser analizado (Carta 83, p. 4).

En primero lugar, la orden de recoger la letanía, que alcanzó a esos cooperadores de la TFP, partió de mí, y no del Sr. João Clá Dias.

Por mi parte, la orden fue clara: destruir las copias de la letanía en un plazo determinado. Si ellos interpretaron la orden en la forma del epígrafe, la interpretación corre exclusivamente por su cuenta. ¡No es la primera sorpresa que tengo con jóvenes de esa generación!

C. Novena en Praesto Sum.- Como ya se ha dicho sucedió en julio o agosto de 1979, antes de que los participantes hubiesen recibido la prohibición de rezarla.

Regístrese, de paso, que no tiene ningún sentido hablar de recitación “a puertas cerradas”, como dice el Sr. F. (Carta 83, p. 4); ¿sería para ocultar de quién, puesto que eran los mismos que vivían allí quienes participaban de la novena?

D. Novena “perpetua” en Rio Grande do Sul y enseñanza a un “enjolras recientísimo”. - Efectivamente la novena fue rezada, en 1981, pero una sola vez (y no novena perpetua), por un grupo de cinco personas, a fin de obtener el dinero necesario para la compra de una furgoneta para las actividades de la TFP, que a continuación adquirieron. Uno de los participantes conocía la prohibición y cometió la negligencia de no advertirlo a los otros, y en esto ciertamente merece censura. Es posible que el tal “enjolras recientísimo” haya conocido la letanía en esa ocasión. No tenemos condiciones de averiguar este hecho, pues este joven no frecuenta más la TFP.

E. Ejemplar de la letanía en posesión de un cooperador en S. Paulo. - El cooperador en cuestión, D. Sergio Miyasaki, niega categóricamente que poseyese un ejemplar de la letanía.

F. Madre de dos cooperadores de Rio Grande do Sul. - También esta señora niega que poseyese y rezase la letanía. En la conversación telefónica con los hijos, en que éstos le preguntaron sobre ello, dijo que incluso le gustaría conocerla...

*   *   *

Como se ve, de los hechos invocados por el Sr. F., solamente uno fue comprobado, e incluso así parcialmente (ítem D). Lo que es absolutamente insuficiente para justificar la baraúnda que armó alrededor del asunto.

Lo que permanece como hecho notorio e intangible es que la letanía fue pública y formalmente prohibida por la dirección de la TFP el 25 de noviembre de 1979. Si casos de desobediencia aislados y muy circunscritos llegasen a ser comprobados —lo que es posible— esto no altera la posición de la TFP, oficialmente tomada, sobre el asunto. Y seguida por la aplastante mayoría —la casi totalidad— de sus socios e cooperadores. No hubo negligencia en advertir a los culpables cuando esa desobediencia ocurrió y fue detectada.

*   *   *

A propósito de todo esto cabe una ponderación. La letanía fue prohibida por la dirección de la TFP, no por su ilegitimidad intrínseca (lo que no existe, como ya he mostrado), ni por contener invocaciones que contraríen la Doctrina Católica (algunas, a primera vista, dan esa impresión; bien analizadas, y sobre todo interpretándolas según lo que ciertamente sus inexpertos autores quisieron decir, son perfectamente defendibles), sino por sus impropiedades y defectos de expresión, que verdaderamente causan vivo desagrado, además de expresiones de mal gusto, que dan bien la fisonomía de los hijos de la presente ¡”civilización de la imagen”!

El Sr. F., por el contrario, pretende afirmar:

a) la ilegitimidad intrínseca de la letanía;

b) su colisión con la Doctrina Católica en varios puntos;

c) el culto ilícito —así lo juzga— que de ese modo sería prestado a Dª Lucilia;

d) la aplicación a Dª Lucilia de títulos exclusivos de la Virgen Madre de Dios (lo que caracteriza una forma más de “destronamiento” de Nuestra Señora en la TFP).

En anexo se encuentra un estudio del Sr. D. Gustavo Antonio Solimeo, en que todas esas acusaciones son exhaustivamente analizadas y competentemente rebatidas (Puede ser visto aquí, en portugués).

*   *   *

Resta, por fin, tratar un aspecto de la acusación del Sr. F., que es el carácter oculto con que él imagina que se difundía la letanía en la TFP. Examinando con atención la carta de ruptura del Sr. F., lo encuentro retorciendo su pensamiento confuso en frases nerviosas que, si fuesen verdaderas, sólo probarían la discreción y la serenidad con que se hace el recurso a la intercesión de Dª Lucilia:

— “Letanías absolutamente extravagantes existían entre los que frecuentaban el Praesto Sum, siendo mantenidas ocultas de muchos miembros del grupo” (Carta 83, p. 8).

— “Cuando denunciamos la Letanía de Doña Lucilia para D. Bertrand, Borelli y Plinio Xavier, ellos afirmaron que nunca jamás habían oído hablar de ella. Lo que probaba que la oración circulaba apenas por el grupo de devotos entusiastas, que sabía como conservar discretas sus devociones, incluso para elementos de autoridad y de la dirección del grupo y de la TFP” (id., ib.).

— “Los enjolras del grupo dividieron entre si la absurda y extravagante oración a fin de memorizarla rápidamente, dentro del plazo establecido. Así obedecerían —ya no tendrían la letanía— y podrían continuar rezándola...” (id.. D. 4).

— “Y, en Praesto Sum, (febrero de 1980), a puertas cerradas, .... hacían una novena a Dª Lucilia, rezando la letanía que era prohibido tener...” (id., ib.).

Es estrambótica la posición del autor de las cartas. Si hay manifestaciones de devoción hechas en público, se subleva en cuanto al “culto”; si hay manifestaciones privadas, insinúa acción secreta. Si, como él admite, hubo una orden para destruir los textos de la letanía (Carta 83, p. 4), ni por eso él reconoce que la TFP no pactó con ella. Se ve que, de uno u otro modo, lo que el Sr. F. quiere imponer es que en la TFP cese la devoción a Dª Lucilia.

En un movimiento grande como la TFP, con muchas personas provenientes de estratos sociales muy jóvenes y poco cultos, es imposible evitar que aparezca alguna gaucherie. ¿Se debe estancar esa devoción privada, que ha estado siendo fuente de tantos favores y beneficios espirituales, sólo porque algunos jóvenes sin preparación habrían compuesto sin reflexión una fórmula objetable y unos poquísimos habrían recalcitrado un tanto en cesar la recitación? Nos parece que no.

3. “Memorare” a Dª Lucilia

El Sr. F. denuncia la existencia de un Memorare adaptado a Dª Lucilia (Carta 83, p. 2). Cabe preguntar en qué es ilícito según la doctrina y las prácticas de la Iglesia.

El autor de las cartas intenta dar a entender que el Memorare es una oración concebida en tales términos que se aplican exclusivamente a Nuestra Señora, y que rezar tal oración adaptada a Dª Lucilia revelaría un deseo de substituir a Nuestra Señora por Doña Lucilia. Se engaña. La misma oración existe aplicada a Santa Teresita del Niño Jesús, compuesta por la Madre Isabelle du Sacré-Coeur, del Carmelo de Lisieux, antes de la beatificación de la Santa: “Souvenez-vous, o petite Reine ....” (Novissima Verba, Office Central de Ste. Thérese de l’Enfant Jésus, Imprimerie Saint Paul, 1926, p. 222) [38]. Por lo tanto a priori, su alegación no tiene fundamento.

Además, el sistema de transposición de oraciones es una práctica corriente entre los fieles. Para quedar sólo en el Memorare, compuesto por San Bernardo y aplicado originalmente a Nuestra Señora, esa misma oración fue adaptada al Ángel de la Guarda [39], a San José [40] ¡y al mismo Sagrado Corazón de Jesús [41]! - Esas oraciones se encuentran, por ejemplo, en el librito O Mês de Outubro ou O Mês do Santíssimo Rosário del Canónigo D. José de Souza Bittencourt (Porto Alegre, 3ª ed., pp. 361, 363 y 492-493), que trae otras varias adaptaciones [42].

4. Otras invocaciones a Dª Lucilia

A fin de buscar un apoyo para su caudalosa diatriba e insinuar que en la TFP hay una usurpación, a favor de Dª Lucilia, de títulos aplicables en sana doctrina sólo a Nuestra Señora, el Sr. F. fuerza el sentido de expresiones corrientes o cuya génesis muestra que no tienen el alcance que el mismo Sr. F les atribuye.

A. La expresión que más parece haber indignado al autor de las cartas es la invocación de Dª Lucilia como “Mãe e Senhora nossa” – “Madre y Señora nuestra”— usada efectivamente por cierto número de personas en la TFP.

La expresión es enteramente justa, y de ninguna forma constituye una usurpación de títulos exclusivos de Nuestra Señora. María Santísima es, por antonomasia, nuestra Madre y nuestra Señora. Menos usual en los países de lengua hispánica, que prefieren usar La Virgen. En Francia es corriente el uso del apelativo de Notre Dame para la Madre de Dios. Los ingleses y americanos usan Our Lady. Los italianos individualizan: Madonna (Mi Señora). Los alemanes dicen: Unsere Liebfrauen. En Portugal y en Brasil: Nossa Senhora.

Pero esto no significa que los títulos de Madre y Señora sean exclusivos de la Madre de Dios y Madre de los hombres. Santo Tomás enseña que debemos honrar a todos aquellos que, por algún título, tienen una razón de padre (y lo mismo vale para aquellos que tienen para nosotros una razón de madre). Dice Santo Tomás: “Así como el padre carnal participa de modo particular de la razón de principio, que se encuentra en Dios de modo universal, así también la persona que ejerce sobre nosotros una cierta función de providencia, participa en grado inferior de la condición de padre. Porque el padre es principio de la generación, al mismo tiempo que de la educación, de la dirección y de todo cuanto se refiere a la perfección de la vida humana. Ahora bien, las personas constituidas en dignidad son principio de gobierno sólo en algunas cosas: así el príncipe en los asuntos civiles, el general en los asuntos militares, el maestro en las materias de su disciplina, etc. De ahí que tales personas se llamen también “padres”, por la semejanza del cuidado que tienen con nosotros” (II-II, 102, 1, resp.).

De donde concluye Santo Tomas: “Por eso, así como bajo la virtud de la religión, por la que tributamos culto a Dios, de cierto modo se incluye la piedad (por la que damos culto a los padres), así también bajo la piedad se incluye la observancia, virtud por la que prestamos culto y honra a las personas constituidas en dignidad” (id., ib)

Ahora bien, muchos socios y cooperadores de la TFP, principalmente entre los más jóvenes, han encontrado amparo espiritual en las gracias obtenidas por intercesión de Dª Lucilia. Y así tienen una razón especial y legítima para llamarla Madre. ¿Quién puede negarles ese derecho? Haciéndolo, de ninguna forma están negando, despreciando o substituyendo la maternidad espiritual de Nuestra Señora por otra. Únicamente toman una Madre junto a otra Madre insondablemente superior. Es una postura de alma genuinamente católica que sería injusto censurar.

A su vez, el titulo de Madre por sí sólo justifica el tratamiento de Señora, como el titulo de Padre justifica el tratamiento de Señor. Por lo que en el vocabulario respetuoso de otrora era común decir el Señor mi Padre, o la Señora mi Madre. Y todavía no hace mucho, era de rigor referirse al Padre o la Madre de un interlocutor con las expresiones: el Señor su Padre, la Señora su Madre (expresiones portuguesas, cuya traducción literal damos).

Según la antigua tradición portuguesa, ese modo de llamar Señora y Madre, y Señor y Padre corriente entonces en la correspondencia antigua, se conservó en el tiempo del Imperio (brasileño) e incluso hasta hace poco, en el periodo de la República. Son numerosas las cartas que lo demuestran. Por lo tanto, no está de acuerdo con la tradición brasileña considerar ese tratamiento privativo de Nuestra Señora.

En cuanto a los Santos, antiguamente se decía también el Señor San José, la Señora Santa Ana, el Señor San Roque, etc., etc. El trecho de Santo Tomás citado hace poco, abarca lo suficiente como para justificar que reconozcamos el señorío que sobre nosotros tiene el Ángel de la Guarda o un Santo que nos proteja especialmente, e incluso tratarlo como Padre, porque siendo él un agente de la Providencia junto a nosotros, ejerce una función parecida con la del padre y con la de la madre que, a titulo muy justo y particular, son instrumentos de la Providencia de Dios junto a nosotros.

Así, es una verdadera demencia pensar que invocando a Dª Lucilia como Madre y Señora nuestra le estamos atribuyendo un titulo exclusivo de Nuestra Señora, como hace patéticamente el Sr. F.: “Fue la TFP la que dejó de ser la TFP desde el momento en que dio a otra que no la Virgen María, el titulo de Madre y Señora nuestra, jaculatoria hecha por Vd. mismo para que el grupo prestase culto a su madre... Al hacer esto, el grupo permitió que cayese al suelo el cetro que estaba en las manos de nuestra Reina” (Carta 83, p. 27 — subrayados del original).

¡Es un delirio! Las 48 formas de devoción de la TFP a Nuestra Señora existentes en la TFP, que he mencionado en el Capítulo V (ítems 2, 3 y 4) se eclipsan ante los ojos del Sr. F., la invocación Madre y Señora nuestra —que, por cierto, no fue compuesta por Vd., al contrario de lo que afirma el Sr. F.— crece ante él como un gigante Adamastor y proclama con desvarío: “La TFP .... dejó de ser la TFP desde el momento en que dio a otra .... el título de Madre y Señora nuestra. .... Al hacer esto, el grupo permitió que cayese al suelo el cetro que estaba en las manos de nuestra Reina” (loc. cit.).

Con un silencio consternado registro esas palabras...

B. Merece especial reparo la expresión “Nuestra Señora de la Consolación” que fue usada por algunos de la TFP para designar a Dª Lucilia. Usted la desaprobó, y prohibió terminantemente su uso, en cuanto tuvo de ello noticia. La expresión, también nacida espontáneamente de la convivencia entre los más jóvenes, choca a primera vista, y el Sr. F. explota ese choque omitiendo hábilmente su génesis histórica, que sin embargo la vacía de su contenido, aunque no de la ambigüedad que la convierte en totalmente reprobable.

La sepultura de Dª Lucilia está localizada en el Cementerio de la Consolación, en S. Paulo, y es muy visitado por los socios y cooperadores de la TFP. Para decir unos a otros, en la conversación diaria, a donde van, dicen sencillamente: “Voy a la Consolación”. De ahí nació naturalmente: voy a rezar a “la Señora de la Consolación”, para designar la oración en la sepultura de Dª Lucilia. Dando un paso más, se llegó abusivamente a ... ¡”Nuestra Señora de la Consolación”!

Uso enteramente reprobable, no hay duda, pues el título venerable de “Nuestra Señora de la Consolación” corresponde a una devoción propagada por los Agustinos bajo el título completo de “Nuestra Señora de la Consolación y de la Sagrada Correa”, que invoca la consolación que Nuestra Señora trajo a Santa Mónica prometiéndole la conversión de su hijo Agustín, y dándole, en prenda de esa promesa, la Sagrada Correa que usaba cuando estaba en esta tierra.

Se debe, pues, censurar severamente a quienes la usaron, ya que, aunque interiormente quisieran significar Dª Lucilia, la expresión se presta a confusión con la conocida invocación de Nuestra Señora.

Todo esto es claro y aquí queda consignado.

Debemos ahora analizar la reacción del Sr. F. ante el hecho. Estaba perfectamente en su derecho de censurar esa impropiedad y ambigüedad. Pero su espíritu propenso a la exageración, inmediatamente saca la conclusión descabellada de que eso significaría ¡una “substitución” de Nuestra Señora por Dª Lucilia!

Y aquí queda patente el sistema con que el Sr. F. montó su libelo contra la TFP: una “Ave Lucilia” (inexistente); una letanía (legítima en cuanto tal, pero impropia en varias de sus invocaciones); un Memorare (legítimo); una invocación legítima (“Madre y Señora nuestra”); otra invocación (“Nuestra Señora de la Consolación”) impropia y ambigua; la incensación de un cuadro de Dª Lucilia (cuya legitimidad se probará a continuación); un pretendido “destronamiento” de la Madre de Dios en el Eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia (ya tratado en el capitulo V): típico yuxtaponer de hechos, que el Sr. F. analiza a su manera, y de los que pretende sacar una conclusión enorme: ¡la TFP abandonó su antigua devoción a Nuestra Señora y la substituyó por la devoción a Dª Lucilia! ¡Todos los géneros de devoción a María Santísima en la TFP actualmente en vigor —y crecientes— desaparecieron a sus ojos! Tal como desapareció todo cuanto en la TFP se ha escrito y propagado acerca de Nuestra Señora, de sus privilegios, de la devoción a Ella, etc.

Nuestra respuesta, consignada en este trabajo, es simple y serena, aunque firme y categórica: sus premisas son falsas, indemostradas, carentes de fundamento serio, radicalmente insuficientes para esa conclusión abstrusa e infamante.

5. La incensación de un cuadro de Dª Lucilia

Si bien que en este capítulo estén siendo tratadas las acusaciones relativas al culto a Dª Lucilia, responderé ahora a una objeción que también le alcanza a Vd. Es relativa —una vez más— a la “ceremonia de la meta” en que el autor de las cartas imaginó ver un “destronamiento”, en el Eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia.

El autor de las cartas dice: “¿Cómo explicar que después se saca el Santísimo del Sagrario, se inciensa el Sagrado Cáliz [43], y después inciensan su retrato, Dr. Plinio, y el retrato de Dª Lucilia? ¿Cómo negar que esto sea un acto de culto?” (Carta 83, p. 20).

Sobre la circunstancia de que el Santísimo Sacramento estaba fuera del Tabernáculo, la acusación del autor de las cartas es maliciosamente incompleta cuando evita informar que el Copón, la mayoría de las veces fue recolocado en el Sagrario, y éste fue cerrado. Solamente después de ello prosiguió la ceremonia. Este hecho marca la separación de las dos fases de la ceremonia, aunque no modifique la naturaleza del acto que se realizó a continuación, el cual nada tiene de ilegítimo, como paso a mostrar.

Véase lo que los especialistas enseñan sobre la incensación.

Así se expresa Ludwig Eisenhofer, profesor de la Universidad Católica de Eichstatt, en Alemania: “La incensación del Santísimo Sacramento es símbolo y acto de adoración propiamente dicha (culto de latría directo); por el contrario, es símbolo y acto indirecto de adoración (culto de latría indirecto) la incensación de la verdadera Cruz, del Crucifijo, del altar y del libro de los Evangelios, por cuanto representan a Cristo. Cuando son incensadas, de maneras varias según su dignidad, las personas litúrgicas (los ministros), en esto se ve también una demostración de honra que en último análisis se refiere a Cristo, quien en el Pontifical Romano (in ordinatione Presbyteri) es llamado ‘autor y distribuidor de todas las dignidades’. Así también son incensados los representantes del poder civil (rey, etc.) porque según el Apóstol (Rom. XIII, 4), el príncipe es ministro de Dios. La incensación de los seglares es para ellos una advertencia para acordarse siempre de su dignidad cristiana que hace sean pueblo escogido, sacerdocio real, nación santa (I Pe. II, 9). Con el incienso se suele rendir honra también al cadáver del cristiano porque el cuerpo era sede del alma, santificada por la gracia sobrenatural. .... En los ritos funerarios (cf. Pontifical Romano, De benedictione coemeterii) y en otros lugares..., el incienso también es usado como sacramental por su virtud purificadora” (Compendio di Liturgia, Marietti, Turin-Roma, 1954, D. 53).

Por lo tanto, la incensación trae consigo siempre una demostración de honra que en último análisis se refiere a Cristo; en el caso de incensación de seglares, se debe ver en esto un acto de homenaje, que aviva en ellos la memoria de su dignidad de cristianos.

Si se considera la incensación como un acto de latría reservado a Dios, o de dulía privativo de los Santos y de los Beatos, será preciso considerar también como tal la incensación de los fieles por el acólito en las ceremonias litúrgicas y la incensación del cadáver por el Sacerdote cuando hace la recomendación del alma del fallecido.

A la pregunta patética del Sr. F.: “¿Como explicar que .... inciensen su retrato, Dr. Plinio, y el retrato de Dª Lucilia?” (loc. cit.) — respondo sencillamente que en nada fueron violadas con esto las normas de la Iglesia.

Los retratos no estaban sobre el altar, sino en armazones al lado del altar y perfectamente separados de aquel. De manera que ni siquiera se imaginó prestar algún culto público a Dª Lucilia o a Vd. Como es sabido, colocar alguna imagen o cuadro sobre el altar es la forma de culto que la Iglesia únicamente permite a los Santos y Beatos. Pero colocarlos fuera del altar, en las paredes o vidrieras de las iglesias, sin ningún signo de culto que lleve consigo testimonio de santidad reconocida por la Iglesia, es permitido para los cuadros e imágenes de los Siervos de Dios, como mostré en el Capítulo VII (ítem 4. D. 2. f).

Por lo tanto, se ve que, si es permitido colgar establemente cuadros o imágenes en la pared de las iglesias, a fortiori es permitido colocarlos temporalmente —durante una hora, como era el caso— en la pared de una capilla particular o en una armazón fuera del altar.

En relación a su foto, tampoco había culto privativo de persona beatificada o canonizada, pues estaba colocada fuera del altar, del lado izquierdo, en un armazón improvisado con el caballete de una pizarra, recubierto con un paño. El cuadro de Dª Lucilia estaba en otro caballete, al lado derecho del altar. La Ceremonia estaba vuelta principalmente hacia el Santísimo, y sólo después secundariamente hacia la foto de Dª Lucilia y hacia su foto.

Por lo tanto, la incensación de su foto, Dr. Plinio, y de la foto del cuadro de Dª Lucilia, sólo tendrían alguna razón de culto público si hubiesen estado sobre el altar, lo que no es permitido.

No habiendo sucedido esta hipótesis, la acusación del Sr. F. es falsa [44].

6. Culto a Dª Lucilia: ¿prueba de heterodoxia?

Siempre extremado en sus conclusiones, y no contento con acusarle a Vd., Dr. Plinio, de infringir las leyes canónicas, el Sr. F. le acusa de ir contra la misma Fe:

“Lo que causa mayor dolor, con todo, es la verdadera equiparación .... entre Dª Lucilia y Nuestra Señora. Equiparación no. Preferencia para Dª Lucilia. ....

“Y esto no sólo va contra el sentido común y el Código Canónico, pero va contra la Fe. Puesto que ningún ángel, ningún santo puede ser equiparado a la Virgen María. Ella sola excede a todos, incluso reunidos. Eso fue lo que aprendí de Vd. ¿Cómo entonces Vd. permite, incentiva u ordena que el grupo practique un acto tan contrario a nuestra Fe y a la devoción mariana que siempre practicamos y defendimos?” (Carta 83, pp. 20-21).

Antes de analizar la acusación de heterodoxia, observo al pasar que es una verdadera e irritante ofensa a la verdad decir que Vd. “incentiva u ordena” que se tenga, en la TFP, culto a Dª Lucilia. Todos somos testigos de la gran circunspección con que Vd. trata la materia, hablando de su Señora Madre sólo cuando es muy instado por sus discípulos. Y cuando lo hace, usa sobre su persona o a propósito de hechos de su vida un lenguaje que en ningún modo afirma, ni siquiera insinúa santidad de altar. Que Vd. presencie conmovido y agradecido la veneración que es tributada a Dª Lucilia, es un hecho que el Sr. F. no descubrió, puesto que Vd. lo afirmó textualmente en su ya citada carta a “O Estado de S. Paulo” (22-8-79). Pero de ahí a decir que Vd. estimule e incluso ordene, es un enorme paso, que Vd. siempre cuidó de no dar.

Ahora, ¿heterodoxia por qué? - ya he mostrado la distancia enorme que va del culto privado que damos a Dª Lucilia, y el culto inmenso de hiperdulía que tributamos a Nuestra Señora. Este culto es tan grande, que un Prelado llegó a decir no sin una puntilla de acidez, ¡que considerábamos a Nuestra Señora casi como a la cuarta persona de la Santísima Trinidad! [45].

En la argumentación desordenada y confusa del Sr. F., parece, sin embargo, discernirse el siguiente razonamiento: infringiendo las normas del Derecho Canónico en lo que se refiere al culto de los Santos, la TFP presta a Dª Lucilia un culto que suplanta el culto debido a la Madre de Dios. Ahora bien, prestar a alguna criatura un culto superior al tributado a la Madre de Dios es ir contra la Fe, que coloca a Nuestra Señora en el ápice de todas las meras criaturas.

El razonamiento peca por la base. Una desobediencia a las normas del Derecho Canónico o de la Liturgia puede venir de la ignorancia, de la inadvertencia momentánea, de la mala ejecución de las rúbricas establecidas, etc. Y, por lo tanto, no constituye una señal indirecta de heterodoxia, ni siquiera de sospecha de heterodoxia (cf. canones 2316, 2319 § 2, 2320, 2332, 2340 § 1 y 2371). Si la persona avisada persiste en la desobediencia, todavía debe verificarse si está actuando así por principio, o por simple rabia, manía, rebeldía, por inconformidad con la ley en cuanto tal, o algo del género. Porque se trata de dos cosas diferentes: la desobediencia de una ley o de una norma litúrgica, y el desacuerdo doctrinal con el principio en que la ley o la norma se funda. Ilegalidad no es necesariamente prueba de heterodoxia.

Pasando por encima de todos esos matices, el Sr. F. galopa: no respetar las rubricas o ilegalidad canónica —negación de un principio de la Fe— ¡heterodoxia!

Mi respuesta es: ¡delirio!

7. Conclusión de este Capitulo

Concluyo, por lo tanto, diciendo, que no habría ningún mal, bajo el punto de vista de la ortodoxia, del Derecho Canónico y de las normas litúrgicas, en que hubiese una letanía y un Memorare a Dª Lucilia (la letanía, de hecho fue prohibida y dejó de ser rezada hace cuatro años, por la extravagancia de algunas invocaciones; y Vd., Dr. Plinio, manda a los dirigentes que vigilen y no permitan la circulación de esas u otras singularidades que puedan aparecer en la materia); es legítimo el uso de la invocación de Dª Lucilia como “Madre y Señora nuestra”; y la expresión “Nuestra Señora de la Consolación”, aunque ambigua, no tiene el alcance que el Sr. F. procura ver en ella; por fin, no es culto privativo de Dios, de los Santos y de los Beatos usar incienso para honrar las fotos de Dª Lucilia y suyas (si bien que se sepa, en la TFP, que tales ceremonias fueron hechas sin su consentimiento ni su agrado; y, además, desde mayo de 1982 cayeron en desuso).

8. Un complemento necesario: no es impropio de un hijo alabar a sus padres

Diciendo que Vd., Dr. Plinio, permite o incluso favorece la devoción a Dª Lucilia en la TFP, el Sr. F. insinúa que Vd. procede de modo inadecuado, puesto que no le cabría a un hijo alabar a su propia madre.

Ya he analizado la cuestión desde el punto de vista de la ortodoxia y de su conformidad con el Derecho Canónico.

En lo tocante a si es adecuado, decoroso, oportuno y otras insinuaciones, no respondo con argumentos, sino con el ejemplo de Santos y personas eminentes que alabaron a sus madres o padres, siendo éstos, después, canonizados o no.

A. Así, San Agustín habla numerosas veces de Santa Mónica en las Confesiones.

— El Santo atribuye su conversión a su Madre. “Mi Madre, Vuestra sierva fiel, junto a Vos lloraba por mí, más de lo que otras madres lloran sobre los cadáveres de los hijos. Es porque ella, con el espíritu de fe con que la dotasteis, veía la muerte de mi alma. Y Vos, Señor, escuchasteis sus ruegos” (San Agustín, op. cit. Livraria Apostolado da Imprensa, Porto, 1948, p. 93).

— Cuenta que también el gran San Ambrosio la veneraba: “Y Ambrosio la estimaba por la conducta tan religiosa con que practicaba fervorosamente las buenas obras y frecuentaba la Iglesia. De modo que, muchas veces, al verme, irrumpía en alabanzas, felicitándome por tener tal Madre” (op. cit., p. 150).

— “Así era mi Madre, como Vos, su íntimo Maestro, la enseñasteis en la escuela del corazón. .... Era verdaderamente la sierva de Vuestros siervos. Todos los que la conocían os alababan, honrándoos y amándoos en ella, porque sentían en su corazón Vuestra presencia, comprobada por los frutos de una existencia tan santa. .... Con sus buenas obras daba testimonio de santidad” (op. cit., p. 257).

— El gran Doctor de la Iglesia aún habla de su Madre en otros lugares de las Confesiones (cf. op. cit., pp. 47, 48, 65, 94, 136 a 139, 147, 148, 235, 244, 255 a 257, 263, 265 a 268).

B. San Juan Bosco, fundador de los Salesianos, no temió dar gran destaque en sus narraciones a “Mama Margherita”. En la congregación salesiana, hasta el día de hoy se tributa gran veneración a la madre de D. Bosco.

Como refieren los biógrafos, D. Bosco atribuía alta virtud a su madre: “Al hacerle la propuesta de abandonar todo para seguirle, D. Bosco vio el sacrificio que aquello significaba: Mi madre es una santa, puedo hacerle la propuesta” (Fausto Curto, A mãe de D. Bosco, Editorial D. Bosco, S. Paulo, 1979, p. 22).

En la muerte de su madre, “D. Bosco dice pocas palabras, que sirven de consuelo a los niños que le rodean. ‘Perdimos a nuestra madre, pero estoy seguro que nos ayudara desde el Paraíso. ¡Era una santa!’ Y en aquella hora se siente hermano de sus jóvenes como hijos de la misma madre .... y la proclama santa una vez y otra. Era una santa” (María Bargoni, La Madre de D. Bosco, SEI, Madrid, 1956, p. 246).

Un salesiano biógrafo de San Juan Bosco comenta que recibió una carta de felicitación del Bienaventurado Don Miguel Rúa: “Y Margherita, mujer santa, hizo de su hijo un santo. Don Bosco era una copia fiel de su Madre” (Eladio Egaña, Vida de San Juan Bosco, Editorial María Auxiliadora, Sevilla, 1970, 8ª ed., p. 16).

C. También Santa Teresita no dudaba al hablar de su Padre, el respetable M. Martin:

—”Cuando pienso en ti, mi Padrecito, pienso naturalmente en el buen Dios, porque me parece que es imposible que haya alguien más santo que tu sobre la tierra. Sí, tu eres ciertamente tan santo como S. Luis” (Cartas de Santa Teresinha do Menino Jesus, Livraria Apostolado da Imprensa, Porto, 1953, p. 83).

— “Los Ángeles estarán admirados por ver un Padre tan agradable a Dios, y Jesús preparara una corona para juntar a todas aquellas que este Padre incomparable ya ha reunido. .... Estoy ahora en retiro, y, durante el retiro, no es permitido escribir, pero nuestra Madre me ha dejado enviarte esta palabrilla .... Sin duda, si está prohibido escribir es para no perturbar el silencio del retiro, ¿pero se podrá perturbar su paz escribiendo a un santo?” (op. cit., pp. 109-110).

D. Para tomar un ejemplo más reciente, cito las Memorias del Cardenal Mindszenty, que tras describir la vida piadosa de su Madre, narra el siquiente caso: “Cuando todavía era párroco en Zalaegerszeg, una bonita iglesia fue construida en Fairfield, Connecticut (EUA), para los húngaros que habían dejado su tierra natal. Para las bodas de plata de esta iglesia, los franciscanos que proporcionaban sacerdotes para esta iglesia, erigieron una imagen de Nuestra Señora de Hungría. La figura de mi Madre sirvió de modelo para Nuestra Señora. Una monja de Hungría había llevado consigo, a los Estados Unidos, una foto de mi madre y la imagen fue modelada según la foto. Fue representada como una simple aldeana, teniendo el Niño Jesús. Dios bendiga al escultor, Bertha Hellebrandt, y también a los amables sacerdotes y a aquellos de quien partió la idea” (op. cit., MacMillan Publishing Co., Nueva York, 1974, p. 231).

Si más ejemplos se quisiesen, más se buscarían y se encontrarían.

Es evidente, por los ejemplos citados y por el sentido común, que no hay nada, en el decoro, en lo adecuado, que impida a un hijo elogiar a su madre. Y, que habiendo fallecido piadosamente, podrá el hijo referir, a ejemplo de los Santos, que ella probablemente está en el Cielo.

 

Capítulo IX

De las pretendidas manifestaciones de culto ilícito al Dr. Plinio

 

1. El inexistente “altar-oratorio” de Jasna Gora

El Sr. F. hace las siguientes acusaciones falsas referentes a un pretendido culto ilícito a Vd.:

— “En septiembre de 1981, el eremita camaldulense D. Eliseu García ‘abrió el juego’ con D. Aramis Fazzioli, y le mostró una nueva sala en el sótano de Jasna Gora [46] en la que habría un altar u oratorio con su fotografía (del Dr. Plinio), ladeada por velas” (Carta 83, p. 5).

— “Nos garantizaba D. Aramis que en el suelo de la sala había marcas para la formación de farpas. Y las marcas estaban apuntando hacia su fotografía...” (Carta 83, p. 6).

A. En realidad, ¿qué había en la sede de Jasna Gora?

En una sala de la planta baja de 2,45 metros de altura (que el autor de las cartas, con evidente intención de dramatizar, llama maliciosamente “sótano”, a pesar de haber estado allí numerosas veces) había, en el centro de la pared izquierda, en su sentido más largo, una gran ampliación de una fotografía suya, Dr. Plinio, tomada en un momento en que Vd. escuchaba a alguien, estando sentado en un auditorio. En la pared frontal de la sala, había un tríptico muy simple, de madera, con un cuadro, también grande, de Nuestra Señora de las Lajas (santuario célebre en Colombia) en el centro. Pegada al tríptico, una mesa de cedro de 61 x 120 cms., y 79 cms. de altura, con dos candelabros decorativos. En el lado derecho de quien miraba para el tríptico había otra mesa de cedro, de 63,5 x 130,5 cms. y 68,5 cms. de altura, junto a una ventana (en la pared opuesta a la de su foto). El tríptico fue retirado, a comienzos de 1983, y substituido por un altar que no llegó a ser definitivamente instalado, y acabó siendo desmontado.

En la historia de la sede de Jasna Gora, esa sala ha tenido varios usos sucesivos, desde comedor, sala de trabajos y de exposición de las actividades de la TFP, hasta capilla provisional, sala de audición de cintas magnetofónicas, etc. En todo caso, casi siempre fue una sala de paso para otras dependencias de la misma planta baja y para el patio. No era, de ningún modo, una “sala nueva”, como dice el autor de las cartas.

Por conveniencia de uso o de decoración, una que otra vez la mesa de cedro de 68,5 cms. de altura fue colocada enfrente de su foto. Encima de esa mesa, de pequeña altura conviene insistir (68,5 cms.), y que, así, no puede absolutamente ser confundida con un altar u oratorio, fueron colocados ocasionalmente candelabros decorativos, frecuentemente sin velas: forma de decoración casera corriente en residencias, clubs, etc., en Brasil, delante de fotos o cuadros a los que de ningún modo se piensa prestar culto, como panoramas, cuadros de animales o plantas, escenas de personajes históricos, etc. Además, los eremitas de Jasna Gora, sin excepción, atestiguan que nunca vieron velas encendidas en esos candelabros.

Así, tal mesa no era un altar porque, si hubiese altar en esa sala - lo que entonces no había - sería la mesa ante el tríptico en donde estaba el cuadro de Nuestra Señora de las Lajas. También se ve que no es oratorio, porque tal montaje - mesita con candelabros ante su foto - no tiene ninguna de las notas características propias de oratorio. Las velas que estuvieron ocasionalmente sobre la mesa bajo su fotografía, no se encontraban ahí para efectos de culto, sino por razones meramente decorativas.

B. Tampoco es verdadera la afirmación de que las farpas pintadas en el suelo (formación en “V” adoptada por los eremitas para la recitación en común del Oficio Parvo de Nuestra Señora) estuviesen apuntando hacia su foto. Las tres farpas encajadas una en otra estaban vueltas hacia el cuadro de Nuestra Señora que se encontraba en el tríptico de la pared frontal. Y esto se deduce fácilmente por las dimensiones de la sala y del espacio ocupado por las farpas. Las medidas de la sala son de 4,25 x 7,20 mts. Y las farpas señaladas en el suelo se inscribían en un rectángulo de 3,40 x 4,60 mts. Se ve, pues, que es absolutamente imposible que la disposición estuviese apuntando hacia la pared lateral en que estaba su foto, Dr. Plinio. Dígase de paso que la disposición normal de una formación en “V” alargada es en el sentido longitudinal, y no en el transversal, de una sala.

C. Con base en eso, queda claro que la acusación es falsa en lo que se refiere a la afirmación de que existe un “altar u oratorio” para Vd.; y en que las farpas estuviesen vueltas hacia su fotografía.

D. Vamos, sin embargo, a imaginar que hubiese habido un acto de homenaje prestado a Vd., Dr. Plinio, con personas vueltas hacia su fotografía, en formación en farpa, que es usada con frecuencia por la TFP en sus manifestaciones públicas. Y que, por ejemplo, las personas así dispuestas rezasen en las intenciones de Vd., e hiciesen una venia en dirección a su foto (lo que, todo, absolutamente no sucedió). Podemos preguntar: ¿quid inde? (¿y qué?) - Ya he mostrado que tal procedimiento no contradiría en nada la Doctrina y las Leyes de la Iglesia (cf. Cap. VI y VII).

Le correspondería al Sr. F. probarlo. Pero él se dispensa de tal.

Y aquí se revela, una vez más, de modo característico, el curioso método que el autor de las cartas adoptó para montar su libelo. No menciona cuáles actos de culto habrían sido practicados en relación a Vd., y en qué contradirían las normas del Derecho Canónico o la Doctrina de la Iglesia. Se limita a decir: “En el suelo de la sala había marcas para la formación de farpas. Y las marcas estaban apuntando hacia su fotografía...” (Carta 83, p. 6). Los puntos suspensivos insinúan todo; y para el Sr. F. son suficientes para probar lo que insinúan: culto ilícito - ¡heterodoxia!

Para el Sr. F. tres pequeños puntos suspensivos ¡bastan para constituir una “prueba” de tal enormidad!

2. Oratorio en San Bento

Otra acusación del Sr. F.: “Al mismo tiempo supimos que el eremita Boldrini había afirmado que en la camáldula de D. Fernando Siqueira, en San Bento, había un oratorio con su fotografía (de Vd., Dr. Plinio) teniendo al lado una lamparilla constantemente encendida (Carta 83, p. 6).

El Oratorio de D. Fernando Siqueira

La realidad es simple y clara.

D. Fernando Siqueira, que, por cierto, hace ya cinco anos no reside en el Eremo de S. Bento, tenía una pequeña imagen de Nuestra Señora de las Victorias, y la había colocado en un nicho en la pared de una especie de oratorio, ingeniosamente construido por él, en el último piso de un edificio, próximo al cuarto en que vivía. El edificio del Eremo perteneció anteriormente a los monjes del Monasterio de S. Bento, en S. Paulo, quienes habían instalado allí un observatorio astronómico. En la base del telescopio había un compartimiento hueco de 1,20 por 1,20 metros, con 2 metros de altura, al que, practicando una abertura de 60 centímetros de ancho por 1,90 metros de alto, el Sr. Siqueira tuvo acceso, transformándolo en oratorio. En la pared frontal colocó, como he dicho, una imagen de Nuestra Señora de las Victorias. Debajo de la imagen, instaló una peana de madera labrada, sobre la cual dejaba un relicario para colocar una reliquia de la Santa Cruz, que tenía. Al lado del relicario el Sr. Siqueira mantenía dos candelabros, que encendía cuando allí colocaba la santa reliquia.

Frente a la imagen y al relicario había un reclinatorio. Al lado derecho del pequeño nicho en que estaba la imagen de Nuestra

Señora, instaló una lamparilla, que sólo fue encendida en los primeros tiempos, por faltar después el dinero para comprar aceite. También el vidrio para la colocación del aceite se rompió y no fue substituido.

En la pared lateral e izquierda de ese oratorio, durante cierto tiempo, D. Fernando Siqueira colocó una fotografía de Vd. La disposición era tal que quien se arrodillase en el reclinatorio, frente a la imagen, tendría su fotografía a la espalda, en el lado izquierdo. Por lo tanto, la lamparilla estaba en la otra pared, y era destinada a rendir culto a la imagen de Nuestra Señora de las Victorias.

Su foto fue colocada ahí - como he dicho - apenas durante cierto tiempo. Pero suponiendo que estuviese todo el tiempo, ¿cuál sería el impedimento? ¿Por qué constituiría eso un culto ilícito? ¿No se puede tener una foto suya en la pared lateral a la izquierda de una imagen, en un cuarto que sólo en un sentido muy doméstico se puede llamar oratorio, además sin altar? ¿Por qué armar tal melodrama alrededor de esto?

3. Las canciones del Eremo de San Bento

El Sr. F. levanta una acusación genérica contra las canciones en uso en los Eremos de S. Bento y Praesto Sum: “Hoy, conocemos - y, principalmente, entendemos lo que dicen las letras de esas canciones. Y consideramos que varias de ellas son extravagantes, absurdas y en sí inaceptables” (Carta 83, p. 4 - subrayado mío).

Con todo, el cántico que parece haber causado más indignación al autor de las cartas es el titulado Lève-Toi, al que consagra casi dos páginas de su carta 83 (pp. 11-12), impugnando, principalmente, los dos últimos versos de la segunda estrofa:

“Et les deux pouvoirs léchant la terre acclament le grand vainqueur de cette guerre” [47].

Como siempre, la exposición del Sr. F. es desordenada y confusa, y se necesita cierto esfuerzo para discernir cuál es, bien exactamente, el punto de incidencia de su acusación. Ese esfuerzo es tanto más necesario cuanto que él mezcla la objeción doctrinal con reclamaciones referentes a los atrasos a que el Dr. D. Plinio Xavier fue obligado en el trato con él. En efecto — dígase de paso, todo el tiempo, el Dr. D. Plinio Xavier procuró moderar la excitación del Sr. F., en vano intentó conducirlo a un estado temperamental que hiciese posible un análisis sereno y realista de las objeciones que se iban acumulando en su mente. Naturalmente, una persona en ese estado de excitación ni siquiera entiende la caridad que el otro está practicando con él, y además de eso, incluso toma esas consideraciones como procedimiento equívoco y desleal.

Poniendo, pues, de lado las violentas acusaciones de carácter personal relacionadas con el cántico Lève-Toi, es importante analizar cuáles serían las observaciones de naturaleza doctrinal que el Sr. F. levanta en relación con los versos en cuestión, y que, en la neblina de su exposición, es necesario cierto esfuerzo para distinguir.

Según parece, las dos objeciones del Sr. F. serían las siguientes:

1°) Aplicar la expresión “lécher la terre” a los dos Poderes legítimos (Iglesia y Estado) es una injuria a la Iglesia, y también al Estado, de suyo inaceptable;

2°) Aplicarle a Vd., Dr. Plinio, el segundo verso es una manifestación de culto ilícito a persona viva y, por lo tanto, también en sí inaceptable.

La segunda acusación es más explícita que la primera, la cual, posiblemente, consideró tan evidente que ni siquiera se dio el esfuerzo de ponerla explícita.

*   *   *

Para responder a esas objeciones, comienzo por decir que el cántico referido celebra el desenlace victorioso de Nuestra Señora en los sucesos por Ella previstos en Fátima [48].

En la perspectiva de las revelaciones particulares de Fátima, que nadie está obligado a acatar como dogma, pero que todo católico acepta sin dificultad, el Inmaculado Corazón de María triunfará sobre las fuerzas revolucionarias que actualmente dirigen el mundo en un sentido diametralmente opuesto a los planes de Dios para los hombres. En los términos de los dos Secretos de Fátima, ya revelados, y de las conjeturas plausibles que se pueden hacer sobre el tercer Secreto (todavía no revelado), la sociedad temporal y la sociedad espiritual están afectadas por una inmensa crisis de fe, en particular por los errores del comunismo, hasta tal punto que sólo una intervención milagrosa de Dios, en la que Nuestra Señora desempeñará un gran papel, puede salvar el mundo. No es otra, por cierto, Dr. Plinio, la visión que Vd. nos presenta en su obra maestra Revolución y Contra-Revolución, explicación clara de todo lo que Vd. pensó desde joven, incluso antes de conocer el Mensaje de Fátima.

El cántico Lève-Toi celebra justamente esas perspectivas, y en la mente de quien lo compuso, como de todos quienes lo cantan, “les deux pouvoirs” son, de un lado el poder temporal caído en manos revolucionarias y, de otro, no el Poder espiritual legítimo, sino lo que en el lenguaje casero de la TFP se ha llamado “estructura” [49], es decir, los miembros de la Jerarquía que utilizan su poder para servir a la Revolución.

Por lo tanto, el poder temporal revolucionario y la “estructura” serán, según las promesas de Fátima, fulminados victoriosamente por Nuestra Señora y “lamerán la tierra” (la expresión es de la Sagrada Escritura, como indicaré a continuación).

Como ya antes de alejarse de la TFP el Sr. F. iba teniendo confundida la mente por una serie de objeciones, no consiguió verlo claro. Y Vd., bondadosamente, acogió su dificultad —que pretendía ver en la expresión “les deux pouvoirs” una referencia a los dos poderes legítimos— y condescendió a cambiarla, siendo adoptada entonces otra expresión: “les potentats” (los potentados), para significar lo que más arriba se ha expuesto.

Así está explicado el primer verso, y la razón de su modificación.

Cuanto al segundo verso, aclama “el gran vencedor de esta guerra”, que es, en primer lugar, y de manera máxima, Nuestro Señor Jesucristo, con la colaboración de Aquélla que es, para los enemigos de la Fe, “terribilis ut castrorum acies ordinata” “terrible como un ejército en orden de batalla” (Cant. VI, 3). Pero es justo que en esa aclamación se incluyan todos aquellos que hubiesen sido, en esta tierra, instrumentos de Nuestra Señora para tan grande victoria. Reconociendo en Vd., Dr. Plinio, una eminente parcela de mérito en ese triunfo, nos toca también, sin perjuicio de la honra debida a todos los que, por la tierra entera, aportaron su quiñón para esta victoria, aclamarlo con certeza como “grand vainqueur de cette guerre”.

Ver en eso, como parece hacer el Sr. F., una manifestación de culto ilícito a Vd., ¡es simplemente una demencia!

*   *   *

Analizo ahora las palabras “léchant la terre” que causaron especial malestar en el autor de las cartas. Para su entera quietud tendría ventajas que considerase algunas frases de las Sagradas Escrituras, aplicadas en el mismo sentido:

— Del profeta Isaías: “Esto dice el Señor Dios: Levantaré sobre las naciones mi mano, y enarbolaré entre los pueblos mi estandarte. Y traerán a tus hijos en sus brazos y llevarán a tus hijas sobre los hombros. Y los reyes serán los que te alimentan, y las reinas tus amas; con el rostro inclinado hasta la tierra te adorarán [50], y lamerán el polvo de tus pies” (Is. XLIX, 22-23).

- Del profeta Miqueas: “Las naciones las verán y serán confundidas con su fortaleza; pondrán la mano sobre la boca, y sus oídos quedarán sordos. Lamerán el polvo como las serpientes, estarán aterradas en sus casas, como reptiles de la tierra; temblarán ante el Señor, nuestro Dios, y tendrán miedo ante ti, oh Israel” (Miq. VII, 16).

- De un salmo del Rey David: “Y (el rey) dominará de mar a mar, y desde el río (Eufrates) hasta los confines de la Tierra; ante él se prosternarán sus enemigos, y sus adversarios lamerán el polvo” (Ps. LXXI, 8-9).

Queda visto que nada hay de intrínsecamente condenable en cantar “les potentats léchant la terre”.

*   *   *

Véase ahora la continuación: “Acclament le grand vainqueur de cette guerre”.

Naturalmente el Sr. F. impugna esta frase en cuanto aplicable también a Vd. Al respecto, se encuentran muchos trechos de las Sagradas Escrituras en que Dios hace que los enemigos, humillados y vencidos, exalten al justo luchador. Por ejemplo:

— “Tú, que me libraste de mis enemigos, y me exaltaste sobre los que resistieron, me arrancaste del hombre violento. ... Tú que concediste grandes victorias a tu rey, y que usaste de misericordia con tu ungido, con David y su posteridad para siempre” (Ps. XVII, 49 a 51).

— “He aquí que tus enemigos, oh Señor, he aquí que tus enemigos perecerán, serán dispersados, todos los que practican el mal. Exaltaste mi fuerza como la de un búfalo. ... Y mis ojos miraron con desprecio a mis enemigos” (Ps. XCI, 10-13).

—- “Porque ... guardaste mi palabra y no negaste mi nombre. Yo te daré de la sinagoga de Satanás a los que dicen que son judíos, y no lo son mas mienten, y haré que vengan y se prosternen a tus pies; y conocerán que yo te amé” (Ap. III, 8-9).

Esto, que es válido para el lenguaje bíblico y, por lo tanto, nada tiene de ilegítimo, es válido principalmente para el lenguaje poético en que se permiten las hipérboles expresivas, para dar más énfasis al pensamiento artístico. Así, Camões, en los Lusíadas, hablando de D. Alfonso Henriques, exalta el sentimiento heroico:

“¿Quién es, me dice, estotro que me espanta

(Pregunta el Malabar maravillado),

Que tantos escuadrones, gente tanta,

con tan poca, ha roto y destrozado?

¿Tantos muros aspérrimos quebranta,

Tantas batallas da, nunca cansado,

Tantas coronas ha, por tantas partes,

A sus pies derribadas, y estandartes?” (Canto VIII, 10).

— Y refiriéndose a la venganza que tomó D. Francisco de Almeida, Virrey de la India, contra quienes mataron a su hijo D. Lorenzo, deja todavía más claro a que límites puede llegar el énfasis poético:

“Ya viene el padre, el ánimo estupendo

Furia y dolor trayendo por antojos,

Con que el paterno amor le está moviendo

Fuego en el corazón, agua en los ojos.

Noble ira le viene prometiendo

Que la sangre hará dar por los hinojos

En las hostiles naos: Nilo sentir

Podrá, Indo lo ver y Gange oír” (Canto X, 33).

En el campo de la exageración épica, también el Himno Nacional brasileño tiene hipérboles simbólicas, que no buscan ninguna precisión en la ciencia teológica, por ejemplo:

“Oh Patria amada, idolatrada, ¡Salve! ¡Salve!” y

“Ni teme quien te adora a la misma muerte”.

En la coherencia de la acusación que hace a la TFP el autor de las cartas, debería sublevarse también contra el Himno Nacional, acusar al Brasil de nación idolátrica y panteísta... (o gnóstica...) y acusar a cada brasileño que canta el himno, de cómplice de esos pecados, porque la idolatría no está permitida por la Moral católica y la adoración (en sentido estricto) sólo es debida a Dios, etc... Todo lo cual sería perfectamente ridículo.

Hace parte de los rudimentos de la cultura saber que se permite la exageración artística a las personas que componen un verso épico ¿Por qué no sería lícito que fuese cantada la epopeya de la TFP con las mismas reglas que son válidas para todos los tiempos y lugares? ¿Por qué el autor de las cartas quiere confundir un verso de entusiasmo, con un tratado de teología? ¿Y además él, que —como he probado— se muestra, en este tema, tan poco frecuentador de los tratados? Es necesario tener mucho rencor para hacer una acusación que abstraiga de todo cuanto acabo de decir. Aunque alguien quiera manosear el referido verso con parti pris y quiera buscar en él algo contra la ortodoxia o el Derecho Canónico, nada encontrará, como más arriba se ha dicho.

*   *   *

Falta todavía considerar la acusación genérica que el Sr. F. hace a los demás cánticos en uso en los Eremos de San Bento y Praesto Sum. Vuelve a la carga en varios lugares de su carta de ruptura: “Lea (Dr. Plinio) las letras de las canciones que sus eremitas cantan. Pobres eremitas que marchan bien y andan mal. Pobres eremitas que por sus mismas proclamaciones se condenan. Lea las letras de las canciones, Dr. Plinio, y no mande cambiar únicamente uno de sus versos. Lea los versos siguientes. Lea las otras canciones” (Carta 83, p. 24).

Es de suponer que el Sr. F., haciendo esa acusación genérica, y sacando después dos versos del cántico Lève-Toi, al que consagró casi dos páginas, como ya he observado, haya señalado precisamente los dos versos que consideró más característicos de las aberraciones que denuncia.

Ahora bien, como mostré, esos dos versos no tienen nada de intrínsecamente erróneo. Como máximo se podría decir que el primero se prestaría a una mala interpretación por personas malévolas. Y por eso Vd. mandó modificarlo.

Es imposible saber qué abstrusa y arbitraria interpretación haya dado el autor de las cartas a los otros versos de ese mismo cántico, o a los versos de más de 35 cánticos compuestos por los eremitas de San Bento y Praesto Sum, en un total de casi 300 que ellos cantan.

Como no tengo dotes adivinatorias, cierro aquí mi análisis de las acusaciones del Sr. F. a los referidos cánticos.

4. La “letanía del Profeta” y la petición de intercesión a personas vivas.

El Sr. F. es, una vez más, enigmático al lanzar la acusación de la existencia, en la TFP, de una “letanía del Profeta”: “Dijimos a Plinio Xavier que había una ‘letanía del Profeta’. Denunciamos innumerables otros hechos pero nada conmovía al Sr. D. Plinio Xavier, que más se interesaba por saber cómo habíamos llegado al conocimiento de los hechos, como si lo importante fuese el haber filtrado el caso y no la acción ilegítima o errónea” (Carta 83, p, 7).

A juzgar por ese texto, la “letanía del Profeta” sería, pues, algo “ilegítimo o erróneo”. Pero el Sr. F. no explica en qué.

Es necesario, por lo tanto, nuevamente, un esfuerzo de explicitación para ver en qué, en la sistemática de la acusación del Sr. F., la “letanía del Profeta” sería errónea o ilegítima.

Ha sido necesario para ello hacer primeramente una investigación, pues ninguna persona con cargo de dirección en la TFP conocía la referida “letanía del Profeta”. Lo que ya revela la iniciativa y responsabilidad individual del pequeño grupo de personas que la puso en práctica.

En efecto, tras un simposio del profesor D. José Martini sobre San Elías, hacia el año 1972 —ha sido necesario remontarse hasta entonces— algunos Apóstoles Itinerantes [51] se sirvieron de un trecho de San Bernardo dirigido al Papa Eugenio III y adaptado por Cornelio a Lápide al gran Profeta, para componer una serie de fórmulas en honor suyo, Dr. Plinio. El trecho es el siguiente, que tomo del estudio del Sr. Martini sobre San Elías (pp. 52-53):

— Elías fue “el modelo de la justicia, el espejo de la santidad, el ejemplo de la piedad, el proclamador de la libertad de la verdad, el defensor de la fe, el doctor de Israel, el maestro de los que no tienen sabiduría, el refugio de los oprimidos, el abogado de los pobres, el protector de las viudas, el ojo de los ciegos, la lengua de los mudos, el vengador de los crímenes, el pavor de los malos, la gloria de los buenos, la vara de los poderosos, el martillo de los tiranos, el padre de los reyes, la sal de la tierra, la luz del orbe, el profeta del Altísimo, el precursor de Cristo, el Cristo del Señor, el señor de Acab, el terror de los baalitas y el rayo de los idólatras” (cf. San Bernardo, De consideratione, libro IV, cap. VII - apud Cornelio a Lápide, Commentaria in Scripturam Sacram in librum III Regum, Ludovicum Vives, Paris, 1874, tomo III, p. 639).

Comparando el trecho de San Bernardo con el trecho de Cornelio a Lápide, se ve que el gran exegeta jesuita hizo diversas adaptaciones; donde, por ejemplo, San Bernardo, dirigiéndose al Papa, dice de él que es “doctor de los gentiles”, “sacerdote del Altísimo” y “Vicario de Cristo”, Cornelio a Lápide cambia para San Elías llamándole “doctor de Israel”, “profeta del Altísimo” y “precursor de Cristo”. Las tres expresiones finales —“señor de Acab, terror de los baalitas y rayo de los idólatras”— son añadidos de Cornelio a Lápide al texto de San Bernardo.

Si el Sr. F. pretende decir que la transposición literal de algunas de esas expresiones para Vd., Dr. Plinio, es impropia, seríamos los primeros en reconocerlo, pues no vemos cómo Vd., Dr. Plinio, pueda ser, por ejemplo, “el señor de Acab” y “el terror de los baalitas”, a no ser, tal vez, entendiendo por baalitas los revolucionarios de nuestros días. Sobre todo no tiene sentido decir que Vd. es un “precursor de Cristo”, como lo fue Elías, aunque Vd. trabaje con todas las fuerzas de su alma para que Nuestro Señor Jesucristo vuelva a reinar en el mundo, del que fue expulsado. Tales interpretaciones, sin embargo, tendrían algo de forzado, y los jóvenes que le aplicaron el texto en cuestión, impresionados ciertamente con la exactitud de varias expresiones, no advirtieron la total falta de adecuación de otras. Y en esto pagaron un tributo a las carencias de su generación, que tanto sorprende e incluso choca a las generaciones precedentes.

Repito, por lo tanto, que si el Sr. F. se limitase a señalar la impropiedad de la aplicación a Vd. de algunas de esas expresiones, su crítica sería justa.

A pesar de todo no parece que su censura se restrinja a eso. Pues entonces su acusación disminuiría mucho de importancia, y sería enteramente insuficiente para la enorme conclusión a que llega. Él quiere acusar a la TFP en general y a Vd., Dr. Plinio, en particular, de violación de las leyes canónicas, y —sobre todo— de error de doctrina.

Así, va más lejos, y parece suponer que la misma recitación de esas fórmulas en alabanza suya —incluso aquellas que son perfectamente justas y apropiadas— constituyen un acto de culto de dulía ilícito. Cuanto a esto, la crítica del Sr. F. es totalmente improcedente, por lo que ya hemos visto en los Capítulos VI y VII, y es superfluo volver al asunto aquí.

No obstante, cabe una aclaración cuanto al hecho de que algunos hayan utilizado esas expresiones, a veces, también como fórmulas de impetración de gracias para sí mismos. Al parecer, aquí incidiría el punto más agudo de la acusación del Sr. F., pues tal petición de intercesión de una persona viva sería - según él - contrario a la Doctrina Católica. Decimos siempre “al parecer”, puesto que el Sr. F. no es explícito en este punto, limitándose a afirmar que es “ilegítimo o erróneo” (loc. cit.).

Por lo que cabe analizar la legitimidad de la invocación de los santos todavía vivos en esta tierra, e incluso de las personas de virtud común.

La doctrina de la Iglesia, sobre este punto, es tan clara e inequívoca que San Alfonso, para refutar los errores protestantes con respecto a la legitimidad de invocar la intercesión de los Santos del Cielo, toma como punto de partida la legitimidad de invocar a los Santos aún vivos en la tierra:

“Es bueno y útil invocar humildemente a los Santos, y recurrir a su protección e intercesión, para impetrar beneficios de Dios por medio de su Divino Hijo, Jesucristo. El impío Calvino reprueba esta invocación de los Santos, mas contra la razón. Pues es lícito y provechoso invocar en nuestro auxilio a los Santos, aún vivos y pedirles que nos ayuden con sus oraciones. ... Si es lícito encomendarse a los vivos, ¿cómo entonces no será lícito invocar a los Santos, que en el Cielo más cerca gozan de Dios?” (San Alfonso Maria de Ligorio, O grande meio da Oração, Ed. Paulinas, S. Paulo, 1a. ed., pp. 29-30).

El mismo argumento es utilizado por el Catecismo Romano, redactado por decreto del referido Concilio y publicado por orden del Papa San Pio V, para justificar el culto de las reliquias:

“Si las ropas, los pañuelos, la sombra de los Santos, ya antes de su muerte, removían las enfermedades y rehacían las fuerzas del cuerpo, ¿quién se atreverá a negar que Dios no pueda hacer los mismos milagros, sirviéndose de las sagradas cenizas, de los huesos, y de otras reliquias de los Santos?” (Catecismo Romano, version del P. Valdomiro Pires Martins, Vozes, Petrópolis, 1962, 2ª ed., Parte III, Cap. II, c. 15).

Esa doctrina viene explicada de un modo muy accesible, pero bastante completo, por el P. Remigio Vilariño Ugarte S.J.:

“¿Hemos de hacer oración a los Ángeles y a los Santos?.— No hay duda en la Iglesia católica de que podemos y debemos orar también a los Ángeles y a los Santos. Algunos, herejes o equivocados, dijeron que orar a los Santos es hacer injuria a Cristo, como si no bastase su intercesión y sus méritos. Y así lo afirman los protestantes. Pero ellos, que saben las Escrituras, pueden leer en ellas que los Apóstoles rogaban a los fieles que orasen por ellos y por todos. San Pablo ruega que oren por él y que oren unos por otros, y Santiago pide que cuando hay algún enfermo traigan al presbítero y éste ruegue por él. Si fuese una injuria contra Jesucristo invocar a los Santos, sería también una injuria pedir a los vivos que sean nuestros intercesores. Pero no es así. Porque el orar nosotros a los Santos no es por necesidad, sino porque Nuestro Señor así lo ha dispuesto: que los hermanos en la Iglesia nos ayudemos unos a otros, para que estemos más unidos. Además, Dios quiere honrar a sus siervos concediendo por ellos lo que no concede a veces cuando se le invoca a Él solo. Dicen algunos que los Santos no conocen nuestras súplicas; pero es falso; las pueden conocer y Dios se las da a conocer por uno de tantos medios como tiene para ello.

A qué Santos podemos orar. — Conviene advertir qué se entiende o puede entenderse por Santos. Santo es, en el sentido más amplio, todo aquel que tiene la gracia santificante. Es decir, todo justo, sea que viva, sea que esté en el cielo. Y para que podamos orar a alguno, basta saber que es hombre bueno y está en gracia, lo cual debemos creer de todos mientras no conste lo contrario. Y de muchos podemos creer que están en el cielo, porque vivieron y murieron bien o porque murieron sin perder la inocencia, como, por ejemplo, los niños que murieron con el Bautismo antes de llegar al uso de la razón y ser capaces de pecar. Y a todos estos en oraciones particulares podemos dirigir nuestras súplicas y pedirles que rueguen a Dios por nosotros. Mas en la oración pública y culto oficial sólo podemos orar a los Santos canonizados o al menos beatificados.

Qué es un Santo.— Como hemos dicho, Santo es el que tiene la gracia santificante, es decir, el que no tiene pecado mortal. Y así San Pablo, cuando dirigía sus cartas y saludos a los cristianos, los llamaba Santos, porque suponiendo que eran buenos cristianos, juzgaba que estaban en gracia de Dios. Cuando escribía a los cristianos de Roma, decía: ‘A todos los amigos de Dios llamados Santos que están en Roma’. Y del mismo modo habla de las limosnas que se recogen entre los Santos y a sí mismo se llama el último de los Santos y aconseja que para dirimir querellas no se acuda a los gentiles, sino a un Santo. Y es que, en su estilo, Santo sonaba lo mismo que cristiano. Sin embargo, en el lenguaje hoy ya ordinario, por Santo propiamente entendemos alguno o alguna que tuvo especial mérito y excelencia de virtudes. Y en rigor, para dar a uno el título de Santo, es necesario que la Iglesia lo haya canonizado” (Puntos de Catecismo, Editorial El Mensajero del Corazón de Jesús, Bilbao, 1962, nn. 800-802).

*   *   *

A respecto de algunos puntos de la doctrina hasta aquí expuesta, la TFP consultó al ínclito teólogo P. Victorino Rodríguez O.P., miembro Ordinario de la Pontificia Academia Romana de Teología y profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, quien dio las siguientes respuestas:

Pregunta: “Los Santos en el cielo conocen nuestras invocaciones en la Visión Beatífica, y así pueden atenderlas; pero este medio de conocimiento no lo tienen los Santos que viven en la tierra a distancia de nosotros; y, sin embargo, en muchos casos conocen nuestras invocaciones y las atienden ¿Cómo se puede explicar eso?

Respuesta: Los fieles durante su vida terrena, sean o no santos, pueden y deben rezar unos por otros, presentes o ausentes, en general y en particular, para ser salvos como mandaban San Pablo y Santiago a sus fieles (Rom. 15, 30; Sant. 5, 16). Esta oración a favor de los demás puede ser eficaz, bien sea por vía de simple impetración: “Pedid y se os dará” (Luc., 11, 9), bien sea por vía de impetración y de mérito, procedente de la gracia que une con Cristo, “pues todos los que son de Cristo por poseer su Espíritu, constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en El”. (Conc. Vat. II, L. G., n. 49).

“Cuando se trata, no de pedir por los demás, sino de invocarles o encomendarse a ellos para que intercedan por nosotros durante su vida mortal, pueden ocurrir estas tres cosas:

a) que ellos perciban, de palabra o por mensaje, nuestra invocación y el sentido de la intercesión solicitada, y pidan a Dios por nosotros;

b) que Dios se lo haga saber a ellos por algún modo de revelación (en forma de sueño, presentimiento, visión imaginaria...), más o menos determinadamente, e intercedan, en consecuencia por nosotros;

c) que Dios, en atención a los méritos de las personas santas invocadas por nosotros, y en atención a nuestra súplica, nos conceda lo que pedimos, aunque no lo sepan expresamente nuestros valedores.

“Cualquiera de estos procesos da explicación al hecho aludido”.

*   *   *

Pregunta: “¿Qué valor tiene la oración de invocación, poniendo por intercesora a otra persona con fama de santidad, no siendo realmente santa?

Respuesta: “Toda persona que viva en gracia de Dios, aunque no sea ‘santa’ en el sentido usual de la palabra (canonizada o canonizable cuando se muera), puede orar meritoriamente por sí e interceder por los demás, con mayor o menor probabilidad de eficacia, según su grado de gracia, según la disposición receptiva del destinatario y según los designios de Dios.

“Si no es realmente santa en grado alguno, es decir, si vive alejada de Dios por el pecado mortal, su oración de intercesión a favor nuestro no tiene valor por vía de mérito, aunque si por vía de simple impetración. En todo caso, nuestra oración sí es buena y laudable, porque toda auténtica oración va directamente a Dios misericordioso, aunque sea connotando la intercesión mediadora de una persona supuestamente santa. El fallo del abogado humano, por desconocimiento nuestro, no invalida la voluntad misericordiosa de Dios para quien le suplica correctamente.”

*   *   *

Pregunta: “La invocación de su mediación, hecha a distancia algunas veces, o simplemente de su nombre, traía como resultado la rápida atención de las necesidades anunciadas. ¿Qué objetivo tendría Dios procediendo de esta manera con sus santos, antes de llamarlos a su gloria eterna?

Respuesta: “La intervención extraordinaria o milagrosa de Dios en favor de los hombres por mediación de personas santas, aún vivas, significa, ante todo, la atención providente y misericordiosa de Dios a las necesidades de los hombres, estimulando así la fe y la confianza en Dios y la actitud de acción de gracias; y, en segundo lugar, significa la testificación de Dios de que la vida y la intercesión de sus santos, aún vivos, le es grata, con lo cual incita a su imitación y al sentimiento de solidaridad en el Cuerpo Místico. Es el mismo objetivo de la acción de Dios obrando milagros por intercesión de los santos ya muertos, estén canonizados o por canonizar. Es la ratificación de su ejemplaridad de vida religiosa.

“Por lo demás, siempre es bueno, y ha sido recomendado por los Apóstoles, encomendarse a la intercesión de los demás fieles, que por vía de mérito o de simple súplica, interceden por nosotros. San Pablo, por ejemplo, decía a los romanos: ‘Os exhorto, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por la caridad del espíritu, a que me ayudéis en esta lucha mediante vuestras oraciones a Dios por mí’ (Rom. 15, 30). Y Santiago: ‘Orad unos por otros para que os salvéis’ (Sant. 5, 16).”

*   *   *

Pregunta: “¿Cómo explicar y fundamentar que aquella devoción a los santos, aún vivos, no substituyera ni perjudicara ni disminuyera la devoción de hiperdulía que debemos a la Santísima Virgen?

Respuesta: “La devoción a los santos y su intervención en la obtención de las gracias de Dios no resta nada a la devoción e intercesión de nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen, porque se trata de devociones e intercesiones subordinadas, relativas, que participan todo su valor y eficacia de la intercesión general o universal de nuestro Señor y de nuestra Señora. En esto ha sido bien explícito el Concilio de Trento al declarar que “los santos, que reinan con Cristo, ofrecen a Dios sus oraciones por los hombres; y que es bueno y útil invocarlos con súplicas, acudiendo a su auxilio, para obtener beneficios de Dios por su Hijo Jesucristo nuestro Señor, que es nuestro Único Redentor y Salvador... Y que los santos cuerpos de los mártires y de los otros santos que viven con Cristo, que fueron miembros vivos de Cristo y templo del Espíritu Santo, y que El resucitará y glorificará para la vida eterna, han de ser venerados por los fieles, de lo que resultan muchos beneficios para los hombres” (Sesión XXV. DS 1821-1822).

Por lo demás, la doctrina de la invocación de los santos, vivos o muertos, de la veneración de sus imágenes y reliquias, ha sido constantemente declarada y defendida en su auténtico sentido por la Iglesia, desde el Concilio II de Nicea (DS 600) hasta el Concilio Vaticano II (Lumen gentium, n. 50; Sacrosantum Concilium, n. 111), pasando por el Concilio Romano de 993 (DS 675), el IV Concilio de Letrán (DS 818), Concilio de Constanza (DS 1269), Concilio de Trento (DS 1744, 1755, 1821, 1822), y la Profesión de Fe de Pio IV (DS 1867).”

*   *   *

Considerado lo cual, si el Sr. F. quiere ver en la serie de invocaciones al Profeta Elías que le fueron aplicadas a Vd., sea como forma de alabanza, sea como petición de intercesión de sus oraciones, un acto “ilegítimo o erróneo” (loc. cit.), es forzoso concluir que su acusación simplemente no es procedente.

Tanto más que, a todo lo que ha sido dicho, se añade el hecho de que, siguiendo las buenas recomendaciones de la Santa Iglesia, Vd. tiene el hábito de ofrecer a Dios todos sus actos del día, oraciones, sacrificios, comunión, e incluso los simples actos de la vida cotidiana que son conformes con la ley natural establecida por Dios, en unión con las divinas intenciones de Nuestro Señor Jesucristo y la maternal providencia de María. Y Vd. también lo hace por todos los que se encomienden a sus oraciones, y quieran rezar espiritualmente unidos a Vd., Dr. Plinio.

Así, por todos los lados que se considere la cuestión, es enteramente correcto y legítimo encomendarse a sus oraciones, e invocar su intercesión ante Nuestra Señora y su Divino Hijo. Que esto sea hecho mediante una serie de invocaciones, en sí, está en perfecta consonancia con la doctrina de la Iglesia. Se supone, naturalmente, que las invocaciones individualmente consideradas lo estén también y, además, sean apropiadas a quien se dirigen.

5. “Más de doscientos casos de culto”

La denuncia del Sr. F. desemboca en la acusación de actos de culto prestados a Vd.:

“Podríamos citar más de doscientos casos relacionados con el culto de su señora madre y a Vd. mismo. Bastante más de doscientos casos que formarían un dossier bastante voluminoso y terrible.

“Qué larga carta, qué dolorosa carta no sería esta si citásemos todo lo que bien comprobado tenemos con testigos dispuestos a jurar. Evítenos el dolor de escribirle esa carta. ...

“Más de doscientos hechos es mucho, Dr. Plinio. Aunque para la mitad de ellos se encuentren disculpas o explicaciones” (Carta 83, pp. 23-24 - el subrayado es mío).

Lo que vemos en la TFP, y lo que cualquiera que frecuente los ambientes de la entidad puede constatar son manifestaciones de veneración por Vd. —actos de culto de dulía, en la terminología de Santo Tomas de Aquino— perfectamente en concordancia con la Doctrina y las leyes de la Iglesia, atrás explicadas en los Capítulos VI y VII.

Actos idénticos o análogos se leen en la vida de muchos santos, e incluso en la vida de grandes hombres o héroes nacionales que se distinguieron en el servicio prestado a la patria. Llenaría páginas y páginas si fuese a copiar aquí ejemplos de esa naturaleza.

Sobre este asunto también consultó, la TFP, al P. Victorino Rodríguez O.P., quien dio las siguientes respuestas:

Pregunta: “El fervor popular llevaba a los fieles a practicar, en medio de entusiasmos, verdaderos actos de culto de dulía a los santos vivos. ¿Cómo fundamentar y explicar, según la teología, aquel culto, así como la condescendencia de los mismos santos con los honores y homenajes que les prestaban, y que eran propios de los que se encuentran en los altares (concesión de reliquias suyas, etc.)?

Respuesta: “En primer lugar hay que advertir que el hecho de estar o no estar en los altares (= canonizados o no canonizados) no cambia el grado de santidad o configuración con Cristo, sino que sólo añade el reconocimiento autorizado, público, de la Iglesia. El santo canonizado no es más santo o más grato a Dios por el hecho de subir a los altares. Lo que hace la Iglesia al canonizarlos es testificar que tales personas vivieron santamente y son dignas de imitación.

“Ahora bien, cuando los santos en vida mortal aceptan honores y hacen valer su intercesión ante Dios no buscan más que el honor y la gloria de Dios, practicando ellos la misericordia con los hombres con la ayuda de Dios. Caso típico es el de la Santísima Virgen, que no desechó los honores que le tributaba su pariente Isabel, como a Madre del Salvador; lo que hizo María fue referirlo todo a la misericordia de Dios: ‘Magnificat anima mea Dominum’… (Lucas, 1, 42-48).

“Cuando los hombres se quisieron sobrepasar a dar culto absoluto a los Santos, como ocurrió en Listra respecto de San Pablo y San Bernabé (Hechos de los Apóstoles, l4, 13-15), lo rechazaron terminantemente: ‘Hombres ¿qué es lo que hacéis? Nosotros somos hombres iguales a vosotros y os predicamos para convertiros de estas vanidades al Dios vivo’. En todo caso, cuando los santos en vida admiten ser honrados por la acción de Dios en ellos o a través de ellos, evitan todo protagonismo personal: lo hacen para bien de los demás y para gloria de Dios”.

*   *   *

Asimismo fue consultado por la TFP el eminente teólogo P. Antonio Royo Marín O.P., Profesor de la Pontificia Facultad del Colegio de S. Esteban, en Salamanca, quien respondió:

Pregunta: “En la Historia de la Iglesia, hay Santos que rechazan los homenajes que les son tributados, por el contrario hay otros, que los aceptan con toda naturalidad; en la propia vida de un mismo Santo, se encuentran las dos actitudes, ¿qué juicio hacer sobre esa aparente contradicción y cómo explicarla?

Respuesta: “Los verdaderos Santos se dejan guiar, en cada caso, por la inspiración del Espíritu Santo, que les rige y gobierna por completo. Cuando rechazan los homenajes practican la virtud de la humildad; cuando los aceptan, practican la sencillez evangélica. Las dos cosas están bien. San Pablo dice: ‘Los que son regidos por el Espíritu Santo, esos son los hijos de Dios’ (Rom. VIII, 14). Y el Profeta Isaías escribe: ‘Decid al justo, que bien’ (Is. III, 10)”.

*   *   *

Termino con los hechos sucedidos en la vida de San Juan Bosco, durante su viaje a Francia, en 1873: “Después de Paris, lo vieron Lille y Amiens; en todas partes se repetían las mismas escenas; estaba siempre rodeado de multitudes, en la iglesia la gente se subía sobre las sillas para verlo, y dondequiera que iba podía oírse la exclamación: ‘¡C’est le saint! ¡C’est le saint!’ Y una vez más le arrancaron pedazos de la sotana. El lo toleraba todo humildemente y con buen humor, exclamando una o dos veces: ‘¡Bien, bien, de modo que todos los locos no están en Charenton!’ (Charenton-le-Pont, población francesa a 4 kilómetros de Paris, célebre por su manicomio). Regaló innumerables rosarios y medallas y, lo que parece más extraño, estampitas de sí mismo, pues nunca despreció los métodos modernos de publicidad, advirtiendo en una ocasión que el demonio los utiliza con cierto resultado para toda clase de empresas dudosas y que eso autorizaba a sus adversarios a emplear las armas modernas para luchar en favor de una causa buena” (Lancelot C. Cheppard, Don Bosco, Herder, Barcelona, 1959, p. 194 — traducción española del original inglés del mismo título, Burns, Oate and Wasbourne. Londres, 1957).

Si el Sr. F. viviese en el siglo pasado, podría anotar “bastante más de doscientos casos” relativos al culto de dulía prestado en vida a San Juan Bosco, que tal vez constituyesen para él, “un dossier bastante voluminoso y terrible”, y que tendría el “dolor de escribir”, pero que hoy hacen las delicias de los biógrafos y devotos del Santo.

Así, la TFP considera tranquila y serenamente ese “dossier bastante voluminoso y terrible” que el Sr. F. se declara en condiciones de constituir en relación al culto prestado a Vd., Dr. Plinio, y a Dª Lucilia. Por los ejemplos que él dio, que es de suponer que los haya considerado como los más característicos, se puede concluir que en nada hieren la Doctrina y las Leyes de la Iglesia.

 

Capítulo X

De los múltiples y merecidos títulos del Dr. Plinio para la veneración y el respeto que le son tributados en la TFP

 

Independientemente de la calificación teológica que se pueda dar a las variadas manifestaciones de respeto de que Vd., Dr. Plinio, es objeto en la TFP, y dejando de lado cualquier comparación con cualquier Santo - “quae Ecclesia abhorret” (que es ajena a la Iglesia) - conviene recordar aquí los múltiples y merecidos títulos que explican el entusiasmo que Vd. despierta en todos los que se le aproximan.

Con esto, también rindo homenaje y manifiesto agradecimiento por todo lo que le debemos y hago un acto de reparación por las injurias descabelladas que un antiguo discípulo suyo, ex-compañero de ideal nuestro, y que tantos servicios prestó otrora a la Causa, obnubilado hoy por la pasión y movido por un resentimiento atroz, le arroja.

1. Del respeto debido a los superiores

En el Capítulo IV (apartado 6) he presentado ya un luminoso trecho de San Ignacio de Loyola sobre el respeto debido a los superiores. Rápidamente voy a recordar otros trechos que muestran lo que la Iglesia enseña sobre ese tema.

En el Catecismo del Concilio de Trento está que el IV Mandamiento “honrar padre y madre”, incluye la honra y el respeto a los superiores, y que tal debe ser tomado como precepto divino. Como es sabido, el Catecismo Tridentino está hecho para los párrocos, dándoles las instrucciones para enseñar a los fieles. Viene pues ahí explanado, a propósito del IV Mandamiento (Parte III, De los Mandamientos, Cap. V):

— § 2. “El ámbito ... de este precepto es muy amplio. Además de quienes nos dieron la generación, muchas son las personas que debemos venerar como si fuesen nuestros padres, en razón de su autoridad (4. Reg. V, 13), posición (I Cor, IV, 15), méritos adquiridos (Eccli. IV, 10), cargo o función importante”.

— § 4. “En consecuencia, la honra que prestamos a los padres parece referirse antes a Dios, que a los hombres. Así leemos en San Mateo: ‘Quien a vos recibe, a Mí me recibe' (Mt. X, 40)”.

— § 7. “Después de esta explicación, el párroco comentará las palabras del precepto, empezando por la primera, que es “honrar”. Consiste en tener aprecio por alguna persona, y nutrir el más alto concepto de todo lo que se le refiere. Acompañan esta honra todos estos sentimientos: amor, deferencia, obediencia y acatamiento

— § 8. “Aunque la Ley hable principalmente de los padres que nos dieron la generación, también se aplica el nombre a otras personas que la Ley, ciertamente, incluye del mismo modo. Lo deducimos sin dificultad de numerosos trechos de la Sagrada Escritura

“Conforme hemos hecho notar, además de los padres que nos dieron la vida, las Sagradas Escrituras hablan de otras categorías de padres, a quienes se debe la honra correspondiente.

“En primer lugar se les llama padres a los Superiores eclesiásticos, tanto prelados como sacerdotes. ... “También se da el nombre de ‘padres' a quienes, en posesión del gobierno, magistratura, jurisdicción delegada, dirigen los negocios públicos. Así, Naamán era llamado padre por sus siervos (IV Reg. V, 13).

“Otrosí, llamamos ‘padres’ a aquellos a cuya dirección, lealtad, honradez y prudencia están confiadas otras personas. De esta categoría son los tutores, curadores, educadores y maestros. Por eso, los hijos de los Profetas daban el título de “Padre” a Elías y a Eliseo (IV Reg. II, 12; XIII, 14).

“En fin, llamamos ‘padres’ a los ancianos y a las personas encanecidas, a quien sin duda debemos reverencia.

“En estas instrucciones, tenga el párroco como principal el enseñar que debemos honrar a todos los padres, sea cual fuese su categoría, pero en primer lugar a los padres que nos pusieron en el mundo, pues a ellos se refiere la Ley Divina de modo particular”.

— § 13. “Debemos ... honrar no sólo a nuestros progenitores, sino también a los que merecen el nombre de padres, como son los obispos, sacerdotes, reyes, príncipes, magistrados, tutores, curadores, maestros, educadores, ancianos y otras personas de igual condición. Todos son dignos, unos más y otros menos, de tener el provecho de nuestra caridad, obediencia y fortuna” (Catecismo Romano, versión del P. Waldomiro Pires Martins, Vozes, Petrópolis, Brasil, 1962, 2ª ed., pp. 380 a 385).

San Ignacio, en el trecho ya citado (Cap. IV), llega a afirmar que el superior debe ser acatado y respetado como Cristo: “Así que todos querría os ejercitásedes en reconocer en cualquiera Superior a Cristo nuestro Señor, y reverenciar y obedecer a su divina majestad en él con toda devoción; lo cual os parecerá menos nuevo, si miráis que San Pablo, aún a los Superiores temporales y étnicos, manda obedezcan como a Cristo” (Obras completas de San Ignacio de Loyola, BAC, Madrid, 1952, pp. 835-836).

Recordada, pues, la Doctrina de la Iglesia sobre el respeto debido a los Superiores, pasaré a mostrar los varios títulos por los cuales Vd. merece ser honrado y obedecido en la TFP brasileña.

2. Fundador, y Presidente del Consejo Nacional, de la TFP brasileña

Sin lugar a dudas, la TFP es, en la actualidad, el mayor movimiento anticomunista civil de América Latina, y pocos son los movimientos congéneres que se le igualan en el mundo. Por la acción continua que Vd. ha desarrollado a lo largo de 50 años de lucha (cf. Meio século de epopéia anticomunista, Editora Vera Cruz, S. Paulo, 1980, 472 pp.), por la abnegación de sus miembros y su amplia organización y preparación, la TFP ya ocupa un lugar de alta relevancia en la Historia contemporánea de nuestro Brasil [Una obra mas amplia sobre la gesta del Prof. Plinio Correa de Oliveira fue publicada en 1988,  "TRADICION, FAMILIA, PROPIEDAD - Un ideal, un lema, una gesta"].

Con su pasado y sus proporciones, y por la resonancia de su voz en el país entero, la TFP es, hoy día, uno de los polos de pensamiento de la opinión pública brasileña.

Siendo de inspiración católica (si bien que dotada de la autonomía definida por el Derecho Canónico, en relación a la Jerarquía Eclesiástica) [52] de alguna forma recuerda, en esta perspectiva, a las antiguas órdenes de caballería, cuyos participantes, como católicos laicos, se dedicaban enteramente al combate de los infieles en el plano temporal, que pertenece a la actividad militar, con sus corolarios políticos y diplomáticos.

Actuando de modo pacífico en el campo de la guerra psicológica contra-revolucionaria, Vd., en la TFP, ha ido formando equipos de estudiosos, de hombres de acción, y de organizadores en los más variados campos abarcados por esa auténtica —si bien que incruenta— forma de guerra [53].

La TFP tiene, además, a los ojos de la opinión pública una como que aura épica que le viene del hecho de actuar con un heroísmo religioso en el campo civil que recuerda las antiguas luchas de la Historia del Brasil, un heroísmo católico que recuerda la epopeya de las Cruzadas, de las guerras de la Reconquista y de las Ordenes de Caballería, y un heroísmo moderno que consiste tantas veces en enfrentar la demagogia, en alcanzar la preparación intelectual y práctica necesaria para discernir planes, maniobras y artimañas desarrolladas por el adversario, en su intento de conquistar el Brasil por medio de la guerra psicológica revolucionaria.

Por eso, y por mucho más, el ser Fundador y Presidente del Consejo Nacional de la TFP brasileña, foco de irradiación de las otras 14 TFP extendidas por el ancho mundo, es en sí una honra insigne, que merece por parte de sus miembros, como en el futuro merecerá de la Historia, toda alabanza, respeto y admiración.

3. Líder católico

Como líder católico —lo que Vd. incontestablemente es desde cuando, a los 24 años, fue elegido diputado nacional por la Liga Electoral Católica en S. Paulo— de modo inestimable se ha dedicado al servicio de la Iglesia y de la civilización cristiana, en la defensa de los ataques del progresismo y del izquierdismo, que cada día más van presentando un aspecto deformante de sus rasgos, en el campo teológico, moral y socio-económico.

Usted, a través de su renombre y acción pública —y, por su inspiración, la TFP— son para nuestro país una bandera de integridad y firmeza en la Fe, de pureza de costumbres, de patriotismo cristiano, sin la cual la influencia de la Fe y las costumbres ya habrían caído más bajo de lo que han caído en razón del ambiente neo-pagano e intoxicado de izquierdismo de nuestros días. Es por cierto, en ese sentido, expresivo el elogio de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, en Carta del Emmo. Cardenal Giuseppe Pizzardo, refrendada por el entonces Arzobispo Mons. Dino Staffa (después también Cardenal), a propósito de su obra La libertad de la Iglesia en el Estado comunista: “Nos congratulamos ... con el egregio Autor, merecidamente célebre por su ciencia filosófica, histórica y sociológica, y le auguramos la más amplia difusión al denso opúsculo que es un eco fidelísimo de los Documentos del Supremo Magisterio de la Iglesia (subrayado mío).

Y por eso tantos católicos le tributan gratitud, respeto y admiración.

4. Guía espiritual

Su ejemplo y sus enseñanzas, Dr. Plinio, son un permanente estímulo dado a los socios y cooperadores de la TFP, como católicos, para mantenerse en estado de gracia, en medio de la desorientación espiritual y la deterioración moral de los días actuales, y muchos podrían incluso haber aberrado de la posición de católicos, si no fuese por ese constante ejemplo que tienen ante sus ojos.

¿Y cuántos no están entre nosotros, convertidos de otras religiones, por el brillo de la catolicidad existente en la TFP, y que irradia de su persona?

Más importante, tal vez porque más frecuente, sería el número de conversiones a señalar de una vida mundana para la práctica íntegra y fervorosa de la fe católica. Aunque éstos o aquéllos hayan sido los intermediarios de esas conversiones, algunas fulgurantes, que producen alegría en el Cielo —“gaudium erit coram angelis Dei super uno peccatore poenitentiam agente” (Lc. XV, 10)— su apostolado católico de más de medio siglo está en la raíz de esas conversiones.

A ese título, también, cada uno de ellos le está agradecido y justamente le tributa alabanza, respeto y admiración.

5. Maestro

Con mucho acierto, el citado órgano de la Santa Sede escribió, en la referida carta, que Vd. es “merecidamente célebre por su ciencia filosófica, histórica y sociológica”.

* Maestro y pensador católico. Hace casi treinta años Vd. mantiene tres reuniones por semana, en que enseña a la TFP el pensamiento católico. Por Vd. han sido analizadas, a la luz de la Doctrina Católica, las varias corrientes de pensamiento en la filosofía, desde Platón hasta Kant, de Kant a Sartre, Marcuse y Lévi-Strauss. Desde el gran pensamiento católico de San Agustín a Santo Tomás, desde éste hasta nuestros días, pasando por la fase de plata de la Escolástica y por los filósofos de la última fase de la era constantiniana. Finalmente, el estudio del “Liberalismo católico” del siglo pasado hasta el “izquierdismo católico” de nuestros días.

Pero además del simple estudio de las ideas de tales corrientes de pensamiento, Vd. ha analizado las raíces psicológicas de cada doctrina, ligándolas a su respectivo autor, al público a que se destinaban y a las circunstancias históricas que las cercaban. Y, dedicándose a tales estudios, Vd. ha dado realce al nexo interno de las diversas partes de la Doctrina Católica, el punto de convergencia de las doctrinas modernistas, y el nexo de las doctrinas laicas entre sí.

* Maestro de la ciencia histórica. Desde los 25 años Vd. es Catedrático de Historia, primero en el Colegio Universitario de la Facultad de Derecho de la Universidad de S. Paulo, y después en las Facultades de Filosofía, Ciencias y Letras S. Bento, y Sedes Sapientiae, ambas posteriormente integradas a la Pontificia Universidad Católica de S. Paulo.

Con el correr del tiempo, Vd. elaboró, en función de la lucha del bien y del mal, una gran visión arquitectónica de la Historia. De esta visión, su libro Revolución y Contra-Revolución es una síntesis, más adecuada que nunca para los días actuales. Después del cuidadoso estudio de la Alta y Baja Edad Media, se volvió hacia el Renacimiento y el Humanismo, el Protestantismo, la Revolución Francesa y el Comunismo. Cuanto a tales acontecimientos, Vd. estudió su hilo conductor. De manera que las conferencias y exposiciones que Vd. hace en las reuniones de la TFP son un regalo intelectual para quien participa.

Sin embargo, no se contentó con los amplios horizontes de la Filosofía de la Historia. Quiso conocer, a través de la doctrina de Santo Tomás, y más especialmente a la vista de la causa ejemplar, cuales eran los trazos por los que Dios quiere ser amado por los hombres en la contemplación de sus designios y de su Providencia en la Historia, y, por ahí, entró en la alta temática de la Teología de la Historia, con criterios que son los de los grandes Santos y Doctores católicos.

Por fin, observando la simetría de ciertas actitudes de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, con frecuencia recurre Vd. a los grandes exégetas de la Sagrada Escritura, especialmente el insigne jesuita del S. XVII, P. Cornelio a Lápide, cuyos comentarios son una preciosa fuente de luz para comprender las intervenciones de la Providencia divina en la Historia de los hombres.

Así, su horizonte histórico, si bien que esencialmente delineado por la Filosofía de la Historia, va desde el análisis de los pequeños hechos que son síntomas de tendencias revolucionarias nacientes —y aquí se incluiría la “Petite Histoire”— hasta el estudio de los más elevados comentarios de los exégetas sobre los planes de Dios.

Todo ese tesoro, la TFP lo absorbe, a lo largo de los años, en sus espléndidas exposiciones doctrinales.

* Maestro de la ciencia sociológica. La formación de una civilización, de una cultura, dependen de la formación de un pueblo y de una sociedad. La sociología estudiada por Vd. es una ciencia nacida de la práctica, de la observación de los hombres, del cuidadoso análisis de los sucesos sociológicos actuales, y del estudio de la Historia. Su sociología tiene, además de la lógica y elegancia de los pensadores, la fuerza de la realidad. Como un científico analiza su experiencia de laboratorio, Vd. penetra a fondo en el conocimiento de las distintas sociedades, analizando sus características, sus leyes, sus fundamentos, su misión histórica. Y con frecuencia Vd. readapta la descripción de esa sociología viva, a la vista de nuevos datos que van reapareciendo, para que en nada pierda el contacto con la realidad.

Si, por lo tanto, un alto órgano de la Santa Sede afirma que Vd. es “merecidamente célebre por su ciencia filosófica, histórica y sociológica”, ¿cómo no se le habría de tener, en la TFP, todo el agradecimiento por los varios tesoros que su enseñanza nos proporciona, y todo el respeto y admiración por la persona que tanto y tanto se dedicó para que la contemplación sapiencial de tales horizontes pasase a ser connatural con su inteligencia privilegiada?

6. Analista político

Todas las cualidades arriba relacionadas concurren para que Vd. analice eximiamente la política nacional e internacional. Desde los idos 1935, Vd. ya publicaba en el “Legionario” órgano oficioso de la archidiócesis de S. Paulo, una lúcida crítica de los acontecimientos semanales en la sección Al margen de los hechos, que después tomó el nombre de 7 días en revista. De entonces a ahora, Vd. hace semanalmente la “Reunión de Recortes”, que es la principal reunión de la TFP. En ella, con base en recortes de periódicos y revistas nacionales e internacionales, Vd. elabora las hipótesis explicativas de los sucesos presentes y futuros, señalando la unidad de esos sucesos bajo el punto de vista de la lucha Revolución y Contra-Revolución.

Como característica de esa su cualidad, tiene Vd. el galardón de un acierto admirable en las previsiones que hace. De sí, tal constatación dice más que cualquier explicación.

De ahí el hecho de que, en el ambiente de la TFP, las personas se hayan preguntado si tal no se debe a una gracia especial obtenida por Nuestra Señora para Vd. Y después de serios estudios, hechos por sus discípulos, se puede afirmar con probidad que, de hecho, tal gracia existe y proviene de una excelencia de la virtud o del don de la sabiduría, quizás incluso de un carisma profético, según la explicación ya dada en los Capítulos III y IV.

Los miembros de la TFP tienen en esa realidad —es decir, el acierto luminoso de sus previsiones en materia de Revolución y Contra-Revolución— otra fuente de agradecimiento y respeto. Pues no es pequeña dádiva el ver claro los acontecimientos presentes, y disponer de seguras hipótesis sobre los acontecimientos futuros, en esta época en extremo confusa.

7. Escritor y periodista consagrado

Era natural que todas estas cualidades, que he analizado, desembocasen en la elaboración de libros y ensayos en los que su talento de escritor trasladase para el público la sabiduría y exactitud de sus análisis. Y esto, efectivamente, ha sucedido en numerosas obras, de las que me limito a referir los títulos y las ediciones:

1. En Defensa de la Acción Católica (1943): dos ediciones, 3,5 mil ejemplares - Obra elogiada por Pío XII en carta de Mons. J. B. Montini, Substituto de la Secretaria de Estado, después Pablo VI.

2. Revolución y Contra-Revolución (1959): 18 ediciones, 92 mil ejemplares (ediciones en España, Argentina, Chile, Canadá, Estados Unidos e Italia).(Nota del Site: El listado completo de las ediciones, actualizado a 2017, puede verse aquí.)

3. Reforma Agraria - Cuestión de Conciencia (1960 - en colaboración con Mons. Geraldo de Proença Sigaud, Mons. Antonio de Castro Mayer y el economista Luiz Mendonça de Freitas): 7 ediciones, 39 mil ejemplares (ediciones en Argentina, España y Colombia).

4. Acuerdo con el régimen comunista: para la Iglesia, ¿esperanza o autodemolición? (1963 – editado inicialmente bajo el nombre de “La libertad de la Iglesia en el Estado comunista”): 38 ediciones, 171 mil ejemplares (ediciones en alemán, español, francés, húngaro, inglés, italiano, polaco y vietnamita). - Obra elogiada por los Cardenales Pizzardo y Staffa, de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades.

5. Declaración de Morro Alto (1964 - en colaboración con los mismos otros autores de Reforma Agraria - Cuestión de Conciencia): 3 ediciones, 32,5 mil ejemplares.

6. Trasbordo ideológico inadvertido y diálogo (1965): 18 ediciones, 100,5 mil ejemplares (ediciones en español e inglés).

7. La Iglesia ante la escalada de la amenaza comunista - Llamamiento a los Obispos Silenciosos (1976): 4 ediciones, 51 mil ejemplares.

8. Tribalismo indígena, ideal comuno-misionario para Brasil en el siglo XXI (1977): 9 ediciones, 87,5 mil ejemplares (traducido al inglés).

9. En la “Noche Sandinista”: la incitación a la guerrilla dirigida por sandinistas “cristianos” para la izquierda católica en Brasil y en América Española (1980): 7 ediciones, 50 mil ejemplares (ediciones en Argentina, Chile, Uruguay, Ecuador, Colombia y Venezuela).

10. Soy católico, ¿puedo ser contra la Reforma Agraria? (1981 - en colaboración con el economista Carlos Patricio del Campo): 4 ediciones, 29 mil ejemplares.

11. El socialismo autogestionario: ante el comunismo, ¿barrera o cabeza de puente? (1981): 155 publicaciones (íntegramente o en resumen), 33,5 millones de ejemplares en 69 países, en seis idiomas (portugués, español, francés, inglés, italiano y alemán).

12. Las CEBs... de las que mucho se habla, poco se conoce - la TFP las describe tal como son (1982 - en colaboración con los socios de la TFP D. Gustavo Antonio Solimeo y D. Luis Sergio Solimeo): 6 ediciones, 72 mil ejemplares.

A propósito de esos libros o ensayos cabe observar que cada uno de ellos —colocando en otra categoría los numerados 2, 4, 6 y 11 que tuvieron una proyección y un alcance más bien internacional— constituyó un hito en la Historia del Brasil. Ningún historiador serio podrá prescindir de ellos, si quiere describir adecuadamente la historia religiosa y cívica brasileña en estos últimos 40 años.

Nota del Site: Esta refutación es de 1984. El listado completo de los libros de autoría del Prof. Plinio hasta 1995, año de su fallecimiento, puede verse aquí.

Dejo de mencionar —porque formarían una lista inmensa— los numerosos documentos que Vd. ha elaborado y que han sido publicados por la prensa en nombre de la TFP: manifiestos, comunicados, aclaraciones, declaraciones, cartas abiertas, textos para suscripción de firmas, mensajes y telegramas a altas personalidades. Están pormenorizadamente descritos en el libro Meio século de epopéia anticomunista, que narra la historia de la TFP desde sus raíces en el movimiento católico, en la década de los 30 [Una obra mas amplia sobre la gesta del Prof. Plinio Correa de Oliveira fue publicada en 1988,  "TRADICION, FAMILIA, PROPIEDAD - Un ideal, un lema, una gesta"].

A esa rica producción intelectual habría que añadir los 500 artículos para la prensa diaria, incluidos en esta cuenta sólo los que Vd. ha publicado desde el año 1968, en su mayoría en la “Folha de S. Paulo” el periódico de mayor circulación en este estado, y uno de los cuatro grandes de Brasil. En esos artículos, Vd. ha demostrado un sentido de actualidad periodística y una perspicacia de análisis que le han convertido en uno de los articulistas más leídos en todo el Brasil, por simpatizantes... ¡y por adversarios! Un día se dirá cuánto contribuyeron esos artículos para aclarar las conciencias turbadas de nuestros contemporáneos.

Es imposible hablar de su actividad periodística sin una mención especial a “Catolicismo”, órgano oficioso de la TFP que, siempre bajo la dirección de competentes socios de la entidad, de hecho ha tenido en Vd. el gran y permanente inspirador de su brillante trayectoria. Para esa revista mensual, que es un faro de la prensa católica brasileña, con proyección internacional, Vd. ha contribuido no sólo con directrices sapienciales, sino con una colaboración efectiva, de la que es justo señalar la serie Ambientes, Costumbres y Civilizaciones, originalísimo comentario sociológico, psicológico, artístico e histórico que hasta el día de hoy despierta admiración en quienes tuvieron la felicidad de conocerla. La colección, con 185 artículos, fue reeditada recientemente, constantemente solicitada como lo era por numerosos lectores (Artpress Papeis e Artes Gráficas, S. Paulo, 1982).

Por todo eso, Dr. Plinio, le estamos agradecidos, y nuestra consideración y respeto crecen —como los de muchos brasileños de corazón recto— cada vez que nuestras almas son brindadas con esas verdaderas joyas de literatura y de sabiduría política, iluminadas por el sol de su catolicidad sin mácula.

8. Hombre de acción

Para una breve pincelada del perfil que Vd. proyecta en la vida interna de la TFP, es indispensable bajar de los páramos de la Filosofía y de la Historia, y de las densas realidades de la Política y de la Sociología, para tocar el campo de la acción concreta.

La TFP —y aquí sólo hablo de la brasileña— es un pequeño mundo. Tiene cerca de mil socios y cooperadores, contando únicamente lo que los norteamericanos llaman “full-time members”. Y dejando de lado, por lo tanto, las periferias más amplias de corresponsales y amigos de la TFP, y sus numerosos simpatizantes. Con sus tan dedicados socios e cooperadores y su agilidad, la TFP multiplica su acción en los más diversos campos, defendiendo nuestro país de la embestida comuno-progresista. Tal acción es enorme, y supone una organización sabia (que le ha valido a la entidad los mayores elogios, incluso de enemigos) y una dirección solícita, flexible, inteligente y firme. Tanto la organización como la dirección vienen principalmente de Vd. El aprovechamiento íntegro de los recursos disponibles, la organización de las campañas, la adaptación de nuestros servicios a las nuevas necesidades, la orientación de los métodos de formación de los más jóvenes, toda esa acción, y mucho más, provienen de su incansable celo y de su tino, ajustado de modo eximio a la realidad de las cosas y de las psicologías.

También aquí sus subordinados tienen motivo de admiración por lo mucho que presencian y de agradecimiento por lo mucho que aprenden.

9. Otros aspectos aquí omitidos por brevedad

Dejo sin análisis sus dotes privilegiados de orador, su fama de causeur, la distinción de gentilhombre, la intrepidez de batallador y la bondad de padre.

Pero si, por brevedad, me abstengo de ese análisis, no puedo omitir que esas cualidades que Nuestra Señora puso en Vd., también las dio indirectamente a quienes tienen el honor de actuar bajo su dirección. Y estos beneficiados, que son los socios y cooperadores de la TFP, por eso le tributan a Vd. gran respeto y gratitud.

10. A guisa de conclusión

Concluyo con aquel hecho sabroso que habría ocurrido después de la batalla de Aljubarrota, cuando preguntaron a un guerrero de Portugal cómo se explicaba que un ejército de apenas 7 mil portugueses bajo el mando del Condestable Beato Nuño Alvarez hubiese vencido las fuerzas enemigas con 35 mil hombres. A lo que el guerrero habría respondido: “Nuestro Rey venció porque su ejército no es de soldados, sino de hijos”.

Así también, Dr. Plinio, en esa psy-war que es la Contra-Revolución, Vd. cuenta con abnegados hijos y no sólo con compañeros de ideal y discípulos. Y la veneración, el respeto y la obediencia —¿y por qué no el entusiasmo?— que se le tiene en la TFP son los que la Iglesia, por su Doctrina y por sus Santos, recomienda que se tenga a los superiores.

Si eso hoy escandaliza al Sr. F. —y hubo tiempo en que ese entusiasmo también llenaba su alma— no es razón para que ninguno de nosotros deje de cumplir ese deber tan agradable para nuestros corazones de hijos y discípulos suyos, Dr. Plinio.

*   *   *

Hay gente, hoy en día, que tacha automáticamente de fanatismo cualquier entusiasmo.

El verdadero fanatismo es un entusiasmo tanto más descabellado y agresivo cuanto siente que no tiene razones serias para alegar. Ay, sin embargo, de las almas que ante lo que merece entusiasmarlas pecan contra la justicia conservándose frías.

¿Lo alegado en esta carta no tiene fundamento? La TFP está pronta para documentar, para dialogar, para debatir al respecto.

Lo que no es posible admitir es una crítica insana, que intenta ver en esas merecidas manifestaciones de veneración y reconocimiento un delito canónico que únicamente existe en la mente de quien, por envidia, se cerró para el fundamento auténtico de ese entusiasmo.

Y, por cierto, que no sólo quienes son de la TFP así se manifiestan sobre su obra, Dr. Plinio. Catolicismo” publicó en marzo del año pasado (n° 387) una colección de repercusiones del Mensaje de las 13 TFP (hoy 15) sobre el socialismo autogestionario, Mensaje que Vd. escribió. En ellas, transparentes aparecen las demostraciones del mayor júbilo, no sólo sobre el magnífico documento en foco, sino en relación a la gesta católica que muchos de esos lectores, entusiasmados, percibieron por detrás de un simple documento. ¿Quién podría tildar de exagerados esos testimonios espontáneos provenientes de 115 países, en todas partes del mundo?

 

Capítulo XI

De las acusaciones sueltas

En los varios capítulos de la Sección anterior han sido analizadas las acusaciones esenciales alrededor de las cuales gravitan las tres cartas del Sr. F. Se ha visto que padecen de una sistemática distorsión del significado de los hechos, y que no ofrecen ningún fundamento para la acusación enorme que el autor de las cartas procura hacer contra Vd., Dr. Plinio, y contra la TFP.

Para dar cuerpo a la desfavorable impresión de los hechos —a veces en sí banales— que presenta el Sr. F., rellena sus cartas con otras acusaciones colaterales tan sin fundamento como las primeras. Es lo que paso a mostrar.

1. El peligro de la “sombra”

Refiriéndose, evidentemente, a sí mismo y a sus estudios sobre Ana Catalina Emmerick y la gnosis, el Sr. F. así describe el clima que al respecto encontraba en la TFP: “Si alguien dice que ha descubierto algo nuevo, por sus propios estudios, eso será tenido como pretensión, y esa pretensión será tenida como absurda. Afirmar cualquier juicio propio es considerado como cosa de mal espíritu, y empezar cualquier trabajo intelectual, sin haber recibido la incumbencia, es interpretado como deseo de competir con Vd. o de procurar hacerle “sombra” (Carta 82, p. 6).

En la carta de 1982, el Sr. F. aún se defiende de esa acusación, presentándose como un eco y reflejo de la doctrina, argumentos, ejemplos y metáforas de Vd., Dr. Plinio, a las que califica “espléndidas y didácticas”, y añade: “¡Qué acusación ridícula esa de hacerle sombra”, o de querer competir con Vd.! ¿Cómo puede el reflejo hacer sombra a la luz? ¿Acaso podrá la luciérnaga brillar en medio del día? ¿Cómo podrá competir con el sol? ...

“Jamás pretendí tal, y afirmo que todo mi honor proviene de ser su reflejo. Pues mi espejo estaba cubierto de barro, y Vd. lo limpió. Mi alma estaba en tinieblas y Vd. la iluminó. Mi vida en la noche, y fue su canto lo que hizo nacer para mí el sol de la Verdad Católica. ...

“Lo que pretendí con mi tesis (sobre Ana Catalina Emmerick), muy estimado Dr. Plinio, no fue hacerle sombra, sino defender la Fe Católica, y ese Ideal de luchar por la Fe, si yo lo tengo, si es la razón de mi vida, se lo debo a Vd” (Carta 82, p. 9).

Y más tarde, en la misma carta, vuelve al tema de la sombra, que le persigue: “Vd. ha construido una verdadera catedral de lógica y de sabiduría. Si Vd. descendiese de esa posición superior para investigar libros de cábala y gnosis, creo que se rebajaría. Esa es una tarea inferior, no arquitectónica, que cabe a sus hijos y auxiliares. Cuando hacen eso, no le hacen sombra, sino que le prestan auxilio. Quien afirma que el albañil, haciendo la pared, compite con el arquitecto, no ha entendido nada del valor y de la excelencia del arquitecto. No tiene visión de lo que es arquitectura. No comprende lo que es la misión profética” (Carta 82, p. 15).

En la Carta 83, el espectro de la sombra vuelve a frecuentar la mente del Sr. F., pero ahora ya con una connotación claramente detractatoria para la TFP: “Por todos lados se multiplican las muestras de que las devociones extravagantes y absurdas continuaban haciendo cada vez más sombra a la verdadera devoción a Nuestra Señora. ¿Y cómo se tiene tanto cuidado de que no le hagan sombra, y se ha dejado que la devoción a Dª Lucilia hiciese sombra a la devoción a Nuestra Señora?” (Carta 83, p. 5 - subrayados del original, negritas mías).

¿En qué consistía exactamente “hacer sombra” a la devoción a Nuestra Señora? ¿Sería substituirla gradualmente por otra devoción, o, por lo menos, menguarla? — Ninguno de los hechos presentados por el Sr. F. prueban esa substitución y, por el contrario, como he mostrado, la devoción de los socios y cooperadores de la TFP hacia Nuestra Señora es inmensa e incluso creciente. Aún más, la devoción tan particular que tienen a Dª Lucilia es un estímulo constante para mantenerse en la práctica de la virtud, y dirigirse así hacia Nuestra Señora y, por medio de Esta, a Nuestro Señor.

La idea de que una devoción inferior “haga sombra” a otra superior es estrambótica, y ya fue prevista y aclarada por Santo Tomás: “Dios quiere que los seres inferiores sean ayudados por todos los superiores. Por eso, se debe implorar el auxilio no sólo de los santos superiores, sino también de los inferiores. Pues de lo contrario, sólo se debería recurrir a la misericordia de Dios. Con todo, a veces sucede que el recurso a Santos inferiores es más eficaz, o porque son implorados más devotamente, o porque Dios quiere manifestar la santidad de éstos” (II-II, 83, 11 ad 4).

De ese modo, los socios y cooperadores de la TFP que, para obtener más eficazmente determinadas gracias, recurren a la intercesión de Dª Lucilia sin dejar de recurrir, como siempre hacen, a la Santísima Virgen, están aplicando ese principio de Santo Tomás, y de ninguna forma disminuyen, con ello, su devoción a la Madre de Dios, o “hacen sombra” a la devoción a Nuestra Señora.

*   *   *

Puesta así de lado esa objeción fútil, paso a analizar el pretendido cuidado que se tiene en la TFP, para que nadie le haga sombra a Vd., Dr. Plinio. No noto ese temor por parte de nadie, y sólo veo tal espectro vagar por la mente del Sr. F. Tal vez extasiado ante el valor de sus propios estudios sobre Ana Catalina Emmerick y la gnosis, haya surgido en su mente la idea de que alguien, en la TFP, le juzgase como queriendo “hacerle sombra” a Vd., Dr. Plinio. Y de ahí primero, la defensa cerrada que hace de que no pretendía tal (Carta 82, loc. cit.), y después las transposiciones de ese temor - que únicamente es suyo - para el conjunto de los socios y cooperadores de la TFP. Una vez más se constata aquí el curioso fenómeno de proyección de un sentimiento que era individual suyo, para dentro de la mente de otros, como si los otros estuviesen preocupados con lo que a él le preocupaba.

No veo, repito, que haya pasado por la cabeza de alguien en la TFP el deseo de “hacerle sombra” a Vd., Dr. Plinio. Únicamente, noto preocupación con ello en el Sr. F. “Quien usa, cuida” — dice un proverbio portugués. Es decir, quien tiene la costumbre de hacer determinada acción fuera de lo normal, juzga que los otros también la quieren hacer.

Intentando interpretar qué alcance puede tener lo que dice el Sr. F. sobre ese asunto, la única hipótesis que queda en pie es la de que, en la TFP, se temería la sombra que la persona del Sr. F. pudiera hacerle a su persona. Y tal temor - tal vez suponga el autor de las cartas - habría llevado a múltiples consecuencias en nuestro trato con él.

*   *   *

La metáfora de la sombra puede ser interpretada en dos sentidos. En un sentido impropio, casero, sería la de los cuerpos luminosos que, como el sol, cuando aparecen ofuscan con su brillo la luz de todos los demás cuerpos celestes, los que, así, se “apagan” a nuestros ojos. En sentido propio la metáfora de la sombra se aplica cuando entre el foco de luz y la superficie iluminada se interpone algún obstáculo.

Analizo los dos sentidos de la metáfora para ver cual sería la “sombra” que el autor de las cartas podría proyectar sobre Vd.

Si el Sr. F. se imagina luminoso como un cuerpo celeste dotado de luz propia, podría entonces ofuscarle a Vd. por el brillo de sus capacidades intelectuales... —que tan bien expresadas están en sus cartas— y por el fulgor de su personalidad. Doy por conocidas su lucidez de visión, la coherencia de su pensamiento y la claridad de su exposición, como también la seriedad, la libertad de ánimo, la gratitud, etc., que a lo largo de las cartas se manifiestan en las ideas y actitudes que vengo analizando. Véase ahora el fulgor de su personalidad. El autor de las cartas tuvo antiguamente un don de hecho relevante: era su capacidad de atraer nuevos cooperadores para la TFP, que, por cierto, fue elogiada por Vd. en un artículo para la Folha de S. Paulo” (22-2-69), y también está consignado en el libro “Meio século de epopéia anticomunista” (p. 445). Sin embargo, con el correr del tiempo, es hecho notorio que ese don fue manifestándose cada vez de forma menos eficiente, y su apostolado fue teniendo menos frutos. Es triste. Y, por el contrario, paralelamente, el apostolado desarrollado por otras personas en la TFP, comenzó a atraer para la entidad un número mucho mayor de personas que las que trajo el autor de las cartas en su fase áurea. Por lo tanto, la nota más destacada de la personalidad del autor de las cartas se presentaba, con el transcurso del tiempo, cada vez menos expresiva. Sin embargo, el autor de las cartas convivió pacífica y tranquilamente con Vd. en su fase áurea, sin que notase que Vd. temiese su sombra. ¿Cómo imaginar entonces que ese destaque, en su atardecer, iría a ofuscarle a Vd.? Al imaginarse a alguien siendo ofuscado más adecuado sería decir que el apostolado de otras personas en la TFP venció en brillo el apostolado en ocaso del autor de las cartas.

Así pues, el problema del ofuscamiento estaría resuelto por la base, caso de que fuese ese el sentido adoptado para la expresión “hacer sombra”.

Si el autor de las cartas se imagina iluminado, a manera de un cuerpo que recibe luz de fuera, tendría que estar colocado entre la fuente de luz y Vd., para que fuese posible haber sombra. Por un imperativo de la física, sólo proyecta sombra sobre alguien un árbol que esté colocado entre el sol y ese alguien. Y, además, sería necesario que tuviese una estatura mayor que la suya, pues un pequeño arbusto no hace sombra más que a las briznas de hierba.

Ahora bien, no queda claro, en las cartas del Sr. F., cuál sea el foco de luz que él impide que le alcance a Vd. —una vez que el mismo autor se presenta como reflejo de la luz que recibió de Vd. (Carta 82, p. 9)— ni queda manifiesta la grandeza de su estatura. Además, nadie llega a percibir, por más que haga uso de su sentido de observación y de su imaginación, cuál sería la sombra que el autor de las cartas podría proyectar sobre Vd. Y una sombra que no es percibida por nadie, es inexistente para efectos prácticos.

Por lo que se ve que no hay peligro de “sombra” en ningún sentido y la sospecha del autor de las cartas de que en la TFP se cuida de que nadie le haga sombra a Vd. (Carta 83, p. 5), está destituida de cualquier fundamento.

2. En la TFP se consideraría superflua y perjudicial la lectura de los periódicos

Así se expresa el autor de las cartas: “En concreto se constata que algunos miembros del grupo consideran que todas las informaciones, incluso las de los periódicos le son superfluas y hasta perjudiciales” (Carta 82, p. 6).

Las palabras “algunos miembros” parecen ambiguas, pues se prestan a dos interpretaciones:

a) por el contexto, sería un número de miembros cada vez mayor que, si todavía no prepondera en la TFP, enseguida va a preponderar con un espíritu fanático. Entonces esa acusación se dirigiría contra toda la TFP;

b) otra acepción sería desinflada de segundos sentidos: “algunos miembros” serían solamente algunos miembros.

No trataré de la segunda interpretación, porque no tiene el menor relieve, respondiendo apenas a la primera.

Tal afirmación, que procura dar a entender que un sectarismo místico se cierne sobre el espíritu de los miembros de la TFP, choca de frente con la verdad.

En la TFP existe el mayor interés por todo tipo de informaciones habladas o escritas. Por eso hay, en la TFP, una Comisión de Lectores de libros, periódicos y revistas, que selecciona las materias para los libros y manifiestos de la entidad, bien como para acompañar la situación nacional e internacional, bajo los más diversos aspectos, religioso, moral, filosófico, político, sociológico, artístico, etc. Para el análisis de todo ese material Vd. consagra tres horarios de su tiempo de despacho, por semana, y después hace, para los socios y cooperadores de la TFP, una reunión semanal justamente titulada “Reunión de Recortes”.

Además, está montado en la TFP un servicio de escucha de emisoras de radio y televisión. También es editado, para uso de los socios y cooperadores, corresponsales y simpatizantes de la asociación, un boletín informativo titulado “Recortes del Día”, en el que son proporcionados a los interesados, en facsímil, o en resúmenes mecanografiados, las noticias que mejor describen la realidad actual, extraídas de los principales diarios del Brasil y hasta de pequeños periódicos del interior del país, además de más de 150 publicaciones provenientes de todas las partes del mundo, incluso de detrás del telón de acero. En ese boletín, por cierto, tiene amplia divulgación el texto íntegro de todas las críticas y elogios a la TFP.

Sin tales servicios, que son pujantes —en los últimos cinco años fueron resumidos más de 1.300 libros, lo que da una media de cinco libros por semana, además de acompañar las referidas 150 publicaciones en las más diversas lenguas, muchas semanales y algunas incluso diarias— la TFP no podría mantener debidamente informados a sus miembros. Vd. no podría hacer, con creciente amplitud de panoramas, la principal reunión de la entidad, que es precisamente la Reunión de Recortes, y la TFP no podría actuar con la rapidez y seguridad que ya le son proverbialmente reconocidas.

Además del acceso a las fuentes del noticiario, es materia normal de la conversación de los socios y cooperadores de la TFP el intercambio de noticias internas y externas, favorables o contrarias, como por ejemplo las repercusiones que las TFP van obteniendo en todo el mundo. Esas repercusiones, dígase de paso, son transmitidas para conocimiento de todos, en las reuniones plenarias de la TFP, dos o más veces por semana, según un sistema de lectura con timbre de voz varonil, grandioso y solemne, que realza el valor del texto leído. Tal sistema fue acogido desde el principio con agrado general, y ha quedado conocido en la TFP como el sistema de las proclamaciones, por su naturaleza vagamente inspirada en los heraldos de los antiguos tiempos.

Bien entendido, la TFP no pone al alcance de sus socios y cooperadores las revistas y libros inmorales, o directamente contra la Fe, a no ser que presenten un interés para estudios de personas maduras.

Así, ante toda esa masa de informaciones, no se comprende cómo pueda haber escrito el Sr. F. que “algunos miembros del grupo consideran que todas las informaciones, incluso las de los periódicos le son superfluas y hasta perjudiciales” (Carta 82, p. 6).

Por lo tanto, si el sentido de “algunos miembros” fuese el primero analizado, la acusación sería falsa; y si fuese el segundo, sería irrelevante.

3. En la TFP sería necesario y suficiente apenas estudiar la vida y los ejemplos del Dr. Plinio

El Sr. F. afirma que en la TFP “querer estudiar pasó a ser prueba de espíritu ‘ploc-ploc’, ‘caneca amassada’, etc. Sería necesario y suficiente apenas estudiar su vida (la suya, Dr. Plinio) y sus ejemplos” (Carta 82, p. 6).

Con esa doble afirmación, el autor de las cartas presenta bajo una óptica deformada, lo que sucede en la TFP en materia de estudio.

El tipo de cultura que Vd., Dr. Plinio, promueve realmente es hostil a un pedantismo erudito, hueco e inconsistente, sin vida y sin garra sobre la realidad. Lo que por convención se llama, desde los primordios del Grupo, de erudición “caneca amassada” (literalmente “tazón abollado” alusión a los tazones de aluminio que enseguida se abollan por el uso, adquiriendo una apariencia deplorable). Más recientemente, tuvo buena acogida la onomatopeya “ploc-ploc”, más al gusto de las nuevas generaciones.

¿Qué es lo que se condena en la TFP con el epíteto de erudición “caneca amassada” o “ploc-ploc”? — Es una forma de estudio y erudición que deja de lado los matices y el sabor vivo de la realidad, y justamente por falta de raíces profundas en los hechos, en aquello que tienen de más denso, corre el riesgo de sacar conclusiones que entren en conflicto con lo que la realidad tiene de más evidente.

Por cierto, que fue lo que sucedió con el Sr. F., quien a medida que se fue distanciando de Vd., y de su espíritu, se fue impregnando de la mentalidad con trazos de racionalismo-positivista, al punto de dar su mejor asentimiento a una caricatura de la TFP, que él se forjó y, no obstante, toma como realidad, y que, sin embargo, choca de frente con lo que la TFP efectivamente es.

Sintiendo, probablemente, que las críticas que hacemos al “ploc-ploquismo” empezaban también a concernirle, a medida que iba imbuyéndose de ese espíritu, pasa a sentirse mal ante esa crítica, y distorsionando su verdadero significado, empieza a decir que conlleva una censura a todo estudio serio.

En la TFP, cada cual siempre condujo su estudio a sabor de sus apetencias. Con todo, más recientemente —precisamente a partir de 1978— se constituyó, conforme ha sido dicho, una “comisión de Lectores”, a fin de sacar un mejor provecho de esos estudios, a la vista de las necesidades de la Causa a que nos consagramos. Pero como el peligro de “ploc-ploquismo” siempre persiste, en esta cultura “enlatada” que heredamos de cuatro siglos de Revolución, la advertencia contra él es continuamente renovada.

Por lo tanto, la TFP promueve e incentiva ampliamente el estudio de sus socios y cooperadores, al mismo tiempo que les previene contra esa, y por cierto también otras, deformaciones de la mente humana, que hacen ver la realidad como ella no es.

*   *   *

Lo más característico de la mentalidad “ploc-ploc” es el despreciar toda representación viva de los principios, como si estos únicamente existiesen en abstracto, y no se tradujesen y, por así decir, se encarnasen en las personas que de ellos se impregnaron.

Santa Teresa se queja del mal que le hicieron algunos directores espirituales, impidiéndole considerar la Persona adorable de Nuestro Señor Jesucristo en su Humanidad, recomendándole, por el contrario, que procurase alcanzar la Divinidad directamente, in abstracto. Siendo Dios puro espíritu, tal recomendación quizás pareciese, a primera vista, lógica y racional. En verdad, no siendo el hombre puro espíritu, necesita llegar a Dios a través de los seres creados. Y en el ápice de éstos está la Humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, unida hipostáticamente a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Si nos recogemos, con reverente adoración a Nuestro Señor Jesucristo, ante su figura en el Santo Sudario de Turín que nos muestra a Nuestro Señor muerto, ¿cuánto más intensa podría ser la adoración de quienes, viendo a Nuestro Señor vivo en esta Tierra, pudiesen discernir en un simple gesto Suyo, mil maravillas de la Divinidad?

¡He ido directamente al ejemplo máximo! Servatis servandis, puedo aplicar lo mismo a las personas eminentes en virtud, y ver en los hechos de su vida, no sólo, cómo debo proceder en análogas situaciones, sino discernir los mismos atributos divinos que brillan en ellos con la virtud: “Mirabilis Deus in Sanctis Suis” — “Dios es admirable en Sus Santos”, canta la liturgia.

En la práctica, este principio tiene un alcance todavía mucho mayor, pues también vale para las personas que tienen en grado eminente alguna virtud o cualidad natural. De ahí el prestigio del género biográfico, o autobiográfico, que creció tanto en el siglo pasado y perdura hasta hoy. Se estudian las biografías de los grandes hombres Santos y no santos — y se admite que esto sea uno de los elementos formativos de la buena cultura. La razón ya está dada: esos hombres traducen en sus actos virtudes y cualidades que debemos procurar adquirir. Y así ilustrados por esos ejemplos vivos, captamos más fácilmente las virtudes y cualidades que debemos practicar. El ejemplo de una persona casta frecuentemente dice mucho más a nuestra alma que un tratado teórico sobre la virtud de la castidad...

Nosotros, que tuvimos la gracia de ser llamados a la TFP, para esta sublime misión de restaurar la civilización cristiana, juntamente con todos aquellos que se dispongan a eso, tenemos en Vd., Dr. Plinio, un ejemplo vivo de cómo debemos actuar. De ahí nuestra insistencia para que Vd. nos cuente los hechos de su vida pasada —los “fatinhos” (‘hechitos’), en el sabroso lenguaje de los “enjolras”— en los que encontramos estímulo para proceder de la misma manera, en el combate a la Revolución.

Todo esto es incluso obvio, y cuesta creer que el Sr. F. haya levantado objeciones cuanto a ese punto.

Si él se subleva apenas en cuanto a la “exclusividad” de ese método de formación, nuestra respuesta es que de ningún modo la formación de la TFP se restringe a eso. Y es entrar en choque con la evidencia el afirmar lo contrario.

Es cierto que muchas de nuestras reuniones terminan con el clásico “fatinho”, reclamado enfáticamente por los “enjolras”. Pero pretender que en la TFP no se estudie sino su vida, Dr. Plinio, y sus ejemplos, es caricaturizar la vida interna de la TFP hasta rayar en el delirio. ¿Cómo podrían entonces nuestros socios y cooperadores, que están en frecuente contacto con el público, llevar a cabo adecuadamente su misión, si no estudiasen en primer lugar las obras de la TFP, y después las fuentes de la literatura católica de donde esas obras promanan?

El tiempo consagrado a la lectura y al estudio no sólo no disminuyó sino que se intensificó. Una estadística hecha en 1982 mostró que en el Eremo de S. Bento, el número de libros retirados de la biblioteca era el doble al de igual periodo en 1972, cuando ese Eremo estaba constituido por personas de una generación bastante anterior.

Así, la afirmación del Sr. F. de que en la TFP “sería necesario y suficiente apenas estudiar su vida y sus ejemplos “es falsa y no tiene ninguna base en la realidad.

4. En la TFP se colocan “cosas por encima del Credo y del Evangelio”

Ya en 1981, en la carta que no llegó a enviar (haciéndolo después, junto con la carta de ruptura), el Sr. F. anunciaba su salida de la TFP, o mejor, según él, “son los otros quienes salieron al mudar su doctrina, al colocar cualquier otra cosa por encima del Credo y del Evangelio, al hacer comparaciones absurdas entre personas y Santos, e incluso con Nuestra Señora” (Carta 81, p. 7).

Destaco de este trecho la afirmación de que en la TFP hay “cosas” colocadas “por encima del Credo y del Evangelio”. Las demás acusaciones ya han sido ampliamente comentadas en los capítulos anteriores.

La acusación en tela de juicio es vaga: no viene ninguna especificación de lo que sean las tales “cosas”. También es confusa, y formulada en un lenguaje inadecuado: “cosas”, ¿qué es lo que él entiende por “cosas”? Además, ¿qué quiere decir bien precisamente estar “colocadas por encima” del Credo y del Evangelio las tales “cosas”? Hay “cosas” en la Iglesia que, en algún sentido, se sitúan “por encima del Credo y del Evangelio”. El Santísimo Sacramento, por ejemplo. La fórmula del Credo no es intangible, y fue siendo perfeccionada por los Papas y por los Concilios, a lo largo de varios siglos. Quien puede modificar la fórmula del Credo (de manera que exprese más adecuadamente el depósito de la Fe) en cierto sentido está por encima de ella.

Tal vez el Sr. F. quiera referirse a la palabra o a la doctrina de Vd.: pero Vd. siempre repitió —hasta la saciedad— que somete en todo y por todo su doctrina y su persona al juicio de la Iglesia. Así nada hay en Vd. y en la TFP que está por encima de la Iglesia; a fortiori “por encima del Credo y del Evangelio”.

Rechazamos categóricamente tal acusación.

5. “La gnóstica Montaña de los Profetas”

El autor de las cartas deja libres sus malos humores cuando trata de la “Montaña de los Profetas” descrita en las Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick y que el Prof. Martini incluye en su libro Santo Elías, o Profeta da Aliança (Editora Vera Cruz, S. Paulo, 1972, pp. 144-145). Así se expresa el Sr. F.:

— La “mentirosa montaña de los profetas, en donde habitaría un ecuménico San Elías” (Carta 82, p. 19).

— Y hablando del libro del Prof. Martini: “Desgraciadamente (el libro) contiene varios trechos que merecerían ser revistos. Principalmente hay ahí un capítulo, inspirado en ACE, tratando de la pésima y gnóstica visión de la Montaña de los Profetas... Por cierto que fue esa visión de la Montaña de los Profetas lo que inspiró a algunos conclusiones descabelladas respecto de su ida (de Vd., Dr. Plinio) para tal Montaña” (Carta 82, p. 22).

Tomando in malam partem todo cuanto se hace, dice o escribe en la TFP, el Sr. F. da por asentado que es obvio el sentido gnóstico y ecuménico de tal visión de la “Montaña de los Profetas”. Y así, incluyendo en su libro tal visión, el Prof. Martini, consciente o inconscientemente —lo que no deja claro el Sr. F.— dio curso al “pésimo y peligroso ‘gaseoducto siberiano’ construido por Brentano (a las Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick)”, que instila en sus lectores “los miasmas venenosos de la gnosis, de la cábala y del romanticismo” (Carta 83, p. 27). Por lo que el autor de las cartas preconiza la necesidad de una “revisión” del libro del Prof. Martini.

Ahora bien, el Prof. Martini tomó la visión del “Monte de los Profetas” con la naturalidad y confianza que, como fue dicho (cf. Cap. I), a todos postulaba una obra con libre circulación en los medios católicos y, además, con numerosas y prestigiosas aprobaciones eclesiásticas. Si alguna cosa sonaba a extraño en esa visión, la aprobación eclesiástica de la obra llevaba a buscar una interpretación de acuerdo con la ortodoxia católica.

En ese espíritu, el Prof. Martini acogió en su libro un trecho de la visión del “Monte de los Profetas” que se refería particularmente al profeta Elías, objeto específico de su estudio. Sin nunca haber leído de la obra sino esa cita, que le había proporcionado un cooperador de la TFP, el Prof. Martini la tomó en un sentido católico, que una persona no prevenida no tiene dificultad en encontrar. Y, como él, todos los demás de la TFP que leyeron esa visión, sea directamente en las obras de Ana Catalina Emmerick, sea en el estudio del Prof. Martini. Si aún así algo resistía a una buena interpretación, la idea malsonante era debida al escritor Clemente Brentano, sobre el que se descargaba la fundada sospecha de haber adulterado los textos de la vidente, presumiblemente auténticos.

Me atengo, pues, al texto de 52 líneas, que el Prof. Martini transcribió en dos páginas, en un capítulo de siete páginas, de su libro (pequeño pormenor: el Sr. F., siempre propenso a exagerar, habla de un capítulo entero).

Primeramente indagaré si el trecho de que se trata es susceptible de una interpretación católica fácil, inmediata, serena.

Como se verá a continuación, esa interpretación no sólo es cómoda e inmediata, sino que orienta los espíritus hacia la consideración de panoramas y perspectivas de la Doctrina Católica, de los más elevados, lo que justifica el interés que el texto despertó en los ambientes de la TFP. Y nunca llevó el espíritu de alguien —ni el del mismo Sr. F., cuando era ardiente propugnador de las Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick— hacia las fábulas delirantes de la gnosis. De donde es absolutamente infundada la sospecha, del autor de las cartas, de que la inclusión de ese trecho en el libro del Prof. Martini constituye un “peligroso gasoducto siberiano”, que difundió en nuestro ambiente “los miasmas venenosos de la gnosis, la cábala y del romanticismo” (Carta 82, p. 27).

El trecho en cuestión, que ocupa las páginas 144 y 145 del libro del Prof. Martini, es el siguiente:

2. Elías y el Monte de los Profetas. —En un jardín enfrente del Paraíso, en una tienda, sentado junto a una mesa, Catalina Emmerick vio la figura de un hombre radiante de santidad que examinaba gruesos volúmenes. Lo que no servía era amontonado a la izquierda para ser quemado en una hoguera inextinguible que estaba ante ese hombre. Lo que era bueno era colocado a su derecha. ‘Pero que los hombres no podían recibir aún estos tesoros; debía antes venir otro’ (Visiones y Revelaciones Completas, Ana Catalina Emmerick, vol. I, p. 589).

“He visto de nuevo el Monte de los Profetas. El hombre de la tienda dio folios y volúmenes y recibió otros, en cambio, a una aparición que había venido del cielo y estaba suspendida en el aire. Aquel espíritu aparecido era distinto a él en su modo de ser. Este espíritu que volaba sobre el lugar me hizo recordar a San Juan. Aparecía mucho más movible, pronto, amable y ligero de lo que era el hombre de la tienda, que tenía en sí algo de más firmeza, severidad, rigidez e inmovilidad. Era, respecto del hombre de la tienda, como el Nuevo Testamento respecto del antiguo. Así me fue posible reconocer en uno a Juan y en el otro a Elías. Parecía que Elías daba a Juan las revelaciones ya cumplidas, y que, en cambio, recibiese otras nuevas.

“Después he visto saltar súbitamente de aquel límpido lago una vertiente semejante al borbollón de una fuente y elevarse perpendicularmente a lo alto a manera de saeta pura como un cristal; llegando a lo alto se dividió y se abrió en infinitos surtidores y gotas de agua, que caían en anchas curvas sobre los más variados lugares de la tierra. He visto a muchos hombres iluminados y refrigerados por estas aguas, en casas, en chozas, en las ciudades, en muchas partes del mundo. Vi también a algunos protestantes, los más convencidos en sus creencias, ser iluminados por aquellas gotas. Principia cierto movimiento en sus corazones y germina cierto fermento que, después de graves tempestades, se desarrollará en todo su esplendor” (ídem, ib., pp. 593-594).

A propósito de ese trecho interesa discutir tres puntos:

a) si puede haber un Monte de los Profetas, y si Elías estaría en él;

b) si San Juan podría mantener con Elías alguna especie de relación;

c) si de tal lugar podrían provenir gracias para los hombres.

Se trata de saber, en cada uno de esos tres ítems, si es posible una interpretación ortodoxa, o si son necesariamente pésimos, mentirosos, gnósticos y ecuménicos, como parece dar por obvio el autor de las cartas.

a) Si puede haber un Monte de los Profetas, y si Elías estaría en él

Que Elías no murió y fue arrebatado para algún lugar, es tradición firmemente establecida en la Iglesia. Las opiniones se dividen en cuanto al lugar para donde fue arrebatado. La Escritura únicamente dice: “Y mientras (Elías y Eliseo) andaban, y caminando conversaban, he aquí que un carro de fuego, con caballos de fuego, separó a uno de otro; y Elías subía al cielo en el torbellino” (IV Reg. II, 11).

Cornelio a Lápide así resume las cuatro posiciones adoptadas por los autores (Commentaria in Scripturam SacramIn librum IV Regum, Ludovicum Vives, Paris, 1877, tomo IV, p. 7):

1. Algunos piensan que él realmente fue arrebatado al Cielo, no al cielo de los bienaventurados, sino al firmamento, en donde lleva una vida casi celeste (Doroteo, San Jerónimo, San Ambrosio, Alcuino y Serario);

2. Otros piensan que fue llevado al paraíso terrestre, en donde también se encuentra Enoc (San Ireneo, San Justino, San Isidoro, Santo Tomás);

3. Otros piensan que fue llevado a alguna región de la tierra, desconocida (San Gregorio Magno, Ruperto);

4. Más verosímilmente, otros dicen que es incierto el lugar en donde están Enoc y Elías (San Juan Crisóstomo, Teofilacto el Ecuménico, San Agustín, San Cipriano, Teodoreto).

Donde quiera que esté, Elías lleva una vida tranquila y santa, en la continua contemplación de Dios, como dice San Agustín (Gen. V, 22), y volverá al fin del mundo para luchar con el Anticristo [54] y “pagar el tributo de la muerte”, como dice San Gregorio Magno (Hom. 29 in Evang.).

Como candidatos a la vida eterna y ciudadanos del Paraíso, Enoc y Elías están confirmados en gracia. Y si bien que no vean a Dios, reciben de El muchas luces y consuelos. Viven como que “en el atrio de la Casa del Señor”, en donde son frecuentemente visitados por los Ángeles, y con estos están en constante coloquio. Dios los conserva incorruptos (bien como sus ropas, del mismo modo que conservó las ropas de los hebreos, durante 40 años en el desierto), sanos, vigorosos, animados, contentos y exultantes con su situación, estado y oficio, rindiendo a Dios continuas acciones de gracias (cf. Cornelio a Lápide, loc. cit.).

Se discute si están en condiciones de merecer o no. Los que tal afirman, alegan su condición de viadores. Los que niegan, consideran que el haber sido arrebatados de esta vida equivale a la muerte (cf. Cornelio a Lápide, op. cit., pp. 7-8).

Está, pues, caracterizada una cuestión abierta dentro de la Iglesia. Y la opinión más corriente es la que dice ser incierto el lugar en donde están. Así, es posible, sin en nada herir la Fe, admitir la hipótesis de que Elías y Enoc estén en un monte.

b) Si San Juan podría mantener con Elías alguna especie de relación

Sobre la muerte de San Juan, así se expresa Santo Tomás:

“Se opinó de varios modos respecto de su sepultura. Es sin embargo verdad, según todos, que él entró en el sepulcro, y éste todavía puede ser visto. Algunos dicen que entró vivo en el sepulcro, y por una virtud divina salió, siendo llevado para el lugar en donde están Enoc y Elías, donde es reservado para el fin del mundo. Otros sin embargo dicen que entrando vivo en su sepulcro, que está en Efeso, vive durmiendo en él, hasta que Jesucristo venga. ...

“Esto no es de creer; sino que él murió y resucitó también en el cuerpo. Y es señal de ello que no se encontró su cuerpo, y así está como bienaventurado con Cristo” (Super Evangelium S. Johannis lectura, Marietti, Turín-Roma, p. 487, n. 2647).

Por lo tanto, según Santo Tomás, se debe creer que San Juan Evangelista murió, resucitó y está en el Cielo, en cuerpo y alma.

¿Qué impediría, pues, que un Santo, con el don de la movilidad de su cuerpo glorioso, fuese a visitar a Elías, y tuviese con él cierta relación?

Pero la opinión de Santo Tomas —como se ve fácilmente leyendo el texto citado— no excluye enteramente que San Juan pueda volver al fin del mundo, con Enoc y Elías. Realmente, así piensan muchos. El gran jesuita Cornelio a Lápide relata: “Cuanto al hecho de que San Juan volverá y profetizará en el fin del mundo, graves Doctores de otrora e incluso de nuestro tiempo, opinaron en ese sentido” (In Apocalypsi, Prólogo). Y Cornelio a Lápide cita especialmente a San Hipólito, Ambrosio Catalino, Salmeron y Barradio.

Según estos doctores, San Juan, a ejemplo de Enoc y Elías, no habría muerto, conservaría su cuerpo mortal, y volvería para predicar contra el Anticristo, del cual sufriría el martirio. Con todo, por especial dispensa de Dios, gozaría ya de la visión beatífica (cf. id., ib.). De admitir esa hipótesis, San Juan tendría una relación estrecha con los dos Profetas del Antiguo Testamento.

El P. Martin Jugie A.A., Profesor del Ateneo Pontificio de Letrán, analiza exhaustivamente esa cuestión en su libro La mort et l’Assomption de la Sainte Vierge, publicado bajo la égida de la biblioteca Apostólica Vaticana, en la colección Studi e Testi, n. 114 (Ciudad del Vaticano, 1944, pp. 710 a 726), del que tomo los siguientes datos.

El P. Jugie observa inicialmente que “ciertos Padres y teólogos atribuían al Apóstol dilecto un destino ultraterrestre no siempre semejante, pero por lo menos análogo al de la Madre de Dios” (op. cit., p. 710). De ahí la razón de un apéndice, en un libro sobre la Asunción de Nuestra Señora, sobre el destino ulterior de San Juan Evangelista.

La muerte de San Juan —señala el P. Jugie— “está debidamente certificada por un número imponente de testimonios irrecusables, a partir del s. II” (op. cit., p. 711). Y el autor cita como tales una carta del Obispo de Efeso, Polícrates, al Papa Víctor I, y declaraciones de San Dionisio de Alejandría, Tertuliano, Eusebio de Cesárea, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo, el Papa San Celestino y los Padres del concilio de Éfeso (año 431). “No se trata —pondera el P. Jugie— de simples menciones al paso, como es el caso de no raras indicaciones sobre la muerte de María, que recogemos durante el mismo periodo. Son afirmaciones claras y directas del hecho de la muerte y de la existencia de la sepultura del Apóstol en Efeso” (op. cit., p. 711).

El hecho de la muerte y el sepulcro del Apóstol son tan conocidos que ni siquiera los apócrifos se apartan, en ese punto, de la historia auténtica.

No obstante, un autor católico, el pseudo-Prócoro [55], hacia el año 500, añade otro dato, que también aparece en varios apócrifos, según el cual, tras el entierro de San Juan, asistido apenas por un pequeño grupo de discípulos, los fieles de Éfeso forzaron a los testigos de su muerte a que les mostrasen la sepultura en donde San Juan mismo se había extendido y allí expirado. Abierta la sepultura, se verificó que el cuerpo había desaparecido. Este fue el punto de partida para todas las leyendas ulteriores respecto del destino póstumo del Apóstol.

Sería, sin embargo, precipitado apartar como risible cualquier hipótesis en ese sentido, si se considera que el mismo San Juan registra, en su Evangelio, algo del género. En efecto, habiendo aparecido a los discípulos Nuestro Señor Jesucristo, después de la resurrección, en las orillas del lago de Tiberíades, San Pedro le interrogó sobre el destino de San Juan. Y Nuestro Señor, queriendo hacer ver a San Pedro que su pregunta había sido indiscreta, le respondió: “Si Yo quiero que él permanezca hasta que Yo venga, ¿qué te importa? Tu sígueme” (Jo. XXI, 22). El evangelista —es decir, el mismo San Juan— añade: “Corrió pues el rumor entre los hermanos de que este discípulo no moriría. Sin embargo, Jesús no había dicho que él no moriría, sino: si Yo quiero que él se quede hasta que Yo venga, ¿qué te importa?” (Jo. XXI, 23).

Así, y pese a que la muerte de San Juan sea históricamente cierta, la leyenda sobre su inmortalidad encontraba raíces —insuficientes, es verdad— en la respuesta misteriosa dada por Nuestro Señor Jesucristo a San Pedro.

Desde el siglo IV, o tal vez antes, hubo quien pretendiese que el Apóstol no se habría muerto, sino simplemente dormido, y que este sueño se prolongaría hasta la vuelta de Nuestro Señor en el fin del mundo. Se daba como prueba una fina niebla blanca que exhalaba del fondo de su sepultura, y que parecía surtir al ritmo de la respiración humana. Esta niebla fue enseguida considerada milagrosa, curando varias enfermedades. La Iglesia bizantina instituyó una fiesta el día 8 de mayo para conmemorar ese prodigio (cf. op. cit., pp. 712, 713).

Con todo eso, descartada la leyenda del simple sueño en el sepulcro, que enseguida fue abandonada, se construyeron “cuatro hipótesis sobre la suerte final de San Juan, cuatro modos diferentes de asunción: 1º) La hipótesis de la inmortalidad gloriosa inmediata sin pasar por la muerte; 2º) la hipótesis de la inmortalidad provisional, a manera de Enoc y Elías: Juan no murió, vivirá hasta el fin del mundo y será muerto por el Anticristo con los dos testigos de que habla el Apocalipsis; 3º) la hipótesis de la resurrección gloriosa anticipada y de la entrada en el Cielo en cuerpo y alma; 4º) en fin la teoría de la doble asunción (el alma fue llevada al Cielo, el cuerpo incorrupto fue transportado para algún lugar desconocido, a espera de la resurrección general)” (op. cit., p. 714).

● Partidarios de la 1ª hipótesis (asunción gloriosa inmediata): Hipólito de Tebas, pseudo-Beda, Orderico Vital y Ambrosio Catalino. Este último, sin embargo, adopta una opinión singular, que ya sirve de transición para la segunda hipótesis: “Juan no murió; no duerme en el sepulcro; mas vive en el paraíso terrestre con Enoc y Elías. Con ellos goza ya de la visión beatífica, pero su cuerpo todavía no está glorificado, porque él debe morir al fin de los tiempos, como sus dos compañeros. Los tres serán muertos por el Anticristo, Enoc representando la ley natural, Elías la ley mosaica, Juan la ley de la gracia” (op. cit., p. 715).

● Partidarios de la 2ª hipótesis (inmortalidad provisional sin visión beatifica): el pseudo-Hipólito, el pseudo-Doroteo de Tiro, Efrén de Antioquía, Andrés de Cesárea, San Juan Damasceno, Simón el Metafraste, Agápio, Miguel Glykas, Jorge de Trebizonda; y en el mismo sentido habla claramente San Francisco de Sales en varios sermones. Por ejemplo: “Es verdad que la Escritura nos enseña, en términos generales, que todos los hombres mueren y que no hay uno que esté exento de la muerte; pero no dice que todos los hombres están muertos, ni que todos los que vivieron ya murieron; por el contrario, exceptúa algunos, como Elías, que, sin morir, fue transportado por un carro de fuego; y Enoc, que fue arrebatado por Nuestro Señor antes de sufrir la muerte; e incluso San Juan Evangelista, como yo pienso es lo más probable, según la palabra de Dios (Jo. XXI, 22)” (Oeuvres de Saint François de Sales, ed. Annency, tomo VII, p. 442 — apud Martin Jugie, A. A., op. cit., p. 719).

Los autores que adoptan esta posición se basan en una razón de conveniencia: es necesario que, en el fin del mundo, Jesucristo no sólo reciba el testimonio de la ley natural y de la ley mosaica, representadas respectivamente por Enoc y Elías, sino también de la ley de la gracia, de la que San Juan será el prototipo” (op. cit., p. 716).

● Partidarios de la 3ª hipótesis (muerte y resurrección gloriosa): Nicetas David, Nicéforas Blemides, Nicéforas Calixto Xantopoulos, Cirilo Lucaris, Pascasio Radberto, San Fulberto de Chartres, San Pedro Damian, Hugo de San Victor, Santo Tomás de Aquino, San Alberto Magno, Nicolás de Lyra, Tomás de Argentina.

“Esta hipótesis —observa el P. Jugie— es la más verosímil, porque no contradice, antes supone el hecho histórico de la muerte” (op. cit., p. 719).

Varios de los autores citados admiten esta hipótesis apenas como creencia piadosa (ut pie creditur). San Buenaventura sin embargo la declara sin fundamento, y Dionisio el Cartujano incierta.

En el período moderno, raros son los teólogos latinos que todavía la presentan como una creencia fundada. La mayoría sigue la opinión de San Buenaventura y de Dionisio el Cartujano. Así: Suárez, Noel Alexandre y Jacinto Serry (cf. op. cit., pp. 723-724).

De todas formas, la hipótesis de la muerte y de la resurrección gloriosa no impide, según Nicéforas Blémides, que San Juan Evangelista sea el “tercer testigo de Cristo, que se unirá a Enoc y a Elías para combatir al Anticristo; pero mientras que Enoc y Elías serán muertos por éste último, él, con su cuerpo glorioso, escapará del furor del Anticristo, y aguardará así la manifestación del Señor” (op. cit., p. 720).

● Partidarios de la 4ª hipótesis (simple incorrupción del cuerpo con o sin translado a un lugar desconocido): ciertos teólogos bizantinos, San Teodoro Estudita, Abelardo, Hildebrando de Tours, Raul Ardiente.

*   *   *

Por lo tanto, aunque vaya tomando firmeza en la Iglesia latina una cierta tendencia a rechazar esas hipótesis, la cuestión no está cerrada (por lo menos cuanto a la tercera hipótesis), y es lícito pensar de uno u otro modo sobre la muerte, resurrección y futura misión de San Juan, bien como sobre sus relaciones con Enoc y Elías.

Concluyo, entonces, diciendo que no hay nada de heterodoxo en admitir que Elías esté en algún lugar en la Tierra; y no hay error contra la Fe en la hipótesis de que San Juan y San Elías tengan relaciones entre sí.

c) Si de tal lugar podrían provenir gracias a los hombres

Las gotas de agua que caen en la Tierra y alcanzan el corazón de los hombres deben ser consideradas en sentido simbólico, pues una gota de agua no puede penetrar en el corazón. Entonces serían gracias que vendrían a los hombres por intermedio de Elías.

Estas gracias también alcanzarían a algunos que están fuera de la Iglesia, con vistas a su conversión. Este es el efecto normal que un católico atribuiría a las gracias concedidas a los protestantes, al interpretar lo descrito en la visión referida.

*   *   *

Considerado, por lo tanto, en su sentido primero, en el trecho de las Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick, citado en el libro del Prof. Martini, nada hay de heterodoxo, ni es pésimo o ecuménico.

El Sr. F. podrá naturalmente alegar que ese trecho interpretado a la luz de la línea general de la obra, que es gnóstica, tiene un sentido gnóstico y ecuménico subyacente, que los iniciados y los especialistas pueden discernir. Pero esto no le autoriza a decir que la hipótesis de que San Elías y San Juan se encuentren en algún lugar de la Tierra —montaña o no— y desde ese lugar atraigan del Cielo gracias para los hombres, sea en sí mentirosa, gnóstica, pésima y ecuménica. Es perfectamente lícito conservar la hipótesis en su sentido católico obvio, rechazando categóricamente el sentido gnóstico y ecuménico subyacente. Eso fue lo que se hizo en la TFP, siguiendo el rastro de tantos Santos y teólogos que adoptaron posición análoga.

6. “Conclusiones descabelladas” a respecto del Doctor Plinio

Falta dar respuesta a la siguiente afirmación del Sr. F.: “Por cierto que fue esa visión de la Montaña de los Profetas lo que inspiró a algunos conclusiones descabelladas respecto de su ida para tal montaña” (Carta 82, p. 22).

Como refiere el P. Martin Jugie A.A., en el citado libro, los autores que admiten la vuelta de San Juan con Enoc y Elías se basan —según ya he indicado también— en razones de conveniencia. Es decir: “Conviene que San Juan aparezca al fin de los tiempos como precursor del Juez, para representar la ley evangélica, del mismo modo que Enoc y Elías representarán el periodo anterior a la ley de la gracia” (op. cit., p. 720 — nota 1).

Llevado por análogas razones de conveniencia, uno de sus discípulos, Dr. Plinio —este que le escribe— en el año 1966 conjeturó lo siguiente: una vez que Dios quiso tener por testigos, en la lucha contra el Anticristo, dos varones del Antiguo Testamento, uno representando las gracias anteriores al Diluvio y otro representando las gracias posteriores al Diluvio, y una vez que es admisible que San Juan también vuelva al mundo, para representar las gracias del Nuevo Testamento, si hubiese otro castigo para la humanidad en tales proporciones que pudiese ser comparado a un Diluvio, se podría admitir la hipótesis —basada en análogas razones de conveniencia— de que hubiese un varón más que representase las gracias de esa nueva era. Como entre nosotros se tiene como cierto que —según las previsiones de Nuestra Señora en Fátima— Dios castigará al mundo en proporciones universales, y que tal castigo ya ha sido comparado por Santos (por ejemplo San Luis Grignion de Montfort) a un diluvio de fuego, éste su discípulo juzgó que sería admisible la hipótesis de que Vd., Dr. Plinio, que viene desempeñando un papel impar en la lucha contra la Revolución, fuese tal representante.

De todas formas, esta fue una conjetura que hice con carácter particular, y sobre la que, naturalmente hablé con otros, pero que en ninguna forma tuvo acogida en la generalidad, y ni siquiera en ponderable parcela de la TFP. Se habló sobre esto como sobre otros mil asuntos, y sería necesaria toda la malevolencia del Sr. F. para asestar el telescopio sobre ese grano de polvo, procurando verlo con el tamaño de un astro...

Alguien podrá sentirse sorprendido con la hipótesis que levanto, considerando que no hay proporción entre perspectiva tan grandiosa y la misión que le compete a Vd., Dr. Plinio, en esta lucha de nuestros días contra las huestes revolucionarias. Respondo que esa es una cuestión de apreciación personal, en que es lícito a cada cual juzgar honestamente de acuerdo con los datos que posee. Lo que interesa es saber si esa perspectiva está de acuerdo con la ortodoxia y la Doctrina Católica o no, pues eso es lo que está en juego, y no si la hipótesis es extravagante o inverosímil. Y por los datos que he presentado, la conjetura —no pasa de una conjetura— es enteramente aceptable en términos de Doctrina Católica. Por lo tanto, no cabe argüir heterodoxia a quien la levantó, o a quienes la consideraron con simpatía o simplemente con benevolencia.

Así respondo que la afirmación del autor de las cartas es falsa en lo que no es excesiva, pues:

a) no se trata de una “conclusión”, sino de una simple conjetura;

b) hay visible exageración en tachar de “descabellada” una conjetura inspirada en hipótesis análogas admitidas por los teólogos, conjetura exteriorizada en un círculo íntimo, sin ninguna pretensión de presentarla ni siquiera como opinión personal firme;

c) no está basada en la visión del Monte de los Profetas de Ana Catalina Emmerick, sino en razones de conveniencia que no están allí referidas ni insinuadas.

7. “La judaica silla de Elías”

Entre “tantas otras cosas … para condenar y corregir” el autor de las cartas señala “la judaica silla de Elías colocada en el Eremo de Elías (silla usada por los judíos en ceremonia exclusivamente judaica)” (Carta 83, p. 24).

En primer lugar debo decir que lo que existe en el Eremo de Elías, en homenaje al Profeta del Antiguo Testamento, no es una silla, sino un trono. Y tal trono es copia fiel, y con un tamaño un poco ampliado, del trono del Papa San Gregorio Magno, que existe en Roma, en la Chiesa di San Gregorio. La simple comparación de las fotografías del trono del Santo Pontífice que existen en álbumes o revistas, o las que fueron sacadas in loco por dos insignes cooperadores de la TFP, D. Nelson Fragelli y D. Paulo Henrique Chaves, con la copia que se encuentra en el parque del Eremo de Elías, revela la escrupulosa fidelidad de la copia. El trono de Elías profeta, al contrario de las sillas, está esculpido en piedra, y su peso es de aproximadamente 850 kg.

En segundo lugar, señalo que ese trono está puesto no en una sinagoga, ni junto a alguna mesa en casa de judíos, sino en pleno aire libre, en el parque de una casa, y por eso no puede hacer parte de ninguna ceremonia judaica. En efecto, sólo existen dos fiestas en la religión israelita que prevén un lugar vacío en homenaje a Elías. Una es la ceremonia de la circuncisión, realizada en la sinagoga, en donde existe un banco con dos lugares: el asiento de la derecha está reservado para Elías y el de la izquierda es ocupado por el padrino del niño que será circuncidado. Y la otra ceremonia se realiza en las casas de los israelitas, en la noche del Pessah. Toda la familia se sienta alrededor de una mesa para celebrar la primera liberación de Israel de manos del Faraón. En esa mesa se reserva una silla y un vaso de vino para el Profeta Elías. Estos datos se encuentran en el libro Elie, le Prophete (Etudes Carmelitaines, Desclée de Brower, Bruges, 1956, tomo II, pp. 252 y 254).

Por el contrario, tal copia del trono del gran Papa batallador fue dedicado al Profeta Elías, patrono del Eremo y arquetipo de todos los apóstoles batalladores, como símbolo de una oración continua, pidiéndole que consiga de Nuestra Señora la abreviación de los presentes días, y que libre a la Iglesia Católica y a la civilización cristiana de la Revolución gnóstica e igualitaria, de la que la judeo-masonería es el agente principal.

Además el trono —según lo planeado— estará al lado de una imagen de Nuestra Señora, todavía por concluir, lo que es visceralmente contrario al judaísmo, que no cree en el Verbo Encarnado ni en Nuestra Señora, Madre de Dios. Tal imagen, que ha venido siendo modelada en arcilla a lo largo de estos dos últimos años, tiene su modelo prácticamente listo, faltando un pequeño retoque en el rostro. Es copia de la imagen de Nuestra Señora estampada en la portada del n° 100 de “Catolicismo”, en donde salió a luz el libro “Revolución y Contra-Revolución”. Listo el modelo, la imagen será realizada en polvo de mármol. Tal imagen reposará sobre una columna de piedra que también ha venido siendo esculpida pari passu con la imagen. El modelo de arcilla de la imagen, y la escultura de la columna se encuentran en el Eremo de Elías, siendo trabajadas por el Sr. Siqueira Campos. Están a disposición de quien quiera verlas.

En tercer lugar digo que no es homenaje exclusivo de los judíos el dedicar un trono a algún personaje ausente a quien se quiera honrar. Es prueba de eso la enseñanza de la Sagrada Escritura, según la cual Dios preparó tronos en el Cielo para que fuesen ocupados por los predestinados (Ap. III, 21). Si para todos los predestinados, por lo menos en el sentido metafórico de la palabra, hay un trono celeste, a fortiori para Elías habrá uno. Residiendo Elías en algún lugar que no sea el Cielo, en cualquier caso en el Cielo está su trono vacío esperando que sea ocupado. Por analogía, pues, los miembros del Eremo de Elías quisieron homenajear con un trono evocativo al gran Profeta que, como es tradición firmemente establecida en la Iglesia, vendrá a esta Tierra para continuar su misión. Así, él tiene en el Cielo, a donde irá, el trono que Dios le preparó; y en la Tierra, que todavía ha de visitar, por lo menos un trono que en la TFP existe.

Por lo tanto concluyo diciendo que la acusación del autor de las cartas es falsa, pues, ni el trono del Eremo de Elías es silla, ni es posible —por razones de Fe y por razones prácticas— realizar en él alguna ceremonia judaica, ni dedicar trono a ausentes es homenaje exclusivamente judaico.

Ahora véase la coherencia de la posición del autor de las cartas. Hace poco él se sublevaba contra la veneración a Dª Lucilia porque no era canonizada. Ahora él se subleva contra el homenaje al Santo Profeta Elías, cuyo culto público está aceptado por la Iglesia.

Entonces, por parte del Sr. F. solamente hay una búsqueda de cualquier pretexto para detractar a la TFP y procurar crear a su alrededor una atmósfera de misterio.

8. Las restricciones mentales

Dice el autor de las cartas: “Si la simulación llega a tal grado, entonces se comprende por qué se defiende tanto la licitud de las restricciones mentales” (Carta 83, p. 22). Y más adelante: “Las restricciones mentales (mentiras desvergonzadas) ...” (ídem, p. 24 ‘mentiras deslavadas’ en portugués).

El Sr. F. se hace nuevamente eco de una acusación que ya constaba en el Rapport francés de 1979.

El asunto de las restricciones mentales está debidamente analizado en la correspondiente Réfutation (pp. 155 a 158), publicada por la TFP francesa. En ella se dice, sobre la restricción mental:

“Como método habitual de acción no la consideramos legítima, ad instar de todos los moralistas católicos. Como recurso excepcional, en atención a una contingencia también excepcional, la restricción mental puede ser utilizada. Y puede incluso constituir un acto de caridad, si se trata de no decir directamente a una persona algo que le haría mal, aunque sea verdad. ...

“Otras hipótesis en que los moralistas admiten la restricción mental son la de legítima defensa latu sensu (defensa de la vida, de la honra, de la reputación, etc.), bien como cuando la manifestación de la verdad acarrearía un mal mayor que el no manifestarla” (op. cit., pp. 156-157).

Se ve, por el conjunto de las cartas del Sr. F., y de lo que hasta aquí he analizado, que el autor de las cartas, y sus informantes, procuraron en la TFP, de todas las maneras, extraer datos que pudiesen ser mal interpretados. Como consecuencia las muchas preguntas suyas y de algunos de sus raros seguidores, probablemente eran respondidas con restricciones mentales. Así se salvaba la caridad evitando un recusar categórico, pero también se defendía la TFP contra la obvia mala intención de los que preguntaban.

Usar con el Sr. F., y sus agentes, evasivas y restricciones mentales, según los moralistas, sería, en tal caso, el ejercicio del derecho de legítima defensa.

Entonces, se concluye que no hay nada contrario a la Moral en el uso, en tesis, de la restricción mental, y tampoco en que algunas personas de la TFP hayan aplicado, en relación al autor de las cartas, restricciones mentales. Y —se concluye— es falso que las restricciones mentales revertiesen en mentira.

9. La práctica del “subrayado”

Este asunto es un ejemplo remarcable de lo malévolo y deformante de tantas de las interpretaciones del Sr. F. Según él, el “subrayado” es una técnica utilizada para ocultar el verdadero objetivo de la TFP, que no sería dar gloria a Dios y a Nuestra Señora, sino glorificar a su fundador...

Y también para velar el verdadero sentido que, en función de esto, es dado a muchas frases, en la vida cotidiana de la TFP (Carta 83, pp. 22, 23 y 24).

La realidad es otra muy distinta, y varias razones de diversa índole contribuyeron para que naciese, en la TFP, la práctica del “subrayado” que, como se verá, no tiene nada de esotérico ni de contrario a la Doctrina Católica.

A. Usted, dr. Plinio, cuando hace algo más notable en la dirección de la TFP, por modestia, evita referirse a sí mismo, y atribuye a la entidad como un todo lo que sobre todo o exclusivamente se le debe a Vd. Por eso utiliza expresiones como: “el libro de la TFP”, “el manifiesto de la TFP”, “la acción de la TFP”, “nosotros de la TFP”, etc.

En las reuniones de “Praesto Sum”, los domingos, el dirigente de la reunión, al recapitular las actividades de la TFP durante la semana, hacía notar que la mayoría de las veces el “nosotros” y la “TFP”, en esas expresiones, sólo eran aplicables en justicia, tantas y tantas veces, a Vd., el verdadero y máximo autor de aquellas obras o acciones. En determinado momento, el dirigente de la reunión, pasó a decir: “Entiendan que el ‘nosotros’ aquí está subrayado”. Los oyentes entendían y sonreían.

De ahí el difundirse la costumbre, en las reuniones de la TFP, de llamar la atención uno a otro sobre esta o aquella frase, diciéndole: “subraye eso”. Es decir, aplique esa frase al propio Dr. Plinio.

Nada más justo, pues en conciencia, los socios y cooperadores de la TFP deben atribuirle a Vd., Dr. Plinio, lo que de hecho tiene a Vd. por autor. Es un asunto de justicia, una de las virtudes cardinales, según nos enseña el catecismo de la Doctrina Católica.

B. Con el tiempo, y con la elasticidad de lenguaje tan característica al espíritu brasileño, el “subrayado” pasó a ser practicado en relación a otras frases, que, analógicamente, podían aplicársele a Vd. De ese modo, de un “subrayado” strictu sensu, se pasó a un subrayado analógico, que tampoco tiene nada de opuesto a la Doctrina Católica.

Así, cuando Vd. hacía el elogio de algún Santo, resaltando tal o cual virtud, los oyentes “subrayaban” la frase, es decir, procuraban ver cómo esa virtud también es practicada por Vd. Que los discípulos consideren y admiren la virtud de sus maestros, viendo en ellos imitadores de los Santos, es práctica perfectamente justa y recomendada por la Iglesia, para el progreso en la vida espiritual.

¿Será legítimo considerar, en la vida de los Santos y Justos de esta tierra, la semejanza de sus virtudes con la virtud divina de Nuestro Señor Jesucristo, o con las virtudes excelsas de la Madre de Dios? Nada más legítimo, pues toda virtud sólo lo es en la medida en que participe de la virtud de nuestro Salvador y Redentor.

¿Será legítimo también considerar aplicables analógicamente a los Santos, frases que Nuestro Señor dijo de Sí mismo? Tampoco lo impide nada, pues fue el mismo Hijo de Dios quien dijo: “El discípulo no es mayor que el Maestro; así como Me persiguieron, os perseguirán también a vosotros” (Jo. XV, 20). Por eso exclamó con razón Tertuliano: “Christianus alter Christus

De ahí la práctica de hacer esas aplicaciones analógicas, de trechos de la vida de Nuestro Señor o de Nuestra Señora, a Vd., Dr. Plinio.

Porque no se le ocurrió a nadie hacer tales aplicaciones al autor de las cartas —que desgraciadamente, hace tiempo dejó de ser miembro ejemplar de la TFP— él, cargado de resentimientos y prejuicios, ve en la práctica del “subrayado” sentidos sibilinos que absolutamente no existen.

C. La práctica del “subrayado” ofrece todavía un interés desde el punto de vista de la formación de los más jóvenes.

En efecto, su persona, Dr. Plinio, ha sido objeto, hace décadas, de una campaña continua por parte de nuestros adversarios. Esa campaña se ejerce de dos formas. Por un lado, campaña de silencio continuo en casi todos nuestros órganos publicitarios. Cuando ese silencio se hace insustentable, se organiza una campaña de difamación de la TFP, de forma que le alcance explícita o implícitamente a Vd.

Ahora bien, es importante, para la formación de los cooperadores más recientes, proporcionarles los elementos para que no acaben siendo perjudicados, en su formación, por esa doble campaña. Y eso sólo se puede conseguir mostrándoles cuán infundada es esa campaña, y como la dirección de la TFP está en manos moral e intelectualmente idóneas y operacionalmente competentes. Esta conveniencia está presente en la acción informativa y formativa dirigida, y en larga medida llevada a cabo personalmente, por un antiguo alumno del Sr. F., el Sr. João Clá Dias, cuyo espíritu profundamente religioso, jovial y comprensivo se manifiesta sobretodo en las reuniones del Eremo “Praesto Sum”.

Razón suficiente para provocar las iras del Sr. F.

10. La finalidad “externa” de la TFP: combatir el comunismo

Siempre en busca de hechos o dichos que justifiquen la tesis de que la TFP encubre una finalidad oculta, el Sr. F. piensa haber encontrado un argumento decisivo en la frase de un destacado director de la TFP: “el combate al comunismo es la razón de ser externa de la TFP” (Carta 83, p. 23 — subrayado mío). Y el autor de las cartas añade: “Quien dijo esa enormidad no fue un ‘enjolras’. Fue el Sr. D. Paulo Corrêa de Brito Filho, miembro del Consejo Nacional y encargado del Servicio de Prensa de la TFP” (id., ib.).

Es manifiesto que tal frase fue utilizada en una conversación corriente y, por lo tanto, con la medida de imprecisión que es natural e incluso humano encontrar en muchas expresiones del lenguaje de todos los días.

La frase en cuestión puede tener varias interpretaciones benévolas obvias. Pero el Sr. F. tomó enseguida, como indiscutible, la interpretación malévola, que, de manera curiosa, ni siquiera se da el trabajo de explicitar. Ya he mostrado que ese sistema de acusaciones no explícitas hace parte del método con que el Sr. F. monta su libelo.

Como sistema de acusación es lo menos idóneo que se pueda imaginar: primero, admitir el principio de que las palabras de la conversación corriente deban ser interpretadas con un rigor absoluto; segundo, partir de ahí para una conclusión tan enorme como las que el Sr. F. saca en sus cartas.

Pese a la falta de idoneidad del método, paso a analizar la frase en sí, para mostrar que su sentido normal y primero no es el que el Sr. F. le atribuye.

Afirmar que la razón de ser externa de la TFP es el combate al comunismo, obviamente conlleva el admitir que también hay una razón de ser interna. Pues lo contrario de externo es interno.

Siendo los socios y cooperadores de la TFP católicos, no pueden dejar de tener como finalidad precipua de sus vidas la salvación de las propias almas. Llamados por la Providencia a luchar en pro de la Iglesia y de la civilización cristiana de modo genérico, y de modo especial contra el socialismo y el comunismo, los socios y cooperadores de la TFP están conscientes de que esa lucha produce un doble fruto: —uno, totalmente interior, que es la santificación, alcanzada por el cumplimiento de la voluntad de Dios;— y otro, que es el efecto exterior de su acción, el perjuicio que provocan en el socialismo y en el comunismo. Esos frutos tienen conexión entre sí, pero son distintos.

Por razones publicitarias fáciles de entender, los estatutos de la TFP y sus obras hablan al público tan sólo del segundo fruto, único que al público interesa. De ahí la muy natural explicación de la frase del Prof. D. Paulo Corrêa de Brito Filho.

De la autenticidad de la acción “externa” de la TFP el Sr. F. está perfectamente consciente. Tanto que, al advertir, en su carta de ruptura, que no se deberían entender sus palabras como una amenaza de estruendo publicitario —el cual, según él imagina, podría destruir la entidad— añade a continuación, a guisa de justificación: “Destruir hoy en día la TFP sería dar la victoria al comunismo en Brasil” (Carta 83, p. 24 — frase subrayada en el original). Reconoce, pues, que el gran enemigo que Brasil tiene que enfrentar, y contra el cual la TFP representa una barrera, es el comunismo.

Séame permitida una observación colateral: ¿cómo podría Dios bendecir el apostolado externo de la TFP, hasta el punto que represente una barrera ante el comunismo —como reconoce el autor de las cartas— si la verdadera finalidad fuese otra, clandestina, inconfesable, oculta?

El Sr. F. debe estar girando en un torbellino de confusión, para que los conceptos tan claros se barajasen de tal manera en su mente.

11. “Culto orquestado”

— “Las frases subrayadas de las proclamaciones, saludadas por ‘ohs’ frenéticos, ¿qué sentido tienen?” (Carta 83, p. 22).

— “¡Cuántas cosas para mudar! Los ‘ohs’... claque orquestada, ... claque subrayadora e indigna de un auditorio contra-revolucionario, que nos reduce al nivel de asamblea de estudiantes democráticos. ‘Ohs’ que transformaron nuestras reuniones en algo semejante a los ‘rollos’ y ‘ultreyas’ cursillistas o a reuniones de auditorio de televisión, donde ni siquiera faltan ‘olés’“ (Carta 83, pp. 24-25).

— “El hecho de que ahora se grite ‘oh’ cuando Vd. dice algo sublime, o cuando Vd. dice que mañana es el día de después de hoy, no compensa la desgracia de substituir a Nuestra Señora por quienquiera que sea” (Carta 83, pp. 25-26).

— Esta sería la última “prueba” de que Vd. habría cambiado “la gloria de paladín de la Iglesia y caballero de Nuestra Señora por un falso prestigio de un culto absurdo” (Carta 83, p. 22).

— El Sr. F. termina con un llamamiento: “No permita que toda nuestra causa sea arruinada por un culto orquestado, y por sus tesis delirantes. No permita ese ‘pecado inmenso’” (Carta 83, p. 26).

El uso generalizado de los “ohs” probaría, por lo tanto, que hay en la TFP culto a Vd., que este culto es “absurdo”, y constituye un “pecado inmenso”

Analizo.

A. Los ‘ohs’ son exclamaciones admirativas dirigidas a quien habla, o a propósito de lo que se habla.

Si las exclamaciones se refieren a lo que se habla, desde luego queda descartada la cuestión de culto, y no es necesario examinar la hipótesis.

Si van dirigidas a quien habla, en la lógica del autor de las cartas, se dirá que hay culto no sólo a Vd., sino también a otras personas. Pues, en las reuniones que el Sr. João Clá hace en  el “Praesto Sum” son saludadas con “ohs”; en su ausencia el Sr. Wellington Silva Dias las conduce y son saludadas con “ohs”;   D. Fernando Antúnez, frecuentemente es asediado por grupos de jóvenes que quieren noticias de los hechos de la vida cotidiana de Vd. y de la TFP, las cuales son recibidas por “ ohs”; también otros cooperadores de la TFP, que constituyen su asesoría personal, el Sr. Gugelmin, el Sr. Clarindo, el Sr. Amadeo son saludados por “ohs” cuando cuentan algo curioso o interesante, sea relativo a su persona, sea referente a la actuación de las diversas TFP. Por lo que sé, incluso entre los más jovencísimos, cuando uno cuenta a otro algo expresivo, normalmente se oye la exclamación “oh”. Ahora bien, sería absurdo ver en todos estos actos, un culto de dulía a esas personas.

Debe tenerse a la vista aquí lo expuesto en el Capítulo VI, acerca del significado verdadero que en el lenguaje de los moralistas tiene la expresión culto de dulía, refiriéndose tanto al culto religioso cuanto al civil: manifestación de reconocimiento de la excelencia relevante de alguien. Y no confundir ese significado —como hace el Sr. F.— con el sentido frecuente que la palabra “culto” tiene en el vocabulario cotidiano, es decir, el homenaje especial prestado por el fiel a quien ha muerto y se encuentra inundado por la gloria del Cielo, en la visión beatifica de Dios (de lo que es señal la inscripción en el catálogo de los Santos o Beatos, hecha por la Iglesia). Este último puede tener con el fiel un contacto enteramente espiritual, en que todo cuanto, de un modo o de otro, le haga conocer al alma del fiel es como que un mensaje divino.

El Sr. F. confunde y baraja estos conceptos:

a) si por culto de dulía se entiende el reconocimiento de la excelencia religiosa o cívica de algún pobre mortal que todavía peregrina en esta vida, sujeto a todos los riesgos y limitaciones que ésta puede ocasionar a cualquiera —pobre mortal que no tiene la visión beatifica, ni posee en si la gloria de los que habitan en el Cielo— ya mostré que el culto de dulía constituye un concepto tan vasto, que se equipara al reconocimiento de toda superioridad: hecho cotidiano en la vida terrena bien ordenada, y que se ejerce dentro de la TFP, en los debidas proporciones, no sólo con relación a Vd., sino también con relación a otros que sobresalen por su dedicación, por su saber, o por su actuación;

b) Si a la dulía se le da sólo el significado popular y corriente de la palabra, entonces afirmo que sería absurdo considerar los “!ohs!”, tan caseros y triviales, como expresión de culto de dulía.

B. Y si el “oh” fuese en sí expresión de culto a la persona que habla, ¿cómo explicaría el autor de las cartas que los jóvenes no dicen apenas “oh”, sino que suelen usar otras exclamaciones? Es frecuente, por ejemplo, cuando una esperanza se frustra, que digan “!ah!”. O cuando es descrita una cosa errónea, que digan “!ih!”. Y cuando disciernen una maniobra peligrosa del adversario, exclamen “!eh!”. Y cosas del género. Así, durante sus reuniones, Dr. Plinio, es frecuente el uso no sólo del “oh” admirativo, sino también del “!ah!” desolado, del “!ih!” restrictivo y del “eh” cauteloso. Todas estas exclamaciones que, por cierto, se alternan con algún desorden son características de su generación, cuya dificultad de expresión verbal es notoria, y objeto de estudio de los especialistas en todo el mundo. Entonces, por la lógica del autor de las cartas, todas esas exclamaciones tendrían a Vd. por objeto, lo que ni de lejos reflejaría culto...

La acusación de culto, con base en la exclamación “oh”, levantada por el Sr. F. padece, por lo tanto, de radical falta de coherencia interna, motivo por el cual se deshace solamente al desenvolverla, evitando a quien responde el pequeño trabajo de refutarla.

C. Tras el aserto, el autor de las cartas se imagina en la posición de crítico de ambientes. Y suponiendo poseer el sentido del decoro y del respeto, lo que habría economizado avaramente en la redacción de sus tres cartas, exclama: “Claque ... indigna de un auditorio contra-revolucionario, que nos reduce al nivel de asamblea de estudiantes democráticos”.

Examino el fondo del abismo que el autor de las cartas señala con horror: asamblea de estudiantes democráticos. Los estudiantes universitarios siempre constituyeron un medio, un ambiente, una corporación que, por algunos aspectos, se puede legítimamente llamar democrática. Sus componentes provenían, en la mayor parte de los casos, de estratos sociales no aristocráticos, los cuales constituían uno de los aspectos más pintorescos y llenos de vida de la sociedad orgánica.

Por lo tanto se ve que, bajo este ángulo, estudiantes y democráticos son, en el presente tema, vocablos hasta cierto punto redundantes. Y la expresión “estudiantes democráticos” es, para efectos prácticos, casi sinónimo de estudiantes.

Se llega entonces, en el pensamiento del autor de las cartas, al cúmulo de la degradación: el nivel de una asamblea de estudiantes. Ahora bien, como en la TFP la mayoría de los cooperadores está constituida por la adición de estudiantes universitarios, secundarios, jóvenes oficinistas y trabajadores, ¿qué mal hay en tener el nivel de estudiantes? ¿querría el autor de las cartas que gente de origen simple, del pueblo, empezase a tomar aires nobiliárquicos, para que se tuviese una asamblea de estudiantes aristocráticos?

Se ve, pues, que no hay ningún mal en que en las reuniones hechas para ellos, los más jóvenes tomen el aire de lo que son, es decir, estudiantes. Y en las reuniones de los más antiguos, a las que buen número de los más jóvenes tiene acceso, cabría a la Presidencia de la TFP y al Consejo Nacional, y después al conjunto de los más antiguos el opinar sobre el comportamiento de los más jóvenes. Ahora bien, en tales reuniones Vd., Dr. Plinio, o el Consejo Nacional o los más antiguos, ven con simpatía la manifestación de los más jóvenes... incluso cuando su vivacidad les estorba. ¿Quién sería entonces el “nos” en cuyo nombre habla el autor de las cartas?

Ahora véase la contradicción. El Sr. F. durante años tuvo una conducta, en relación con los miembros del grupo que dirigía dentro de la TFP, que consistía en favorecer grandes algazaras, jolgorios, cantes, noches de cervecería. Infundía también en los miembros más recientes su admiración por los piratas de los siglos XVII y XVIII, en cuyo honor, por cierto, dedicó un restaurante interno. Todo eso lo explicaba como una necesidad de la vitalidad de los jóvenes. Todo eso fue tomado por Vd. y por los más antiguos no sin precauciones, sin duda, pero también con una simpatía que, en los casos más agudos, llegaba a una benigna tolerancia. ¿Por qué ahora lo mismo no se explicaría como una necesidad de la vitalidad popular? ¿por qué ahora lo mismo no se aplicaría a los más jóvenes, provenientes en general de los mismos estratos humildes de la sociedad?

Tanto más cuanto que —es importante notarlo— mientras en los ambientes constituidos alrededor del Sr. F. la nota dominante era de broma y chiste, actualmente la seriedad de los temas, su lógico desarrollo y las consecuencias que se sacan confieren a nuestras reuniones una seriedad que sólo a los ojos de un observador muy superficial podría ser empañada por los “ohs” y análogas exclamaciones.

12. Conclusión de la Sección III

Del análisis serio de once acusaciones sueltas del autor de las cartas se concluye que una es vaga e insusceptible de ser refutada: “Habría en la TFP cosas por encima del Credo y del Evangelio”. Y las diez restantes son falsas, a saber: que en la TFP se teme el peligro de la “sombra” que se le haga a Vd.; que se consideraría superflua y perjudicial la lectura de los periódicos; que sólo es importante estudiar su vida, Dr. Plinio; que sería gnóstico el Monte de los Profetas como está en el libro del Prof. Martini; que se ha llegado, en la TFP, a la “conclusión descabellada” de que Vd. será reservado para volver al fin del mundo, con Enoc y Elías; que el trono reservado para el profeta Elías sería judaico; que el uso indebido de las restricciones mentales lleva a las personas de la TFP a la práctica de la mentira; que el “subrayado” de lo que Vd. dice en las reuniones revela culto; que la finalidad externa de la TFP, que es combatir el comunismo, encubre una finalidad oculta; que el uso de las exclamaciones “ohs” revela culto.

Por lo tanto no hubo verdad en ninguna de las acusaciones de esta Sección III.

13. Conclusión final

Una vez vistas las tres secciones de esta carta, se nota sin dificultad que no hubo verdad en las acusaciones del Sr. F., sea considerándolas en su núcleo central, sea en las acusaciones sueltas.

 

Palabras finales

1. Se pregunta de qué vale una acusación, como la del Sr. F., diciendo que Vd. y la TFP no son católicos, cuando no hay verdad en su objeto, en la que las pruebas son inexistentes o falsas, los testigos en general anónimos, en que no hay idoneidad intelectual en el acusador, ni exención de interés, ni libertad de ánimo. Es difícil, es imposible no concluir que no vale absolutamente nada.

Y, padeciendo del mal de la completa ausencia de verdad y de total inidoneidad, la acusación del Sr. F deja los páramos en que habitan los asuntos serios y se precipita en el pantano de la detracción. Por carencia de verdad en el objeto, como también por falta de pruebas y de testigos en la demostración, es fallida como acusación; y por falta de idoneidad del denunciante es igualmente fallida como denuncia; ni siquiera llega a ser una adecuada queja particular, por falta de desinterés personal y libertad de ánimo. Es, por lo tanto, pura detracción.

2. El único valor positivo que trajo el “affaire F.” fue, por exclusión, la prueba de la inocencia de Vd. y de la TFP, en lo tocante a la acusación de que no son católicos. La consonancia con los principios y las costumbres de la Iglesia se manifestó no sólo en lo que era de su conocimiento, Dr. Plinio, y que de hecho representa su pensamiento, sino incluso en lo que hubo de inexperiencia en una u otra práctica u opinión de algunos socios o cooperadores de la TFP.

Si para hacer tales detracciones, a guisa de acusaciones, fueron necesarios 30 años de observaciones e investigaciones del Sr. F. y de sus informantes, se puede con justicia dar gracias a Dios y a Nuestra Señora que hicieron hubiese en Vd. y en la TFP tal ortodoxia y consonancia con el espíritu de la Iglesia. Y, realmente, Vd. merece el honroso elogio que la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades le hizo a su obra en carta del 2 de diciembre de 1964, firmada por los Cardenales Pizzardo y Staffa: “eco fidelísimo de los Documentos del Supremo Magisterio de la Iglesia”.

Aquí, Dr. Plinio, llegó al término mi análisis, que todo el tiempo procuró la objetividad de los hechos, la claridad de los conceptos y la defensa de la verdad. Defendiendo la verdad, su honor está salvaguardado. Y la acusación revierte en glorificación de su obra, verdaderamente impar en los días de hoy.

*   *   *

Reitero, al final de este trabajo, mi propósito de desagraviar su buen nombre, Dr. Plinio, y también el de la querida y tan respetable Dª Lucilia.

Reciba, le ruego, el pequeño homenaje del esfuerzo de un mes de estudios, como el más elemental deber de justicia que yo podría prestarle.

Y aquí dejo la esperanza

que cuando tiempo fuere, y en mejor modo

ha de oírme por vos, Señor, el mundo todo” [56].

Aquel que mucho se honra en poder ser llamado su hijo

In Jesu et Maria

Atila Sinke Guimarães

 

 


NOTAS

[1]  Antes de constituirse jurídicamente como Sociedad, con la fundación de la TFP, los colaboradores del profesor Plinio Corrêa de Oliveira se congregaban alrededor del semanario “Legionario” y, posteriormente, de la revista mensual “Catolicismo”. De ahí las expresiones “Grupo del Legionario” y “Grupo de Catolicismo”, o simplemente “Grupo”, que todavía se usa hoy, a veces, en la TFP, para designar a la entidad.

[2]  Palabra nacida de una coincidencia fortuita, y que no tiene nada que ver con el personaje de la novela Los Miserables de Victor Hugo. Designa, en la TFP, como comentario gracioso, a los más jóvenes cooperadores de la entidad.

[3]  En algunas sedes de la TFP se introdujo - por deseo de los socios o cooperadores que allí vivían o trabajaban - un régimen de silencio en las horas que no fuesen de reunión o recreo, con la intención de obtener un clima de recogimiento propicio para el trabajo o el estudio.

El primero que sugirió ese sistema fue el añorado miembro del Consejo Nacional de la TFP, Fabio Vidigal Xavier da Silveira, fallecido en 1971. Algunos años antes de su muerte, el Dr. Fabio había visitado el célebre Eremo delle carcere, lugar de recogimiento perfumado por la presencia sobrenatural de San Francisco de Asís, que lo construyó. El recuerdo del Eremo de San Francisco entusiasmaba al Dr. Fabio. Y su imaginativa vivacidad brasileña transpuso enseguida la palabra italiana para la sede del sector de la TFP que dirigía.

El nombre colocado por el Dr. Fabio fue recibido con simpatía general en la TFP. Y de modo natural, surgieron enseguida otros Eremos . Y así fue institucionalizándose ese régimen de silencio, trabajo y estudio en común.

En realidad, los Eremos no son más que sedes de estudio o trabajo en las que se requiere mayor concentración de espíritu, o simplemente se tiene en vista un mejor aprovechamiento de la acción. Pues los Eremos se revelaron altamente eficaces como factor de profundización intelectual y rendimiento en los trabajos. Por extensión, son llamados eremitas los que viven en los Eremos.

El Eremo Praesto Sum, al cual serán hechas varias referencias en este trabajo, está situado en uno de los barrios de S. Paulo, y en él se realizan, los domingos, las reuniones de formación para los más jóvenes de la TFP.

Las palabras “praesto sum” (que quieren decir: “estoy a la orden”) son del Profeta Samuel, que así respondió a la interpelación del Sumo Pontífice Heli (I Reg. 3, 16). Indican la disposición que tiene el socio o cooperador de la TFP para dedicarse con celeridad a la causa de la civilización cristiana.

[4] Según una carta de D. Wagner Zucchi a Vd., Dr. Plinio, el Sr. Ferrand de Almeida le habría dicho a D. Carlos Alberto Carvalho que se había tomado cierta medida (el cierre de una sala) para impedir que, en ella, el Sr. F. tomase notas clandestinamente de las Reuniones de Recortes de la TFP. El Sr. Ferrand de Almeida niega categóricamente que haya tenido ninguna conversación, con quienquiera que sea, haciendo tal afirmación.

Cuanto a la acusación que el Sr. F. extrae de las pretendidas declaraciones de D. Eliseu García trataré más abajo, en el Cap. IX, 1.

[5]  Dentro de los Eremos se originó un sistema de recogimiento, de silencio y de estudio más intensos, llamado camaldulense en recuerdo y homenaje a las Camáldulas fundadas por San Romualdo.

[6]  Referencia al libro del Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, Revolução e Contra-Revolução, indicada abreviadamente, en los medios de la TFP, como RCR. La Contra-Revolución (CR), es el movimiento destinado a restaurar la civilización cristiana en sus principios, según el lema del Pontificado de San Pío X: “Omnia instaurare in Christo”. 

[7]  Ana Catalina Emmerick nació en Flamschen, próximo a Coesfeld, en Westfalia, el 8 de septiembre de 1774, de una familia de pobres pero fervorosos cristianos.

A los 16 años sintió el llamamiento a la vida religiosa, pero no pudo realizar su deseo inmediatamente por la oposición paterna y la carencia de dote. Finalmente en 1802, a los 28 años de edad fue recibida gratuitamente en el monasterio de las Agustinas canónigas de Dülmen, donde emitió los votos religiosos al año siguiente.

En 1811 el monasterio fue cerrado por las autoridades civiles, y, como las otras hermanas, debió buscar refugio en un benefactor.

Tanto la autoridad civil cuanto la eclesiástica la sometieron a varios interrogatorios, prolongados e ingratos, a respecto de los fenómenos místicos singulares que se atribuían a la Sierva de Dios.

Falleció en olor de santidad el 9 de febrero de 1824, a la edad de 49 años.

[8]  Cf. Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contra-Revolución, Ed. Fernando III el Santo, Bilbao, 1979.

[9]  Cf. Medio Siglo de Epopeya Anticomunista, Ed. Fernando III el Santo, Madrid, 1983.

[10]  A rigor, se podrían distinguir tres conceptos de inerrancia:

a) la inerrancia de facto, o mera inerrancia, que es la ausencia de error (forma abstracta de la condición de inerrante de hecho, que es el sentido original del término inerrancia);

b) la inerrancia de jure, o inerrabilidad, que es la imposibilidad de errar (equivalente a infalibilidad, sentido que se usa en la exégesis bíblica);

c) la inerrancia habitual, de quien está habituado al bien y a la verdad, por la virtud o por la sabiduría (equivalente a fiabilidad del sabio o prudente, aunque no sea infalible).

[11]  Así quedó siendo conocido en la TFP el anónimo autor del Rapport francés, cuya identidad sin embargo se presume.

[12]  Cf. Nota 1 de la Sección I.

[13]  Del lenguaje teológico, como es natural, la palabra se filtra al lenguaje católico corriente. Así, el conocido Manual de Doctrina Católica de Boulenger ya la utiliza sin incomodarse, por ejemplo en el siguiente trecho: “Del hecho que Dios es el autor de la Sagrada Escritura se sigue que ésta es exenta de error. Sin embargo, conviene señalar que la inerrancia (inerrance) no se aplica mas que al texto original, tal como salió de las manos del escritor sagrado” (P. A. Boulenger, La Doctrine Catholique, Librairie Catholique Emmanuel Vitte, Lyon-Paris, 1927, 8a. ed., 1a. parte, p. 14).

Y, en este sentido, el Larousse Universel en 2 volumes, Nouveau Dictionnaire encyclopédique publié sous la direction de Claude Auge, Librairie Larousse, Paris, 1922, ya registraba la palabra en esa acepción: “inerrance n. f. (lat. inerrantia). Qualité atribuée par les théologiens a la Bible, et qui consiste a ne pas renfermer derreurs”.

[14]  Conviene subrayar que en este como en otros asuntos, no nos comprometemos en el debate entre escuelas teológicas divergentes. Al explanar determinada teoría defendida por una corriente teológica, no entramos ipso facto en la disputa teológica correspondiente. A los teólogos, la discusión. Cuanto a nosotros, requerimos únicamente el derecho de ser tratados como los que siguen una escuela teológica con ciudadanía dentro de la Iglesia.

[15] Las sedes centrales de la TFP se sitúanen los barrios de Higienópolis y Santa Cecília, en la ciudad de São Paulo (calles Maranhão, Martim Francisco y Martinico Prado). El Eremo de Nuestra Señora de la Divina Providencia se localiza en la Calle Atibaia, del otro lado del Vale do Pacaembú, y a el Vd., Dr. Plinio, va con menos frecuencia.

[16] Sea dicho de paso que, en su mayoría, se trataban de fotos de bolsillo, que los eremitas traen consigo en su cartera de documentos y que acostumbran poner en sus mesas cuando están trabajando. En esos casos, por tanto, retirarlas de la mesa de trabajo significaba simplemente recolocarlas o mantenerlas, cada cual, en su cartera de documentos…

[17] Por ejemplo, uno de los milagros aprobados por San Pío X para la beatificación del Cura de Ars fue el de una niña a la que fue aplicado un cordón de un par de zapatos viejos del Padre Vianney, guardado como preciosa reliquia por las Hermanas de la Caridad de un orfanato de la Parroquia de San Juan en Lyon (cf. Mons. Francis Trochu, 0 Cura dArs, Vozes, Petrópolis, 1959, pp. 477 y 488).

[18] Es interesante, en ese sentido, el caso del sillón en que se supone haberse sentado Nuestra Señora, durante la primera Aparición a Santa Catalina Labouré en la Capilla de la Rue du Bac, en Paris, en 1830.

El asunto es controvertido. Los autógrafos de Santa Catalina Labouré no inducen a esa suposición, antes la alejan, pues la santa compara el sillón en que Nuestra Señora se sentó con el que es representado en el cuadro de Santa Ana (conservado en el lado izquierdo de la Capilla), con el cual el sillón objeto de culto no tiene ninguna semejanza. Además, el culto a ese sillón es tardío, habiendo comenzado únicamente cuatro años después de la muerte de la Sierva de Dios, y 50 años después de la Aparición, al parecer por una confusión de la última superiora de Santa Catalina Labouré.

Según los autógrafos, la santa estaba arrodillada cerca de ese sillón, mientras esperaba la Aparición. Nuestra Señora apareció en otro sillón sobre los escalones del altar. Catalina Labouré dudaba de lo que veía, y el Angel que le acompañaba necesitó hablar con alta voz para sacarla de la indecisión. La santa dio entonces un salto desde el lugar en que estaba (próxima al sillón del Director espiritual de las Hijas de la Caridad) hasta junto a Nuestra Señora, en los peldaños del altar, colocando filialmente las manos en las rodillas de la Virgen Santísima. Ahí tuvo una inefable conversación con la Madre de Dios, de cerca de dos horas.

Comenta juiciosamente el P. René Laurentin, de quien extraigo estos datos: “El sillón del P. Richenet, varias veces restaurado, suscita el fervor de los visitantes y peregrinos que ahí depositan cartas y ofrendas. No hay razón para encontrarlo chocante. Si el análisis (de los documentos y declaraciones del proceso de canonización) conduce a pensar que el sillón de Nuestra Señora era parte de la Aparición y desapareció con ella, si el testimonio de Catalina prácticamente no permite identificarlo con el sillón del Director, no obstante este sillón conserva un valor de memorial y de símbolo. Realmente estaba allí, en el presbiterio, a algunos pasos de la Aparición. ... Este sillón evoca, de manera viva, la `sesión de Nuestra Señora, trono de la Sabiduría, entre los hombres” (Vie de Catherine Labouré - Preuves, Desclée de Brouwer, Paris, 1980, vol. II, p. 164).

A ese título, presenta un fundamento legítimo al culto relativo que devotamente le es tributado por los fieles del mundo entero.

Lo mismo se puede decir de la encina sobre la que apareció Nuestra Señora de Fátima. La devoción indiscreta de los primeros fieles literalmente despedazó esa encina. ¡Qué alabanzas merecería el alma celosa que hubiese salvado por lo menos el tocón de ese árbol! En Fátima sólo se conserva una encina del tiempo de las Apariciones. Los fieles juzgan este simple hecho un título legítimo para conservarla y respetarla. Y sería deplorado en el mundo entero, con indignación, si un espíritu crítico resolviese cortarla “por estar molestando, y no ser la encina sobre la cual Nuestra Señora apareció”. Allí estaba durante las Apariciones, de las que es un memorial conservado con respeto. A ese título se puede hablar de un culto relativo, aunque de modo muy tenue.

Hasta ahí llega el espíritu - al mismo tiempo vigoroso, matizado y graduado - del culto católico.

[19] El célebre capuchino italiano P. Mateo Conte a Coronata enseña: “En conformidad con este canon, el culto público parece requerir tres condiciones a saber: que sea prestado en nombre de la Iglesia; que sea prestado por personas para ello legítimamente diputadas; y que sea prestado por determinados actos. Si falta una de esas tres condiciones no puede haber culto público.

“Se dice en nombre de la Iglesia de lo que es hecho por prescripción de la autoridad pública de la Iglesia, o, al menos, con su consentimiento y sin su oposición; v.g., si un sacerdote o una comunidad religiosa, contra la voluntad de los Superiores legítimos y las leyes de la Iglesia, celebra la Misa y recita las horas canónicas en honra de algún Siervo de Dios no incluido todavía en el número de los Beatos, ni por eso se puede decir que practique un culto público, porque no lo hace en nombre de la Iglesia, sino más bien oponiéndose a la Iglesia.

La persona legítimamente diputada no será necesariamente un sacerdote o clérigo, también puede ser una persona moral y seglar; de donde es culto público la recitación de las horas canónicas hecha en el coro por una comunidad de religiosas; en sentido contrario, no es culto público la pintura de la imagen de un Siervo de Dios con resplandor o aureola, hecha por una persona seglar privada, sin consentimiento de la autoridad eclesiástica.

“Igualmente, se requiere que el acto sea por institución de la Iglesia reservado a Dios, a los Santos y a los Beatos: de donde es culto público la pintura de imágenes del Siervo de Dios en las paredes de la Iglesia” (Institutiones Iuris Canonici, Marietti, Turín-Roma, 1947, vol. II, 3ª ed., p. 146; Ver también, entre otros, Jose Antonio Martins Gigante, Instituiçöes de Direito Canônico, Escola Tip. Oficina de S. José, Braga, 3ª ed., 1954, vol. II, n. 105; Stephanus Sipos, Enchiridion Iuris Canonici, Orbis Catholicus-Herder, Roma, 1954, p. 582). A propósito del ejemplo dado en el último párrafo del texto citado del P. Coronata, se debe entender que la pintura del Siervo de Dios fuese representada con resplandor o aureola, u otros signos de santidad, como claramente se dice en el decreto n° 3835 de la Sagrada Congregación de Ritos (cf. infra, cap. VII, 4, D).

[20] Los jesuitas Vermeersch-Creusen comentan así el canon 1256: “Este canon parece requerir tres elementos para que haya culto público. Pero entonces no podría conciliarse con los cánones relativos al proceso de beatificación por vía (ordinaria) de no culto, y especialmente con el canon 2057, por el cual los testigos son intimados atestigüen que no fue prestado ningún culto público (al Siervo de Dios), culto este que, con todo, puede haber sido practicado por personas privadas. En realidad, como se desprende claramente de la Constitución Quamvis justo, del 30 de abril de 1749, de Benedicto XIV, a la que nos remite la nota, la partícula et añade no otra condición requerida, sino otra forma de culto público, equivaliendo de ese modo a vel (o). Esto escapó a varios escritores que, como, v.g., el Rev. P. Augustine, enumeran tres condiciones como necesarias para el culto público, mientras que por el contrario se debe decir lo siguiente: hay dos especies de culto público: una cuando es tributado en nombre de la Iglesia por personas legítimamente diputadas; otra cuando son practicados, por quienquiera que sea, actos que, por institución de la Iglesia, están reservados para dar culto a Dios, a los Santos y a los Beatos (Epitome Iuris Canonici, H. Dessain, Malines-Roma, 1927, tomo 2, n. 574, p. 356; ver también, entre otros E. Jombart, vocablo Culte, in Dictionnaire de Droit Canonique, Letouzey et Ané, Paris, 1948, fasc. XXII, col. 862; Sabino Alonso Morán O.P., Comentarios al Código de Derecho Canónico, BAC, Madrid, 1963, n. 699; Dom Uldaricus Beste OSB, Introductio in Codicem, St. Johns Abbey Press, Collegeville (Minn.), 1946, 3ª ed., p. 625).

[21] A propósito de esto, los autores acostumbran citar el siguiente texto de Benedicto XIV: “No se puede dudar que tengan una razón de culto público también aquellos actos ejercidos en privado, que sean del mismo género de los instituidos por la Iglesia para venerar solemnemente a los beatos o a los Santos” (Constitución Apostólica Quamvis justo, del 30 de abril de 1749, n. 12, in Bullarium, tomo III, Typographia Aldina, Prati, 1846, p. 55).

[22] El título de Venerable está reservado para quienes tuvieron reconocida la heroicidad de virtudes o el martirio por decreto pontificio; está prohibido conferirlo según se practicaba anteriormente a los que —concluidos favorablemente los procesos diocesanos— tengan su Causa apenas introducida ante la Sagrada Congregación de Ritos (canon 2084, § 2 y 2115, § 2).

Cuanto al título de Siervo de Dios, no existe ninguna disposición canónica sobre su atribución. Es, si así puede decirse, más un “título de cortesía” aplicado corrientemente a cualquier persona fallecida en olor de santidad, esté, o no, abierto su proceso de beatificación, siendo lo más frecuente el primer caso.

En sentido más amplio, la expresión Siervos de Dios designa a los fieles en general, siendo frecuente en la Liturgia, tanto occidental como oriental; también es utilizado como expresión de humildad (el Papa se titula “Siervo de los Siervos de Dios”).

La atribución de los títulos de Siervos de Dios y de Venerable no tiene, sin embargo, consecuencias litúrgicas, pues, como se ha dicho, no les es permitido culto público.

[23] Sobre la licitud del culto privado a personas no canonizadas ni beatificadas, ver también:

P. Mattheus Conte a Coronata OFM Cap., Institutiones Iuris Canonici, Marietti, Turín-Roma, 1947, vol II, n. 831; José António Martins Gigante, Instituições de Direito Canônico, Escola Tip. Oficina de S. José, Braga, 1954, 3ª ed., vol. II, n. 127; A. Vermeersch S.J. — J. Creusen S.J., Epitome Iuris Canonici, H. Dessain, Malines-Roma, l927, 3ª ed., t. II, n. 602; Stephanus Sipos, Enchiridion Iuris Canonici, Orbis Catholicus-Herder, Romae, 1954, p. 595; P. Francisco Xav. Wernz S.J. — P. Petri Vidal S.J.,  Jus Canonicum, Pontificia Universitas Gregoriana, Roma, 1934, t. IV, vol. I, nn. 458 y 487; E. Jombart, vocablo Culte, in Dictionnaire de Droit Canonique, Létouzey et Ané, Paris, 1948, col. 862; Guidus Cocchi, Commentarium in Codicem Iuris Canonici, Marietti, Turín-Roma, 1924, lib. III, Pars III, n. 91e; Eduardus F. Regatillo S.J., Intitutiones Iuris Canonici, Sal Terrae, Santander, 1969, 6a. ed., vol. II, n. 124; Dom Uldaricus Beste, Introductio in Codicem, St. Johns Abbey Press, Collegeville (Minn.), 1946, pp. 625 y 646.

[24] Se podría levantar la cuestión: ¿a quién compete determinar si tal o cual persona fallecida merece ser honrada con culto privado?

De suyo, a cualquier fiel, visto que todo fiel puede pedir la instrucción de la Causa ante el tribunal competente, y puede ser admitido como testigo en los diversos procesos (por cierto, incluso los herejes e infieles pueden ser admitidos como testigos) (cf. cánones 2003, § 1; 2023 y 2027, § 1). Si cualquier fiel puede pedir la apertura del proceso de beatificación y servir de testigo, se supone que tiene capacidad para discernir la santidad de alguien. Por lo tanto, para prestarle culto privado.

Por lo tanto, la cuestión es más prudencial que canónica.

[25] “Por mayor que sea el brillo de sus virtudes y la austeridad de su penitencia; por más extraordinarias que sean las gracias y dones con que Dios los colmó: éxtasis, profecías, milagros, facultad de leer en el interior de los corazones y de las mentes o de adivinar los secretos de las conciencias; por mayores que sean las multitudes que corran a sus sepulturas y las curas milagrosas o los prodigios de toda especie que en ellas se realicen — la Iglesia se contenta con ser expectadora silenciosa: `expectat ut videat ut fama ista sanctitatis et miraculorum evanescat, an incrementum capiat (Benedicto XIV). Si esa reputación de santidad viene de los hombres, desaparecerá rápidamente; si viene de Dios, crecerá con el tiempo” (T. Ortolan, vocablo Canonisation in Vacant-Mangenot, Dictionnaire de Théologie Catholique, Letouzey et Ané, Paris, 3ª tir., tomo II, 2ª parte, col. 1645).

Conforme observa un autor, el pueblo fiel tiene una especie de sexto sentido por el cual distingue la verdadera santidad de la falsa o únicamente presumida; de modo que la veneración popular, la vox populi, con frecuencia corresponde verdaderamente a la vox Dei (Alfred C. Rush C.SS.R., The Autobiography of St.John Newmann CSSR, 9th Bishop of Philadelphia, St. Paul Editions, 1977, pp. 69-70).

Por esa razón, la Iglesia no estimula ni reprime esas manifestaciones espontáneas del pueblo fiel alrededor de una sepultura y a la memoria de los Siervos de Dios fallecidos con fama de santidad o martirio. Apenas, como madre prudente y atentísima para el bien de sus hijos, vigila que abusos, prácticas supersticiosas o grotescas y errores doctrinales no los desvíen del recto camino. En lo demás, los deja moverse con la santa libertad de los hijos de Dios, al soplo del Espíritu Santo y a los impulsos de la gracia.

Sin embargo, como en esa materia fácilmente pueden entrar entusiasmos indiscretos que afectan al orden público de la Iglesia — observa el canonista de Salamanca D. Tomás García Barberena (Comentarios al Código de Derecho Canónico, BAC, Madrid 1964, tomo IV, n. 3) — las leyes eclesiásticas sólo permiten culto público a quienes han sido canonizados o beatificados (Código de Derecho Canónico, canon 1277 § 1). A los que no han sido todavía inscritos en el catálogo de los Santos o de los Beatos es lícito únicamente prestarles un culto privado.

[26] La misma distinción existe para la canonización: “La canonización formal, o canonización propiamente dicha, es la que clausura un proceso regularmente abierto y conducido con todo el rigor de un procedimiento jurídico severísimo, de forma que se constate jurídicamente la heroicidad de las virtudes practicadas por un Siervo de Dios, así como la veracidad de los milagros con que Dios la ha manifestado. Esta sentencia definitiva, notificada oficialmente urbi et orbi, es pronunciada por el Soberano Pontífice en la plenitud de su poder apostólico, y en medio de solemnes ceremonias que subrayan su importancia. — La canonización equipolente es una sentencia por la que el Soberano Pontífice ordena honrar como Santo, en la Iglesia Universal, a un Siervo de Dios para el que no se ha introducido un proceso regular, pero que, desde un tiempo inmemorial posee culto público” (T. Ortolan, in DTC, loc. cit., col. 1636).

Hay todo un proceso para conseguir la canonización equipolente, que es superfluo tratar aquí. Baste decir que no siempre las cosas quedan claras.

Uno de los casos más notables de canonización equipolente dudosa es el de Carlomagno.

“En la época en que Alejandro III acababa de reservar a la Santa Sede las causas de canonización, uno de los cuatro antipapas que se levantaron contra él a lo largo de su Pontificado, Pascual III, a instancias del emperador Federico Barbarroja, junto a quien se refugió en Aix-la-Chapelle, inscribió a Carlomagno en el catálogo de los Santos, el día 29 de diciembre de 1165. Sin embargo, hasta entonces, ningún culto público había sido tributado a este príncipe. Aún más, no se habían cesado de aplicar a su alma los habituales sufragios por los difuntos.

“Esta canonización, obra de un antipapa, nunca fue aprobada oficialmente por la Santa Sede. Con todo, siempre fue tolerada por los Pontífices legítimos. Cabe pues preguntarse si Carlomagno debe ser considerado canonizado mediante una canonización equipolente. Los autores se dividen sobre ello. Según Benedicto XIV, parece no faltar ninguna de las condiciones necesarias para constituir una Beatificación equipolente, sobre todo si se toma en consideración la extensión de tiempo transcurrida (De servorum Dei beatificatione, libro I, cap. IX, n. 4, tomo I, pp. 58 ss). Sin embargo — añade — como este culto no se extiende más que por algunas iglesias de Francia, Bélgica y Alemania, de ningún modo se puede asimilar esta concesión tácita a una canonización equipolente” (T. Ortolan, in DTC, loc.cit., col. 1639).

[27] Evidentemente, el autor aquí tiene en vista un culto que conlleve la afirmación de santidad aunque no reconocida oficialmente por la Iglesia.

[28] “Bajo el nombre de iglesia se comprende un edificio sagrado que se destina al culto divino, principalmente con el fin de que todos los fieles puedan servirse de él para ejercer públicamente dicho culto” (canon 1161).

Así define el antiguo Código el oratorio: “El oratorio es un lugar destinado al culto divino, mas no con el fin principal de que sirva a todo el pueblo fiel para practicar públicamente el culto religioso” (canon 1188, § 1).

De esa definición se desprende que un oratorio se distingue de una iglesia por la limitación de las personas que son admitidas en él. Se distingue también por la limitación de los actos de culto que se pueden practicar en él, por ser la iglesia un edificio sagrado, mientras que el oratorio no siempre lo es; pues, para que se puedan celebrar los divinos oficios, es necesario que la iglesia sea consagrada o al menos bendecida con bendición constitutiva, mientras que para los oratorios, tal obligación sólo existe para los oratorios públicos, como más adelante se verá.

Tres son, según el Código de Derecho Canónico de 1917, las especies de oratorio:

a) Oratorio público. — Es el erigido principalmente para la utilidad de algún colegio, o incluso de personas privadas, pero de forma que todos los fieles tengan derecho, legítimamente comprobado, de entrar en él, por lo menos durante los oficios divinos (entre las señales que suelen dar los autores para indicar que tal derecho existe, la fundamental es que la puerta dé para la calle, o que haya paso libre desde ésta hasta el oratorio, por lo menos durante los oficios).

Estos oratorios deben ser bendecidos o consagrados y se les aplica la misma legislación que a las iglesias. En ellos se pueden celebrar todas las funciones eclesiásticas que no sean privativas de las iglesias parroquiales. Para tales funciones es necesaria la autorización del Ordinario o del Párroco, conforme el caso (por ejemplo, bautismos, matrimonios, funerales). Tampoco se pueden celebrar las funciones que no son permitidas por las rúbricas (el triduo final de la Semana Santa, por ejemplo).

b) Oratorio semipúblico. — Es el erigido en beneficio de alguna comunidad o grupo de fieles que a él concurre, excluido el acceso de personas extrañas, como es el caso de oratorios o capillas de los seminarios, conventos, hospitales, colegios, cuarteles, prisiones, etc.

No está permitido erigir oratorios semipúblicos sin licencia del Ordinario, que sólo puede darla después de visitarlo personalmente o por medio de un delegado, y verificar que está convenientemente preparado. Concedida la licencia, no pueden, sin autorización del mismo Ordinario, ser convertidos o aplicados a usos profanos; pero, después de legítimamente erigidos, pueden ser celebrados en ellos todos los oficios divinos o funciones eclesiásticas, si no obstaren las rúbricas, o el Ordinario no hiciere ninguna excepción.

Estos oratorios pueden ser bendecidos o consagrados, y si lo fueren, se les debe aplicar todo lo que el Código dispone sobre violación, execración y reconciliación de las iglesias. Para muchos efectos (por ejemplo, el beneficio de las indulgencias en ciertas condiciones) se equiparan a los oratorios públicos.

c) Oratorio privado o doméstico. — Es el erigido en casas particulares para la utilidad sólo de una familia o una Persona privada.

Los oratorios de los Cardenales y Obispos (residenciales, resignatarios o titulares) son oratorios privados, pero gozan de los derechos y privilegios de los oratorios semipúblicos.

Los oratorios domésticos no pueden recibir consagración ni tampoco la bendición constitutiva, sólo pudiendo tener, sin ser necesario, la bendición común de lugares o casas. Pero aunque no hayan recibido ninguna bendición, deben estar reservados únicamente para el culto divino, y libres de cualquier uso doméstico.

Lo que caracteriza la recitación pública es el ser hecha en iglesias u oratorios públicos (o semipúblicos, en determinadas circunstancias).

[29] En los lugares en que es costumbre encender velas o lamparillas en la sepultura, esto está permitido no siendo considerado acto de culto público (cf. P. Matthaeus Conte a Coronata OFM Cap., Institutionis Iuris Canonici, Marietti, Turin-Roma, 1948, vol. III, n. 1534, nota 3).

[30] Sin embargo, es permitido invocar el nombre del Siervo de Dios en letanías rezadas privadamente, según se verá más abajo.

[31] Así define “procesión” el Código: “Canon 1290 — § 1 Bajo la denominación de sagradas procesiones se da a entender las solemnes rogativas que el pueblo fiel hace, conducido por el clero, yendo ordenadamente de un lugar sagrado a otro lugar sagrado, para excitar la devoción de los fieles, para conmemorar los beneficios de Dios y darle gracias por ellos o para implorar el auxilio divino”.

Fray Sabino Alonso Moran O.P. comenta:

“Cuatro cosas se requieren, según el § 1 del canon, para una procesión sagrada:

a) que sea hecha por el pueblo fiel;

b) conducido por el clero;

c) yendo ordenadamente de un lugar sagrado a un lugar sagrado, ya sea distinto, ya se vuelva al mismo de donde partió la procesión, como ocurre de ordinario;

d) bien sea para excitar la piedad de los fieles, bien para conmemorar los beneficios divinos y dar gracias al Señor por ellos, o para implorar su ayuda” (Código de Derecho Canónico, BAC, Madrid, 1954, can. 1290).

Por “lugares sagrados” el Código de 1917 entiende aquellos que se destinan al culto divino (iglesias y oratorios) o a la sepultura de los fieles, y que han sido consagrados o bendecidos para tal finalidad, según los ritos prescritos en los libros litúrgicos aprobados (cf. canon 1154). Una simple sala con un “altar” privado, transformada en “capilla” u “oratorio” doméstico (en el sentido corriente de esas palabras, y no en el canónico o litúrgico), no puede ser considerada un “lugar sagrado”, puesto que le falta la bendición o consagración citada.

No se puede, por consiguiente, calificar como “procesión” los “cortejos”, “desfiles”, “caminatas”, etc., a los que faltan las características arriba estipuladas. Por lo tanto, constituyen actos estrictamente privados, sin ningún aspecto de culto público.

[32] Cf. De Meester, Compendium Iuris Canonici, III, n. 1248, apud P. Sejourné, vocabio Saints (Culte des), in Dictionnaire de Théologie Catholique, Létouzey et Ané, Paris, 1939, tomo XIV, col. 976; Dom Udalricus Beste OSB, Introductio in Codicem, St. Johns Abbey Press, Collegeville (Minn.), 1946, 3a. ed., p. 625; Sabino Alonso Morán O.P., Comentarios al Código de Derecho Canónigo, tomo II, n. 699. Esta es, además, la doctrina de Benedicto XIV (De Servorum Dei Beatificatione et Beatorum Canonizatione, Lib. 2, c. 11-14), seguida por todos los autores.

[33] Por publicación se entiende colocar las letanías al alcance del público en general, y no una simple distribución en ámbito privado (cf. Un comentario anti-TFP -- Refutación, por Gustavo Antonio Solimeo en Apéndice I) (Obs.: este Apéndice no está aún traducido. Puede leerse, en portugués, aquí).

[34] Los exvotos no pueden ser expuestos en las iglesias, capillas y oratorios, ni en la sepultura del Siervo de Dios, pero pueden ser conservados en lugar privado, conforme declaración del Santo Oficio, del 2 de octubre de 1625 (cf. Raoul Naz, Traité de Droit Canonique, Letouzey et Ané, Paris, 1948, tomo IV, n. 810, nota 4).

[35] Puesto que el culto a las reliquias es relativo, es decir, es tributado en virtud de la relación que presentan con la persona venerada, es indispensable que no haya dudas sobre la genuinidad de la reliquia; en otras palabras, que exista la relación que fundamente el culto. Por esa razón la Iglesia sólo permite que se tribute culto público a las reliquias de Santos o Beatos “que conste ser genuinas por un documento auténtico de algún Cardenal de la Santa Iglesia Romana, o del Ordinario del lugar, o de algún varón eclesiástico a quien por indulto apostólico se le haya concedido la facultad de autenticar” (canon 1283 § 1).

Cuanto a las reliquias de los Siervos de Dios aun no canonizados ni beatificados no existe ninguna disposición al respecto en la legislación, visto que a tales reliquias no está permitido prestarles culto público, y que la legislación canónica no se ocupa del culto privado. Sin embargo, es práctica común autenticar tales reliquias mediante la firma, rúbrica, sello o señal de persona física o moral idónea. Como el caso de un fragmento de la camisa ensangrentada de García Moreno, conservada en una de las sedes de la TFP en Itaquera (Eremo de Elías) que está sujeta a un atestado realizado por un Sacerdote Jesuita, biógrafo del presidente-mártir ecuatoriano (la firma está reconocida por una autoridad eclesiástica).

Las Postulaciones y Vice-Postulaciones de las Causas de Beatificación tienen la costumbre de autenticar las reliquias que distribuyen, de modo que no se pierda la certeza de su autenticidad, caso se venga a olvidar su procedencia en el futuro, además de constituir una garantía para el culto privado en el presente.

Igualmente, se acostumbra hacer documentos públicos de la sepultura, exhumación o traslación de los despojos de los Siervos de Dios que se espera vengan a ser beatificados y canonizados. Tal fue realizado, por ejemplo, con motivo de la exhumación de los restos mortales de Jacinta y Francisco Marto: se escribió un documento que fue firmado por todos los que acompañaron la operación.

[36] Los decretos de Urbano VIII prohibieron atribuir los títulos de “Santo” y “Beato” a quienes no hayan sido formalmente canonizados o beatificados por la Iglesia. Igualmente prohibieron, anticiparse al juicio de la Iglesia, atribuyendo gracias místicas, dones extraordinarios, milagros, etc., a personas muertas en olor de santidad. Exigen que se declare que tales afirmaciones merecen únicamente fe humana, de modo que deja a los fieles la libertad de aceptarlas como verdadera o no.

[37] Hay numerosas revistas, boletines y folletos dedicados exclusivamente a propagar la devoción a determinados Siervos de Dios, así como a divulgar las gracias y favores o milagros obtenidos por su intercesión. En el apartado siguiente serán mencionadas algunas.

Es igualmente frecuente encontrar en periódicos y revistas católicas — como, también, profanas — anuncios de agradecimiento a este o aquel Siervo de Dios.

[38] "Souvenez-vous, o petite Reine, doux miroir de la miséricordieuse Vierge Marie, souvenez-vous de la révélation que vous nous avez faites vous-meme que jamais on ne vous prié en vain et qu’aucun de ceux qui vous invoquent nest jamais délaissé de vous.

"Animée de la plus tendre confiance, je viens vous rappeler votre promesse de passer votre Ciel a faire du bien sur la terre, je viens vous supplier de répandre sur moi, et sur tous ceux pour les quels jimplore votre protection, une abondante pluie de roses, un torrent de grâces célestes.

"Hatez-vous de répondre a mon appel, daignez descendre aupres de moi, m’embrasser du divin amour et exaucer mon humble prière. Ainsi soit-il". (op. cit., pp. 222-223).

[39] "Lembrai-vos, ó Anjo da minha Guarda, que o Senhor vos tendo confiado o cuidado de minha alma, vos tornastes seu amigo e protetor. Por isso, cheio de confiança em vossa bondade, que nunca eu solicitei em vão, venho a vós, meu bom Anjo, meu irmão; e embora eu tenha muitas vezes desconhecido vossos ternos cuidados, imploro poderoso socorro. Não me recuseis, ó Santo Amigo de minha alma, ouvi minha prece e despachai-a. Amén" (op. cit., p. 363).

[40]  "Lembrai-vos, ó puríssimo Esposo de Maria Virgem, ó meu doce Protetor São José, que jamais se ouviu dizer, que alguém tivesse invocado a vossa proteção e implorado o vosso socorro, e não fosse por vós consolado. Com esta confiança venho a vossa presença, a vós fervorosamente me recomendo. Oh! não desprezeis a minha súplica, Pai putativo do Redentor, mas dignai-vos acolhe-la piedosamente" (op. cit., p. 361-362).

[41]  "Lembrai-Vos, ó dulcíssimo Jesus, que nunca se ouviu dizer, que alguém recorrendo a Vosso Sagrado Coração, implorando Sua assistência ou reclamando sua misericórdia, fosse por Vós abandonado. Possuído, pois, e animado da mesma confiança, ó Coração Santíssimo, Rei de todos os corações, recorro a Vós, e gemendo sob o peso de meus pecados, me prostro diante de Vós; não desprezeis minhas súplicas, mas escutai-as favoravelmente e dignai-Vos de as despachar. Assim seja" (op. cit., pp. 494-493).

[42]  Por ejemplo, la siguiente adaptación del Anima Christi a Nuestra Señora:

"El alma de la Virgen me ilumine.

El cuerpo de la Virgen me guarde.

La leche de la Virgen me alimente.

El tránsito de la Virgen me anime.

¡Oh María!, Madre de la gracia, interceded por mí.

Como vuestro fámulo recibidme.

Haced que siempre en Vos confie.

De todos los males defendedme.

Ayudadme en mi muerte.

Para que seguro llegue a Vos.

A fin de que, con vuestros escogidos, os glorifique.

Por todos los siglos de los siglos. Amén" (op. cit., pp. 333-334).

[43]  El autor de las cartas ciertamente quiso referirse al copón en que se conservan en el Tabernáculo las hostias consagradas. El Sagrado Cáliz es el que utiliza el sacerdote para la Consagración.

[44]  A propósito de la "ceremonia de la meta", la TFP consultó al ilustre canonista P. Arturo Alonso Lobo O.P., catedrático de Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Salamanca y uno de los colaboradores de los famosos Comentarios al Código de Derecho Canónico de la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos). La respuesta del P. Alonso Lobo fue la siguiente:

"Consulta

"En la ciudad de San Pablo (Brasil) en el año de 1968, falleció una señora, madre de familia, de señaladas virtudes religiosas y domésticas.

"Después de su fallecimiento, algunas personas que recurrían a su intercesión empezaron a recibir ayudas. Entre estas personas, había especialmente adolescentes y jóvenes.

"Con el ímpetu característico de la edad, esos adolescentes y jóvenes tendieron a agradecer los favores que juzgaron haber recibido por esta intercesión, mediante pequeños obsequios: por ejemplo, poniendo flores en la sepultura de esa señora, conservando sus fotografías consigo, besándolas en momentos de dificultad, y recurriendo frecuentemente a esa intercesión.

"Naturalmente, de ahí pasó a ser colocada en los respectivos dormitorios. Esta fotografía se expuso también sobre una pequeña mesa en la residencia privada de una persona. Con frecuencia, esa fotografía era adornada con flores. Esa mesa no tenía carácter de altar, o sea, no tenía la piedra del ara, ni ningún hueco para ser colocada. Era una mesa familiar, común. En ciertas ocasiones, eran encendidas dos velas a ambos lados de la fotografía de esa señora.

"Por nueve veces y en fechas diferentes, estando el Santísimo Sacramento presente en el edificio en que residían varios de estos jóvenes, se incensó al Santísimo en el sagrario (exposición menor). Terminada esta ceremonia eucarística, fue incensada la fotografía de la señora que estaba colocada al lado del Evangelio, pero fuera del altar, en una mesita muy pequeña. Ese incensamiento fue hecho por un ministro extraordinario (seglar) de la Eucaristía, porque en ese momento no había en el lugar ningún sacerdote presente.

"Cierta vez, ese acto se realizó, encontrándose en otra pequeña mesa, situada en las circunstancias arriba descritas, la fotografía del hijo de esa señora, que es una persona de avanzada edad y que aún vive. El es una persona muy reputada por sus virtudes. Y, por eso mismo, muy considerado por los jóvenes.

"Se pregunta:

"1) Si esta forma de proceder infringe en algo la doctrina católica;

"2) Si infringe en algo el Código de Derecho Canónigo actualmente vigente u otras prescripciones de la Santa Iglesia en nuestros días.

"RESPUESTA

"Respuesta al n° 1 - Más que contra la doctrina de la Iglesia Católica, hay que ver si esos actos están en contra de las normas disciplinares de la Iglesia. Para que un acto de culto tenga el carácter canónico de público, es preciso que se tribute en nombre de la Iglesia, por personas legítimamente destinadas a tal efecto, y practicando actos que por institución de la Iglesia están reservados para honrar a Dios, a los santos y a los beatos.

"La primera de estas tres condiciones no ofrece ninguna dificultad en el caso presente.

"La segunda sólo podría ofrecer alguna dificultad para el caso presente si el ministro extraordinario de la Eucaristía de quien tratamos hubiera recibido con su nombramiento una consagración real como ministro de la Iglesia. Pero más bien me inclino a pensar que se trata de una simple autorización para realizar actos externos que litúrgicamente son necesarios para el normal desenvolvimiento del culto.

"La tercera es la que ofrece mayores problemas en su aplicación a los casos concretos.

"En la exposición de los hechos se dice que fueron deslindados los dos actos de incensación: uno al Santísimo en el sagrario; el segundo a la fotografía de la referida señora, colocada fuera del altar y que tuvo lugar después de terminada la función eucarística.

"Esta incensación a la fotografía, lejos de tener un carácter de culto público, fue una manifestación de agradecimiento y afecto hacia ella como intermediaria ante Dios y Nuestra Señora por los favores recibidos. De hecho extendieron esa manifestación de afecto y agradecimiento a un hijo suyo que, por vivir todavía entre ellos, no podemos pensar que intentaron darle también a él culto público.

"También la Iglesia admite en el uso litúrgico la incensación a los fieles; y nadie considera este gesto como acto abusivo, sino como signo externo de respeto y unción para quienes han sido consagrados por el sacramento del Bautismo. Se inciensa también a los cuerpos de nuestros difuntos y a otros objetos materiales que para los cristianos tienen alguna significación religiosa especial.

"Los actos concretos para manifestar a los difuntos nuestra piedad y recuerdo varían muchísimo de unas regiones a otras, hasta tal punto de que lo considerado en unos lugares como homenaje reservado a Dios o a sus santos, en otros sitios se usa de buena fe y sin escándalo de nadie para manifestar aquellos cristianos sentimientos legítimos.

"La Iglesia exige en los procesos de beatificación, que los siervos de Dios (los candidatos al honor de los altares) reciban constante y creciente culto privado antes de ser declarados beatos. De ahí que los promotores de dichas causas asuman con interés la labor de difusión de esa devoción privada, por medio de estampas, reliquias, novenas, letanías, oraciones y otros actos similares. Esto que en la intención de los promotores y en el deseo de la Iglesia ha de conservar siempre la naturaleza de culto privado, sin embargo en la práctica se presta a que algunas veces, por las personas particulares, no sea bien entendido y lleguen incluso, aunque de buena fe, a mezclar o confundir en la práctica lo que es acto de culto público con lo que es acto de culto privado.

"Respuesta al n° 2 - Después de lo explicado en el número anterior, pienso que los actos de homenaje y veneración ofrecidos a la señora citada no entrañan la naturaleza de culto público, y por lo tanto no están en contra de las prescripciones actuales de la Iglesia.

"Para evitar dificultades futuras, o malas interpretaciones por parte de quienes no lleguen a comprender bien las reflexiones hechas anteriormente, aconsejo como medida de prudencia, no repetir las incensaciones a la fotografía o actos similares, ni colocar su fotografía en el templo u oratorio. Pero insisto también en que es lícito honrar, venerar e invocar a quienes por su vida ejemplar podemos tener como intercesores ante Dios; e incluso, si hubiera intenciones o simple perspectiva de iniciar en el futuro gestiones para una posible beatificación habría que aconsejar y fomentar el culto privado.

"Dado en Salamanca a veinte de junio de 1983. F/P. Arturo Alonso Lobo

Posteriormente fue hecha una consulta oral, grabada, al mismo canonista, que respondió de la siguiente manera:

Pregunta: "En aquella ceremonia que hacían - de adoración al Santísimo Sacramento con el sagrario abierto, "exposición menor" del Santísimo -, y en que había fuera del altar - en el lateral - una foto, por ignorancia del Ministro de la Eucaristía en una de las ocasiones incensó la foto sin cerrar la puerta del Sagrario. ¿Cuál es la infracción que cometió el Ministro y si tiene alguna pena?

"Respuesta: No hay ninguna sanción canónica establecida en la ley para esto, por lo tanto no incurrió en nada; lo único es que el superior competente podría imponer castigos a quien quebrante una ley. Pero nunca es ley establecida, sería ley "ferendae sententiae", no "latae sententiae"; no es una ley ya impuesta en el derecho, sino que sería una pena a imponer, si quiere el superior responsable. Pero como fue por ignorancia, sin mala culpa, no puede castigarse una acción que no implique culpa. Una cosa es causa y otra culpa. Cuando no ha habido culpa el superior no debe castigar, porque no ha habido responsabilidad moral.

"No puede imponerse un castigo a quien por ignorancia hace una acción que está en contra de la ley, porque las penas eclesiásticas no son en todo igual a las penas civiles. En las penas eclesiásticas se busca preeminentemente la salud espiritual, el bien espiritual. En las penas de las sociedades civiles ya se buscan otras finalidades distintas, y por eso imponen incluso castigos supuesta la transgresión externa: presumen la culpabilidad. Pero en el orden religioso si hay falta de responsabilidad moral los superiores no imponen penitencia."

Pregunta: "Vamos a suponer que alguien caracterice este caso, de incensamiento de la foto con el Sagrario abierto, como siendo de culto público. ¿No puede perjudicar en algo a un futuro proceso de canonización?

"Respuesta: No. Simplemente decir que ya una vez que se enteraron de como debe actuarse en estas cosas desisten de repetirlo en adelante. Y que conste que desde que se hizo eso y se supo que no se podía hacer no se volvió a repetir: esa es una señal de que quieren obrar y actuar en todo conforme a la voluntad de la Iglesia, que no se quieren anticipar, porque cuando se dan cuenta de que hay una transgresión material la evitan en lo sucesivo."

[45]  A título de curiosidad, véase lo que dice un autor contemporáneo: "María puede considerarse también como complemento de la Santísima Trinidad en cuanto revela eminentemente los atributos y perfecciones divinas. La excelencia sobrenatural de la Virgen María parece como que ha obligado a Dios al despliegue total de su sabiduría, bondad y poder. En suma, la `Santísima Virgen constituye la cuarta persona por orden de dignidad, después de las tres Personas Divinas (Salmerón)" (Bernardo Cueva S.M., Doctrina y vida marianos, Madrid, 1953, n° 99 - apud Antonio Royo Marin, O.P., Teología de la Caridad, BAC, Madrid, 1960, p. 280).

[46] Nombre dado a una sede de la TFP, en el barrio de Itaquera, en S. Paulo, en homenaje al célebre santuario de Nuestra Señora en Jasna Gora (Montaña Blanca), en Polonia.

[47] “Y los dos poderes lamiendo la tierra / aclaman el gran vencedor de esta guerra”.

[48] En la segunda parte del Secreto, Nuestra Señora anuncia el triunfo final de su Inmaculado Corazón, el que se concretizará tras un Castigo que Dios infringirá al mundo por sus crímenes: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”, dijo la Santísima Virgen.

Ese triunfo se compagina admirablemente con el Reino de María, profetizado por San Luis María Grignion de Montfort en su célebre Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen y en su no menos famosa Oración abrasada. En el Reino de María —según ese Santo— Nuestra Señora ocupará un papel centralísimo en toda la vida de las sociedades, religiosa y temporal, ejerciendo, como Reina de los Corazones, un imperio especial sobre las almas: así se verificará un espléndido reflorecer de la Santa Iglesia y de la civilización cristiana.

El mensaje de Fátima es una magnífica promesa de realización de esa visión profética aún en nuestros días.

[49] Ya el Rapport francés intentó explotar contra la TFP la distinción que hacemos entre Iglesia y “estructura”. Conviene, pues, transcribir lo que está dicho en la respectiva Refutación, publicada por la TFP francesa:

“El ambiente de la TFP transborda —literalmente es esta la palabra— de entusiasmo por todo cuanto en la Iglesia fue hecho de recto, bueno, santo, en el pasado y se hace en nuestros días. Pero, como tantos otros buenos católicos, los socios y cooperadores de la TFP pasaron por el dolor de ver, especialmente a partir del Concilio Vaticano II, que un torrente de errores acabó infestando innumerables medios católicos, y creando así un malestar dramático dentro de la Iglesia. Seguramente es posible relacionar con esa situación las palabras de Pablo VI según las cuales la Iglesia pasa por un misterioso ‘proceso de autodemolición’ (alocución del 7-12-68) y ‘el humo de Satanás’ penetró hasta en el templo de Dios (alocución del 19-6-72).

“El hecho es que, a partir del Concilio Vaticano II, autoridades eclesiásticas, incluso algunas de las más altas, empezaron a ministrar enseñanzas contrarias a la tradición de la Iglesia. Algo de eso ya se había verificado con motivo del mismo Concilio. Después, los mismos errores encontraron guarida en documentos de Obispos de varias Diócesis del mundo, de teólogos, de pensadores católicos con credibilidad, de escritores católicos importantes, de órganos católicos muy difundidos, etc.

“En el campo pastoral irrumpió la misma crisis. La omisión de incontables autoridades eclesiásticas ante las modas hodiernas, las costumbres “libres” de nuestros días, la homosexualidad, el nudismo, la limitación de la natalidad, llega a lo increíble. La Sagrada Mesa es franqueada a personas que viven notoriamente de un modo que, antes del Concilio, sería considerado inadmisible por cualquier católico practicante. En la Liturgia, toda especie de aberraciones se introducen. Y el ecumenismo va llevando lejos sus devastaciones, hasta el punto de dar a muchos la impresión de que ya no son claros ni consistentes los límites entre la Santa Iglesia Católica y las sectas heréticas, cismáticas e incluso las religiones paganas. Los límites entre la verdad y el error, entre el bien y el mal parecen ir apagándose cada vez más.

“No se puede negar que, desagraciadamente, cabe a Prelados y Sacerdotes católicos ponderable parte de responsabilidad por ese desastre.

“Por otro lado, entre los que no toman la delantera de ese proceso de deterioración, un buen número se hace notar por su displicencia: aunque no impeliendo el curso de esta serie de catástrofes, cierran los labios y cruzan los brazos ante ella. Más aún; hay los que permiten que en lugares bajo su jurisdicción se impriman y se difundan doctrinas que ellos mismos tienen por aberrantes. Y se practiquen actos que ellos mismos censuran. Y así, por su indolencia, se hacen conniventes con esas catástrofes.

“El número de Obispos y Sacerdotes que desempeñan íntegramente su deber en vista de tal crisis desgraciadamente es pequeño.

“Esos hechos son públicos y notorios. Basta mirar las filas del Episcopado y del Clero de cualquier nación católica para tener una idea de cuan verdaderos son.

Pari passu a esas catástrofes específicamente religiosas, se va desenvolviendo la nueva política del Vaticano con relación al comunismo. Del enfrentamiento se pasó al diálogo irenista. Esta flexión es responsable por la penetración torrencial de la influencia socialista y comunista en los medios eclesiásticos.

“No hay como negar que los eclesiásticos, debido a su situación en la Iglesia, constituyen la parte precipua de su estructura. Igualmente los seglares, en su posición propia - como súbditos - también se encuentran en la estructura de la Iglesia.

“No sería justo ni filial atribuir a la Iglesia la connivencia con errores y actitudes condenables, notadas en Prelados, Sacerdotes y seglares católicos de responsabilidad.

“De ahí, por comodidad de lenguaje, el uso de la palabra ‘estructura’ para designar el bloque de los responsables o conniventes con esa catástrofe, por acción u omisión. La palabra Iglesia quedaba reservada para designar al conjunto de la Jerarquía y de los fieles en cuanto autores de todo lo que continúa siendo dicho y hecho en coherencia con la verdadera Tradición católica, y, por lo tanto, muy especialmente, los Obispos y Sacerdotes que relucen por su buena enseñanza y ejemplo dentro de esta crisis.

“Esto no es, de ningún modo, proclamar que la Iglesia pasó a ser una mera estructura, muerta, ni atacar a la Iglesia. Es, por el contrario, modelar el lenguaje casero para referirse a Ella con extremos filiales de veneración y de ternura, como Ella verdaderamente merece ser tratada.

“La estructura eclesiástica —y la palabra estructura es aquí utilizada obviamente en su sentido técnico— es una estructura santísima que corresponde espléndidamente al carácter jerárquico de la Iglesia, por el que la TFP tanto se bate. La TFP reconoce la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana como teniendo no sólo un espíritu y una vida sobrenaturales, sino también una estructura jerárquica instituida por Nuestro Señor Jesucristo.

“Está dentro de esta perspectiva —y de un modo enteramente característico— la Declaración de Resistencia de las TFP a la diplomacia de Pablo VI en relación con los gobiernos comunistas. Como manifiesto de oposición a la política de Pablo VI, cabeza de la estructura eclesiástica, el documento de las TFP exterioriza su desacuerdo en relación con la política de la estructura. Pero lo hace con el más vibrante acto de amor a la misma estructura: ‘En este acto filial, decimos al Pastor de los Pastores: Nuestra alma es Vuestra. Nuestra vida es Vuestra. Mandadnos lo que quisiereis. Sólo no nos mandéis que crucemos los brazos ante el lobo rojo que embiste. A esto nuestra conciencia se opone’.

“Esta distinción entre Iglesia y ‘estructura’ (nótense las comillas) es hecha, pues, por comodidad de lenguaje, y más especialmente por amor y respeto a la misma Iglesia. Tiene como importante corolario hacer que los que oyen a la TFP no se desedifiquen con la Iglesia, confundiéndola en lo que tiene de auténticamente suyo, con desvaríos a los que no le es posible al católico dar adhesión” (cf. op. cit., pp. 82 a 86).

[50] En el lenguaje de la Sagrada Escritura, el término adorar significa muchas veces la prosternación en señal de sumisión.

[51] Los “Apóstoles Itinerantes” son socios o cooperadores de la TFP encargados de actuar en lugares distintos del territorio nacional, para la formación e incremento de núcleos locales de la entidad, que suelen cambiar de esta para aquella ciudad, según las necesidades de la actividad. Eran en total cerca de 20 personas, en la época en cuestión, y entre varios de ellos circuló el conjunto de invocaciones que el Sr. F. llama “Letanía del Profeta”.

[52] En los términos definidos por la resolución de la Sagrada Congregación del Concilio de 13 de noviembre de 1920 (cf. Acta Apostolicae Sedis, vol. XIII, pp. 135 ss.), la TFP puede ser considerada una Confraternitas Laicalis (Asociación seglar), es decir, una asociación de católicos con finalidad religiosa pero no erigida ni gobernada por la autoridad eclesiástica (la cual sólo goza del derecho de vigilar a la asociación desde el punto de vista de la Fe y de la Moral) y cuyos miembros la dirigen libremente, en los términos de los estatutos sociales.

La finalidad religiosa de la TFP consiste en actuar, por medios pacíficos y legales, sobre la opinión pública para restaurar en la esfera temporal los principios básicos del orden natural cristiano, según el lema del pontificado de San Pio X: “Omnia instaurare in Christo”. Es lo que Pio XII designó como “consecratio mundi” (la sacralización del orden temporal), señalándola como tarea específica de los seglares (cf. Alocución en el II Congreso Mundial del Apostolado Seglar, de 5 de octubre de 1957, Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santita Pio XII, vol. XIX, p. 459).

Esta finalidad está consignada en el artículo primero de los estatutos de la TFP, en los siguientes términos: La Sociedad “tiene carácter cultural y cívico con el objetivo de esclarecer la opinión nacional, los partidos políticos y los Poderes públicos, sobre la influencia deletérea ejercida en escala cada vez más amplia, en la legislación y en la economía del país, por los principios socialistas y comunistas, en detrimento de la Tradición Brasileña y de las instituciones de la Familia y de la Propiedad privada. La Sociedad tiene igualmente carácter filantrópico, siendo objetivo suyo el promover actividades de naturaleza benéfica o social, que directa o indirectamente concurran para atenuar o eliminar las crisis y tensiones sociales, resolviendo los problemas de las personas o categorías desajustadas”.

Pero no es en términos laicos o a-religiosos como la TFP busca esas finalidades cívicas, culturales y benéficas. Tales finalidades, expresadas en términos de Derecho Natural en estatutos registrados ante órganos de un Estado oficialmente separado de la Iglesia, la TFP las concibe en el sentido religioso definido más arriba.

Lo que distingue las asociaciones seglares de las asociaciones eclesiásticas no es el fin —que es religioso tanto en unas como en otras— sino el hecho de que las primeras no gozan de institución eclesiástica, ni son dirigidas por la autoridad eclesiástica, y las segundas sí.

[53] La guerra psicológica contra-revolucionaria se define por oposición a la guerra psicológica revolucionaria.

La existencia de la guerra psicológica es reconocida tanto por especialistas del Occidente, como por comunistas:

Dice el Mariscal soviético Nikolay Bulganin: “La guerra moderna es una guerra psicológica, debiendo servir las Fuerzas Armadas sólo para detener un ataque armado o, eventualmente, para ocupar el territorio conquistado por acción psicológica” (apud Hermes de Araújo Oliveira, Guerra revolucionaria, Biblioteca do Exército Editora, Rio de Janeiro, l965, p. 60).

Terence H. Qualter, de la Universidad de Waterloo (Iowa), Estados Unidos, observa: “Originariamente, la guerra psicológica era planeada como un preliminar de la acción militar, con el objetivo de desmoralizar los soldados enemigos antes de que el ataque fuese lanzado, o como auxiliar de la acción militar, apresurando o reduciendo los costos de la victoria. Hoy se ha convertido en un substitutivo de la acción militar. ... Una derrota en la guerra fría podría ser tan real y tan definitiva cuanto una derrota militar y, seguramente, sería seguida de la derrota militar” (Propaganda and Psychological Warfare, Random House, New York, 1965, pp. XII-XIII).

El General Humberto B. Martins, Jefe de la Academia Militar de Portugal, la presenta así: “Una nueva arma secreta ha sido encontrada y es hábilmente manejada por los que pretenden alcanzar su total hegemonía en Europa y en Asia. Las técnicas letales, basadas fundamentalmente en el estudio de los recursos de maniobra psicológica de las masas, son magistralmente reunidas en sistemas de fuerzas convergentes que tienen como objetivo el aniquilamiento de la estructura moral, económica y militar de las naciones que se tiene a la vista en cada fase” (prefacio del libro de Hermes de Araújo Oliveira, Guerra Revolucionaria, Biblioteca do Exército Editora, Rio de Janeiro, 1965, p. 21).

Del especialista francés Maurice Mégret es la observación de que “de Clausewitz a Lenin, la evolución de las técnicas y el progreso de las ciencias psicológicas conspiraron para conferir a la guerra psicológica los poderes casi mágicos de un ‘arte de la subversión’“(La guerra psicológica, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1959, p. 31).

Otro conocido especialista francés, Roger Mucchieli, añade:

“La concepción clásica hacía de la subversión y de la guerra psicológica una máquina de guerra, entre otras, durante el tiempo de las hostilidades, y cesaban con el fin de éstas. Los Estados de hoy, inmovilizados por esta distinción arcaica, no comprendieron que la guerra psicológica hace estallar la distinción clásica entre guerra y paz. Es una guerra no convencional, extraña a las normas del Derecho Internacional y a las leyes de la guerra conocidas; es una guerra total que desconcierta a los juristas y persigue sus objetivos al abrigo de sus códigos. ...

“La guerra moderna es ante todo psicológica, y la relación con las armas clásicas está invertida. Hoy es el combate en el campo (la guerrilla) lo que se ha convertido en auxiliar de la subversión” (La subversión, Bordas, París, 1972, pp. 26-27).

El mismo Roger Mucchieli explica que “la subversión (tal es la denominación que él da a lo que otros llaman guerra psicológica) no es una agitación, ni siquiera una propaganda política propiamente dicha; no es una conspiración armada ni un esfuerzo de movilización de masas. Es una técnica de debilitamiento del poder y de desmoralización de los ciudadanos. Esta técnica está fundada en el conocimiento de las leyes de la psicología y de la psico-sociología, porque tiene a la vista tanto la opinión pública como el poder y las fuerzas armadas de que éste dispone. Es una acción sobre la opinión por medios sutiles y convergentes, como describiremos.

“La subversión es, pues, más insidiosa que sediciosa. La ruina del Estado (cuando se trata de subversión interna) o la derrota del enemigo (cuando se trata de subversión organizada desde el Exterior), son queridas y obtenidas por vías radicalmente diferentes de la revolución (entendida en el sentido de levantamiento popular) y de la guerra (entendida en el sentido de enfrentamiento entre ejércitos adversarios y batalla territorial). El Estado al que se apunta se hundirá por sí mismo en la indiferencia de la ‘mayoría silenciosa’ (porque ésta es un producto de la subversión); el ejército enemigo cesará por sí mismo de combatir, porque será completamente desmoralizado y desarticulado por el desprecio que lo cerca” (op. cit., p. 7).

Marius Trajano T. Netto, del Ejército brasileño, concluye acertadamente que “la Guerra Revolucionaria es ... mucho más una Guerra de Almas que de Armas” (A Guerra revolucionaria e o misoneísmo, in “Military Review”, edición en portugués, agosto de 1974, p. 53). (Apud As CEBs... das quais muito se fala, pouco se conhece, Plinio Corrêa de Oliveira en colaboración con Gustavo Antonio Solimeo y Luiz Sergio Solimeo, S. Paulo, 1984, 6a. ed., nota 2, pp. 83 a 85).

La guerra psicológica contra-revolucionaria no se puede definir simplemente como una guerra revolucionaria anticomunista y antisocialista.

No es posible entender cómo la TFP concibe esa guerra psicológica contra-revolucionaria, sin el estudio previo del ensayo Revolución y Contra-Revolución, de que Vd. es autor.

[54] No entro aquí en la cuestión discutida, si Enoc y Elías vendrían al final del mundo, o en una época anterior. Adopto la formulación de que volverán al fin del mundo únicamente para facilidad de exposición. Y dejo la cuestión abierta, respetando, pues, la posición de quienes defienden la tesis de que la venida y la derrota del Anticristo se dará en una época anterior al fin del mundo.

[55] Así son denominados, en la literatura católica —con el prefijo “pseudo”— los autores desconocidos cuyos textos, durante cierto tiempo, fueron atribuidos a otros autores conocidos.

[56] Luis de Camões, dedicatoria al Conde de Linhares – apud prof. Othoniel Motta, conferencia Camões, o lyrico in Os Lusíadas, Weiszflog Irmãos, São Paulo – Rio, 1917, p. 387.